jueves, 21 de abril de 2016

La novia del yacarepó

Luis Fernando Elizeche Doliveira


Lourdes esperaba ansiosamente, su reloj pulsera marcaban las tres y cuarto de la tarde. Sentada en una silla de madera, colocaba sus manos sobre la mesa, mirando a todos los sectores de su sala de paredes verdes humedecidas. El aroma húmedo se esparcía por toda la sala. El piso de mosaico rechinaba un áspero sonido cuando arrastraba la silla. Los diálogos de los vecinos hacían ecos irrumpiendo el silencio de la habitación. Durante la espera, toma el periódico. En una de las páginas se fija detenidamente en fotos tipo carnet de dos jóvenes desaparecidas, una tenía el pelo corto hasta la nuca y la otra el pelo largo y rubio. La puerta se abre entrando la madre con los hermanitos de Lourdes que cantaban una canción infantil. Lourdes se levanta de la silla, agarra del cordón su bolsón de arpillera y lo cuelga sobre su hombro. La madre la miraba con el semblante serio. 

—Lo pensé desde hace tiempo, y hoy me voy de la casa, si se le puede llamar así a esta pocilga, toda la vida vivimos en este conventillo. —Afirmó Lourdes tajante con vos recia.

Dio pasos hacia su hija, intentó abrazarla, ella esquivó. Los niños, testigos de la escena, empezaron a llorar. La madre se sumó al llanto.

—Hija querida, por favor no hagas esto, tus hermanos Néstor y Ariel lloran, yo sufriré mucho por ti, no sé qué haría con tu ausencia, yo sé que somos demasiado pobres, y te pido perdón por eso, pero todos los días me levanto a las cuatro de la mañana, a preparar y hornear cien unidades de chipas para que no te falte nada, ni a ti, ni a tus hermanitos. — Dijo entre lágrimas, con las manos juntas en posición de súplica.

—¡Escúchame bien mamá!, tengo veintitrés años y estoy harta de esta pobreza, me asquea vivir en este conventillo con gente pobre y sucia, no me gusta compartir baños malolientes con vecinos sucios, esto no es vida para mí, me espera un gran futuro que no viviré si sigo aquí. — Exhaló aire con soberbia y continuó. — Todos los días estoy vendiendo chipas contigo y no me ayuda a nada.

Lourdes salió del conventillo sin mirar a sus vecinos, con una sonrisa. Medía uno setenta de estatura, sus senos excesivos los exhibía parcialmente con la camisa semi abierta a altura del pecho. Pareció no importarle el rumbo a tomar, estaba convencida que su atractivo cuerpo por sí solo le ayudaría a satisfacer necesidades. A ciegas aborda un colectivo público, sin prestar atención a donde iba.

Bajó del ómnibus cerca de las siete de la tarde, y se sentó en la banca de una plaza, la misma estaba rodeada por árboles, y juegos precarios ocupados por niños. Los griteríos de los niños expresaban la diversión de sus juegos. Al preguntar a una vendedora ambulante donde se encontraba, la misma le respondió en la ciudad de Pirayú. La ciudad era de poca gente, carecía de lujos y entretenimiento que una ciudad suele poseer. Solo había canteras, sitios históricos, viviendas antiguas y pequeños almacenes. En toda esa pequeña ciudad había solamente una mansión lujosa. Esa misma noche alquiló una pieza pequeña y humedecida, a la mañana siguiente descubrió que una ruta de Pirayú se extiende a ciudades vecinas. Esto engendró en ella una idea, y con el poco efectivo que tenía compró vasitos, cucharitas de plástico, frutillas, crema de leche, azúcar impalpable y vainilla. Preparó chantilly casero, y fue a vender frutilla con chantillí en una acera de la ruta. La venta era creciente día a. día, los hombres se detenían en sus puestos más bien interesados en su físico que en el producto.

La media mañana de un día extremadamente caluroso y soleado, la transpiración la cubrió totalmente. La visualización de un Lamborghini veneno rojo, de vidrios polarizados, la hizo abrir la boca y ojos. El auto se detuvo a unos pasos adelantados a ella. Caminó acercándose a la puerta del copiloto y la puerta se abría para arriba, tras del volante se sentaba un cuerpo delgado, atlético, vestido de camisa a cuadros, jeans azul, peinado el cabello de la coronilla al lado derecho.

—Hola preciosa, ¿cuánto cuesta tu frutilla con chantillí? —preguntó el joven, tocando con los dedos de la mano derecha la chanela de la gafa subiéndola un poco sobre las cejas para fulgurar su apariencia.

Lourdes mirándolo con una sonrisa tímida, pareció luego de unos segundos asimilar la pregunta del muchacho —.Están cinco mil guaraníes el vaso, es una sabrosa frutilla con chantilly, un chantilly casero que yo hice.

—La frutilla con chantilly se ve muy linda, pero no tan linda como tú —.Afirmó el joven con una carcajeo corto.

Lourdes le pasa en mano la frutilla con chantilly, el joven la invita a sentarse en el asiento del copiloto mientras consume el producto, fue el momento que Lourdes prolongó la conversación. El muchacho comentó que se llama Fabián Mendoza, y tiene veintiséis años, que es un empresario que recorriendo países extranjeros hizo fortuna. La invita a pasear en el Lamborgini, ella indicó que le gustaría, pero su puesto de venta abandonaría. Fabián advirtió que no se preocupe, que sea un regalo divino para los que no tienen comida, y le repondría el triple del total de las ventas. La joven no dudó, y acepta el ofrecimiento. El Lamborgini continúo su recorrido.

Lourdes acepta la propuesta de conocer la residencia de Fabián. Entrando en el Lamborgini a la mansión, emitió gritos de emoción. La única mansión de Pirayú era propiedad del nuevo conocido. La mansión era una réplica, de mansiones europeas del siglo diecinueve por fuera, en el  medio una ancha escultura con techo triangular, paredes de piedras de construcción y una gran puerta, con tres ventanas, áticos con techitos color chocolate, y una estatuilla de pajarito sobre ellos.-La casita de chocolate.-Afirmó entusiasmada gritando y apuntando con el dedo. Fabián echó una carcajada. Siguieron en el Lamborgini  por un largo pasadizo que conducía al patio trasero, la gran piscina excesivamente ancha; despertó en la joven los deseos de darse un chapuzón. Un desordenado montículo de rocas, a unos pasos de la piscina fue desaprobado por ella interiormente.

Durante un mes el mundo de Lourdes no fue más allá de la mansión, la decepción de contemplar el engrosamiento de su figura frente al espejo, la condujeron a ir al gimnasio y consultas con el  nutricionista, donde rápidamente en un mes recuperó su atractiva figura. Aun así no abandonó el gimnasio, y para acudir a él diariamente debía salir de Pirayú en el Lamborgini.

Los viajes de Fabián al extranjero fueron largos, según tenía conocimientos Lourdes eran a Europa y Asia, y se negaba a llevarla bajo la argumentación que ella debía encargarse de la mansión. Los martes y viernes venían mucamas que limpiaban la mansión por seis horas. Los miércoles la jardinera, y los jueves una limpiadora de piscinas. Él contrató servidumbre de sexo femenino para su tranquilidad. Ella usaba los más lujosos vestidos que ascendían su bonita apariencia cuando acompañaba al joven millonario a eventos de gala.

Una semana abandonó su rutina de gimnasio, por una inflamación morada en el pómulo izquierdo, la carnosa pedrada pesada del puño de Fabián, la tumbo al suelo por quejarse del nauseabundo olor proveniente del montículos de rocas a cortas distancias de la piscina. Semanas después la hinchazón sanó, y su cotidianidad continuó. 

Una mañana de febrero, agrandada y aburrida de la monótona vida, fue a recibir su desayuno de un lujoso restaurant de las afueras de la ciudad, en la puerta. Se consumía el acostumbrado de té con leche, croissant y jugo de naranja. Prontamente, curioseaba el internet desde la notebook, y la televisión culminaba en su entretenimiento mañanero. Al medio día el mismo restaurant lujoso le traía su almuerzo, ese día fue un caldo de pescado, con panificado, y jugo de naranja. Realizó caminata para ayudar a su digestión por el patio trasero, al acercarse en la piscina, el hedor nauseabundo- que dejó de reclamar a Fabián desde que este le aplicó la trompada -no paraba más. 

A la media siesta al gimnasio, retornando horas después. A la mañana siguiente llegaría Fabián de Marruecos después de semanas de ausencia, y la promesa de él era llevarla a cenar en algún lugar. Volviendo del gimnasio a las seis de la tarde, se colocó el bikini, y se dio un chapuzón. El hedor diario, convirtió sus chapuzones en martirios, decidió por si misma desmantelar esa pequeña montaña de rocas, con gran esfuerzo sacó las rocas una por una, encontrando al fondo una tapa redonda de metal con candado. Se dirigió al sótano a buscar herramientas, y acarreó una cizalla, después de un esfuerzo rompió el candado y levantó la tapa.

El grito lastimó su garganta, desprendió unos pasos del suelo, hasta caer de espaldas a la piscina. Nunca sus ojos evidenciaron tanto horror. El pequeño pozo tapado contenía dos cuerpos desnudos de mujeres en avanzado estado de descomposición, ambos cuerpos estaban descuartizados y los miembros encimados, y las cabezas muy inflamadas casi irreconocibles, solo los ojos le pareció haberlos visto alguna vez.

Le costó esfuerzos salir de la piscina, sintió sus piernas y brazos debilitados. La cizalla flotando en el agua rozó su brazo. Corrió por el interior de la mansión, tapándose la boca por la náusea, el vómito la detuvo, y se dio tiempo a expulsarlo ante de continuar su ansiosa corrida. “Saldré lo  antes posible de aquí y llamaré a la policía.”

“El día que yo me decidí a abandonar mi casa, ojeaba el periódico, y había fotos de chicas desaparecidas, esas cabezas son de esas chicas.” Empezó a llorar tomándose el rostro con ambas manos. “Ahora mismo salgo de aquí” 

Avanza unos pasos, intentando reponerse recostada sobre el fregadero de la cocina. Desde la ventana de la cocina observa el lento abrir del portón, y entró rápidamente una camioneta Hummer. Del lado izquierdo desciende Fabián tirando sus gafas al suelo, caminando pasos chanfleados con el rostro apesadumbrado. Se recuesta por la Hummer y su cavidad bucal expulsa unas cataratas de vómitos. Otros tres hombres descendieron de la camioneta,  un calvo musculoso, y dos rubios, y empezaron a vomitar. Lourdes los miraba silenciosamente. Terminado esta ceremonia, los cuatro sujetos entraron a la mansión. Ella se escondió dentro de un placar de una de las habitaciones para huésped, llena de tensión y adrenalina. 

—Fabián —gritó una voz ronca, y se escucharon los pasos dificultosos acercársele al gritón.

—¡Qué carajo!-Busquen a esa perra y mátenla. —Gritó Fabián.

La búsqueda fue larga, Lourdes sintió un jalón del cabello que la sacó dentro del placar, el calvo la arrastró hasta la sala, Fabián y los personajes rubios vomitados y respirando por la boca, la miraban perplejamente.- ¡Perra te metiste donde no debes!, te di la oportunidad de vivir aquí, y me espiaste.-Dicho esto, la arrastró a su habitación y la esposó.- ¡Si no gritas vivirás, si gritas te mataré! Teniendo lágrimas en los ojos aprobó con un movimiento de cabeza, Fabián le aplica tres trompadas rompiéndole la boca y nariz. Esa noche la joven escuchó por los pasillos vómitos continuados, gritos de dolor, y el comentario de portar fiebres.

Esa noche durmió sola, los otros días se bañaba acompañada de Fabián, y le traía el desayuno, comida y cena, en la prisión de la habitación. Todas las noches dormían juntos. Una de las noches el calvo vomitó tanto  y afiebró, que los otros tres debilitados lo asistieron. Las quejas de dolor y vomito fueron costumbres cotidianas. Al poco tiempo Lourdes adquirió los mismos síntomas, siendo atendida desinteresadamente por los sujetos.

Nueve meses después, el estómago de Lourdes creció igualando el tamaño de una pelota de fútbol, a pesar de no evidenciar contracciones Fabián la lleva a la capital, a un sanatorio privado, bajo la condición de no abrir la boca, ella aceptó. En la internación, aprovechando la ausencia de los sujetos, sale del sanatorio, aborda un taxi y se dirige al conventillo, al entrar en la habitación que era su casa, las pertenencias familiares no estaban. Una señora sesentera, con apariencia de yuyera que sería ahora la inquilina de la pieza la recibe con compasión.

—Hija, ¡vas a dar a luz!, ¿dónde está tu gente? —preguntó la yuyera.

La señora negó tener conocimientos de la familia, asegurando que hace tres meses vivía allí. La puerta se abre violentamente, Fabián con los tres sujetos disparan las paredes. La señora a pesar del susto, convence que no hay tiempo que perder y pide al cuarteto a ayudar a parir. Fabián acepta ayudar.

Lourdes hizo esfuerzo de parto varias veces. En el  suelo se oyó llantos. La yuyera reconoce a Fabián. —Es usted el asaltantante Fabián Mendoza, apodado el yacarepó, usted asaltó muchos camiones blindados y cajeros automáticos, y por eso hizo una fortuna.

—¡Cállate vieja puta! —Gritó Fabián mientras sirenas de la policía avisaban su llegada. 

Lourdes dificultosamente se puso de pie. Fabián la apuntó con la pistola. El disparo produjo un adormecimiento indoloro.

La apertura de los ojos, ocasionó una pequeña debilidad entumecida. Preguntó después de una mirada larga y estática  ¿dónde estoy?

Un médico respondió. — Has estado en coma seis años, tuviste suerte de no haber muerto.

En el hospital le informan, que Fabián y los secuaces fueron acribillados por la policía en la misma habitación donde la yuyera la asistió. Su mamá está en Europa con sus hermanos. 

—Esto es para usted, nos llegó hace cuatro años, y nos ordenaron entregársela cuando salga del coma, y se nos prohibió abrirlo. —Explicó la enfermera alargando el brazo mostrando un sobre a Lourdes.

Acostada en la cama toma el sobre. — ¿Quién lo trajo?

—Una señora vestida con aspecto pobre y humilde, no quiso dar su nombre, solo dijo que usted la conocía.

Al leer la carta, se da cuenta que la misma era la yuyera que la socorrió. La yuyera le indica el lugar donde encontrarla. Mientras leía abrió los ojos tomándose la mano izquierda por la cabeza.

Después de meses de buena alimentación y fisioterapia, busca la casa de la yuyera.

Se dirige al campo una mañana bien temprano. Un largo recorrido alternando a bus y a pie, la conducen agotada a una granja sin animales, esqueletos de los mismos eran los habitantes, lentamente entra en la casa a un costado de la granja, un susto invadió su interior. La fusión de olores a césped rociado, y putrefacción carnal, destruyeron totalmente el bello perfume natural de las plantas.

Sobre una mesita que contenía un farolito, reconoció un rostro sonriente más joven que cuando lo tenía en frente. La yuyera con treinta y algo de años miraba sonriendo encerrada en un portarretratos. Al pasar el umbral de un lugar que pareció ser el comedor, varios esqueletos humanos se encontraban en el suelo. Su temor aliado con el mutismo estaba a un paso de estallar en ella una crisis. El maloliente hedor ambiental invadió su respiración y cavidad bucal.

Al lado de un armario, su grito fue inevitable al presenciar el cuerpo de una anciana atravesado por una lanza en el cuello, el cuerpo tenía la boca abierta al igual que los ojos, los miembros totalmente arrancados. La pudrición se acompañaba con gusanos que carcomían el cuerpo. Lo reconoció, y no había dudas que era el cuerpo de la yuyera. A pesar del susto siguió avanzando.

Llega a una pieza sucia, manchada de sangre, vio a un niño bebiendo sangre con ambas manos juntas, y se manchaba el mentón con la misma, otro niño al lado comiendo sin repugnancia carne cruda estirando entre sus dientes y su mano, de manera que la carne estaba tensionada. El tercer niño que solo estaba sentado sin comer y beber parecía estar meditando sentado y con los ojos cerrados. Los tres niños eran similares, tenían cráneos encorvados hasta la coronilla, pómulos aplastados, y estaban desnudos. La posesión de cada uno de lanzas les daba apariencia de neandertales.

A pesar de estos actos entra en la habitación, no podía hablar, la respiración le era dificultosa. Los niños al percatarse de su presencia, dejan sus actividades, y con gruñidos y tomando sus lanzas se ponen de pie con la mirada fija en ella. Los niños neandertales gruñían sonidos guturales inentendibles, consistente tal vez en una serie de preguntas y respuestas en un dialecto pre histórico.

Los tres pequeños neandertales empezaron a caminar gruñendo y con lanzas en manos hacia Lourdes, volteó y corrió saliendo lo más rápido que pudo de la casa, a medida que corría sentía los pasos veloces y gruñidos de los salvajes tras ella. Su pie se tuerce en la corrida y cae boca abajo en los pastizales descuidados y abandonados. Intentado reponerse, se coloca boca arriba, y los neandertales la rodean. Sin la posibilidad de levantarse, a la vista de estos salvajes sobre ella, pone las palmas de sus manos sobre su arrugado rostro forzado por el temor. Un primera lanzazo le perfora el abdomen, otro el muslo muy cerca de la rodilla.

Las lanzas clavan su cuerpo, su resistencia de amortiguar algunos lanzazos laceraron más sus manos, su cuerpo se convirtió en un blanco de lanzazos con salidas de lágrimas de sangre, sus gritos desesperantes no daban esperanza de auxilio.

Inesperadamente unos sonidos de armas de fuego sonaron, los neandertales tomaron sus lanzas y corriendo regresaron a la granja. Lugareños con rifles se acercaron y empapándose de sangre la cargaron y llevaron.

Despierta en el mismo hospital donde despertó del coma, en la misma sala de terapia intensiva.

Lourdes tiene usted mucha suerte, tubo perforaciones de heridas por muchas partes del cuerpo, y en zonas vitales, recibió lanzazos que la perforaron, pero se recuperará. Usted perdió mucha sangre, pero por suerte su grupo de sangre fue fácil encontrar. Dos sujetos la encontraron ensangrentada y dijeron que tres niños deformes y salvajes la atacaron con lanzas. Ellos la trajeron al hospital.-Afirmó el médico de guardia.

—Ya no entiendo lo que pasa —.Afirmó Lourdes muy confundida.

—¿Qué fuiste a hacer a ese lugar?

—Aquí en el hospital me entregaron la carta de la yuyera, la misma decía que estaba cuidando a mis hijos, y me señalo su granja en el campo, y ahí fui con la esperanza de encontrar a mis hijos.-Respondía Lourdes acostada en la cama, y no queriendo consumir el desayuno que tenía en frente.

—Sus hijos, por años la policía los buscó, nos enteramos de su existencia por las declaraciones de uno de los moribundos secuaces de Yacarepó, era un rubio que ahora su nombre no recuerdo. Nuestro error fue ser obedientes al pedido de la yuyera en no abrir el sobre, si lo hubiéramos hecho muchas cosas se hubiesen esclarecido.

—Me causó una gran sorpresa al enterarme que eran trillizos. En el momento del parto solo escuché llanto de un solo bebé, pero la situación del momento me impidió notar que eran tres. No los pude ver en el momento.

—Le entiendo en ese momento se sentía amenazada, y es lógico que no perciba, ni preste atención cuantos bebes traía al mundo. — ¿Nunca se hizo controles prenatales?

—Jamás, Fabián me tenía esposada todos los días en mi habitación, yo lloraba a veces de dolor, solo cuando le dije que iba a parir me trajeron a la capital.

—Lourdes, ahora creo que  aún hay muchos agujeros que tapar, usted fue novia del famoso delincuente Fabián Mendoza más conocido como el Yacarepó, era un asaltante de cajeros automáticos, que robando y robando se hizo de fortuna. El mismo día que usted dio a luz a trillizos en una habitación de un conventillo, Yacarepó le dispara en la cabeza dejándola en coma, y despierta seis años después. Ese mismo día la policía mata a balazos a yacarepó y sus secuaces, la yuyera se lleva a sus trillizos para cuidarlos.-Hace una pausa. -¿Dígame, yacarepó y los secuaces tenían síntomas de vómitos, fiebre, dolor de cabeza?-Preguntó el médico de guardia.

—Sí, me acuerdo que vomitaban y escuchaba quejas de dolor de cabeza y fiebre-Contestó pálidamente Lourdes.

—¿Eso ocurrió después de un viaje?

—Sí, creo que venía de Marruecos.

—Eso confirma nuestra sospecha, yacarepó no fue a marruecos, venían de áfrica de realizar un negocio turbio y en ese entonces contrajeron el virus del syka, los síntomas empeoraron cuando llegaron al país.

—¡Queeee! ¡noooooooooooo! -Gritó Lourdes.

Se estiró en la cama, cerrando los ojos fuertemente.

La mansión de enfrente

Margarita Moreno 


Gonzalo sale cada mañana vistiendo pants, sudadera gris, gorra de lona y tenis deportivos con vivos plata, su médico recomendó caminatas de al menos treinta minutos al día y aunque en principio sufrió la pereza de levantarse a las seis de la “madrugada” para ejercitarse, el bienestar obtenido lo anima a seguir. Ya no le falta el aire al primer minuto, inhala por la nariz y exhala por la boca, marcha levemente inclinado al frente, apoya fuerte los pies sin estrés en las articulaciones, lleva hombros relajados, rítmico movimiento en los brazos, corre ligero con zancadas uniformes, armonizadas con el ritmo estable de sus audífonos. Avanza admirando la extraordinaria belleza del paisaje urdido entre roca volcánica, vieja ofrenda de un volcán inerte, soberbias mansiones surgen entre verde boscaje en verano y el ocre mustio del invierno, amparadas por árboles robustos y vigiladas por la arquitectura sencilla y sobria de la parroquia del lugar, es el barrio más prestigiado de la ciudad, se siente privilegiado de vivir en sitio tan estupendo.

Regresa a casa trotando sobre el arroyo de la calle de largos bloques, finalmente dobla en la última esquina, de pronto, la bocina de un claxon lo hace saltar instintivamente sobre la acera, gira la mirada, un camión de mudanzas pasa a su lado y aparca enfrente, tres hombres bajan del vehículo y empiezan a descargar un lujoso menaje que llevan a una casa que apenas se ve al fondo del camino cubierto de robles...  

―¡Vaya! No sabía que hubiera una vivienda entre los del Valle Salas y los Murillo Portugal... seguro siempre ha estado ahí, no podría ser de otro modo, piensa mientras cruza el jardín de su casa, llega al porche y abre la puerta de entrada...

―¿Gonzalo, ya volviste? La voz de su esposa lo saca de sus pensamientos.

―Sí querida, dice, mientras sube la escalera hasta la planta alta.

―Mi amor, te detuviste al lado de la mudanza, ¿sabes quién se cambia enfrente?

―¿Me espiabas linda? No lo sé, ni logro recordar la casa, es como un déjà vu, tengo la sensación de haberlo vivido ya...

―¿Vivido qué?

―Esto, de no tener presente ese lugar, saberlo ahí, sin idea de un solo detalle y a la vez conocerlos todos. ¡Qué extraño! 

―¡Por favor querido! ¡Siempre ha estado! eso creo, ¿o no? bueno, ¡qué importa! Lo relevante es quién se muda, ojalá sea alguien interesante o famoso o cuando menos agradable, ¡como nosotros! dice con su natural arrogancia y desenfado.

Cristina es muy joven, apenas pasa de los treinta, heredera de una de las firmas farmacéuticas más importantes del país, es rubia, esbelta, hermosa, sofisticada y excesivamente caprichosa, ilustrada en hacer cabalmente su voluntad, incluyendo su matrimonio con Gonzalo el antiguo novio de Lis, su mejor amiga. A ella la conoció en un desfile de modas que su madre organizó, italiana, curvilínea, de negra melena, hermosos ojos verdes y risa cristalina, lució con elegancia un espléndido vestido que enamoró el gusto de las damas y su fresca belleza cautivó a los caballeros, ―es como un lienzo hiperrealista, musito el padre de Cris. Durante el brindis Lis y Cristina charlaron animadamente y a partir de esa reunión se vuelven inseparables.

Durante los meses siguientes la amistad y la confianza crece, comparten confidencias y anécdotas, se relatan sus sueños y planes futuros, Lis le dice que nació en Siena, su padre es un excelente pintor que no ha logrado destacar en el mundo del arte, siempre enamorado de su madre que lleva sangre gitana en las venas.

―¡Lo sabía! Ya me imaginaba yo que tu belleza provenía de un amor de película, comentó Cristina.

―¡Vamos! No digas eso, que soy como cualquiera, dijo divertida Lis.

Una tarde, ella le pide a Cris la ayude a preparar una velada para despedir a su prometido, que viaja a titularse como Master en “Carácter artístico de la arquitectura y el paisajismo” en la prestigiada Academy of Fine Arts, de Frankfurt, Alemania.

―¡Encantada! Soy experta en eso de organizar reuniones y por fin conoceré al novio que tanto mencionas.

―¡Grazzie, seguro van a simpatizar, le he hablado mucho de ti, también desea conocerte.

―¿Ya tienes fecha? ¿Qué tienes pensado?

―Pues apenas y hay tiempo, él viaja en dos semanas y mi presupuesto es limitado, he pensado en algo muy sencillo, nada ostentoso ni ruidoso, pocos invitados y…

―¿Por qué? ¿No es una fiesta? ¿Es viejo tu enamorado?

―¡No!, no, solo algo quisquilloso, reservado…

―¡Vaya! Es “avinagrado” o algo así…

―¡Ay no!, él es maravilloso, solo que… es una larga historia, su madre los abandonó cuando era niño, apenas la recuerda, su padre lo educó severamente y no gusta de fiestas estridentes, reprueba que las mujeres se embriaguen o sean frívolas y no…

 ―No te mortifiques amiga, comprendo perfectamente, deja que me encargue de todo, confíame el dinero que vas a invertir, yo haré que luzca, no te arrepentirás… ¡Por favor!

―¡De acuerdo! ¡Grazzie!

El dinero de Lis, no paga siquiera los bocadillos de entrada, amén de la pasta con salmón y alcaparras, el rollo de carne bañado con salsa de queso y tocineta, la guarnición de papa y romero, el pastel de cuatro chocolates y pistache, los tintos, brandy, whiskey, las sodas, hielos, cigarrillos, mentas con cacao, el alquiler de manteles y cristalería, consola de sonido y karaoke para animar la velada. Esa tarde, cuando Lis abre la puerta de su departamento, un pequeño ejército transforma su salita de estar en un espacio perfecto y acogedor. Imaginando lo que su amiga ha desembolsado, le telefonea de inmediato.

 ―¡Cris, esto es demasiado! Habíamos quedado en…

―¡Lis, querida! ¿No te encantó?

―¡Sí, claro!, pero sobrepasa por mucho mi presupuesto y…

―¡Nada de peros! No te agobies por eso, he pensado que… puedes darme clases de italiano y asunto arreglado, no acepto una negativa ¿eh?

―¡Ese no es el punto! Lo que quiero decir…

―¡Por dios, somos amigas! Nos vemos al rato y lo arreglamos, ¿Ok?

―Está bien, está bien…

Cristina llega a la reunión acompañada de su primo, Lis les presenta a unos camaradas de Gonzalo que esperan animados con la idea de sorprenderlo, a las ocho y media suena el timbre del interfono, todos guardan silencio, el festejado cruza la puerta y estalla la fiesta entre aplausos, risas y abrazos, pero… cuando Cristina lo mira queda embelesada, su cuerpo se estremece al estrechar su mano, percibe esa voz grave acariciando sus oídos, ¿amor a primera vista?, no lo sabe aún, sin embargo, al instante juzga a su amiga “poca cosa” para él y a este ideal para sí misma, se siente como niña encaprichada por un juguete que no le pertenece y ella lo que desea siempre lo consigue a cualquier precio. Durante la cena, mientras se disfrutan los platillos, Cristina no deja de pensar en el novio de su amiga, así que no tiene empacho en urdir una sucia trampa para robárselo sin compunción, de pronto, recuerda que en su bolso guarda un ansiolítico, lo saca sin dudarlo y a la primera oportunidad descarga un sinnúmero de gotas en la copa de la italiana, enseguida propone un brindis por el viaje de Gonzalo, minutos más tarde, su ingenua “rival” comienza a perder la compostura y antes de la medianoche la fiesta ha terminado, los invitados se han ido, Lis duerme profundamente en el sofá de la sala y su desencantado novio charla con una impecable amiga… Cristina.

―Creí conocerla bien y estaba muy equivocado, ella ha estado…

―Ella, estaba muy feliz por ti, vamos, una borrachera la tiene cualquiera, no pasa nada, eres injusto…

―Y tú, una buena amiga, hasta pronto Cristina, dice besando su mejilla, mientras ella cierra los ojos triunfante.

La mañana siguiente Gonzalo llama para despedirse de su novia, pero Cristina que se quedó a cuidar a Lis le dice que sigue indispuesta, por supuesto jamás se lo cuenta a su amiga y mucho menos le entrega el número telefónico que Gonzalo dejó, él no llama de nuevo y la relación parece agonizar para alivio de Cris. Tiempo después, un camarada de Gonzalo le avisa a Lis que él estará de vuelta en tres semanas y desea verla a su regreso. Ella está feliz y Cristina vuelve a tejer telarañas en su mente.

Un día invita a Lis a comer y le pregunta en tono cariñoso, ―amiga, ¿por qué no viajamos a Italia? Así no extrañarías tanto a tu ingrato amor.

―¡Sería fantástico! hace tanto que no veo a mi familia. No, imposible, ¿olvidaste? Invertí todos mis ahorros en la infausta reunión, en este momento ni siquiera puedo costear un celular, menos un viaje, dijo nostálgica la joven de Siena.

―Mi padre nos obsequia el viaje, ¿qué dices?

―¡Non posso crederlo! Tu papá es muy generoso, pero, no es el momento, además, Gonzalo regresa en breve y quiero recibirlo... ¡Dios, no sé qué decir!

―Di que sí, ¡vamos! Falta casi un mes para que tu novio vuelva, nos divertiremos mucho, ¡por favor Lis!

―Está bien ¡Sí, acepto! ¡Grazie mille cara mía!, grita abrazando a su benefactora.

―Gracias a mi padre que ya tiene los boletos, el único inconveniente es que viajaremos separadas de ida, pero el resto, ¡te juro será una gran sorpresa para ti! Exclamó triunfante Cristina.

Y así sucedió, Lis viajó sola y muy emocionada, Cristina se encargó de todo, pero jamás llegó al aeropuerto Leonardo da Vinci, ella voló al Charles de Gaulle a gastar unos días dispuesta a regresar por Gonzalo, quien después de los acontecimientos y el inexplicable silencio de su novia “se tragó” el cuento de que al llegar a Siena ella lo olvidó en brazos del apuesto amigo que las recibió en Roma.

La sorpresa que su amiga le auguró, resultó muy cruel, Elisabetta esperó largas horas en la terminal aérea, sin celular y con poco efectivo, apenas le alcanzó para llamar a su padre quien la rescató al día siguiente. Se angustió imaginando que algún accidente o problema serio había detenido a Cris, en casa de su familia intentó llamarla, le informaron que vacacionaba en Paris, estaba muy confundida, no entendía que estaba sucediendo. A las pocas semanas, Lis consigue un trabajo para modelar en Milán y por fin reúne lo suficiente para volver a enfrentar la realidad; necesita explicaciones, apela al amor de uno y la amistad de la otra, pero ya es demasiado tarde, Cristina ha capitalizado su ausencia, personalmente recibió a Gonzalo a su vuelta de Alemania, lo acompañó e indulgente le reveló la deslealtad de Lis, escuchó su congoja, lo consoló, y finalmente lo sedujo arrastrándolo a una boda tan fastuosa que aún hace eco en familia y amigos de la pareja.

Elisabetta Macci al fin lo ha comprendido todo, sabe que ha perdido la partida, lo único que desea es volver sobre sus pasos, un aguijón de rabia cala su garganta, sus labios tiemblan y apenas puede hablar, el dolor desborda el mar turquesa de sus ojos, se siente herida, traicionada, su pecho se escalda de furia, una chispa diabólica brilla en su mirada y en un arrebato de odio los maldice, en ese mismo instante, las campanas de la parroquia llaman a misa. La pareja se estremece y se abraza en silencio, la ven alejarse, una sensación de incertidumbre y nostalgia punza el pecho de Gonzalo y un calofrío trepida la espalda de Cristina.

―Palabra de un corazón iracundo es arma letal Cris y a dueto con la voz de una campana, ineludible verdad, le había dicho Lis una tarde.

Diez en punto, Gonzalo conduce su auto deportivo al trabajo, con cuarenta años cumplidos, piel bronceada y cuerpo atlético es el arquitecto más destacado de la ciudad, sus diseños vanguardistas y lujosos son altamente cotizados y apetecidos como si fueran de Werner van der Meulen. Su tiempo no le pertenece, el despacho ya tiene obligados los siguientes cinco años para proyecto y construcción de residencias, edificios y centros de recreo, hay contratos suscritos en el país y el extranjero. Ama profundamente su trabajo, lo disfruta al máximo y es tan altamente remunerado que no tiene queja alguna, agradecido con la vida se siente bendecido por el cielo. No obstante, lo que mina su energía, cuerpo y paciencia es la bulliciosa y desgastante vida social que demanda la profesión y su frívola esposa.

El asunto de la disimulada casa lo intriga y el recuerdo de Elisabetta se agiganta en su gana y su añoranza, es como si nunca se hubiera ido, la intuye, percibe su perfume, escucha su voz y su risa contagiosa en el viento.

―¡Qué rayos! necesito vacaciones, concluye al llegar a su oficina.

Mientras tanto Cris, con binoculares en mano sube al ático, muere por observar a detalle a los nuevos vecinos, los hombres de la mudanza a lo lejos le impiden la visión al otro lado de la calle, solo mira una gata negra que ágil se desliza en el tejado y se filtra por una ventana.

―¡Maldición, cerraron la puerta! ¡No vi nada!, protesta.

Hay mucha actividad en el vecindario, jardineros, pintores, diseñadores, un ir y venir de vehículos con logos y personal diverso, en pocos días, la mansión que nadie había notado, luce como un hermoso palacete, la morada de los Murillo Portugal una de las más notables y fastuosas construidas en esa zona, palidece de envidia al lado de esa joya arquitectónica, lo mismo que Cristina quien comienza a dejarse llevar por su ego, no puede permitir que su residencia se vea opacada por algún excéntrico ridículo, empeñado en remozar un palacio solo… ¡para humillarla! y luego está esa gata de mal agüero que... por cierto parece... espiarlos, ¡sí!, esa es la palabra, esa sabandija es una espía, repetía ella, como si fuera una médium en trance.

Por su parte Gonzalo está fascinado con la construcción palaciega frente a él, una pequeña villa estilo francés contemporáneo barroco, una edificación antigua discretamente restaurada, remozada con ecléctico primor, una fusión de estilos, definitivamente Art Nouveau, un diseño de autor. Por las noches, recorre en sueños su interior hilvanado con luz tenue y relajante filtrada por un vitral de mariposas azules, sube con deleite la sinuosa curva de la hermosa escalera, sus pies desnudos miman el suave felpudo que arropa cada escalón, sus manos delinean suaves caricias en la caoba grabada que remata la baranda tejida con hiedra de metal, a su lado, la felina serpentea blandamente el cuerpo entre sus pantorrillas, ronronea regalona, irradia pasión por sus ojos mares, entonces él despierta exaltado por la onírica visión.

Mientras, Cristina está padeciendo extrañas y absurdas emociones, nunca antes deseó tanto una cosa o persona alguna, ni siquiera cuando decidió casarse con Gonzalo, ella simplemente lo tomó para sí, segura y sin la menor contrición. Lo que le gusta es suyo y punto, pero, la mansión de enfrente no le pertenece y la codicia, siente indignación de saberla ajena. Está obsesionada, desatinando pensamientos, obcecada con la idea.

Finalmente, contrata un detective privado para conocer la identidad del dueño vecino. Sus sentidos están muy alterados, en las madrugadas despierta erizada, jura que la minina salta del tejado a su habitación para observarla mientras duerme, escucha sus maullidos desafiantes, la presiente su enemiga, está perdiendo el juicio. El médico determina “agotamiento nervioso extremo” de aquí su ansiedad, insomnio, ritmo cardíaco acelerado, su mente es incapaz de pensar con claridad, no es demencia, solo necesita reposo. Receta antidepresivos y somníferos, ella duerme un día completo.

Al siguiente día Julio Lu, el detective privado la visita para informarle que la casa vecina pertenece a una misteriosa joven que ha heredado, de una tía lejana, una fortuna formidable, con la única condición de compartir una vida de lujo y confort hasta el fin de sus días con Eli.

—¿Quién es Eli? Pregunta.

—La mascota de la difunta. Contesta Lu.

—¡Qué! ¿Un animal?

—Ni más ni menos que la gata negra instalada en la mansión de enfrente.

―¡Eli Mata Hari! exclama burlón Gonzalo soltando alegres risotadas, creo que ya dejarás de lado tus temores querida, es una inocente gatita huérfana y millonaria, y se aleja riendo festivo.

Una noche, la luna rueda en el cielo como naranja de cristal, una farola ambarina ceñida con halo dorado, en el tejado vecino, como esmeraldas marquís los ojos de Eli cintilan, su pequeña lengua rosada lame sus patas con absoluta liviandad, Gonzalo la observa extasiado, percibe en la piel cada lengüetazo, cierra los ojos ideando a esa grácil criatura resbalando delicias en su cuerpo desnudo y él besando febril a la menuda y profana felina, flotando en el mar calmo de sus pupilas; impresionado por sus ideas lascivas abre los párpados, al otro lado de la calle, la visión esmeralda atina de nuevo en su deseo, una descarga de adrenalina impacta su plexo solar, sin decir palabra sale descalzo de su habitación, baja la escalera hasta el recibidor y abandona la casa, a grandes zancadas alcanza la calle, atraviesa el jardín vecino y llega a la entrada, la puerta está abierta, el camino a la estancia se perfila con el brillo lunar hasta el pie de la escalera, ¡ella está ahí!, soberbia, hermosa, su verde mirada le sonríe, él siente que sus piernas se ablandan, trémulo la estrecha entre sus brazos, suben juntos la escalera, pasan lento a la alcoba nupcial el instante es de mágico delirio, ella murmulla mimosa en su oído, él une su boca a la de ella chistando sobre sus labios un ruego de perdón en cada beso...

―¿Cómo pude ser tan ciego? ¿Cómo pude abandonarte? 

―Siempre te he amado, ¡perdóname! Eli, Elisabetta, Lis, tú, la misma, voy contigo para siempre…

Tras su esposo corre Cristina, lo llama, pero él no puede escucharla, como un autómata sale de la casa azotando la puerta tras de sí, del otro lado de la calle el portón se abre para él y se cierra para ella, desesperada golpea fuertemente necesita entrar, está horrorizada, su engreída conciencia está por confirmarle que la perfidia y la codicia son una grave opción, pero el desenlace… es ineludible. Enloquecida sigue aporreando la entrada, el vecindario se despierta, se encienden todas las luces, la policía se hace presente y después de varios intentos echan la puerta abajo.

La autopsia revela que el famoso arquitecto Gonzalo Núñez y Núñez, murió de un infarto fulminante al miocardio.

¿Qué hacía postrado en el lecho de la casa de enfrente? Su esposa muy afectada declara que Gonzalo había estado trabajando en exceso y con mucho estrés, su último electrocardiograma previno un soplo en el ventrículo izquierdo, el médico recetó descanso, vitaminas, ejercicio y cero impresiones fuertes. Esa noche llegó exhausto del trabajo, cenó ligeramente, se enfundó en su pijama, lavó sus dientes, salió del lavabo, apagó la luz de la habitación y la luna matizó de plata el cortinaje de la ventana, atraído por el bello efecto de luz se acercó al ventanal para mirar, una silueta se dibujó en el umbral de la mansión vecina, alarmado salió a investigar, pero el impacto de toparse de frente con el intruso le provocó el infarto.

―Fue ella, ella que regresó por él, fue la maldición, fue ella, ella... susurra Cristina entre lágrimas y el tañer de las campanas de la parroquia. 

miércoles, 20 de abril de 2016

Pretty Nails

María Elena Rodríguez 




Eran sensaciones; pero dentro de ellas había elementos increíbles de tiempo y de espacio...
cosas que en el fondo poseen una existencia clara y definida.

Howard Phillips Lovecraft
Hypnos


Once y treinta en punto, Fernanda deja la sala de espera. Acompañada de una de las empleadas de Pretty Nails, sube las gradas para dirigirse hacia las sobrias estaciones de trabajo que tiene el lugar, su turno está previsto justamente para esa hora.

—Bienvenida señora Fernanda —le saluda Manolo, el dueño del local.

Pretty Nails es un establecimiento donde se colocan uñas acrílicas, una costumbre ya muy extendida en la actualidad; son más o menos cinco años desde que Fernanda optó por esa moda.

Prefiero llevar uñas acrílicas, realmente es lo más práctico, no tengo que estar con el problema de que se me quiebran y malogran cuando hago alguna actividad en  casa,  mis uñas siempre han sido frágiles; me molesta un poco ir a las sesiones de mantenimiento;  para que se conserven bien, tengo que ponerme el relleno acrílico cada dos semanas, y eso no se hace  en menos de una hora, no soy paciente con estas cosas. En fin, es el costo de la vanidad, de paso aprovecho y salgo un poco, me distraigo, cambio de ambiente.

Desde hace seis meses me atiendo en Pretty Nails, antes lo hacía en otro local, he preferido este lugar porque está ubicado a media cuadra del edificio donde vivo con mi esposo, vengo caminando.

Manolo compró este negocio recién hace cinco meses, como nuevo dueño, he visto que está renovando al personal, me parece que son ya cuatro hombres los recién empleados. Manolo es cordial, la verdad, no sé, no me gustan los prejuicios, sin embargo me da la idea de que los varones cuando se dedican a estos temas “de mujeres”, lucen especiales. Las manicuristas trabajan bien, no lo niego, pero algunas son bruscas, y otras en extremo impertinentes, creen que pueden preguntar cualquier cosa, mientras ruidosamente mastican chicle.

¿Y a su esposo le gusta que se ponga uñas postizas?, ¿a dónde se va de vacaciones este feriado?, ¿por qué solo se hace el pintado francés?, ¿si ya no trabaja, entonces qué hace?

Fernanda  está molesta,  a pesar de que tiene cita, le están haciendo esperar.

Mireya, la muchacha que estaba designada para atenderme, no podía desocuparse, terminó su labor con una cliente, pero ella no dejaba de hablar sobre el caso de un robo que le habían contado que le pasó a una vecina suya muy cerca de aquí; yo me empecé a impacientar, Manolo se dio cuenta, muy cordial, se acercó y tomó mi bolso.

—Señora Fernanda, enseguida le atiende Mireya, su cartera la colgaré en la percha que tenemos en el mostrador principal, póngase cómoda.

Manolo toma de sorpresa a Fernanda con esa acción, ella solo alcanza a sacar su móvil; siempre que va  a ponerse el relleno, coloca la cartera en el regazo y paga por adelantado para no estropear después las uñas recién pintadas, pero ahora no lo pudo hacer. Fernanda sigue parada frente a la estación de trabajo de Mireya, revisa el teléfono en busca de algún mensaje, particularmente de Braulio, su esposo, pero a él no le gusta comunicarse de esa manera, se resiste a ello.

Si quieres decirme algo lo haces personalmente, nada te cuesta marcar el número de teléfono, no es necesario que cada tres minutos me digas lo que vas a hacer o me preguntes qué hago, ¡pareces una adolescente!, yo estoy siempre aquí… así es, siempre ahí, encerrado en el departamento, ausente, haciendo casi nada, ¡ah, cierto!, armando rompecabezas, me da la idea de que me estoy habituando a esta rutina, me siento como domesticada en el desengaño, no me imaginé terminar así.

Últimamente Fernanda, como aferrándose a un salvavidas en medio de un desconocido y amenazante océano, evoca permanentemente instantes sobrecogedores cuando empezó su relación con Braulio, hace cuarenta años; ella tenía veinte y él veinte y cinco. Recuerda cuando una y otra vez, recuperados de la entrega mutua, leían juntos la poesía de Cernuda, el poeta testigo de su amor juvenil.

Libertad, no conozco sino la libertad de estar preso en alguien;
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío, alguien por quien me olvido
de esta existencia mezquina…

Se hicieron novios en la universidad, los dos estudiaron literatura, su pasión por las letras a cada uno le llevó a la docencia universitaria, ahora son  maestros jubilados.

—Manolo, por favor, ¿cuánto más debo esperar?, ya son las once y cuarenta y cinco —preguntó Fernanda en medio de sus remembranzas.

—Señora Fernanda, pase acá por favor, ahora mismo le atienden.

Fernanda se ubicó en la estación de trabajo contigua; mientras se instalaba, miraba incrédula cómo la cliente que atendió hace rato Mireya, seguía hablando. Al sentarse se saca los anillos, menos la alianza matrimonial, nunca se la quita, en ese momento se acerca Renato.

—Buenos días señora, le atiendo enseguida, pero antes de nada, por favor deme sus datos completos para hacer la factura —le dijo.

—Es la primera vez que me piden esa información —respondió ella.

Renato le contó que la oficina de tributación fiscal había implementado nuevas normas, y por lo tanto, a partir de los veinte dólares de tarifa debían entregar factura. Sin que intermedie ningún tipo de réplica, Fernanda dio sus nombres completos, dirección exacta y número de teléfono. Luego hablaría con su hijo Pablo, él era quien se hacía cargo de  los temas financieros, tanto de ella como de Braulio. Él resolvería todo, a la final, les ayuda con algo de dinero, aunque generalmente no les hace falta. Les hizo vender la casa, escogió el departamento que debían comprar, qué tener, qué no; en fin,  las decisiones son de él.

Fernanda y Renato se miran fijamente y  esbozan una cómplice sonrisa mientras observan  a la indiscreta cliente que sigue hablando del robo. Fernanda no había visto  antes  a ese joven, se quedó sorprendida, le llamó la atención, debía tener alrededor de unos treinta años. Renato se dirigió al mostrador principal, entregó los datos para la factura, ahí estaba Manolo quien le daba algunas instrucciones, al tiempo que hacía una llamada telefónica. Mientras espera en la estación de trabajo, Fernanda recuerda lo último que  dijo a Braulio, con miras a tener un pasatiempo juntos.

He visto que aquí en el edificio tienen algunas actividades, ¿qué te parece si organizamos un club de lectura?... no, para nada,  la gente no es constante, además ahora ya nadie lee, ahora todos viven prendidos de esos ridículos aparatos, como tú.

Fernanda emana un  suspiro mientras Renato se sienta  frente a ella.

—¡Qué pena haberle hecho esperar! señora —le dijo.

—No se preocupe, no hay problema —responde.

Renato es un joven simpatiquísimo, no lo he visto antes, es delgado, atlético; sus manos lucen muy delicadas y hace el trabajo con sutileza, esos ojos pardos que tiene son… son… encantadores, no sé qué puedo decir de su sonrisa, y el hoyo que tiene en la mejilla izquierda, la verdad, me agrada.

Fernanda está cautivada por la simpatía del nuevo trabajador, casi no lo mira a los ojos porque particularmente en el momento en que él le sonríe, ella se siente  amedrentada.

No recuerdo la última vez que me impresioné así, es un hombre bello, ¡Dios mío, Dios mío!

—Me avisa si le duele —le dijo con una voz muy suave, cuando pulía sus uñas.

Él empezó a hacerle muchas preguntas, y en este caso a Fernanda no le resultaban molestosas ni impertinentes.

—¿Entonces vive muy cerca de aquí?, ¿su esposo pasa en casa?, ¿viven los dos solos?,  ¿son jubilados?, ¿así que fue profesora de literatura?, yo leo muy poco, es que no hay tiempo, ¿qué me recomendaría?, soy muy romántico…

Luego Renato se levantó un momento en busca otra lima de uñas para que le entreguen en el mostrador principal, cuando lo hacían, él intercambiaba algunas frases con Manolo. Fernanda está contenta, aunque no deja de pensar en su panorama personal. Salir a hacerse el mantenimiento de las uñas es una actividad especial que no le entusiasma mucho por el tiempo que se demoran, pero sin duda, ese día es diferente. Cuando conversa con Renato le invaden las reminiscencias de  su vida junto a Braulio, Pablo, su único hijo,  su nieto, su nuera, los  pocos amigos, las decisiones tomadas.

La casa es bella,  pero ya cumplió su función, es demasiado  grande, ustedes soy mayores, estaré más tranquilo si están en un departamento, ahí tendrán todas las seguridades. No importa, les sobrará dinero, eso pondremos en pólizas, les dará un rendimiento especial,  ¿no se puede pedir más?, el departamento tiene linda vista, una panorámica a la ciudad pero… ¡no alcanzan mis libros!, eso no importa,  me los llevo a mi casa, así cuando vayan de visita tendrán qué hacer, me voy a vivir fuera de la ciudad, no podré visitarles siempre, traten de salir, mi papá que ya no maneje, aquí tienen todo cerca, pueden ir caminando, tomen taxis solo con matrícula, no necesitan más, tener jardines es muy complicado, ustedes ya no pueden exponerse,  es preferible que  tengan un solo escritorio.

Renato culminó prácticamente la primera parte del trabajo, ya pasó  cerca de una hora y media; Fernanda mira el reloj en la pared, ella tiene calculado el tiempo, pero no siente apuro, se da cuenta que aunque se demore un poco más, Renato es sumamente prolijo. Le hace ahora un pequeño masaje en las manos, entrelaza sus dedos  con los de ella, Fernanda está a punto de desfallecer, de todas formas, no deja de sentirse avergonzada por lo que le sucede. Queda por unos minutos puesta un poco de crema exfoliante para las manos, hasta que haga su efecto de hidratación y limpieza,  él le enseña la carta de colores de esmaltes y diseños.

—Yo siempre me hago el pintado francés —dice Fernanda.

—¿Cómo?, pero ¿por qué no ensayamos con algo nuevo?, sus manos son muy bellas, mire le luciría muy bien una fina línea nacarada.

—No, no, la verdad es que no me gusta, prefiero solo una línea.

—Pero mire estos diseños señora Fernanda, le sentarían muy bien —insiste Renato.

Fernanda se sorprende, observa una cartilla con diseños de figuras de Halloween que pronto se celebrará, eran monstruos, calaveras, brujas, bosquejos que simulaban sangre derramada, cadáveres y más.

A Fernanda la verdad es que le encantaron esos diseños, y pensó que  se podría hacer solo para  divertir a su nieto, pero no se le ocurrió comentar eso, es una mujer madura, bien conservada, sin embargo, no quiso presentarse ante él como abuela.

—No, prefiero lo que siempre me hago, casi me convence, pero no —empieza a reír.

—¡Uy, Renato!, no insistas, la señora Fernanda solo se hace el diseño francés, nunca cambia, yo ya me hubiera aburrido —intervino una de las empleadas.

Después de unos minutos, Fernanda empieza a sentirse mal, mareada, piensa que seguramente es por el olor del acrílico que usan, es muy fuerte, y  el removedor de esmalte es penetrante, inclusive,  otras veces cuando le han  despintado las uñas, solían arderle los ojos. En ese momento, Renato que se levantó unos segundos antes, regresa con un pequeño recipiente blanco lleno de agua, le va a hacer el enjuague final de sus manos, tiene que sacarle toda la crema de  tratamiento para la piel que le había puesto, Fernanda, siente  más agudo  el mareo, decide no mirar a los ojos de Renato; cuando él lava sus manos, ella observa  el movimiento del  agua, se fija  con qué delicadeza hace su trabajo; da un suspiro fuerte y ligeramente cierra los ojos, al volverlos a abrir, en cuestión de imperceptibles segundos, encuentra el agua totalmente teñida de sangre, Fernanda se aterroriza, inmediatamente alza la mirada para  encontrarse con los profundos ojos de Renato; él se ríe, pero ahora esa sonrisa le parece burlona, sarcástica y maliciosa, entonces desvía la mirada, se agita, solo alcanza a ver un colgante  que luce él en su cuello, es una pequeña pero grotesca calavera, en los orificios de los ojos hay una diminuta piedra roja que brilla con intensidad; son leves segundos, mínimos como una fugaz pesadilla. En el momento  que retoma  la completa conciencia, Renato está envolviendo sus manos con una toalla blanca para secarlas, inmediatamente empezará a pintar las uñas de Fernanda. Ella mira el reloj,  han pasado casi  dos horas y media, le parece demasiado tiempo, se preocupa por  Braulio.

Cuando terminó Renato el trabajo, me puse mis anillos y me levanté apurada, Manolo me entregó la cartera, no tuve cuidado en sacar el dinero, no recuerdo de que me hayan dado una factura, en todo caso, salí enseguida. Llegué al edificio donde vivo, estaba con una ligera angustia que no sabía cómo verbalizarla.

Fernanda toma  el ascensor, su departamento es el ocho “C”, tiene vista a la ciudad y un diminuto balcón, al subir,  se mira al espejo y aprisiona su pecho, siente agitación, le duele ligeramente la cabeza, solo da un suspiro antes de salir. La puerta está  sin seguro, le parece extraño, al abrirla tiene un raro presentimiento, encuentra todo revuelto, su corazón sigue latiendo y siente como su cuerpo está tomado por el pánico, no dice nada, no reacciona, sus pisadas son tímidas, solo busca a su esposo.

—Braulio…  Braulio… Braulio…

Conforme camina, revisa cada lugar, cada rincón, llega hasta una esquina frente a la ventana donde suele pararse Braulio, lo encuentra tirado en el piso. Ella se acerca asustada, está  inconsciente,  se abalanza sobre él, empieza a llorar, tiene un corte en la cabeza, hay sangre derramada, cuando ligeramente golpea sus mejillas  y  él no responde, siente que  su corazón aun late, ella abrumada como está le parece estar viviendo un sueño,  en el momento en que toca el pecho de su esposo, mira sus uñas acrílicas y da un grito de pánico al fijarse que todas ellas tienen diseños diferentes: sangre derramada, carabelas, puñales, demonios. En medio de sus gritos desesperados, finalmente se desmaya.

Oscureció hace varias horas, la voz de Fernanda es lánguida y extenuada, ahora se encuentra tendida en su  cama,  junto a ella  está Tina, la esposa de Pablo quien con sumo cuidado le arregla las cobijas.

—¿Qué pasó? —pregunta con una voz que desfallece.

—Todo está bien Fernanda, no te agites, tranquila, asaltaron el departamento, quédate quieta.

—¿Y Braulio?, ¿dónde está?, lo encontré…

—Está bien, gracias a Dios, tuvieron que llevarle urgente al hospital, le rompieron la cabeza, recobró el conocimiento, ha reaccionado bien, Pablo está con él.  

Esa tarde, en el piso ocho del edificio donde vive Fernanda, se oyeron sus gritos desesperados antes de que se desmaye y pierda totalmente el conocimiento. Fabiola, la vecina del departamento ocho “B”, acudió a su llamado de auxilio,  en medio del  pánico,  pudo encontrar el  celular para  comunicarse con Pablo.

Fernanda mira la ventana, se siente muy rara.

—Tienes que estar tranquila,  has dormido cerca de seis horas, te traeré agua —le dice Tina y  acaricia su cabeza.

Fernanda se siente  muy débil, quiere ver a su esposo, desea abrazarlo. En ese momento  recuerda el susto que tuvo cuando lo vio tendido en el piso, tenía una sensación de abismo indescriptible. Recuerda los últimos momentos, ella casi alejándose de esa escena de dolor, y sí, cosa extraña, viene a su mente la imagen de sus uñas, entonces el miedo la paraliza, su corazón se acelera; sus brazos están bajo las cobijas,  decide poco a poco sacarlos para verse las manos, en el momento que empieza  a bajar la vista y mirar  sus uñas, irrumpe con fuerza en el dormitorio Javier, su nieto de cuatro años.

—¡Abuela!, ¿cómo estás?, ahora yo te voy a cuidar, nos vamos a quedar con mi mamá aquí.

—¡Mi precioso bebé!

Javier se sube alborotado a su  cama, Fernanda lo abraza,  empieza a llorar.

En la cocina está Tina, habla por cuarta vez con su madre quien no cesa de darle recomendaciones pues esa noche ella  acompañará a su suegra.

Pablo en el hospital, recibe el último informe del médico, está ya en trámite la denuncia policial que debe hacer;  lleva  puesto traje, pero ya se sacó la corbata y  se ha quitado los zapatos, se sienta en el sofá, a su lado tiene una manta con la que se cubrirá toda la noche, de espaldas a la ventana  empieza a llorar desconsolado; al frente suyo, su padre que yace en el cama bien dormido,  recibe en  su rostro la luz que llega del poste eléctrico de la calle, emana tranquilidad, inclusive se le dibuja una tenue sonrisa.

Han pasado ocho semanas desde el último mantenimiento que hizo Fernanda a sus uñas, ahora solo las lima,  no se le ha ocurrido volverse a rellenar con acrílico. Está sentada junto al ventanal de su departamento desde donde se divisa la ciudad,  en ese momento le entra un mensaje por el teléfono celular, es  Braulio.

—Braulio: preciosa, ya estamos listos, puedes bajar.

Fernanda se acerca y mira hacia abajo, junto a la vereda están Braulio, Pablo y su nieto, acaban de introducir unos paquetes en la cajuela del carro;  ella estira la mano para fijar la cinta adhesiva que está pegada en un letrero que colocó hace unos minutos en la ventana donde se anuncia la venta del departamento, guarda la lima de uñas en su cartera y sale, al cerrar la puerta, el movimiento de la cerradura y los pasos que se alejan,  sellan una parte de su historia.

Pablo es un próspero abogado, su residencia está en medio de un gran terreno, vive fuera de la ciudad, mientras  afina los detalles con un arquitecto para construir junto a su casa  una más  pequeña para sus padres, ellos vivirán con él, su esposa Tina y su hijo. Todos están muy felices con esa decisión,  y él  siente una infinita paz.

Subidos todos en el carro, siguen de largo, no miran a ningún lado, dejan ese barrio. Nadie alcanzó a mirar que a media cuadra, en el local de Pretty Nails están estacionados  tres carros de color negro y vidrios polarizados. En esas instalaciones se encuentran varios agentes del Servicio Nacional de Investigación del Delito; vestidos de civil y armados, someten al personal que ahí trabaja, no hay clientes. Luego de minuciosas investigaciones se ha descubierto que los dueños Pretty Nails lideran una banda de asaltantes que lleva operando en la zona cerca de cuatro meses; su modo de actuar  ha  consistido en  enganchar a sus clientes; cuando guardaban las carteras, extraían las llaves de sus viviendas o carros, también  tarjetas de crédito. Antes de emprender el golpe, quien hacía el manicure sacaba información detallada sobre las rutinas de las personas y modos de vida, se mostraban siempre muy amigables.  Los agentes de seguridad habían recibido varias denuncias de atracos en ese sector, las pistas que tenían permitieron identificar a los responsables, además la oficina de tributación fiscal les iniciará un proceso penal y de embargo  por evasión, emisión de documentos falsos y posible lavado de dinero.

Pretty Nails acaba de ser clausurado y los dueños pronto estarán tras las rejas.