Margarita Moreno
Gonzalo
sale cada mañana vistiendo pants, sudadera gris, gorra de lona y tenis deportivos
con vivos plata, su médico recomendó caminatas de al menos treinta minutos al
día y aunque en principio sufrió la pereza de levantarse a las seis de la
“madrugada” para ejercitarse, el bienestar obtenido lo anima a seguir. Ya no le
falta el aire al primer minuto, inhala por la nariz y exhala por la boca, marcha
levemente inclinado al frente, apoya fuerte los pies sin estrés en las
articulaciones, lleva hombros relajados, rítmico movimiento en los brazos, corre
ligero con zancadas uniformes, armonizadas con el ritmo estable de sus
audífonos. Avanza admirando la extraordinaria belleza del paisaje urdido entre
roca volcánica, vieja ofrenda de un volcán inerte, soberbias mansiones surgen
entre verde boscaje en verano y el ocre mustio del invierno, amparadas por
árboles robustos y vigiladas por la arquitectura sencilla y sobria de la
parroquia del lugar, es el barrio más prestigiado de la ciudad, se siente
privilegiado de vivir en sitio tan estupendo.
Regresa a
casa trotando sobre el arroyo de la calle de largos bloques, finalmente dobla
en la última esquina, de pronto, la bocina de un claxon lo hace saltar
instintivamente sobre la acera, gira la mirada, un camión de mudanzas pasa a su
lado y aparca enfrente, tres hombres bajan del vehículo y empiezan a descargar un
lujoso menaje que llevan a una casa que apenas se ve al fondo del camino
cubierto de robles...
―¡Vaya! No
sabía que hubiera una vivienda entre los del Valle Salas y los Murillo Portugal... seguro siempre ha estado ahí, no podría ser
de otro modo, piensa mientras cruza el jardín de su casa, llega al
porche y abre la puerta de entrada...
―¿Gonzalo,
ya volviste? La voz de su esposa lo saca de sus pensamientos.
―Sí
querida, dice, mientras sube la escalera hasta la planta alta.
―Mi amor,
te detuviste al lado de la mudanza, ¿sabes quién se cambia enfrente?
―¿Me
espiabas linda? No lo sé, ni logro recordar la casa, es como un déjà vu, tengo
la sensación de haberlo vivido ya...
―¿Vivido
qué?
―Esto, de
no tener presente ese lugar, saberlo ahí, sin idea de un solo detalle y a la
vez conocerlos todos. ¡Qué extraño!
―¡Por
favor querido! ¡Siempre ha estado! eso creo, ¿o no? bueno, ¡qué importa! Lo
relevante es quién se muda, ojalá sea alguien interesante o famoso o cuando
menos agradable, ¡como nosotros! dice con su natural arrogancia y desenfado.
Cristina es muy joven, apenas pasa de los treinta, heredera
de una de las firmas farmacéuticas más importantes del país, es rubia, esbelta,
hermosa, sofisticada y excesivamente caprichosa, ilustrada en hacer cabalmente
su voluntad, incluyendo su matrimonio con Gonzalo el antiguo novio de Lis, su
mejor amiga. A ella la conoció en un desfile de modas que su madre organizó, italiana,
curvilínea, de negra melena, hermosos ojos verdes y risa cristalina, lució con
elegancia un espléndido vestido que enamoró el gusto de las damas y su fresca
belleza cautivó a los caballeros, ―es como un lienzo hiperrealista, musito el
padre de Cris. Durante el brindis Lis y Cristina charlaron animadamente y a
partir de esa reunión se vuelven inseparables.
Durante los meses siguientes la amistad y la confianza
crece, comparten confidencias y anécdotas, se relatan sus sueños y planes
futuros, Lis le dice que nació en Siena, su padre es un excelente pintor que no
ha logrado destacar en el mundo del arte, siempre enamorado de su madre que
lleva sangre gitana en las venas.
―¡Lo sabía! Ya me imaginaba yo que tu belleza provenía de un
amor de película, comentó Cristina.
―¡Vamos! No digas eso, que soy como cualquiera, dijo
divertida Lis.
Una tarde, ella le pide a Cris la ayude a preparar una
velada para despedir a su prometido, que viaja a titularse como Master en “Carácter
artístico de la arquitectura y el paisajismo” en la prestigiada Academy of Fine
Arts, de Frankfurt, Alemania.
―¡Encantada! Soy experta en eso de organizar reuniones y por
fin conoceré al novio que tanto mencionas.
―¡Grazzie, seguro van a simpatizar, le he hablado mucho de
ti, también desea conocerte.
―¿Ya tienes fecha? ¿Qué tienes pensado?
―Pues apenas y hay tiempo, él viaja en dos semanas y mi
presupuesto es limitado, he pensado en algo muy sencillo, nada ostentoso ni
ruidoso, pocos invitados y…
―¿Por qué? ¿No es una fiesta? ¿Es viejo tu enamorado?
―¡No!, no, solo algo quisquilloso, reservado…
―¡Vaya! Es “avinagrado” o algo así…
―¡Ay no!, él es maravilloso, solo que… es una larga
historia, su madre los abandonó cuando era niño, apenas la recuerda, su padre
lo educó severamente y no gusta de fiestas estridentes, reprueba que las
mujeres se embriaguen o sean frívolas y no…
―No te mortifiques
amiga, comprendo perfectamente, deja que me encargue de todo, confíame el
dinero que vas a invertir, yo haré que luzca, no te arrepentirás… ¡Por favor!
―¡De acuerdo! ¡Grazzie!
El dinero de Lis, no paga siquiera los bocadillos de
entrada, amén de la pasta con salmón y alcaparras,
el rollo de carne bañado con salsa de queso y tocineta, la guarnición de papa y
romero, el pastel de cuatro chocolates y pistache, los tintos, brandy, whiskey,
las sodas, hielos, cigarrillos, mentas con cacao, el alquiler de manteles y
cristalería, consola de sonido y karaoke para animar la velada. Esa tarde,
cuando Lis abre la puerta de su departamento, un pequeño ejército transforma su
salita de estar en un espacio perfecto y acogedor. Imaginando lo que su amiga
ha desembolsado, le telefonea de inmediato.
―¡Cris, esto es
demasiado! Habíamos quedado en…
―¡Lis, querida! ¿No te encantó?
―¡Sí, claro!, pero sobrepasa por mucho mi presupuesto y…
―¡Nada de peros! No te agobies por eso, he pensado que…
puedes darme clases de italiano y asunto arreglado, no acepto una negativa ¿eh?
―¡Ese no es el punto! Lo que quiero decir…
―¡Por dios, somos amigas! Nos vemos al rato y lo arreglamos,
¿Ok?
―Está bien, está bien…
Cristina llega a la reunión acompañada de su primo, Lis les
presenta a unos camaradas de Gonzalo que esperan animados con la idea de
sorprenderlo, a las ocho y media suena el timbre del interfono, todos guardan
silencio, el festejado cruza la puerta y estalla la fiesta entre aplausos,
risas y abrazos, pero… cuando Cristina lo mira queda embelesada, su cuerpo se
estremece al estrechar su mano, percibe esa voz grave acariciando sus oídos,
¿amor a primera vista?, no lo sabe aún, sin embargo, al instante juzga a su
amiga “poca cosa” para él y a este ideal para sí misma, se siente como niña
encaprichada por un juguete que no le pertenece y ella lo que desea siempre lo
consigue a cualquier precio. Durante la cena, mientras se disfrutan los
platillos, Cristina no deja de pensar en el novio de su amiga, así que no tiene
empacho en urdir una sucia trampa para robárselo sin compunción, de pronto,
recuerda que en su bolso guarda un ansiolítico, lo saca sin dudarlo y a la
primera oportunidad descarga un sinnúmero de gotas en la copa de la italiana,
enseguida propone un brindis por el viaje de Gonzalo, minutos más tarde, su
ingenua “rival” comienza a perder la compostura y antes de la medianoche la
fiesta ha terminado, los invitados se han ido, Lis duerme profundamente en el
sofá de la sala y su desencantado novio charla con una impecable amiga…
Cristina.
―Creí conocerla bien y estaba muy equivocado, ella ha estado…
―Ella, estaba muy feliz por ti, vamos, una borrachera la
tiene cualquiera, no pasa nada, eres injusto…
―Y tú, una buena amiga, hasta pronto Cristina, dice besando
su mejilla, mientras ella cierra los ojos triunfante.
La mañana siguiente Gonzalo llama para despedirse de su
novia, pero Cristina que se quedó a cuidar a Lis le dice que sigue indispuesta,
por supuesto jamás se lo cuenta a su amiga y mucho menos le entrega el número
telefónico que Gonzalo dejó, él no llama de nuevo y la relación parece agonizar
para alivio de Cris. Tiempo después, un camarada de Gonzalo le avisa a Lis que él
estará de vuelta en tres semanas y desea verla a su regreso. Ella está feliz y
Cristina vuelve a tejer telarañas en su mente.
Un día invita
a Lis a comer y le pregunta en tono cariñoso, ―amiga, ¿por qué no viajamos a
Italia? Así no extrañarías tanto a tu ingrato amor.
―¡Sería fantástico!
hace tanto que no veo a mi familia. No, imposible, ¿olvidaste? Invertí todos
mis ahorros en la infausta reunión, en este momento ni siquiera puedo costear
un celular, menos un viaje, dijo nostálgica la joven de Siena.
―Mi padre
nos obsequia el viaje, ¿qué dices?
―¡Non
posso crederlo! Tu papá es muy generoso, pero, no es el momento, además, Gonzalo
regresa en breve y quiero recibirlo... ¡Dios, no sé qué decir!
―Di que sí,
¡vamos! Falta casi un mes para que tu novio vuelva, nos divertiremos mucho, ¡por
favor Lis!
―Está bien
¡Sí, acepto! ¡Grazie mille cara mía!, grita abrazando a su benefactora.
―Gracias a
mi padre que ya tiene los boletos, el único inconveniente es que viajaremos
separadas de ida, pero el resto, ¡te juro será una gran sorpresa para ti! Exclamó
triunfante Cristina.
Y así
sucedió, Lis viajó sola y muy emocionada, Cristina se encargó de todo, pero jamás
llegó al aeropuerto Leonardo da Vinci, ella voló al Charles de Gaulle a gastar unos
días dispuesta a regresar por Gonzalo, quien después de los acontecimientos y
el inexplicable silencio de su novia “se tragó” el cuento de que al llegar a
Siena ella lo olvidó en brazos del apuesto amigo que las recibió en Roma.
La
sorpresa que su amiga le auguró, resultó muy cruel, Elisabetta esperó largas
horas en la terminal aérea, sin celular y con poco efectivo, apenas le alcanzó
para llamar a su padre quien la rescató al día siguiente. Se angustió
imaginando que algún accidente o problema serio había detenido a Cris, en casa
de su familia intentó llamarla, le informaron que vacacionaba en Paris, estaba
muy confundida, no entendía que estaba sucediendo. A las pocas semanas, Lis
consigue un trabajo para modelar en Milán y por fin reúne lo suficiente para
volver a enfrentar la realidad; necesita explicaciones, apela al amor de uno y
la amistad de la otra, pero ya es demasiado tarde, Cristina ha capitalizado su
ausencia, personalmente recibió a Gonzalo a su vuelta de Alemania, lo acompañó
e indulgente le reveló la deslealtad de Lis, escuchó su congoja, lo consoló, y
finalmente lo sedujo arrastrándolo a una boda tan fastuosa que aún hace eco en
familia y amigos de la pareja.
Elisabetta
Macci al fin lo ha comprendido todo, sabe que ha perdido la partida, lo único
que desea es volver sobre sus pasos, un aguijón de rabia cala su garganta, sus
labios tiemblan y apenas puede hablar, el dolor desborda el mar turquesa de sus
ojos, se siente herida, traicionada, su pecho se escalda de furia, una chispa
diabólica brilla en su mirada y en un arrebato de odio los maldice, en ese
mismo instante, las campanas de la parroquia llaman a misa. La pareja se estremece
y se abraza en silencio, la ven alejarse, una sensación de incertidumbre y
nostalgia punza el pecho de Gonzalo y un calofrío trepida la espalda de
Cristina.
―Palabra de
un corazón iracundo es arma letal Cris y a dueto con la voz de una campana,
ineludible verdad, le había dicho Lis una tarde.
Diez en
punto, Gonzalo conduce su auto deportivo al trabajo, con cuarenta años cumplidos,
piel bronceada y cuerpo atlético es el arquitecto más destacado de la ciudad,
sus diseños vanguardistas y lujosos son altamente cotizados y apetecidos como
si fueran de Werner van der Meulen. Su tiempo no le pertenece, el despacho ya
tiene obligados los siguientes cinco años para proyecto y construcción de
residencias, edificios y centros de recreo, hay contratos suscritos en el país
y el extranjero. Ama profundamente su trabajo, lo disfruta al máximo y es tan
altamente remunerado que no tiene queja alguna, agradecido con la vida se siente
bendecido por el cielo. No obstante, lo que mina su energía, cuerpo y paciencia
es la bulliciosa y desgastante vida social que demanda la profesión y su
frívola esposa.
El asunto
de la disimulada casa lo intriga y el recuerdo de Elisabetta se agiganta en su
gana y su añoranza, es como si nunca se hubiera ido, la intuye, percibe su
perfume, escucha su voz y su risa contagiosa en el viento.
―¡Qué
rayos! necesito vacaciones, concluye al llegar a su oficina.
Mientras
tanto Cris, con binoculares en mano sube al ático, muere por observar a detalle
a los nuevos vecinos, los hombres de la mudanza a lo lejos le impiden la visión
al otro lado de la calle, solo mira una gata negra que ágil se desliza en el
tejado y se filtra por una ventana.
―¡Maldición,
cerraron la puerta! ¡No vi nada!, protesta.
Hay mucha
actividad en el vecindario, jardineros, pintores, diseñadores, un ir y venir de
vehículos con logos y personal diverso, en pocos días, la mansión que nadie
había notado, luce como un hermoso palacete, la morada de los Murillo Portugal
una de las más notables y fastuosas construidas en esa zona, palidece de
envidia al lado de esa joya arquitectónica, lo mismo que Cristina quien comienza
a dejarse llevar por su ego, no puede permitir que su residencia se vea opacada
por algún excéntrico ridículo, empeñado en remozar un palacio solo… ¡para humillarla!
y luego está esa gata de mal agüero que... por cierto parece... espiarlos,
¡sí!, esa es la palabra, esa sabandija es una espía, repetía ella, como si
fuera una médium en trance.
Por su
parte Gonzalo está fascinado con la construcción palaciega frente a él, una
pequeña villa estilo francés contemporáneo barroco, una edificación antigua discretamente
restaurada, remozada con ecléctico primor, una fusión de estilos, definitivamente
Art Nouveau, un diseño de autor. Por las noches, recorre en sueños su interior
hilvanado con luz tenue y relajante filtrada por un vitral de mariposas azules,
sube con deleite la sinuosa curva de la hermosa escalera, sus pies desnudos
miman el suave felpudo que arropa cada escalón, sus manos delinean suaves
caricias en la caoba grabada que remata la baranda tejida con hiedra de metal,
a su lado, la felina serpentea blandamente el cuerpo entre sus pantorrillas,
ronronea regalona, irradia pasión por sus ojos mares, entonces él despierta exaltado
por la onírica visión.
Mientras,
Cristina está padeciendo extrañas y absurdas emociones, nunca antes deseó tanto
una cosa o persona alguna, ni siquiera cuando decidió casarse con Gonzalo, ella
simplemente lo tomó para sí, segura y sin la menor contrición. Lo que le gusta
es suyo y punto, pero, la mansión de enfrente no le pertenece y la codicia,
siente indignación de saberla ajena. Está obsesionada, desatinando
pensamientos, obcecada con la idea.
Finalmente,
contrata un detective privado para conocer la identidad del dueño vecino. Sus
sentidos están muy alterados, en las madrugadas despierta erizada, jura que la
minina salta del tejado a su habitación para observarla mientras duerme,
escucha sus maullidos desafiantes, la presiente su enemiga, está perdiendo el
juicio. El médico determina “agotamiento nervioso extremo” de aquí su ansiedad,
insomnio, ritmo cardíaco acelerado, su mente es incapaz de pensar con claridad,
no es demencia, solo necesita reposo. Receta antidepresivos y somníferos, ella
duerme un día completo.
Al siguiente
día Julio Lu, el detective privado la visita para informarle que la casa vecina
pertenece a una misteriosa joven que ha heredado, de una tía lejana, una
fortuna formidable, con la única condición de compartir una vida de lujo y
confort hasta el fin de sus días con Eli.
—¿Quién es
Eli? Pregunta.
—La
mascota de la difunta. Contesta Lu.
—¡Qué! ¿Un
animal?
—Ni más ni
menos que la gata negra instalada en la mansión de enfrente.
―¡Eli Mata
Hari! exclama burlón Gonzalo soltando alegres risotadas, creo que ya dejarás de
lado tus temores querida, es una inocente gatita huérfana y millonaria, y se
aleja riendo festivo.
Una noche,
la luna rueda en el cielo como naranja de cristal, una farola ambarina ceñida
con halo dorado, en el tejado vecino, como esmeraldas marquís los ojos de Eli
cintilan, su pequeña lengua rosada lame sus patas con absoluta liviandad,
Gonzalo la observa extasiado, percibe en la piel cada lengüetazo, cierra los
ojos ideando a esa grácil criatura resbalando delicias en su cuerpo desnudo y
él besando febril a la menuda y profana felina, flotando en el mar calmo de sus
pupilas; impresionado por sus ideas lascivas abre los párpados, al otro lado de
la calle, la visión esmeralda atina de nuevo en su deseo, una descarga de
adrenalina impacta su plexo solar, sin decir palabra sale descalzo de su
habitación, baja la escalera hasta el recibidor y abandona la casa, a grandes
zancadas alcanza la calle, atraviesa el jardín vecino y llega a la entrada, la
puerta está abierta, el camino a la estancia se perfila con el brillo lunar
hasta el pie de la escalera, ¡ella está ahí!, soberbia, hermosa, su verde
mirada le sonríe, él siente que sus piernas se ablandan, trémulo la estrecha
entre sus brazos, suben juntos la escalera, pasan lento a la alcoba nupcial el
instante es de mágico delirio, ella murmulla mimosa en su oído, él une su boca
a la de ella chistando sobre sus labios un ruego de perdón en cada beso...
―¿Cómo
pude ser tan ciego? ¿Cómo pude abandonarte?
―Siempre
te he amado, ¡perdóname! Eli, Elisabetta, Lis, tú, la misma, voy contigo para
siempre…
Tras su
esposo corre Cristina, lo llama, pero él no puede escucharla, como un autómata
sale de la casa azotando la puerta tras de sí, del otro lado de la calle el
portón se abre para él y se cierra para ella, desesperada golpea fuertemente
necesita entrar, está horrorizada, su engreída conciencia está por confirmarle
que la perfidia y la codicia son una grave opción, pero el desenlace… es ineludible.
Enloquecida sigue aporreando la entrada, el vecindario se despierta, se
encienden todas las luces, la policía se hace presente y después de varios
intentos echan la puerta abajo.
La
autopsia revela que el famoso arquitecto Gonzalo Núñez y Núñez, murió de un
infarto fulminante al miocardio.
¿Qué hacía
postrado en el lecho de la casa de enfrente? Su esposa muy afectada declara que
Gonzalo había estado trabajando en exceso y con mucho estrés, su último
electrocardiograma previno un soplo en el ventrículo izquierdo, el médico
recetó descanso, vitaminas, ejercicio y cero impresiones fuertes. Esa noche
llegó exhausto del trabajo, cenó ligeramente, se enfundó en su pijama, lavó sus
dientes, salió del lavabo, apagó la luz de la habitación y la luna matizó de
plata el cortinaje de la ventana, atraído por el bello efecto de luz se acercó
al ventanal para mirar, una silueta se dibujó en el umbral de la mansión
vecina, alarmado salió a investigar, pero el impacto de toparse de frente con
el intruso le provocó el infarto.
―Fue ella,
ella que regresó por él, fue la maldición, fue ella, ella... susurra Cristina entre
lágrimas y el tañer de las campanas de la parroquia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario