jueves, 21 de abril de 2016

La mansión de enfrente

Margarita Moreno 


Gonzalo sale cada mañana vistiendo pants, sudadera gris, gorra de lona y tenis deportivos con vivos plata, su médico recomendó caminatas de al menos treinta minutos al día y aunque en principio sufrió la pereza de levantarse a las seis de la “madrugada” para ejercitarse, el bienestar obtenido lo anima a seguir. Ya no le falta el aire al primer minuto, inhala por la nariz y exhala por la boca, marcha levemente inclinado al frente, apoya fuerte los pies sin estrés en las articulaciones, lleva hombros relajados, rítmico movimiento en los brazos, corre ligero con zancadas uniformes, armonizadas con el ritmo estable de sus audífonos. Avanza admirando la extraordinaria belleza del paisaje urdido entre roca volcánica, vieja ofrenda de un volcán inerte, soberbias mansiones surgen entre verde boscaje en verano y el ocre mustio del invierno, amparadas por árboles robustos y vigiladas por la arquitectura sencilla y sobria de la parroquia del lugar, es el barrio más prestigiado de la ciudad, se siente privilegiado de vivir en sitio tan estupendo.

Regresa a casa trotando sobre el arroyo de la calle de largos bloques, finalmente dobla en la última esquina, de pronto, la bocina de un claxon lo hace saltar instintivamente sobre la acera, gira la mirada, un camión de mudanzas pasa a su lado y aparca enfrente, tres hombres bajan del vehículo y empiezan a descargar un lujoso menaje que llevan a una casa que apenas se ve al fondo del camino cubierto de robles...  

―¡Vaya! No sabía que hubiera una vivienda entre los del Valle Salas y los Murillo Portugal... seguro siempre ha estado ahí, no podría ser de otro modo, piensa mientras cruza el jardín de su casa, llega al porche y abre la puerta de entrada...

―¿Gonzalo, ya volviste? La voz de su esposa lo saca de sus pensamientos.

―Sí querida, dice, mientras sube la escalera hasta la planta alta.

―Mi amor, te detuviste al lado de la mudanza, ¿sabes quién se cambia enfrente?

―¿Me espiabas linda? No lo sé, ni logro recordar la casa, es como un déjà vu, tengo la sensación de haberlo vivido ya...

―¿Vivido qué?

―Esto, de no tener presente ese lugar, saberlo ahí, sin idea de un solo detalle y a la vez conocerlos todos. ¡Qué extraño! 

―¡Por favor querido! ¡Siempre ha estado! eso creo, ¿o no? bueno, ¡qué importa! Lo relevante es quién se muda, ojalá sea alguien interesante o famoso o cuando menos agradable, ¡como nosotros! dice con su natural arrogancia y desenfado.

Cristina es muy joven, apenas pasa de los treinta, heredera de una de las firmas farmacéuticas más importantes del país, es rubia, esbelta, hermosa, sofisticada y excesivamente caprichosa, ilustrada en hacer cabalmente su voluntad, incluyendo su matrimonio con Gonzalo el antiguo novio de Lis, su mejor amiga. A ella la conoció en un desfile de modas que su madre organizó, italiana, curvilínea, de negra melena, hermosos ojos verdes y risa cristalina, lució con elegancia un espléndido vestido que enamoró el gusto de las damas y su fresca belleza cautivó a los caballeros, ―es como un lienzo hiperrealista, musito el padre de Cris. Durante el brindis Lis y Cristina charlaron animadamente y a partir de esa reunión se vuelven inseparables.

Durante los meses siguientes la amistad y la confianza crece, comparten confidencias y anécdotas, se relatan sus sueños y planes futuros, Lis le dice que nació en Siena, su padre es un excelente pintor que no ha logrado destacar en el mundo del arte, siempre enamorado de su madre que lleva sangre gitana en las venas.

―¡Lo sabía! Ya me imaginaba yo que tu belleza provenía de un amor de película, comentó Cristina.

―¡Vamos! No digas eso, que soy como cualquiera, dijo divertida Lis.

Una tarde, ella le pide a Cris la ayude a preparar una velada para despedir a su prometido, que viaja a titularse como Master en “Carácter artístico de la arquitectura y el paisajismo” en la prestigiada Academy of Fine Arts, de Frankfurt, Alemania.

―¡Encantada! Soy experta en eso de organizar reuniones y por fin conoceré al novio que tanto mencionas.

―¡Grazzie, seguro van a simpatizar, le he hablado mucho de ti, también desea conocerte.

―¿Ya tienes fecha? ¿Qué tienes pensado?

―Pues apenas y hay tiempo, él viaja en dos semanas y mi presupuesto es limitado, he pensado en algo muy sencillo, nada ostentoso ni ruidoso, pocos invitados y…

―¿Por qué? ¿No es una fiesta? ¿Es viejo tu enamorado?

―¡No!, no, solo algo quisquilloso, reservado…

―¡Vaya! Es “avinagrado” o algo así…

―¡Ay no!, él es maravilloso, solo que… es una larga historia, su madre los abandonó cuando era niño, apenas la recuerda, su padre lo educó severamente y no gusta de fiestas estridentes, reprueba que las mujeres se embriaguen o sean frívolas y no…

 ―No te mortifiques amiga, comprendo perfectamente, deja que me encargue de todo, confíame el dinero que vas a invertir, yo haré que luzca, no te arrepentirás… ¡Por favor!

―¡De acuerdo! ¡Grazzie!

El dinero de Lis, no paga siquiera los bocadillos de entrada, amén de la pasta con salmón y alcaparras, el rollo de carne bañado con salsa de queso y tocineta, la guarnición de papa y romero, el pastel de cuatro chocolates y pistache, los tintos, brandy, whiskey, las sodas, hielos, cigarrillos, mentas con cacao, el alquiler de manteles y cristalería, consola de sonido y karaoke para animar la velada. Esa tarde, cuando Lis abre la puerta de su departamento, un pequeño ejército transforma su salita de estar en un espacio perfecto y acogedor. Imaginando lo que su amiga ha desembolsado, le telefonea de inmediato.

 ―¡Cris, esto es demasiado! Habíamos quedado en…

―¡Lis, querida! ¿No te encantó?

―¡Sí, claro!, pero sobrepasa por mucho mi presupuesto y…

―¡Nada de peros! No te agobies por eso, he pensado que… puedes darme clases de italiano y asunto arreglado, no acepto una negativa ¿eh?

―¡Ese no es el punto! Lo que quiero decir…

―¡Por dios, somos amigas! Nos vemos al rato y lo arreglamos, ¿Ok?

―Está bien, está bien…

Cristina llega a la reunión acompañada de su primo, Lis les presenta a unos camaradas de Gonzalo que esperan animados con la idea de sorprenderlo, a las ocho y media suena el timbre del interfono, todos guardan silencio, el festejado cruza la puerta y estalla la fiesta entre aplausos, risas y abrazos, pero… cuando Cristina lo mira queda embelesada, su cuerpo se estremece al estrechar su mano, percibe esa voz grave acariciando sus oídos, ¿amor a primera vista?, no lo sabe aún, sin embargo, al instante juzga a su amiga “poca cosa” para él y a este ideal para sí misma, se siente como niña encaprichada por un juguete que no le pertenece y ella lo que desea siempre lo consigue a cualquier precio. Durante la cena, mientras se disfrutan los platillos, Cristina no deja de pensar en el novio de su amiga, así que no tiene empacho en urdir una sucia trampa para robárselo sin compunción, de pronto, recuerda que en su bolso guarda un ansiolítico, lo saca sin dudarlo y a la primera oportunidad descarga un sinnúmero de gotas en la copa de la italiana, enseguida propone un brindis por el viaje de Gonzalo, minutos más tarde, su ingenua “rival” comienza a perder la compostura y antes de la medianoche la fiesta ha terminado, los invitados se han ido, Lis duerme profundamente en el sofá de la sala y su desencantado novio charla con una impecable amiga… Cristina.

―Creí conocerla bien y estaba muy equivocado, ella ha estado…

―Ella, estaba muy feliz por ti, vamos, una borrachera la tiene cualquiera, no pasa nada, eres injusto…

―Y tú, una buena amiga, hasta pronto Cristina, dice besando su mejilla, mientras ella cierra los ojos triunfante.

La mañana siguiente Gonzalo llama para despedirse de su novia, pero Cristina que se quedó a cuidar a Lis le dice que sigue indispuesta, por supuesto jamás se lo cuenta a su amiga y mucho menos le entrega el número telefónico que Gonzalo dejó, él no llama de nuevo y la relación parece agonizar para alivio de Cris. Tiempo después, un camarada de Gonzalo le avisa a Lis que él estará de vuelta en tres semanas y desea verla a su regreso. Ella está feliz y Cristina vuelve a tejer telarañas en su mente.

Un día invita a Lis a comer y le pregunta en tono cariñoso, ―amiga, ¿por qué no viajamos a Italia? Así no extrañarías tanto a tu ingrato amor.

―¡Sería fantástico! hace tanto que no veo a mi familia. No, imposible, ¿olvidaste? Invertí todos mis ahorros en la infausta reunión, en este momento ni siquiera puedo costear un celular, menos un viaje, dijo nostálgica la joven de Siena.

―Mi padre nos obsequia el viaje, ¿qué dices?

―¡Non posso crederlo! Tu papá es muy generoso, pero, no es el momento, además, Gonzalo regresa en breve y quiero recibirlo... ¡Dios, no sé qué decir!

―Di que sí, ¡vamos! Falta casi un mes para que tu novio vuelva, nos divertiremos mucho, ¡por favor Lis!

―Está bien ¡Sí, acepto! ¡Grazie mille cara mía!, grita abrazando a su benefactora.

―Gracias a mi padre que ya tiene los boletos, el único inconveniente es que viajaremos separadas de ida, pero el resto, ¡te juro será una gran sorpresa para ti! Exclamó triunfante Cristina.

Y así sucedió, Lis viajó sola y muy emocionada, Cristina se encargó de todo, pero jamás llegó al aeropuerto Leonardo da Vinci, ella voló al Charles de Gaulle a gastar unos días dispuesta a regresar por Gonzalo, quien después de los acontecimientos y el inexplicable silencio de su novia “se tragó” el cuento de que al llegar a Siena ella lo olvidó en brazos del apuesto amigo que las recibió en Roma.

La sorpresa que su amiga le auguró, resultó muy cruel, Elisabetta esperó largas horas en la terminal aérea, sin celular y con poco efectivo, apenas le alcanzó para llamar a su padre quien la rescató al día siguiente. Se angustió imaginando que algún accidente o problema serio había detenido a Cris, en casa de su familia intentó llamarla, le informaron que vacacionaba en Paris, estaba muy confundida, no entendía que estaba sucediendo. A las pocas semanas, Lis consigue un trabajo para modelar en Milán y por fin reúne lo suficiente para volver a enfrentar la realidad; necesita explicaciones, apela al amor de uno y la amistad de la otra, pero ya es demasiado tarde, Cristina ha capitalizado su ausencia, personalmente recibió a Gonzalo a su vuelta de Alemania, lo acompañó e indulgente le reveló la deslealtad de Lis, escuchó su congoja, lo consoló, y finalmente lo sedujo arrastrándolo a una boda tan fastuosa que aún hace eco en familia y amigos de la pareja.

Elisabetta Macci al fin lo ha comprendido todo, sabe que ha perdido la partida, lo único que desea es volver sobre sus pasos, un aguijón de rabia cala su garganta, sus labios tiemblan y apenas puede hablar, el dolor desborda el mar turquesa de sus ojos, se siente herida, traicionada, su pecho se escalda de furia, una chispa diabólica brilla en su mirada y en un arrebato de odio los maldice, en ese mismo instante, las campanas de la parroquia llaman a misa. La pareja se estremece y se abraza en silencio, la ven alejarse, una sensación de incertidumbre y nostalgia punza el pecho de Gonzalo y un calofrío trepida la espalda de Cristina.

―Palabra de un corazón iracundo es arma letal Cris y a dueto con la voz de una campana, ineludible verdad, le había dicho Lis una tarde.

Diez en punto, Gonzalo conduce su auto deportivo al trabajo, con cuarenta años cumplidos, piel bronceada y cuerpo atlético es el arquitecto más destacado de la ciudad, sus diseños vanguardistas y lujosos son altamente cotizados y apetecidos como si fueran de Werner van der Meulen. Su tiempo no le pertenece, el despacho ya tiene obligados los siguientes cinco años para proyecto y construcción de residencias, edificios y centros de recreo, hay contratos suscritos en el país y el extranjero. Ama profundamente su trabajo, lo disfruta al máximo y es tan altamente remunerado que no tiene queja alguna, agradecido con la vida se siente bendecido por el cielo. No obstante, lo que mina su energía, cuerpo y paciencia es la bulliciosa y desgastante vida social que demanda la profesión y su frívola esposa.

El asunto de la disimulada casa lo intriga y el recuerdo de Elisabetta se agiganta en su gana y su añoranza, es como si nunca se hubiera ido, la intuye, percibe su perfume, escucha su voz y su risa contagiosa en el viento.

―¡Qué rayos! necesito vacaciones, concluye al llegar a su oficina.

Mientras tanto Cris, con binoculares en mano sube al ático, muere por observar a detalle a los nuevos vecinos, los hombres de la mudanza a lo lejos le impiden la visión al otro lado de la calle, solo mira una gata negra que ágil se desliza en el tejado y se filtra por una ventana.

―¡Maldición, cerraron la puerta! ¡No vi nada!, protesta.

Hay mucha actividad en el vecindario, jardineros, pintores, diseñadores, un ir y venir de vehículos con logos y personal diverso, en pocos días, la mansión que nadie había notado, luce como un hermoso palacete, la morada de los Murillo Portugal una de las más notables y fastuosas construidas en esa zona, palidece de envidia al lado de esa joya arquitectónica, lo mismo que Cristina quien comienza a dejarse llevar por su ego, no puede permitir que su residencia se vea opacada por algún excéntrico ridículo, empeñado en remozar un palacio solo… ¡para humillarla! y luego está esa gata de mal agüero que... por cierto parece... espiarlos, ¡sí!, esa es la palabra, esa sabandija es una espía, repetía ella, como si fuera una médium en trance.

Por su parte Gonzalo está fascinado con la construcción palaciega frente a él, una pequeña villa estilo francés contemporáneo barroco, una edificación antigua discretamente restaurada, remozada con ecléctico primor, una fusión de estilos, definitivamente Art Nouveau, un diseño de autor. Por las noches, recorre en sueños su interior hilvanado con luz tenue y relajante filtrada por un vitral de mariposas azules, sube con deleite la sinuosa curva de la hermosa escalera, sus pies desnudos miman el suave felpudo que arropa cada escalón, sus manos delinean suaves caricias en la caoba grabada que remata la baranda tejida con hiedra de metal, a su lado, la felina serpentea blandamente el cuerpo entre sus pantorrillas, ronronea regalona, irradia pasión por sus ojos mares, entonces él despierta exaltado por la onírica visión.

Mientras, Cristina está padeciendo extrañas y absurdas emociones, nunca antes deseó tanto una cosa o persona alguna, ni siquiera cuando decidió casarse con Gonzalo, ella simplemente lo tomó para sí, segura y sin la menor contrición. Lo que le gusta es suyo y punto, pero, la mansión de enfrente no le pertenece y la codicia, siente indignación de saberla ajena. Está obsesionada, desatinando pensamientos, obcecada con la idea.

Finalmente, contrata un detective privado para conocer la identidad del dueño vecino. Sus sentidos están muy alterados, en las madrugadas despierta erizada, jura que la minina salta del tejado a su habitación para observarla mientras duerme, escucha sus maullidos desafiantes, la presiente su enemiga, está perdiendo el juicio. El médico determina “agotamiento nervioso extremo” de aquí su ansiedad, insomnio, ritmo cardíaco acelerado, su mente es incapaz de pensar con claridad, no es demencia, solo necesita reposo. Receta antidepresivos y somníferos, ella duerme un día completo.

Al siguiente día Julio Lu, el detective privado la visita para informarle que la casa vecina pertenece a una misteriosa joven que ha heredado, de una tía lejana, una fortuna formidable, con la única condición de compartir una vida de lujo y confort hasta el fin de sus días con Eli.

—¿Quién es Eli? Pregunta.

—La mascota de la difunta. Contesta Lu.

—¡Qué! ¿Un animal?

—Ni más ni menos que la gata negra instalada en la mansión de enfrente.

―¡Eli Mata Hari! exclama burlón Gonzalo soltando alegres risotadas, creo que ya dejarás de lado tus temores querida, es una inocente gatita huérfana y millonaria, y se aleja riendo festivo.

Una noche, la luna rueda en el cielo como naranja de cristal, una farola ambarina ceñida con halo dorado, en el tejado vecino, como esmeraldas marquís los ojos de Eli cintilan, su pequeña lengua rosada lame sus patas con absoluta liviandad, Gonzalo la observa extasiado, percibe en la piel cada lengüetazo, cierra los ojos ideando a esa grácil criatura resbalando delicias en su cuerpo desnudo y él besando febril a la menuda y profana felina, flotando en el mar calmo de sus pupilas; impresionado por sus ideas lascivas abre los párpados, al otro lado de la calle, la visión esmeralda atina de nuevo en su deseo, una descarga de adrenalina impacta su plexo solar, sin decir palabra sale descalzo de su habitación, baja la escalera hasta el recibidor y abandona la casa, a grandes zancadas alcanza la calle, atraviesa el jardín vecino y llega a la entrada, la puerta está abierta, el camino a la estancia se perfila con el brillo lunar hasta el pie de la escalera, ¡ella está ahí!, soberbia, hermosa, su verde mirada le sonríe, él siente que sus piernas se ablandan, trémulo la estrecha entre sus brazos, suben juntos la escalera, pasan lento a la alcoba nupcial el instante es de mágico delirio, ella murmulla mimosa en su oído, él une su boca a la de ella chistando sobre sus labios un ruego de perdón en cada beso...

―¿Cómo pude ser tan ciego? ¿Cómo pude abandonarte? 

―Siempre te he amado, ¡perdóname! Eli, Elisabetta, Lis, tú, la misma, voy contigo para siempre…

Tras su esposo corre Cristina, lo llama, pero él no puede escucharla, como un autómata sale de la casa azotando la puerta tras de sí, del otro lado de la calle el portón se abre para él y se cierra para ella, desesperada golpea fuertemente necesita entrar, está horrorizada, su engreída conciencia está por confirmarle que la perfidia y la codicia son una grave opción, pero el desenlace… es ineludible. Enloquecida sigue aporreando la entrada, el vecindario se despierta, se encienden todas las luces, la policía se hace presente y después de varios intentos echan la puerta abajo.

La autopsia revela que el famoso arquitecto Gonzalo Núñez y Núñez, murió de un infarto fulminante al miocardio.

¿Qué hacía postrado en el lecho de la casa de enfrente? Su esposa muy afectada declara que Gonzalo había estado trabajando en exceso y con mucho estrés, su último electrocardiograma previno un soplo en el ventrículo izquierdo, el médico recetó descanso, vitaminas, ejercicio y cero impresiones fuertes. Esa noche llegó exhausto del trabajo, cenó ligeramente, se enfundó en su pijama, lavó sus dientes, salió del lavabo, apagó la luz de la habitación y la luna matizó de plata el cortinaje de la ventana, atraído por el bello efecto de luz se acercó al ventanal para mirar, una silueta se dibujó en el umbral de la mansión vecina, alarmado salió a investigar, pero el impacto de toparse de frente con el intruso le provocó el infarto.

―Fue ella, ella que regresó por él, fue la maldición, fue ella, ella... susurra Cristina entre lágrimas y el tañer de las campanas de la parroquia. 

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