Luz Hernández
Pasando por un puente
llega Mariana a una calle, en la cual observa un área de
edificios destinados al campus universitario con dos
portezuelas de madera, una de ellas abierta, en la que se encuentra un señor
uniformado que da la bienvenida y permite el acceso de las personas
observándoles su respectivo carnet estudiantil.
A primera vista se
aprecian diferentes entornos; una zona verde, el teatro, la cafetería (uno de
los lugares más frecuentados), así como la biblioteca y los salones para las
diversas cátedras.
Por estos senderos
sigue caminando Mariana respirando el aire y aroma de los arbustos, de los
eucaliptus, hasta llegar a la biblioteca; allí se dirige al anaquel del servicio
de préstamo de libros. Al salir, recorre los
jardines, que incentivan las corrientes de aire por la diferencia de
temperatura entre el exterior y el interior, haciendo que las aulas a través
de la ventilación cruzada se refresquen. En los lugares
abiertos se ven grupos de jóvenes recostados en el césped estudiando, leyendo,
charlando, escuchando música, comiendo pizza, o bebiendo una cerveza, para
refrescarse y algunas parejas dedicadas al cortejo amoroso.
Estos son espacios
para el debate, intercambio de criterios acerca de una sociedad conflictiva,
consumista, conservadora, intolerante. Hacia el anhelo de poder construir una
más condescendiente, justa, igualitaria.
Los
pasos de Mariana se detienen, sus mejillas se enrojecen al ver a José. Quería
silenciar los latidos de su corazón. Era muy extraño, no entendía lo que le
sucedía, porque era la primera vez que le veía y desconocía lo que le pasaba.
Iba a buscar el autobús rumbo al lugar donde vivía,
con el propósito de revisar y corregir unos trabajos de sus estudiantes. De
pronto se le caen dos libros que sujetaba en el brazo. Quizás él la había atrapado.
Ella se ladeó a recogerlos y dejó al
descubierto, sin intención, una parte de su figura delgada, torneada y del
bronceado de sus piernas. Vestía de azul. El cabello rizado miel sobre su
frente. Él también se agachó y quedaron enfrentadas sus miradas: ojos almíbar
contra negros azabache del gentil hombre, de cabello negro, liso, piel
acanelada de sonrisa profunda. Quien recoge primero los libros. Se incorpora,
le ofrece la mano para ayudarla a levantarse. María accede, le agradece y se
despide tímidamente.
Pasando una semana vuelven a encontrarse. Ella
saliendo de la cafetería. Él cruzando por aquel lugar. Pero esta vez, venciendo
el recelo. Mariana le dice:
−Me llamo Mariana, ¿le agradaría acompañarme
a la cafetería a tomar algo? Quiero agradecer su gentileza del otro día.
–Mi nombre es José, ahora
tengo clase, pero ¿qué tal si nos encontramos el fin de semana y vamos a
almorzar fuera de la ciudad? Si puede, claro está. Me encantaría que nos
conociéramos y fuéramos amigos.
–Me agradaría
mucho que nos encontráramos, ¿Dónde y a qué hora?
–A las diez de la mañana, el sábado en la fuente de la
plaza de las Nieves para arribar el bus intermunicipal. ¿Te parece?
–De acuerdo –afirma Mariana. A partir de
este momento inician una gran amistad.
Como José vivía muy lejos de la universidad y Mariana a unas pocas cuadras, al año ella le pregunta si quiere compartir la vivienda y él acepta.
Así transcurre otro año conviviendo
en el mismo apartamento, el cual tenía grandes ventanales por donde se colaba
la luz de los rayos del sol, calentando el ambiente. Con dos amplias alcobas, para
conservar cierta intimidad, cada una con su baño privado. Tenían camas
sencillas, armarios, mesas auxiliares. Los pisos relucientes de madera rojiza,
que aportaban un aire de pasión. Las puertas de madera de color caoba con
vidrio de vitrales en la parte superior. Reflejando diversos matices. Las
paredes de tonalidades suaves de violeta, azul, verde; un hornillo para
calentarse en la sala, rodeada de cojines sobre una alfombra rojiza. El comedor
de sillas rústicas y mesa redonda acanelada de mimbre, que utilizaban para
estudiar con otros compañeros.
Una cocina en la cual se turnaban para prepararse sus
platillos preferidos. Algunos recipientes, un patio, un fregadero y un
colgadero para tender la ropa. Esto era de todo lo que disfrutaban.
Pero lo más importante era el
cariño con el que se seducían. Algunos fines de semana los aprovechaban para el
orden y el aseo, otros para viajar, conocerse, acompañarse, compartir sus
confidencias: actitudes de personas que han querido interponerse en su
relación. Pero lo más importante era la confianza que existía entre ellos.
Todos los acaecimientos se los comunicaban. Aprovechaban cada momento para
estar juntos: estudiando, laborando. Queriéndose y contradiciéndose. Aproximándose
y apartándose, riñendo y reconciliándose, hasta aceptar sus defectos de
carácter. Conociendo sus diferencias y debilidades. Cuando ella se encrespaba
él se retiraba, hasta que le pasara. Y cuando él la increpaba, ella lo
escuchaba en silencio. Luego le explicaba. Aunque ambos eran muy egóicos. Siempre
uno de
los dos cedía, domando al propio orgullo para buscar al otro. Quitándose la máscara.
Al finalizar los estudios, Mariana
requiere realizar una práctica de un año fuera de la ciudad en una zona rural.
Esta situación es una gran prueba para su relación. Él solo puede ir cada dos
meses a visitarla.
Aunque en este período se le sigue presentado
a Mariana la presión de salir con el director; Jonathan, y el profesor teniente
Carlos, que es muy amigo de él. Ella mantiene distancia de ellos, porque tienen
mucho poder por los servicios que prestan al alcalde, que es muy amigo de
varias personalidades políticas, que a su vez le deben favores principalmente
en el tránsito por conducir en estado de embriaguez de él y de familiares y
amigos, evitando en varias oportunidades el ser multados y detenidos.
Mariana prefiere pasar inadvertida y encontrarse
con otras personas para compartir en grupo y evitar salir sola con ellos. Es
por fidelidad hacia sus propios sentimientos y también por su prometido.
Ella viaja para asistir a la graduación de
José y luego en la reunión en el salón, después de bailar un poco, él le dice:
–Te extrañé… Quiero que estemos juntos,
que seas mi compañera.
Una de las alumnas de José, se acerca tomándolo del
brazo y le dice a Mariana que otro poco y se queda sin novio, porque él tiene
varias admiradoras por ser un gran compañero, comenta Romelia.
Mariana le contesta:
–Sí, sé que es un gran amigo y solo nos queda
un mes para volver a estar juntos. Termino la práctica, recibo titulación y
viajo definitivamente para laborar en la ciudad.
Romelia, un poco enfadada, se despide.
Al siguiente mes, José y Mariana, se
encuentran en la notaría para celebrar una sencilla boda, con el acompañamiento
de algunos pocos compañeros. El notario lee las palabras usuales y les hace
firmar el compromiso.
Comparten con los amigos en su apartamento
una rica ensalada, una crema de tomate, con un delicioso pavo horneado que
degustan con agrado. Bailan un poco y luego se despiden porque salen de viaje.
Desean conocer el mar.
José va a conducir quince horas. Con
algunos descansos para comer y estirar las piernas.
Al llegar a la playa se descalzan para
sentir como las olas cubren sus pies y se hunden en la arena como si fuese un tapiz.
Les fascina ver el reflejo de la luna en el agua, el cielo estrellado, revelando
un ambiente cálido y sereno.
Se abrazan, acarician y besan
intensamente. Se recuestan cerca de una palmera a observar el movimiento de las olas. Y a beber agua
fresca de coco. Se hospedan en una cabaña cerca del mar. La habitación es muy
confortante, los pescadores con sus atarrayas de madrugada les ofrecen pescado asado
fresco con caramañola, tajadas de plátano y café.
Al
cabo de ocho días de una apasionada convivencia regresan a la ciudad y José sigue
ejerciendo como docente universitario. Ella continúa como maestra de primaria inicialmente.
Y posteriormente en el área de consejería en bachillerato. A los dos años llega
su hijo Julio, el cual alegra con sus tiernos balbuceos y risas el hogar.
Cuando tiene cuatro años es acompañado por su hermana Milena que es la gracia
de papá, cuando lo ve, levanta los brazos con alegría, para acunarse en su
regazo. Él todas las noches le cuenta historias, la arrulla con música. Hasta
que se duerme.
Mariana realiza el trabajo en casa de directora
de trabajos de grado, para cuidar a sus hijos. Y mayor comodidad deciden vivir
cerca de la universidad para que sus chiquilines estén en el colegio de esta
institución universitaria.
Como pareja cada encuentro
nocturno era un redescubrir de sí mismos. Una experiencia ligada a la vida
cotidiana de ambos, de un intercambio de criterios acerca de cómo afrontar los
retos laborales. La crianza de sus hijos, su relación de pareja. Las experiencias
respecto a las presiones sexuales externas, que abordaban con tranquilidad y la
certeza de una relación sólida. A veces se bañaban juntos y jugaban con
sus olores, se observaban sin tocarse, se acariciaban sin mirarse, después
de una noche de pasión saboreaban ese dulce que se derretía en sus bocas y
terminaban compartiendo en un beso que tocaba sus corazones conectándose con su
propia respiración. En otras ocasiones jugaban a disfrazarse y desempeñar diferentes
roles para realizar las fantasías del otro.
Cumplían veinte años de haberse
encontrado. Con sus dos hijos: Julio, que había cumplido diecisiete
y
Milena quince. Habían superado muchas situaciones. Entre ellas: La de Mariana
de trabajar a veces en el anonimato, para recibir los trabajos de la
universidad, a través de José.
La
noche anterior Mariana les comenta a sus hijos que desea celebrar en familia el
aniversario de su casamiento. Que los tres buscarán a José en el trabajo.
Ese día Mariana sale temprano de la institución y se
encuentra con ellos para ir a almorzar. Pero al ver a José por la ventana del
segundo piso abrazando y besando en la mejilla a una mujer su corazón se encoge,
siente que le faltan las fuerzas, decide sentarse con sus hijos sobre el césped
y deja caer la cabeza entre sus manos, entrelazando su cabello con dedos temblorosos.
Julio y Milena no se dieron cuenta,
por eso no entendían lo que le sucedía a su madre. Sin embargo, se acercan y la
rodean con sus brazos. De pronto una ola de rabia pasa por la mente de Mariana
y a pesar de ser para ella José, su gran amor. Recuerda con mucho dolor lo que les
decía a sus estudiantes: «El amor más grande es por nosotras mismas».
Se
incorpora, mirando a sus hijos y les dice que van a esperar a su padre en el
restaurante.
Milena
lo llama por teléfono. Pero no le contesta.
Al
ingresar al establecimiento el mesero se acerca con el menú. Julio y Milena
piden solo pollo frito con papas y limonada. Mariana prefiere una ensalada y
jugo.
«Hasta las ganas de comer se le han
esfumado»
Cuando van saliendo los tres. Ven a
José que ingresa al restaurante y una mujer lo acompaña. Milena le dice:
–¿Dónde estabas, papá? Yo te llamé para avisarte de que
veníamos por ti, para ir a almorzar, pero no contestaste. ¿verdad, mami?
José,
un poco nervioso, les dice:
–Les
presento a mi jefe, Romelia.
Mariana le responde:
–Mucho
gusto, ya te conozco. Pasaste de alumna a jefe muy rápido. Tienes muy buen
padrino, ¡felicitaciones! José le dice a Romelia: –¡Qué pena! Me voy con ellos
a celebrar en familia.
–Tranquilo,
me quedo a almorzar, que estén muy bien, gusto en conocer a tus hijos –responde
Romelia.
Salen
e ingresan a otro restaurante. José les dice: –Les pido excusas, se me olvidó
esta fecha, he estado con mucho trabajo y muy distraído.
Julio,
mirando fijamente a su padre le pregunta: –¿Estás enredado con esta vieja desteñida,
que sale con cualquiera?
Milena
responde: –¿Cómo se te ocurre? Respétalo.
José
baja la cabeza y dice: –Perdónenme, me equivoqué, solo fue una aventura. Ya le
expliqué a ella, que mi hogar es lo más importante. Que a ustedes los amo y a
Mariana, que son lo único que tengo.
Comen
una torta de café con té helado; luego, salen rumbo a casa, en un trémulo
silencio. Los tres se sientan en el asiento trasero. Al llegar, cada quien se
despide y se dirige a su cuarto respectivo.
Mariana
lleva al cuarto contiguo, las sábanas, cobijas, almohada, se despide y cierra
la puerta.
Al
día siguiente José le pide perdón a Mariana y le explica que fue solo algo
pasajero. Que eso ya se acabó. Ella le contesta:
–Lo
siento, este matrimonio también terminó.
–¿Recuerdas que lo primero que nos
prometimos era la sinceridad? Pudiste haberme contado, habríamos buscado
soluciones, pero en este momento ya es muy tarde. Ahora entiendo por qué estabas tan
cansado, desmotivado para compartir los fines de semana con los muchachos y por
las noches conmigo. Ya estás libre nuevamente.
Voy a aceptar el trabajo con mujeres fuera de la
ciudad, en la cooperativa de apoyo solidario. Viajo en un mes con mis
hijos. ¡Gracias! Por todo lo que vivimos. Y por estos tiernos hijos. Me
avisas cuando los quieras ver.
José
dejóse caer sobre el sillón. Estaba pálido, mudo, inmóvil. Las lágrimas rodaban
por sus mejillas. Y suspirando le dice:
–Ella
es mi jefe. Estuve muy presionado. A ustedes los amo. ¡Son mi vida! Fue solo
una aventura de unos dos meses.
–Yo quiero estar con mi familia. Ya
hablé con ella y entendió. Eso se acabó. Te iba hoy a contar, aunque tenía
miedo. Porque tuve muy presente algo que nos prometimos: «Que, si alguna vez aparecía otra persona en
nuestras vidas y le permitíamos entrar, era porque se había acabado la magia
entre nosotros, el respeto, la confianza y para no dejar que la culpa nos
hundiera e hiciera daño, era mejor separarnos.» Esto me deprimió, me llenó de temor y me dejó
en la oscuridad más grande.
Pero Mariana ya no escuchaba, estaba
dolida, había decidido ya la separación. Ese mes se había pasado volando. José
dormía en el cuarto de estudio. La casa ya estaba helada por la falta de comunicación,
ya nadie se reunía a la mesa a cenar, las cortinas palidecieron por efectos del
sol y las ventanas permanecieron cerradas, las puertas solo se abrían cuando
sus habitantes salían, se despedían y luego al atardecer, cuando regresaban. Estaban
desolados. Cada uno se quedaba encerrado en su respectiva habitación.
Cuando él estaba trabajando… Mariana
decide viajar con sus hijos. Sin despedirse, pero Milena llama a su padre y le
avisa. Solo llevan las maletas con la ropa. Su amiga Rosa, le ofreció una nueva
vivienda y un trabajo con la cooperativa solidaria, los acompaña para viajar. Pero
cuando iban a abordar el avión Milena había desaparecido. Y como no la
encuentran, deciden aplazar el viaje.
José que había ido al aeropuerto estaba con su
hija, que lo vio desde lejos, corrió a sus brazos sollozando y no se desprendía
de él.
En este momento llegan unos detectives que
se identifican y le piden a José, apuntándole con su arma, disimuladamente en
su espalda, que los acompañe. Él pregunta:
–¿Cuáles son los
cargos?
Le responde uno de ellos:
–Ya pronto lo sabrá.
Suben al auto blindado:
José y los dos hombres.
Al
siguiente día. Llaman para advertir que José ha sido secuestrado y que si acuden a la policía. «José
desaparece.»
Le tapan los ojos a José, le
amarran las manos y lo llevan a una casa retirada del centro de la ciudad. Las
paredes eran heladas y enmohecidas, olía a mugre, comida descompuesta y licor. El frío calaba los huesos. Solo hay una
pequeña ventana enrejada, por donde penetra un poco de luz. Dejan a José en un
catre con los tendidos revueltos y mal olientes, unas pocas hebras de cobijas,
la almohada desbaratada, una mesa con solo dos patas, unas cucarachas que salen
de las rendijas. Le quitan la venda y lo desanudan, le dejan una taza de café
con pan y cierran con llave la puerta.
En la habitación contigua se
escucha la voz del sargento mayor hablando con un amigo político, que dirigía
la cooperativa que trabajaba con mujeres y sería el jefe de Mariana. El
teniente Carlos le da un apretón de manos y le dice:
–Te debo una. Cuando necesites una ayudita
me avisas. Y tú también, Romelia. Gracias por este gran favorcito.
José se acerca a la puerta y lo escucha
todo. ¡Ahora
cae en cuenta!
Todo fue una trampa.
Mientras tanto Mariana llama a Ernesto, el
abogado y él le da una cita. Ella guarda el celular por prevención en el bolsillo
de la chaqueta rápidamente, lo deja en estado mudo y en grabación, al darse
cuenta de que se le acercan dos hombres, armados, los mismos que se llevaron a
José y la agarran de los brazos para forzarla a entrar a un carro blindado conduciéndola
a un lujoso apartamento, de los edificios inteligentes, en total orden y
brillantez…
A un tronar de dedos de uno de los
hombres, se abre la puerta en donde se encuentra el teniente Carlos. Un hombre
de unos cincuenta y cinco años, de escaso cabello, de peso pesado y estatura
media. Quien le dice:
—¡Hola! ¿Cómo estás? ¡Gusto en verte! Vas a
aceptar el nuevo trabajo que te ofrece Rosa, mi hermana, ¿verdad?
Ella, sorprendida, le
contesta:
–Ahora… No sé. Por la
situación de José… ¡No sabía que Rosa era tu hermana!
–Pues si quieres verlo libre, tendrás que
aceptar el trabajo que te ofrezco.
–¿Por qué haces esto?
–¿Ya no lo recuerdas? Tú me
gustabas cuando era tu profesor, te propuse que saliéramos y me rechazaste.
Además, Carlos siempre se lucía contigo y me tiene embejucado, pendiente de mis
triquiñuelas, de mis negocios… Algunos los perdí por su intromisión y vigilancia.
–No sabía nada de esto ya
pasaron varios años. Estaba enamorada de José y saliendo con él. Así que no
podía aceptarte.
–Pero ahora sí podrás
acceder. Porque Romelia, mi amiga, la jefa de tu esposo, lo tiene enredado, ¿verdad? Ella aceptó darme una manito,
a cambio de su ascenso laboral; eso
se llama tener el poder.
–Si me niego, ¿qué sucederá?
–Que José será procesado. Tengo
todo planeado. Le encontrarán vínculos con grupos extremistas y por narcóticos.
Por ahora lo tengo secuestrado.
–Déjame pensarlo. En este momento quiero
ir con mis hijos. Deben de estar preocupados.
A unas palmas como señal del jefe, los dos
hombres vestidos de negro conducen a Mariana y la dejan cerca de su casa.
Mariana recordó el celular. Ahora vería si
había funcionado. Al llegar a casa escucha la grabación. Volvió a sentir la
esperanza que había perdido. Acudiría al abogado para que la orientara y saber qué
hacer al respecto.
Sus hijos la estaban esperando y le
preguntaron qué había pasado. Ella les cuenta y advierte que no contesten el
teléfono, ni abran la puerta a nadie.
«Tengo
que salir a encontrarme con Ernesto el abogado amigo de tu padre, para ver cómo
le ayudamos».
Cuando llega al apartamento de Ernesto lo ve
nervioso. Él le dice que el teléfono está intervenido, porque escuchó una
plática al levantar el auricular. Mariana le cuenta lo sucedido y le coloca la
conversación que logró grabar. Que mejor se dirijan a la fiscalía para
denunciar el secuestro de su esposo para que lo busquen y pidan medidas de
protección. Porque el teniente Carlos es un hombre poderoso con mucha influencia
política. Transcurren dos meses y José sigue secuestrado. Mariana acepta el
nuevo empleo; puesto que pidió una licencia anual. Luego se instalan en la
nueva vivienda rural. Allí encuentran un
poco de paz, porque nadie los conoce. Entablan amistad con algunos vecinos.
Durante este tiempo resolvieron suspender
los estudios presenciales por seguridad. Y dedicarse a reconstruir la casa de campo otorgada, con estructura de madera y
ladrillo, que requería de ciertos arreglos como sus tejas blancas, algunas
rotas y la terraza que era amplia, pero le faltaba aseo y pintura. Las paredes
las pintaron de colores vivos y llamativos, para que la vivienda luciera
diferente, cálida y vibrante.
Las grandes puertas y
ventanas necesitaron ser ajustadas, siempre abiertas, para tener un contacto
permanente con la naturaleza y apreciar el maravilloso ambiente silvestre entre
las montañas. La piscina ubicada en la parte trasera, necesitó fumigación, buen
aseo y desinfección. Al terminar las jornadas de limpieza el aire rústico,
cálido y fresco se respiraba en el entorno.
Entre los tres se animan para comprender y
olvidar lo sucedido y poder ayudarle a José cuando regrese a recuperar su vida.
Deciden volver a vivir juntos como antes. Aunque saben que ya se perdió la
confianza, sin embargo, nadie es perfecto y merecen darse una nueva
oportunidad.
Mariana conoce varios casos de mujeres que
han vivido situaciones más difíciles. Y ella las ha apoyado para recuperar sus
vidas.
En un día inesperado, Milena recibe una
llamada del abogado diciéndole que ya tienen pistas de dónde está José. Que
estén tranquilos.
De pronto Mariana escucha a sus hijos que
la llaman y hacen algarabía. Cuando se levanta escucha:
Unos golpes en la puerta… Y tres guardas
de seguridad que dicen:
–¡Encontramos al señor José, después de
una búsqueda intensa!
–He vuelto, los extrañé. Perdónenme ¡Por
favor, déjenme estar con ustedes! ¡Me equivoqué!
Al encontrarse y recordar por lo que
habían tenido que pasar. Se abrazan los cuatro y comprenden que el amor es
superior a los sucesos del pasado.
Detienen al teniente Carlos por varios
cargos, entre ellos el secuestro, la extorsión, soborno, tráfico de influencias,
desaparición forzada. A los dos meses pide la extradición y le es concedida.
Los cuatro, deciden quedarse durante este
año en esta labor y todos colaboran y se incorporan en este proyecto de trabajo
con las mujeres que se han invisibilizado en la sociedad.
Construyen una habitación doble con baño, el
estudio, un gran ventanal, para José; al lado de la morada donde
mamá dormita.