Luz Hernández
Antonio recuerda que vivió hasta los cinco años
en el Chocó, de esto hace ya casi treinta años, que viajaron a la capital con
su madre Hortensia y sus dos hermanos menores. Que los compañeros se le burlaban
porque tenía ojos miel, cabello rizado café y piel morena, delgado, alto. Las
maestras le decían que era muy inteligente. Su padre había sido un extranjero
que vivió solo seis años con su madre y luego regresó a su país. Quizás por eso
su aspecto físico era diferente al de los demás. Le gusta bailar, cantar, se
considera alegre, le agrada preparar la comida de mar, beber el agua de coco.
Vestir de colores claros. Sin embargo, ha guardado un sentimiento de rencor
hacia su padre y de melancolía con respecto a su madre que falleció porque se
le partió el corazón por este gran amor que la infartó cuando él tenía nueve
años y le tocó encargarse de sus hermanos y de él mismo. Los tres pagaban la
habitación vendiendo reciclaje que seleccionaban hasta las doce de la noche. La
señora Herlinda les daba una comida al finalizar el día y ellos realizaban el
aseo de toda la casa los días domingos a cambio.
En la escuela viajera les daban
el desayuno, nueves, almuerzo, refrigerio. Y hasta baño.
Era irónico que nació en el Chocó
y ahora nuevamente se encuentra trabajando en esta tierra linda, encantadora, de bellos paisajes rústicos que armonizan con rojizos desiertos,
playas de aguas tranquilas y claras, y un sol intenso que ralentizaba la cotidianeidad. Con sus fiestas
tradicionales, los bailes y sus bebidas embriagantes. Sus habitantes creyentes
católicos y supersticiosos.
Los hombres vestían de pantalones cortos,
pantalonetas, descalzos, las mujeres de faldas y blusas cortas y también descalzas
o con pantuflas.
La alimentación era muy variada con productos del
mar: pescado, cangrejos, róbalo, la jaiba, la piangua, la sierra, los
mariscos, los camarones. Casi diariamente se consumía el coco, plátano,
chontaduro, caña, verduras. El champú, el guarapo de caña, el
borojó.
Era un lugar muy alegre, rico en cánticos, alabados,
leyendas, su música monorrítmica con predominio de los instrumentos de
percusión y los aires más populares como son: patacore, caderona, maquerule,
saporrondo, tamborito chocoano, bunde, danza chocoana, mazurca, jotas y el
currulao. Desde pequeño tocaba la marimba, que era su instrumento para soñar.
Iba con sus padres a las fiestas, el carnaval de negros y blancos, las
fiestas de San Pacho, la feria de Cali. Sus playas eran muy limpias: pianguita,
la bocana. Con estos pensamientos del pasado Antonio sigue su camino a casa.
Ha laborado todo el
día, al caer la noche se encontrará con sus dos hijos: Antonia de seis años y
Pedro de cuatro. Además con su compañera Margarita, profesora de media jornada
de artes de la aldea y la escuela. Ellos eran sus amores. Al llegar de la jornada
los abraza y deja caer su cuerpo sobre el sofá, cerrando los ojos para
descansar.
Escucha a lo lejos el
tintinear del campanario y ve a los
niños sentados en las banquetas para tomar una espumosa taza de chocolate y
torta de pan recién amasado. Observaba que algunos le pedían a Olivia, una amable y afable servidora, una
segunda porción. Llevando al paladar el suave aroma.
Se encontraban en un patio de juegos pequeño,
con muros agrietados, enmohecidos, pisos rotos encementados, olor rancio, que
mostraba un encierro perpetuo, rodeado de osarios de los curas fallecidos que
vivieron durante varios años en esta iglesia. Quizás por esto se percibía un
frío que calaba los huesos. Y que se enfriaba aún más por las historias de
miedo que algunos muchachos aprovechaban para relatar. Otros jóvenes contaban a
los más pequeños que alguna vez gozaron de una familia y vivieron en el campo,
pero fueron desterrados. Y les tocó venir a la capital. Y como carecían de
recursos fueron a parar a la calle. La mamá trabajando todo el día y el papá
los había abandonado. Al respecto comentaba Efra:
−Nos ha
tocado vagabundear, pedir limosnas o robar, dormir amontonados para
taparnos del frío de la noche, con el cielo estrellado, con cartones y
periódicos buscando un poco de calor. Deambulábamos en grupos o
galladas vivíamos en zonas llamadas ollas, que eran lugares donde se negociaban la
prostitución, el hampa, expendios de drogas, compra y venta de objetos robados.
Generalmente llevábamos ropa ancha y
andrajosa; en ella escondíamos lo que robábamos. Éramos personas consumidas,
sin familia.
En otras charlas informales
algunos también intercambiaban experiencias como las que contaba Mary:
−Nojotro
también llegamo y al bajar del
autobús pedimo posá y nadie noj dio. −Dormimo en el parque arrunchado. Luego papá también noj abandonó y tuvimo que trabajá en un restaurante. Cuando teníamo hambre solo nos daban las
sobras.
—¡Eche pelao!
No se achicopale ni achante. —Interrumpió Neil.
−También noj
corretearon, allá en la cojta conseguiamo
biyuyo vendiendo arepa e huevo,
bolloeyuca, caramañola y aquí también noj
tocó, sino que loj cachaco son fantoche y eso noj emputa.
—¿Cuándo vamos a
rumbear? ¿Quiénes rapean? —Interviniendo
Clau.
—Todos —respondía Alicia riendo—. Vamos esta noche.
El afecto entre nosotros nos permitía estar atentos
de algunos compañeros con dificultad, como de Alí, de espíritu ingenuo que sufría de epilepsia y era atendido por sus
parceros. Pero que inventaba juegos matemáticos para ganar plata. Como la
ruleta y el tiro al blanco.
La trabajadora social Blanc le decía: «Néstor cuando sienta que le
empieza el mareo respire, busque sentarse en el piso, cerca de una pared.››
A estos chicos el amor les permitía recuperar el
encanto de la vida. Detenerse cuando veían a alguien enamorado de lo que hacía.
En un día soleado una de las maestras les propone
dibujarse a sí mismos y a uno de los compañeros.
Néstor, cuchicheando
dulcemente y tarareando una canción,
dibuja un torso desnudo femenino. Y al observar a su maestra le dice:
−Profe…, ¿peleó con su novio? ¿Tiene un romance impaciente? ¿Por qué está triste? ¡Despreocúpese! Invítelo a
comer una bandeja paisa, le digo dónde son muy ricas.
La profesora Isabel lo mira con ojos bajos y sonriéndole responde:
−Trato hecho. Ahora salimos y me dices dónde es.
Algunos compañeros escuchaban y se burlaban. Dando ocio a la imaginación.
Repitiendo en coro: −Profe, invite a este chino a
tragar una frijolada. ¡Tan pendejo, enamorarse de Isabel!
Néstor con una humedad tibia que cubría su rostro, siente correr las lágrimas
de ira contenida. En este momento recuerda a su padrino que le decía:
«Prométame, mijo que usted se va a controlar o va a parar a la cana como su hermana, que descuartizó al padrastro por abusivo».
Néstor se reía con ironía y se iba pensando: ‹‹ ¡Partida de tarados, estúpidos, hijos de perra,
mal parados!››, dando un golpe a la pared. Y pateando su pedazo de balón. Como
si pateara al personaje apodado el Cura. Recordaba que lo llamaban así, porque
se vestía de negro. Pero que cada noche en su casa de albergue engañaba a los
niños para aprovecharse de su inocencia. Principalmente de Leo, a quien
manipulaba diciéndole que era un jueguito. Hasta que él les explicó a sus
compañeros lo que les hacía este personaje y lo denunció a la policía.
Viene también a mi mente la escena en la cual la
hermana de Néstor, Lupe, con sollozos
lentos, desesperados, se deshace de Pérez, su padrastro, quien les pegaba, maltrataba y
obligaba a su madre a atender a sus amigotes y que sus hijos solo observaban.
Hasta que en una noche, le ayudaron a huir, con la promesa de fugarse ellos
también más adelante. De esto ya habían pasado cinco años. Y sabía que Lupita
lo había defendido y ya en este año iba a salir con libertad condicional. Esto
lo animaba nuevamente.
Asimismo evoca otra ocasión, que Edwn, su
compañero, le contó que: Un día estaba muy triste y se acercó a Lulú, una guía
facilitadora, quien le indaga el motivo de su estado anímico. Y él le contestó:
− Si supiera que he hecho, ya no me dejaría estar aquí. Por maloso.
–¿Sabes? Le respondió ella. –Cada uno de nosotros
tiene ″secretos″, debilidades, defectos, errores que hemos cometido y queremos
ocultarlos.
–Así que tranquilo. Edwn continuó
desahogándose: −He robado de las tiendas para llevar comida a mis hermanos.
−He cargado bultos en la
plaza y me han pegado, burlado y yo les deseé ¡que les caiga un rayo!
−Atemoricé a mis compañeros a escondidas. − Odié a mis padres, sin conocerlos
por abandonarnos.
Y que Lulú le respondió: –Lo más importante es
reconocer los errores para poder cambiar y perdonarnos las ilusiones de creer
que este mundo es perfecto y que las personas también lo son. También
perdonarlos. Ese es el camino. ¡Ánimo! Estos pensamientos rumiaban su pasado.
En estas añoranzas venía a su memoria la
trabajadora social Stell, que les dirigía los talleres de evangelización que
les hablaba acerca del perdón y a la trabajadora social Mary, que les orientaba
los seminarios de sexualidad con responsabilidad y afecto. A través de
películas que les proyectaban y que todos disfrutaban. Así mismo veía en el
salón de danzas a Astri que mostraba algunos movimientos rítmicos para realizar
en parejas. De frente a los espejos. Y el grupo de niños de la costa. De la
Pochis. Que bailaban con ritmo caribeño. Mientras que los niños citadinos
tenían que mirarlas para aprender, sin embargo se movían con una cadencia
rítmica y musical más pausada. Pero los observaban e imitaban como el aletear de algunas mariposas.
Las maestras de
jardín, Manina y de preescolar, Clema, aprovechaban cada momento para jugar
bailar, cantar, dramatizarle los cuentos y divertirse con los pequeñines.
Nor les relataba cuentos para motivarlos con la lectura y
Dore realizaba sociodrama con ellos, o a veces utilizando los títeres, mientras
que Blanch se encargaba de escuchar los sueños que cada noche tenían y los
entrelazaba construyendo relatos muy novedosos.
Y el profe José se encargaba de ayudarles a realizar las
ilustraciones, a corregir sus relatos, que con sabia paciencia y gran dosis de abrazos
y golosinas les endulzaba cada momento, recordándoles como relacionarse y
ayudarse mutuamente.
Así tratábamos de resolver entre
nosotros los conflictos que se presentaban:
Carlos decía: −Na´guara. Dejáme jugar. Y Nico le contestaba− ¡Cónchale, vále!
Chamo, espera, sin bronca. En este momento Nico era un mediador de conflictos,
como un árbitro.
Elsa. Riendo respondía: −¡So pingo! Bobo, quitáte,
devuelve la pelota.
Los compañeros ecuatorianos que también tuvieron
que dejar su territorio, fueron de una gran inspiración en esta experiencia
para mejorar la convivencia. Por su solidaridad, compañerismo, autocontrol,
amor propio, respeto, aseo, su presentación personal, que era impecable. Nos
enseñaron a respetarnos, algunas danzas, historias, el significado de su
vestuario, de su mochila.
El Padre Ramaría buscaba los
recursos, apoyos de padrinos, de comerciantes, empresarios. Dejando en nosotros
los jóvenes huellas imborrables de afecto, trabajo solidario, apoyo
incondicional.
Posteriormente en una
evaluación colectiva, algunos propusimos cursar dos y tres niveles en un solo
año; Y así se organizaron las Aulas
Especiales. Con la pregunta “generadora de conocimiento” y como una estrategia
creada por las experiencias y saberes previos de los compañeros. Así como por
las reflexiones, discusiones entre maestros y cuestionamientos de los
estudiantes. Se veía la necesidad de sintetizar temas y saberes. Posteriormente
este programa fue oficializado por la secretaria de educación. Con el nombre de
aulas de Aceleración.
Ahora percibía y recordaba los ardientes ojos de su amiga Mao, que se interesaron por la
visita de Pilar. Y preguntaba a la profe Iné que si la escritora Pilar Lozano
cuando escribió. “La estrellita que le tenía miedo a la noche.” Estaba
enamorada. Iné le respondió –Pregúntale a
ella.
–Pilar. ¿Estaba enamorada cuando escribió el cuento
de la Estrellita que le tenía miedo a la noche? Ella le contesta: –¡Uy sí! ¿Por
qué sabías? Mao le responde: –Porque mirabas las estrellas y la luna y eso
hacen los enamorados.
Ahora también se acuerda que al pasar unos años el
párroco Rafamaría fue trasladado a otra ciudad por su director y la escuela la cerraron.
Que los estudiantes fuimos reubicados en otro
colegio, muy normalizado, por eso preferimos subir las lomas para encontrarnos
con el grupo de profesoras que fueron trasladadas a esta institución rural del
Pare cañaveral desde el año dos mil. Y
allí vivimos otras maravillosas experiencias.
Los niños de la escuela campestre
asomaban sus miradas para ver un puente de tablas superpuestas y unas cuerdas
como agarraderas por donde pasábamos diariamente los niños del centro de la
ciudad saltando uno detrás del otro. Los mayores alzando o llevando de la mano
a los más pequeños.
Los niños y jóvenes desempeñamos un papel protagónico
porque si la escuela no tenía sentido para nosotros, simplemente no volvíamos;
era la mejor forma de evaluar a los maestros.
A mediodía, tomábamos el refrigerio en la montaña para
escuchar en el silencio a los turpiales que entonaban sus cantos, los copetones
les respondían y los azulejos batían sus alas. La ventisca abrazaba los árboles
que dejaban caer sus hojas secas tapizando el césped de amarillo verdoso. Poco
a poco iban cayendo pequeñas gotas y se percibía en el ambiente un agradable
olor a tierra húmeda. Los estudiantes atravesábamos kilómetros de árboles y
verde. Entre silbidos, cantos, aplausos.
El profesor Han con apretones de manos jugaba fútbol con los alumnos. La profesora Azuna
continuaba con las aulas especiales o de aceleración. Marza les enseñaba a
coser, tejer cocinar, hacer arepas, junto con Yaqui. Mar les daba colores,
papel para dibujar.
Y nos regalaba cuadernos. El profesor Lucho nos
preparaba los viernes arroz con coco.
La profesora Caro dirigía un observatorio astronómico
en la montaña. Invitaba a los niños al
reciclaje, a sembrar, cultivar. Observar el firmamento con el telescopio. Fran
encauzaba el proyecto ludomatemático. Richard nos dirigía los juegos de
ajedrez. Rachel experta en idiomas y palabras amables nos orientaba en la
creación de historietas y relatos. Así cada uno de estos docentes había sido
tocado en su espíritu con este grupo de estudiantes.
A lo lejos desde las serranías
del Pare cañaveral los estudiantes del
centro, podían observar una fría ciudad encementada, que ha talado árboles para
suplantarlos por pavimentos y construcción de edificios como cajas
enladrilladas que servían solo para hospedarse. Iniciando su jornada laboral a tempranas horas del alba
con trancones de autobuses, la contaminación por gases del transporte y
regresando a la caída crepuscular con el cansancio a cuestas.
Los estudiantes preferíamos subir las montañas e ir
a la escuela del Pare cañaveral que quedarse en este otro colegio. Sabiendo que
la escuela se llevaba en el corazón y no en los muros. Por lo cual seguíamos
buscando realizar nuestros sueños: Tener una escuela viajera, alternativa para
nosotros y nuestros hijos.
Al terminar el ciclo básico de estudios algunos de
estos estudiantes fuimos conducidos a un
lugar de la costa del Chocó, para culminar nuestros estudios superiores,
técnicos, y para continuar con la recuperación aislándonos de las tentaciones de la urbe.
Sigo recordando ahora con mis treinta y cinco años,
un paisaje inolvidable. Yo tenía catorce años y podía ver cuando los rayos del sol brillaban y tocaban mi
piel. Sentía una alegre picardía infantil que asomaba en mis ojos mostrando mi
carácter vivaracho, de corazón despierto, con rostro de amabilidad radiante que
sabía esperar, una clara sonrisa entretenida, mente brillante: aseado, juvenil, fresco, flexible, tierno. Recordaba
que el viento movía las olas del mar con un sonido agudo, de encanto penetrante
y de sabor salado y amargo. Con un cielo turquesa, reconfortante. Podía divisar
a lo lejos unas cabañas bañadas de luz y alrededor unos muchachos jugando en la
arena. Era un sitio apropiado para la anidación de tortugas, de arenas finas,
de piezas coralinas, gran variedad de aves playeras y algunas migratorias. Única
zona de manglares. Esta ciudad era una gran oportunidad para salir de la aturdida metrópoli del bazuco,
marihuana, licor, tabaco, dolor.
Ahora se podía reconocer la
obra del Padre Javi de Nicol y del Padre Rafamaría. Contemplando varias casas
-cabañas en las cuales se facilitaban los servicios necesarios para los
muchachos de la calle. Las clases y los talleres formativos productivos. Pero
esta vez a orillas del mar.
¡Y una gran escuela!
Por fin despierto y reconozco que he encontrado: “La escuela viajera con corazón.” En la cual ahora laboro felizmente como guía
y facilitador.