miércoles, 22 de febrero de 2012

Reseña: Dennis Cooper: El asesino en el espejo

Por Juan Carlos Moya*




Si el sonido de una motosierra suena en su cabeza luego de leer este libro, no se asuste. Si unas sombras espesas y mal olientes empiezan a deslizarse por las paredes de su casa luego de leer este libro, no corra. Si, de repente, siente ganas de asesinar al tipo que aparece en el espejo, mantenga la calma, es normal: son los efectos secundarios que produce Cacheo, la potente y acuchilladora novela de Dennis Cooper (Pasadena, 1953).

El mismo William Burroughs después de leerla ha dicho: “Que Dios le ayude”.

Dennis, homónimo del autor y protagonista de la novela, relata a su amante sus crímenes cometidos. Desde ese momento, seducción y muerte bailan de la mano.

Los atributos de la obra no son pocos. Dennis Cooper, su universo literario, logra una técnica y táctica narrativa que confunde el sueño, el delirio y la realidad. La voz narrativa es maniaca, desprovista de cualquier sentimiento. Cooper enfila su barco tenebroso sobre  las aguas violentas de la muerte. Para el novelista norteamericano, el cuerpo asesinado origina múltiples sentidos de poesía y –lo más inquietante- de amor. Su personal escritura, a más de ser ágil y visual, describe con brutalidad y descarnada ironía los síntomas de una cultura televisiva donde la realidad importa poco menos que la ficción, donde la violencia es la única manera de copular de las bestias jóvenes, espíritus drogados y obsesionados por la soledad.

Cacheo -cuyo único morboso protagonista termina siendo el propio lector- es la novela de un escritor de casta.



Juan Carlos Moya (Ecuador, 1974)
Escritor y periodista. En su obra constan los siguientes títulos: Caballos en la niebla (novela); Mujer divorciada busca (libro de relatos). Es ganador del Premio Jorge Mantilla Ortega, primer lugar. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano —fundada por Gabriel García Márquez— le hizo merecedor de una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski, en Buenos Aires. Sus artículos y estudios relacionados con arte y cultura han aparecido en periódicos, revistas y editoriales del Ecuador. Actualmente se encuentra escribiendo su segunda novela.

martes, 21 de febrero de 2012

Chiroque, no Felipillo

Víctor Mondragón



Chiroque buscaba esconderse amparado por la oscuridad de la noche, subió a las cumbres de unos cerros, el frío se hizo más intenso, aquel  previo al amanecer; se había arriesgado  demasiado al pretender coordinar acciones futuras antes que escapar. Caro le costaría aquella decisión, miró a su alrededor y lo habían  cercado.
-¿Por qué me persigues hermano? –dijo Chiroque.
-Cállate, vamos donde los Viracochas –le dijeron unos indios yanaconas (convidados de piedra en el reparto del Tahuantinsuyo), los hispanos habían ofrecido  un premio para quien apresara al intérprete. Sus captores  le propinaron insultos, puntapiés y escupitajos, desnudo dejó que la luna   y las estrellas  contemplaran  su aciago destino.
Mientras era conducido  cuesta abajo afloraron en su mente los hechos de su azarosa vida, recordaba que había tenido trece años cuando fue capturado y obligado a subir a un navío español, nunca supo  por qué lo escogieron. Él había sido pescador tallan (1), no sólo hablaba   sec (2), quechua  y castellano,  sino también aprendió algo de las lenguas yunga (3), tupina (4) y aimara (5).  En Panamá había sido criado de Francisco Pizarro, fue sujeto de mofas y maltratos, luego, en mil quinientos veintiocho, fue  llevado a España junto a una docena de indios,   solo cinco regresaron a América. En su mente  recordaba la  gente y ciudades de la península y pensaba que todo aquello no sería más equitativo que la sociedad alcanzada en el Tahuantinsuyo (6).
Tras la captura, Chiroque confiaba en que su causa llegaría a buen término y que la vida  importaba ya poco,   casi nada. Bajo una oscuridad insondable se  sumergió en sus recuerdos,  se distrajo, resbaló y cayó cuesta abajo. Tenía las manos atadas hacia atrás,  al caer se laceró  el rostro y los hombros; mascullaba que las cadenas del sometimiento solamente atan las manos y que   la mente es lo que  hace  libres o esclavos a los hombres.
Habían pasado cinco meses desde que salieron del Cuzco, acompañaba a Paullo Topa, hermano del sapa inca (7) Manco Inca   y a Villahoma  (8). Durante ese lapso había guardado en secreto la misión encomendada por el segundo de ellos.
En aquel silencio exasperado y aquella soledad espantosa, Chiroque recordaba el engaño  que fingieron  en Tupiza  al simular una caravana que provenía del sur  llevando oro para  hacer creer a los peninsulares en las riquezas de aquel lugar, también  lo bien  atendidos que fueron por los pueblos antes de cruzar la cordillera de los Andes donde fue necesario el sudor y sufrimiento de los naturales, Chiroque mantenía grabada en su mente   la imagen de cientos de indios cargadores que sin vestido apropiado y a pies descalzos murieron al cruzar el nevado. Les  sobrevino una tempestad de agua y nieve que no cesó en tres días, tuvieron  como cobertor sólo el cielo, muchos resultaron tullidos en el intento; incluso varios españoles murieron, fue tal  el frío que uno de ellos al sacarse el calzado vio  parte de sus dedos  unidos a sus botas.
La expedición hacia el sur había empezado en junio de mil quinientos treinta y cinco cuando Diego de Almagro y sus expedicionarios salieron del Cuzco. El conquistador había recibido la orden del Rey de España de ganar nuevas tierras para la corona. Durante el camino las fuerzas  se fueron engrosando con más soldados peninsulares y  el contingente inca de Paullo Topa. La primera frustración de Almagro fue saber que Manco Inca no lo acompañaría pues lo encarcelaron, luego, antes del paso de la cordillera,  Villahoma los abandonó y al cruzar el río Guachipa muchos porteadores desertaron. Paullo Topa, su ejército y miles de  yanaconas se mantuvieron fieles a los hispanos.
Tras el cruce de la cordillera,  Almagro y una veintena de jinetes se adelantaron hasta encontrar pueblos que les brindaron alimento y abrigo que fueron enviados a  la expedición retrasada. Luego se dirigieron al valle de Chile o también llamado Aconcagua; mediante chasquis, Paullo había pedido la atención de los caciques del lugar.
Fue sorprendente el alborozo que causó en Almagro la presencia  entre aquella gente del desorejado Pedro Calvo, el fugitivo que había perdido una oreja al ser castigado por Pizarro, avanzó hacia Almagro con los brazos abiertos acompañado de unos setenta curacas de aquel valle. Hubo mucha alegría y por fin los almagristas disfrutaron de sosiego y abundancia.
Las comidas guardaban similitud con potajes originarios de otras partes de la confederación Inca; los amautas (9) y mitimaes (10) habían contribuido a un proceso de estandarización como  base de la calidad  en todo el Tahuantinsuyo. Los entrantes se sirvieron sobre hojas de choclo (11). Hubo charquicán (carne seca-salada de llama con papa, zapallo, ají colorado y choclo), chupes (sopas  con mariscos,  camarones, cochayuyo (12)  y hierbas aromáticas), humitas de choclo, machas con ají colorado y hierbas,  locro (zapallo, maíz y frijoles),  chuchoca (13) y abundante maíz mote de acompañamiento.
Tras las fiestas y convites de bienvenida empezaron los desengaños, el desorejado Calvo volvió  a la realidad a los expedicionarios, les dijo que en aquellas tierras no abundaba oro ni plata; sabida la pobreza de aquel lugar, los hispanos  se arrepintieron por haber ido a tan lejano  lugar.
Almagro trató de levantar el ánimo de su tropa aduciendo cuestión de honor y mencionó que  la  inexistencia de riquezas no era razón suficiente para despreciar aquellas tierras cuya conquista les había encomendado el Rey y   ordenó que  parte de sus tropas  se adelantaran y descubrieran  más lugares al sur, mientras que el otro grupo fue conminado a recorrer el valle de Aconcagua en busca de un buen sitio  para vivir.
Por su parte Paullo Topa se esforzó por mitigar el desánimo de los españoles ofreciéndoles  alcanzar la servidumbre de nuevos pueblos y brindarle tropas para más conquistas. Algunos hispanos, enceguecidos por el signo de la cornucopia, aún soñaban con  grandes riquezas como el capitán Gómez de Alvarado quien solicitó autorización a Almagro para conquistar las provincias de Purumarca, Antalli, Cauqui y otros pueblos hasta la provincia de Arauco. Partió con cien españoles y tropas proporcionadas por Paullo Topa.
En esos días Manco Inca con su ejército habían iniciado el sitio del Cuzco y pronto la ciudad de Lima sería  atacada por el reconstruido ejército inca. Las columnas españolas que se adentraron en Chile desconocían aquellos sucesos; mientras en Aconcagua lo conocía el intérprete Chiroque gracias a veloces chasquis que le transmitían las noticias secretamente.
En cuanto partieron las huestes de Gómez de Alvarado, Chiroque supo que era el momento propicio para cumplir el plan trazado por Villahoma y aniquilar a las tropas de Almagro diseminadas.
Una hora más tarde, Chiroque seguía  conducido por sus captores,  destilaba cierta nostalgia por encontrarse en un sueño sin salida.
-Esos blancos no son Viracochas, solo quieren oro y robar todo cuanto puedan –había dicho Chiroque a los curacas de Aconcagua.
-¿Por qué nos dices todo eso? – preguntaron los curacas.
-Porque he vivido muchos años con ellos y sé que mienten y matan a quienes se oponen a su codicia –contestó el intérprete.
-Los blancos traen con ellos enfermedades, a su paso han desaparecido ayllus enteros –añadió el tallan.
Muy difícil fue para Chiroque convencer a los curacas del sur. El no era un noble orejón y la ausencia de Villahoma  le restaba credibilidad, aunque repetía que  hablaba en nombre de él. Por otra parte la nueva situación seducía a algunos curacas sureños  pues era propicia para desligarse de la dominación cuzqueña. 
-¿Acaso no saben lo que sucedió en Copiapó?, porque lastimaron a unos españoles de avanzada, los blancos quemaron vivos a varios curacas –dijo Chiroque, acto continuo censuró a los extranjeros:
-¡Son unos perros descreídos sin fe, ley ni verdad!
Los curacas empezaron a prestarle atención y en Consejo tomaron la decisión de ponerse bajo las instrucciones  del intérprete cuya primera disposición  fue que los pobladores abandonaran los pueblos, ocultaran  los alimentos   y se escondieran  en las montañas a la espera de nuevas instrucciones.
No faltaron algunos espías yanaconas infiltrados que llevaron la noticia a Almagro quien confundido cabalgó siete leguas desde las tres de la mañana hasta el amanecer encontrando los pueblos sin gente cual si fueran  tierras inhabitadas.
El intérprete seguía sumido en su pensamiento, una vez más se solidarizaba  con sus sueños,  lo detuvo un vertiginoso recuerdo,  una conversación que introdujo  su espíritu en la inconformidad y la rebeldía.
-¿La sociedad que conociste de los blancos era mejor que el Tahuantinsuyo? –le cuestionó Villahoma.
-Más que los caballos o las armas, lo que destruye al Tahuantinsuyo es la desunión de quienes optan por el bien particular antes que el general –añadió  Manco Inca en aquella conversación. 
El alba sorprendió a Chiroque ante la presencia de Almagro, el intérprete, sin esperanza pero también sin resignación,  fue sometido a cruel tormento. Una lluvia de torturas cayeron sobre él.
-¿Quién te ha ordenado hacer esto? ¿Los pizarristas? ­ -preguntó Almagro, seguidamente gritó:
¡Traigan a Paullo Topa!
El hermano del Inca fue sometido a un careo con el intérprete, Almagro desconfiaba de todos y le intrigaba saber quién estaba detrás de  aquella conspiración.
Chiroque callaba y no respondía a los insultos,  su mente denostaba con amargura a sus acusadores, las afrentas solo le inspiraron una serena valentía. Casi agonizante masculló una consoladora revelación de que su pesar no sería en vano:
-Los ejércitos incas han iniciado la reconquista, los invasores pronto  serán echados  del Tahuantinsuyo, sin caballos ni alimentos seréis fácilmente derrotados.
-Indio malagradecido, te dimos caballo, vestiste de seda y ¿así nos pagas? –grito Almagro.
-¡Soy Chiroque, no Felipillo! –gritó el intérprete presa de dolor y de furia, seguidamente miró a Paullo Topa y le increpó por su melindroso espíritu y por su falta de apoyo a la causa de sus con-naturales.
-Prefiero morir de pie antes que vivir arrodillado –masculló  el intérprete.
Almagro fuera de sí ordenó a unos esclavos negros  el inmediato descuartizamiento  del tallan. Gruesas cuerdas se ataron a las extremidades  del capturado, cuatro jinetes azotaron  a sus caballos con rigor dirigiéndolos en sentidos opuestos, la fuerza de los equinos tornó la muerte del intérprete en un espectáculo corto.
Oscuras nubes cubrieron el sol que ya se había levantado, el silencio se hizo hostil e inmenso,  la inmolación del natural no inspiró temor sino repulsión.
-¡Esto les sucederá a ustedes si no colaboran! –dijo Almagro dirigiéndose al curaca regional de Aconcagua y a algunos naturales capturados.
La sangre del indígena  lavó la afrenta colectiva de los naturales pero a su vez  impuso la verdad sobre las falsedad; las partes del cuerpo del infortunado tallan fueron colgadas en los caminos cual macabros anuncios para quienes siguieran los planes del rebelde. Este relato dormitó acurrucado a la sombra del desconocimiento, es poco difundida la  inmolación de uno de los primeros nacionalistas  de América que   despreció la comodidad del conformismo y  quemó su vida por un gran ideal.
Chiroque murió para marchar al mundo de la dignidad, simuló ser Felipillo, mató a Felipillo para ser Chiroque,  para que las nuevas generaciones aprendan que nada cambiará si no se  mata la resignación.  Finalmente Paullo, usado para dar un barniz de legalidad a la situación de los invasores, cambió de nombre por Cristóbal Paullo Topa, fue nombrado Inca por Almagro y  obtuvo títulos y mercedes de la corona española.




1. Tallan: Cultura PRE incaica de la costa sur de Ecuador y norte del Perú.
2. Sec: antiguo dialecto tallan.
3. Yunga: dialecto predominante en la costa peruana antes de la dominación inca.
4. Tupina: dialectos  variantes del aimara, dialectos jacaru y cachuy
5. Aimara: Lengua del altiplano peruano, boliviano y norte de Chile antes de la dominación inca.
6. Tahuantinsuyo: del  quechua Tawantin Suyu, 'las cuatro regiones o divisiones', territorios incas ubicados en América del sur precolombina.
7. Sapa inca: Inca supremo
8. Villahoma  o Villac Umu: Nombre de un sacerdote y general inca. Se cuestiona que signifique el título de sumo sacerdote o algún cargo inca, al parecer era el nombre de quien ostentó dicha posición  durante la rebelión  de Manco Inca.  Cieza de León nunca lo menciona como “el Villahoma” sino simplemente Villahoma.
9. Yanaconas: Siervos, gente al servicio de los Incas  por haberse opuesto su dominación o por herencia.
10. Amautas: del quechua hamawt'a; 'maestro', 'sabio',  personas que se dedicaban a la educación formal de los hijos de los nobles y del  Inca.
11. Mitimaes: del quechua mitmac  que significa esparcir. Familias o pueblos separados  por el gobierno inca, siendo leales o conquistados o viceversa para cumplir funciones económicas, sociales, culturales, políticas y militares.
12. Choclo: Maíz tierno y de grano grande
13. Cochayuyo: palabra de origen quechua, algas marinas o lacustres.
14. Chuchoca: Maíz seco molido. Parecido a la polenta italiana.

viernes, 3 de febrero de 2012

Dos chilcanos

Víctor Mondragón


Era miércoles de una semana santa de la década de mil novecientos ochenta,  Jorge, Manuel, Carlos y Benedicto concluían sus estudios universitarios y para celebrarlo planeaban  realizar   un día de campamento en la playa León dormido.  Una fresca noche,  en una esquina, al costado de la bodega del barrio  ultimaban detalles.
-Como estudiamos fuerte, así también deberíamos divertirnos –dijo Jorge mientras sus amigos  asentían.  
-Escuché que irán al sur, mañana viajaré a la ciudad de Mala, los puedo dejar en   la playa –dijo don Rómulo, vecino del barrio.
-Los dioses están con nosotros –respondió Carlos mientras agradecía el ofrecimiento del aciano.
En la mañana siguiente, las nubes del cielo limeño se disipaban con el correr de las horas,  el sol se  abría paso y brillaba cada vez más, la jornada prometía ser magnífica; en el trayecto el anciano detuvo su vieja camioneta en un grifo a la altura de San Juan.
-¿Por qué nos detenemos? –indagó Jorge.
-El radiador está perdiendo agua por un orificio –respondió don Rómulo.
El anciano sustrajo de su maletera un trozo de jabón,  procedió a moldearlo y  taponeo el orificio magistralmente.
-¡Yeeee! –exclamaron  Manuel y Carlos.
-Buena tío, eres lo máximo –exultó Jorge,   los jóvenes abrazaron a don Rómulo extrayéndole  sonrisas.
La vida moderna exige el bálsamo de la risa, en el trayecto los muchachos,  salvo Benedicto que iría después, reían y bromeaban por sus vestimentas, polos descoloridos,  extenuados por el uso, amasados en sudores,  suspiros y otras emanaciones; shorts de uso múltiple, para dormir, jugar fútbol y para ir a la playa, en el límite, cada palabra era una broma; a la altura de Pachacamac, de modo espontáneo don Rómulo narró un hecho que le había ocurrido diez años atrás en ese trayecto.
-Cerca de la medianoche, estaba yo conduciendo por la Panamericana Sur, a la altura de Chilca, de pronto vi  una mujer  vestida con traje oscuro, estaba de pie al borde de la carretera, dudé en detenerme pero más pudo mi curiosidad, le pregunté su destino, ella me señaló hacia la garita. La pasajera se sentó atrás, no alcancé  a ver bien su rostro,  sentí una extraña sensación, algo así como un viento frío,  decidí conversarle  mas  noté que el asiento trasero estaba vacío, eso me pareció imposible pues ella no podría haberse bajado debido a la velocidad. Me dirigí hacia la antigua garita que había cerca a Pucusana,  conté lo sucedido y me aterré cuando  un oficial de  policía  me dijo que no era la primera persona que contaba esa experiencia en aquel lugar –dijo el anciano.
-Te pelaste tío, la mujer te vio cara de lobazo y arrancó –exclamó Manuel.
-No estoy bromeando, lo que les cuento es verdad –replicó el anciano en   tono enérgico.
Los muchachos se sorprendieron al ver la reacción del vecino, bajo una sumisa mirada asintieron. Al llegar al pueblo de  Chilca detuvieron la camioneta en busca de un taller mecánico pues el paliativo del jabón había alcanzado su límite; los jóvenes aprovecharon para ir en busca de hielo, cerveza, pisco y algo de pescado, extrajeron de sus bolsillos las pocas monedas ahorradas y sobre un arrugado trozo de papel enumeraron sus  gastos priorizando la compra de las bebidas alcohólicas y rezagando lo demás. Tras regatear con los vendedores finiquitaron su exigua compra,  en vez de chitas compraron   unas sardinas pequeñas que hallaron de remate, algunas cabezas y espinazos de corvina; el calor del medio día  iba en aumento, gotas de sudor se deslizaban por sus rostros y espaldas, una esporádica brisa marina mitigaba su andar.
Tras media hora de caminata,  divisaron la vetusta camioneta; descargaron su mercadería  y entraron a un corralón que fungía de  taller mecánico. Como todos los muchachos que ingresan  a un nuevo lugar,  reconocieron el terreno, se detuvieron frente a unas imágenes de mujeres de carnes espléndidas,  huérfanas de ropa, posters que suelen poblar los talleres de coches, frutos del depravado  principio comercial de despertar el libido y asociarlo a quienes tuvieran automóviles.   Las horas pasaban y al parecer no solo había problemas en el radiador del vehículo.
-El tío es mosca, no da puntada sin hilo –dijo Jorge.
-¿A qué te refieres? –contestó Carlos.
-Don Rómulo nos ha traído con su segunda, esa camioneta no da más; al acompañarlo compartimos el riesgo de que el vehículo se plante en el camino y tengamos que empujarlo.
-No seas especulador, llama a don Rómulo y conversemos con ese cliente que también está esperando una reparación –replicó Carlos mientras abría una botella de Inca Kola familiar.
 -Soy jubilado de la municipalidad de Chilca y vecino del lugar. ¿A dónde se dirigen?  -les dijo aquel cliente mientras agradecía el vaso de gaseosa.
-Vamos a hacer campamento en el  León dormido, queremos divertirnos –respondió Jorge.
-Toda esta zona es bellísima, pese a que es un desierto, contiene  atractivos como las cuevas de tres ventanas,  las lagunas curativas y lindas playas –dijo el jubilado.
También hay yacimientos arqueológicos que demuestran  la existencia  de agricultores  desde   seis mil años antes de Cristo, los más antiguos de Sudamérica –añadió.
-Ala, ¿y hay historias de tesoros aquí? –preguntó Manuel.
-Como en todo lugar, hay mitos y leyendas, hay hechos curiosos en los restos arqueológicos encontrados: los  hombres están   sepultados atados al suelo mediante pesadas piedras, las mujeres atadas a estacas y los bebés con cuerdas amarradas a postes.
-¿Y eso significa algo? –inquirió Manuel.
-Eso suele coincidir  con creencias fantasmales: evitar que los muertos  se levanten de sus tumbas -dijo el jubilado.
Tras los desconcertantes relatos y una vez reparada la avería, enrumbaron hacia su destino, luego de unos minutos vieron  la inconfundible figura de un cerro rocoso, color tierra y rojizo, parecía  un león echado al borde del mar, habían llegado a su destino,  el vehículo se detuvo, bajaron hacia la playa y procedieron a desempacar  una vieja   carpa y demás enseres. El lugar  estaba desierto, abandonado quizás; se posesionaron de  un costado de la playa, cerca de unas peñas, no distante de un boquerón en el cerro, a la altura de la panza del presunto felino. Un caluroso día iba dando paso al atardecer, los jóvenes estaban  en el paraíso, sus pulmones inhalaban abundante oxígeno, el olor a mar peruano los embriagaba, liberaron sus pies del calzado opresor de las ciudad,  echaron a correr por la playa, en el fondo sabían que no hay  placer más natural que la libertad  y a él se entregaron.
-Vamos a regirla, solo tijera y papel –dijo Jorge con el afán de repartir los deberes inherentes al campamento.
El inocente Manuel reaccionó como autómata, mostro papel y le asignaron la ardua tarea de prender la fogata, Jorge armaría  la carpa y Carlos se encargaría de la comida; el reto despertó en Carlos su espíritu de supervivencia, se acercó a las peñas en busca de choros y  consiguió algunos aunque sumamente pequeños; mientras sus compañeros, buscando evitar que  la cerveza se calentara y  queriendo emular a los piratas, tuvieron la genial idea de enterrar sus botellas   bajo la sonrisa del mar,  en  la orilla, midieron la distancia del cerro y de la carpa, plantaron  un par de estacas,  procedieron a enterrar su preciado tesoro y  dejaron  que fluya clamoroso el atardecer. Por su parte y   tras una hora buscando ramas secas y otra  de arduos intentos, Manuel  logró generar una chispa de fuego que encendió  sus ilusiones.
Era ya las seis de la tarde y Benedicto iba al encuentro de sus amigos en un autobús que tenía un letrero que decía Soyuz, en el trayecto pidió a un pasajero contiguo que le avisara al pasar por la playa León dormido, éste le respondió que él bajaría antes y que los buses difícilmente se detendrían allí.
-¿Por qué dices que allí no se detienen? –preguntó  Benedicto.
-En esos lugares se comentan relatos de aparecidos –respondió el pasajero.
 -¿Sabes alguna? - inquirió Benedicto
-Una vez viajando en un microbús, alcancé a ver por la ventanilla a un joven con el rostro ensangrentado,  el ayudante del conductor cerró rápidamente la  puerta gritando: dale, dale. Yo le reproché y el chofer me respondió: carajo no vez que es un aparecido –contó el pasajero.
Me  desconcerté más aun cuando el ayudante del conductor me dijo: antes lo hemos visto, luego desaparece –añadió el pasajero.
Benedicto sonrió disimulando su incredulidad;  el susurro del Soyuz  invitaba al sueño, minutos después  y haciendo honor al nombre de la playa,  Benedicto  se quedó dormido. Cerca de Pucusana despertó, bajó del autobús y sabiendo  que no estaría lejos,  decidió agotar sus pasos al borde de la carretera,  hacia el León dormido; una seductora y blanca luna le invitaba a caminar. Para los jóvenes no hay problemas que no puedan superar, Benedicto enrumbó con entusiasmo, casi con placer.
Mientras tanto sus amigos en la playa bromeaban alrededor de la fogata,  habían pinchado sus sardinas con palotes y éstas se asaban a fuego bajo, con paciente temperatura la piel de las sardinas les regalaría una agradable textura, casi crujiente;  Carlos dispuso sobre sendos platos, papas cocidas acompañadas de ají molido con huacatay y se sirvieron la primera tanda de sardinas asadas, el hambre y el deseo de disfrutar les hicieron degustar las mejores sardinas de sus vidas.
Con el correr de las horas la marea subió, Jorge se dirigió a la orilla en busca de una cerveza pero no halló alguna, no había contado con la fuerza del mar, las estacas fueron  arrastradas por las olas, los tres jóvenes buscaron denodadamente el tesoro enterrado y solo encontraron arena y más arena, hicieron media docena de hoyos  pero las botellas de cerveza no aparecieron.
-Esta noche la disfrutaremos sí o sí, hemos perdido la batalla pero no la guerra, aun tenemos pisco –exclamó Manuel.  
A falta del mencionado elemento, procedieron a elaborar  chilcano de pisco, Carlos alguna vez había visto a su padre batir pisco, jugo de limón,  hielo,  Ginger ale,  así lo reprodujo. Se sentaron alrededor de la fogata, bebieron con imprevisto entusiasmo pretendiendo alcanzar la ansiada felicidad. Por su parte Carlos adelantaba la difícil tarea de elaborar un plato que les ayude a superar una próxima y segura resaca, soasó pacientemente en la fogata un ají amarillo y  lo molió sobre una piedra, seguidamente frió el ají, ajos, cebolla, tomate, apio y poro; llenó la olla de agua, añadió espinazos, cabezas de pescado y  los mini choros, dicho caldo  suele  ser considerado como un levanta-muertos tras una borrachera.
-Hey, acérquense y aprecien mi arte culinario –dijo Carlos a sus amigos.
Con precaución al principio pero con deleite después, sus amigos probaron el agradable sabor de aquel caldo.
-Mejor lo escondo, no vaya a ser que venga un muerto, lo pruebe y se levante  -comentó Carlos. Los jóvenes soltaron una fuerte carcajada y    brindaron con el otro chilcano, el cóctel ya mencionado.
-Qué curioso, estamos cerca de Chilca y estamos consumiendo chilcano en dos presentaciones, un caldo y un cóctel –comentó Jorge mientras sonreía.
Por su parte, Benedicto proseguía su camino, lento pero seguro, le animaba saber que se encontraría con sus amigos y que cada paso hacia más próximo su encuentro; la noche se había tornado fresca, la luna llena le inspiraba una serena ilusión, a lo lejos vio unos cerros frente al mar.
-Esos son, ya casi he llegado –se dijo a sí mismo.
De pronto el cielo se iluminó y divisó tres luces aplanadas y fulgurantes, éstas zigzagueaban en el horizonte,  seguidamente, se detuvieron frente al mar y de súbito se alejaron a una increíble velocidad, en dirección de los cerros frente al León dormido; Benedicto se asustó y empezó a correr presa de espanto; en unos minutos llegó jadeante a la mencionada playa y  la vio desolada, sin muestra de vida alguna; pretendió emitir un silbido típico, aquel de su  barrio: tfi, tfi, tfi, tfu, mas soplaba sin  obtener sonido alguno, cubierto por una  piel de gallina irrumpió sobre la carretera a fin de que algún vehículo se detuviera pero ninguno pasaba, ya no ubicaba la carretera, infirió que le vigilaban; preso de pavor, pensó en cavar un hoyo y esconderse, absorto, casi no percibía el mundo físico; de pronto sintió un estruendoso ruido, potentes faros de luz alumbraron su rostro, era un bus interprovincial que casi lo atropella; miró  la playa y divisó una fogata,  escuchó el llamado de sus compinches.
Benedicto corrió hacia la fogata cual alma que lleva el diablo, al alcanzar la misma no podía hablar, la boca la tenía sumamente seca, era incapaz de  emitir palabra alguna; Jorge le alcanzó una copa de chilcano de pisco, lo abrazaron y rompieron la tensión del momento. La clara noche había dado paso a una ligera neblina.
-¿Vieron esas luces en el cielo? –preguntó Benedicto.
-¿Qué luces?, ¿te refieres a  los buses interprovinciales? –contestó Manuel.
El recién llegado seguía atormentado por la incertidumbre,  preguntaba si habían visto las luces que él vio, por enésima vez le respondieron  que no; instantes después, ya sereno,  Benedicto les contó lo que vio  y su sorpresa de haber encontrado  la playa desierta mientras sus amigos le repetían   que todo el tiempo había estado encendida la fogata.
-¿Por qué tardaste tanto? –preguntó Manuel.
-¿Qué dices?, si debe ser las ocho de la noche –respondió Benedicto aletargando su dicción.
Realmente era casi el amanecer del día siguiente, los jóvenes se sentaron nuevamente sobre la arena, adoptaron una pseudo postura de flor de loto,  avivaron el fuego y tras intercambiar opiniones y no menos brindis, se ubicaron entre Pisco y Nazca. No resignados a la pérdida de las botellas de cerveza, empezaron a merodear por la orilla como lobos sedientos,  sorpresivamente divisaron que el pico de una botella afloraba en la orilla, se acercaron, cavaron la arena húmeda  y recuperaron las botellas extraviadas.
Era ya casi el amanecer, la neblina se mostraba densa,  la temperatura había bajado, el silencio se hizo hostil,  casi perfecto, de pronto los jóvenes  alcanzaron a divisar un resplandor en el cielo, éste se detuvo cerca de ellos por unos segundos, alzaron sus ojos  y vieron que a  gran velocidad la luz desaparecía adentrándose en el mar. Los  rostros de los jóvenes se tensaron, aquello se sobrepuso a su incredulidad.
-¿Vieron eso?, es lo que vi y no me creyeron –gritó Benedicto.
-Alucinante –dijo Jorge.
-Ala, ahora que mejor lo pienso, esta zona es conocida por los presuntos avistamientos de OVNIS -dijo Manuel.
-Claro, varios conocidos de la universidad vienen aquí por eso -añadió Carlos. 
Perturbaron sus ánimos comentando  lo escuchado de don Rómulo, lo narrado por el cliente del taller mecánico y del pasajero del autobús. Los cuatro muchachos acababan de terminar  sus estudios de ingeniería,  escrutando  las entrañas de su racionalidad buscaron una explicación a lo acontecido, esgrimieron conjeturas forzando a extremos los límites de su imaginación.
-El movimiento de esas luces era como de las  moscas, por inercia ninguna máquina humana podría hacer esas trayectorias bruscas –dijo Benedicto.
-Yo creo que  solo son imágenes de otro tiempo u otra dimensión –añadió Manuel.
-Si el río suena es porque piedras trae, ahora que recuerdo una vez mi tío  también me contó que cerca a Pucusana  recogió a una mujer que desapareció en el trayecto –comentó Benedicto.
-Claro y al parecer estos fenómenos son recurrentes en el tiempo, por eso los antiguos pobladores de Chilca enterraban a sus muertos atados al suelo –añadió Manuel.
-Estoy más asustado que negro en ducha, ya me cortaron la borrachera, mejor vámonos de aquí –añadió Jorge.
-No se asusten, eso  lo explica la teoría de las cuerdas –dijo Manuel.
-¿Qué es eso? –preguntó Benedicto.
-Es una  teoría que plantea la existencia de más de cuatro dimensiones y también postula que hay puentes o conexiones entre las  dimensionales, es decir lugares como este donde es posible pasar  de una dimensión a otra, quizás cruzaste un umbral inter dimensional –añadió Manuel.
-Ya no le den trago –exclamó  Carlos tras  señalar a Manuel.  
Los muchachos estaban sorprendidos, desconcertados, comentaban entre murmullos,  en  su racionalidad  no descartaban una sugestión colectiva u otra explicación razonable.
-Carlos, ¿dónde compraste el pisco? –preguntó Manuel.
-En el mercado del barrio –respondió Carlos.
-No vaya a ser adulterado,  no vaya a ser como algunos  de Acho – añadió Benedicto. 
-Mejor cortemos la borrachera –dijo Carlos.
El muchacho  avivó la hoguera para calentar el  plato fuerte de la jornada, chilcano de pescado, lo sirvieron  en sendas tazas,  tras pedir la bendición del Altísimo,  cada comensal añadió al caldo, ají, culantro, perejil  y limón según su gusto.
La borrachera había superado la etapa de la alegría y las bromas, se situaron en la etapa crítica y reflexiva; fueron embargados por un ímpetu más hondo que sus sentimientos,  acataron un impulso que no hubieran sabido justificar,  pensaron  detenidamente  sobre el sentido de la vida y confesaron su  perplejidad ante  la trascendencia.
Bajo la frescura del aire,  el rumor atareado de las olas y la sorpresa del alba, la sensatez y la racionalidad prevalecieron, dieron gracias a Dios por las bendiciones recibidas, por la vida, por tener salud, por haber concluido sus estudios,   es decir, tornaron aquella semana tranca en Semana Santa.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Coco Villa

 Nora Muñoz Fonseca


Instalados en el nuevo barrio y recién con cinco añitos cumplidos, la rubiecita engreída jugaba en la vereda de la casa tratando de seguir el ritmo de sus tres hermanos mayores, sin lograr integrarse al mismo compás de ellos, que ya andaban independientes haciendo locas carreras con los patines, por lo que la pequeña se sentía desplazada y esto la hacía rabiar a más no poder.  El llanto de aquella princesita no pasó desapercibido para el muchacho vecino de doce años, que cual caballero andante, se convirtió en su protector en esa ocasión.  Coco Villa era hijo del edecán del presidente, en ese entonces Manuel Prado.  Ella lo miraba con admiración viendo las piruetas que hacía con su bicicleta y la niña no olvidaría la sonrisa que acompañó las frases de consuelo que le prodigó en ese episodio que más tarde evocaría con gratitud.  Curiosamente, con los años, sucedió algo inexplicable, un sentimiento de rechazo por parte de ella, terminó contagiando aparentemente al muchacho y ya ni se miraban. En el barrio se oía decir que Coco era un malandrín, sus risotadas se oían a lo largo de toda la cuadra, la altisonancia de su voz, que él claramente usaba para hacerse notar más de la cuenta, caían como pedrada en ojo tuerto a la chiquilla y ya ella se acordaba muy poco de su gentil cercanía cuando era pequeña.  Entonces sucedía que él pasaba caminando, a lo Elvis Presley, por la acera de enfrente cuando ella con sus primorosos adolescentes años se sentaba en el pollo de la entrada de su casa acompañada de la abuela, para tomar el aire fresco del atardecer y mirar pasar a la gente, costumbre que se estilaba en aquella época en los meses de verano que era también el periodo de vacaciones escolares.

Un domingo de verano, la muchacha de trenza dorada, regresaba de la misa del brazo de su padre, quien orgulloso caminaba junto a su hija de trece años. Con mucha elegancia y sencillez llevaba puesto un hermoso y entallado vestido de corte princesa color melón que resaltaba su bella y fresca figura, calzando para completar el atuendo, unos zapatos estilo pompadour de cortito taco color manteca.  Ella era consciente que se sentía toda una belleza en flor.   Allí en la esquina estaba junto a otros muchachos el popular Coco Villa, conocido y reconocido en el barrio por revoltoso, mal hablado y rebelde y a quien ella le había cogido una ojeriza gratuita.  Un episodio habría de acontecer ese mediodía, algo que nunca olvidaría la chiquilla y que la hizo sentirse como una reina: fue cuando llegando a la esquina y debiendo pasar por en medio de tanta muchachada, Coco en un arrebato espontáneo y casi atrevido se sacó el enorme sombrero que acostumbraba usar para distinguirse de su entorno, desplegándolo justo bajo sus pies para que ella pasase por encima, pisándolo, en un gesto galante y por demás elocuente del impacto que la presencia de la muchacha le producía, logrando esbozar en ella y en su padre una sonrisa de aceptación por tan original galantería, que además le provocó un encantador, inocente y turbador rubor.  Ese día, la rubiecita experimentó una extraña y dulce sensación en su corazón que la hizo dudar si la aparente antipatía que hasta ese momento parecía tener hacia él, no era más bien un hermoso sentimiento que tenía miedo de dejar traslucir.

En ese tiempo se festejaban tres días seguidos los carnavales, lo que constituía una diversión a todo dar que nadie quería perderse.  Era costumbre aprovisionarse de los famosos globos de agua, con la que también llenaban los baldes siendo muy común salir a mojar a cuanto mortal apareciera pasando por la puerta de la casa, respetando eso sí a la gente mayor.  En la tarde, al bajar el sol, se usaba el chisguete de éter que olía riquísimo, y el talco para empolvar a la gente blanqueaba las ropas de los transeúntes, las serpentinas de colores con los mensajes de amor y de buenos deseos impresos se tiraban al aire y al caer adornaban los árboles y enroscaban a los caminantes.  En la noche del tercer día de carnaval se acostumbraba asistir a un baile, que generalmente se realizaba en casa de uno de los amigos o amigas del barrio, lo que resultaba siempre muy divertido, cada quien ostentaba un original disfraz, y el que no tenía como disfrazarse, se ponía una camisa lo más colorida posible y un collar de serpentina y ¡zas! se convertía en un hawaiano.  Lo importante era divertirse, el baile se animaba con los ritmos de la Sonora Matancera, cuya música giraba en los discos de “78” revoluciones y a esas fiestas por supuesto que la chica de trenzas doradas asistía en compañía de los tres guardianes que tenía por hermanos.

Era una tarde de carnavales de aquel verano, la rubiecita y su madre, disfrutando del ambiente festivo observaban a los transeúntes pasar y esquivar los motazos de talco que perseguían al más distraído, se escuchaba en el ambiente una canción de moda: “Escándalo” que cantaba Javier Solís, bolerista muy solicitado en aquella época y como nunca Coco transitaba por la misma vereda de la calle de la chiquilla rubia, ella tenía el pálpito que esa tarde se rompería el hielo pues eran ya varios años que no se hablaban.  Efectivamente él, con su caminar tan distintivo, aminoró el paso y atraído como por un imán se quedó al lado de ellas conversando con la madre y sonriéndole a la muchacha.  Ella no hallaba la forma de intervenir en la conversación, pero al percatarse que tenía en sus manos una bolsita de caramelos de perita, se los ofreció con un “¿quieres”? a quien le hacía latir el corazón con tanta fuerza.  Él aceptó con un “gracias” acompañando una sonrisa que derritió a la muchacha.  Desde ese momento, no había día que dejara de pararse en la puerta esperando que él pasase por la vereda de enfrente, haciéndole a ella una venia con la mano en su corazón y silbando siempre con su peculiar estilo la romántica canción “Nosotros”, cuya letra muy significativa retrata un amor imposible, lo cual no ha de haber estado lejos de la realidad, pues muchas cosas aparentemente los separaban a ambos, por lo pronto, lo celosos que eran los hermanos de la muchachita que ya habían puesto el parche antes que salga el chupo cuando en una ocasión uno de los hermanos pidió a Coco prestada su bicicleta y él aguardando pacientemente que se la devolviera, esperó un larguísimo rato hasta que por fin apareció el hermano y seguramente aliviado porque ya se vencía la hora de regresar a su casa Coco dijo una frase muy común en aquellos tiempos “…gracias cuñado”, queriendo sutilmente decir con eso “al fin regresaste”.  El hermano le contestó grotescamente murmurando algo ininteligible entre dientes, dándole entender que la tal palabrita “cuñado” no era muy bien recibida sino resultaba más bien un pecado imperdonable que pudiera haberse fijado en la hermanita. 

Un año más tarde Coco se convirtió en papá, su mujer no era del tipo de la rubiecita, pero tenía un porte muy especial, posiblemente dentro del barrio era una de las muchachas más admiradas.  A pesar de vivir muy cerca nunca se dio la ocasión de que ambas muchachas entablaran una amistad.  Coco tuvo dos hijos con ella, lo extraño era que él seguía viviendo en su casa, y ella en la suya.  Y él seguía silbando la misma canción cuando pasaba por la vereda de enfrente.  Algo de frustración debía de haber en ese corazón salvajemente hermoso, su rebeldía no cesó como no terminaron sus imprecaciones y una noche el hermano mayor de la rubiecita, regresando a su casa a voz en cuello como si se tratara de una novedad o que alguien se había sacado la lotería, exclamó a modo de primicia: “¿Saben quien se acaba de matar en la moto?”……COCO VILLA.  El corazón de la muchacha pareció paralizarse, no durmió esa noche y prefirió pasar todas las horas hasta que amaneció, pidiendo a Dios que no fuera verdad, clamando por su vida.  Como siempre la improvisación, el descuido y el irrespeto a la vida humana habían prevalecido y ni un solo cartel o señal de peligro se había colocado esa noche en el montículo de tierra que a la vuelta de la casa habían dejado irresponsablemente en una obra inconclusa en plena pista, ocasionando el fatal accidente que originó su prematura muerte.  Hoy, después de cuarenta y ocho años cuando viene el recuerdo de Coco Villa a su mente, ella se pregunta, ¿por qué no se dio un romance ya cantado entre ambos? ¿Cómo la vida de una persona puede truncarse a los veintitrés años? ¿Qué será de sus hijos? 

Por mucho tiempo, en el Cementerio Presbítero Maestro, alguien que en sus sueños lo tenía grabado, iba a visitar el Mausoleo de la familia Villa Pazos y se hacía presente con la lealtad de los sentimientos más puros que él despertara en su tierno corazón. La rubiecita de cabellos de oro jamás lo olvidará y ahora, con esa paz que a través del tiempo los años brindan, eleva una oración por el irrespetuoso malandrín que sin embargo fue todo un caballero con ella.

El matrimonio

Jaime Zapata


Está durmiendo, tanto ha pasado, tanto han vivido. La observa, tiernamente pero culposo, con arrepentimiento, su tranquilidad agiganta la falta que lo enerva, pero ya todo va a ser distinto, cómo pudo suceder: La indiferencia, el desamor, la rutina o su imaginación, su ambición, su hedonismo, sentirse poderoso. Al final todo se enmarañó: la familia, la esposa, los hijos, el amor, el placer, la seducción, el engaño. Pero ya no. Ya fue suficiente.
De un portazo selló la última rabieta de Andrea, ya no estaba dispuesto a tolerar más, ni a sus hijos permitía esos engreimientos, caprichos, demandas, había supuesto que los reclamos de Andrea eran temporales, efímeros, fáciles de controlar, de amenguar. Andrea, dieciocho años menor, deliciosamente bella, pero infantil al fin, bueno para él, impresentable en pareja, mientras Carmen, su señora. Es una señora, digna de él, de su nivel, de sus amistades, de su círculo social, ¿cómo exhibirse ante sus hijos con una madrastra de la edad de ellos? A veces se reía a solas.
Ya eran dos años de complacer a dos mujeres, de tener una doble vida, una doble moral, de no faltar a misa los domingos, ni a los placeres con Andrea. Había vivido instantes deliciosos, morbosos, en ocasiones se comportaba al nivel de Andrea, preguntaba por su música, la misma que escuchan sus hijos, se escapa a discotecas con ella, siempre en zona VIP de un apartado rincón, un jovenzuelo de incipientes canas, entradas profundas y abultada billetera.
El temor a ser descubierto, a lo prohibido, convierte todo en más excitante, ha hecho realidad sus perversiones, puede tener relaciones las veces que quiere, no existen dolores de cabeza, no a los ardores vaginales, siempre dispuesta, los tríos eran una maravilla, hasta que Andrea pretendió ser juiciosa, reflexiva, usar el cerebro, pero, ¿por qué estrenarlo?, si su mayor virtud era la insensatez y su mayor disquisición siempre fue cuestionarse: “Si ‘separado’ se escribe ‘todo junto’ por qué ‘todo junto’ se escribe ‘separado’”. Era perfecta para él, lo completaba, absolutamente alocada. Ahora, en un sesudo esfuerzo de futurología, proyecta una vida juntos, ¿juntos? Se le erizaba la piel: que nunca va a ser madre, que está envejeciendo, que se avergüenza de ella, que se vislumbra decrépita, sola y rodeada de gatos. Ya estaba harto, de amante se volvió esposa. Palabra precisa: e-s-p-o-s-a, en verdad eso sintió por mucho tiempo encontrarse esposado, enmarrocado, tanto a una mujer como a sus fantasías, lo que lo obligaron a buscar algo nuevo, o a reencontrarse con su juventud, a romper con lo establecido, a transformar sus ilusiones en realidad, a explorar los límites. Sin embargo, esta última discusión había sido tan intensa, desenfrenada, enardecida, que ya no había marcha atrás, ya era el fin y así lo había asumido Alejandro. Cierta melancolía se apoderó de él cuando bajó del edificio luego de la discusión, pero ni él mismo podía ya mantener la superchería tanto tiempo, está cansado, desgastado. El conserje se despidió de él, ni lo miró y desapareció.
La besa en el hombro deslizándose suavemente fuera de la cama, tratando de no recordarla, se ducha y se va a su empresa. Sólo unas horas porque es su aniversario y quiere regresar temprano, para redimirse con su mujer.
Llega a casa, donde Carmen debe estar aún en pijama, quiere sorprenderla llevándola a almorzar por la conmemoración, ya eran veinte años de matrimonio ¡Cómo pasa el tiempo!, pocas parejas están juntas tanto tiempo, eso lo enorgullece,  no la llamó por teléfono para advertir su exclamación.
Sí le extrañó que ella no lo llamara, pero mejor aún, quedaba en secreto la celebración. Ya había planeado todo, se iban a ir al restaurante Costa Verde, donde le pidió matrimonio, evocaba su titubeo, el sonido del mar, las cómplices luces amarillentas de aquella noche. La algarabía de Carmen al recibir la sortija de compromiso que con mucho esfuerzo había adquirido.
Hoy los chicos están en casa de sus amigos, así que podía ser un almuerzo íntimo, luego de un par de botellas de vino, se irían al hotel Sheraton, donde disfrutaron su noche de bodas, y tendrían hasta el día siguiente para ellos. No se iba a poder resistir, quería halagarla, sentirla, poseerla, últimamente ella había estado distante, le dolían sus bruscos cambios de estado de ánimo y deseaba voltear la página, cerrar un capítulo, desde ahora sólo franqueza, complicidad, amistad, todo lo que siempre compartieron alguna vez. Qué mejor, que revivir los momentos más felices juntos. En pleno almuerzo, le iba a entregar una sortija con un brillante mostrando de alguna manera su felicidad y recuperar la de ella que, sentía se estaba apagando.
Es consciente que él ha estado displicente, ha cometido muchos errores, no es el esposo perfecto, pero ¿Quién lo es?, afortunadamente, logró mantener oculta su otra vida, tenía que gratificarla, palpaba el pecado atormentándolo, que no podía, no sabía cómo, no quería y no debía compartir, pero todo iba a cambiar.
Ya realizó su aventura, punto, ahora la realidad, pero bien hecha, a la medida de los dos, en su interior busca una segunda oportunidad, todos la merecen.
Al llegar a casa ingresa haciendo el menor ruido posible, se detiene en el umbral de la puerta del dormitorio, ella está de espaldas, desliza la mirada sobre su cuerpo, sigue hermosa, está buscando qué ponerse en el closet, se acerca por atrás y la abraza:
-          ¡Qué susto me has dado! –exclama.
-          ¡Feliz aniversario!, vamos a almorzar los dos solos –se lo dijo estrechándola y besándola exageradamente.
-          Pero los chicos –reclama ella, alzando las manos como protegiéndose de tanto besuqueo.
-          Nada, olvídate de ellos, están con sus amigos y me dijeron, que venían en la noche –respondió sin dejar de besarla.
-          Ya, ya, pero ¿Qué me pongo? ¿A dónde vamos? –inquirió ella, alejándose un poco. Aparentemente había logrado el efecto sorpresa, sin embargo, le llamó la atención que ella no le devolviera la felicitación. Lo dejó pasar.
-          Lo que quieras igual te ves bien, ya vas a ver, te va a gustar, pero ponte algo elegante –insistió él, quitándose la ropa para ponerse algo más oportuno.
Ambos ya en el auto conversan del recurrente tema de los chicos, del colegio, de la universidad y demás asuntos domésticos. Lamentablemente ya con los años han perdido temas de conversación, se conocen demasiado, defectos y virtudes, al menos los yerros que él ha dejado mostrar, están cayendo en el aburrimiento, hace ya buen tiempo que ella no le pregunta cómo está, cómo se siente, pequeños detalles que pueden iluminar el día, despertar la relación. La verdad que él tampoco, pero es algo que se ha propuesto cambiar a partir de hoy.
Cuando terminan el tema de los hijos, él inicia la conversación sobre ella, que cómo le va en sus clases de inglés, si quiere ir al cine, que hace mucho tiempo no van, cómo anda su madre, mientras ella responde con poco entusiasmo, incomodándole el súbito interés por su vida. Ella no repregunta, sólo responde.
Llegan al restaurante, recuerda claramente la mesa donde le pidió matrimonio, y ahí se ubican, ella hizo un amago de alegría, se estaba comportando como todo un caballero, de vez en cuando le soltaba un piropo, como quien la corteja, ella sonreía con extrañeza.
Hacía bromas, quería percibir el significativo momento de hace veinte años, ella asentía, le molestaba que no se riera con el entusiasmo que lo hacía tiempo atrás, como si hubiera perdido jovialidad.
Ya van por la segunda botella de vino, hablaban de todo un poco, pero seguía lejana, extraña, ida, empezó a recordar algunas ausencias vespertinas que ella siempre explicaba por la visita a una amiga o a la casa de su madre y que alguna que otra vez había confundido las respuestas cuando él le repreguntaba un tiempo después. Empezaba a elucubrar todo tipo de situaciones, que trataba de apartar de su mente con rapidez. No quería malograr el día por celos o discusiones sin fundamento. No todos son como tú Alejandro, no pienses huevadas.
Había bastantes comensales, el sol estaba espléndido combinando perfectamente con la frialdad del vino, el mar y el cielo que, como pocas veces, estaba más azul que nunca. Los mozos se deshacían en atenciones, los cubiertos, el mantel, las servilletas, los platos, la comida, todo estaba a su gusto. Cuando de repente, sacó del bolsillo derecho de su saco, una cajita que le entregó como ofrenda de paz. ¿Qué es? Preguntó, sólo ábrelo, contestó con un halo de misterio. Cuando la abrió ahí estaba el anillo con el brillante enorme, radiante, luminoso. Ella lo tomó, le dio un beso y se lo colocó en el anular izquierdo, con una sonrisa ladeada.
Su reacción no era la que esperaba, muy tibia, ¿no sabía cuánto le había costado? Estaba aturdido:
-          No te gusta –preguntó para llenar el silencio.
-          Sí, está precioso, gracias –contestó mirando el brillante.
-          ¿Y?, nada más –su poca expresividad ya lo estaba colmando.
-          Sí, hay algo más –lo miró directamente a los ojos.
-          ¿De qué hablas? –levantó un poco el tono de voz. Esos jueguitos no le gustaban.
-          De tu otro regalo –sacando de su cartera un papel que le entregó, penetrándolo con la mirada.
Él lo tomó callado, confundido, era un sobre de un laboratorio reconocido, en él estaba el nombre de ella Carmen Vasconcelos de Franco y dentro también, con un resultado: POSITIVO al Herpes Genital VHS-2.
-          Una pequeña llaga le llamó la atención a mi ginecólogo la semana pasada, me hiciste una o-fren-da-de-por-vi-da, que perdurará más que tu brillante, que nunca me la podré quitar, como una de las tontas baratijas que me has obsequiado. ¿Debo agradecer esta o-fren-da con mayor entusiasmo? –reprimió el natural instinto de arrojarle todos los platos encima, trocándolo por sarcasmo.
Se le cayó el mundo, su universo ideal de placeres y virtudes, el vino y la corvina nadaban por su esófago, subiendo y bajando, no sabía qué decir, no terminaba de entender, reconoce que es una enfermedad de transmisión sexual, ¿pero él?, si nunca ha sentido nada extraño. Pensó en Andrea, la maldijo. Estaba pálido, una vena le cruzaba la frente, intentó hablar, no salían las palabras, se le resecó la garganta.
-          Piensas que soy tan idiota, creías que no sabía de tu amiguita, no sabes cuántas veces he llorado, sabiendo que estabas con ella, y yo sola, esperando al único hombre que he tenido en mi vida. Esta vez sí la cagaste, me cagaste, confirmaste la destrucción de lo poco que aún nos unía, bueno o malo –se paró y se fue.
Alejandro, no podía con su pesar, con su ira, su palidez se transformo en un rojo intenso, la cólera brotaba de él.
Pagó la cuenta, sin dirigir una palabra, sin mirar el monto, tan sólo entregó la tarjeta de crédito y luego firmó, sólo pensaba en Andrea. En su hermosura, en su piel, en su podredumbre.
Enrumbó hacia ella, el conserje del edificio lo saludó como de costumbre, ni lo miró, para variar, y subió corriendo por las escaleras hasta el piso cinco. Llegó a la puerta de su departamento, tomó un poco de aire, abrió con la llave que ella le había dado, era lo menos, ya que el alquiler lo pagaba él.
-          Hola amor, sabía que vendrías –estaba con unos jeans apretados, un polo ceñido, sin mangas dejando apreciar su bien esculpido cuerpo, su tersa cabellera rubia recorría sus hombros desnudos –ya se te pasó la cólera- continuó con su rostro angelical. Si no fuera por el odio, provocaba hacerle el amor antes que termine de hablar.
-          ¡Qué cólera! ¡Puta de mierda, tienes herpes! –El cinismo de Andrea acentuó la ira de Alejandro.
-          ¡Ah verdad! Me olvidé de decirte, el doctor dice que no es nada grave. Me llevarás contigo siempre, ya que no vamos a poder pasar la vida juntos –lo dijo sonriendo con tamaña desfachatez, que Alejandro parecía hervir.
Cuando iba a contestarle que ha arruinado su vida, la de su esposa, la de su familia y que todo para ella era broma, una corriente eléctrica se apoderó de sus cien kilos de peso, giró medio cuerpo y lo regresó con la mayor velocidad estampándole una cachetada con la parte externa de la mano que la hizo tropezar contra el alfeizar rompiendo la ventana cayendo hasta la vereda.
Pareciera que Alejandro, no se daba cuenta de nada, pues salió tranquilamente, un poco más calmado, pero con la mirada perdida y la imagen de Carmen, de su familia, fija en sus pensamientos, bajó por el ascensor, el conserje lo llamó, le gritó, se estaba formando un tumulto en la calle.
Llegó a su casa, entró a su dormitorio, vio los cuadros de su boda en la pared, las fotos familiares, los chicos en su primera comunión, se acercó, rogó, imploró, sólo logrando que Carmen encendiera más su rabia, explicó sus motivos, que era la mejor mujer del mundo, que iba a buscar a los mejores médicos, que nada le iba a pasar.
Carmen lloró, lloró por una vida desperdiciada, porque no conocía al ser con el que estaba hablando, porque de repente nunca lo conoció, por sus hijos, por tener ya la certeza de que todas sus esperanzas se derrumbaron, por las noches de soledad. Sabía que ya no podía hacer nada o se divorciaba o vivía una mentira, una vida miserable, todo era muy rápido, necesitaba tiempo.
Al rato se acerca la sirvienta, ¿qué sucede? Le dice Alejandro de mala gana. La criada no advierte su impertinencia. Está a punto de algo, no sabe de qué, pero de algo y se aparece esta mujer a joder, señor: Hay dos policías que lo buscan en la puerta.