miércoles, 30 de marzo de 2016

El viajero

Julian Cervantes Cadena


–Dígame señor Soto, ¿por qué cree que este es un buen momento para confesar? –dijo el oficial Gómez.

–En la vida todo tiene su momento, hice algunas cosa de las cuales me sentí orgulloso durante mucho tiempo, pero no puedo morir sin que nadie conozca mis días más gloriosos –respondió Carlos Soto. Un hombre que a sus ochenta y cinco años decidió dejar de vivir entre las sombras.

La noche era su mejor acompañante, la soledad de su profesión y los recuerdos de una niñez llena de estrictas reglas por parte de un padre militar y una madre extremadamente religiosa siempre hicieron que Carlos Soto buscara el amor en mujeres que no le convenían, e incluso en lugares equivocados. Los burdeles de las ciudades más cosmopolitas del mundo eran frecuentados ávidamente por Carlos, hasta que un lluvioso día de noviembre en Praga, su forma de ver a las mujeres cambió. Una hermosa mesera de uno de los centros de tolerancia del centro de la ciudad lo deslumbró. El parecido físico con su amor de la infancia, llamo su atención de inmediato.

 –¿Me podrías ayudar con un vodka? –dijo Carlos en un checo tosco y poco entendible.

 –Perdón, no te entiendo –dijo la bella mesera con su dulce voz mientras fruncía el ceño. Carlos decidió pedirle nuevamente el trago, pero esta vez en un perfecto y fluido ingles. La mesera con una hermosa sonrisa le mostró que en está ocasión sí le había entendido.

Era raro que él se pusiera nervioso al hablarle a una mujer, siempre que salía a bares o a prostíbulos se desenvolvía con facilidad, pero esta vez fue diferente, no era por el idioma, no sabía como tratar a una mujer tan bella y angelical que había conocido en un prostíbulo, ese tipo de mujeres no se deberían encontrar en lugares tan sucios, oscuros y degenerados como esos. Hablarle con dulzura le parecía ridículo. Una mujer que seguramente era más vivida y recorrida que él y todos los visitantes del lugar juntos, pero hablarle directamente y con total franqueza sobre sexo y depravación no le nacía, es más, ella no le despertaba esos sentimientos, la dulzura de sus ojos azules, la angelical sonrisa y la bien cuidada y castaña cabellera hacia que se viera como una mujer con la que quisieras pasar el resto de la vida, no una noche de sexo y desahogo.

Carlos no hizo nada en ese momento, prefirió no asociar aquel bello rostro con los olores a lujuria y las luces de neón del lugar. La esperó afuera, no le importó permanecer ahí hasta la madrugada, total su próximo vuelo era en dos días y ella valía la pena la trasnochada.

El sol empezaba a salir, y con él, las chicas de la noche iniciaban su recorrido a casa. Apenas la vio se le acercó, su rostro no dejó de ser bello pese al cansancio que reflejaba y a lo diferente que resultaba verla bajo la luz del amanecer. Carlos se presentó y muy amablemente le ofreció su compañía hasta su destino, ella un poco extrañada aceptó, la buena presencia física de Carlos, sus modales e incluso su caballerosidad generaron un aura de confianza entre los dos.

Una caminata de unos veinte minutos a través del colonial y pintoresco centro de la ciudad, bien conservadas edificaciones con techos llenos de tejas anaranjadas, el empedrado camino lleno de rocío mañanero, el tolerable frío de una madrugada de otoño; formaban una escena que parecía salida de una romántica película europea. Ella se llamaba Petra, y tuvo química instantánea con Carlos. Su charla no fue sobre sus trabajos, o el posible pasado tormentoso de ella, él siempre llevo la conversación a los gustos de cada uno, a sus sueños, todo terminó cuando él la dejo en la estación del tranvía, su imaginación dejó de volar y soñar en una posible relación con Petra.

Dos semanas más tarde, Carlos tenía que volver a Praga, así que aprovechó para ir al burdel donde trabajaba Petra. Ubicado en una vieja casa de tres pisos en el casco histórico de la ciudad, por fuera pasaba desapercibido, era parte del paisaje, pero luego de pasar un viejo portón de roble que dirigía a un largo corredor hecho de piedra, la música a alto volumen, los espejos en techo y paredes, mesas para no más de cuatro personas y el olor a alcohol mezclado con perfume barato de mujer y cigarrillo envolvían a cualquiera en una atmósfera de bohemia y lujuria.

La escasa iluminación proporcionada por las luces de neón y las lámparas de las mesas ubicadas alrededor del “Table Dance” dificultaban la misión de encontrar a su amor platónico. Se sentó en la barra y ordenó un whisky.

–¿Petra trabaja hoy? –preguntó Carlos al barman, un calvo de dos metros de altura con un rostro de pocos amigos.

 –Acá no trabaja ninguna Petra –respondió el matón mientras limpiaba un vaso con un trapo blanco que tenía colgado en el hombro.

La respuesta del rapado, desconcertó a Carlos, que decidió tomarse su trago y disfrutar del continuo show de striptease que ofrecía el lugar, sin dejar de buscar a la chica que no podía sacar de su cabeza.

Carlos se dio por vencido, se levantó del incómodo taburete metálico que daba a la barra y dejó con total displicencia sobre la húmeda superficie de madera donde estaba su trago, dos billetes de quinientas Coronas, suficiente para pagar la cuenta y dejar una buena propina para el cantinero. Antes de salir del lugar decidió hacer una parada en el baño, cuando estaba llegar a este, la vio, tan hermosa como recordaba, un rostro angelical que lo hizo suspirar y ponerse a soñar en pasar el resto de sus días junto a ella.

La inocente fantasía de Carlos se derrumbó en pocos segundos, cuando cinco sujetos que parecía que estaban en una despedida de soltero empezaron a manosearla, uno de ellos llevaba la batuta, le habló al oído y seguramente tranzó el negocio con ella, uno tras otro entraron a un cuarto, mientras ella los animaba con su angelical sonrisa a que bebieran más. El corazón de Carlos latía a mil por hora, su respiración era agitada y sus ojos alcanzaron a llenarse de lágrimas, se sentía como un quinceañero que acababa de sufrir su primera decepción amorosa y así actuó, sin pensarlo se dirigió al cuarto y abrió la puerta con tal violencia que interrumpió la orgía en la que participaban los que estaban adentro.

–Ella tendida en su espalda siendo penetrada por un individuo, mientras usaba sus manos y su boca para darle placer a otros dos al mismo, fue la escena que desató todo lo que hice después –dijo Carlos.

–¿Cuántas victimas dice que tiene a su haber? –preguntó el oficial Gómez mientras tomaba apuntes en su pequeña libreta

–No sé perdí la cuenta después de los primeros ocho años.

–Pero, ¿más o menos cuántos eran por año?

Carlos se tomó unos minutos para hacer cuentas, su mirada apuntaba a las luces de la sala de interrogatorios y sus dedos se levantaban al ritmo de un conteo minucioso, de repente se detuvo y miró fijamente a los ojos del oficial. –El éxito de mi trabajo siempre fue usar bien la cabeza y llenarme de paciencia. Nunca fueron muy seguidos, en mis mejores épocas podría hacerlo dos o máximo tres veces al año, pero hubo años en los que me tocó detenerme, la ley se acercaba mucho.

Al salir del burdel la cabeza de Carlos daba vueltas, se sentía desorientado caminaba dando tumbos por una plaza de Praga, parecía un borracho cualquiera, su estómago no aguanto, cayó de rodillas, puso las manos en el húmedo piso y vomitó el trago que ingirió acompañado de los restos de un sándwich que había cenado, el ardor en la nariz por un pedazo de comida atravesado hizo que reaccionara. Levanto su cabeza caminó hasta una fuente que estaba a pocos metros mojó su mano y tomó un poco de la congelada agua, se sentó y simplemente esperó, mientras miraba la puerta del burdel. Vio como los implicados en la despedida de soltero salían totalmente ebrios y cantando lo que parecía una canción de algún equipo de futbol local. Su mirada no se desvió ni por un segundo, estaba enfocado en la puerta. El tiempo pasó, todos los visitantes del lugar parecían haber abandonado el centro de tolerancia. Carlos siguió esperando. Petra salió del lugar, igual que la otra vez acompañada por el alba, pero en esta ocasión él no le habló, ni la acompañó amablemente, esperó unos segundos y la siguió a una distancia razonable para que ella no lo viera.

La silenciosa persecución terminó en un edificio de cuatro pisos y cinco ventanas por cada uno, lleno de paciencia esperó en la vereda del frente, sin perder la concentración para poder ubicar la ventana donde se pudiera ver a Petra. Tercer piso segunda ventana de la izquierda, se acercó al portero electrónico, ocho timbres, dos por cada nivel. Carlos se fue a su hotel, su próximo vuelo salía en dos días.

Minutos antes de que llegara la noche, Carlos ya estaba afuera del edificio donde vivía Petra, esperó que alguien salga del edificio, para poder escabullirse por la puerta principal. Frente a él un pequeño corredor de tres metros de largo, una puerta a cada lado y al fondo unas viejas escaleras de madera que crujían a cada paso que daba. La humedad del lugar hacía que el frío se intensifique. Terminó de subir los tres pisos que lo llevarían al departamento, pero subió uno más, se sentó en la parte alta de las escaleras que lo llevaban al cuarto nivel y esperó.

Petra salió de su casa y nunca se dio cuenta que estaba siendo acosada por Carlos. Él bajó las escaleras, se asomó por la ventana del corredor y esperó a verla en la calle para irrumpir en el departamento. Un pequeño lugar, que tenían únicamente un dormitorio con su respectivo baño. El olor a comida se mezclaban con el vapor de la ducha que acababa de ser abandonada. Un colchón botado en el piso, ropa por todas partes y una caja de maquillaje conformaban la decoración del sitio, solo una persona que lo utilizaba solo para dormir podría vivir en esas condiciones.

Carlos entró al baño, desordenado como toda la casa, cremas, maquillaje en el lavamanos, ropa interior colgada en el tubo de la cortina de baño. Con mucho cuidado, no tocó nada, pese a tener sus guantes contra el frío, no quiso dejar ninguna prueba de su presencia en el apartamento de Petra.

–¿Petra fue su primera víctima? Preguntó el oficial Gómez

–Sí, esperé por casi ocho horas en ese lugar –respondió Carlos– todo valió la pena cuando la sorprendí y le corté el cuello de lado a lado con un cuchillo que encontré ahí.

–Luego de esto ¿qué hizo?

–La vi desangrarse y esperé hasta que llegara la noche para poder abandonar el lugar, ya le dije el éxito de mi trabajo siempre fue tener paciencia.

La sensación de venganza, dejar salir toda la ira que tenía reprimida le dio a Carlos una felicidad que nunca había experimentado, sabía que lo que acababa de hacer no era correcto, pero el éxtasis que experimentó cuando atravesó laringe, tráquea, esófago y algunas venas y arteria con un cuchillo, nada lo podía equiparar.

Pasó un año completo hasta que Carlos volvió a hacerlo, visitaba burdeles en diferentes lugares del mundo, su profesión como piloto de avión le ayudaba con la diversidad. Praga, París, Nueva York, Rio de Janeiro, Sídney, sus asesinatos siempre fueron iguales, prostitutas hermosas, solas y sin nadie que reclame por su muerte, así fue como se convirtió en un asesino en serie sin que se encontrara una conexión entre las muertes.

–Señor Soto, usted cayó en cuenta que al contarnos todo esto, podría pasar el resto de su vida tras la rejas –dijo el oficial Gómez mientras guardaba su libreta y se alejaba de la mesa que lo separaba de Carlos.

–Oficial, usted es un tipo joven ¿Cuántos años tiene cuarenta, cuarenta y cinco?

–Cuarenta y seis para ser exactos.

–Yo en cambio soy un viejo que está viviendo sus últimos días. A mis ochenta y cinco años no espero vivir mucho. –Carlos esperó unos segundos y bebió agua de un vaso que tenía en frente para refrescar su garganta– Además el cáncer ya está por acabar conmigo, no me importa lo que me vayan hacer, solo quiero que mis más grande éxitos sean conocidos. –Una sonrisa se dibujó en la boca de Carlos mientras entrelazaba los dedos de sus manos y se las llevaba a la parte de atrás de la cabeza en señal de satisfacción.

martes, 29 de marzo de 2016

Amor u obsesión

Maira Delgado



Ciudad Esperanza, Marzo 1 de 2016.

Querido Elías:

¿Amor u obsesión? Amigo, en esta misma playa de arena blanca y tibia, dónde caminé contigo, oyendo tus sabias palabras que han sido mi guía, mi descanso. Espero hoy sentada el alba que se ve en el horizonte, con la poca luz del amanecer, lo más parecido a la ilusión que he tenido de volver a ver claridad en mi vida, con mis pies humedecidos en las olas de este inmenso mar azul, escribo para contarte los últimos sucesos, deseando que al terminar, tu respuesta ya haya llegado a mi mente, imaginando qué me dirías de nuevo al aconsejarme. En nochebuena volví a verlo. Ya puedo dibujar tu mirada en mi mente, sé que he sido insistente con el tema, pero eres el único que conoce mis pesares, nadie más honesto y comprensivo, para saber qué hacer en cada circunstancia de mi vida. Supe que volvió a la ciudad dos días antes de navidad, para estar con sus padres, oí que no fue a ver a sus hijos por la congestión de los vuelos, lo variable de las tarifas aéreas en esta época le hicieron perder sus conexiones. Excusa absurda, para un pasajero “categoría Diamante”. Esa noche, después de la “cantata”, lo vi saludando a otras personas, mi corazón se aceleró, las revoluciones parecían sacarlo de mi pecho, ya sabes, como cuando escuchas tus propios latidos, sintiendo un vacío cerca a tu estómago, me puse como loquita, paseándome cerca de ellos para llamar su atención. Por fin logré que me viera, bastó sólo un segundo, nuestras miradas se cruzaron, noté que todavía sus ojos se devuelven para observarme entre decenas de personas. Obviamente, salí despavorida, objetivo cumplido, como ver un fantasma entre la gente, desaparecí ante sus ojos, antes de que notara el rastreo de mi mirada.

Pasaron dos días, él ya había oído el rumor que iba a casarme con Roberto, su madre se lo contó, pues yo lo había dejado correr entre los míos con la esperanza que alguien amablemente imprudente se lo hiciera saber. Efectivamente provocó un cambio de actitud hasta ahora hermética hacia mí y por primera vez después de once meses sin hablar, luego que decidí dejarlo sin decir una palabra, al estar segura de su engaño, volvió a indagar por mí tratando de confirmar las habladurías, hasta se atrevió a saludar a Roberto en el centro comercial más elegante de la ciudad, en el que coincidieron una tarde de compras, ufanaba que lo conocía desde años atrás, aún los dos divorcios anteriores de mi nueva conquista. Se atrevió a expresar que yo merecía a alguien mejor, el solapado quería hablar conmigo para aconsejarme acerca del paso que iba a dar.

Unas noches antes, soñé, que mientras miraba mi Facebook, aparecía una frase publicada que decía: Si quieres que tu amor crezca en él, siembra una semilla de tu amor en su corazón. Me desperté inquieta, lo escribí y luego le pregunté a Dios el significado, así lo hago desde  que me dijiste que no buscara en Internet el contenido de estos, porque era ocultismo y adivinación disfrazada, más bien que recurriera a la oración, que ahí encontraría la respuesta. Hasta ese momento no entendía nada, esperaba, seguía pistas, jamás pensé en buscarlo para una reconciliación o amistad siquiera. De repente, pensé en ti y me pregunté qué harías en mi lugar... Luego, en la noche de año nuevo, volví a verlo, nunca viajó a casa, incluso, lo operaron de una hernia umbilical antigua que lo mantuvo quieto unos días más. Así que al llegar a la iglesia para la última reunión, viéndolo allí, sentado en el lugar de siempre, a pesar de su convalecencia, me confundí, hasta que recibí un inocente mensaje por el whatsApp que decía, amiga, sólo resta decir las palabras mágicas esta noche. “Feliz año”. En ese instante como si una luz se encendiera ante mis ojos, a la medianoche, acompañada por Roberto siempre, me abrí campo entre la gente, hasta donde él estaba, aprovechando la distracción de mi novio con otras personas, caminé por el largo pasillo, directamente hacia él, quien nerviosamente escribía por el celular disimulando frente a mí, sin darle tregua coloqué mi mano sobre su hombro, mientras él levantaba su mirada, me acerqué, lo besé suavemente en la mejilla, al tiempo que tímidamente nos abrazamos susurrando a su oído las palabras mágicas “feliz año”, que este, sea el mejor de tu vida, Josué. Al separarnos, su mirada atónita pero a la vez coqueta me estremeció al decir: “Seguro que sí, Sara, seguro que sí”. Rápidamente huí de su lado, volví a escudarme tras Roberto, como una niña que hace una pilatuna, corrí antes de ser descubierta, había lanzado mi semilla, ahora, esperar que germinara, creí que todo había sido muy sencillo, pero ese era sólo el comienzo del duro camino que me esperaba, pues después una nueva frase apareció ante mis ojos. Cuando te gusta una flor, la arrancas. Pero cuando la amas, la riegas cada día. Volví a pensar en ti, supe que debía acercarme más para no dejar morir esa pequeña semilla que había sembrado, tal vez en un terreno inhóspito y sin arar. Dos días después recordé tus palabras. No dejes de soñar y lucha por lo que quieres. Así que le envié un “e-mail”, pidiéndole perdón por haberlo dejado sin ninguna explicación, le compartí un libro llamado Cumbres Borrascosas, le rogué que volviéramos a ser amigos. ¡Oh, por Dios!, estaré enloqueciendo o ya estaré completamente demente. Pensé, en ese momento, pero tu voz en mi interior me seguía susurrando que hacía lo correcto, que todo esto, me llevaría a descubrir esa verdad oculta que tanto me había torturado, provocando en mí el intenso deseo de tener la certeza de su engaño o recuperar nuestro amor perdido.

Pasaron los días, empezamos a escribirnos con más frecuencia, hasta que tu voz nuevamente me dijo: Si buscas honestidad, siembra honestidad, dentro de mí algo se estremecía, yo tampoco había sido totalmente sincera con él, al mentirle sobre mi pasado, cuando me preguntó si había tenido más de una aventura antes de él, le dije una verdad a medias que realmente fue una mentira, pretendiendo que sólo un hombre había existido antes en mi pasado sexual. Sabes, que lo dije por miedo, vergüenza quizás, o simplemente por aparecer ante él como alguien mejor que su ex esposa quien lo había engañado en repetidas ocasiones, según su versión, no quería que pensara que yo también lo engañaría, si sopesaba mi pasado no muy blanco. Entonces lo busqué, para descubrirme frente a él, lo invité a un almuerzo, que de manera muy caballerosa él pagó, ese día le dije toda mi verdad, la que nunca confesé, que había mantenido no sólo la relación trascendente en mi vida que él ya conocía sino que luego al lograr escapar de ésta, me había lanzado en brazos de varios amantes buscando el amor verdadero, desesperada por encontrar al príncipe de mis sueños, caí en relaciones fallidas, efímeras, superficiales que sólo me hirieron más, hasta su aparición, entonces creí encontrar puerto seguro, por esta razón no me importó que él estuviera saliendo también de un nefasto final con quien había sido su mujer durante veinticinco años y a quien decía no amar, ¡vaya mentira! te puede decir quien está herido, bien dice mi padre, que una persona divorciada debe esperar al menos dos años antes de involucrarse sentimentalmente con otra, ya que era como pegar dos fotografías, al tiempo, si tratas de separarlas, siempre habrá pedazos de un rostro adherido al otro. Le dije que al sospechar y estar casi segura de que él había vuelto con ella, decidí alejarme para que no fuese yo la causa de su dilema, sino que el destino pusiera a cada uno en su lugar. Pero nuevamente, él negó que estuviera con ella, o que hubiese existido algún tipo de reconciliación entre ellos, aunque reconoció que vivían juntos por sus hijos, ya que él debía viajar mucho por su trabajo y ella los cuidaba durante sus largas ausencias. “Somos buenos amigos, pero nada más”. Mi mente se confundía, ilusionándose de nuevo ante la posibilidad de el reencuentro de nuestras almas, pero yo estaba en una relación y él aparentemente estaba solo pero tranquilo, no necesitaba a nadie en ese momento, aunque era bueno haber vuelto a hablar, su indiferencia parecía estar matando mi pequeña semilla en su corazón. Sin embargo, ¿qué crees?, algo en mí despertó la idea de reconquistarlo. Al siguiente día, él, salía de viaje muy temprano, pero antes, me pidió que hiciéramos un cambio, quería de vuelta un “Ipad” que me había regalado para comunicarnos durante sus viajes, realmente lo había sub utilizado, pero en el último año, sí había escrito todas mis premoniciones, tus cartas estaban ahí, más un mundo de confesiones que él desconocía, ofreció darme otra tableta con una tecnología más sencilla para mí, ya que era compatible con mi teléfono móvil, a la que podría sacarle mayor provecho. Pero, todo estaba ahí... La forma cómo tú y yo descubrimos la verdad que él tal vez jamás reconocería ante mí, cómo me ayudaste a tomar la dura decisión de dejarlo. Finalmente, se la entregué, pasé toda la información al nuevo juguete, con el detalle que por el supuesto afán de las cosas, la excusa de no manejarla muy bien, jamás borré la información, siguiendo tu voz, podría ocurrir lo que pasó en la novela Volver a empezar, en la que el protagonista escribe un libro sobre su historia, lo envía a la editorial dónde trabaja su antigua novia revisando escritos y así la reconquistó. Supuestamente, él debía pasarme las demás fotos, archivos y luego resetearla. ¿Ingenuidad o estrategia? Dime tú...

Los días siguientes, coqueteamos sutilmente, por el “chat”, pero tu voz en mí, gritando, enfréntalo, dile que lo amas viéndolo a los ojos, así sabrás en qué terreno estás parada.

Empecé a ser un poco más desinhibida, acosándole, con mis coqueteos más abiertos, le enviaba imágenes sugestivas, tiernas, de niños enamorados, como le gustaba antes, a veces respondía dulcemente, otras veces era frío, como si quisiera hacerme pagar mi culpa. Pasó  casi un mes, él regresaba de su viaje, pasaría por la ciudad dos días, antes de volver a casa de sus hijos finalmente, después de tres meses de ausencia. Así que era mi gran oportunidad, debía hacer algo que lo impactara, permitiéndome confesarle mi amor, mirándolo a los ojos para conocer su reacción. Le compré unas galletas de coco, junto a sus “cakes” de chocolate preferidos y le pedí a una amiga que me los envolviera en un hermoso papel seda azul rey   con una cinta roja que llegó a mis manos como por complicidad del destino. El día que aterrizó, le pedí que me dejara verlo un momento, porque le tenía un regalo. Su reacción, la verdad fue predecible para mí, ya sabes cómo le gustaban los detalles que solía darle, así que verlo, no fue muy complicado. Esa noche, salí temprano de mi trabajo, que está a cinco minutos del lujoso conjunto cerrado donde viven sus padres, corrí en mi carro, a pesar del tráfico, la ciudad parecía favorecer nuestro encuentro, lo esperé parqueada frente a la torre principal del edificio, no demoró mucho en aparecer, nos saludamos de manera cariñosa, nada romántica, como dos amigos que se encuentran, hablamos de su viaje, cómo iba su cirugía, hablamos, bla, bla, bla... Yo, temblando, hasta que puse en sus piernas el regalo, sus ojos se enternecieron, realmente el empaque lo impresionó, mi amiga había hecho un lindo trabajo sin saberlo, él no hallaba qué hacer, si abrirlo o no, pero sé lo curioso que es, así que me pidió que yo lo destapara porque no quería romper el papel. ¡Buen punto!, es decir, logré cautivar su atención, despacio, desenrollé el moño, coqueteando con mis dedos, frente a él para que se fijara en mi “manicure” recién hecho, como a él le encantaba, acercándome un poco hacia su cuerpo para sentir el roce de sus brazos que tímidamente sostenían el regalo, pretendiendo ser una experta en abrir regalos que no soy realmente, lo abrí sólo un poco para que lo viera por un lado, aumentando su curiosidad. Sus manos terminaron de separar el papel, al tener frente a él sus antojos preferidos, realmente se emocionó, mirándome fijamente, sus ojos brillaron como antes, me agradeció el hermoso detalle y no tuvo más opción que abrazarme. En ese momento me lancé en sus brazos como una niña , en la incomodidad del carro, dejé deslizar mis labios sobre su mejilla tibiecita, suavemente le dí un beso con mis labios entreabiertos, para hacerle sentir mi humedad en su cara y él hizo lo mismo en mi rostro, pero luego empezó a rozarme despacio, como quien quiere premiar a alguien por su esfuerzo, lentamente nos buscamos más al centro hasta fundirnos muy tiernamente en un beso. ¡Fue sencillamente escalofriante!, sentir sus labios gruesos y carnosos después de tanto tiempo, no quería separarme de ellos, le dije al oído un te quiero que sólo confirmó con un quejido, si hubiésemos estado en otro lugar, no habríamos parado hasta ser un sólo cuerpo... Pero, ya debía irme, había logrado evadir una hora a Roberto, sin que notara mi demora al salir del trabajo y él debía descansar de su viaje, hablamos unos minutos más, tornamos a la realidad, nos despedimos sin mencionar más nada acerca de nuestro anterior momento de debilidad. Aún así, no quería dejar pasar ese hermoso encuentro, como uno más, así que más tarde, ya en mi habitación, antes de dormir, le envié un mensajito al celular, le dediqué una canción, a la cual respondió dulcemente también. Pero al siguiente día, debía continuar mi labor, no podía dejarlo ir así, le escribí muy temprano, él me respondió más tarde al despertar, pero lo perdí durante la mañana, pues no escribió más, insistí al mediodía y me contestó pasada una hora, diciendo que estaba muy ocupado, se desconectó toda la tarde, pero me tragué mi orgullo, le pedí volver a verlo para besar de nuevo su boca, su mensaje fue evasivo, parecía no querer verme, para no hablar de lo sucedido, o ya sabes cómo soy, empecé a imaginar que estaba con alguien más, que realmente perdía mi tiempo otra vez, así que parecía rogarle que me permitiera despedirme y finalmente, tal vez por cortesía, me dijo que después de las nueve de la noche volviera en mi carro al edificio de sus padres para despedirnos con mi anhelado beso. Antes de las nueve, me envió un mensaje que no podríamos vernos, que mejor, al siguiente día, lo llevara al aeropuerto, pero su vuelo era a las nueve de la mañana, yo no podía salir de mi trabajo, ya sabes, en el hospital no puedo salir cuando quiera, pues siempre hay pacientes para atender. Le dije que no, a esa hora sería muy difícil verlo, entonces me propuso vernos a las seis de la mañana antes de ir a mi trabajo, mi ego estaba siendo fuertemente golpeado, madrugar para mí cada día, ya es un esfuerzo grande y que él piense que puede hacerme salir aún más temprano, sólo por ir tras un beso, era algo presumido de su parte. Le dije que sí quería verlo, pero que no se comportara tan rogado, sus caritas de risa por el chat, cada vez eran más desafiantes, si quería verme a sus pies, lo estaba logrando. No respondí más nada, pero como si alguien me gritara, “Vé, búscalo, no lo dejes ir así, el que se humilla será exaltado, mas el que se enaltece será humillado”. Al rato le respondí que sí iría a verlo temprano, sólo pasada la medianoche me escribió de nuevo, es decir, además de hacerme madrugar, me estaba desvelando. Amigo, mi débil corazón, cada vez perdía fuerza, pero igual a una llama que azotada por el viento, se resiste a apagarse, de esta manera luchaba por mantenerme en pie o mejor, de rodillas me sentía ya. Al salir de casa le avisé, cambió el sitio de encuentro, nos veríamos cerca a su casa, frente al consultorio del cirujano que lo había operado un mes atrás, me dio las indicaciones, dónde esperarlo mientras él llegaba ahí. Nos encontramos las miradas, sin bajarme del carro, me dirigió para estacionarme, subió de nuevo en el asiento delantero junto a mí, se reía, no sé, si algo nervioso, o con cierto sabor a burla, al verme atravesar la ciudad para besarlo. No podía perder mucho tiempo, así que sin mucho preámbulo, como quien está ansiosa por un vaso con agua que calme su sed, le tomé su mano y le dije: “Ven acá”, lo acerqué a mí como para poseerlo y lo besé diferente, con pasión, quería verme muerta de ganas, pues se las iba a mostrar todas, le mordía los labios suavecito, como sé que le excita, le besé los ojos, las mejillas que parecían colchones llenos de deseo, la nariz la bordeé con mi lengua y le apretaba los dedos como suplicando más aún. Él me besó en el cuello, sonriendo como quien lucha entre el deseo y la compostura, pero... Siempre hay un pero, este beso para mí fue distinto al anterior, puedo decírtelo a ti con la mayor franqueza, no sentí nada, mi piernas no temblaban como la noche anterior, ni sentí humedecerme entre ellas como me solía pasar con sólo besarlo, era como si la rabia junto al dolor por su dureza bloquearan mis puntos erógenos y sólo estuviera demostrándole lo vulnerable que es ante mí, así su orgullo machista se negara a reconocerlo, evidentemente al romper el beso con una risita nerviosa, dijo “mala”, algo se movió entre sus piernas, sabía que de nuevo el lugar era lo único que nos salvaba de nosotros mismos. De una vez me decidí a hablar, sin darle tregua, lo miré fijamente, diciéndole: No he venido sólo por un beso, estoy aquí porque te amo, no he podido olvidarte, lo que más deseo en mi vida es volver junto a ti, ya sabes por qué me separé de tu lado hace un año y hoy no encuentro razones para seguir así, sé que hay muchas cosas por resolver, pero si hay un espacio para mí en tu vida, dímelo, yo hago lo que me pidas. Su mirada, inmediatamente se desvío hacia el frente con evasivas, me dijo, en estos momentos, como tú dices, es más que un beso, pero un no sé qué va a pasar, cerró de nuevo la conversación. Trató de dejar pasar el tiempo, así que no insistí más, al minuto, ya debía irme de nuevo, sin una respuesta, sin una negativa absoluta, sólo colgando en sus manos y rogándole que no me dejase caer. Volví a besarlo, como vengando mi orgullo, haciéndole tragar sus palabras, mas con un beso más tranquilo, como quien bebe un poco más de agua para evitar tener sed nuevamente. Bajando del carro, sólo dijo: “Gracias por venir, me encantó verte tan temprano, que linda locura hiciste hoy”. Luego se alejó, mientras yo igual fui del lugar, sin mirarlo más.

Esa mañana, viajaba , no sabía cuándo volvería a verlo, al despedirse, me aseguró volver en un mes, pero no sabía si en ese tiempo aún yo estuviera ahí a sus pies. Las siguientes noches lloraba en mi habitación, le pedía a Dios fuerzas para seguir, o que me indicara cuándo parar, levantarme e irme. Me explicó con detalles su itinerario, como quien es dueño de su vida, esa tarde salía de nuevo del país rumbo a su verdadero hogar, sin contar con que el hombre traza sus planes pero Dios es quien determina si se ejecutan o no, como tantas veces me lo has dicho. Como una respuesta del cielo, el avión falló tres veces esa tarde y no pudo salir de la capital del país hacia su destino final. Lo supe porque me escribió cerca de las seis para contarme, me pidió que lo llamara antes de las diez y hablamos cerca de una hora, de muchos otros temas como solíamos hacerlo en otro tiempo, como viejos amigos, entre esas cosas le dije dos o tres verdades que tenía atravesadas en mi garganta, obviamente, no le gusta cuando hablo de sus defectos, pero podría humillar a la mujer, mas a la amiga siempre tendría que oírla le gustara o no. Al siguiente día, al viajar, ignoró mis mensajes, como si le cayera de perlas, la conversación de la noche anterior, para mantenerme al margen al llegar a casa. Nuevamente mis dudas, si estaba o no con ella, si el cuento de que vivían, mas no convivían era real o la única estúpida en el mundo que le seguía creyendo era yo. Fueron días difíciles, partiendo del hecho de que le creía todo lo que me decía, le seguía envíando mensajes, canciones, frases de amor, a veces frío, a veces amable, pero más endurecido que nunca. Ya, a punto de desfallecer, deseé en silencio una señal de hasta cuándo amor. Mira, todos dirían que es una obsesión, pero, a medida que lo consentía, colocó en su perfil del whatsApp una foto suya de la infancia, dónde aparecía junto a su padre, al fondo de la foto, una niña, que al verla, me impresionó, le pregunté en qué sitio había sido tomada y me respondió que en el aeropuerto, pero te juro amigo, que la niña a la que sólo se le veía el rostro de los ojos para arriba era exactamente igual a mí a esa edad. Era, como cuando alguien queda retratado accidentalmente, lo miraba con ojitos tristes justo a él y aparecía detrás de ellos. No le dije nada, pero sólo concluí, desde niña, detrás de él, si no era yo, la vida me daba una señal inequívoca de la escena que estaba viviendo. Entonces, pensé. Dios, un trato, entre tú y yo, en silencio, para que ningún demonio me escuche, hasta el día que él cambie esa foto, sabré que debo mantenerme como quien ruega amor ante un verdugo. Diez días más, nada cambió, escribía poco, hasta que una noche, me envió una imagen algo morbosa, ofensiva para mi gusto, que soy mojigata, me avergüenza contarte, pero era un órgano masculino calzando una sandalia color rosa, que hacía las veces de un pie. Escribió: “Mira, ¿te gusta esta sandalia?”, sentí estremecerme, Así que rápidamente, pensé qué harías tú y le respondí: “Algo descuidado ese pie, además, no creo que sea tu número”. Irónico, me envió luego la imagen de unos escarpines de color azul, con un osito bordado en el centro, que decían: “Este es mi número”. Fingí reír y escribí. ¡Esos sí!, yo conozco bien tu pie. De manera alocada, respondí, te voy a hacer una, un día de estos, que te dejará como un gatito asustado. Más tarde, antes de dormir, revisando el facebook, en mi cama como suelo hacer cada noche, encontré unas fotos eróticas, bastante fuertes, en una de ellas, aparecía una mujer hermosa, con el cuerpo bien trazado, completamente desnuda, acostada boca abajo, con nalgas perfectas, entre sábanas blancas desordenadas de pasión que decía: Si las vaginas, no estuviesen destinadas a ser besadas, no tendrían labios. Mis latidos se aceleraron a mil por hora, pero estaba frente a la imagen de mi venganza, a esa hora y con la certeza de lo que le encantaba besarme allí, lo dejaría pensando en mí al menos un rato. Después de dudarlo mucho, se la envié con el mensaje: “Mira, que mi amiga quiere comprar tus sandalias”. Al momento respondió: Eso sí es cierto. Como si no le impresionara lo visto.

Sorpresivamente, me escribió a las cinco de la mañana para él, ya las ocho para mí, diciéndome que sólo las sandalias estaban en venta, lo demás no. Vaya sarcasmo, contesté: “Seguro te caíste de la cama”. E inmediatamente me respondió: Perdí el sueño, mira lo que no me deja dormir. Esta vez, la caricatura sugestiva de un hombre chupando la vagina de una mujer, a la que sólo se le veía el vello púbico, con el mensaje: “El origen del bigote”. Eso encendió la llama, alborotó mis sentidos e iniciamos una guerra de frases eróticas, que con sólo recordarlas se me eriza la piel. Lo siento amigo, sabes qué efectos nocivos tiene ese hombre sobre mí, pero lo más sorprendente fue que ni siquiera, me fijé que ese día, al iniciar la conversación cambió su foto por la de su pequeño nieto, un bebé encantador, muy parecido a él, la señal estaba dada y mis bajos instintos no lo percibieron, hasta horas más tarde, cuando después de provocarme a decir barbaridades, simplemente no me respondió más como quien te deja a la mitad del acto, diciendo, lo siento, hoy no quiero. Creo que en el fondo se asustó o quizás quiso humillarme una vez más.

En ese instante, algo se sacudió dentro de mí, vi la señal, no le escribí más y recordé tus palabras, algo va a pasar que cambiará el rumbo de las cosas. Este fin de semana me comprometí con Roberto... Vamos a casarnos en tres meses y nos vamos del país.

Simplemente, Sara.

martes, 22 de marzo de 2016

Un ingeniero en la familia

Rosario Sánchez Infantas

Asunción Janampa, envidiaba incluso la suerte de un obrero sin calificación ni experiencia. Aquel tenía un sueldo y estaba asegurado. Ella, una mujer con sólo estudios primarios, había sido abandonada por su conviviente con cuatro hijos, entre diez y dos años de edad. Aun cuando sus manos callosas y cuarteadas estaban siempre dispuestas a trabajar, no tenía la certeza de que sus hijos comerían todos los días.
La Oroya era una tierra de oportunidades. A casi cuatro mil metros de altura, en medio de la tundra frígida, la ciudad industrial aglutinaba una legión de profesionales, técnicos, obreros y comerciantes. Todo gravitaba alrededor de la empresa norteamericana que a mediados del siglo veinte fue la mayor de Latinoamérica. Sin embargo, Asunción Janampa, no tenía salario, calificación, ni capital propio y sí, un hándicap de cuatro niños que mantener.
Con un ingeniero en la familia esta asciende socialmente, en especial en una ciudad muy estratificada del interior del Perú. La mujer cifró en Jorge, el responsable hijo mayor, su esperanza de superación social, lo cual aligeró su vida, haciendo que su pobre pasado y su miserable presente no le pesaran tanto. Al margen de ello, el niño sensible e introvertido, disfrutó leer aquellos pocos libros de la biblioteca de su escuela estatal; disfrutó también las matemáticas desde que las conoció. Absorto en sus lecturas o resolviendo sus ejercicios matemáticos olvidaba las humillaciones, el hambre y el frío.
Asunción había tenido a Jorge siendo soltera y muy joven. Cinco años después    empezó a convivir con un viudo que le doblaba la edad. Inicialmente las cosas fueron bien. Sin embargo, cuando lo despidieron del trabajo por sus problemas de alcoholismo, empezó a maltratar a su mujer  y a los niños, especialmente a José. El pequeño se sentía culpable de existir por los gastos y el enojo que generaba. Escuchaba a su madre pedir a Dios, con tanta convicción, el milagro del hijo ingeniero en la familia, que ya había empezado a soñar con serlo cuando su padrastro abandonó a la familia.
En una universidad estatal peruana, teóricamente, todos los estudiantes tienen las mismas oportunidades. Sin embargo, los doscientos soles mensuales que su madre le enviaba a Jorge no alcanzaban ni para dos comidas al día y le hacían odiar los cursos, congresos, equipos y libros que no podía alcanzar. Él debía robar las zanahorias que su casera les daba a los conejos, mientras algunos estudiantes llegaban a la universidad en carros del año. Algunas veces, Jorge les daba la razón a esos compañeros que hablaban de la justicia social y de revertir el orden establecido. En los dos años que estudió en la universidad capitalina aprendió muchas matemáticas, cogió una tuberculosis pulmonar y fue creciendo en él un resentimiento sordo por los hombres que abandonan mujer e hijos; por las abismales diferencias de oportunidades; y por la bien organizada estructura de quienes detentan la representación del pueblo. Por ese entonces terminó de emerger su carácter aprehensivo debido al cual el mundo era una amenaza y convertía la menor impresión en una realísima sensación desgarradora. Incapaz de defraudar a su madre abandonando sus estudios, pasaba muchas horas en la biblioteca refugiándose, del sufrimiento y la culpa, en los mundos que la literatura le ofrecía.
Jorge dudaba que su abnegada madre fuese al cielo. Trabajando dentro y fuera de casa, apenas si dormía cuatro o cinco horas seguidas; sin embargo, al ser una madre abandonada, tenía en el ataque su mejor defensa. Ser desconfiada, hosca y emplear lenguaje de camionero, ¿no eran pecados, según los sacerdotes rubios que abundan en La Oroya? Él no esperaba ayuda divina; sin embargo, cuando su madre se ilusionó con el milagro del ingeniero en la familia y entregó su destino a Dios asistiendo a cuanta novena, rezo del rosario y misa podía, entonces el hijo pensó que el ser supremo y omnipotente por lo menos la libraría de enfermedades o accidentes, como aquella volcadura de automóvil que acabó con su existencia.
El pobre humano se aferra a lo que puede para seguir viviendo. La única noche del velorio, en el cuarto habitación, sentimientos encontrados bullían en la cabeza de Jorge: tristeza por la madre, miedo por el futuro incierto y alivio de la culpa (ya no quitaría el pan de sus hermanos en sus mal llevados estudios de ingeniería). Desde niño destruía aquello que no salía según esperaba. Siendo perfeccionista, le dolía la mediocridad de su carrera universitaria. Ahora, echada a perder, él tenía la esperanza de que algún día pudiera volver a estudiar, en mejores condiciones, y  llegar a ser un buen ingeniero.
Dejó la universidad para mantener a sus hermanos menores. Fue entonces que abrió zanjas, cargó bultos, pintó tumbas y fue vendedor ambulante por varios años, hasta que un día un ex compañero de estudios, flamante  ingeniero, le dio trabajo como topógrafo. Para entonces, ya había pasado de ser Jorge, a ser Coquito, pues la docilidad y la desesperanza se le habían enquistado en el espíritu y en el bolsillo, y amenazaban quedarse hasta la cuarta generación.
La distancia entre ser topógrafo y profesor reemplazante de licencias en un colegio estatal provinciano es relativamente corta. Pero cuando un colegio para la élite, le pidió  reemplazar a un profesor de matemáticas, Coquito sufrió por tener que vestir su anticuado y único terno, y su ordinaria corbata. Además temía la distancia social entre él y esos muchachos, muchos de ellos hijos de ingenieros. Dicho miedo se hizo realidad: cuando estaba haciendo su mejor esfuerzo por explicar la relación entre la hipotenusa y los catetos, le llegaba una lluvia de proyectiles diversos, o cuando iba a iniciar una clase, treinta muchachos simultáneamente imitaban el sonido de motocicletas de carrera calentando motores antes de partir.
Darse cuenta que sabía y que tenía una manera sencilla e interesante de trasmitir conocimientos y estrategias le producía una sensación grata asociada, de manera imprecisa,  a la idea de ser ingeniero. Sin embargo, cuando se dio cuenta a dónde iban sus esfuerzos por comunicar con simplicidad grandes verdades la pena lo fue inundando. Se sintió más pequeño, cuando pensó que podría estar enseñando la belleza del razonamiento lógico matemático a niños de comunidades campesinas alto andinas, cuya pobreza los haría abandonar sus pintorescos pueblos y venir a envenenarse los pulmones y la sangre en esta ciudad.
Se sentía insignificante cuando explicaba geometría a los tres adolescentes compasivos, que no habían abandonado sigilosamente el aula, como sus colegas, mientras él graficaba en la pizarra. Suspiró cuando recordó a la hermosa muchacha que, junto con sus compañeros, ingresaba a las aulas universitarias para denunciar la exclusión, el racismo y la pobreza, y destacaba la necesidad de crear una nueva república popular. Se le formó un nudo en la garganta al recordar haber visto el nombre de la universitaria en la lista de fallecidos de la matanza en los penales peruanos. ¡Ninguno de los dos pudo ser ingeniero!
En el primer examen aprobó el cincuenta por ciento del alumnado y comenzó el desfile por la dirección del colegio: el comisario, el director del hospital, el ingeniero X, Y o Z.
Mira Coquito le dijo el auxiliareres muy bueno en las matemáticas pero debes conocer todos los supuestos antes de sacar una conclusión. Si desapruebas a la mitad de la sección, no llegas a fin de mes. Si el director te defendiera, su cabeza estaría en peligro. Decide lo que harás pero bien informado: aquí hay muchachos buenos, pero también está la escoria de La Oroya, los expulsados de otros colegios, aquellos a los que les venció la edad, padres de familia. ¡Ay Jorgito! El examen que reprogramaste para una alumna de secundaria, fue porque se recuperaba, no de una apendicitis, sino de un aborto en una clínica local.
Recordando esta conversación, Coquito volvió caminando a la ciudad desde el alejado suburbio exclusivo en donde se ubica el colegio Hiram Bingham.
El que no sabe desaprueba geometría conmigo, por más ingeniero que sea su padre, se dijo en voz alta. Le inquietó pensar que estaba vengándose por no haber podido ser ingeniero. ¡Falso!, había evaluado objetivamente y además, relacionar mecánicamente ambos eventos era de un llano reduccionismo euclidiano.  
¡Euclides! exclamó tras el suspiro. Él y las matemáticas seguían separándose.
 De pronto recordó la geometría de Riemann y una representación tridimensional de la tierra. Sonrió mientras se daba un golpecito en la frente. La densidad crítica decide si un universo es de un tipo o de otro; ¿por qué él lo asumía plano? ¿Por qué, aceptaba que las matemáticas y su vida, eran paralelas que nunca se interceptarían? Las distancias mayores permitían detectar la curvatura del universo donde las paralelas sí se interceptan. Como en sus años de universitario comprendió que no se puede sacar conclusiones acerca de lo infinitamente pequeño a partir de lo infinitamente grande, y viceversa. ¡Estaba evaluando su vida con parámetros no válidos! Era tan simple como cambiar de perspectiva y construir nuevas realidades. Por otro lado, le pareció sencillo y gratificante imaginar los infinitos cambios de trayectorias en los ilimitados nuevos ciclos, que podían ocurrir en su propia vida; o los cambios de trayectorias y nuevos ciclos con los que él podía recrear hechos reales. Sonrió. ¡Él y las matemáticas habrían de reencontrarse! Se había estado alejando de su pasión por la ingeniería; caminando y caminando, en algún momento, volvería al punto del que partió. Se figuró una oroya, el andarivel precolombino que daba nombre a esa ciudad, llevándolo de regreso a la otra orilla. Algo nuevo empezó a recorrer con energía por todo su cuerpo.
Había sufrido porque su padre abandonó a su madre, ahora, analizando ciento veinte años en lugar de treinta, se daba cuenta que su progenitor era el cuarto Jorge Aliaga de su familia que desaparecía al llegar a los treinta años. Había tanto que elucubrar sobre las causas y consecuencias de este hecho. Desde una perspectiva mayor, se destacaba azarosa y cándida la selección de parejas; unos segundos de diferencia hubieran posibilitado que su madre conociera a un buen hombre… a un sacerdote que se enamorara perdidamente de ella… o quizás a un encantador psicópata y misógino. Había tanto que suponer con pequeños cambios en las erráticas trayectorias humanas. ¿Qué hubiera sucedido si su último antepasado europeo, en plena tormenta de nieve, se extraviaba de su clan en la migración por el Estrecho de Bering? Él se había sentido desafortunado por no haber concluido sus estudios universitarios, y ¿Si hubiese sido un exitoso hombre de Neanderthal?



Disfrutó volver a leer a Riemann y la geometría no euclidiana mientras su capacidad de ensoñación se expandía sin límite alguno. Si etimológicamente ingeniero significa el que conoce y diseña una máquina o un artificio constructivo; entonces, finalmente, él sí pudo ser un ingeniero: el universo posible subyacente a lo manifiesto es lo que muestra en las cinco exitosas novelas que ha publicado.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Manipulación

Eliana Argote Saavedra


La sociedad era un caos, estaban enfrentados el antiguo liderazgo, a favor de la rigidez en la aplicación de las reglas existentes, complementada con programas a largo plazo para mejorar el comportamiento del individuo; y una facción de jóvenes científicos que hablaba de manipulación genética, se había investigado suficiente, decían estos, las pruebas eran exitosas y no cabía esperar. El poder de tomar decisiones estaba a favor de los primeros pero eso no duraría mucho, en una década los segundos tendrían el control total. Mientras tanto habría que esperar.

Fernanda Fuentes, a sus treinta y siete años había logrado todo lo que se había propuesto, siquiatra, con una serie de especializaciones que complementaban su profesión, líder natural, de carácter fuerte y decidido, cabello negro azabache, figura alargada y hasta un sentido de humor poco común. Para ella, la necesidad de cambio era urgente ya que los niveles de corrupción y delincuencia, sinónimos de un mismo mal, habían alcanzado las más altas esferas de la sociedad; cuando presentó el proyecto “Límite cero” que planteaba el control de los genes y recibió una negativa cerrada del consejo, se sintió defraudada e impotente, todos los que la alentaron habían votado en contra, incluso su profesor de tesis, el reconocido doctor Alberto Lira, quien le había augurado un futuro prometedor, aquel que había ensalzado su firmeza y valentía para plantear “lo que nadie se atreve”. La doctora Fuentes no estaba dispuesta a esperar que la balanza se inclinara a su lado, para tomar decisiones que cambiaran el panorama actual en pos de lo que consideraba una sociedad perfecta, aceptó a regañadientes el acuerdo del consejo de científicos, de postergar el inicio del proyecto pero insistió en realizar estudios preliminares, con la secreta idea de utilizar los recursos a su alcance para demostrar que la información que viene en los genes de cada infante solo puede ser modificada en un mínimo grado por el ambiente de desarrollo, que los sujetos que llevan características negativas solo terminan empeorando la sociedad y que no serviría de nada invertir recursos, tiempo y esfuerzo en intentar cambiarlos.

Creó una página web abierta al público para que la gente opine respecto a diversos aspectos de la personalidad. Realizó un análisis minucioso de perfiles y eligió dos personas que tenían un componente adicional que los hacía perfectos para aquel estudio: estaban enamorados. La mujer era Isabel, delgada y de facciones dulces, sus hermosos ojos azules asomaban tímidos tras un mechón de cabello que se extendía hasta la mejilla, tenía cierto aire de fragilidad en los modales suaves y el hablar pausado; provenía de una familia ausente y había vivido su infancia en un barrio infestado de delincuencia y drogas, sin embargo logró sobreponerse a las dificultades con mucho esfuerzo consiguiendo graduarse, su carácter era reservado y le resultaba muy difícil exteriorizar sus emociones, solo en aquel chat parecía liberarse, especialmente cuando hablaba con Eduardo, quien por el contrario había sido un niño amado y protegido, abierto a nuevas ideas y siempre dispuesto a enfrentar retos, era galante y caballeroso, en la foto de perfil, su mirada negra se perdía bajo las abundantes cejas y los pómulos sobresalientes, las manos de dedos largos y uñas perfectamente recortadas, se superponían reposando tranquilamente sobre un escritorio, era fascinante conversar con él. Solo conocían sus rasgos a través de la foto de perfil del chat y ambos esperaban con ansias el día en que por fin se encontrarían en la reunión de los participantes de aquel foro, en un club a las afueras de la ciudad.

Era cerca de mediodía, la temperatura calentaba el ambiente a pesar del cielo cubierto provocando una sensación de bochorno pero nada incomodaba a Isabel, esperaba el auto que la trasladaría al club y eso era suficiente para estar feliz, no podía sospechar que aquella pacífica mañana sería el preludio de una pesadilla.


Diez años más tarde.
La siquiatra Fernanda Fuentes ha sido seleccionada para encargarse de la paciente, anuncia el hombre que dirige la reunión desde una mesa ovalada; doce eminencias médicas evalúan las consecuencias del proyecto “Límite cero”, paralelamente a la investigación que realizan conjuntamente y en secreto, los gobiernos de varios países que descubrieron laboratorios en los que se llevaba a cabo la manipulación genética. Al escuchar el nombre todos levantan la cabeza, acaso ella no es una de… pregunta uno de ellos con sorpresa, sí, interrumpe el líder, estuvo involucrada en el proyecto y esa es precisamente la razón por la que la hemos convocado.

Es el día de la primera sesión, la doctora Fuentes se ha encargado de contactar a Isabel con la promesa de recuperar sus recuerdos; la paciente ha llegado jadeando luego de recorrer a pie varias cuadras, buscando la entrada en el largo muro de piedra que rodea la propiedad; Fernanda está esperándola, la guía por un camino que se bifurca a partir de ese punto hasta llegar frente a una puerta cuyo delicado tallado ha quedado al descubierto tras una limpieza apurada, la doctora introduce una llave antigua y la puerta se abre crujiendo lentamente, las varillas cruzadas y las alas que se sobreponen a ellas, símbolo que la sellaron durante una década se quiebran, un olor húmedo y denso les da de golpe en la cara. La anfitriona palpa la pared y acciona un botón, las ventanas se abren y las partículas de polvo se esparcen en el ambiente. Isabel observa el recubrimiento del techo, una malla geométrica en relieve que simula pequeños cajones, no entiende por qué su mirada se pierde en esa imagen repetitiva y monótona. Detrás, Fernanda permanece inmutable, ni la luz que le da de lleno a los ojos altera uno solo de sus músculos. Este es el lugar donde comenzó todo: el club, dice la siquiatra suavizando la voz; Isabel se detiene, la observa con mirada suplicante. No temas, insiste la doctora Fuentes intentando tranquilizarla, ya hemos hablado de esto, es lo que querías, volver al inicio, encontrar respuestas. Atraviesan el espacio de lo que fuera tiempo atrás la sala de estar del club, aún permanecen allí los módulos de recepción e informes, aunque ahora lucen cubiertos de polvo, salen por la puerta de vidrio y recorren un sendero de piedra que serpentea graciosamente entre espacios para jardín y recreo, transformados en terreno baldío por el evidente abandono; el camino conduce finalmente a un complejo de bungallows distribuido en varios niveles, están ascendiendo cuando la paciente divisa una puerta abierta que parece esperarlas y de la que solo la separan unos pasos, se detiene de golpe, un escalofrío recorre su piel, Fernanda la empuja suavemente del brazo, el lugar luce limpio, al centro dos sillones, uno desplegado a modo de diván y otro con una consola, la pared recubierta de espejos, un par de pantallas y en el ambiente, una suave melodía estimula a la relajación; la siquiatra se sienta frente a Isabel, conecta los electrodos en su cabeza, y desliza los dedos sobre el tablero electrónico. En los monitores, los signos vitales y la actividad cerebral de la paciente se grafican en colores intensos. Comencemos, indica la doctora, háblame de tu primer recuerdo. ¿El club?, pregunta tímidamente Isabel, sí, responde una ansiosa Fernanda. 

Cuando llegué, había mucho silencio, me resultó extraño porque se suponía que era el encuentro de todos los participantes del sitio, ¿acaso soy la primera?, pregunté a la recepcionista, mas ella ni siquiera se inmutó, sígame, ordenó en tono frío. Me guio hasta el bar, un muchacho rubio de mirada curiosa me observó de pies a cabeza, “bienvenida”, dijo y me sirvió una copa de vino, ¿y después? Pregunta la siquiatra, no lo sé, mis recuerdos se pierden a partir de ese punto, lo que sigue es silencio y oscuridad.

Desde otro ambiente, el grupo de médicos que convocara a la doctora Fuentes presencia la sesión, activemos un pequeño estímulo, dice uno de ellos acercándose a una consola. De pronto la música en el ambiente donde están las dos mujeres, cambia, el ritmo se acelera hasta volverse frenético, Isabel se incorpora y en la pantalla se muestran sus latidos precipitados, Fernanda la observa preocupada, ¿qué sucede? Pregunta. ¡Impulsos eléctricos!, responde la paciente completamente agitada mientras protege su cuerpo con los brazos, todo era controlado por impulsos eléctricos, la doctora se incorpora ¡No! No toque nada, grita Isabel mientras su rostro se torna angustiado, es solo un recuerdo, acota Fernanda; sí, está tan claro en mi cabeza, susurra mientras coloca sus manos en las sienes, no había instrucciones, no debía tocar las paredes porque sentía una descarga de electricidad. La música va suavizándose nuevamente hasta volverse casi inaudible, la paciente se relaja y continúa con su relato. Los primeros días, superada la sorpresa de las condiciones del lugar y convencidos de que no cambiarían porque nadie nos daba explicación alguna… está usted hablando de alguien más, ¿quién es?, interrumpe Fernanda, era él, Eduardo, responde Isabel mientras parece perderse en sus recuerdos, no sé cómo llegué a ese ambiente, era un departamento pequeño inundado por un intenso aroma a jazmín, la puerta se abrió y apareció él, lucía confundido, al reconocerme sonrió, dijo mi nombre, pasamos horas conversando hasta que cayó la noche, íbamos a salir para buscar al resto de la gente cuando sonó un timbre dentro, seguimos el sonido y llegamos al comedor, había una mesa servida y una tarjeta de bienvenida con un mensaje: “Las actividades se inician a primera hora de la mañana”.

La mañana siguiente desayunamos juntos, íbamos a salir cuando descubrimos que estábamos encerrados, el teléfono había sido desconectado, los celulares no funcionaban, gritamos, nadie acudió a ayudarnos, a medida que pasaban las horas la angustia se apoderó de nosotros, intentamos romper la puerta y lo hicimos, detrás de la hermosa lámina de madera había una placa de metal gruesa, corrimos hacia las ventanas y en un instante estas se sellaron. La luz se apagó, comencé a llorar y él intentó tranquilizarme, debe haber una explicación, me dijo, no te preocupes, este es un lugar confortable, tenemos alimentos, luz y agua, tranquilízate. Intenté hacerlo pero no por mí sino por él, porque mientras me decía todo aquello veía el terror en sus ojos, pasaron semanas y los alimentos se fueron haciendo escasos. Al comienzo compartíamos gentilmente la comida, al término de la tercera semana la temperatura comenzó a subir dentro de aquel ambiente y cortaron el agua. Poco a poco fue instalándose entre nosotros una mirada sombría que expresaba desconfianza, recelo, desesperación, hasta que llegó un día en el que los dos nos quedamos contemplando el único plato que había sido deslizado hasta la mesa por un mecanismo electrónico.

Ese día desapareció su gentileza inicial, había en él una lucha entre lo correcto y lo necesario, me observaba acechante, como si esperase que yo me acercara, luego de un largo rato me incorporé y él se abalanzó sobre el plato cubriéndolo con su cuerpo, yo lo observaba desde una distancia prudente y supongo que algún resto de conciencia hizo despertar en él un poco de vergüenza porque se le incendiaron las mejillas y fue retirando los brazos lentamente, pero esa fue la última vez que retrocedió. 

Las lágrimas desbordan los ojos de Isabel, su respiración se agita, las palabras se ahogan en su garganta y calla entregándose a la angustia que le produce recordar todo lo que vivió. Fernanda también tiene recuerdos y esos recuerdos la inquietan, le producen una angustia incomprensible, las vivencias de esta mujer la afectan. Sale de la habitación, entra al baño y pega la espalda a la pared, cierra los ojos con fuerza y escenas incomprensibles comienzan a sucederse en su cabeza. Después de un largo rato, la paciente toca la puerta, doctora, ¿está usted bien?, pero no hay respuesta e Isabel se marcha. Luego de unos días regresa demacrada y con la mirada perdida, buenos días, dice apenas, se sienta y comienza su relato: Tuve un sueño, una pesadilla, la parte más dura que viví se reveló en mí mientras dormía y ahora ese recuerdo está inundándome de angustia. Habíamos peleado por la comida, por la única manta que quedaba porque la temperatura había descendido a niveles extremos, por el último trozo de madera para encender la chimenea que había allí, por no entender… quién sabe por qué, solo estábamos los dos y en alguien debíamos volcar nuestra rabia por la injusticia de la que éramos víctimas. Cada uno estaba en una esquina, vigilante, ya ni siquiera temblábamos de frio, en su mirada había un deseo asesino y yo me sentía adormecida por la resignación, sabíamos que moriríamos allí aunque jamás entendiéramos la razón. Creo que me desmayé, al despertar sentí una calidez inusual, era el contacto de otra piel, no quise abrir los ojos, quise creer que todo lo que había vivido era una pesadilla aun a pesar del hedor que se introducía por mis fosas nasales, el otro cuerpo se movió y el aire se filtró entre nosotros, sentí  las piernas húmedas, me asusté. Al abrir los ojos lo vi, enlazado a mí en un rezago de humanidad, mezcla de instinto y la necesidad que tenemos de ser tocados, cómo había sucedido, no lo sé, estaba adolorida, me sacudí asustada y sin querer lo desperté, cuando él abrió los ojos y me vio desnuda se abalanzó sobre mí, me defendí como pude, terminamos exhaustos y arañados, ¿puede usted explicarme lo que sucedió, doctora? Dice Isabel con voz suplicante; con sus términos científicos, con su entendimiento de la mente humana, puede explicarme, ¿cómo fue que ese hombre gentil del cual estaba enamorada, llegó a comportarse como un animal salvaje? ¿Puede usted explicarme quién movía las fichas de nuestro destino? Pero Fernanda no puede escucharla, después de las primeras frases su mente se ha extraviado en el oscuro camino del pasado. La siquiatra también recuerda, sí, recuerda la pantalla a través de la cual observaba como se cumplía cada una de sus indicaciones, “la mujer casi no come, él no lo permite, ella está desnutrida, se desmaya constantemente, no tiene fuerzas”; debe estimularse el deseo sexual para orillar al individuo masculino a la bestialidad, se hará a través de la comida que solo él comerá”.

Recuerda el experimento, lo ve terminar la comida que lo dejó algo aturdido, y observar luego a la mujer desde su lugar, tumbado en el suelo, la mirada clavada en un punto fijo, el caminar errático mientras se dirige hacia su presa, llegar y atacar como un animal salvaje. Sí, ella también lo recuerda y  quiere arrancar esas imágenes de su cabeza. ¿Está usted bien?, interrumpe Isabel, la doctora la observa, está tan cerca que puede ver sus ojos cansados pero penetrantes, la súplica en su mirada, la simpatía que se desprende de ellos, la sonrisa gentil, su mano tocándole el hombro... Días después, cuando reanudan la sesión, Isabel le cuenta el último recuerdo, hay un enorme hoyo negro entre los acontecimientos de la última sesión y esta, había despertado en un hospital, dice, él estaba en la camilla continua a la mía.


Para la junta, Isabel era un elemento descartable, lo importante era la memoria de la doctora Fuentes, el material que documentaba todo el experimento debía ser destruido y ella los controlaba en aquella época, ahora que había recordado se convertía en un peligro porque comenzaría a sospechar sobre las razones por las que había sido convocada. Cuando Isabel regresó por su sesión, el lugar lucía diferente, la fachada parecía abandonada y había sido tapiada. La doctora, mientras tanto, era expuesta a un interrogatorio en el cual no obtenían respuestas y fue aislada, solo quedaba una opción, someterla a la regresión de recuerdos con el segundo elemento, Eduardo, quien ya había sido reincorporado a la sociedad luego de borrarle la memoria a través de hipnosis, pero la paciente, desde antes que Fernanda la contactara, participaba en un foro sobre significado de los sueños, Isabel y Eduardo sin saberlo, habían acudido al mismo portal buscando respuestas a la verdad que se manifestaba cada noche mientras dormían, ella lo había reconocido y cuando comenzó a recordar, sintió la necesidad de estar cerca de él para comprender el rompecabezas de sus emociones. 

El día que Eduardo es interceptado, Isabel ha ido en su busca, al término de la última sesión con Fernanda, esta le había confesado todo, su participación en aquel experimento, y la convicción que tenía de que ella misma había sido manipulada, sus sospechas; le entregó la llave de la caja fuerte de un banco, allí guardaba toda la documentación del experimento, si desaparezco, dijo, debes entregarlo a las autoridades. Isabel es testigo del secuestro de Eduardo, sube a un taxi y ordena al conductor, ¡siga esa camioneta!, para su sorpresa, la persecución termina en el club, aprovecha un descuido y se introduce sin ser vista a los ambientes del lugar que a pesar de la apariencia externa de abandono sigue allí, una vez dentro, observa el ir y venir de mujeres vestidas de blanco, parecen enfermeras, ingresa a uno de los ambientes y encuentra una bata, se la coloca, se cubre la boca, respira hondo y sale mezclándose entre las mujeres, luego de largo rato encuentra a Fernanda, quien está con vigilancia mínima porque todos los esfuerzos están cifrados en Eduardo, la doctora conoce bien las instalaciones, logran huir y se despiden, ahora todo depende de ti, dice la siquiatra, ya tendrás noticias mías. Isabel contacta a las autoridades. Esa misma noche un contingente policial ingresa al lugar y todo queda al descubierto. 

Han pasado dos semanas desde la intervención, las noticias cuentan que fueron diez personas en total las expuestas a experimentación, que sus nombres se mantienen en reserva porque ya están integradas a la sociedad sin recuerdos de esos hechos. La siquiatra Fuentes se ha entregado voluntariamente, se le someterá a regresión hipnótica para descubrir a los responsables del plan “Límite cero”, dicen. Los médicos que fueron arrestados dan sus declaraciones, las órdenes eran dadas por la doctora Fuentes, manifiesta aquel que dirigía la junta de médicos, un hombre que mira a su interlocutora con la cabeza erguida, casi desafiándola, todos votamos en contra del proyecto hace diez años, agrega, sus facciones permanecen inmóviles mientras habla, tiene una mirada penetrante, no nos pueden acusar de nada, continua. Además, señorita funcionaria, si el interés científico puede ser condenado, el delito ha prescrito. ¿No lo cree usted?, pregunta finalmente mientras la imagen de una juvenil Fernanda en la sala de su casa se instala en sus recuerdos, la mirada ansiosa, el ímpetu desbordante, ayúdeme doctor Lira, le pide, él la observa, las fuerzas que le faltan las tiene esta muchacha, él es un profesional respetado, no puede arriesgar su nombre, sin embargo podría lograr su propósito a través de ella; está bien, afirma, voy a proveerte de todos los recursos y cuando logres tirar a la basura la idea de que el individuo que nace con genes inadecuados puede cambiar, que la sociedad solo puede ser librada de la lacra que la corrompe a través de nuevos individuos, tu nombre quedará grabado en la historia, mas, yo debo permanecer en el anonimato; la muchacha se muestra eufórica, sí, gracias maestro. Brindemos entonces por nuestro pacto, sugiere el hombre desplazándose lentamente y fijando en ella sus ojillos verdosos, a través de los gruesos lentes que lleva, acompáñame, tengo un excelente vino que está madurándose por años para celebrar un acontecimiento especial como este, bajan las escaleras, un laboratorio aparece tras la puerta, un congelador con una única botella, sirve dos copas y mientras la mujer bebe el líquido hasta el final, él sonríe con satisfacción sin probar el contenido de su copa. El conejillo de experimentación ha caído, ella se desmaya y él intenta levantarla pero es pequeño y de musculatura frágil, entonces la arrastra y la conecta a una máquina, ha estado durante años trabajando en un programa de manipulación de emociones a través de hipnosis. Cuando Fernanda sale de la casa del doctor Lira, es una persona sin escrúpulos, dispuesta a llegar hasta donde sea para lograr su propósito. El plan se lleva a cabo.


Comienza a caer la tarde, sentado en la banca de un parque, Eduardo ve aparecer a Isabel, hay algo en esta mujer que me atrae aunque no es su belleza, piensa. Ella llega con los ojos húmedos, parece nerviosa porque juega sin cesar con sus manos, él la observa por encima de sus anteojos, ¿nos hemos conocido antes?, pregunta amablemente, Isabel calla, está temblando. Sí, responde, una vez hace mucho tiempo fuimos vecinos en un cuarto de hospital.

lunes, 7 de marzo de 2016

No soy puta

Ramón Castro Pérez


Esa mañana tomó el avión hacia Guadalajara donde asistiría al Congreso Mundial de Recursos Humanos, un acontecimiento que por primera vez se llevaba al cabo en el país y como responsable del capital humano en su empresa le pareció importante estar presente para escuchar las ponencias de destacados especialistas a nivel global. Con anticipación solicitó a su asistente le arreglara la reservación en el hotel sede. Durante el vuelo hizo un repaso de lo que llevaba en su maleta: dos trajes, corbatas, sus camisas impecablemente planchadas, un par de libros y mudas de ropa para tres días; todo lo tenía bien planeado. Su mente lo llevó a recordar que hacía mucho no acudía a esa ciudad así que buscaría la forma de visitar algunos lugares de interés.

Al filo de las diez y media llegó al hotel Gran Fiesta, muy conocido por su excelente servicio y magníficas instalaciones, el evento iniciaría a mediodía con la inscripción de los participantes y un cóctel de bienvenida. Al fondo del lobby se encontraba la recepción en un mostrador donde atendían tres recepcionistas que amablemente saludaban a todos los clientes. Un patio central con una fuente en medio, de la que se deslizaba una suave caída de agua que serenaba un poco la agitación normal de quienes ahí llegaban, enmarcaba la sección de bienvenida. Se veía mucho movimiento, sin duda la mayoría de la gente asistiría al congreso, personas de diferentes partes del mundo se saludaban y reconocían alegremente. De pronto un contratiempo inesperado le hizo sentir una gran impotencia y frustración, como la del corredor que casi al llegar a la meta tropieza y cae. Le pidió al recepcionista que le repitiera lo que acababa de decirle y en efecto escuchó bien: no existía reservación a su nombre y el hotel estaba sobrevendido. Su contrariedad fue creciendo, el empleado le advirtió que seguramente los de alrededor también estarían llenos por el interés que despertó la convención, su desaliento aumentó conforme pasaban los minutos, no tenía sentido llamar a su oficina para reclamar el descuido pues eso no solucionaría el problema, dejó de ver las caras sonrientes y entusiastas que había a su alrededor, todo empezaba a nublarse delante de él, tuvo claro que difícilmente asistiría a la inauguración y quizás ni a la primera conferencia magistral.

-¡Licenciado Castrejón!- alcanzó a escuchar en medio de la confusión. Giró su cabeza instintivamente, vio acercarse a una joven vestida con el uniforme del personal del hotel, de inmediato reconoció aquel rostro, por un instante titubeó, al ver su nombre en el gafete de la solapa del saco salió de la duda. -¡Mariana! ¿Qué haces aquí? –Soy la concierge, y más bien yo le pregunto a usted qué anda haciendo por acá.

Mientras le platicaba la dificultad en la que se hallaba observó que la muchacha de unos treinta años conservaba una buena dosis de frescura y belleza que resaltaba gracias a la suave fragancia que desprendía de su perfume vientos de día. Continuó platicándole su problema en tanto ella lo tomó del brazo y se dirigieron directamente a la oficina del gerente. Rómulo Castrejón no se dio cuenta que subieron un piso desde el cual se admiraba la magnificencia del patio y su soberbia fuente, al mirar hacia arriba se apreciaba la torre de habitaciones y los salones de convenciones, todo a su alrededor lucía impecable como corresponde a un hotel de categoría superior, y sin embargo de nada de eso se percató, tal era su sorpresa de haberse topado intempestivamente con Mariana, una luz de esperanza iluminaba su rostro. Sin pedir permiso abrió la puerta del despacho, llamaba la atención un ventanal a través del cual se distinguía un jardín adornado con bellas flores entre las que sobresalían rosales, azucenas, gardenias y buganvilias haciendo contraste con varios arbustos de un colorido verde intenso; hasta el interior de la oficina se percibía el aroma suave de los rosales y las gardenias dando una sensación de frescura. Hizo el saludo de rigor y presentó al visitante.

-Señor Roma le suplico que me ayude a darle una habitación al licenciado. Usted no sabe ni se imagina lo que yo le debo, lo menos que puedo hacer es apoyarlo y darle alojamiento- mientras hablaba, el recuerdo de su historia pasada le fue llenando el rostro de una emoción difícil de describir. -Autoríceme además enviarle varias cortesías y atenderlo como huésped distinguido. ¡Por favor, no me niegue mi petición! ¡Estoy tan agradecida con él que nunca será suficiente mi gratitud! Algún día le platicaré.

El gerente no titubeó, el argumento de su concierge y la convicción con la que hablaba fueron tan contundentes que sin saber cuál era el compromiso giró instrucciones para que le asignaran un cuarto, dedujo que el hombre frente a él tendría unos cuarenta años, una incipiente calva asomaba por su cabeza y su forma de vestir era clásica de un ejecutivo.  

Rómulo se dispuso a desempacar y guardar las cosas en el clóset, su espaciosa habitación contaba con una cama King size, escritorio y un par de sillones, a la derecha el baño con una regadera de doble uso, de pared y de teléfono, las amenidades en el lavabo bien acomodadas daban una imagen de pulcritud y orden, desde ese tercer piso podía verse una de las glorietas más conocidas de la ciudad con su famosa estatua de la diosa Minerva. El paso de una ambulancia con su sirena abierta opacó por un momento la música ambiental. Sumergido en sus pensamientos empezó a recordar el día en que se presentó frente a su escritorio, hacía cuatro o cinco años, la recepcionista y encargada del conmutador pidiendo hablar con él en ese instante. Su cara desencajada y angustiada anunciaba que traía consigo una pesada carga que le urgía liberar. Mariana ocupaba ese puesto desde que ingresó tres años antes de aparecer en la oficina del licenciado la tarde de un día nublado de mayo. La relación con sus compañeros era amigable y dado su distinguido porte atraía muchas miradas, se desempeñaba como una empleada normal cumpliendo con lo esperado, un carisma especial la acompañaba a todos lados por lo que fácilmente cosechaba nuevos amigos. Con el director de Recursos Humanos nunca pasó de los buenos días o una cortés despedida al retirarse debido al respeto que imponía, sin que por eso dejara de ser reconocido como un hombre responsable y amable que sabía escuchar y atender a todo el que acudía con él.

El licenciado Castrejón la invitó a sentarse en uno de los sillones que tenía frente a su escritorio ejecutivo, al fondo una mesa con cuatro sillas esperaba eventualmente alguna pequeña reunión; un librero con obras y manuales de  administración o relaciones humanas y algunos libros de leyes laborales cubría la pared lateral, en el otro costado una ventana que abarcaba casi todo el muro permitía la vista hacia la ciudad desde el piso catorce donde se encontraban. El edificio de las oficinas corporativas, sin ser nuevo, cumplía con los estándares de una compañía que daba empleo a cerca de mil personas. Sin mayor preámbulo Mariana soltó un grito de auxilio seguido de un llanto incontenible.

-¡Por favor, ayúdeme! no puedo más, usted es la única persona en la que confío, necesito su ayuda- exclamó, su sollozo le ahogaba la voz al punto de no poder seguir hablando, en tanto su cara mojada por tantas lágrimas reflejaba la aguda angustia que la colmaba y la necesidad de expulsar un enorme dolor que le afligía; pedía alivio, un descanso a su desazón. Rómulo se dio cuenta de la emergencia, se levantó a cerrar la puerta y acercó una caja de pañuelos desechables.

-No sé qué me pasa –balbuceó con la voz entrecortada y emitiendo fuertes suspiros– llego en las tardes a mi departamento, hago cualquier cosa, y sin darme cuenta, casi inconscientemente saco una botella y empiezo a tomar unos tragos. Apenas inicio no me puedo detener, sigo bebiendo sin control. Estoy en un bar rodeada de amigos, otras veces no sé quiénes me acompañan -hizo una breve pausa, contuvo un poco el llanto para enseguida retomar su relato. Describió su experiencia de una noche cualquiera. Sentada en las piernas de uno se dejó abrazar por el de al lado, al fondo un  trovador acompañaba su guitarra entonando baladas entre melancólicas y alegres que casi nadie escuchaba por estar disfrutando el momento, poco después uno de sus acompañantes desabotonó su blusa y empezó a acariciar suavemente un seno, ella parecía disfrutar, reía, tarareaba alguna canción desafinadamente, pidió otro trago, su amante en turno descubrió totalmente sus pechos en tanto crecía su excitación. En ese punto Mariana perdió la conciencia de sus actos al grado de no recordar cómo regresó a su departamento.

Dos o tres veces a la semana se repetía el drama, primero una copa, luego otra, le marcaba a algún conocido, quedaban de verse en un bar o pasaban a recogerla, se reunían con otros conocidos y seguía bebiendo, riendo, bailando hasta altas horas de la noche, todo era alegría y aparente felicidad, al final alguno de ellos la llevaba de regreso y normalmente terminaba en la cama con ella. Mariana perdía la noción del tiempo además del conocimiento, como quien pierde distraídamente cualquier cosa sin darse cuenta; continuaba tomando, charlando y bromeando ya sin conciencia de sus actos. Se entregaba a los brazos de su acompañante en turno, hacía el amor mecánicamente, a veces con algo de pasión, nunca recordaba nada. Al día siguiente se despertaba temprano para ir al trabajo y su sorpresa era mayúscula por estar con un desconocido al lado. Siempre encontró la forma de sobreponerse a los efectos del alcohol, se vestía y se arreglaba cuidando que su imagen no luciera maltrecha. Muy pocos en su oficina notaban algo extraño en ella.

Hubo ocasiones en las que llamó a algún supuesto amigo pidiéndole que la cuidara, que no la dejara tomar más de la cuenta. Al final todos se comportaban igual, la llevaban a su cama y saciaban sus apetitos sobre un cuerpo inerme e indefenso.

-¡Por favor ayúdeme!, no sé qué hacer. Su llanto siguió incontenible, su abatimiento crecía a cada instante.

-¡No me defraude, usted es la única persona que puede sacarme de esto! Acto seguido un enorme descorazonamiento volvió a invadirla y ante el recuerdo de tantos sujetos en su cama vino a su memoria la casa paterna y la educación que le dieron en Guadalajara de donde salió hacia la capital del país en busca de un mejor futuro. Su padre, trabajador en una armadora de autos y su madre dedicada a atender a sus dos hijas, Mariana y Lorena,  vivían en una colonia de clase media sin grandes ambiciones. Las dos hermanas estudiaron una carrera comercial que les ayudó a conseguir aceptables trabajos, Lorena en una aerolínea como sobrecargo, Mariana en cambio partió a la ciudad de México en donde pronto encontró un trabajo que le acomodaba bien. Desde el principio optó por vivir sin compañía, circunstancia que le hizo empezar a sentirse muy sola. Una tarde se encontró sin nada que hacer, aburrida se sirvió una copa y desde entonces empezó una travesía por caminos que nunca sospechó cruzarían por su vida. 
               
- ¡¡No soy puta!! –gritó con desesperación

-¡¡No quiero defraudar a mis papás!! Ellos viven lejos y no saben nada de esto. ¡¡Soy una buena hija y una buena persona!! ¡No sé cómo contenerme! ¡Por favor! ¡Por favor!

La aflicción la ahogó hasta el punto de no dejarla hablar. Transcurrieron varios minutos en los que no paró de llorar, parecía una niña totalmente desamparada, muy frágil, Rómulo sintió el impulso de sentarse junto a ella y abrazarla, cobijarla, darle la protección que necesitaba pero se contuvo ante la incertidumbre y un sentimiento de compasión. ¿Cómo ayudarla? Menuda responsabilidad le vino a conferir esta indefensa muchacha, no podía fallarle, algo se le ocurriría. En ese momento una luz aclaró su oscuridad.



Su secretaria le anunció una llamada de Don Moisés de la Rosa, el presidente de la compañía y accionista mayoritario. En los casi diez años que Rómulo llevaba trabajando ahí ésta fue la segunda ocasión que el dueño le llamaba, con toda seguridad algo especial le pediría. Don Moisés se caracterizaba por su sencillez, no le gustaba hacer ostentaciones y sobre todo respetaba la estructura interna de su empresa, normalmente acudía al director general con quien revisaba y hacía seguimiento a los asuntos. El hecho que hubiera decidido llamarle directamente a él era señal de algo importante.  Siguiendo su costumbre saludó cortésmente, se interesó un poco en los asuntos del personal y finalmente le dio una instrucción concreta: al día siguiente acudiría a verlo un amigo muy cercano y necesitaba que lo contratara en una de sus empresas de la división editorial. –Póngalo como supervisor de distribución, no tiene experiencia pero no importa, lo que quiero es que esté ocupado y gane dinero. Se lo encargo por favor.

Eleazar Lara se presentó puntualmente. Medía alrededor de un metro ochenta, delgado, su pelo canoso delataba a un hombre de unos sesenta y cinco años, su trato afable inspiraba confianza además de poseer la virtud de la palabra, razón por la cual de inmediato establecieron un vínculo que con el tiempo creció hasta convertirse en una buena amistad.

El afecto hacia el señor de la Rosa se remontaba a su juventud cuando ambos vivían en la colonia Obrera, vagabundeaban ratos largos, frecuentaban fiestas, jugaban raquetbol, su deporte favorito, y pasaban tardes enteras en el dominó. En esos ambientes conocieron a las que después fueron sus esposas, entonces sus lazos se estrecharon al grado que con el paso de los años, no obstante que Moisés amasó una enorme fortuna porque se convirtió en un exitoso empresario, la camaradería con Eleazar siguió creciendo a pesar de que éste no logró mayores cosas en su vida. Nunca pasó de ser un mediocre oficinista seguramente por su adicción al alcohol que lo perdía tardes y noches completas, su mente la tenía ocupada en el vicio en lugar de buscar la forma de superarse. En esa época perdió varios empleos debido a la vida disipada que llevaba.

Conforme la relación entre Rómulo y Eleazar creció, se incrementaron las ocasiones de verse y platicar de todo un poco, especialmente de sus vidas. Fue así como el licenciado Castrejón se enteró de la azarosa vida de su amigo en la que en algún momento empezó a frecuentar a unos vagos de la colonia que normalmente pasaban las tardes bebiendo y fumando. Poco a poco ingresó al mundo del horror y la perdición hasta que extravió el control de su vida. Durante diez le dio rienda suelta a sus excesos, al tiempo que perdió empleos y amistades, siempre admiró y amó a su esposa porque le tuvo una enorme paciencia y supo aguantarlo con estoicismo. Moisés fue el único que le siguió siendo fiel. Al principio pensaba que en cuanto se decidiera dejaría su vicio, creía que simplemente le gustaba mucho beber, lo disfrutaba enormemente, solía decir que cuando quisiera dejaría su adicción.

A Rómulo le gustaba encontrarse con Eleazar de tarde en tarde, a veces en un café otras en algún restaurante, porque disfrutaba mucho de sus pláticas, anécdotas e historias. Un día le contó que cansado de tantas pérdidas acumuladas decidió dejar de tomar pero su impulso a seguir le ganaba por lo que se convenció que sin ayuda no podría hacerlo. Por casualidad conoció a alguien que asistía a las sesiones de alcohólicos anónimos y resolvió acompañarlo, ahí encontró el alivio. Conforme se fue adentrando en las pláticas y experiencias que sus compañeros compartían entendió que el alcoholismo es una enfermedad, se necesita un tratamiento profesional para poder soltar tan destructiva adicción. Una tarde, sentados en el café De la Mancha saboreando un capuchino, Eleazar Lara le platicó que la gente cree que los excesos llegan porque los bebedores cada día consumen más, la realidad es que un alcohólico siente la necesidad de seguir ingiriendo porque su cuerpo tiene una falla orgánica que lo impulsa a continuar bebiendo en cuanto toma el primer trago, por esa razón un bebedor adicto que domina la enfermedad nunca debe ingerir una copa.

En la medida que la amistad entre ambos creció, también lo hizo la admiración de Rómulo hacia Eleazar. Como trabajador no era sobresaliente, sin embargo lo valoraban de manera especial por su carácter extrovertido y optimista; además de haberle ganado al alcohol, impartía pláticas motivacionales y auxiliaba a quienes vivían inmersos en ese mundo caótico y destructor. 

Finalmente se tranquilizó un poco, sonrió levemente y le agradeció al licenciado haberla escuchado, se había desahogado y ahora estaba más serena; hizo el intento de levantarse pero Rómulo la contuvo, si la dejaba ir tarde o temprano volvería a las andanzas, la súplica que Mariana lanzó un momento antes la tomó en serio. ¿Cómo le tendería la mano para ayudarla en su martirio? le hizo una seña de que esperara, marcó un número telefónico. –Don Eleazar, ¿cómo está?, necesito que venga a mi oficina –hubo una pausa, señal que del otro lado algo le decían. –No señor Lara, por favor le pido que se presente de inmediato, después ya será tarde –acto seguido le explicó en breves palabras la situación –De acuerdo, aquí lo veo en veinte minutos.

Le comentó que la persona que venía era su solución. Lejos de calmarla, se volvió a llenar de angustia, con desesperación casi gritó –No quiero caer en manos de un desconocido y seguir en lo mismo de siempre –Rómulo trató de tranquilizarla y le aseguró que quien estaba por llegar no tenía nada en común con los hombres que ella conocía. Le garantizó que no defraudaría la confianza que le acababa de depositar. Pareció serenarse de nuevo, la tensa calma la fue relajando. Finalmente apareció el invitado. Don Eleazar Luna: afable sonrisa, rostro sereno y espíritu ecuánime que cobijaba a todo el que se le acercaba.

-Míja ¿Cómo estás? Tranquilízate… todo va a estar bien… vas a ver que pronto serás otra.

La tomó amablemente del brazo, se despidieron, y salieron por la puerta grande o al menos así lo percibió Rómulo. Los vio partir sabedor de que Mariana estaba en buenas manos.

Al día siguiente Don Eleazar llamó y escuetamente le informó al licenciado Castrejón que fueron a tomar un café, platicaron tranquilamente en medio del barullo de los parroquianos presentes, enseguida la acompañó al grupo de alcohólicos anónimos que coordinaba. Asistió serena y dispuesta a cooperar. Pasaron varios meses hasta que un día ella renunció anunciando que regresaba a Guadalajara. No volvieron a tocar el tema. Rómulo suponía que todo iba bien, por prudencia no quiso ahondar acerca de los progresos habidos.

Los aplausos al segundo conferencista hicieron volver a la realidad a Rómulo Castrejón, casi no puso atención a ninguno de los dos, su mente no pudo evitar recordar aquella historia retribuida esa mañana con el agradecimiento y apoyo que recibió cuando creía que no tendría dónde hospedarse. Estuvo tres días en el hotel, no la volvió a ver porque se involucró de lleno en las ponencias y ya no coincidieron, le habría gustado encontrársela nuevamente, charlar un buen rato y reconstruir lo sucedido hasta ese día. Se quedó con la seguridad y la tranquilidad de que habría superado su problema, ahora vivía en su terruño cerca de su familia y con un buen empleo.


Pasaron varios años. Rómulo cambió en dos ocasiones de trabajo, la primera porque su compañía se vendió y dieron de baja a los ejecutivos, la nueva empresa ya contaba con su grupo de directivos; en el segundo caso recibió una oferta que decidió aceptar, le ofrecieron un puesto de mayor nivel y responsabilidad. Un día acompañó a su esposa a visitar a una tía que vivía en una residencia geriátrica, un edificio seminuevo en donde habitaban alrededor de cincuenta personas mayores, sin ser nada extraordinario era lo suficientemente bueno como para dar confort y calidad a los residentes del lugar. Al entrar al estacionamiento vio pasar a un hombre que se perdió entre los corredores. Se dirigió a la administración a preguntar por la persona que acababa de ver, pocos minutos después estaba frente a él. Don Eleazar, ahora de ochenta años, vivía ahí. Se saludaron con el afecto y cariño que perdura cuando la amistad nace y se desarrolla con buenas raíces. Don Moisés le pagaba su estancia a raíz del fallecimiento de su esposa un año antes. Recordaron a Mariana. Una gran sonrisa enmarcó su rostro –Era una chica muy linda, ¡Qué bueno que salió adelante!


Fue la última vez que se vieron. La siguiente ocasión que visitó a la tía se enteró que un infarto se lo había llevado semanas antes. Agradeció a la vida la suerte de haberlo encontrado de nuevo, aunque también lamentó la partida del amigo con el que tuvo la fortuna de compartir la experiencia de haber ayudado a quien llegó a estar en las puertas del precipicio.