Julian Cervantes Cadena
–Dígame señor Soto,
¿por qué cree que este es un buen momento para confesar? –dijo el oficial
Gómez.
–En la vida todo
tiene su momento, hice algunas cosa de las cuales me sentí orgulloso durante
mucho tiempo, pero no puedo morir sin que nadie conozca mis días más gloriosos
–respondió Carlos Soto. Un hombre que a sus ochenta y cinco años decidió dejar
de vivir entre las sombras.
La noche era su
mejor acompañante, la soledad de su profesión y los recuerdos de una niñez
llena de estrictas reglas por parte de un padre militar y una madre
extremadamente religiosa siempre hicieron que Carlos Soto buscara el amor en
mujeres que no le convenían, e incluso en lugares equivocados. Los burdeles de
las ciudades más cosmopolitas del mundo eran frecuentados ávidamente por
Carlos, hasta que un lluvioso día de noviembre en Praga, su forma de ver a las
mujeres cambió. Una hermosa mesera de uno de los centros de tolerancia del
centro de la ciudad lo deslumbró. El parecido físico con su amor de la
infancia, llamo su atención de inmediato.
–¿Me podrías ayudar con un vodka? –dijo Carlos
en un checo tosco y poco entendible.
–Perdón, no te entiendo –dijo la bella mesera
con su dulce voz mientras fruncía el ceño. Carlos decidió pedirle nuevamente el
trago, pero esta vez en un perfecto y fluido ingles. La mesera con una hermosa
sonrisa le mostró que en está ocasión sí le había entendido.
Era raro que él se
pusiera nervioso al hablarle a una mujer, siempre que salía a bares o a prostíbulos
se desenvolvía con facilidad, pero esta vez fue diferente, no era por el
idioma, no sabía como tratar a una mujer tan bella y angelical que había
conocido en un prostíbulo, ese tipo de mujeres no se deberían encontrar en
lugares tan sucios, oscuros y degenerados como esos. Hablarle con dulzura le
parecía ridículo. Una mujer que seguramente era más vivida y recorrida que él y
todos los visitantes del lugar juntos, pero hablarle directamente y con total
franqueza sobre sexo y depravación no le nacía, es más, ella no le despertaba
esos sentimientos, la dulzura de sus ojos azules, la angelical sonrisa y la
bien cuidada y castaña cabellera hacia que se viera como una mujer con la que
quisieras pasar el resto de la vida, no una noche de sexo y desahogo.
Carlos no hizo nada
en ese momento, prefirió no asociar aquel bello rostro con los olores a lujuria
y las luces de neón del lugar. La esperó afuera, no le importó permanecer ahí
hasta la madrugada, total su próximo vuelo era en dos días y ella valía la pena
la trasnochada.
El sol empezaba a
salir, y con él, las chicas de la noche iniciaban su recorrido a casa. Apenas
la vio se le acercó, su rostro no dejó de ser bello pese al cansancio que
reflejaba y a lo diferente que resultaba verla bajo la luz del amanecer. Carlos
se presentó y muy amablemente le ofreció su compañía hasta su destino, ella un
poco extrañada aceptó, la buena presencia física de Carlos, sus modales e
incluso su caballerosidad generaron un aura de confianza entre los dos.
Una caminata de unos
veinte minutos a través del colonial y pintoresco centro de la ciudad, bien
conservadas edificaciones con techos llenos de tejas anaranjadas, el empedrado
camino lleno de rocío mañanero, el tolerable frío de una madrugada de otoño;
formaban una escena que parecía salida de una romántica película europea. Ella
se llamaba Petra, y tuvo química instantánea con Carlos. Su charla no fue sobre
sus trabajos, o el posible pasado tormentoso de ella, él siempre llevo la
conversación a los gustos de cada uno, a sus sueños, todo terminó cuando él la
dejo en la estación del tranvía, su imaginación dejó de volar y soñar en una
posible relación con Petra.
Dos semanas más
tarde, Carlos tenía que volver a Praga, así que aprovechó para ir al burdel
donde trabajaba Petra. Ubicado en una vieja casa de tres pisos en el casco
histórico de la ciudad, por fuera pasaba desapercibido, era parte del paisaje,
pero luego de pasar un viejo portón de roble que dirigía a un largo corredor
hecho de piedra, la música a alto volumen, los espejos en techo y paredes,
mesas para no más de cuatro personas y el olor a alcohol mezclado con perfume
barato de mujer y cigarrillo envolvían a cualquiera en una atmósfera de bohemia
y lujuria.
La escasa
iluminación proporcionada por las luces de neón y las lámparas de las mesas
ubicadas alrededor del “Table Dance” dificultaban la misión de encontrar a su
amor platónico. Se sentó en la barra y ordenó un whisky.
–¿Petra trabaja hoy?
–preguntó Carlos al barman, un calvo de dos metros de altura con un rostro de
pocos amigos.
–Acá no trabaja ninguna Petra –respondió el
matón mientras limpiaba un vaso con un trapo blanco que tenía colgado en el
hombro.
La respuesta del
rapado, desconcertó a Carlos, que decidió tomarse su trago y disfrutar del
continuo show de striptease que ofrecía el lugar, sin dejar de buscar a la
chica que no podía sacar de su cabeza.
Carlos se dio por
vencido, se levantó del incómodo taburete metálico que daba a la barra y dejó
con total displicencia sobre la húmeda superficie de madera donde estaba su
trago, dos billetes de quinientas Coronas, suficiente para pagar la cuenta y
dejar una buena propina para el cantinero. Antes de salir del lugar decidió
hacer una parada en el baño, cuando estaba llegar a este, la vio, tan hermosa
como recordaba, un rostro angelical que lo hizo suspirar y ponerse a soñar en
pasar el resto de sus días junto a ella.
La inocente fantasía
de Carlos se derrumbó en pocos segundos, cuando cinco sujetos que parecía que
estaban en una despedida de soltero empezaron a manosearla, uno de ellos
llevaba la batuta, le habló al oído y seguramente tranzó el negocio con ella,
uno tras otro entraron a un cuarto, mientras ella los animaba con su angelical
sonrisa a que bebieran más. El corazón de Carlos latía a mil por hora, su
respiración era agitada y sus ojos alcanzaron a llenarse de lágrimas, se sentía
como un quinceañero que acababa de sufrir su primera decepción amorosa y así
actuó, sin pensarlo se dirigió al cuarto y abrió la puerta con tal violencia
que interrumpió la orgía en la que participaban los que estaban adentro.
–Ella tendida en su
espalda siendo penetrada por un individuo, mientras usaba sus manos y su boca
para darle placer a otros dos al mismo, fue la escena que desató todo lo que
hice después –dijo Carlos.
–¿Cuántas victimas
dice que tiene a su haber? –preguntó el oficial Gómez mientras tomaba apuntes
en su pequeña libreta
–No sé perdí la
cuenta después de los primeros ocho años.
–Pero, ¿más o menos
cuántos eran por año?
Carlos se tomó unos
minutos para hacer cuentas, su mirada apuntaba a las luces de la sala de
interrogatorios y sus dedos se levantaban al ritmo de un conteo minucioso, de
repente se detuvo y miró fijamente a los ojos del oficial. –El éxito de mi
trabajo siempre fue usar bien la cabeza y llenarme de paciencia. Nunca fueron
muy seguidos, en mis mejores épocas podría hacerlo dos o máximo tres veces al
año, pero hubo años en los que me tocó detenerme, la ley se acercaba mucho.
Al salir del burdel
la cabeza de Carlos daba vueltas, se sentía desorientado caminaba dando tumbos
por una plaza de Praga, parecía un borracho cualquiera, su estómago no aguanto,
cayó de rodillas, puso las manos en el húmedo piso y vomitó el trago que
ingirió acompañado de los restos de un sándwich que había cenado, el ardor en
la nariz por un pedazo de comida atravesado hizo que reaccionara. Levanto su
cabeza caminó hasta una fuente que estaba a pocos metros mojó su mano y tomó un
poco de la congelada agua, se sentó y simplemente esperó, mientras miraba la
puerta del burdel. Vio como los implicados en la despedida de soltero salían
totalmente ebrios y cantando lo que parecía una canción de algún equipo de
futbol local. Su mirada no se desvió ni por un segundo, estaba enfocado en la
puerta. El tiempo pasó, todos los visitantes del lugar parecían haber
abandonado el centro de tolerancia. Carlos siguió esperando. Petra salió del
lugar, igual que la otra vez acompañada por el alba, pero en esta ocasión él no
le habló, ni la acompañó amablemente, esperó unos segundos y la siguió a una
distancia razonable para que ella no lo viera.
La silenciosa
persecución terminó en un edificio de cuatro pisos y cinco ventanas por cada
uno, lleno de paciencia esperó en la vereda del frente, sin perder la
concentración para poder ubicar la ventana donde se pudiera ver a Petra. Tercer
piso segunda ventana de la izquierda, se acercó al portero electrónico, ocho
timbres, dos por cada nivel. Carlos se fue a su hotel, su próximo vuelo salía
en dos días.
Minutos antes de que
llegara la noche, Carlos ya estaba afuera del edificio donde vivía Petra,
esperó que alguien salga del edificio, para poder escabullirse por la puerta
principal. Frente a él un pequeño corredor de tres metros de largo, una puerta
a cada lado y al fondo unas viejas escaleras de madera que crujían a cada paso
que daba. La humedad del lugar hacía que el frío se intensifique. Terminó de
subir los tres pisos que lo llevarían al departamento, pero subió uno más, se
sentó en la parte alta de las escaleras que lo llevaban al cuarto nivel y
esperó.
Petra salió de su
casa y nunca se dio cuenta que estaba siendo acosada por Carlos. Él bajó las
escaleras, se asomó por la ventana del corredor y esperó a verla en la calle
para irrumpir en el departamento. Un pequeño lugar, que tenían únicamente un
dormitorio con su respectivo baño. El olor a comida se mezclaban con el vapor
de la ducha que acababa de ser abandonada. Un colchón botado en el piso, ropa
por todas partes y una caja de maquillaje conformaban la decoración del sitio,
solo una persona que lo utilizaba solo para dormir podría vivir en esas
condiciones.
Carlos entró al
baño, desordenado como toda la casa, cremas, maquillaje en el lavamanos, ropa
interior colgada en el tubo de la cortina de baño. Con mucho cuidado, no tocó
nada, pese a tener sus guantes contra el frío, no quiso dejar ninguna prueba de
su presencia en el apartamento de Petra.
–¿Petra fue su
primera víctima? Preguntó el oficial Gómez
–Sí, esperé por casi
ocho horas en ese lugar –respondió Carlos– todo valió la pena cuando la
sorprendí y le corté el cuello de lado a lado con un cuchillo que encontré ahí.
–Luego de esto ¿qué
hizo?
–La vi desangrarse y
esperé hasta que llegara la noche para poder abandonar el lugar, ya le dije el
éxito de mi trabajo siempre fue tener paciencia.
La sensación de
venganza, dejar salir toda la ira que tenía reprimida le dio a Carlos una
felicidad que nunca había experimentado, sabía que lo que acababa de hacer no
era correcto, pero el éxtasis que experimentó cuando atravesó laringe, tráquea,
esófago y algunas venas y arteria con un cuchillo, nada lo podía equiparar.
Pasó un año completo
hasta que Carlos volvió a hacerlo, visitaba burdeles en diferentes lugares del
mundo, su profesión como piloto de avión le ayudaba con la diversidad. Praga,
París, Nueva York, Rio de Janeiro, Sídney, sus asesinatos siempre fueron
iguales, prostitutas hermosas, solas y sin nadie que reclame por su muerte, así
fue como se convirtió en un asesino en serie sin que se encontrara una conexión
entre las muertes.
–Señor Soto, usted
cayó en cuenta que al contarnos todo esto, podría pasar el resto de su vida
tras la rejas –dijo el oficial Gómez mientras guardaba su libreta y se alejaba
de la mesa que lo separaba de Carlos.
–Oficial, usted es
un tipo joven ¿Cuántos años tiene cuarenta, cuarenta y cinco?
–Cuarenta y seis
para ser exactos.
–Yo en cambio soy un
viejo que está viviendo sus últimos días. A mis ochenta y cinco años no espero
vivir mucho. –Carlos esperó unos segundos y bebió agua de un vaso que tenía en
frente para refrescar su garganta– Además el cáncer ya está por acabar conmigo,
no me importa lo que me vayan hacer, solo quiero que mis más grande éxitos sean
conocidos. –Una sonrisa se dibujó en la boca de Carlos mientras entrelazaba los
dedos de sus manos y se las llevaba a la parte de atrás de la cabeza en señal
de satisfacción.