viernes, 31 de agosto de 2012

El ascensor


Aldo Francisco Frater 



Shelly una mujer de cuarenta y tres años, soltera, vivía desde siempre en Oxford, su vida había pasado sin sobresaltos hasta que empezaron en la tranquila ciudad aquellos crímenes sin explicación. Todos comenzaron a estar temerosos, en especial Shelly a quien afectó mucho este tema y quedó sumamente impresionada con los rostros desfigurados de las víctimas. Se encontraba nerviosa, temerosa, angustiada.

Para distraerse estuvo leyendo algunos libros, hasta que el cuento “Siete pisos” de Dino Buzzati, que relata cómo el personaje queda atrapado en una experiencia aterradora en el Hospital Radcliffe  descendiendo piso por piso hasta llegar al primero donde los médicos ya no tienen más que hacer y sólo trabajan los sacerdotes, la afectó muchísimo.

Su angustia aumentaba día a día, por lo tanto decidió visitar a su médico de cabecera, éste luego de examinarla le indicó que debía hacerse algunos exámenes en el séptimo piso del Hospital Radcliffe.

      -Nooooo ¿Justo ahí?  ¿No puede ser en otro lugar? Le dijo preocupada.

-No, pues casos como el suyo sólo se tratan ahí, contestó su médico, sin prestarle mucha atención.

Trató de olvidarse del tema y así llegó el día que debía concurrir a su chequeo. Era un  típico día de invierno y a pesar de sus temores llegó al hospital a la hora indicada. Cruzó el pasillo principal y llamó al ascensor, no había casi nadie en los pasillos, se abrió la puerta y ella fue la única que entró, estaba sola, se cerró la puerta y comenzó la lenta subida.

Unos pocos segundos después, Shelly repentinamente sintió una oleada de miedo sin que hubiera razón alguna. El corazón le latía rápidamente, le dolía el pecho y se le dificultaba cada vez más respirar, llegó a creer que se iba a morir. Inmediatamente vio con preocupación que el ascensor comenzaba a cambiar de fisonomía, las paredes metálicas se tornaron oscuras y al mirar el espejo que había en una de sus paredes vio que de pronto entraba gente extraña, deformada. “Dios mío ¡Esos rostros! ¡Son ellos!” pensó, “Tranquila, trata de dialogar” se dijo. Pálida y al borde del desmayo trató de mantener la calma y hablar con los inesperados acompañantes, quiso preguntarles qué hacían ahí, quiénes eran, pero no recibía respuestas. Ella transpiraba sudor frío y de pronto comenzó a llorar y a gritar, nadie la escuchaba, y cada vez subía más gente, ya tenía un aspecto terrible ese ascensor. Sus paredes ahora parecían de madera oscura y el espejo por donde espiaba la gente se transformaba en una nebulosa gris y pesada, sus gritos eran aterradores. De pronto el ascensor se detuvo y se abrió la puerta, antes de desmayarse alcanzó a ver que alguien la tomaba en sus brazos y la aferraba con fuerza.

Cuando despertó estaba acostada en una camilla asistida por una enfermera, ella sólo atinó a preguntar -¿Qué me pasó? ¿Quiénes eran las personas del ascensor? ¿En qué piso estoy?

Que la enfermera le dijera que estaba en el séptimo piso y había sufrido un ataque de pánico no la tranquilizó y obsesionada con el cuento de Buzzati, quiso saber más.

Cuando la enfermera le dijo:

-Al revisarla surgieron algunas dudas, así que la llevaré al sexto piso para realizarle una tomografía y luego quedará internada en observación en el quinto.

Quedó petrificada y sólo atinó a balbucear – ¡No Dios mío! 

miércoles, 29 de agosto de 2012

El regreso


Julio Chang


Lo conocí  cuando hizo una presentación de sus productos en el Salón de Convenciones del Hotel más importante de la ciudad, al que asistieron los empresarios, autoridades y profesionales más connotados; evento organizado impecablemente en un ambiente muy bello y elegante, rodeado de jardines con el agradable  aroma de las flores,  con la presencia de simpáticas anfitrionas y que culminó con un sabroso buffet. Su corporación internacional  representaba una de las  más importantes a nivel mundial en sistemas de alta tecnología de riego dirigido a empresas de agro-exportación interesadas en incrementar su productividad y rendimiento. Me impresionaron  las palabras dirigidas por el propio presidente de la corporación, el señor Jeremy Wayne que había tenido la extrema gentileza de viajar de un poderoso país del norte desarrollado a una pequeña ciudad de la nación donde vivo cuyo volumen de producción no es tan significativa a nivel mundial.

Al término de la exposición me acerqué a consultarle sobre las innovaciones en los productos que iba a comprar; lo interesante no fue solamente lo que explicó, sino que me llamó poderosamente la atención  la gran  fluidez y soltura con que hablaba el idioma español siendo extranjero. Pero sobre todo resaltaba su carácter sumamente amable.

Me enteré que había venido a nuestro país no sólo por motivos de negocios, pues realmente hubiera bastado que envíe a alguno de sus gerentes comerciales o sus promotores de ventas; su venida se debió al especial interés que le concitaba la posible relación de las culturas precolombinas con el cosmos que según él se manifestaban en  las líneas de Nazca y la ubicación de Machu Picchu. Creo que le caí bastante bien pues, desde el primer momento, conversamos de manera muy cordial como si fuésemos viejos conocidos. Al cerrar el trato con su empresa me indicó que le gustaría volver a encontrarse conmigo y que estaba dispuesto a recibirme en cualquiera de las sedes internacionales  donde él estuviese, para corresponder  las atenciones que le brindé mientras estuvo en la ciudad donde yo residía.

Muy pronto la oportunidad de viajar a visitarle se presentó cuando decidí comprobar los estándares de calidad en el proceso de fabricación de sus productos. Apenas llamé al señor  Jeremy a su teléfono directo, cuyo número me confío en su visita al Perú,  me respondió muy atento cuando se enteró que era yo. Me invitó para que después de que recorriese las impresionantes  instalaciones de su empresa me acercase por su oficina. Así fue, me recibió muy afablemente.

-Por favor si está de acuerdo, me gustaría charlar con usted. ¿Tiene tiempo para aceptarme una invitación para ir a conocer y cenar en el Golf y Country Club de nuestra ciudad? Es un lugar espléndido con amplias áreas verdes y un campo de golf con excelente vista.

Durante la cena pude conocer su afición por la astronomía, por la historia y la literatura de ciencia ficción o literatura fantástica; no todo era tema de negocios o de tecnología para él. Así me enteré que años atrás había sufrido mucho en la guerra de Vietnam defendiendo a las fuerzas del sur democrático contra los guerrilleros comunistas del Viet-cong. Realmente destacaba como un buen conversador, muy ameno, versado en muchos temas, diría yo una persona de cultura bastante amplia, algo no muy usual en un empresario.

En los pocos días que permanecí en Iowa  conversamos de todos estos temas. Recuerdo muy bien cuando le pregunté:

-Señor Wayne, es para mí, sorprendente que usted con esa actividad empresarial que despliega haya tenido esa difícil experiencia como  combatiente en una guerra tan sangrienta como la que me menciona, y pese a ello sea ahora un exitoso empresario con una cultura tan vasta, con aficiones  a temas tan distintos que no tienen nada que ver con su labor como presidente de una corporación tan importante a nivel mundial.

Me respondió: -Mi querido señor… Ya habrá podido visitar las instalaciones de nuestra planta y comprobar la alta calidad de nuestros productos. Espero lo hayan atendido bien.

- Muchas gracias señor Wayne, han sido muy gentiles conmigo y efectivamente estoy totalmente convencido de las bondades de su eficiente sistema de producción y me iré tranquilo.

- Muy bien, perdón, ¿Se llama usted Jonathan?

-Si, Jonathan ese es efectivamente mi nombre. Jonathan Monte del Pino.

-Estimado amigo Jonathan, llámeme Jeremy, yo lo llamaré Jonathan. ¿Le parece? Como usted habrá notado yo  mantengo un equilibrio razonable entre  mi trabajo empresarial y mis aficiones culturales, sociales, científicas y diría hasta cósmicas; creo que toda persona debiera tener la oportunidad de tener esa armonía.

-Si, lo he notado. Es usted una persona muy versada en muchos temas, no sólo en el ámbito de los negocios. Lo reconozco y aprecio su amplia cultura.

-Por eso estuve en su país  el Perú que sé que tiene un legado histórico tan vasto en sus culturas prehispánicas cuyos sacerdotes y casta dirigente se conectaron con el cosmos;  la cultura Nazca y la cultura Inca para mi son ejemplos de la relación entre esas civilizaciones y el universo, que puede parecer inexplicable; por ejemplo aquellas hermosas figuras de animales trazadas en la arena parecieran que han sido hechas para ser vistas desde el cielo…y bien sabemos que en la época no habían ni aeroplanos, ni medio alguno de vuelo… entonces ¿por qué hicieron tales figuras: la araña, el mono, el candelabro…para mostrárselas  a quiénes? En Machu Picchu, la perfección de una ciudadela planificada en la cumbre de una montaña, sigue causando impresión. ¿Por qué la ubicación tan alejada de los demás pueblos? ¿Cómo, porqué y para qué lo construyeron? ¿Sabe usted algo acerca de estos prodigios de su cultura ancestral?

-Sí, realmente señor Wayne es algo sorprendente, nuestros historiadores no tienen explicaciones claras acerca de ello. Al menos, eso es lo poco que sé. Realmente me falta mucho conocer del legado ancestral de los antiguos precolombinos. Creo que usted está más informado que yo…

- Si usted tuviese tiempo me gustaría compartir algunas  fantasías mías. ¿Le interesaría escucharlas? Como le comenté soy aficionado a leer algunos buenos cuentos de los maestros de literatura fantástica, a veces especulo yo mismo y escribo algunos relatos, que no los publico por lo extremadamente especulativos que son.

-Por supuesto, gracias por su gentileza, acepto su amabilidad. Me interesa escucharlo e igualmente será de mucho  interés para mí poder  platicar con usted.

Así tuve la oportunidad de conocer los amplios y verdes espacios del Golf y Country Club de su ciudad en dónde luego  de dar un breve paseo por las elegantes instalaciones del club y disfrutar de una agradable cena me invitó a sentarnos más placentera y cómodamente alrededor de la zona de una hermosa piscina en que apreciábamos a algunas parejas disfrutando del placentero ambiente, con una hermosa vista del cielo oscuro iluminado por las lejanas  estrellas; pidió un par de tragos para conversar con total libertad y amenamente.

-Cuando visité Perú disfruté mucho de su delicioso y tradicional pisco sour. Puro pisco peruano. ¿No?  Muy sabroso, muy bueno. Acá sólo brindamos con whisky etiqueta azul o verde; este whisky tiene veintiún años y es lo mejor que tenemos pero no se compara con el sabor de su pisco añejo con aroma a uva. Salud por usted, salud por su empresa y por el gusto de compartir con usted.

-Salud Jeremy, mis mejores deseos para que el desarrollo de su empresa sea como usted espera. Con los mejores resultados y posicionamiento a nivel mundial. ¡Éxitos  para usted,  su empresa y su familia! ¡Salud!

-Gracias, muchas gracias. Como le decía amigo Jonathan, le haré una confidencia muy personal, ya que noto que usted comparte algunos intereses comunes conmigo; me conmueven  los temas fantásticos, lo que hay más allá en el universo; claro, sólo si lo desea usted  podemos  conversar sobre  estos temas que le propuse al comienzo ¿le parece? Hay que relajarnos un poco soñando.

-Claro que si, de acuerdo, siga Jeremy.

-Qué pensaría usted si le dijese, hipotéticamente por cierto, que de un futuro muy lejano envían como sanción  a alguien al pasado…digamos que lo dejasen en un lugar hostil, en plena guerra. Claro, esto es una elucubración, imaginación pura y dura, pues la máquina del tiempo sólo existe en la creativa mente de escritores de ciencia ficción y de aquellos científicos que lo plantearon como hipótesis de trabajo, gente de  la talla de Einstein, Hawkins. Pero, si me disculpa, sigamos…me gustaría conocer su opinión ¿no le parece que sería un castigo muy duro e injusto?

- Jeremy, no cree que el viaje en el tiempo es una hipótesis poco realista. Usted seguramente ha escuchado sobre  el llamado “Efecto Mariposa”, cualquier evento en el pasado puede influir favorable o desfavorablemente en el futuro. En tal sentido, pienso que sería improbable que envíen a gente del futuro al pasado pues pueden afectar la vida de personas y familias, en fin la historia del mundo. Imagínese si alguien del futuro viaja al pasado y mata a su tatarabuelo, eso generaría una paradoja.

-Interesante comentario Jonathan. Pero asumamos que en el futuro, tienen la posibilidad de rastrear y monitorear, por medios ahora desconocidos, para que tales cosas no sucedan. En esa situación, sí podrían realizarse esos viajes, y por ende aplicarse esas sanciones.

-Bueno asumiendo que eso fuese realidad; retomando su pregunta, pienso que la sanción estaría en función de la gravedad del delito. Si fuese leve no necesitarían desterrarlo en el tiempo, ni en el espacio. Pero para casos graves que afecten a la sociedad, a los ciudadanos de ese futuro, supongo, que merecerían una pena bastante ejemplar que sea disuasiva para otros delincuentes. A lo mejor, los considerarían como sujetos indeseables para su propia época de origen, cuya presencia pudiese ser considerada peligrosa o perjudicial. Por ello, se verían obligados a una pena drástica como el destierro a un pasado hostil como usted alude.

-¡Claro! Interesante e inteligente su respuesta. Creo que se acerca bastante a lo que podría ser los motivos de esas penas. Sanciones quizás muy drásticas, muy desproporcionadas.

-Aunque no creo que sean tan atroces, al fin y al cabo, con su conocimiento más avanzado quiénes viniesen del futuro, podrían adaptarse muy fácilmente a nuestra época; además  usted debe saber que en el  Antiguo Testamento de la Sagrada Biblia, ya se decía “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie…” A lo mejor en el futuro, se han visto obligados ha retomar esos principios.

-Cierto, si optasen por esas medidas  significaría una venganza algo primitiva. Una sociedad  justa jamás establecería leyes así. Para eso hay ahora normas basadas en el pleno respeto a los  derechos humanos que se deben cumplir escrupulosamente en las leyes modernas y en el futuro pienso que con mayor razón.

-Bueno, Jeremy respecto a lo que afirma tendríamos que  proyectarnos y entender que en el futuro la situación ha cambiado, que la población mundial ha crecido exponencialmente; pues si ahora el planeta ya tiene siete mil millones de habitantes, posiblemente en el futuro habría varias veces esa población. Esas serias limitaciones en la  disponibilidad de alimentos, agua y energía. ¿No obligarían esas circunstancias a tomar decisiones mucho más drásticas?, ya que no habría espacio suficiente para mantener a su población, mucho menos a delincuentes, eso implicaría un costo altísimo para esa sociedad, digo yo, sobraría ese tipo de gente en el planeta. Necesitarían, pues, una solución radical al problema de falta de espacio, del probable incremento del crimen organizado. Necesitarían tranquilidad, paz, seguridad para atender con calidad de vida a quiénes se lo merecen y no a la escoria de la sociedad.

-¡Increíble! Me sorprende su afirmación, que es muy drástica, diría inhumana. Podemos asumir que es muy posible que lo que usted dice realmente fuese lo que pase en ese futuro imaginario. Pero eso no resuelve la interrogante mía, respecto a la injusticia de ese tipo de sanciones, crueles castigos para una persona, un ser humano que tiene todo el derecho a rehabilitarse y reintegrarse a su propia sociedad y su tiempo.

-Jeremy, realmente cree usted que con el escenario de escasez y sobrepoblación, la sociedad pudiese ser tan permisiva. ¿Lo estima verdaderamente viable?

-Claro que sí, esa sociedad futura debería revisar los alcances de sus sanciones, con penas menos severas para quiénes no han causado daños significativos.

-Si afirma eso, es porque usted se siente involucrado, perjudicado. Permítame una pregunta directa señor Jeremy…sea sincero, sea franco conmigo, si yo viniese digamos hipotéticamente del futuro le pediría que por favor me diga ¿qué delito tan gravísimo ha  cometido usted para que lo trasladen del futuro y lo dejen en Vietnam en plena guerra?

-¡Perdón! ¿Qué dijo?

Al parecer le sorprendió la pregunta, pues aspirando nerviosamente una bocanada de humo de su cigarro, me respondió:

 -Querido amigo Jonathan, entendiendo siempre que es un relato imaginario, podríamos asumir que yo en el  futuro era el responsable de supervisar a los técnicos encargados de aplicar el control biológico  para el mantenimiento de plantaciones con cultivos para su protección  de plagas, pero por omisión involuntaria  habría dejado que se afecten a  los cultivos en miles de hectáreas. Esta situación causó la pérdida de gran cantidad de alimentos destinados a una población importante generando  desabastecimiento de alimentos en toda la región durante buen tiempo.

-Seguramente señor Wayne, esas faltas han sido cometidas por una seria negligencia, un  terrible descuido que en el  futuro causaría graves daños a la sociedad, pues los alimentos son una necesidad básica que no puede ser descuidada, al menos esa es mi humilde opinión.

-Bueno, algo así pudo haber sucedido. Pero la sanción, la pena tan drástica no sería justa.
Al fin y al cabo, el responsable, que era supuestamente yo tenía hasta ese entonces una impecable foja de servicios,  errores le ocurren a cualquiera.

-¿No le parece Jeremy que lo que me dice no tiene justificación?, pues seguramente  con esa negligencia se ha afectado a cientos de  familias e incluso podría haber causado muchas muertes. La sanción debe haber sido muy bien calculada por el tribunal que lo juzgó. Si es que en el futuro hay jueces,  supongo que deben ser muy probos, justos e incorruptibles, para que decidan una sanción que sea realmente un castigo ejemplar que le duela a un profesional, que ha cometido seria negligencia en sus funciones.

-Apreciado Jonathan observo que usted asume este relato fantasioso muy bien, pues su razonamiento y argumentación son bastante lógicos. El personaje sancionado posiblemente se redima y contribuya con la época y tiempo en que se encuentre. ¿Qué me dice de ello? ¿No le parece valioso que se haya aportado con nuevas tecnologías y se haya generado empleo a miles de familias? Para mi ese sentenciado, en caso supuesto que fuese yo, ya habría cumplido con pagar con creces el castigo impuesto. Y merecería más bien un reconocimiento.

-Pues, yo no pienso igual que usted. Sanción, castigo, pena  eso es lo que merecen quiénes han transgredido normas legales, al haber  cometido faltas graves de procedimiento generando daños a su sociedad, para mi sí cabe revisarse la pena si es que el Tribunal que lo juzgó revisa su caso y considera que se ha redimido. Disculpe que le insista, sincérese conmigo, dígame Jeremy usted ¿ya se habitúo y acostumbró a esta época?

-Ja,ja,ja…que gusto me da que siga asumiendo como real este relato…efectivamente siguiendo la narración, claro, si fuese yo, con mi posición actual en la sociedad actual, podría decirse que sí,   que ya me integré a este presente. Disfruto de una inteligente y afectuosa mujer que me ha dado dos brillantes hijos, un varón y una mujer que me hacen feliz con tres lindos nietos; tengo a mi buena esposa, compañera y amiga que me acompaña en esta vida bastante confortable a pesar de tanta turbulencia y crisis; esto  significaría que he salido adelante. Y a nivel empresarial ¿No le parece que ser propietario de una empresa tan bien cotizada en la bolsa de valores de Nueva York, con oficinas en París, Madrid, Londres, Roma, Nueva York y Beijing no son indicadores de una buena manera de haberse acomodado a la época?

-Efectivamente Jeremy, lo felicito por haber conseguido esos logros desde fines del siglo XX y comienzos de  este siglo XXI. Realmente ha sido muy afortunado, claro que imagino que debe haberle costado mucho esfuerzo.

-Oh, si. Claro que sí, muchísimo esfuerzo, muchísimo. Estar en una guerra tan horrible como la de Vietnam  es lo peor, muertes por doquier, napalm, bombas y mucho sufrimiento  que no se lo deseo a nadie. Pero, obviamente con los recursos intelectuales y un poco de conocimiento de  la historia, ya me podía imaginar quién iba a ser el vencedor, así que tuve la fortuna de integrarme al servicio de abastecimiento y logística, que es lo que yo conocía, al servicio de las fuerzas armadas del sur,  aproveché la primera oportunidad para que me consideren en el primer grupo que se retiraba de Vietnam para ir a los Estados Unidos como refugiado altamente calificado. Eso me salvó y permitió que me desarrolle profesional, empresarial, personal y familiarmente en este próspero país de las oportunidades. ¿Qué le parece el relato estimado Jonathan?

-Bueno, ya habló lo suficiente, su caso ha sido monitoreado, levantémonos y regresemos…

-¿Qué dice? ¿Regresemos? ¿Regresemos adónde?

-Como usted debe saber Jeremy, en el futuro el Tribunal cumplirá lo que le corresponde hacer. Hacía allí nos debemos ir.

-¡No, no Jonathan! No me ha entendido. No se da cuenta que todo lo que le he narrado no es más que  fruto de mi imaginación…es tan fantástica pero bien contada que parece real, prueba de ello, es que usted se lo ha creído.

-Oh, si. Si le he creído y le he entendido muy bien Jeremy, buena imaginación que coincide con su realidad; aquí su vida ya ha sido  demasiado confortable para ser un castigo proporcional a los graves delitos cometidos por usted, vamos…

-Ja, ja, ja…Qué buena broma la suya amigo Jonathan. Me siguió muy bien la corriente. Ya me había asustado. Eso merece un buen brindis…

-Brindaremos después de dejarlo dónde le corresponde  estar. Es suficiente con lo que me ha confesado, primero debo dejarlo en manos de los magistrados a cargo de su caso para que revisen la pena.

-¿Qué? ¡Basta de bromas! Retírese Jonathan…he sido muy cordial con usted y le he dado mucha confianza, pero ya me cansé de este jueguito. Llamaré a mis agentes de seguridad y  la policía si es que no se aleja inmediatamente y me deja tranquilo…

- ¿Policía? No necesita llamar  a nadie, yo soy un policía del futuro. Cálmese y sígame, no haga escándalos.

-¿Qué? ¡Esta situación es imposible! ¡Está usted loco! ¡No nos haga daño! Por favor…no,  por favor. Le imploro…le ruego. No puedo ni debo regresar al futuro. Aquí en esta época tengo  a mi esposa, mis hijos, mis nietos ¡Mi familia a la que tanto quiero! No puede hacerme esto. Ya cumplí con pagar mi pena con  tantos años de sufrimiento para luego generar la próspera empresa que dirijo para beneficio de esta sociedad…

-Es cierto, usted lo ha dicho, ha causado un beneficio para esta sociedad, pero perjudicó a la sociedad de donde viene, por eso se va a revisar su pena. Tranquilícese, lo que decidirá el Tribunal será algo justo.

-No, no, no, le suplico, tenga piedad de mí…no puede hacerme eso. Pare esta broma pesada.

-Sí, si puedo. No estoy jugando…

-Al final cumplí con mi misión. Lo regresé al año 2092, para que su caso se revise y el Tribunal de Justicia decida. Sé que la  determinación fue que permanezca  en el futuro. Su esposa, hijos y nietos nunca supieron qué pasó con Jonathan, y mucho menos imaginaron de dónde venía Jonathan ni adónde lo regresé.

martes, 28 de agosto de 2012

La decisión


Susana Arcilla



I

Santa María era una de  esas ciudades del interior donde todos se saludaban, las puertas se dejaban abiertas siempre y el apuro era un gran desconocido. El invierno marcaba el ritmo de esos días.

Melina era una tierna adolescente de dieciocho años, había egresado de  quinto año del secundario -con excelentes calificaciones- y estaba entusiasmada por comenzar sus estudios universitarios: quería ser profesora de Educación Física. Pertenecía a una familia convencional de clase media; su padre era profesional; su madre, ama de casa y sus hermanos menores, estudiantes como ella.

 Su familia le había prometido que la apoyaría para que pudiera estudiar sin trabajar, eso era lo ideal para recibirse en un tiempo prudencial y así poder dedicarse a lo que más le gustaba en la vida: entrenar a chicos y chicas en deportes de alto rendimiento para los Juegos Olímpicos.
- Esa adrenalina que segrega el competir no es comparable a nada - pensaba en sus ratos de ocio, recostada en su cama. Su casa era confortable y tenía el sello de su madre, atenta a todos los detalles, siempre se olía a comida casera o a desodorante de ambiente de frutos del bosque.

Melina estaba muy enamorada de su novio, tenían planes para cuando estuvieran recibidos; a él le apasionaba la Biología como a ella el deporte, se iban a mudar juntos para ir a la universidad en la capital del país. Planeaban compartir los gastos y las tareas, las familias se conocían y estaban de acuerdo, en dos meses más estarían viviendo en otro mundo, con más responsabilidades pero también con mayor libertad.
-Seguramente alquilaremos un departamento chico, tipo monoambiente, los que dan a un patio interno son los más baratos – conversaban animadamente sobre el futuro que les esperaba.

Al notar que su menstruación no bajaba como de costumbre se asustó, con su novio siempre habían tenido precaución con el uso de los anticonceptivos ya que no querían postergar sus planes; de pronto recordó esa noche de diversión, baile y mucho alcohol hace un mes aproximadamente, un sábado que festejaban el egreso del nivel secundario.  Después de la fiesta se fue con Ramiro pero no recuerda mucho, sí que hicieron el amor en un estado bastante dicharachero[1] dentro del pequeño auto que sirvió de cama improvisada y de refugio suficiente en la oscura noche. Si estaba embarazada realmente se encontraba en un serio problema, ella y Ramiro también.

Lo consultó con su madre, con la que tenía una excelente relación, compraron un test en la farmacia y realizaron el análisis juntas en el frío baño de la casa con todo el temor de confirmar lo que era inesperado para este momento de la vida de Melina. La madre la abrazó fuertemente –las dos estaban sentadas enfrentadas, una en el bidet y la otra en el  inodoro- y le dijo: esto es algo maravilloso, vas a tener un hijo. Cuenta con nosotros para lo que necesites.

Finalmente y ante lo irremediable fueron a charlar un rato con el tío de Melina que era cura en la Parroquia del Centro, el padre Joaquín. La charla fue larga y muy interesante, mate y lágrimas se cruzaban en la rústica mesa que los convocaba en una asamblea de corazones abiertos. La casa -pegada a la iglesia- era muy humilde, con los muebles necesarios y sin ningún adorno femenino, el ascetismo franciscano predominaba por doquier; el mayor argumento del sacerdote era que la vida del nuevo ser tenía prioridad en esta etapa, que ella tendría tiempo para desarrollarse profesionalmente en el futuro. La vida nueva tiene un potencial inconmensurable, dijo, ahora quizá no lo puedas ver pero es así, con el tiempo no te arrepentirás, confía en mí.

-¿Era conveniente decírselo a Ramiro?- pensaba Melina; él es parte del problema como yo. Ramiro era un muchacho de dieciocho años, alto y forzudo con una carita de nene que mataba[2]. Se quedó estupefacto, nunca pensó que tendría que tomar una decisión de ese tipo, sus pensamientos estaban puestos en elegir un departamento en la ciudad adonde iba a ir a estudiar Biología el próximo año, no en decidir en qué semana se consideraba vida humana al embrión. Lo suyo era la Biología, no la Bioética.

Melina pensó que obviamente el hombro donde llorar y hablar era el de Aldana, su mejor amiga desde el preescolar. Eran compinches[3] para todas las actividades y se querían muchísimo. Se encontraron en las afueras de la ciudad, junto al río y observaron la naturaleza acechada por el invierno, con un termo y dos vasos térmicos en mano se sentaron a degustar un rico café mientras charlaban.
-Sólo vos podés decidir, si no es así siempre te vas a arrepentir, estás en un punto donde no podés pedir opiniones, vos y Ramiro deben decidir de común acuerdo porque se trata del hijo de ambos – le dijo contundente, no le dejó resquicio para ninguna duda. Las amigas del alma te conocen muy bien y saben lo que va con tu modo de ser y pensar. Aldana había pensado en la pareja – que conocía mucho- para opinar como opinaba.

La profesora de Historia también era su confidente, habían logrado una muy buena relación a pesar de que Melina no se inclinaba por las Ciencias Sociales, lo suyo era el deporte de alto rendimiento; cuidaba su cuerpo y su peso como ninguna, entrenaba a diario y consumía comida sana y nutritiva. Esto del embarazo le hacía pensar en la deformación de su cuerpo y la inactividad que ello le traería. La profesora tenía una posición tomada con respecto al tema y se lo dijo de una sola vez y sin anestesia mientras arreglaba sus carpetas en el portafolio de cuero negro y apuraba  el paso porque entraba a otra clase.
- Mirá, yo estoy en contra del aborto, porque creo que la vida del bebé tiene prioridad si lo comparás con los nueve meses de embarazo que supuestamente “sufre”  la madre – su tono era grave. Un ingrediente más para incluir en esta decisión: ¿es comparable una vida completa con nueve meses de un cuerpo “ocupado” por otro ser?

-Te conviene hacer un aborto y listo, tendrás tus hijos seguramente cuando te encuentres asentada en tu profesión y en tu vida, ahora estás en transición y no creo que tengas ganas de postergar tus sueños, además quién sabe si en el futuro estarás con Ramiro todavía.  La operación es sencilla e inofensiva, podés venir sola y, si te parece, tus padres no se enterarán; además no te voy a cobrar nada porque soy amigo de la familia, andá tranquila -. No se observaba ningún gesto de preocupación en su rostro, más bien parecía que estaba hablando de un resfrío transitorio que se curaba con una aspirina y con el paso del tiempo. De repente los azulejos blancos del consultorio le produjeron un frío glacial sobre su cuerpo, salió rápidamente sin contestar siquiera ante la mirada del profesional.

Ramiro le dijo, con toda la sinceridad que lo caracterizaba, que él no estaba dispuesto a continuar con el embarazo, que consideraba que tenían tiempo para ser padres. Averiguó, en alguna bibliografía que le pasó un amigo, que la vida humana comienza en el tercer mes de gestación así que consideraba que el aborto era un trámite que no le traía ningún cargo de conciencia. No había recibido educación religiosa y la Biología le decía que la mayoría de los embarazos no llegaban a término así que no veía mayor conflicto: si la naturaleza misma descarta embriones, por qué no íbamos a hacerlo nosotros. Además, ¿no es que cada uno forja su destino con decisiones? Bueno, esta era una decisión, cada cosa a su tiempo. Se quedó tranquilo y decidió salir a correr por la ruta que conectaba la pequeña ciudad con la estación de tren. El ritmo de su corazón y el aire frío que le pegaba de frente lo iban convenciendo de que tenía razón, no dudaba.

El padre de Melina estaba asolado por la noticia, era un hombre de mediana edad, profesional y con la cabeza abierta al mundo de hoy.
-De ninguna manera voy a permitir que Meli hipoteque su futuro por cuidar a un bebé que nadie quiere, tampoco me gusta la idea de que mi hija atraviese un parto. ¿Por qué se va a poner en  riesgo? – trataba de convencerse mientras manejaba su auto de regreso a casa.
- No estoy tan grande después de todo – se peinaba las incipientes canas de su sien derecha con su mano morruda[4] mientras con la otra tomaba el volante. Su tarea ahora se concentraría en poner a su esposa como aliada de su postura; insistiría  e insistiría. No tuvo éxito, es así: las madres son los seres más empecinados de la tierra cuando quieren algo de verdad.

Sólo ella podía tomar una decisión; pensaba que los defensores de los derechos humanos -en general- se pronuncian a favor del aborto. Ella consideraba que esto era una gran contradicción porque el derecho a la vida es el primero de los derechos humanos fundamentales que tiene una persona en su estado más indefenso. Matar a alguien para asegurar el derecho de otro resultaba incoherente desde todo punto de vista. Podríamos matar a todos los niños hambrientos para terminar con el hambre en el planeta, o hacer desaparecer a todos los delincuentes para terminar con la inseguridad. Matar no puede ser la solución a nada ¿no es cierto? Y matar a un indefenso, ¿no suena a un acto cobarde? ¿No era más fácil buscar soluciones posibles a los problemas antes de optar por la muerte como salida…?

Qué difícil decidir sobre una vida que depende de uno, en todo caso qué son nueve meses de mi vida comparado con toda la fuerza potencial que tiene este embrión…Cómo no imaginar a la criatura ya  nacida, desamparada al principio pero con ese espíritu que va hacia delante; qué puedo perder: un año de estudio, un cuerpo perfecto, el amor de mi adolescencia, qué es todo eso comparado con una vida nueva y frágil sobre el planeta que sólo depende de mí decisión. Me siento como si fuera Dios en este momento y me temo que ya estoy enamorada de mi criatura, aún antes de conocerla.

 Ahora entiendo lo que comentaba la profesora de Filosofía -durante las ruidosas clases en aquella  deteriorada aula del colegio secundario-  acerca del bien común o el bien mayor. Cuál es el bien mayor en cada problema ético que analizamos: la vida nueva en este caso; los nueve meses en que me veo involucrada  no son nada comparados; es más, puedo darlo en adopción si quiero… pero no le privaría de la experiencia de vivir. Puede que haya una pareja esperando un hijo para adoptar, de esta forma el bien se ampliaría a más personas que se alegrarían por mi decisión. El bien suma, la muerte resta. ¡Qué difícil Dios mío!

                                                                 II

Esta chica Melina es la única que la tiene clara. Descuento a la madre porque “ellas” siempre han sido mis aliadas en defensa de la vida; es claro: han experimentado el dar la vida por eso la defienden a capa y espada…saben de qué se trata la cuestión.
También me alegró la posición tomada por mi funcionario, el sacerdote, un lúcido total en este caso. Dijo “inconmensurable”, de eso se trata: de no poder medir –en un momento- la potencialidad de una vida que va a llegar…pero hay que ser muy ciego para no darse cuenta de semejante cosa…¿no?
Menos mal que la profesora de Filosofía pudo enseñar en el colegio ese concepto tan abstracto pero tan real; ante una opción ética, cuál es el bien común o mayor…Además, qué bueno es que los adolescentes puedan proyectar conceptos y así hacerlos funcionales a su vida. Los docentes siempre fueron mis favoritos.
Entiendo a Aldana porque es una chica como las de “ahora”, respetan la decisión de los otros, pero fue muy astuta porque sabía a quién le dejaba la decisión, ella lo descontaba, estaba segura de que Melina iba a ser proclive a la vida nueva, la conocía de antes, de mucho años, empezaron preescolar a los cinco años juntas, tomadas de la mano y de guardapolvo rosa a cuadritos.
Con respecto a la profesora de Historia me dejó asombrado: en general los especialistas en Ciencias Sociales han adherido a la idea del individualismo exitista y apoyan el aborto porque están pensando en la mujer como única víctima, creen que ésta se debe realizar en sus proyectos y que el embrión es sólo eso, un embrión, no una persona. El embrión es la vida humana misma en su máxima potencialidad, es la primera forma que toma -un estado transitorio- al  que sólo le falta tiempo y condiciones especiales para convertirse en una persona en el sentido pleno y terminado. Es para pensar que los especialistas de estas ciencias, cuando analizan las sociedades en su conjunto, sí toman el concepto de bien común, piensan en las mayorías…pero no pueden proyectar el concepto a casos individuales; hay algo raro ahí…

Que la mujer es dueña de su propio cuerpo no hay duda, cuéntenmelo a mí que me ocupé especialmente de eso cuando diseñé especialmente al hombre y a la mujer, cada uno con su rol específico para dar vida, pero autónomos –y complementarios- a la vez.  No es dueña de la vida de su hijo de ninguna manera -a lo sumo es su mayor protectora- el bebé es un ser independiente que –como mucho-  tomará su cuerpo por nueve meses, como un inquilino.
Bueno, para los hombres necesito un punto y un párrafo aparte -además de un buen suspiro- ¡Qué casos serios estos tres señores! Uno, pensando en su oficio… ¡Y no te voy a cobrar nada, le dice, ja!; el otro, pensando en su carrera personal –¡qué paradoja! ¡la biología es el estudio de la vida!- y el padre, ¡ay por favor!… ¡qué padre se llevó Melina! Por el miedo a perderla a ella perdería a su nieto… se ve que no razonaba muy bien este profesional medio…Algo anda mal por allá.
A ver, razonemos como si fuésemos humanos: un problema no se soluciona con la muerte, se buscan alternativas posibles; por ejemplo, es más fácil encontrar un alimento viable  para acabar con el hambre en el mundo que matar a todos los hambrientos. Esa idea de que todos puedan comer me desvela hace un buen tiempo, ahora que lo recuerdo.

Y eso de que hay que declarar legal  al aborto porque la madre puede morir en manos de curanderas, enfermeras o médicos clandestinos… ¿O sea, que para que no muera una persona tendríamos que matar a otra lícitamente? De modo que el Estado Nacional podría matar. No entiendo realmente a esta gente, cómo están razonando… ¡Ay por mí, quién podrá ayudarme!
Encima, justo ahora que necesito que este niño nazca, tiene una gran misión en el planeta, lo veo claro; pero, debo respetar a la madre y a su decisión, es mi voluntad y no la cambiaré por nada.
                                                         III

Felipe Valentín tuvo una vida maravillosa, creció junto a su madre Melina mientras ella hacía la carrera de Profesora de Educación Física y después mientras trabajaba como entrenadora. Compartían un pequeño departamento muy cálido, donde predominaban los colores naranja, amarillo y verde; pocos muebles, juguetes y mucho afecto. El niño se contactaba seguidamente con su padre -con el que pasaba los fines de semana- y se interesó prontamente por el estudio de la Biología. También visitaba a los abuelos, los tíos y los primos. Su tía adoptiva Aldana lo adoraba y aprovechaba para sacarlo a pasear cuando su amiga estaba ocupada; la profesora de Historia fue la madrina cariñosa de Feli, no pudo contener el llanto de emoción durante la ceremonia del bautismo pensando en el milagro que había ocurrido; el médico amigo de la familia murió de un infarto antes de conocer al bebé, una pena…no sabe lo que se perdió con semejante niño, seguramente habría aprendido una gran lección de la vida. ¡Ah, me olvidaba! El tío Joaquín no se cansaba de contarle cuentos, tenían una relación entrañable muy  parecida al abuelazgo.

Ya mayor, Felipe Valentín,  fue a la universidad a estudiar Ingeniería en Alimentos y realizó su posgrado en Alimentación Nutritiva para las Poblaciones en Riesgo; una empresa multinacional patrocinó su proyecto y pudo finalmente concretar su sueño; él siempre se sintió tan amado que naturalmente pensaba siempre en los demás. Su madre era el mayor ejemplo que tenía en la vida, lo había dejado todo por él cuando podría haberlo matado tranquilamente para ahorrar tiempo.
 -¿De qué sirve el tiempo?- se preguntaba cuando reflexionaba sobre su vida o conversaba con sus amigos. La filosofía lo atrapaba.
Gracias a Dios que este niño nació. Hoy se ha resuelto - debido a su proyecto- el problema del hambre en varios continentes, y prontamente la idea se extenderá a los pocos lugares del planeta a los que falta llevar el alimento esencial para la vida humana.


[1] Dicharachero se refiere a un estado alegre y despreocupado.
[2] Manera de decir para dar a entender que algo es muy evidente.
[3] Muy compañeras.
[4] Grande.

martes, 21 de agosto de 2012

El minuto que se detuvo


Eduardo Montagne


                                                                 Al conductor de aquél automóvil
                                                                                     que vi, este verano,
                                                                                            en la carretera.




El viaje había sido agotador pero con excelentes resultados. En esa madrugada tibia del verano limeño, el vuelo de Iberia había aterrizado en el aeropuerto Jorge Chávez y mientras calmaba su ansiedad por el lento avance del control de pasaportes, Sebastián pensaba que el lunes a primera hora podría mostrar en el estudio, ante los otros abogados, los contratos firmados en Madrid que con tanta urgencia le habían encargado los clientes de Lima. Todo un éxito para el conocido bufete limeño. Pero también todo un éxito para mí, pensaba.

Pero eso sería el lunes. En este amanecer toda su impaciencia era  llegar a ‘Totoritas’ y reunirse con su mujer y su hijo.

Salió del aeropuerto y recogió su camioneta que, cuatro días antes, había dejado en el estacionamiento, ya con la idea de llegar ese sábado y enrumbar directamente a la playa.

La camioneta BMV X 5 que había comprado pocos meses atrás lo llenaba de satisfacción sólo al verla. Sentía una enorme comodidad al manejarla, disfrutaba de sus asientos de cuero, de su delicioso aire acondicionado, de su GPS que le indicaba la ruta, de la música estereofónica con parlantes en toda la cabina, de los sofisticados sistemas de seguridad. Y claro, además era, no tenía por qué ocultarlo, un signo de su ‘status’. A mis cuarenta años recién cumplidos me va muy bien profesionalmente. Me han hecho socio del estudio y mis ingresos han aumentado considerablemente, pensaba mientras salía del aeropuerto. Aparte del departamento en Chacarilla, hemos podido comprar para este verano una hermosa casita en “Totoritas” y yo he cambiado mi Toyota Camry por esa estupenda camioneta.
           
Sebastián enrumbó con impaciencia hacia la playa. No quería llamar por el celular a Adriana, calculando que aún estaría durmiendo.  Amor, qué alegría saber que ya estás en Lima, ven rápido y déjame dormir un ratito más hasta que llegues, se imaginaba su respuesta somnolienta. No vale la pena llamarla para eso, mejor será llegar y despertarla con un beso. Y luego, claro, volar al cuarto de mi hijo Martín, se impacientaba con esos pensamientos.

Tomó la costa verde y, ya en Chorrillos, enrumbó por la avenida Huaylas. Poco más allá pasó rápidamente por el desvío al Club de Villa. ¡Cuántas veces había ido allí  para jugar golf! Adriana no disfrutaba mucho en el club pero lo acompañaba a regañadientes y, sobre todo en los veranos, antes de tener la casa de Totoritas, se reunía con sus amigas en las sombrillas de la playa y tenía temas de conversación para varias horas.

Aceleró porque se dio cuenta que su apuro era en realidad por ver a Martín. ¡Mi hijo! Ese mocosito de cuatro años es mi chochera, se emocionó solo con pensarlo. ¡Cuánto les había costado conseguirlo! Se acordó en ese momento que justamente un día, al salir del club, Adriana le había dicho que ya estaba animada a la fecundación artificial. Seguramente sus amigas la convencieron, pensó en ese momento. Llevaban ya varios años –cinco años, cinco largos años- de casados, y ella no había salido encinta. Y ahora está Martín, esperándome. ¿Cómo no voy a estar impaciente por llegar para apachurrarlo? Sebastián aceleró al tomar la Panamericana Sur. Pagó apresuradamente el peaje en la caseta y siguió su recorrido.

Poco más allá, una fila de carros esperaba para entrar en el local de Ministerio de Trasportes donde se daba el examen de manejo para obtener el brevete. Algún día Martín estará haciendo cola en este lugar. ¡El tiempo que pasa! Le impresionó ese pensamiento. Pasaba tan rápido como su camioneta por la carretera. Debo bajar un poco la velocidad, pensó, estoy manejando demasiado rápido y estoy cansando y con sueño por el viaje desde Madrid.

Pero las preguntas continuaban pasando por la mente de Sebastián ¿Es posible bajar la velocidad con la que trascurre el tiempo? Se sonrió internamente ante esos pensamientos. A su edad sentía que habían pasado muchos años desde que era niño, luego colegial, después universitario en la Católica… pero la vida es larga, pensó, ¡cuánto más me quedará por ver! Y entonces otra vez la evocación de su hijo, del recorrido de su propia vida. El tiempo pasa rápido, lo vería crecer, hacer amigos, enamorar chicas, estudiar una profesión… finalmente irse, separarse de él, hacer su propia vida.
           
Giró hacia la izquierda para pasar a un camión con remolque que avanzaba con mucha lentitud. Aceleró un poco.

Fue en ese momento que apareció a lo lejos por la pista contraria. Tenía las luces encendidas, a pesar que ya era de día. Debe venir de alguna discoteca de Asia, pensó. Se fijó instantáneamente en esos faros que zigzagueaban. En un momento que viró hacia su derecha se dio cuenta que era una camioneta Hummer, pesada como un tanque, pero veloz como un bólido. ¿Estará borracho ese imbécil? Una tenue inquietud le hacía mirar hacia la Hummer pero sin descuidar su rumbo. Ya había comenzado a sobrepasar al camión con sus dos remolques y decidió acelerar, porque de lo contrario hubiese tenido que dar un frenazo para situarse detrás de él. Cuando recién estaba llegando a la altura de la cabina, vio a la Hummer aún más errática en su rumbo. Una tensión de alerta recorrió su cuerpo e instintivamente apretó las manos sobre el timón, acelerando aún más para terminar de pasar el pesado vehículo que parecía avanzar apenas. Un rápido giro de su mirada para no perder de vista a la camioneta en su loca carrera: ya era demasiado tarde. La vio venir, esta vez girando hacia su izquierda, hacia su carril en la pista, hacia él, a toda velocidad. ¿Se puede detener el tiempo, como se detiene una película en DVD para ir a hacer pila, o para contestar una llamada telefónica? Miró con desesperación hacia su derecha. Estaba en ese momento avanzando paralelamente al enorme camión. Imposible girar, evitar lo que era inminente. ¿De cuánto estamos hablando? ¿De un segundo? ¿De unas milésimas de segundo? Los ojos de Sebastián debieron abrirse como los faros de la Hummer y clavarse en ellos al ver el peligro inevitable. El bólido, sin detener para nada su impulso, cruzó la berma central, hundida entre las dos autopistas,  elevó su trompa y cayó sobre la camioneta.

Seguramente el primer registro auditivo que tuvo fue un sonido estremecedor de vidrios rotos, de fierros retorcidos, de llantas reventadas, mientras los tres vehículos avanzaban un trecho más, amalgamados, sin poder separarse: la Hummer asesina, el lujoso BMV X 15 aplastado, y el camión del costado.

¿Se hizo de noche otra vez? No podía ver nada. Apenas pudo escuchar algo en medio de un abismal silencio, una vez que los ruidos se apagaron: una voz ronca que decía ¡Carajo, estos huevones nos jodieron! Pensó seguramente en el chofer del camión que iba a su lado. Trató de moverse. No podía. Debió sentir como si un enorme peso aprisionara sus piernas, su cadera. Ni siquiera un giro, y de  pronto una punzada de dolor. Un líquido caliente en su boca. Tampoco podía mover sus brazos ni llevar la mano hacia sus labios. Será sangre, pensó. No podía moverse, ni ver nada, ni tampoco gritar, porque trató de hacerlo y no le salió ningún sonido. ¿Cuánto duran unos minutos, un solo minuto o tal vez unos segundos, en semejante trance? ¿Estar ahí era como estar en la cárcel, sin poder salir? Y en esos instantes, ¿se puede detener el tiempo? ¿Se puede retroceder, aunque sea un minuto, antes de la embestida, y cambiar así el destino?

Por la mente del abogado, con velocidad de rayo, pasaron seguramente muchas imágenes. Cientos de evocaciones y recuerdos. Se vio de niño montando su primera bicicleta, la que le regaló su papá por su cumpleaños, en el barrio de Jesús María, donde vivían. Una oleada de gratitud hacia sus padres mientras evocaba cómo el viejo tuvo que rajarse para pagarle la universidad con su sueldo escaso que a veces no llegaba a fin de mes. Y de pronto el recuerdo de su primer beso, a sus quince años, en el cine, a Andrea, esa chica del Santa Úrsula de la que se enamoró con la ilusión adolescente. ¿Amaba ahora a Adriana, su mujer? ¡Claro que sí! Y entonces, ¿por qué tanto coqueteo con las secretarias del estudio, con algunas clientas, con cuanta chica encontraba a su paso? ¿Una necesidad de verificar su éxito, también con las mujeres? Y luego el pensamiento dominante: ¡Martín! Habían acudido al ginecólogo, pero Adriana estaba tensa y, en aquellos días, seca y distante con él. El médico les explicó detenidamente el procedimiento. La vida que querían engendrar no sería fruto de un encuentro pasional, sino de un delicado proceso de laboratorio. Sintió ese día y en los siguientes el reproche de Adriana. ¿Y qué diablos puedo hacer yo si mis espermatozoides avanzan lentamente, y además, son escasos?

Ahora sí escuchaba más voces, y ruidos de carros que frenaban y gritos nerviosos: ¡Sáquenlos, están atrapados entre los fierros! ¡Se están muriendo! Y poco después un sonido: la sirena de una ambulancia. Recordó seguramente la ambulancia de Alerta Médica que acudió a examinar a Adriana y al médico que decidió trasladarla a la clínica porque el parto se le adelantaba. Al amanecer del día siguiente ya estaba allí, en la incubadora, esa ratita, tan pequeñito, su hijo Martín.

Al sabor húmedo y tibio de su boca se sumó ahora otro, en sus ojos. Sintió unas lágrimas escurriéndosele por las mejillas. ¿Hay que aceptar lo inevitable? Comenzó a toser suavemente. Como cuando uno tiene un carraspeo y trata de aclarar la voz. ¿Qué voz? Si nadie puede escucharme porque no puedo emitir sonido alguno. El instante de la soledad y del silencio. Recordó la primera imagen que tuvo de Martín en su cunita, aún con los ojos cerrados. Los abriría un día a este mundo y viviría su propia vida. La vida que a él se le escurría a toda velocidad. Silencio. Ya no un hilito, sino una bocanada de sangre por su boca. Silencio total. El tiempo que se detiene. Oscuridad. El minuto que se detuvo para siempre. 

sábado, 18 de agosto de 2012

Erasmo


Nora Llanos



Cada tarde, casi puntualmente, sonaba el timbre de nuestra casa anunciando la llegada de Erasmo. Lo que empezó como una visita inesperada, pronto se convirtió en una rutina agradable, tanto para Erasmo como para nuestra familia.

Erasmo era un niño de aproximadamente diez años, ojos pequeños de mirar tierno y  sonrisa tímida; tenía ese aspecto de grandulón fuerte y buena gente que todos alguna vez hemos conocido.  Vestía con ropas holgadas, tal vez heredadas de su padre o algún hermano mayor y zapatos desgastados que también le quedaban grandes, pero por lo menos lo protegían del frío.

Era desconcertante ver a un muchachito robusto como él, dedicado a pedir alimento… habríase esperado ver en esta situación a un niño pequeño y mal alimentado.

Tan pronto se abría la puerta, dibujaba una sonrisa y levantaba la carita redonda, soltando un apurado pero alegre  ¡buenas tardes señorita ¿me regala pancito?! -a la par que presentaba la bolsa desgastada, hecha a mano por su madre, con la tela de los sacos de harina que desechan en las panaderías y en la que iba acumulando todo lo que recibía… nunca se iba de casa sin una buena cantidad de pan…

-“¡De ayer señorita, que importa!” 

-Y una frutita “para el camino”-  que comía a grandes mordiscos y con sumo deleite.

-¿Qué hacen con tanto pan Erasmo? -le pregunté un día.

 -¡Todo! -me contestó- en el desayuno lo remojamos con té  y en la tarde mi mamá hace “ají de pan” y le sale bien rico.

A fuerza de verlo diariamente, le fuimos tomando cariño y surgió el deseo de invitarlo a vivir con nosotros,  pero solo durante el día, las noches las pasaría en su casa... ¿quién sabe?, tal vez más adelante él mismo decidiría quedarse con nosotros para siempre.

Teníamos muchos planes para Erasmo, lo inscribiríamos en la escuelita fiscal…  le compraríamos ropa y útiles escolares, una mochila, una casaca para las noches frías… pero también era necesario asignarle responsabilidades… regar el jardín, alimentar, cuidar y pasear a la mascota y hacer algún mandado en la bodeguita de la esquina.  Mi esposo se fue ese día con Erasmo y se quedó tristemente impresionado por la miseria en la que vivían;  una habitación improvisada con bloquetas apiladas,  fría, sin luz, sin agua, sin camas, apenas unos colchones en mal estado, una mesa vieja y una banca destartalada. 

Pasaron tres o cuatro semanas desde nuestro ofrecimiento,  durante las cuales continuamos con la misma rutina. Nosotros temerosos de insistir o preguntar qué habían decidido y Erasmo silencioso, reservado. No parecía tener mucho entusiasmo ni ilusión por cambiar de vida.  Eso resultaba extraño, considerando las condiciones en las que vivían, lo natural parecía ser que estuviera muy deseoso de vivir en nuestra casa, rodeado de comodidades, buena comida, agua caliente y un gran jardín donde jugar.

-¿Será que no quiere quedarse con nosotros? -nos preguntábamos. Sabíamos que  estaba acostumbrado a vagar todo el día por las calles, libre, sin control, sin disciplina ni otra responsabilidad que llenar el talego con pan seco. ¿Podría acostumbrarse a vivir bajo ciertas reglas, a tener responsabilidades, estudiar y cumplir con las tareas que le asignáramos?

Finalmente, un día, Erasmo nos dijo que sus padres habían aceptado la propuesta y a partir de ese momento, la rutina cambió; ahora el timbre repicaba con insistencia a las ocho  de la mañana y al abrirse la puerta, nos saludaba con una sonrisa de oreja a oreja e inmediatamente se iba a la cocina para recibir su desayuno, leche, pan blando y mantequilla, queso ó mermelada, que devoraba rápidamente.  Los planes que teníamos para Erasmo se cumplieron al pie de la letra. Erasmo había traído a nuestra casa la alegría y la energía propias de su niñez;  nosotros le dábamos a cambio, afecto, respeto, alimento y educación.   Todo parecía perfecto… mi esposo y yo éramos un matrimonio muy joven, sin niños aún y la presencia de Erasmo nos llenaba de contento; mi madre, que compartía nuestra casa, disfrutaba también de este niño risueño y juguetón.  Los fines de semana ahora los dedicábamos a salir de paseo en el auto, contentos de proporcionarle a Erasmo momentos de grato esparcimiento.    Nada hacía presagiar el rumbo que tomarían las cosas.

Recuerdo como uno de los más tristes de los que tengo memoria, aquél  día que nos dimos cuenta que Erasmo nos había traicionado. Primero descubrimos que la alcancía en la que poníamos todo el “sencillo” y algunos billetes, estaba siendo sistemáticamente asaltada… incrédulos y aún dudosos, empezamos a observar detalles que nos fueron descubriendo la triste verdad…

…. nuestro querido Erasmo era un pequeño ladrón, carente de todo sentimiento de gratitud o afecto;  el golpe fue duro y la pena inicial se convirtió en ira ante el desengaño.  No pude contener las lágrimas cuando mi esposo, muy enojado, lo cogió por el cuello de la camisa y lo sacó de la casa para llevarlo ante sus padres;  sin embargo, la cantidad robada,  entre dinero, objetos, un par de joyas pequeñas, ropa, etc. nos hizo pensar que Erasmo no podía haber actuado por propia iniciativa. 

Acompañados de un policía ingresaron a la humilde casa y encontraron sobre la mesa desvencijada, un flamante radio a pilas,  mudo testigo de la infamia.  Dice mi esposo que perdió el control y sintió deseos  de golpear al mal padre,  pues era evidente que sabía de dónde venía el dinero… pero el llanto de la esposa lo contuvo y solo atinó a retirar la denuncia, a pesar de que el policía lo instaba a continuarla y del intento de los padres de entregarle la radio recién comprada a cambio del perdón.  Erasmo, encogido en un rincón,  no levantaba la mirada y  nunca dijo nada.

Los siguientes días fueron tristes, llenos de encontrados sentimientos. No volvimos a ver a Erasmo, pero su imagen, su sonrisa, su mirada, permanecerán siempre en nuestros recuerdos.  ¿Fue Erasmo un cómplice obligado ó involuntario?... ¿ó acaso éste fue un episodio más en su corta,  pero ya torcida vida?... ¿fue su sonrisa abierta, una sonrisa verdadera, o fue apenas una mueca aprendida para conquistar nuestros corazones y nuestra confianza?