martes, 28 de agosto de 2012

La decisión


Susana Arcilla



I

Santa María era una de  esas ciudades del interior donde todos se saludaban, las puertas se dejaban abiertas siempre y el apuro era un gran desconocido. El invierno marcaba el ritmo de esos días.

Melina era una tierna adolescente de dieciocho años, había egresado de  quinto año del secundario -con excelentes calificaciones- y estaba entusiasmada por comenzar sus estudios universitarios: quería ser profesora de Educación Física. Pertenecía a una familia convencional de clase media; su padre era profesional; su madre, ama de casa y sus hermanos menores, estudiantes como ella.

 Su familia le había prometido que la apoyaría para que pudiera estudiar sin trabajar, eso era lo ideal para recibirse en un tiempo prudencial y así poder dedicarse a lo que más le gustaba en la vida: entrenar a chicos y chicas en deportes de alto rendimiento para los Juegos Olímpicos.
- Esa adrenalina que segrega el competir no es comparable a nada - pensaba en sus ratos de ocio, recostada en su cama. Su casa era confortable y tenía el sello de su madre, atenta a todos los detalles, siempre se olía a comida casera o a desodorante de ambiente de frutos del bosque.

Melina estaba muy enamorada de su novio, tenían planes para cuando estuvieran recibidos; a él le apasionaba la Biología como a ella el deporte, se iban a mudar juntos para ir a la universidad en la capital del país. Planeaban compartir los gastos y las tareas, las familias se conocían y estaban de acuerdo, en dos meses más estarían viviendo en otro mundo, con más responsabilidades pero también con mayor libertad.
-Seguramente alquilaremos un departamento chico, tipo monoambiente, los que dan a un patio interno son los más baratos – conversaban animadamente sobre el futuro que les esperaba.

Al notar que su menstruación no bajaba como de costumbre se asustó, con su novio siempre habían tenido precaución con el uso de los anticonceptivos ya que no querían postergar sus planes; de pronto recordó esa noche de diversión, baile y mucho alcohol hace un mes aproximadamente, un sábado que festejaban el egreso del nivel secundario.  Después de la fiesta se fue con Ramiro pero no recuerda mucho, sí que hicieron el amor en un estado bastante dicharachero[1] dentro del pequeño auto que sirvió de cama improvisada y de refugio suficiente en la oscura noche. Si estaba embarazada realmente se encontraba en un serio problema, ella y Ramiro también.

Lo consultó con su madre, con la que tenía una excelente relación, compraron un test en la farmacia y realizaron el análisis juntas en el frío baño de la casa con todo el temor de confirmar lo que era inesperado para este momento de la vida de Melina. La madre la abrazó fuertemente –las dos estaban sentadas enfrentadas, una en el bidet y la otra en el  inodoro- y le dijo: esto es algo maravilloso, vas a tener un hijo. Cuenta con nosotros para lo que necesites.

Finalmente y ante lo irremediable fueron a charlar un rato con el tío de Melina que era cura en la Parroquia del Centro, el padre Joaquín. La charla fue larga y muy interesante, mate y lágrimas se cruzaban en la rústica mesa que los convocaba en una asamblea de corazones abiertos. La casa -pegada a la iglesia- era muy humilde, con los muebles necesarios y sin ningún adorno femenino, el ascetismo franciscano predominaba por doquier; el mayor argumento del sacerdote era que la vida del nuevo ser tenía prioridad en esta etapa, que ella tendría tiempo para desarrollarse profesionalmente en el futuro. La vida nueva tiene un potencial inconmensurable, dijo, ahora quizá no lo puedas ver pero es así, con el tiempo no te arrepentirás, confía en mí.

-¿Era conveniente decírselo a Ramiro?- pensaba Melina; él es parte del problema como yo. Ramiro era un muchacho de dieciocho años, alto y forzudo con una carita de nene que mataba[2]. Se quedó estupefacto, nunca pensó que tendría que tomar una decisión de ese tipo, sus pensamientos estaban puestos en elegir un departamento en la ciudad adonde iba a ir a estudiar Biología el próximo año, no en decidir en qué semana se consideraba vida humana al embrión. Lo suyo era la Biología, no la Bioética.

Melina pensó que obviamente el hombro donde llorar y hablar era el de Aldana, su mejor amiga desde el preescolar. Eran compinches[3] para todas las actividades y se querían muchísimo. Se encontraron en las afueras de la ciudad, junto al río y observaron la naturaleza acechada por el invierno, con un termo y dos vasos térmicos en mano se sentaron a degustar un rico café mientras charlaban.
-Sólo vos podés decidir, si no es así siempre te vas a arrepentir, estás en un punto donde no podés pedir opiniones, vos y Ramiro deben decidir de común acuerdo porque se trata del hijo de ambos – le dijo contundente, no le dejó resquicio para ninguna duda. Las amigas del alma te conocen muy bien y saben lo que va con tu modo de ser y pensar. Aldana había pensado en la pareja – que conocía mucho- para opinar como opinaba.

La profesora de Historia también era su confidente, habían logrado una muy buena relación a pesar de que Melina no se inclinaba por las Ciencias Sociales, lo suyo era el deporte de alto rendimiento; cuidaba su cuerpo y su peso como ninguna, entrenaba a diario y consumía comida sana y nutritiva. Esto del embarazo le hacía pensar en la deformación de su cuerpo y la inactividad que ello le traería. La profesora tenía una posición tomada con respecto al tema y se lo dijo de una sola vez y sin anestesia mientras arreglaba sus carpetas en el portafolio de cuero negro y apuraba  el paso porque entraba a otra clase.
- Mirá, yo estoy en contra del aborto, porque creo que la vida del bebé tiene prioridad si lo comparás con los nueve meses de embarazo que supuestamente “sufre”  la madre – su tono era grave. Un ingrediente más para incluir en esta decisión: ¿es comparable una vida completa con nueve meses de un cuerpo “ocupado” por otro ser?

-Te conviene hacer un aborto y listo, tendrás tus hijos seguramente cuando te encuentres asentada en tu profesión y en tu vida, ahora estás en transición y no creo que tengas ganas de postergar tus sueños, además quién sabe si en el futuro estarás con Ramiro todavía.  La operación es sencilla e inofensiva, podés venir sola y, si te parece, tus padres no se enterarán; además no te voy a cobrar nada porque soy amigo de la familia, andá tranquila -. No se observaba ningún gesto de preocupación en su rostro, más bien parecía que estaba hablando de un resfrío transitorio que se curaba con una aspirina y con el paso del tiempo. De repente los azulejos blancos del consultorio le produjeron un frío glacial sobre su cuerpo, salió rápidamente sin contestar siquiera ante la mirada del profesional.

Ramiro le dijo, con toda la sinceridad que lo caracterizaba, que él no estaba dispuesto a continuar con el embarazo, que consideraba que tenían tiempo para ser padres. Averiguó, en alguna bibliografía que le pasó un amigo, que la vida humana comienza en el tercer mes de gestación así que consideraba que el aborto era un trámite que no le traía ningún cargo de conciencia. No había recibido educación religiosa y la Biología le decía que la mayoría de los embarazos no llegaban a término así que no veía mayor conflicto: si la naturaleza misma descarta embriones, por qué no íbamos a hacerlo nosotros. Además, ¿no es que cada uno forja su destino con decisiones? Bueno, esta era una decisión, cada cosa a su tiempo. Se quedó tranquilo y decidió salir a correr por la ruta que conectaba la pequeña ciudad con la estación de tren. El ritmo de su corazón y el aire frío que le pegaba de frente lo iban convenciendo de que tenía razón, no dudaba.

El padre de Melina estaba asolado por la noticia, era un hombre de mediana edad, profesional y con la cabeza abierta al mundo de hoy.
-De ninguna manera voy a permitir que Meli hipoteque su futuro por cuidar a un bebé que nadie quiere, tampoco me gusta la idea de que mi hija atraviese un parto. ¿Por qué se va a poner en  riesgo? – trataba de convencerse mientras manejaba su auto de regreso a casa.
- No estoy tan grande después de todo – se peinaba las incipientes canas de su sien derecha con su mano morruda[4] mientras con la otra tomaba el volante. Su tarea ahora se concentraría en poner a su esposa como aliada de su postura; insistiría  e insistiría. No tuvo éxito, es así: las madres son los seres más empecinados de la tierra cuando quieren algo de verdad.

Sólo ella podía tomar una decisión; pensaba que los defensores de los derechos humanos -en general- se pronuncian a favor del aborto. Ella consideraba que esto era una gran contradicción porque el derecho a la vida es el primero de los derechos humanos fundamentales que tiene una persona en su estado más indefenso. Matar a alguien para asegurar el derecho de otro resultaba incoherente desde todo punto de vista. Podríamos matar a todos los niños hambrientos para terminar con el hambre en el planeta, o hacer desaparecer a todos los delincuentes para terminar con la inseguridad. Matar no puede ser la solución a nada ¿no es cierto? Y matar a un indefenso, ¿no suena a un acto cobarde? ¿No era más fácil buscar soluciones posibles a los problemas antes de optar por la muerte como salida…?

Qué difícil decidir sobre una vida que depende de uno, en todo caso qué son nueve meses de mi vida comparado con toda la fuerza potencial que tiene este embrión…Cómo no imaginar a la criatura ya  nacida, desamparada al principio pero con ese espíritu que va hacia delante; qué puedo perder: un año de estudio, un cuerpo perfecto, el amor de mi adolescencia, qué es todo eso comparado con una vida nueva y frágil sobre el planeta que sólo depende de mí decisión. Me siento como si fuera Dios en este momento y me temo que ya estoy enamorada de mi criatura, aún antes de conocerla.

 Ahora entiendo lo que comentaba la profesora de Filosofía -durante las ruidosas clases en aquella  deteriorada aula del colegio secundario-  acerca del bien común o el bien mayor. Cuál es el bien mayor en cada problema ético que analizamos: la vida nueva en este caso; los nueve meses en que me veo involucrada  no son nada comparados; es más, puedo darlo en adopción si quiero… pero no le privaría de la experiencia de vivir. Puede que haya una pareja esperando un hijo para adoptar, de esta forma el bien se ampliaría a más personas que se alegrarían por mi decisión. El bien suma, la muerte resta. ¡Qué difícil Dios mío!

                                                                 II

Esta chica Melina es la única que la tiene clara. Descuento a la madre porque “ellas” siempre han sido mis aliadas en defensa de la vida; es claro: han experimentado el dar la vida por eso la defienden a capa y espada…saben de qué se trata la cuestión.
También me alegró la posición tomada por mi funcionario, el sacerdote, un lúcido total en este caso. Dijo “inconmensurable”, de eso se trata: de no poder medir –en un momento- la potencialidad de una vida que va a llegar…pero hay que ser muy ciego para no darse cuenta de semejante cosa…¿no?
Menos mal que la profesora de Filosofía pudo enseñar en el colegio ese concepto tan abstracto pero tan real; ante una opción ética, cuál es el bien común o mayor…Además, qué bueno es que los adolescentes puedan proyectar conceptos y así hacerlos funcionales a su vida. Los docentes siempre fueron mis favoritos.
Entiendo a Aldana porque es una chica como las de “ahora”, respetan la decisión de los otros, pero fue muy astuta porque sabía a quién le dejaba la decisión, ella lo descontaba, estaba segura de que Melina iba a ser proclive a la vida nueva, la conocía de antes, de mucho años, empezaron preescolar a los cinco años juntas, tomadas de la mano y de guardapolvo rosa a cuadritos.
Con respecto a la profesora de Historia me dejó asombrado: en general los especialistas en Ciencias Sociales han adherido a la idea del individualismo exitista y apoyan el aborto porque están pensando en la mujer como única víctima, creen que ésta se debe realizar en sus proyectos y que el embrión es sólo eso, un embrión, no una persona. El embrión es la vida humana misma en su máxima potencialidad, es la primera forma que toma -un estado transitorio- al  que sólo le falta tiempo y condiciones especiales para convertirse en una persona en el sentido pleno y terminado. Es para pensar que los especialistas de estas ciencias, cuando analizan las sociedades en su conjunto, sí toman el concepto de bien común, piensan en las mayorías…pero no pueden proyectar el concepto a casos individuales; hay algo raro ahí…

Que la mujer es dueña de su propio cuerpo no hay duda, cuéntenmelo a mí que me ocupé especialmente de eso cuando diseñé especialmente al hombre y a la mujer, cada uno con su rol específico para dar vida, pero autónomos –y complementarios- a la vez.  No es dueña de la vida de su hijo de ninguna manera -a lo sumo es su mayor protectora- el bebé es un ser independiente que –como mucho-  tomará su cuerpo por nueve meses, como un inquilino.
Bueno, para los hombres necesito un punto y un párrafo aparte -además de un buen suspiro- ¡Qué casos serios estos tres señores! Uno, pensando en su oficio… ¡Y no te voy a cobrar nada, le dice, ja!; el otro, pensando en su carrera personal –¡qué paradoja! ¡la biología es el estudio de la vida!- y el padre, ¡ay por favor!… ¡qué padre se llevó Melina! Por el miedo a perderla a ella perdería a su nieto… se ve que no razonaba muy bien este profesional medio…Algo anda mal por allá.
A ver, razonemos como si fuésemos humanos: un problema no se soluciona con la muerte, se buscan alternativas posibles; por ejemplo, es más fácil encontrar un alimento viable  para acabar con el hambre en el mundo que matar a todos los hambrientos. Esa idea de que todos puedan comer me desvela hace un buen tiempo, ahora que lo recuerdo.

Y eso de que hay que declarar legal  al aborto porque la madre puede morir en manos de curanderas, enfermeras o médicos clandestinos… ¿O sea, que para que no muera una persona tendríamos que matar a otra lícitamente? De modo que el Estado Nacional podría matar. No entiendo realmente a esta gente, cómo están razonando… ¡Ay por mí, quién podrá ayudarme!
Encima, justo ahora que necesito que este niño nazca, tiene una gran misión en el planeta, lo veo claro; pero, debo respetar a la madre y a su decisión, es mi voluntad y no la cambiaré por nada.
                                                         III

Felipe Valentín tuvo una vida maravillosa, creció junto a su madre Melina mientras ella hacía la carrera de Profesora de Educación Física y después mientras trabajaba como entrenadora. Compartían un pequeño departamento muy cálido, donde predominaban los colores naranja, amarillo y verde; pocos muebles, juguetes y mucho afecto. El niño se contactaba seguidamente con su padre -con el que pasaba los fines de semana- y se interesó prontamente por el estudio de la Biología. También visitaba a los abuelos, los tíos y los primos. Su tía adoptiva Aldana lo adoraba y aprovechaba para sacarlo a pasear cuando su amiga estaba ocupada; la profesora de Historia fue la madrina cariñosa de Feli, no pudo contener el llanto de emoción durante la ceremonia del bautismo pensando en el milagro que había ocurrido; el médico amigo de la familia murió de un infarto antes de conocer al bebé, una pena…no sabe lo que se perdió con semejante niño, seguramente habría aprendido una gran lección de la vida. ¡Ah, me olvidaba! El tío Joaquín no se cansaba de contarle cuentos, tenían una relación entrañable muy  parecida al abuelazgo.

Ya mayor, Felipe Valentín,  fue a la universidad a estudiar Ingeniería en Alimentos y realizó su posgrado en Alimentación Nutritiva para las Poblaciones en Riesgo; una empresa multinacional patrocinó su proyecto y pudo finalmente concretar su sueño; él siempre se sintió tan amado que naturalmente pensaba siempre en los demás. Su madre era el mayor ejemplo que tenía en la vida, lo había dejado todo por él cuando podría haberlo matado tranquilamente para ahorrar tiempo.
 -¿De qué sirve el tiempo?- se preguntaba cuando reflexionaba sobre su vida o conversaba con sus amigos. La filosofía lo atrapaba.
Gracias a Dios que este niño nació. Hoy se ha resuelto - debido a su proyecto- el problema del hambre en varios continentes, y prontamente la idea se extenderá a los pocos lugares del planeta a los que falta llevar el alimento esencial para la vida humana.


[1] Dicharachero se refiere a un estado alegre y despreocupado.
[2] Manera de decir para dar a entender que algo es muy evidente.
[3] Muy compañeras.
[4] Grande.

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