Susana
Arcilla
I
Santa María era una de esas ciudades del interior donde todos se
saludaban, las puertas se dejaban abiertas siempre y el apuro era un gran
desconocido. El invierno marcaba el ritmo de esos días.
Melina era una tierna adolescente de
dieciocho años, había egresado de quinto
año del secundario -con excelentes calificaciones- y estaba entusiasmada por
comenzar sus estudios universitarios: quería ser profesora de Educación Física.
Pertenecía a una familia convencional de clase media; su padre era profesional;
su madre, ama de casa y sus hermanos menores, estudiantes como ella.
Su familia le había prometido que la apoyaría
para que pudiera estudiar sin trabajar, eso era lo ideal para recibirse en un tiempo
prudencial y así poder dedicarse a lo que más le gustaba en la vida: entrenar a
chicos y chicas en deportes de alto rendimiento para los Juegos Olímpicos.
- Esa adrenalina que segrega el competir
no es comparable a nada - pensaba en sus ratos de ocio, recostada en su cama. Su
casa era confortable y tenía el sello de su madre, atenta a todos los detalles,
siempre se olía a comida casera o a desodorante de ambiente de frutos del
bosque.
Melina estaba muy enamorada de su novio,
tenían planes para cuando estuvieran recibidos; a él le apasionaba la Biología como a ella el
deporte, se iban a mudar juntos para ir a la universidad en la capital del
país. Planeaban compartir los gastos y las tareas, las familias se conocían y
estaban de acuerdo, en dos meses más estarían viviendo en otro mundo, con más
responsabilidades pero también con mayor libertad.
-Seguramente alquilaremos un
departamento chico, tipo monoambiente, los que dan a un patio interno son los
más baratos – conversaban animadamente sobre el futuro que les esperaba.
Al notar que su menstruación no bajaba
como de costumbre se asustó, con su novio siempre habían tenido precaución con
el uso de los anticonceptivos ya que no querían postergar sus planes; de pronto
recordó esa noche de diversión, baile y mucho alcohol hace un mes aproximadamente,
un sábado que festejaban el egreso del nivel secundario. Después de la fiesta se fue con Ramiro pero no
recuerda mucho, sí que hicieron el amor en un estado bastante dicharachero[1]
dentro del pequeño auto que sirvió de cama improvisada y de refugio suficiente
en la oscura noche. Si estaba embarazada realmente se encontraba en un serio problema,
ella y Ramiro también.
Lo consultó con su madre, con la que
tenía una excelente relación, compraron un test en la farmacia y realizaron el
análisis juntas en el frío baño de la casa con todo el temor de confirmar lo
que era inesperado para este momento de la vida de Melina. La madre la abrazó
fuertemente –las dos estaban sentadas enfrentadas, una en el bidet y la otra en
el inodoro- y le dijo: esto es algo
maravilloso, vas a tener un hijo. Cuenta con nosotros para lo que necesites.
Finalmente y ante lo irremediable
fueron a charlar un rato con el tío de Melina que era cura en la Parroquia del Centro, el
padre Joaquín. La charla fue larga y muy interesante, mate y lágrimas se
cruzaban en la rústica mesa que los convocaba en una asamblea de corazones
abiertos. La casa -pegada a la iglesia- era muy humilde, con los muebles
necesarios y sin ningún adorno femenino, el ascetismo franciscano predominaba
por doquier; el mayor argumento del sacerdote era que la vida del nuevo ser
tenía prioridad en esta etapa, que ella tendría tiempo para desarrollarse
profesionalmente en el futuro. La vida nueva tiene un potencial inconmensurable,
dijo, ahora quizá no lo puedas ver pero es así, con el tiempo no te
arrepentirás, confía en mí.
-¿Era conveniente decírselo a Ramiro?-
pensaba Melina; él es parte del problema como yo. Ramiro era un muchacho de
dieciocho años, alto y forzudo con una carita de nene que mataba[2].
Se quedó estupefacto, nunca pensó que tendría que tomar una decisión de ese
tipo, sus pensamientos estaban puestos en elegir un departamento en la ciudad adonde
iba a ir a estudiar Biología el próximo año, no en decidir en qué semana se
consideraba vida humana al embrión. Lo suyo era la Biología , no la Bioética.
Melina pensó que obviamente el hombro
donde llorar y hablar era el de Aldana, su mejor amiga desde el preescolar. Eran
compinches[3]
para todas las actividades y se querían muchísimo. Se encontraron en las
afueras de la ciudad, junto al río y observaron la naturaleza acechada por el
invierno, con un termo y dos vasos térmicos en mano se sentaron a degustar un
rico café mientras charlaban.
-Sólo vos podés decidir, si no es así
siempre te vas a arrepentir, estás en un punto donde no podés pedir opiniones,
vos y Ramiro deben decidir de común acuerdo porque se trata del hijo de ambos –
le dijo contundente, no le dejó resquicio para ninguna duda. Las amigas del
alma te conocen muy bien y saben lo que va con tu modo de ser y pensar. Aldana
había pensado en la pareja – que conocía mucho- para opinar como opinaba.
La profesora de Historia también era
su confidente, habían logrado una muy buena relación a pesar de que Melina no
se inclinaba por las Ciencias Sociales, lo suyo era el deporte de alto rendimiento;
cuidaba su cuerpo y su peso como ninguna, entrenaba a diario y consumía comida
sana y nutritiva. Esto del embarazo le hacía pensar en la deformación de su
cuerpo y la inactividad que ello le traería. La profesora tenía una posición
tomada con respecto al tema y se lo dijo de una sola vez y sin anestesia
mientras arreglaba sus carpetas en el portafolio de cuero negro y apuraba el paso porque entraba a otra clase.
- Mirá, yo estoy en contra del aborto,
porque creo que la vida del bebé tiene prioridad si lo comparás con los nueve
meses de embarazo que supuestamente “sufre” la madre – su tono era grave. Un ingrediente
más para incluir en esta decisión: ¿es comparable una vida completa con nueve
meses de un cuerpo “ocupado” por otro ser?
-Te conviene hacer un aborto y listo,
tendrás tus hijos seguramente cuando te encuentres asentada en tu profesión y
en tu vida, ahora estás en transición y no creo que tengas ganas de postergar
tus sueños, además quién sabe si en el futuro estarás con Ramiro todavía. La operación es sencilla e inofensiva, podés
venir sola y, si te parece, tus padres no se enterarán; además no te voy a
cobrar nada porque soy amigo de la familia, andá tranquila -. No se observaba ningún gesto de preocupación
en su rostro, más bien parecía que estaba hablando de un resfrío transitorio
que se curaba con una aspirina y con el paso del tiempo. De repente los
azulejos blancos del consultorio le produjeron un frío glacial sobre su cuerpo,
salió rápidamente sin contestar siquiera ante la mirada del profesional.
Ramiro le dijo, con toda la sinceridad
que lo caracterizaba, que él no estaba dispuesto a continuar con el embarazo,
que consideraba que tenían tiempo para ser padres. Averiguó, en alguna
bibliografía que le pasó un amigo, que la vida humana comienza en el tercer mes
de gestación así que consideraba que el aborto era un trámite que no le traía
ningún cargo de conciencia. No había recibido educación religiosa y la Biología le decía que la
mayoría de los embarazos no llegaban a término así que no veía mayor conflicto:
si la naturaleza misma descarta embriones, por qué no íbamos a hacerlo
nosotros. Además, ¿no es que cada uno forja su destino con decisiones? Bueno,
esta era una decisión, cada cosa a su tiempo. Se quedó tranquilo y decidió
salir a correr por la ruta que conectaba la pequeña ciudad con la estación de
tren. El ritmo de su corazón y el aire frío que le pegaba de frente lo iban
convenciendo de que tenía razón, no dudaba.
El padre de Melina estaba asolado por
la noticia, era un hombre de mediana edad, profesional y con la cabeza abierta
al mundo de hoy.
-De ninguna manera voy a permitir que
Meli hipoteque su futuro por cuidar a un bebé que nadie quiere, tampoco me
gusta la idea de que mi hija atraviese un parto. ¿Por qué se va a poner en riesgo? – trataba de convencerse mientras manejaba
su auto de regreso a casa.
- No estoy tan grande después de todo
– se peinaba las incipientes canas de su sien derecha con su mano morruda[4]
mientras con la otra tomaba el volante. Su tarea ahora se concentraría en poner
a su esposa como aliada de su postura; insistiría e insistiría. No tuvo éxito, es así: las
madres son los seres más empecinados de la tierra cuando quieren algo de
verdad.
Sólo ella podía tomar una decisión; pensaba
que los defensores de los derechos humanos -en general- se pronuncian a favor
del aborto. Ella consideraba que esto era una gran contradicción porque el
derecho a la vida es el primero de los derechos humanos fundamentales que tiene
una persona en su estado más indefenso. Matar a alguien para asegurar el
derecho de otro resultaba incoherente desde todo punto de vista. Podríamos
matar a todos los niños hambrientos para terminar con el hambre en el planeta,
o hacer desaparecer a todos los delincuentes para terminar con la inseguridad.
Matar no puede ser la solución a nada ¿no es cierto? Y matar a un indefenso, ¿no
suena a un acto cobarde? ¿No era más fácil buscar soluciones posibles a los
problemas antes de optar por la muerte como salida…?
Qué difícil decidir sobre una vida que
depende de uno, en todo caso qué son nueve meses de mi vida comparado con toda
la fuerza potencial que tiene este embrión…Cómo no imaginar a la criatura
ya nacida, desamparada al principio pero
con ese espíritu que va hacia delante; qué puedo perder: un año de estudio, un
cuerpo perfecto, el amor de mi adolescencia, qué es todo eso comparado con una
vida nueva y frágil sobre el planeta que sólo depende de mí decisión. Me siento
como si fuera Dios en este momento y me temo que ya estoy enamorada de mi
criatura, aún antes de conocerla.
Ahora entiendo lo que comentaba la profesora
de Filosofía -durante las ruidosas clases en aquella deteriorada aula del colegio secundario- acerca del bien común o el bien mayor. Cuál es
el bien mayor en cada problema ético que analizamos: la vida nueva en este
caso; los nueve meses en que me veo involucrada
no son nada comparados; es más, puedo darlo en adopción si quiero… pero
no le privaría de la experiencia de vivir. Puede que haya una pareja esperando
un hijo para adoptar, de esta forma el bien se ampliaría a más personas que se
alegrarían por mi decisión. El bien suma, la muerte resta. ¡Qué difícil Dios
mío!
II
Esta chica Melina es la única que la
tiene clara. Descuento a la madre porque “ellas” siempre han sido mis aliadas
en defensa de la vida; es claro: han experimentado el dar la vida por eso la
defienden a capa y espada…saben de qué se trata la cuestión.
También me alegró la posición tomada
por mi funcionario, el sacerdote, un lúcido total en este caso. Dijo
“inconmensurable”, de eso se trata: de no poder medir –en un momento- la
potencialidad de una vida que va a llegar…pero hay que ser muy ciego para no
darse cuenta de semejante cosa…¿no?
Menos mal que la profesora de
Filosofía pudo enseñar en el colegio ese concepto tan abstracto pero tan real;
ante una opción ética, cuál es el bien común o mayor…Además, qué bueno es que
los adolescentes puedan proyectar conceptos y así hacerlos funcionales a su
vida. Los docentes siempre fueron mis favoritos.
Entiendo a Aldana porque es una chica
como las de “ahora”, respetan la decisión de los otros, pero fue muy astuta
porque sabía a quién le dejaba la decisión, ella lo descontaba, estaba segura
de que Melina iba a ser proclive a la vida nueva, la conocía de antes, de mucho
años, empezaron preescolar a los cinco años juntas, tomadas de la mano y de
guardapolvo rosa a cuadritos.
Con respecto a la profesora de Historia
me dejó asombrado: en general los especialistas en Ciencias Sociales han
adherido a la idea del individualismo exitista y apoyan el aborto porque están
pensando en la mujer como única víctima, creen que ésta se debe realizar en sus
proyectos y que el embrión es sólo eso, un embrión, no una persona. El embrión
es la vida humana misma en su máxima potencialidad, es la primera forma que
toma -un estado transitorio- al que sólo
le falta tiempo y condiciones especiales para convertirse en una persona en el
sentido pleno y terminado. Es para pensar que los especialistas de estas
ciencias, cuando analizan las sociedades en su conjunto, sí toman el concepto
de bien común, piensan en las mayorías…pero no pueden proyectar el concepto a
casos individuales; hay algo raro ahí…
Que la mujer es dueña de su propio
cuerpo no hay duda, cuéntenmelo a mí que me ocupé especialmente de eso cuando
diseñé especialmente al hombre y a la mujer, cada uno con su rol específico
para dar vida, pero autónomos –y complementarios- a la vez. No es dueña de la vida de su hijo de ninguna
manera -a lo sumo es su mayor protectora- el bebé es un ser independiente que
–como mucho- tomará su cuerpo por nueve
meses, como un inquilino.
Bueno, para los hombres necesito un
punto y un párrafo aparte -además de un buen suspiro- ¡Qué casos serios estos
tres señores! Uno, pensando en su oficio… ¡Y no te voy a cobrar nada, le dice,
ja!; el otro, pensando en su carrera personal –¡qué paradoja! ¡la biología es
el estudio de la vida!- y el padre, ¡ay por favor!… ¡qué padre se llevó Melina!
Por el miedo a perderla a ella perdería a su nieto… se ve que no razonaba muy
bien este profesional medio…Algo anda mal por allá.
A ver, razonemos como si fuésemos
humanos: un problema no se soluciona con la muerte, se buscan alternativas
posibles; por ejemplo, es más fácil encontrar un alimento viable para acabar con el hambre en el mundo que
matar a todos los hambrientos. Esa idea de que todos puedan comer me desvela
hace un buen tiempo, ahora que lo recuerdo.
Y eso de que hay que declarar legal al aborto porque la madre puede morir en manos
de curanderas, enfermeras o médicos clandestinos… ¿O sea, que para que no muera
una persona tendríamos que matar a otra lícitamente? De modo que el Estado
Nacional podría matar. No entiendo realmente a esta gente, cómo están razonando…
¡Ay por mí, quién podrá ayudarme!
Encima, justo ahora que necesito que
este niño nazca, tiene una gran misión en el planeta, lo veo claro; pero, debo
respetar a la madre y a su decisión, es mi voluntad y no la cambiaré por nada.
III
Felipe Valentín tuvo una vida
maravillosa, creció junto a su madre Melina mientras ella hacía la carrera de
Profesora de Educación Física y después mientras trabajaba como entrenadora. Compartían
un pequeño departamento muy cálido, donde predominaban los colores naranja,
amarillo y verde; pocos muebles, juguetes y mucho afecto. El niño se contactaba
seguidamente con su padre -con el que pasaba los fines de semana- y se interesó
prontamente por el estudio de la Biología.
También visitaba a los abuelos, los tíos y los primos. Su tía
adoptiva Aldana lo adoraba y aprovechaba para sacarlo a pasear cuando su amiga
estaba ocupada; la profesora de Historia fue la madrina cariñosa de Feli, no
pudo contener el llanto de emoción durante la ceremonia del bautismo pensando
en el milagro que había ocurrido; el médico amigo de la familia murió de un
infarto antes de conocer al bebé, una pena…no sabe lo que se perdió con
semejante niño, seguramente habría aprendido una gran lección de la vida. ¡Ah,
me olvidaba! El tío Joaquín no se cansaba de contarle cuentos, tenían una
relación entrañable muy parecida al
abuelazgo.
Ya mayor, Felipe Valentín, fue a la universidad a estudiar Ingeniería en
Alimentos y realizó su posgrado en Alimentación Nutritiva para las Poblaciones
en Riesgo; una empresa multinacional patrocinó su proyecto y pudo finalmente concretar
su sueño; él siempre se sintió tan amado que naturalmente pensaba siempre en
los demás. Su madre era el mayor ejemplo que tenía en la vida, lo había dejado
todo por él cuando podría haberlo matado tranquilamente para ahorrar tiempo.
-¿De qué sirve el tiempo?- se preguntaba
cuando reflexionaba sobre su vida o conversaba con sus amigos. La filosofía lo
atrapaba.
Gracias a Dios que este niño nació. Hoy
se ha resuelto - debido a su proyecto- el problema del hambre en varios
continentes, y prontamente la idea se extenderá a los pocos lugares del planeta
a los que falta llevar el alimento esencial para la vida humana.
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