Nora Llanos
Cada
tarde, casi puntualmente, sonaba el timbre de nuestra casa anunciando la
llegada de Erasmo. Lo que empezó como una visita inesperada, pronto se
convirtió en una rutina agradable, tanto para Erasmo como para nuestra familia.
Erasmo
era un niño de aproximadamente diez años, ojos pequeños de mirar tierno y sonrisa tímida; tenía ese aspecto de
grandulón fuerte y buena gente que todos alguna vez hemos conocido. Vestía con ropas holgadas, tal vez heredadas
de su padre o algún hermano mayor y zapatos desgastados que también le quedaban
grandes, pero por lo menos lo protegían del frío.
Era
desconcertante ver a un muchachito robusto como él, dedicado a pedir alimento…
habríase esperado ver en esta situación a un niño pequeño y mal alimentado.
Tan
pronto se abría la puerta, dibujaba una sonrisa y levantaba la carita redonda,
soltando un apurado pero alegre ¡buenas
tardes señorita ¿me regala pancito?! -a la par que presentaba la bolsa
desgastada, hecha a mano por su madre, con la tela de los sacos de harina que
desechan en las panaderías y en la que iba acumulando todo lo que recibía… nunca
se iba de casa sin una buena cantidad de pan…
-“¡De
ayer señorita, que importa!”
-Y
una frutita “para el camino”- que comía
a grandes mordiscos y con sumo deleite.
-¿Qué hacen con tanto pan Erasmo? -le
pregunté un día.
-¡Todo!
-me contestó- en el desayuno lo remojamos con té y en la tarde mi mamá hace “ají de pan” y le
sale bien rico.
A
fuerza de verlo diariamente, le fuimos tomando cariño y surgió el deseo de
invitarlo a vivir con nosotros, pero
solo durante el día, las noches las pasaría en su casa... ¿quién sabe?, tal vez
más adelante él mismo decidiría quedarse con nosotros para siempre.
Teníamos
muchos planes para Erasmo, lo inscribiríamos en la escuelita fiscal… le compraríamos ropa y útiles escolares, una
mochila, una casaca para las noches frías… pero también era necesario asignarle
responsabilidades… regar el jardín, alimentar, cuidar y pasear a la mascota y
hacer algún mandado en la bodeguita de la esquina. Mi esposo se fue ese día con Erasmo y se quedó
tristemente impresionado por la miseria en la que vivían; una habitación improvisada con bloquetas
apiladas, fría, sin luz, sin agua, sin
camas, apenas unos colchones en mal estado, una mesa vieja y una banca
destartalada.
Pasaron
tres o cuatro semanas desde nuestro ofrecimiento, durante las cuales continuamos con la misma
rutina. Nosotros temerosos de insistir o preguntar qué habían decidido y Erasmo
silencioso, reservado. No parecía tener mucho entusiasmo ni ilusión por cambiar
de vida. Eso resultaba extraño,
considerando las condiciones en las que vivían, lo natural parecía ser que
estuviera muy deseoso de vivir en nuestra casa, rodeado de comodidades, buena
comida, agua caliente y un gran jardín donde jugar.
-¿Será
que no quiere quedarse con nosotros? -nos preguntábamos. Sabíamos que estaba acostumbrado a vagar todo el día por
las calles, libre, sin control, sin disciplina ni otra responsabilidad que
llenar el talego con pan seco. ¿Podría acostumbrarse a vivir bajo ciertas
reglas, a tener responsabilidades, estudiar y cumplir con las tareas que le
asignáramos?
Finalmente,
un día, Erasmo nos dijo que sus padres habían aceptado la propuesta y a partir
de ese momento, la rutina cambió; ahora el timbre repicaba con insistencia a
las ocho de la mañana y al abrirse la
puerta, nos saludaba con una sonrisa de oreja a oreja e inmediatamente se iba a
la cocina para recibir su desayuno, leche, pan blando y mantequilla, queso ó
mermelada, que devoraba rápidamente. Los
planes que teníamos para Erasmo se cumplieron al pie de la letra. Erasmo había
traído a nuestra casa la alegría y la energía propias de su niñez; nosotros le dábamos a cambio, afecto,
respeto, alimento y educación. Todo
parecía perfecto… mi esposo y yo éramos un matrimonio muy joven, sin niños aún
y la presencia de Erasmo nos llenaba de contento; mi madre, que compartía
nuestra casa, disfrutaba también de este niño risueño y juguetón. Los fines de semana ahora los dedicábamos a
salir de paseo en el auto, contentos de proporcionarle a Erasmo momentos de
grato esparcimiento. Nada
hacía presagiar el rumbo que tomarían las cosas.
Recuerdo
como uno de los más tristes de los que tengo memoria, aquél día que nos dimos cuenta que Erasmo nos había
traicionado. Primero descubrimos que la alcancía en la que poníamos todo el
“sencillo” y algunos billetes, estaba siendo sistemáticamente asaltada… incrédulos
y aún dudosos, empezamos a observar detalles que nos fueron descubriendo la
triste verdad…
…. nuestro
querido Erasmo era un pequeño ladrón, carente de todo sentimiento de gratitud o
afecto; el golpe fue duro y la pena
inicial se convirtió en ira ante el desengaño.
No pude contener las lágrimas cuando mi esposo, muy enojado, lo cogió
por el cuello de la camisa y lo sacó de la casa para llevarlo ante sus padres; sin embargo, la cantidad robada, entre dinero, objetos, un par de joyas
pequeñas, ropa, etc. nos hizo pensar que Erasmo no podía haber actuado por
propia iniciativa.
Acompañados
de un policía ingresaron a la humilde casa y encontraron sobre la mesa
desvencijada, un flamante radio a pilas,
mudo testigo de la infamia. Dice
mi esposo que perdió el control y sintió deseos de golpear al mal padre, pues era evidente que sabía de dónde venía el
dinero… pero el llanto de la esposa lo contuvo y solo atinó a retirar la
denuncia, a pesar de que el policía lo instaba a continuarla y del intento de
los padres de entregarle la radio recién comprada a cambio del perdón. Erasmo, encogido en un rincón, no levantaba la mirada y nunca dijo nada.
Los
siguientes días fueron tristes, llenos de encontrados sentimientos. No volvimos
a ver a Erasmo, pero su imagen, su sonrisa, su mirada, permanecerán siempre en
nuestros recuerdos. ¿Fue Erasmo un cómplice
obligado ó involuntario?... ¿ó acaso éste fue un episodio más en su corta, pero ya torcida vida?... ¿fue su sonrisa
abierta, una sonrisa verdadera, o fue apenas una mueca aprendida para
conquistar nuestros corazones y nuestra confianza?
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