sábado, 18 de agosto de 2012

Erasmo


Nora Llanos



Cada tarde, casi puntualmente, sonaba el timbre de nuestra casa anunciando la llegada de Erasmo. Lo que empezó como una visita inesperada, pronto se convirtió en una rutina agradable, tanto para Erasmo como para nuestra familia.

Erasmo era un niño de aproximadamente diez años, ojos pequeños de mirar tierno y  sonrisa tímida; tenía ese aspecto de grandulón fuerte y buena gente que todos alguna vez hemos conocido.  Vestía con ropas holgadas, tal vez heredadas de su padre o algún hermano mayor y zapatos desgastados que también le quedaban grandes, pero por lo menos lo protegían del frío.

Era desconcertante ver a un muchachito robusto como él, dedicado a pedir alimento… habríase esperado ver en esta situación a un niño pequeño y mal alimentado.

Tan pronto se abría la puerta, dibujaba una sonrisa y levantaba la carita redonda, soltando un apurado pero alegre  ¡buenas tardes señorita ¿me regala pancito?! -a la par que presentaba la bolsa desgastada, hecha a mano por su madre, con la tela de los sacos de harina que desechan en las panaderías y en la que iba acumulando todo lo que recibía… nunca se iba de casa sin una buena cantidad de pan…

-“¡De ayer señorita, que importa!” 

-Y una frutita “para el camino”-  que comía a grandes mordiscos y con sumo deleite.

-¿Qué hacen con tanto pan Erasmo? -le pregunté un día.

 -¡Todo! -me contestó- en el desayuno lo remojamos con té  y en la tarde mi mamá hace “ají de pan” y le sale bien rico.

A fuerza de verlo diariamente, le fuimos tomando cariño y surgió el deseo de invitarlo a vivir con nosotros,  pero solo durante el día, las noches las pasaría en su casa... ¿quién sabe?, tal vez más adelante él mismo decidiría quedarse con nosotros para siempre.

Teníamos muchos planes para Erasmo, lo inscribiríamos en la escuelita fiscal…  le compraríamos ropa y útiles escolares, una mochila, una casaca para las noches frías… pero también era necesario asignarle responsabilidades… regar el jardín, alimentar, cuidar y pasear a la mascota y hacer algún mandado en la bodeguita de la esquina.  Mi esposo se fue ese día con Erasmo y se quedó tristemente impresionado por la miseria en la que vivían;  una habitación improvisada con bloquetas apiladas,  fría, sin luz, sin agua, sin camas, apenas unos colchones en mal estado, una mesa vieja y una banca destartalada. 

Pasaron tres o cuatro semanas desde nuestro ofrecimiento,  durante las cuales continuamos con la misma rutina. Nosotros temerosos de insistir o preguntar qué habían decidido y Erasmo silencioso, reservado. No parecía tener mucho entusiasmo ni ilusión por cambiar de vida.  Eso resultaba extraño, considerando las condiciones en las que vivían, lo natural parecía ser que estuviera muy deseoso de vivir en nuestra casa, rodeado de comodidades, buena comida, agua caliente y un gran jardín donde jugar.

-¿Será que no quiere quedarse con nosotros? -nos preguntábamos. Sabíamos que  estaba acostumbrado a vagar todo el día por las calles, libre, sin control, sin disciplina ni otra responsabilidad que llenar el talego con pan seco. ¿Podría acostumbrarse a vivir bajo ciertas reglas, a tener responsabilidades, estudiar y cumplir con las tareas que le asignáramos?

Finalmente, un día, Erasmo nos dijo que sus padres habían aceptado la propuesta y a partir de ese momento, la rutina cambió; ahora el timbre repicaba con insistencia a las ocho  de la mañana y al abrirse la puerta, nos saludaba con una sonrisa de oreja a oreja e inmediatamente se iba a la cocina para recibir su desayuno, leche, pan blando y mantequilla, queso ó mermelada, que devoraba rápidamente.  Los planes que teníamos para Erasmo se cumplieron al pie de la letra. Erasmo había traído a nuestra casa la alegría y la energía propias de su niñez;  nosotros le dábamos a cambio, afecto, respeto, alimento y educación.   Todo parecía perfecto… mi esposo y yo éramos un matrimonio muy joven, sin niños aún y la presencia de Erasmo nos llenaba de contento; mi madre, que compartía nuestra casa, disfrutaba también de este niño risueño y juguetón.  Los fines de semana ahora los dedicábamos a salir de paseo en el auto, contentos de proporcionarle a Erasmo momentos de grato esparcimiento.    Nada hacía presagiar el rumbo que tomarían las cosas.

Recuerdo como uno de los más tristes de los que tengo memoria, aquél  día que nos dimos cuenta que Erasmo nos había traicionado. Primero descubrimos que la alcancía en la que poníamos todo el “sencillo” y algunos billetes, estaba siendo sistemáticamente asaltada… incrédulos y aún dudosos, empezamos a observar detalles que nos fueron descubriendo la triste verdad…

…. nuestro querido Erasmo era un pequeño ladrón, carente de todo sentimiento de gratitud o afecto;  el golpe fue duro y la pena inicial se convirtió en ira ante el desengaño.  No pude contener las lágrimas cuando mi esposo, muy enojado, lo cogió por el cuello de la camisa y lo sacó de la casa para llevarlo ante sus padres;  sin embargo, la cantidad robada,  entre dinero, objetos, un par de joyas pequeñas, ropa, etc. nos hizo pensar que Erasmo no podía haber actuado por propia iniciativa. 

Acompañados de un policía ingresaron a la humilde casa y encontraron sobre la mesa desvencijada, un flamante radio a pilas,  mudo testigo de la infamia.  Dice mi esposo que perdió el control y sintió deseos  de golpear al mal padre,  pues era evidente que sabía de dónde venía el dinero… pero el llanto de la esposa lo contuvo y solo atinó a retirar la denuncia, a pesar de que el policía lo instaba a continuarla y del intento de los padres de entregarle la radio recién comprada a cambio del perdón.  Erasmo, encogido en un rincón,  no levantaba la mirada y  nunca dijo nada.

Los siguientes días fueron tristes, llenos de encontrados sentimientos. No volvimos a ver a Erasmo, pero su imagen, su sonrisa, su mirada, permanecerán siempre en nuestros recuerdos.  ¿Fue Erasmo un cómplice obligado ó involuntario?... ¿ó acaso éste fue un episodio más en su corta,  pero ya torcida vida?... ¿fue su sonrisa abierta, una sonrisa verdadera, o fue apenas una mueca aprendida para conquistar nuestros corazones y nuestra confianza?

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