martes, 31 de mayo de 2011

La espera

Antonio Bardales


La humedad de este recinto me enferma. Es una construcción añeja. Las columnas y el decorado de este edificio demuestran su antigüedad. Según leí, se construyó durante los años de 1953 a 1956 durante una gestión militar. No hay lugar a duda que desde sus inicios esta longeva construcción ha sido usada como recinto ministerial o dependencia pública. Hoy esta destinado al Poder Judicial. Dos leones aguardan a sus visitantes y si sus paredes hablaran, relatarían en libros y tomos inacabables las ansiedades, pasiones y frustraciones de todo aquel que alguna vez -por desgracia o casualidad de la vida- cruzó sus puertas y ambientes. Es una lástima que en estos recintos haya tenido que caminar con él.

Hace muchos años que partió. Aún el recuerdo de su tierna sonrisa me debilita. Siempre fue una persona amable y sencilla. El esplendor y la combinación de la moda, no era su estilo. Era de aquellos hombres que siempre cogían al toro por las astas y que rara vez temen a algo. Sabía como hacer las cosas, al menos durante mi infancia nunca lo vi perder.

En aquella época, admiré sus grandes y fuertes manos. Paradójicamente, cuando mamá, cansada por mi falta de disciplina y concentración, perdió toda “esperanza” en mi aprendizaje, él me enseñó a sumar, restar, multiplicar y dividir. Extraño esas tardes estivales en la que corría detrás de mí cuidando que no me precipitara en el asfalto con la bicicleta. Su ingenio para la electricidad era único. Siempre admiré como en el desorden de cables y circuitos él conocía la función de cada pieza y accesorio. Siento coraje al recordar lo rápido que han pasado los años y como aparecieron las enfermedades en él.

En esta triste sala hace frío. La humedad que reina y los ácaros despiertan en mí una alergia indescriptible. La impaciencia me gana. Mi piel se irrita. Aún no son las ocho de la mañana y los que están destinados a dar respuesta no hacen gala de su presencia. La furia me atormenta. Tengo que controlarla, al menos mejor que aquella tarde de invierno ¿Qué absurdo? Justo ahora, entre esta gente que espera al igual que yo un veredicto, siento la ira que aquel día apareció en cada parte de mi pequeña existencia. Desde mi asiento en aquel recinto insensible, frígido y fúnebre como esté, observé por la pequeña ventana de ese lugar como las ramas zigzagueaban violentamente en el firmamento, a la vez que las hojas caían románticamente en el pavimento ¿Qué contrariedades? Desde aquellos días, las ansias de libertad ya se apoderaban de mí. Sin embargo, hasta hoy, no logro recordar cómo me escapé del colegio. Cuando me fugué tenía ocho años. No era un toro, al menos no podía pretenderlo, pesé a mi voluminosa apariencia. Todavía retengo en la memoria como esa noche se abalanzo sobre mí. Fue la única vez que lo hizo. No era para menos. Traté de explicarle las razones del porqué lo hice, en mi primitiva teoría del poder. No sirvió de mucho. Y a pesar de todos mis infantiles esfuerzos, no logró entender. No comprendió como un niño que no sobrepasaba ni el mes de haber cumplido los ocho años, no aguantó la tiranía de aquella docente escolar. Yo gritaba e imploraba, entre llantos y lagrimas:

-                     ¡Escúchame! ¡Escúchame! ¡Escúchame! ¡No me pegues! ¡No me pegues! ¡No me pegues!

Como odie a esa vieja, cuyos insultos y violento comportamiento me arrebató temporalmente del amor paterno. Al final, él no entendió y yo tampoco. Las injusticias están al día para el clamor de los inocentes. Yo recibí mi corrección que por ley de la naturaleza me correspondía, a decir de mamá y mis hermanas. Yo hasta ahora lo cuestiono. Pero, con algún dolor pasajero no planificado, había logrado mi cometido. No regresé jamás a estudiar por las tristes tardes invernales en ese lugar y nunca más volví a ver a esa vieja, y su apellido ni el reflejo de su fisonomía quedo albergado en los archivos de mi vida.

Debido a mi rolliza apariencia, a mis nueve años sudaba y me cansaba demasiado. Mi sobrepeso era un aliado a una mortificante situación. A mi corta edad, creo que entendía la jerarquía y la autoridad del más grande, más aún luego de la semejante paliza recibida un año antes. En ese entonces, no sabía del porqué, mi Papá nos hacia caminar tanto, en vez de pagar un par de veces la tarifa del ómnibus. Siempre le rogaba:

-                     Tomemos autobús. Me canso mucho. Me canso y tengo sed - le decía.

¡Ay! Esas sofocantes tardes de verano en el que nos dirigíamos a la academia de música, a Bertha -mi hermana- y a mí nos instruían en el manejo de la guitarra.

Todos los días, él, Bertha y yo caminábamos cerca de cuatro kilómetros diarios al margen de la Vía Expresa. No lo comprendía, pero a estas alturas, hoy con la paciencia que se aprende en toda ocupación, entiendo el valor del trabajo y del maldito dinero.

Siempre se preocupó de que no nos faltase nada, desde la instrucción de nuestra alma y disciplina hasta la educación y la alimentación, era lo primordial para él. Ahora, lo recuerdo y estoy con Bertha en esta sala saturada de personas, donde algunas buscan una primicia para sus revistas, otras esperan una sentencia que sea la guía y la solución de su pesar, en tanto que muchos esperan a la ansiada justicia. Hasta ahora no entiendo que espero aquí, si hace un par de años que nos dejó. Si las formalidades normativas entendieran el valor de la vida y la dignidad de las personas, él todavía estaría con nosotros. Las contradicciones del sistema judicial hacen que hoy estemos sin él, a la espera de lo que con mucha expectativa anhelo.

Han pasado quince años desde que lo despidieron por haber denunciado actos de corrupción y malversación en la empresa pública en la que trabajó por cuarenta años. Según leí en la carta de despido, la causa fue la injuria a los “honestos” funcionarios. Se enfrentó a una tiranía al igual que yo. Y durante muchos años, pesé a su infatigable esfuerzo entre políticos y autoridades nadie lo escuchó. En todos estos años, conocí el odio y aprendí a reconocer a los funcionarios y políticos que con hipocresía salen en los medios sosteniendo que luchan a favor de un nuevo sistema de honradez y trabajo ¡va! Si mis padres no me hubieran enseñado el respeto a la vida, esta vez, de forma planificada, hubiera seguido mi ira, mis instintos y los hubiera asesinado.

Muy a mi pesar, en esta amplia sala cubierta por una delicada alfombra roja, observo un antigua Biblia que se encuentra al costado de aquel inmenso crucifijo que adorna la amplia mesa de madera. Miró fijamente cada uno de los rostros de los Magistrados que ahora se encuentran sentados frente a mí. Analizó el bigote y la barba de cada uno de ellos. Apreció cada uno de sus gestos. Y afloran en mí, la imagen de cada una de las situaciones que nos tocó afrontar junto a mi familia en esta fatigosa secuela judicial. Mi madre se encuentra en el hospital. Y ahora, estoy con mi hermana escuchando la sentencia a favor de mi padre. Lo acaban de reincorporar a su puesto de trabajo. Y me pregunto: ¿Una saludable contradicción? ¡Va! Y maldigo ¿Por qué la realidad tiene que superar a la ficción?

Amén.

viernes, 27 de mayo de 2011

Hasta cuando guardar un secreto

Ricardo Ormeño



                           Uno nunca sabe a ciencia cierta cuando puede cambiar nuestro destino, en que momento fulgurante nuestras vidas se pueden vestir a la moda, de luto o simplemente retroceder y colocarse los viejos atuendos, la vida corre a veces como un pura sangre sobre la pista del derby dominical y cuando menos nos imaginamos nos encontramos ante etapas diversas, con sensaciones diversas y sin embargo el factor constante de todas ellas es que seguimos tomando decisiones agregando que algunas o muchas personas, nos aprueban o no para convertirnos en consejeros.

                             Soy Jorge Frías y  nunca me acostumbré a tomar alimentos respirando  soledad, desamparo, como si viviera en el destierro, sin embargo me encuentro en este restaurante que siempre frecuento donde al menos el atento mozo que me conoce desde hace unos siete años no me pregunta ¿Lo de siempre doctor. Frías? -con su infaltable y  amable sonrisa. Gracias a Dios no es así y más bien me ofrece lo nuevo y variado de su prestigiosa carta culinaria, agregándole alguna corta conversación y dejándome siempre en aquella mesa ubicada en la esquina, absorto con mis pensamientos.

                              Como pasan los años, recuerdo cuando me recibí de médico y evoco mi titulación como cirujano plástico y ahora aquí sentado pero con una sensación muy especial, esperando a mi hijo quien solicita un consejo importante y me ha elegido para convertirme en su personaje favorito por esta noche, aunque en realidad no creo exagerar cuando pienso que siempre he sido y seré importante para él a  pesar de haberme separado de su madre hace algunos años. Que emocionante es esperarlo y poder compartir un momento con mi sangre, sin embargo no debería sentirme perturbado por saber cual es el consejo que requiere, lo sé perfectamente, quiere seguir la misma profesión y especialidad que la mía y necesita saber que pienso, allí está mi dilema, pareciera comprensible una algarabía pero no logro sentirme infalible en esta ocasión, demasiada responsabilidad, mucho sacrificio, tantas alegrías y  miedos a la vez que danzan salvajemente alrededor de esta carrera, eso debe evaluar mi hijo con precisión quirúrgica muy aparte de mi minúsculo pero gran aporte.

                              Recuerdo el caso de mi amigo y colega Carlos, Carlos Nieto, nos conocimos en la universidad…creo que mi hijo debe saberlo. Una tarde cualquiera de hace aproximadamente seis años Carlos se encontraba atendiendo las consultas de sus numerosos pacientes. Bien por ti mi querido amigo lograste la fama que tanto anhelabas. La secretaria hace el anuncio de Ana Crissanti una joven y bella mujer, el famoso cirujano queda estupefacto ante tanta belleza preguntándose que demonios podría mejorar en tan perfecta fémina. Su natural admiración se vio algo perturbada  por la presencia de la madre de Ana quien la acompañaba en aquella ocasión y su concentración en el trabajo regresó de manera relampagueante. Terminados los saludos cordiales Ana acerca su cómodo asiento hacia el escritorio del doctor.
-¡Bueno doctor como se dice, vamos al grano! –acotó la bella dama-¡Necesito urgente una liposucción!
-Bueno podría ser, tendré que examinarla, aunque me arriesgo a decirle que no creo que necesite dicha cirugía, es más creo que ninguna cirugía –intervino el reconocido cirujano.
-¡Gracias doctor es usted muy lindo al decir eso, pero la verdad es que la necesito urgente! –afirmó Ana.
-¿Urgente por qué?, yo no creo que necesite nada y menos urgente –respondió el galeno.
-¡Pues sí doctor, me caso en dos meses y debo quedar perfecta para mi vestido de novia, es muy especial para mí y estos rollitos me matan! –respondió la impresionante joven.
-Mire doctor –intervino por primera vez la madre de la paciente- a la niña se le ha metido en la cabeza que tiene grasa en exceso y quiere que se la extraigan como sea.
-¡Pero señora insisto en que no veo la imperiosa necesidad de someterla a una operación y faltando poco tiempo para su matrimonio, mucho menos! – sugirió Carlos.
-¡Lo entiendo perfectamente doctor, lo que sucede es que Ana va a recibir un traje de novia diseñado y confeccionado en Venecia, justo en una tienda cercana a la plaza San Marcos y como comprenderá la niña quiere quedar perfecta y por ello la prisa de operarse! –fundamentó la elegante dama.
-Bien haremos todos los exámenes pertinentes y en base a los resultados programaremos su operación –sugirió el doctor.
-¡Gracias doctor realmente es muy, pero muy lindo! –expresó la bella Ana casi saltando de su asiento.
-Muchas gracias doctor, es todo un caballero y esperaremos con ansias la fecha más próxima en que pueda programar a mi hija –acotó la elegante madre de Ana.
-Trataré que sea lo más rápido, pero tal vez menos de diez días sea imposible, tengo pacientes ya programados para esas fechas, tengan calma es todo lo que les pido sobre todo a ti Ana, ya que es una verdadera exquisitez lo que me solicitas –aconsejó Carlos dejando el usted, al dirigirse a Ana.
-¡No se preocupe doctor, mañana mismo me voy al laboratorio para los exámenes pertinentes y todo lo que me solicite! –expresó muy graciosamente Ana.
-Muy bien, tómenlo con calma, ya he realizado estas milimétricas operaciones en modelos y físico culturistas, pero sigan mis recomendaciones al pie de letra – indicó el doctor finalizando la entrevista.

                              Efectivamente Ana al día siguiente se sometió a todas las pruebas solicitadas, sus veintiocho años de edad se tradujeron en resultados óptimos por todos los ángulos y sólo se limitó a esperar con ansias la fecha de su intervención quirúrgica y proseguir con los preparativos de su boda. Los días transcurrieron normalmente hasta que faltando dos días para su operación, el doctor Carlos Nieto recibe una llamada telefónica en su consultorio.
-¡Doctor Nieto, buenas tardes, habla la mamá de Ana Crissanti!-saludó la madre.
-Buenas tardes señora, creo que me ganó la llamada, mi secretaria iba a comunicarse con Ana para recordarle las indicaciones previas a la intervención –contestó el cirujano.
-¡Sí, sí...sí doctor, gracias , pero el motivo de mi llamada es para solicitarle encarecidamente que postergue la operación de Ana por sólo tres días más –suplicó la cortés dama.
-No lo sé realmente señora, si la agenda me lo permite con gusto lo haré, pero no le prometo nada –respondió el doctor Nieto.
-¡Le agradeceremos mucho tal gentileza doctor! –acotó en voz baja la madre de Ana.
-¡Pero dígame, ¿ha sucedido algo? –preguntó Carlos.
-¡No doctor es sólo motivos de la boda y despedidas, usted sabe como son estas cosas y Ana tan apasionada siempre en todo lo que hace…! –fundamentó la mamá.
-Muy bien señora, gracias por llamarme y le confirmo la nueva fecha en unas horas – finalizó el médico.

                                 El doctor Nieto hizo todo lo posible para efectuar el cambio solicitado y así fue, Ana ingresó a la clínica la noche anterior realizándose en ella todos lo preparativos previos a la ansiada operación, incluyendo la visita de Carlos, dedicado cirujano.
-Buenas noches Ana, ¿todo bien por aquí? –saludó el doctor Nieto.
-¡Todo muy bien doctor, aprovecho para presentarle a mi novio! –expresó Ana con una simpática sonrisa.
-Buenas noches doctor soy Julio Narváez, es un gusto conocerlo, Ana me ha hablado maravillas de usted –acotó el novio.
-Un gusto conocerlo y gracias por su palabras, creo que es sólo producto de complacer a una simpática paciente –respondió el amable doctor.

                                  No estoy seguro si realmente le interese oír esto a mi hijo, tal vez lo aburra, en fin, la historia continúa así y no puedo hacer nada. Después de todos esos protocolares y diplomáticos saludos, se había creado una verdadera empatía entre Ana, sus familiares y el doctor. La cirugía se realizó sin ningún problema, el novio siempre muy cortés se ofrecía primero que nadie a cuidar de Ana , a untarle alguna crema , a traerle algo especial para degustar, en fin Julio Narváez estaba enamorado hasta el alma y desde ya , daba la vida por su amada novia.

                                   Al día siguiente la bella paciente fue dada de alta, su madre se encontraba presente además del infaltable escudero de brillante armadura que había puesto a disposición su chofer para realizar tan valioso traslado. Carlos los miraba a cierta distancia y se preguntaba así mismo – ¿Por qué será que las parejas como Julio siempre complican las cosas?, sus ansiedades en el amor obstaculizan las normales evoluciones –al observar a Ana emitiendo suaves y continuos quejidos que desesperaban a su amado novio.

                                    Las primeras dos noches y ya en casa, Ana de quejaba de dolores por todas partes, una hora en el brazo derecho, otra en el izquierdo de pronto la cabeza como en otro momento era medio glúteo izquierdo; El doctor Nieto no pudo conciliar el sueño, el amable y dedicado novio se encargó que no descanse hasta que logre calmar las molestias de su novia al menos por vía telefónica –doctor, le duele, Ana sufre y eso es cosa seria ya que ella es muy fuerte y no sé que hacer, dígame ¿Qué crema le compro? y se la frotaré donde la necesite, así me pase toda la noche, pero no soporto verla sufrir así- exclamaba la fatigada pareja de la bella novia.

                                    Habían pasado cuatro días de la operación y Ana se encontraba reponiéndose dentro de los rangos normales, salvo cuando llegaba su apuesto galán y empezaban los quejidos nuevamente que continuaban hasta que ella lo decidiera. Pero en esta oportunidad empezaba a notarse alza térmica, Ana siente intensos escalofríos su madre y su novio corroboran minutos después que el termómetro no fallaba, tenía una intensa fiebre. El doctor Nieto es informado telefónicamente por el atento y preocupado novio. Sin pensarlo más se envía a una experimentada enfermera a la casa de la simpática paciente.
-¡Doctor…aló doctor soy María la enfermera! –llamaba la licenciada al cirujano desde casa de Ana.
-Sí María dime, ¿cómo está Ana? –preguntó el galeno.
-¡La veo mal doctor tiene más de cuarenta grados de temperatura! – Advierte María.
-¡Sabes muy bien que puede encontrarse alza térmica días después de la operación debido a la hipotermia a la que fue sometida! –recuerda el famoso cirujano.
-¡Sí doctor, por supuesto que lo sé, pero su expresión y color es de una septicemia! –diagnóstico la hábil enfermera.
-¡Bueno no perdamos más tiempo pidamos una ambulancia y llevemos a Ana a la clínica Santa Felicia, dile a la familia que los alcanzo allí! –se despidió el doctor Nieto.

                                 Efectivamente Ana fue internada en cuidados intensivos de dicho nosocomio, la infección generalizada consumió su vida en apenas veinticuatro horas, la pena y congoja de la familia se contrarrestaba con la ira y odio que se almacenaba en Julio Narváez. La madre de Ana se acercó al consultorio del doctor Nieto al día siguiente del penoso acontecimiento.
-Buenas tardes señora, lamento mucho lo sucedido, me siento muy mal por ello, no sé realmente que pasó- se lamentaba el cirujano.
-Gracias doctor, sabemos que se comportó en todo momento como un caballero y buen profesional pero mi presencia aquí es para decirle algo importante –intervino la elegante dama.
- Estoy para oírla señora, es más estoy dispuesto a hacer lo que sea conveniente –aseguró el doctor.
-Debe recordar que nosotras le solicitamos una pequeña postergación de la operación, esto fue debido no a la preparación de la boda sino porque Ana fue sometida a un aborto, un legrado uterino como le llaman ustedes los médicos –intervino la mamá de Ana, dejando totalmente perplejo a Carlos Nieto –Ana frecuentaba a un antiguo novio en medio de su inseguridad y engreimiento y fue así que salió embarazada entendiendo por fin que no podía seguir en esa situación y perder a Julio que como usted ha visto la amaba con toda su alma.
-¿Pero por qué no me lo dijeron antes?, hubiera suspendido o postergado aún más la operación –preguntaba Carlos.
-¡No nos pareció importante y además no deseábamos recordar ese suceso y que Ana más bien se sienta libre para su matrimonio! –Justificaba la madre de Ana.
-¡Bueno señora, creo que fuera de darme una importante pero tardía información, no sé que puedo hacer por ustedes! –intervino el doctor Nieto.
-¡Doctor recurrimos a usted porque en memoria de nuestra amada Ana, la familia en pleno no deseamos que Julio se entere de esto y la memoria de Ana quede limpia! – solicitaba la señora.
-¡Señora con todo respeto es muy difícil la situación en la que se encuentran, pero la mía no es mejor ya que tengo entendido se ha procedido a un proceso judicial aparte del odio de Julio hacia mi persona! –explicaba el doctor.
- Lo sé doctor pero le solicito que no sea usted el que informe de esto a Julio, cuando trate de indagar algo –sugería la madre de Ana.
-¡Señora, creo que debemos dejar esto a la justicia, por mi parte esté segura que no diré nada al respecto! –aseguró el doctor Nieto.

                                    Julio Narváez totalmente desquiciado por la pérdida de su irremplazable novia acudió al famoso cirujano no a solicitar una entrevista sino a romperle todas la lunas de las lujosas ventanas de la clínica de Carlos, con carteles en manos y ayudado por unos amigos llevaron a la televisión para acabar con aquel asesino que le había arrebatado la vida de su amada que horas antes recién se encontraba descansando bajo tierra. El doctor Nieto se sintió devastado ante tal perjuicio de su imagen en medios periodísticos; su carrera se encontraba sostenida por un hilo.

                                     Una semana más tarde y habiéndose realizado la apertura de un proceso penal, el juez lee el informe detallado de la necropsia efectuada a la antes bella Ana, perforación uterina  con presencia de asas intestinales en el interior de útero. El macabro diagnóstico explicaba la terrible contaminación que se había incubado en el organismo de Ana que sometida a la liposucción hubo de  encontrarse por unas horas en una ligera hipotermia sus defensas habrían descendido hasta abandonarla con una severa y general infección producida por un aborto provocado.

                                      Días después de leído el informe el doctor Nieto se encontraba en su consultorio esperando en vano la llegada de sus pacientes que no vendrían al menos por un largo tiempo luego de difundida la noticia, cuando de pronto se anuncia la llega de Julio Narváez, el doctor aún sintiendo mucha ira, decide recibirlo.
-¡Doctor , buenas tardes , sé que no debería estar aquí , pero vengo a disculparme por todo lo sucedido, estoy dispuesto a hacer todo lo que sea para reivindicarlo, salvo mencionar lo del aborto , no soportaría que la imagen de Ana y la mía quedaran manchadas –casi suplicaba Julio.
-¡Puedes hacer lo que dicte tu conciencia, por mi parte te puedo decir que a los periodistas no les va a interesar mucho un descargo, salvo que se mencione la verdad sólo les interesa las noticias con mucho ácido, me puedes entender! –explicó el doctor.
-¡Pero doctor no malogre su carrera de esta manera! –Sugería el atormentado novio.

                                        Dos meses después. El doctor Nieto no sabía como los periodistas que en todo momento siguieron el caso habían logrado obtener una copia del informe de la necropsia, informe que, a pesar de varios intentos del cirujano de llevarlo a la televisión, apenas si fue publicado en una pequeña nota de un conocido diario local, no logrando el impacto noticioso anterior. Mientras el doctor Nieto se encontraba ante fuertes deudas debido a la ausencia de pacientes por un largo tiempo además de los antiguos problemas conyugales que se habían recrudecido y que con este suceso habían terminado en un inminente divorcio, tenía sin pensarlo una  pequeña oportunidad de reiniciar su vida a pesar del diagnóstico de hipertensión arterial que lo acompañaría de por vida a raíz de este penoso acontecimiento.

                                        No sé si  mi hijo le interese esta historia, tal vez me solicite que le narre una mía y no de un amigo pero creo que por esta vez será lo mejor, tal vez la próxima le relate una mía. Bueno aquí viene que Dios me acompañe y no me equivoque.

martes, 24 de mayo de 2011

La Colina de las Cabras


Clara Pawlikowski


Hoy veo serenamente, los papeles de mi padre que Lía, compañera de trabajo de mi hija, ha rehabilitado con gran esmero, los palpo uno a uno, no entiendo polaco, veo las fotos y el nombre de mi padre en cada uno de ellos, quisiera estrujarlos, los colocó sobre mi pecho, quisiera haber podido leerlos y tenerlos cuando él vivía.

Hace poco he regresado de Polonia. Después de treintaiocho años fui a visitar a mis familiares. Esta vez estuve acompañada de mi hermana mayor y de mi hija. Realicé este viaje a modo de cumplir una promesa ofrecida hacía mucho tiempo a Fiorella, mi hija, que siempre me reclamaba:

-¿Cuándo visitaremos la tierra de mi abuelo?

No teníamos fechas ni destinos anticipados así que, disfrutamos ampliamente de nuestro recorrido, de los espectáculos y de la comida.

Mientras estudiaba en Europa los visité muy seguido. Pude deleitarme con las primaveras floridas, escalar las montañas Tatra, patinar en los ríos helados cuando la temperatura de sus inviernos bordeaba los veinticinco grados bajo cero y por primera vez, tomar cerveza caliente. Vi a Polonia empobrecida durante el régimen comunista y a los polacos en su mayoría con expresiones serias, ceñudas y hasta tristes me atrevería a decir, vestidos con gabanes grises y manejando pequeños autos rusos.

Asistí a los funerales de los últimos hermanos de mi padre, muchos de ellos vivieron alejados, en pequeños poblados soportando estoicamente las limitaciones que imponían los gobernantes de turno. Ninguno se favoreció con alguna asistencia especial a pesar de haber luchado heroicamente defendiendo a su patria. Murieron pobres.

Esta vez no encontré riquezas por las calles pero si sentí un país que vibra, vi grandes grupos de turistas, restaurantes ofreciendo servicios diversos, hoteles confortables, supermercados con frutas y verduras frescas, con productos envasados de diversos países y un centro comercial moderno en la vieja Cracovia, entre otras cosas.

Al llegar a Cracovia, mi primo Conrado nos pidió dejar un día libre. Ese día nos entregó ceremoniosamente los documentos que mi tía le había hecho depositario antes de morir y que pertenecieran a mi padre. El único de la familia que emigró a América y nunca retornó a Polonia.

Nos sentamos alrededor de una mesa grande sobre la cual comenzó a colocar un sin número de papeles muy antiguos, mis ojos no se movían, estaban fijos en ellos, tenía una gran curiosidad. Observaba los mínimos movimientos de mi primo enrollando y desenrollándolos. Conrado los sujetaba con gran respeto y poco a poco nos iba entregando y señalando en qué consistían.

Los hermanos de mi padre siempre han sentido por él una gran admiración. Sentimiento que nosotros, sus hijos, nunca compartimos en igual intensidad. Comprendíamos muy poco a pesar que mi padre muchas veces nos contó todo lo que pasó su familia durante la primera guerra mundial y cómo él y sus hermanos habían peleado por su patria.

Conrado hizo una pausa y se detuvo cogiendo entre sus dedos una pequeña cuartilla escrita a mano.

−Este papel lo escribió mi madre relatando cómo escapó el padre de ustedes de un campo de concentración en Rusia. Lo escribió pensando que algún día yo las encontraría y podría entregárselos –nos dijo.

Mientras mi primo traducía al inglés la historia, yo imaginaba a mi padre, un hombre joven lleno de vida en una situación difícil. Mi hermana y mi hija se mantuvieron calladas con lágrimas que empapaban sus caras.

Mi padre había sido transportado de un campo de concentración en un camión atiborrado de presos políticos en su mayoría polacos jóvenes, mal alimentados, flacos, con las miradas perdidas hacía una estación de tren para que limpiaran la nieve que había caído la noche anterior.

No tenían guantes, la ropa que llevaban eran uniformes raídos y el frío era intenso, les lanzaron a cada uno palas viejas para despejar la nieve de los rieles del tren, en cada palada mi padre sentía que la piel de sus manos difícilmente se despegaba del mango de la pala y cuando lo hacía parte de ella se quedaba sellada en la madera, fue despellejándose poco a poco. Sus manos sangraban, sus zapatos sin medias se hundían en la nieve y ésta entraba entre sus dedos que los tenía morados.

Cuando escuchó el sonido del tren, esperó que estuviera cerca, era una tarde oscura cerrada por la borrasca de nieve, sus demás compañeros saltaron a la plataforma, él en cambio, comenzó a correr entre los abedules por el lado contrario, cubriéndose detrás de ellos cuando podía. Al comienzo la búsqueda fue intensa pero la temperatura tan baja desalentó a los guardias esperanzados en que mi padre moriría por el frío.

Mi padre caminó durante toda la noche en dirección opuesta a la ruta que habían tomado cuando les trajeron a la estación del tren. Caminó acompañado por el ulular del viento y por los copos de nieve que cada vez eran más grandes. Descansaba cuando sus piernas se revelaban y el cansancio le vencía. No comió durante una semana, por las noches caminaba y por el día trataba de cubrirse con ramas y pequeños troncos que encontraba en el camino para no ser descubierto.

Pensaba en su familia, en sus padres y sus hermanos, tenía la seguridad que llegaría salvo.

Finalmente, encontró la cabaña de unos campesinos rusos que lo acogieron con mucho temor, le curaron sus heridas, arreglaron su vestimenta y le permitieron pernoctar algunos días, ellos tampoco tenían muchos alimentos.

Cuando ya se sintió más aliviado, los rusos le indicaron cual era el recorrido más corto y seguro para llegar a Polonia; le faltaban varios días de caminar y el tiempo era cruel, era uno de los peores inviernos que habían tenido en esa zona. Mi padre aún no había cumplido veinte años, a pesar de su físico venido a menos por la falta de alimentos, no se amilanó y comenzó su viaje de regreso.

Luego de deambular semanas enteras orientándose por las estrellas se presentó en casa de sus padres. Su llegada la describió así mi tía:

−Lo vimos salir a la guerra como un niño y regresó maltratado pero hecho un hombre.

Este viaje a Polonia fue diferente, mi hija tuvo largas conversaciones conmigo antes de acostarse, recuerdo que alguna vez me dijo con determinación:

−Esta es la pieza de mi historia que faltaba.

−Te veo decidida –le respondí

−Tú eres una hoja que se menea fácilmente con el viento, pero en los grandes huracanes tu fortaleza sujeta nuestros cimientos y acá está el origen de todo eso –abrazándome me confesó.

Yo también ahora entiendo muchas cosas, doy fe que sólo con ese temple mi padre pudo acostumbrarse a la selva, al calor y a sus inclemencias.

Hoy vengo llegando del cementerio. Poco podía hacer estando tan lejos, quería rendir homenaje a mi padre, un soldado polaco, condecorado en la Primera Guerra Mundial, peleando por su patria, en este fatídico sábado cinco de abril.

Le llevé flores blancas y tuve una larga charla con él, le escuché contarme sobre su país como en otros tiempos. A pesar de vivir en Iquitos, se mantenía muy bien informado sobre la participación de sus paisanos en la segunda guerra mundial. Le escuché repetir que algún día los rusos tenían que aceptar la matanza de Katyn.

Cerca de veinte mil oficiales y civiles polacos, entre ellos miembros de la intelectualidad fueron ejecutados por orden de Stalin, en la primavera del cuarenta.

−Una verdadera matanza –le contesté.

−Los ingleses aliados de los rusos en la Segunda Guerra Mundial, encubrieron a los culpables. Churchill pidió al presidente polaco en el exilio "olvidar el asunto". Se limitaron a acusar a los alemanes de las fosas comunes encontradas en los campos alrededor de Katyn, en la Colina de las Cabras –continuó.

−¿Cómo fue?

−Los rusos cargaron a los alemanes con la culpa durante cincuenta años, pero ellos fueron los asesinos.

−Cobardes −exclamé.

−Uno a uno fueron desapareciendo las personas que denunciaban o investigaban la matanza. Uno de ellos Sikorski, incansable buscando a los culpables murió en un sabotaje aéreo en el Mediterráneo; otro de apellido Martini fue asesinado violentamente en la puerta de su casa por una pareja de jóvenes. Estos fueron apresados y colocados en una cárcel de alta seguridad pero a los tres días se fugaron y nunca más se supo de ellos. Sin embargo, Martini, antes de entregar su informe sobre la investigación que realizó en Katyn dejó copia de la misma en un notario en Suecia.

Años más tarde, esta prueba sirvió para desenredar los apretados nudos rusos.

Yo le escuchaba silenciosa.

−Alguna vez Sikorski le pregunto a Stalin por los prisioneros polacos, éste le respondió con evasivas diciendo que no existían prisioneros polacos en territorio ruso y que quizás después de la amnistía hayan huido hacia Manchuria.

−Claro ya estaban muertos –susurré.

−Los cadáveres presentaban tiros en la nuca y heridas de bayoneta, las manos estaban amarradas con nudos usados sólo por los rusos. En la premura los cadáveres no habían sido despojados de sus pertenencias. Gracias a esto se les pudo identificar.

−Cuentan, continuó −que un oficial subalterno persiguiendo a una jauría de lobos que azolaba la zona de Katyn encontró un lugar escarbado, una cruz hecha de abedul, y mucha osamenta humana, su hallazgo lo reportó a sus superiores.

Yo le interrumpí diciendo:

Otra vez los abedules en tus historias, me los imagino blancos cubiertos de nieve con sus troncos nudosos.

Hubiera sido ideal que mi padre viviera cuando el gobierno ruso de Boris Yeltsin admitió oficialmente la responsabilidad de la Unión Soviética en el crimen de Katyn en abril del 90, cincuenta años después de la masacre. Dos años después el líder soviético envió al Presidente Lech Walesa los archivos secretos del caso.

Aprovechando su silencio le conté con los ojos llenos de lágrimas del avión que se estrelló hoy sábado en los alrededores de Smolensk, llevando a los familiares de las víctimas, a políticos, a gente importante de Polonia y a su Presidente. Ellos iban a reivindicar a esos muertos y, no pudieron hacerlo. Se cumplía el setenta aniversario de esa matanza.

"Hay vibraciones malignas que atraen en ese lugar" me dijo y continuó;

"El águila de la bandera está comiéndose las uñas para reemplazarla por unas nuevas, muchas veces mi pueblo, que es tu pueblo, se levantó de las cenizas".

Manejando de retorno hacia mi casa, mirando mis brazos estirados dirigiendo el timón, veía mi sangre llena de coraje y valentía que mi padre supo inculcarme desde pequeña y en actitud reverente atajé las lágrimas que caían en su recuerdo.

martes, 17 de mayo de 2011

Una amarga espera

Santos Padilla



María, una mujer de treinta y siete años de edad, ama de casa y esposa de Humberto, un fornido obrero de construcción civil, habitantes de una ciudad del interior del país, una ciudad tranquila, ubicada en la zona interandina del sur oriente, esperaba con ansiedad el nacimiento de su primer vástago, luego de quince años de feliz convivencia y de muchos intentos de procrear un producto, fruto del amor que se profesaban con mucho respeto y cariño.

- Muy pronto tendré la dicha de ver nacer a mi hijo, luego de casi quince años de casada -pensaba en voz alta María- valió la pena la  espera, me he cuidado mucho para este gran momento.

Estaba en el noveno mes de gestación, lucía orgullosa un voluminoso vientre de un embarazo controlado en la posta de salud del distrito, donde una obstetriz  la evaluaba, dictándole la conducta a seguir para llevar a buen término el embarazo y poder alumbrar en las mejores condiciones de salud, en un parto institucional.

Había pasado los últimos tres meses conservando su peso en base a un esquema nutritivo riguroso y consumo de vitaminas y medicinas especiales, que un familiar radicado en Europa le proveía mensualmente. Para esa época tenía la ilusión y la sospecha de que podía tratarse de un varoncito.
-         María, apuesto que por la forma de su barriga va tener un varoncito -señaló un amigo tres meses antes.
-         Gracias Ruperto, yo también deseo que sea varoncito, Humberto quiere que su primer hijo sea hombrecito, estoy segura que se sentirá bien orgulloso.

A inicios del noveno mes de su embarazo, María sentía con cierta frecuencia los mareos y antojos para comer lo que durante su vida cotidiana, ni siquiera le apetecía, del mismo modo, percibía unos golpecitos en su abdomen, lo que lejos de alarmarla, le otorgaba la tranquilidad necesaria para sobrellevar su estado, con la certeza de que los movimientos percibidos sobre su pronunciada barriga, eran claros indicios de que la criatura gozaba de buena salud, augurando un feliz alumbramiento.

Humberto, se sentía el hombre más afortunado de la tierra, al tener la certeza de que su futuro hijo nacería en un ambiente de paz y amor, adecuadamente controlado por los hombres de ciencia, no se cansaba de pregonar a sus amigos de su trabajo la felicidad que le embargaba, y que no veía las horas de que llegue el dichoso momento de ver nacer a su hijito, y acompañarlo durante su crecimiento y desarrollo.

-         Amigos, estoy seguro que mi “guaguito” va ser un futbolista de primera, su primer regalo que voy a darle, será una pelotita para que vaya practicando desde “corito” -afirmaba orgulloso e hinchando pecho delante de todos.
     Van a ver que todos lo clubes de aquí se lo van a arranchar, pero yo lo voy a
     preparar para que juegue en un equipo de primera de la capital, ya verán.

Estaba en la semana final de su embarazo, María cada vez más entusiasmada hacía el conteo de los días que faltaban para la fecha esperada, pasando por alto los síntomas cada vez más mortificantes que la aquejaban, no soportaba el olor de las comidas, las nauseas se presentaban en todo momento las que desencadenaban una sucesión de vómitos previa e inmediatamente después a la ingestión de sus alimentos, todo lo cual María las consideraba como parte de su gestación a término, despejando cualquier duda de algún terrible e insólito desenlace.

Una noche en la que Humberto se demoraba en regresar a casa, María observó que de manera intempestiva, algo no marchaba bien, súbitamente sintió que las cosas le daban vueltas a su alrededor, por lo que tuvo que apoyarse en una de las sillas de la sala, de pronto una sensación de una sustancia gelatinosa y líquida que le recorría sus piernas, percatándose que era una sustancia de tono rojo pálido que discurría hasta el suelo, tomando aire avanzó resueltamente atravesando el umbral de la puerta para ganar precipitadamente la acera, justo en el momento que pasa muy cerca un taxi, que la conduce al hospital más próximo de la zona.

-         Señora, ¿a que hora se produjo el sangrado?
-         No hace mucho doctor, estaba preparando la cena cuando de repente me sentí muy débil, cuando vi la sangre que aparecía entre mis piernas, me asusté mucho, pero estaba solita, felizmente me trajo un carro al hospital.
-         Bueno señora le informo que no está muy bien su bebito, no se perciben los latidos y los movimientos, vamos a tener que operarla con suma urgencia ¿Ha venido sola?
-         Si doctorcito, mi esposo no debe tardar en venir, ya debe estar buscándome.
-         Espero que venga lo más pronto posible para que nos autorice intervenirla quirúrgicamente y compre algunos medicamentos necesarios para la operación- señaló el galeno.

Se entró en un compás de espera, María cada vez más ansiosa y preocupada, sudando y tiritando de frío, miraba el reloj del establecimiento, murmurando en voz baja.

Pasaron casi dos horas desde que María ingresó al hospital, cuando apareció por la entrada del tópico Humberto jadeando, sudoroso y preocupado.

-         Por fin te encuentro María, que susto me distes, pensé lo peor -señaló Humberto.
-         ¡Que me iba a imaginar que todo esto ocurriera, justo cuando debe nacer nuestro bebito!  -expresó María
-         ¡Que bien ya está aquí! su esposa debe ser intervenida en el acto para dar término al embarazo- dijo el galeno
-         -¿No le pasará nada a mi esposa  y al bebito doctor? .
-         Si no la operamos ahora, ambos pueden pasarla muy mal señor, de usted va depender que tanto su esposa como su bebito se salven -mencionó en forma muy segura el galeno.
-         Está bien doctor, haremos todo lo que usted diga, con tal que no les pase nada- respondió Humberto aún dudando sobre la necesidad de la operación.


Inmediatamente, Humberto firmó la autorización para la intervención quirúrgica recibiendo la receta que contenía el listado de medicamentos necesarios, que  compró en la farmacia del hospital, quedando de esta manera su esposa lista para pasar al centro quirúrgico del hospital.

Pasaron unas tres horas de duración de la cesárea, cuando irrumpió en el pasillo el cirujano con el rostro que denotaba sorpresa y preocupación. Humberto fue a su encuentro rápidamente sospechando que algo no había salido como lo esperaba.

-         Doctor dígame ¿Cómo está María y cómo ha nacido el bebito? dígame la verdad doctorcito por favor -mencionó Humberto preocupado y algo atolondrado.
-         Mire usted señor, le puedo decir que su esposa está muy debilitada en este momento, luego de la cesárea a la que ha sido intervenida, debe pasar a piso de hospitalización para que se recupere porque ha perdido mucha sangre y ha quedado muy conmovida por lo que ha pasado.
-         ¿Y como esta mi hijito?  ¿Está sanito? -inquirió muy ansioso Humberto.
-         El bebé, no se como decirlo, pero debe comprender que a veces no sale todo como uno lo ha planificado, a veces hay algo que escapa a nuestro control, y por alguna razón muchas veces no entendible nos damos con unas sorpresas que en la vida lo hubiéramos imaginado-  afirmó resueltamente el galeno.
-         Pero ¿Doctor me podría explicar con mas claridad, que es lo que quiere decir con eso de que se pueden dar sorpresa?  no alcanzo a comprender, o es que me está ocultando algo terrible que no desea que sepa -le interpeló con un tono más enérgico Humberto.
-         Cálmese señor, lo que estoy tratando de decirle es que el producto de la cirugía ha sido un fenómeno que no se espera así como así, puede suceder un caso en  millones de partos. Es muy raro e incluso los casos en el mundo son contados con los dedos de la mano.
-         ¿Qué ha sido finalmente doctor, nació o no nació mi hijo? ¿Está vivo o no?.
-         Señor, lo que esperaban ustedes no se ha producido, no ha habido un embarazo real. Lo que se ha encontrado en la cesárea es una masa deforme gelatinosa de tono oscuro y consistencia muy blanda. En términos técnicos médicos puede ser una variedad de una mola hidatiforme que simula la forma de un cuerpo fetal, pero que no tiene ningún signo de vida como un ser humano. Esa masa le compromete la funcionabilidad de los órganos reproductores, razón por la que nos hemos visto obligado a extirpar de raíz todos los órganos afines como el útero, las trompas, los ligamentos y los ovarios, porque puede comprometer la vida de su señora.
-         Y ahora  ¿Que va a pasar con nosotros? ¿Podemos tener hijitos?
-         Lamento decirle que su señora jamás dará a luz. Lo que podría hacer es adoptar un niño y criarlo como si  realmente fuera de ustedes.
-         Y mi esposa ¿Ya sabe de esto? -volvió a preguntar Humberto.
-         Aún se está reponiendo de los efectos de la anestesia, cuando se despierte le informaremos de lo acontecido. Va ser duro para ella aceptar la realidad, pero debe saberlo.

Terminada la entrevista con el doctor, Humberto se retiro totalmente apesadumbrado y cabizbajo. De nada sirvieron todos lo planes y las ilusiones que había alimentado conjuntamente con María. Lo que no podía comprender es cómo no se percataron durante todos esos meses en que estuvo en espera, de nada valieron todos los cuidados y las medicinas tomadas.
-         ¡Medicinas! ahora que recuerdo muchas de las medicinas, no eran las que indicaban en la posta. Eran medicamentos mandados desde Europa -recordó Humberto con un tono de misterio y preocupación.
   ¿Y si las medicinas que nos enviaban de afuera no eran las que María realmente
    necesitaba? ¿Porqué no nos dimos cuenta de eso?  –razonó Humberto.

Tan abstraído estaba en sus pensamientos y cavilaciones, cuando un grito de dolor, llanto y angustia lo volvió a la realidad. Eran los gritos lastimeros de su señora que seguramente había recibido la noticia por parte del galeno. Tuvo ganas de entrar al dormitorio para estar al lado de su esposa, y brindarle todo el apoyo y el valor que requería en ese instante, pero se contuvo sopesando que lo mejor sería que se calmara un poco, para compartir el dolor que le embargaba por lo acaecido.

Una hora después, no se percibían los lamentos a través del cuarto. Humberto tomó la resolución de estar al lado de María para darle el aliento y la fuerza moral que requería, pero la encontró dormida. El doctor había indicado a la enfermera la aplicación de un sedante para tranquilizarla y pudiera reposar hasta el día siguiente.

 A la mañana siguiente Humberto estaba al lado de María, tratando de explicarle en su lenguaje lo que el doctor le había informado con respecto al supuesto embarazo, María solo se limitaba a escuchar sin proferir una palabra o una queja. Se encontraba como desconectada del medio, no formulaba comentario alguno, ni lloraba ni sonreía, era como si estuviera portando una máscara con un mutis e indiferencia. Humberto comprendió que mal haría tratar de hacerla reaccionar en ese momento, pensaba en su interior que con el paso de los días paulatinamente iría volviendo a la vida rutinaria.

Tres días más tarde, fue dada de alta con las recomendaciones por parte del médico, para que fuera sometida posteriormente a una evaluación psicológica y de ser posible a una revisión psiquiátrica que sirviera para reforzar su autoestima y volver a desarrollar una vida normal.

Pasaron los días, las semanas y los meses, Humberto no veía una recuperación en su esposa, por más que se esforzaba para que hablara y cambiara de actitud, no conseguía salvo algunas gesticulaciones y  movimientos de los párpados de María. Es cuando toma la decisión de acudir donde un psiquíatra, quién luego de realizar una historia y una evaluación minuciosa, menciono lo siguiente.
-         La señora está todavía atravesando por una fase de shock post traumático que le ha comprometido la esfera mental del campo emocional. Lo extraño de todo esto es que se está prolongando esta fase, a lo más no debería de pasar de cinco o seis meses en casos mas extremos -mencionó el galeno.
-         ¿Y que debo hacer doctor? ¿Podrá volver a su vida como era antes? -inquirió Humberto por demás preocupado.
-         Sólo el tiempo lo dirá señor. Por lo pronto su esposa deberá tomar estos medicamentos que le voy a prescribir, religiosamente, a la hora exacta.
-         Está bien doctor, ojala que esta vez pueda curarse, sino puedo yo también enfermarme y eso complicaría mi vida por completo.
-         Pierda cuidado señor, tenga fe en que su esposa va a recuperarse de ese estado y en el momento menos pensado volverá a ser la misma de antes.

Pasaron dos semanas, siguiendo rigurosamente las indicaciones del galeno, sin mostrar mayores indicios de mejoría, cuando al observar una noche a María sentada en el sofá, apreció que una masa gelatinosa discurría a través de la piernas de María…

viernes, 13 de mayo de 2011

Bikila y mis recuerdos

Clara Pawlikowski

Odié al zapatero portugués que confeccionaba los   botines que mi madre me obligaba a usar de niña. El pobre hombre nunca supo de mis sentimientos.
           La memoria aunque apacible y mansa como el agua de los ríos de la selva, nunca es la misma. Siempre hay detalles que uno olvida, otros que uno añade. Con dolor uno omite pero la presión de los recuerdos hierven dentro y nadie los para, salen a borbotones, son ágiles y van tan veloces que uno se enreda en ellos.
           Eso me está pasando, las imágenes son coloridas y tienen sonido, veo a mi hermano Shito riendo sin parar, el eco multiplica sus carcajadas, lo veo mojado con los pies descalzos chapoteando en el agua que entraba en la canoa a través de las rendijas, nos incita a quitarnos los botines y las medias; mi hermana y yo sin pensarlo muchos desatamos los pasadores y en un santiamén teníamos los pies refrescándose en el agua.
           No puedo detallar la libertad que sentí en esos momentos, odiaba los botines. Esos botines de cuero marrón que usé por muchos años, con las puntas duras y poco flexibles que eran una cárcel para mis dedos.
           Por eso cuando supe que Abebe Bikila había corrido descalzo la maratón en Roma en 1960 y que aún así ganó la medalla de oro en esas olimpiadas, lo comprendí enteramente. No creo que yo podría haber corrido una maratón sin zapatillas pero debo decirles que disfruto mucho cuando camino descalza, se desgranan en mi memoria miles de recuerdos, el agua de la canoa, el verde de la vegetación tupida que nos rodeaba y escucho las risotadas de mi hermano y el frío del agua que hasta ahora lo siento entre los dedos.
           Bikila fue etíope, no les voy a contar en cuantas olimpiadas participó ni cuantas medallas de oro ganó, les diré que este africano pertenecía a la guardia imperial del emperador Haile Selassie, nació de una familia numerosa y pobre. Más bien mi memoria me lleva por otros rumbos y mi pluma corre suave sin intentar batir ningún record.
           En esa maratón Bikila  tuvo que correr descalzo porque sus zapatillas estaban desgastadas y no le quedó tiempo para adecuarse a las nuevas. Además, descalzo corría más rápido, según su entrenador.
           Corriendo pasó por el obelisco de Aksum. Este fue robado por los italianos en la segunda guerra etíope-italiana. Aksum es una ciudad al norte de Etiopía y constituyó una de las más antiguas civilizaciones del norte de África. Sus pobladores construyeron este obelisco de veinticuatro metros de altura, en el siglo IV de nuestra historia. Se derrumbó, quizás por la acción de un terremoto, porque la zona es altamente sísmica y se partió en tres grandes moles.
           En 1937, el obelisco fue llevado a Italia como trofeo de guerra donde permaneció adornado la ciudad de Roma hasta no hace mucho. Italia se comprometió a devolver el obelisco, sin embargo no movieron un dedo casi medio siglo. La presión internacional ayudó a que Italia cumpla su compromiso, las quinientas toneladas de piedra llegaron a Italia en barco y retornaron a su lugar de origen por avión.
            Volviendo a Bikila, les contaré que  no sólo pasó por el Obelisco de Aksum, sino que culminó su meta en el Arco de Constantino, construido de mármol y ladrillos alrededor del año 300 DC con los despojos de otros monumentos para conmemorar la victoria de Constantino sobre Majencio, un emperador romano que terminó ahogado en el Tiber cuando intentaba huir.
           De este arco partió Benito Mussolini, el Duce, veinticinco años antes de la maratón de Bikila para conquistar Etiopía. Conquista, que hizo con artes poco santas, a un país empobrecido. Usó gases mostaza para derrotar no sólo al ejército etíope sino a la población civil. Gases prohibidos  por acuerdos internacionales que fueron violados por Italia con la complicidad de Inglaterra y Francia que solaparon este hecho criminal.
          Observo la fotografía de Mussolini y lamento su postura rígida, su uniforme ceñido al cuerpo y ajustado a la cintura con una correa ancha y más abajo sus pobres pies encarcelados en unas botas altas que le llegan hasta las rodillas. Su poder no le permitía disfrutar en público la libertad de los pies descalzos. Quizás tuvo una madre como la mía.