Joe Monroy Oyola
Arnold mira la hora en su reloj de pulsera:
son las seis con siete minutos de la tarde. Apaga la computadora, toma un
portarretrato plateado que está sobre el lado derecho de su escritorio, lo contempla.
Levanta el auricular, luego de poner el marco en su lugar, digita un número,
pero antes que timbre... corta. Sale de su oficina tocando la puerta del bufete
contiguo:
—Buenas
tardes, ¿se puede? —pregunta a la vez que va entrando—. Espero haya tenido un
feliz primer día de trabajo con nosotros, abogada Estella...
—Buenas tardes, adelante: Estella Rossini
es mi nombre. ¡Y, gracias, colega ¿Arnold?! —contesta con una amplia sonrisa
mientras que con sus ojos lo recorre. Déjeme mover los expedientes que están
sobre esta silla, tome asiento. Pero, llámeme solo, Estella —dice mientras
extiende su mano con una pequeña confitera de cristal. ¿Gusta un chocolatito?,
se los envían a mis padres desde Italia.
«¡Que cuerpazo de este hombre!, está alto,
no tiene anillo de matrimonio, debe tener unos treinta años..., es cortés,
viste muy bien, así me lo recetó mi doctor, ¡se ve perfecto!».
—Me llamo: Arnold Jones. No se incomode
Estella. Hoy nos presentaron a su llegada, ya estoy de salida, me voy al
gimnasio; tan solo quería ponerme a su orden, en caso de que necesitara alguna
ayuda no dude en preguntarme mientras se ambienta en nuestro edificio. Gracias
por el chocolate, la verdad, cuido el consumo del azúcar y de las calorías.
—A mí, en cambio, me encanta comer
chocolates y pastas, mis padres son italianos: Rossini —dice mientras sonríe y
se arregla de manera muy delicada su cabello castaño—, no voy a ningún
gimnasio, pero me gusta la danza, el baile, así me mantengo.
—Está usted en excelente forma, la
felicito.
«¡¡¡¿¿¿Qué diantres me pasó con esta chica
para decirle esto???!!!».
Estella sonríe, toma una de las golosinas
y le da un pequeño mordisco, intercambian tarjetas, él se despide con un
apretón de manos. Ella se mete en la boca dos chocolatitos y se chupa los
dedos. Arnold sale del estacionamiento de la oficina en su Audi convertible
color azul. Después de unos minutos llega al gimnasio, entra portando un
maletín deportivo blanco. Al terminar de trotar sobre la faja caminadora seca
su rostro y manos con una pequeña toalla blanca, sigue con una rutina de pesas,
de pronto suena su celular, posa las mancuernas sobre el piso que provocan un
sonido metálico, se tapa con la mano su oído izquierdo, la música está con
volumen alto, el sopor emanado de los cuerpos cubre el ambiente y va opacando
los vitrales gigantes, que, en forma de ele, conforman la esquina oeste del
gimnasio, los soplidos y pujos condensados de hombres y mujeres, producto de
pequeñas victorias o penosas derrotas caen decantados por los vidrios; Arnold
saluda a Michael: Disculpa, se me hizo tarde, ya casi termino. Miki le cuenta:
te he preparado pescado a la parrilla y tu ensalada de lechuga con queso,
pasas, además, almendras; Arnie le responde: ¡Guau, gracias, me baño y te veo
pronto!
—Arnold, no olvides que hoy veintiséis de
noviembre es cumpleaños de tu papá, llámalo.
—Gracias, lo sé no lo olvidé. Lo llamo del
auto; nos vemos luego.
Arnold se dirige a su auto, viste un buzo
color negro, zapatillas plomas, el viento otoñal de Texas abre su casaca.
Enciende su auto, apaga el radio; tengo años llamándote, no quieres hablar
conmigo, ni verme; pero, te llamaré papá..., entonces digita el número, le
tiembla la mano y presiona la tecla de llamada; suena el teléfono una y otra
vez... George, observa la pantalla del teléfono de casa que está sobre un
pequeño tapete blanco tejido a crochet, el mismo que le regaló su abuelita
Brinda el día de la boda, está sobre una mesita de madera circular color marrón
oscuro, con patas ornamentadas y delgadas, ubicada entre los muebles junto al
agasajado: ¡Es Arnie! Musita George; tiene entre sus manos una de las placas de
identificación militar en oro que mandó a confeccionar con su nombre, la otra
la porta su hijo con su propia información.
—Amor, debe ser nuestro hijo —expresa
Pamela, quien está cocinando pollo al horno.
Ella se acerca al sillón personal reclinable
de color verde donde se encuentra George con las piernas estiradas. Las
pantuflas, más planas que la pequeña alfombra de la entrada a la casa, están
tiradas hacia ambos lados del usuario. El control remoto del televisor en su
mano derecha. Está mirando por televisión un partido de fútbol americano, su
esposa le toma el brazo y agrega:
—Por favor, contéstale.
El teléfono sigue timbrando mientras
Arnold cierra los ojos y pone el celular en su frente...
—¡¡¡Papá, contesta!!! —grita Arnold,
sosteniendo su placa de oro con la mano izquierda.
Mientras en el bufete de abogados, Estella
sale de su oficina y camina hacia la derecha por el corredor central, está
mirando la tarjeta de su colega Arnold Jones, se acerca a la secretaria:
—Buenas tardes ¿señorita...? —pregunta
Estella—, buscando con la vista sin encontrar la placa del escritorio con el
nombre de la dama que está tipeando;
—¡Buenas tardes! Mucho gusto, soy la
señora Whitney. Disculpe, ya puede ver lo ocupados que estamos —contesta
esbozando una sonrisa, mientras mueve unos folders que copan casi todo el
pupitre.
La abogada se sonroja, sonríe y le muestra
la tarjeta, ambas entablan conversación, Whitney mueve la cabeza en forma
afirmativa mientras habla, hasta que la secretaria mira para ambos lados y se
cubre de forma parcial el lado derecho de su boca con la mano, algo dice.
Estella sin intención deja caer la tarjeta
personal, tiene sus labios separados, levanta la tarjeta... La joven abogada le
agradece a la señora Whitney, quien le pide que no comente lo conversado.
Claro, ni se preocupe le contesta Estella; mientras contempla la foto que la
oficinista tiene sobre su escritorio, se la ve abrazada con un hombre de raza
negra ambos sonriendo. ¿Es su esposo? La secretaria le confirma que se casaron
hace veinte años; esta es nuestra única hija, Jeannette de dieciocho años; ella
ha empezado sus estudios de medicina, y le muestra una foto en la graduación de
la secundaria. Estamos muy orgullosos. Estella la felicita; y se ofrece para
ayudarle a llevar la ruma de expedientes al cuarto de archivos, caminan pasando
junto a la pared de vidrio del lado izquierdo que deja ver las puertas
metálicas doradas del elevador; entran al área de archivos, se ven cientos,
quizá miles de expedientes ordenados en los anaqueles cubriendo todas las
paredes, otros que dividen en pasillos esta habitación, Estella dice: se
imagina, lo que representan todos estos legajos, cuántas historias de vidas. La
secretaria mira hacia el techo; «¿¿y esta, de qué carajos me está hablando??
Que no se haga, si a los abogados solo les interesa el dinero»; la joven letrada
inquiere a su acompañante: ¿verdad señora Whitney? ¿Señora Whitney? ¡Sí, claro,
tiene razón abogada!, afirma moviendo levemente su cabeza. Estella de regreso
en su oficina tipea en la computadora el nombre de Arnold Jones, ve una foto:
se toma ambas mejillas al mismo tiempo...
En la casa de los padres de Arnie sigue
timbrando el teléfono, George hace un ademán a su esposa con el índice derecho
hacia ambos lados, entonces se activa la contestadora automática:
—Papá, feliz cumpleaños, espero que te encuentres
bien y disfrutes la deliciosa cena que te habrá preparado mamá... Que tengas
una buena noche.
Pamela le sirve la cena a su esposo y le
pregunta por Ann, la hija de ellos, George le explica que solo tuvieron un
hijo: Arnie, no tuvieron más descendencia, le recuerda que después del primer y
único alumbramiento encontraron un tumor maligno en su útero, por lo que
tuvieron que realizarle una histerectomía total; ella llorando le dice que
miente; pero luego se calma y continúan cenando en el comedor, el viejo
televisor está conectado al prehistórico betamax como en cada festividad, se
ven las imágenes: están sentados alrededor de una mesa metálica color verde
colocada en el jardín, las hamburguesas llaman la atención cocinándose sobre
las brasas de la parrilla, George tiene un gorrito cumpleañero color verde
olivo que tiene una bolita de felpa amarilla colgando entre la ceja y el ojo
izquierdo; mira a la cámara riendo con la boca llena. Arnie apenas más alto que
la mesa está abrazando por el cuello a su papá, solo se distingue la blanca
mano izquierda de Pamela, donde brilla la sortija de matrimonio que le compró
George poco antes de la boda, y su voz junto a la cámara indicándoles que se
junten más; se escucha la canción de cumpleaños, entonces madre e hijo cantan
en desafinado dúo lleno de risas, bocas repletas de comida, el viento que sopla
hace salir volando el gorrito, levanta la llama y dispersa el humo de la
parrilla; pero en el comedor los esposos sin prestar atención al viejo video,
en silencio comen mirando cabizbajos cada quién su plato. Pamela menea la
cabeza: el que necesita ir al siquiatra es él yo no volveré jamás a esos
hospitales no estoy demente claro tengo una hija Ann o Ida no recuerdo su nombre, pero debo tener alguna en sabe Dios qué lugar no voy a tomar más esas medicinas yo
estoy sana no estoy loca
Arnold llega a su casa, apaga el motor,
levanta su celular, digita un número, está la foto de su papá, observa la
imagen, su mirada se queda firme... El pequeño Arnie está en su dormitorio sobre
la cama, en una pared hay un poster de los Dallas Cowboys, en otra, una
bandera de los Estados Unidos, debajo la foto del pelotón de marines que
integraba su papá; una espada de plástico plateada, camioncitos sobre el piso;
Arnie sostiene una pequeña muñeca rubia vestida con falda rosada y blusa
blanca, le está peinando la diminuta cabellera con un cepillo de pelo en
miniatura, cuando de modo repentino se abre la puerta de su dormitorio:
—¡¡¡Arnie esconde la muñeca, papá viene
del garaje!!! —vocifera Pamela cerrando apurada la puerta; el niño se apresura
a esconder la muñeca debajo de su almohada y acerca hacia sí unos juguetes
desde el otro lado de la cama... George entra al cuarto de su hijo, tiene entre
sus manos un trapo blanco con manchas de grasa que van oscureciendo la toalla
conforme se limpia en ella, le dice a su niño que estaba limpiando el motor del
carro; imagínate toda la grasa que había hasta en la maletera, verás lo bien
que la dejé, vente para que me ayudes a limpiar los vidrios; el niño mueve sus
labios hacia un lado le dice que claro, iría con él. George mira sobre la cama: unos tanquecitos
de guerra, soldaditos plásticos;
—¡Bien capitán Arnold Jones, ese es mi
hijo, serás un marine como tu padre!
—Voy a ponerme mis zapatos, papi...
Arnold se sobresalta con un ruido en la
ventana de su carro, era Michael, Miki como lo llama, quien le pregunta si su
papá le había contestado, Arnold menea la cabeza, su llanto fue consolado con
un abrazo; le comenta que sí llamó a su padre, pero como siempre no le
contestó. ¿Está lista la cena? ¡Claro!, le responde Miki. Entran abrazados.
Mia familia
Estella llega a la casa de sus padres, en
la ciudad de Addison dentro del condado de Dallas, donde también vive ella.
Al cerrar la puerta tira sus
zapatos en la entrada. Siente ese frío en los pies. Camina por la sala que luce
en la pared derecha un hermoso cuadro de la Torre inclinada de Pisa. Los
muebles hechos de caoba labrada con diseños estilo barroco están cubiertos con
tela dorada. Pasa por los inmensos ventanales que parten casi desde el piso de
madera hasta llegar al cielo raso, dejan ver el jardín bien cuidado, una área del mismo está cultivada con plantas de
frutos comestibles: tomates y pimientos.
Toca las largas y blancas cortinas con bobos
dorados, el olor a salsa casera que sale de la cocina parece invitarla a seguir
los rastros amorosos de mamá. Saluda a doña Sofía, su madre, con dos besos en
las mejillas, se cruza camino a la cocina con su hermano menor Giacomo, el
ingeniero civil, se besan y abrazan soltando un par de risotadas; sale del baño
don Lorenzo, el padre de Estella, con un periódico bajo el brazo, se estrechan,
conversan en voz alta. Estella toma a su madre de la mano llevándola a su
cuarto. En la intimidad de la habitación, le cuenta a su madre cómo conoció a
Arnold en su nuevo trabajo, que era americano, de cabello rojizo, con inmensos
ojos verdes; mamá, también es abogado, un hombre respetuoso y amable; dijo que
me veía linda, no me quitaba la vista de encima. Doña Sofía le pregunta: pero
¿estás segura de que es soltero?, mira lo que te pasó la última vez con ese tal
Bob: guapo, rico, pero te resultó casado y con hijos. No te confíes, averigua
en internet como ustedes los jóvenes saben hacerlo, porque los hombres con tal
de entretener la sua cosita son capaces de cualquier mentira. Entonces
Estella le confiesa a su mamá que ya había revisado, pero que detrás de su foto
del perfil personal estaba una bandera del arco iris. Doña Sofía se tomó ambas
manos: ¡Que lindo, entonces le gusta la naturaleza ¿será ecologista?! Estella
le comparte la confidencia de la señora Whitney en la oficina, que Arnold vivía
con un hombre. De la habitación sale un grito: ¡¡¡¿¿¿Te has vuelto loca hija???!!!
El once de abril del siguiente año ya cumples veintinueve años; desde que
empezaste en esa «iglesia» quieres rescatar gatitos, perros, ayudas con un
voluntariado a indigentes, y ahora esto. ¡¿Acaso quieres matar a mi Lorenzo?!,
él, sesentón y con su presión alta, no va a soportar esta barbaridad, desgañita
la madre. Estella le contesta: Estoy orando mamá: ¡Dios obrará, él lo cambiará!
¡verás madre!
¿Presentimiento, prejuicio?
George ha terminado de cenar junto a su
esposa, vuelve a su «escondite», aquella silla reclinable que le sirve para
apartarse del mundo, sin visitar ni conversar con amistades o familia alguna,
Pamela estaba lavando la vajilla, el chorro de agua del caño que conveniente
cubre el contenido sollozo de un padre. ¿Cómo pasó? ¡¡¡¿Por qué no me di
cuenta?!!! Aquel día que lo trajo a casa un año antes de graduarse, ese
muchacho se notaba tan delicado, y yo creyendo que a lo mejor era autista, o
que pasaba por depresión, tan retraído; nada gané contándoselo a Pamela: Viejo,
es tu imaginación me dijo que tal vez por ser militar yo no admitía la
debilidad, ¿a quién se me ocurrió preguntarle? Fue toda mi culpa, maldito
homosexual con cara de inocente, permití que estuviera cerca de mi hijo. Debí
ponerme fuerte para que siguiera la carrera militar, como yo. Ni crea que lo
voy a perdonar, la vergüenza de tener un hijo maricón; terminaron yendo a la
misma universidad, ahora dice su madre que se van a casar. ¡¡¡Muerto, muerto
está para mí!!! El control remoto impacta el piso y ruedan las dos pilas del
aparato electrónico, una va hasta debajo de la mesa de centro de la sala, la
otra desaparece en algún lugar del comedor.
Cada mañana Estella entra a la oficina de
Arnold, saludándose comparten el oloroso café arábico que prepara en la cocina
de los empleados, hay ocasiones cuando les toca trabajar en la misma causa,
conforman un buen equipo, los casos victoriosos van dando que hablar, la
atónita secretaria se convierte de animada espectadora, en leal cómplice de
Estella. Una noche Miki intenta comunicarse con Arnold, le marca, son la siete
y media; es jueves no le toca gimnasio, teníamos que encontrarnos con los
chicos en el bar, es noche de concurso. Desde cuando le conversé que podríamos
casarnos y luego adoptar un niño, ha cambiado tanto, hasta dejé de ejercer la
abogacía para dedicarme a él y a la casa; ni modo no creí que debíamos dormir
más en la misma habitación. Se endereza o lo enderezo, tantos años para nada,
no es justo; pero extraño su voz cuando me decía: Dulces noches mi Miki. Y
ahora ¿por qué no contesta? Bueno, te lo pierdes. ¡Me voy a ver a los chicos!
Michael apaga el celular. Al salir de la casa observa un auto negro con las
lunas polarizadas estacionado muy cerca.
—Caray, se está haciendo tarde Arnie, ya
me voy. Nos vemos mañana —dice Estella moviendo en círculos el llavero—. Sabes,
está fallando mi carro, este sábado lo llevaré al taller de mecánica.
—Claro, no dejes pasar más el tiempo.
Hasta mañana Estella —le contesta, y cuando ella sale caminando muy despacio,
él se queda contemplando su silueta, la forma en que camina.
Al llegar al estacionamiento de la oficina
para tomar su carro, Arnold encuentra a Estella con el capó del auto levantado,
se acerca; ¿cuál es el problema?, ella le dice que no arranca y patea la llanta
delantera derecha; él le agrega: si gustas te puedo llevar a tu casa, ¿No te
resulta una gran molestia Arnie?; el cordial colega le afirma: claro que no,
ja, ja, ja, creo que ya somos amigos ¿verdad? Gracias eres un caballero; espero
que tu «amigo» Miki no te pegue, Estella se ríe. No, no va a pasar nada, nos
tenemos confianza el uno al otro.
—Arnie, te voy a cambiar de nombre, te
llamaré «angelito» desde ahora.
«Angelito, me
contaste que detestas la mecánica, fue tan fácil desconectar el borne de la
batería...».
Michael está bebiendo tequila, esa noche
hay concurso de imitadores aficionados, las mujeres representan artistas
masculinos, los hombres a las artistas féminas. Miki está bebiendo sentado en la
barra, sin control alguno, lleva su quinta copa, viste un pantalón jean azul,
polo rosado, zapatillas azules. Uno de los concursantes, un joven afroamericano
vistiendo como bailarina de mambo se acerca junto a él y se saludan. Después de
mirar juntos el concurso, Michael llama a la chica que atiende en el bar, ella
viene disfrazada de Charles Chaplin, y le paga la cuenta; Miki es ayudado a
caminar, están a punto de subir al auto del joven afroamericano cuando un
vehículo con los vidrios polarizados se acerca, baja un hombre con pasamontañas
que cubre su rostro y tiene un bate metálico plateado en sus manos, los
sorprende por la espalda golpeándolos, caen las víctimas a la vereda, el
agresor los empieza a patear, Michael se sobrepone y forcejea con el atacante,
pero un golpe en el rostro lo hace caer exánime. Quedan sobre el pavimento dos
cuerpos con los rostros ensangrentados, el reloj de Miki está sobre la vereda,
dejó de funcionar a las nueve y cincuenta y un minutos, una de las zapatillas
azules llega hasta la pista, hay salpicaduras de sangre junto a los
agredidos...
Cena de familia
Doña Sofía estaba mirando por la ventana,
regresaba a la cocina; Lorenzo mira pasar a su mujer, una y otra vez, su esposa
se le acerca: querido, la nena ha llamado, se le malogró el carro y un
compañero de trabajo la está trayendo, cámbiate que lo va a hacer pasar a cenar
con nosotros, y date una peinadita, dile al nene que se cambie también. Lorenzo
le contesta ¿¿Cuál nene?? Giacomo tiene veinticuatro años, además mi ropa no
tiene nada de malo; entonces, Sofía le insiste: ¡estás con pijama!
—Baja la velocidad, es en esta casa
blanca, no, no, retrocede, es la primera —indica Estella, señalando con el
índice de su diestra, mientras con su mano izquierda toca en forma delicada el
hombro derecho de Arnold—. Aquí mismo es.
—Déjame ponerme mi corbata, no quisiera mostrar
pocos modales a tu familia...
—¿¿¿¡¡¡Ja, ja, ja!!!??? —Mira, cuando mi
papá se viste con terno le preguntamos: ¿dónde es la fiesta de disfraces? Estás
bien, anda entremos.
—Bueno, como digas.
Antes que Estella abra la puerta, María,
una dama guatemalteca que ayuda en la cocina y en la limpieza, los invita a pasar:
adelante niña, señor buenas noches; Estella la presenta: es María, quien ayuda
a mi mamá, Arnold la saluda: mucho gusto.
Lorenzo baja vistiendo un terno azul camisa celeste, bufanda roja,
aunque calzando chalupas, la familia se reúne con el invitado, Giacomo sirve
las copas con vino tinto italiano. Doña Sofía engalanada con un vestido negro
brillante de mangas largas, el collar de perlas parece competir en brillo con
el reloj de pulsera, va bajando por la escalera en curva, a paso lento
tomándose del pasamano con la izquierda. Estella mueve su cabeza escondiendo su
sonrisa, al llegar a piso firme saluda: Bienvenido joven. La cena transcurre en
un ambiente cordial; padre, hijo, hija fluyen graciosos en informalidad. Están
en el comedor, comiendo sobre aquella larga mesa de madera con doce sillas, un
cuadro muestra una campiña con ocho mujeres vistiendo traje de jornada
levantando unos inmensos racimos de uvas negras, Arnold conversa en forma amena
con don Lorenzo y Giacomo, por momentos doña Sofía y Estella comparten la
plática también. Arnold mira su reloj y nota que son las diez y cuarenta y un
minutos. Se levanta de la mesa agradeciendo la cena. Estella lo acompaña hasta
la puerta, ambos sonríen, el doble beso en las mejillas hace ruborizar al joven
abogado; se cierra la puerta. Mientras cada hermano se retira a su habitación,
Lorenzo después de tirar el saco sobre uno de los muebles ayuda a su esposa
recogiendo la vajilla y llevarla a la cocina donde María está lavando los
trastes; vieja, me encantó este muchacho: educado, buena presencia,
profesional, tenemos que hablar bien con nuestra hija, ¡que este no se le
escape! Aunque ella está con eso de que está esperando al hombre que Dios mande
a su vida; él debe estar muy ocupado allá en el cielo, así que...; Sofía posa
su índice izquierdo sobre los labios de Lorenzo, empieza a hablarle en voz
baja, ella mueve la cabeza y le caen unas lágrimas; él se queda paralizado,
junta los extremos de los dedos de cada mano y menea a la vez ambos brazos de
arriba hacia abajo: ¡¡¡Está loca!!! Yo quiero tener nietos que corran, jueguen
fútbol, se peleen; él observa a María y le dice a su esposa que mejor hablen en
italiano; entonces Lorenzo vocifera:
—¡¡¡Voglio nei nipoti, non delle
farfalle che volano via; se nasce un uomo che lo chiama: Giussepe Maria; se
nasce una donna: Maria Giussepe, non si sa mai!!!
Entonces, María que está en el lavadero de
la cocina estalla en risa. Doña Sofía voltea el rostro hacia la dama
guatemalteca, se acerca despacio con el cuello estirado para adelante con los
ojos achinados, le quita el celular que tiene en la mano y lee: TRADUCTOR
—¡¡¡Quiero nietos, no mariposas que salgan
volando!!! Si nace varón que le ponga por nombre: José María; si nace mujer: ¡¡¡María
José, por si acaso!!!
Doña Sofía borra lo traducido, tira el
celular cerca del lavadero, se van al dormitorio.
¿Quién está libre de culpa?
Arnold, al salir de la casa de Estella
revisa su celular, tiene llamadas perdidas de Miki, encuentra un mensaje de
texto, sube a su auto. En el nosocomio pregunta por Michael, dos policías se
acercan, le hablan. Luego de unos minutos entra al cuarto L 271. Miki está
consciente, el recién llegado se sienta al lado, una enfermera le termina de
tomar la presión al paciente, revisa el suero y se retira. Para Arnold es
difícil asimilar a través de los policías, la declaración de testigos: Michael
se estaba besando con la otra víctima del ataque y que se iban juntos al
momento de ser atacados; pero él también sabe que está coqueteando desde
semanas atrás con Estella. Al día siguiente el joven abogado no se presentó. El
domingo dieron de alta a Michael y a la otra víctima. Miki al llegar a casa le
pide conversar a Arnold, se sientan en la sala. Están hablando en forma
calmada, luego de unos minutos cojeando va a su cuarto, abre el closet de la
habitación, empieza a empacar sus ropas. Al cabo de una hora suena el timbre de
la casa, desde su cuarto dice: por favor, es el señor del taxi, otro día mando
a recoger el resto de mis cosas y sale con una maleta. Un abrazo sella la
despedida. Ya en el auto, Michael entrega un papel al conductor; lléveme a esta
dirección. Al llegar al destino indicado dice al conductor que por favor lo
espere unos pocos minutos...; apoyado con su diestra en un bastón toca el
timbre, tiene un sobre pequeño en su mano izquierda. La puerta se abre, una
mujer madura lo mira atónita, y lo hace pasar, lo acompaña hasta la sala,
George lo mira sorprendido: Buenas tardes, señor Jones. Imagino su sorpresa de
verme llegar a su casa; George trata de hablarle: ¿Qué hace...? Michael le pide
que no lo interrumpa:
—Sabe señor Jones, sí, soy homosexual,
pero también un ser humano con sentimientos, que a pesar de todo lo respeta.
Arnie lo ama, pero sufre con su desprecio y condena. Tan solo vengo a decirle
que él y yo hemos terminado. Ahora es cuando más los necesita a ustedes, sus
padres. Lo quiero, pero sé lo que él aún ignora: algo lo cambió. Él dejó de ser
homosexual. ¡Jamás entenderé cómo pasó!
Siento que anhela una familia, hijos, el amor de una mujer.
—¡¡¡Maricón que haces aquí, lárgate antes
de que llame a la policía!!! —contesta George de manera desaforada haciendo el
ademán de pararse—. ¡¡¡Ustedes los homosexuales son enfermos peligrosos,
escoria de la humanidad!!!
—No se preocupe, ya me retiro, pero le
traigo dos cosas que perdió: —dijo Michael entregándole el sobre—. Esta primera
es algo material; hace unas noches de manera involuntaria quedó en mi poder,
ábrala si tiene la hombría de la que se ufana.
George abrió el sobre y dejó caer en su
mano derecha el contenido...
—Es la placa que perdió en el cobarde
ataque de hace unas noches contra mí y otra persona, en las afueras de un club.
La segunda, es la misericordia; su delito podría costarle años en prisión; por
ello le muestro compasión; porque todos cometemos errores, ofensas, bajezas. Si
no conoce el perdón, no podrá darlo a otro. Pero, no le diga nada a Arnie de la
medalla; ¡No lo confunda con su falta de hombría! Michael
da la vuelta en la sala, Pamela observa en silencio, la puerta de la casa se
cierra. La prenda metálica, sobre la temblorosa mano de George, muestra aún
rastros de sangre seca.
El martes siguiente Arnold está en su
trabajo. Estella al verlo llegar se acerca con dos tazas de café, se sienta muy
junto a él, a través del vidrio se contempla a una mujer tomando las manos de
un varón. Ella empieza a orar, él rompe en llanto: Entonces la señora Whitney
camina presurosa y sin preguntar abre la puerta de la oficina de Arnold para
dejar caer las persianas, cerrar la puerta y poner un letrero plástico que
dice: En conferencia.
Estella camina en forma pausada del brazo
de don Lorenzo, su papá. La hermosa voz de una soprano, acompañada por el
antiguo órgano de la iglesia, regala una bella interpretación del Ave María. Un
niño sostiene la larga cola del vestido blanco de la novia. Una niña va dejando
caer pétalos blancos. Pocas personas
notan que el vestido tiene pliegues para disimular la barriga de cinco meses.
Padre e hija van por el pasillo central. Hacia los lados, dos hileras de bancas
de madera decoradas con rosas blancas cuya fragancia cubre la iglesia que está
llena de invitados, cada quien más elegante que el otro. Al frente el pastor en
los atrios. Arnold embelesado la espera;
a su lado, como testigo su mejor amigo: Miki, a quien George y Pamela saludan.
Aparte de familiares y compañeros de trabajo, también asisten amistades comunes
de Michael y Arnold; Doña Sofía le hace muecas a Estella que meta la barriga,
Giacomo se ríe pues su papá viste un terno plomo brilloso, camisa blanca,
corbata negra con rombos blancos, pero un gran juanete en su pie derecho le
impidió cambiarse las sandalias por los zapatos negros traídos de Italia. Los
novios se contemplan, de pronto, ella siente náuseas, sobreviene una violenta
arcada..., el pastor trata de dar un paso atrás...; ocurre justo cuando el
fotógrafo toma la foto para la posteridad.