Marcos Núñez
Anochecía en Villaflores cuando una
patrulla pasó a gran velocidad, haciendo escándalo con su sirena. En aquel
barrio obrero y polvoriento, la gente se preguntaba qué habrá sucedido, no daba
crédito a tal escándalo. Igual Isidro Maldonado, quien tuvo que taparse los
oídos con sus dedos índices y vio que la camioneta se dirigió hacia el sur.
Después que se alejó, se llevó la mano derecha a su mentón: «¿Habrá sido un
choque o un asesinato?», dijo en voz alta mientras reanudaba su caminata. Al
llegar a la delegación encontró a un policía haciendo guardia, era un tipo
moreno y gordo. Al pararse a unos metros de él, Isidro se veía más alto y
delgado.
—Disculpe, oficial, ¿podría decirme
qué sucedió?
—Este no es asunto suyo, pasó algo,
punto —respondió el guardia.
—Tal vez debería buscarse otro
empleo, amigo.
El
radio receptor estaba encendido, los oficiales que se encontraban en el lugar
de los hechos se comunicaban: «Cuatro, estamos ante un viejo tirado a medio
camino, sigue lo correspondiente, cambio».
—Enterado, cambio —respondió el
guardia.
—¿Un asesinato o un accidente?
—dijo Maldonado como si pensara.
—Señor, usted no tiene nada que
hacer aquí, váyase. No esté de metiche.
—A lo mejor es asunto mío —replicó
Maldonado mirando con desprecio al guardia.
Salió de
la miserable delegación, pero se ubicó a un lado de la entrada. El espacio
interior hacía eco y podía escuchar lo que se decía por radio: «Al parecer es
un viejo de allá, cambio», «Enterado, cambio». «Pinches policías, les gusta
hacerle al cuento, seguro no resolverán esto, lo dejarán como siempre al ahí se va, maldita justicia, desde que
alguien mató a mis padres y nadie hizo nada por dar con el asesino, la odio, si
tan solo investigaran, si lo intentaran de verdad otro gallo nos cantaría»,
pensó Maldonado, luego bajó la mirada y negó resignado, «algo se tiene que
hacer». Así estuvo en su silencio un minuto hasta que se retiró del lugar y se dirigió
al parque Monterroso, un lugar sombrío apenas iluminado por un foco público; ya
eran las ocho, pero las tiendas aún estaban abiertas, por las banquetas iban y
venían mujeres con sus hijos y obreros que se dirigían a la factoría de azúcar
que se ubicaba en los límites de la colonia; por la avenida pasaban haciendo
ruido taxis, camiones cañeros, tráileres, camionetas y tractores. Maldonado los
vio mientras cruzaba el negro parque, le
era tan familiar su oscuridad que aun así podía ver a las parejas de jóvenes
besándose en una banca, o a los borrachos que conversaban aparentemente sin
sentido, «Sí, lo más seguro es que fue un asesinato», pensó. Al llegar a la
esquina cruzó la avenida y entró en el Piedra Rodante, un estanquillo que tenía mal dibujada en su muro derecho la
imagen de una boca roja sacando la lengua. Allí se escuchaba música de rock a bajo volumen, olía a humo de cigarro; Maldonado miró a su alrededor y encontró
lo de siempre, dos refrigeradores con refrescos, al fondo dos mostradores con
las revistas y golosinas, a un costado los clientes que conversaban sentados en
las mesas metálicas. Se fue a los mostradores a escoger su historieta favorita El libro policíaco; Maldonado la destapó,
la acercó a su nariz para olerla, se sentó en una mesa, pidió un refresco y se dispuso
a leer.
Al hojear
la revista, Maldonado abrió con sorpresa los ojos y después frunció las cejas.
El cuento de ese número 1342, se titulaba Crimen
en la carretera. Cerró la revista y se dirigió al dependiente, un hombre
bajo de estatura, blanco de piel y con bigote grueso.
—Fredy, una pregunta.
—Una respuesta, mi estimado Mal.
Maldonado
sonrió.
—Sé que la revista llega los
martes, hoy es jueves. La otra vez me dijiste que solo te llegan seis
ejemplares y quedan tres con el que acabo de tomar. ¿Recuerdas bien quiénes te
compraron los otros tres?
—Más o menos. ¿Por qué?
—Por curiosidad, ¿viste que se fue
a rompe madre la patrulla?
—Sí, no manches, me estás
inquietando, cuéntame.
—Me acabo de enterar de que
encontraron un muerto a media carretera, no sé a qué altura, pero estoy seguro de
que fue rumbo a la Unión.
—No la chingues —respondió Fredy—.
¿Y eso qué tiene que ver con la revista?
—Mira —Maldonado le señaló el
título del cuento y Fredy abrió la boca de sorpresa.
—¿Entiendes que hay una
coincidencia?
Unos
clientes se acercaron a pagar y Fredy se disculpó un minuto.
—Sí que es coincidencia, pero solo
una fantasía. Yo la verdad no leo esas chingaderas,
porque luego te hacen pensar tonterías. Mejor leo el Rolling Stone.
—Y si existe una relación, ¿entonces
qué, mi estimado Fredy?
—Ahí sí te diría que eres listo de
verdad.
—Bueno, ahora habla.
—Tú quieres saber quiénes compraron
los otros ejemplares, eso, según tu fantasía,
te puede ayudar a encontrar al asesino, ¿no es así?
—Efectivamente, Fredy, has dado en
el clavo.
—Solo te voy a decir porque eres
cliente, pero siento que se está botando tu canica. El primer ejemplar lo
compró una niña que no había visto, como de trece años, usaba pantalón de
mezclilla, blusa blanca, se veía bonita y llevaba una diadema roja en el
cabello. El otro cliente fue un trailero que se estacionó antes de llegar a la
glorieta, su camión iba cargado de azúcar, vino, sacó una Coca Cola de litro,
agarró un Proceso y El libro policíaco, pagó y se fue en su
tráiler. Esos dos clientes vinieron el martes. El tercer ejemplar lo vendí ayer
a un tipo que vino de playera roja, se veía que era pobre y parecía que se
acababa de bañar, este me llamó la atención, porque se compró tres revistas
porno y el policíaco, además se llevó una canastilla de cervezas y cigarros.
—Ninguno de los tres me parece
conocido —opinó Maldonado.
—A lo mejor ninguno tiene que ver
con el asesino, es algo que ya te metiste en la cabeza por leer pendejadas.
Maldonado
miró a Fredy con un leve gesto de enojo.
—No te creas, en esta revista se ha
dicho que hasta el más mínimo detalle pudiera resolver un caso.
—Mejor descansa, ya mañana sabremos
qué sucedió, seguro saldrá en el diario ¡Por Esto!
—A lo mejor desde antes sale
información.
Eso decía
Maldonado cuando una camioneta negra rechinando llanta, se detuvo en la
ferretería ubicada al otro lado del parque.
―¡Qué te dije, Fredy! A mí se me
hace que el muerto o el asesino tienen que ver con los Ramírez.
―¡No te metas, Mal! Deja eso en
manos de la policía, es su trabajo y tú andas de curioso.
Maldonado
ignoró lo dicho. Pagó con un billete de a cincuenta y Fredy le dio uno de a veinte
como cambio. Vio que de la camioneta salió Ramiro, un muchacho veinteañero que
sin cerrar la portezuela se metió corriendo a la ferretería gritando, «¡mi papá
está muerto!», Maldonado supo así que era don Eleazar Ramírez, su compadre que siempre
lo trató bien. «Esto ya es personal, ahora con más razón debo saber qué sucedió»,
pensó. Se acercó de manera prudente y alcanzó a sentir el olor de la llanta
quemada en el pavimento, junto con él numerosos curiosos también se acercaron.
El joven Ramiro y su madre se veían abrazados, lloraban. «¿Por qué lo habrán
matado? ¿Quién? ¿La niña de trece años, el trailero, el hombre de la playera
roja? ¿Por qué en la carretera? Me lleva la que me trajo, tengo que saber dónde
sucedió», a Maldonado le sudaba la frente y con los dedos de la mano izquierda
apretaba la revista. En eso estaba cuando Ramiro salió a bajar las cortinas. Maldonado
volvió al estanquillo, donde Fredy escuchaba Start me up, de los Rolling
Stones. Le tuvo que hablar fuerte.
―¡Te ves muy a gusto!
―¿Qué? ―Fredy bajó el volumen a su
estéreo que tenía al lado de su caja registradora.
―Decía que tú me ayudarás a
resolver este asesinato ―dijo Maldonado ya en tono relajado.
―Ya dije todo lo que querías, no
estés fregando ―Fredy subió un poco el volumen, que apenas fue suficiente para
el ruido de un camión cañero que pasaba.
―No seas canijo, Fredy, solo quiero
saber unas cosas.
―¿Crees que no me duele saber que
mataron a Eleazar? Desde aquí alcancé a ver que su hijo bajó corriendo. Era un
buen cliente y mi amigo. No quiero saber nada.
―¿Y por eso pones tu música así?
¿Para evadir algo que sabes?
―La puse porque sabía que
volverías.
―No seas ojete, sabes cosas que
pueden servir, era mi compadre.
―Yo sé cosas, pero tú no andes
donde no te llaman. Mejor anda a leer tu revista, que mañana debes seguir
haciéndote pendejo en la biblioteca.
―Sí, ya sé que solo soy un
bibliotecario de barrio, pero no seas así, Fredy, cuéntame lo que sabes de
Eleazar, que a lo mejor damos con el asesino y por qué lo mató.
―Deja eso a la policía, no sigas.
―¿A poco crees que la policía va a
resolver esto? Cuando mucho lo dejará en averiguación previa, hará como que
investigó y dirá que el asesino o los asesinos se dieron a la fuga. Quizá yo
pudiera averiguar algo más.
―¿Y tú que ganarás con todo esto,
Mal?, porque no le veo chiste.
―Nada, Fredy, yo quiero la verdad, entender
lo que pasó con mi compadre, además quiero saber qué se siente resolver un caso
y desaburrirme. Dime lo que sabías de Eleazar en los días más recientes, yo
siempre supe que era buena persona.
―Ni tanto, hace una semana corrió
un chisme que no creí que fuera cierto, ese Eleazar traía su cola que le pisen,
se lo tenía bien guardado.
―¿Era marica? ¿Mató a alguien?
¿Robó?
―No, nada de eso. Dicen que a doña
Celestina, tu comadre, le puso tremendo cuerno con una señora de la colonia
obrera.
―¿Qué más le sabes?
―Solo eso, pero dicen que la otra
mujer era muy joven.
―¿Tú crees que ella haya sido la
asesina?
―¿Ya ves? Estás fantaseando, ya te
sientes detective, no manches, esto es serio.
―Es en serio, cabrón. Gracias por
el dato, Fredy, eres melindroso pero ya me diste un norte.
―¿A dónde vas?
―¡Qué te importa! ―respondió
Maldonado con una sonrisa burlona.
―¿Ya ves cómo eres mal amigo?
―expresó Fredy indignado― al menos dime.
―No seas nena, no digas nada, pero
voy a la escena del crimen.
Fredy ya
no respondió y subió el volumen a su estéreo, donde sonaba Paint in Black de los Rolling
Stones. Maldonado caminó de prisa a su casa, encendió su Tsuru y condujo
rumbo al sur, con ruta a la Unión. «Antes de que Fredy cierre su changarro, le
diré quién fue el asesino y por qué mató a don Eleazar. Estoy a punto de
resolver este caso, está papa». En el kilómetro quince, al llegar a la curva
que da entrada al pueblo de Cacao, Maldonado vio las luces de una patrulla. Un
policía alto y con lámpara en mano encendida daba paso a los autos, otros dos
trataban de alejar a los curiosos. Maldonado se detuvo, sacó su propia lámpara
y salió. El cuerpo ya no estaba, pero entre la gente alcanzó a ver que allí
seguía el coche Jetta azul marino de
don Eleazar, con el parabrisas roto a causa de un impacto de bala. El policía
que daba paso a los autos se le quedó viendo y le alumbró la cara.
―¿Qué hace usted aquí? Circulando,
señor.
―Ya me voy ―respondió Maldonado.
―Apúrese, si no se le detendrá por
obstrucción de la justicia.
Maldonado
sonrió y soltó una silenciosa risa. «Ignorante, y es policía». Alumbró hacia
abajo y en el suelo vio polvo blanco, entonces se puso de cuclillas para
sentirlo con sus dedos, advirtió que no era un polvo fino, levantó un poco y lo
probó, enseguida sintió el sabor dulce. Más adelante encontró dos colillas de
cigarro. «No era solo un asesino y creo que don Eleazar no andaba armado, le
madrugaron». Faltaba lo mejor: se acercó a la orilla del camino, alumbró y la
encontró, era su revista favorita con el número 1342. Maldonado sonrió y pensó:
«Ahora sí sé lo que se siente encontrar una pista. Bendito sea Dios». Se
incorporó.
―¡Ya lárguese! ―dijo el policía que
daba paso a los automóviles― o aquí mismo le disparo por sospechoso.
―Usted no me hará nada ―respondió Maldonado―
el caso yo lo resolveré.
―¡¿Qué?!
―Ustedes son tan lentos que hasta
dieron tiempo a la huida del asesino.
―¡Deténgase!
―¡Ni loco!
En eso
Maldonado subió a su Tsuru, encendió
y se echó de reversa, después se dio la vuelta con rumbo a Villaflores y
pensando en llegar directo al estanquillo de Fredy. Manejó a gran velocidad,
pero al llegar al parque vio que el estanquillo estaba cerrado. «Malvado Fredy,
se me adelantó». El barrio estaría oscuro si no fuera porque la ferretería
mantenía levantadas las cortinas, de allí salía luz. «Qué lamentable, mi compadre
muerto y ahora preparan el lugar para velarlo, mañana seguro lo traerán». Desde
cincuenta metros Maldonado vio que algunas personas se acercaron a ayudar,
otras a consolar a Ramiro que no paraba de llorar, pero a su comadre Celestina
la vio muy tranquila, incluso se veía enojada y satisfecha. «Esto está
raro", es para que ella esté desconsolada, como su hijo», pensó. En eso
bajó del Tsuru y se acercó. Encontró a Ramiro parado en la entrada de la
ferretería, una muchacha lloraba con él. Maldonado se acercó, lo abrazó y el
muchacho se recargó en su hombro diciéndole «padrino, mataron a mi papá», «no
te preocupes, mijo, de esto al menos se sabrá quién fue el culpable, aunque la
pinche justicia quede inmóvil como siempre». Después de eso, Maldonado entró al
lugar y vio a doña Celestina seria, mirando hacia el suelo, mientras las demás
personas movían la mercancía para despejar el espacio donde velarían a don
Eleazar.
―Reciba mis condolencias, comadre
―Maldonado abrazó a la mujer que ni siquiera levantó los brazos, estaba rígida,
era delgada y a él le pareció percibir su olor a talco.
―Así son las cosas, compadre, ya le
tocaba ―respondió doña Celestina―consuele a su ahijado, él está muy afectado.
«Entonces
usted no está muy afectada», Maldonado quiso responderle, pero se contuvo.
Salió para volver a abrazar a Ramiro, a quien apadrinó al salir de la
Secundaria. Lo consoló y el muchacho no habló porque su llanto no se lo
permitió. De allí volvió al Tsuru, al sentarse vio en el asiento de copiloto El libro policíaco. «Ni siquiera lo he
leído, nada más me dejé llevar por el título y supuse que tenía que ver con el
crimen. Por un momento pensé que Fredy tenía razón, que todo se trataba de una
fantasía, mis malditas ganas de vivir una historia policíaca». Maldonado abrió
la puerta, salió, se pegó al coche y comenzó a orinar mientras la puerta estaba
abierta, procurando que no lo vean y cuidando de no mojar ni sus zapatos ni la
cabina. «¿Y si doña Celestina tiene que ver con la muerte de mi compadre?», se
preguntó mientras se oía caer el chorro. Al volver a sentarse, rápido cerró
para no sentir el olor y no volver a ver la espuma de su orín, encendió la luz
y se dispuso a leer, eran las once de la noche. Al seguir la historia,
Maldonado abrió la boca y empezó a respirar ansioso, no daba crédito de lo que
estaba leyendo. «Cuando Fredy sepa lo que pasó, hasta sed le va a dar»,
Maldonado sonrió, encendió el Tsuru y
manejó hacia su casa.
A las
siete de la mañana, Maldonado desayunaba en la lonchería Estrellita Azul,
cuando vio que llegó el coche Atos
del diario ¡Por Esto! «Ya es hora de acercarme». Al llegar al estanquillo,
encontró a Fredy desamarrando los periódicos.
―Allí estás de nuevo ―dijo― ¿Qué
averiguaste?
―Vengo a decirte, que el caso está
resuelto y la policía va a valer un carajo.
―¿De verdad? ¿Cómo lo sabes?
―preguntó Fredy mientras dejaba de acomodar los periódicos.
―Vas a decir que estoy loco, pero
la revista policíaca es la clave. Allí se cuenta la historia de una mujer
madura que manda a matar a su marido.
―¡No manches! ¿Neta? Pero cómo.
―En la revista dice que la víctima
la engañaba con una mujer joven, y que también estaba casada. Entonces la mujer
madura mandó a llamar al esposo de la mujer joven, le dijo lo que sucedía y le
pagó mucho dinero para matar al esposo ¡Fredy! Salvo unos cambios, la historia
es la misma.
―Estás loco, Mal, necesito pruebas.
―Mira, en el lugar de los hechos vi
azúcar regada en el suelo y encontré este ejemplar de la revista. Ahora saca
tus conclusiones.
―¡Uy! Puede ser que haya sido así ―respondió Fredy pensativo―. Entonces, las revistas que vendí...
―Sí, mi estimado, Fredy ―Maldonado
interrumpió― al menos dos ejemplares tuvieron que ver con el asesinato. Si cateáramos
la casa de doña Celestina, allí encontraríamos el otro ejemplar. Pero como no
lo podemos hacer, dejémoslo así. Solo quisiera ver el periódico antes de irme a
la biblioteca.
―¡Adelante!
Maldonado
tomó un ejemplar, lo abrió y con sorpresa advirtió que se había publicado algo
en la nota roja. Levantó el rostro y le dijo a Fredy:
―¡Escucha!: "Encuentran a un
hombre muerto en la carretera de Villaflores a Cacao, según los datos
policiales, se presume que fue un asalto a mano armada y que los delincuentes
se dieron a la fuga, bla, bla, bla..."
―¡Vaya! ¡Qué versión tan diferente!
―dijo Fredy negando con la cabeza.
―Así las cosas ―respondió
Maldonado.
―Te creo más a ti.
―¿De verdad?
―Sí.
―Con eso me basta, me puedo ir
tranquilo a mi trabajo. Nos vemos.
Maldonado
levantó la mano para despedirse y se fue caminando a la biblioteca pública,
pensando: «¿Le contaré esto a mi ahijado? ¿Qué pasará con mi comadre si se
entera? Seguro me mandará al carajo y deberé cuidarme de ella, sino al rato
seré yo el tirado en la carretera». Luego de un rato, al llegar a la puerta de
la biblioteca, Maldonado dijo en voz baja: «Mejor no diré nada y pediré a Fredy
que tampoco lo haga. De la policía, ¿qué puedo pensar?, seguro en este caso tampoco
habrá justicia». Entonces abrió la puerta, le puso la patita para que se quede
abierta y se sentó en su escritorio a la espera de los estudiantes de
secundaria que suelen llegar a hacer tarea.