viernes, 28 de octubre de 2016

Crimen en la carretera

Marcos Núñez


Anochecía en Villaflores cuando una patrulla pasó a gran velocidad, haciendo escándalo con su sirena. En aquel barrio obrero y polvoriento, la gente se preguntaba qué habrá sucedido, no daba crédito a tal escándalo. Igual Isidro Maldonado, quien tuvo que taparse los oídos con sus dedos índices y vio que la camioneta se dirigió hacia el sur. Después que se alejó, se llevó la mano derecha a su mentón: «¿Habrá sido un choque o un asesinato?», dijo en voz alta mientras reanudaba su caminata. Al llegar a la delegación encontró a un policía haciendo guardia, era un tipo moreno y gordo. Al pararse a unos metros de él, Isidro se veía más alto y delgado.

—Disculpe, oficial, ¿podría decirme qué sucedió?

—Este no es asunto suyo, pasó algo, punto —respondió el guardia.

—Tal vez debería buscarse otro empleo, amigo.

            El radio receptor estaba encendido, los oficiales que se encontraban en el lugar de los hechos se comunicaban: «Cuatro, estamos ante un viejo tirado a medio camino, sigue lo correspondiente, cambio».

—Enterado, cambio —respondió el guardia.

—¿Un asesinato o un accidente? —dijo Maldonado como si pensara.

—Señor, usted no tiene nada que hacer aquí, váyase. No esté de metiche.

—A lo mejor es asunto mío —replicó Maldonado mirando con desprecio al guardia.

Salió de la miserable delegación, pero se ubicó a un lado de la entrada. El espacio interior hacía eco y podía escuchar lo que se decía por radio: «Al parecer es un viejo de allá, cambio», «Enterado, cambio». «Pinches policías, les gusta hacerle al cuento, seguro no resolverán esto, lo dejarán como siempre al ahí se va, maldita justicia, desde que alguien mató a mis padres y nadie hizo nada por dar con el asesino, la odio, si tan solo investigaran, si lo intentaran de verdad otro gallo nos cantaría», pensó Maldonado, luego bajó la mirada y negó resignado, «algo se tiene que hacer». Así estuvo en su silencio un minuto hasta que se retiró del lugar y se dirigió al parque Monterroso, un lugar sombrío apenas iluminado por un foco público; ya eran las ocho, pero las tiendas aún estaban abiertas, por las banquetas iban y venían mujeres con sus hijos y obreros que se dirigían a la factoría de azúcar que se ubicaba en los límites de la colonia; por la avenida pasaban haciendo ruido taxis, camiones cañeros, tráileres, camionetas y tractores. Maldonado los vio  mientras cruzaba el negro parque, le era tan familiar su oscuridad que aun así podía ver a las parejas de jóvenes besándose en una banca, o a los borrachos que conversaban aparentemente sin sentido, «Sí, lo más seguro es que fue un asesinato», pensó. Al llegar a la esquina cruzó la avenida y entró en el Piedra Rodante, un estanquillo que tenía mal dibujada en su muro derecho la imagen de una boca roja sacando la lengua. Allí se escuchaba música de rock a bajo volumen, olía a humo de cigarro; Maldonado miró a su alrededor y encontró lo de siempre, dos refrigeradores con refrescos, al fondo dos mostradores con las revistas y golosinas, a un costado los clientes que conversaban sentados en las mesas metálicas. Se fue a los mostradores a escoger su historieta favorita El libro policíaco; Maldonado la destapó, la acercó a su nariz para olerla, se sentó en una mesa, pidió un refresco y se dispuso a leer.
           
Al hojear la revista, Maldonado abrió con sorpresa los ojos y después frunció las cejas. El cuento de ese número 1342, se titulaba Crimen en la carretera. Cerró la revista y se dirigió al dependiente, un hombre bajo de estatura, blanco de piel y con bigote grueso.
           
—Fredy, una pregunta.

—Una respuesta, mi estimado Mal.
           
Maldonado sonrió.

—Sé que la revista llega los martes, hoy es jueves. La otra vez me dijiste que solo te llegan seis ejemplares y quedan tres con el que acabo de tomar. ¿Recuerdas bien quiénes te compraron los otros tres?

—Más o menos. ¿Por qué?

—Por curiosidad, ¿viste que se fue a rompe madre la patrulla?

—Sí, no manches, me estás inquietando, cuéntame.

—Me acabo de enterar de que encontraron un muerto a media carretera, no sé a qué altura, pero estoy seguro de que fue rumbo a la Unión.

—No la chingues —respondió Fredy—. ¿Y eso qué tiene que ver con la revista?

—Mira —Maldonado le señaló el título del cuento y Fredy abrió la boca de sorpresa.

—¿Entiendes que hay una coincidencia?
           
Unos clientes se acercaron a pagar y Fredy se disculpó un minuto.

—Sí que es coincidencia, pero solo una fantasía. Yo la verdad no leo esas chingaderas, porque luego te hacen pensar tonterías. Mejor leo el Rolling Stone.

—Y si existe una relación, ¿entonces qué, mi estimado Fredy?

—Ahí sí te diría que eres listo de verdad.

—Bueno, ahora habla.

—Tú quieres saber quiénes compraron los otros ejemplares, eso, según tu fantasía, te puede ayudar a encontrar al asesino, ¿no es así?

—Efectivamente, Fredy, has dado en el clavo.

—Solo te voy a decir porque eres cliente, pero siento que se está botando tu canica. El primer ejemplar lo compró una niña que no había visto, como de trece años, usaba pantalón de mezclilla, blusa blanca, se veía bonita y llevaba una diadema roja en el cabello. El otro cliente fue un trailero que se estacionó antes de llegar a la glorieta, su camión iba cargado de azúcar, vino, sacó una Coca Cola de litro, agarró un Proceso y El libro policíaco, pagó y se fue en su tráiler. Esos dos clientes vinieron el martes. El tercer ejemplar lo vendí ayer a un tipo que vino de playera roja, se veía que era pobre y parecía que se acababa de bañar, este me llamó la atención, porque se compró tres revistas porno y el policíaco, además se llevó una canastilla de cervezas y cigarros.

—Ninguno de los tres me parece conocido —opinó Maldonado.

—A lo mejor ninguno tiene que ver con el asesino, es algo que ya te metiste en la cabeza por leer pendejadas.

            Maldonado miró a Fredy con un leve gesto de enojo.

—No te creas, en esta revista se ha dicho que hasta el más mínimo detalle pudiera resolver un caso.

—Mejor descansa, ya mañana sabremos qué sucedió, seguro saldrá en el diario ¡Por Esto! 

—A lo mejor desde antes sale información.
           
Eso decía Maldonado cuando una camioneta negra rechinando llanta, se detuvo en la ferretería ubicada al otro lado del parque.

―¡Qué te dije, Fredy! A mí se me hace que el muerto o el asesino tienen que ver con los Ramírez.

―¡No te metas, Mal! Deja eso en manos de la policía, es su trabajo y tú andas de curioso.

Maldonado ignoró lo dicho. Pagó con un billete de a cincuenta y Fredy le dio uno de a veinte como cambio. Vio que de la camioneta salió Ramiro, un muchacho veinteañero que sin cerrar la portezuela se metió corriendo a la ferretería gritando, «¡mi papá está muerto!», Maldonado supo así que era don Eleazar Ramírez, su compadre que siempre lo trató bien. «Esto ya es personal, ahora con más razón debo saber qué sucedió», pensó. Se acercó de manera prudente y alcanzó a sentir el olor de la llanta quemada en el pavimento, junto con él numerosos curiosos también se acercaron. El joven Ramiro y su madre se veían abrazados, lloraban. «¿Por qué lo habrán matado? ¿Quién? ¿La niña de trece años, el trailero, el hombre de la playera roja? ¿Por qué en la carretera? Me lleva la que me trajo, tengo que saber dónde sucedió», a Maldonado le sudaba la frente y con los dedos de la mano izquierda apretaba la revista. En eso estaba cuando Ramiro salió a bajar las cortinas. Maldonado volvió al estanquillo, donde Fredy escuchaba Start me up, de los Rolling Stones. Le tuvo que hablar fuerte.

―¡Te ves muy a gusto!

―¿Qué? ―Fredy bajó el volumen a su estéreo que tenía al lado de su caja registradora.

―Decía que tú me ayudarás a resolver este asesinato ―dijo Maldonado ya en tono relajado.

―Ya dije todo lo que querías, no estés fregando ―Fredy subió un poco el volumen, que apenas fue suficiente para el ruido de un camión cañero que pasaba.

―No seas canijo, Fredy, solo quiero saber unas cosas.

―¿Crees que no me duele saber que mataron a Eleazar? Desde aquí alcancé a ver que su hijo bajó corriendo. Era un buen cliente y mi amigo. No quiero saber nada.

―¿Y por eso pones tu música así? ¿Para evadir algo que sabes?

―La puse porque sabía que volverías.

―No seas ojete, sabes cosas que pueden servir, era mi compadre.

―Yo sé cosas, pero tú no andes donde no te llaman. Mejor anda a leer tu revista, que mañana debes seguir haciéndote pendejo en la biblioteca.

―Sí, ya sé que solo soy un bibliotecario de barrio, pero no seas así, Fredy, cuéntame lo que sabes de Eleazar, que a lo mejor damos con el asesino y por qué lo mató.

―Deja eso a la policía, no sigas.

―¿A poco crees que la policía va a resolver esto? Cuando mucho lo dejará en averiguación previa, hará como que investigó y dirá que el asesino o los asesinos se dieron a la fuga. Quizá yo pudiera averiguar algo más.

―¿Y tú que ganarás con todo esto, Mal?, porque no le veo chiste.

―Nada, Fredy, yo quiero la verdad, entender lo que pasó con mi compadre, además quiero saber qué se siente resolver un caso y desaburrirme. Dime lo que sabías de Eleazar en los días más recientes, yo siempre supe que era buena persona.

―Ni tanto, hace una semana corrió un chisme que no creí que fuera cierto, ese Eleazar traía su cola que le pisen, se lo tenía bien guardado.

―¿Era marica? ¿Mató a alguien? ¿Robó?

―No, nada de eso. Dicen que a doña Celestina, tu comadre, le puso tremendo cuerno con una señora de la colonia obrera.

―¿Qué más le sabes?

―Solo eso, pero dicen que la otra mujer era muy joven.

―¿Tú crees que ella haya sido la asesina?

―¿Ya ves? Estás fantaseando, ya te sientes detective, no manches, esto es serio.

―Es en serio, cabrón. Gracias por el dato, Fredy, eres melindroso pero ya me diste un norte.

―¿A dónde vas?

―¡Qué te importa! ―respondió Maldonado con una sonrisa burlona.

―¿Ya ves cómo eres mal amigo? ―expresó Fredy indignado― al menos dime.

―No seas nena, no digas nada, pero voy a la escena del crimen.

Fredy ya no respondió y subió el volumen a su estéreo, donde sonaba Paint in Black de los Rolling Stones. Maldonado caminó de prisa a su casa, encendió su Tsuru y condujo rumbo al sur, con ruta a la Unión. «Antes de que Fredy cierre su changarro, le diré quién fue el asesino y por qué mató a don Eleazar. Estoy a punto de resolver este caso, está papa». En el kilómetro quince, al llegar a la curva que da entrada al pueblo de Cacao, Maldonado vio las luces de una patrulla. Un policía alto y con lámpara en mano encendida daba paso a los autos, otros dos trataban de alejar a los curiosos. Maldonado se detuvo, sacó su propia lámpara y salió. El cuerpo ya no estaba, pero entre la gente alcanzó a ver que allí seguía el coche Jetta azul marino de don Eleazar, con el parabrisas roto a causa de un impacto de bala. El policía que daba paso a los autos se le quedó viendo y le alumbró la cara.

―¿Qué hace usted aquí? Circulando, señor.

―Ya me voy ―respondió Maldonado.

―Apúrese, si no se le detendrá por obstrucción de la justicia.

Maldonado sonrió y soltó una silenciosa risa. «Ignorante, y es policía». Alumbró hacia abajo y en el suelo vio polvo blanco, entonces se puso de cuclillas para sentirlo con sus dedos, advirtió que no era un polvo fino, levantó un poco y lo probó, enseguida sintió el sabor dulce. Más adelante encontró dos colillas de cigarro. «No era solo un asesino y creo que don Eleazar no andaba armado, le madrugaron». Faltaba lo mejor: se acercó a la orilla del camino, alumbró y la encontró, era su revista favorita con el número 1342. Maldonado sonrió y pensó: «Ahora sí sé lo que se siente encontrar una pista. Bendito sea Dios». Se incorporó.

―¡Ya lárguese! ―dijo el policía que daba paso a los automóviles― o aquí mismo le disparo por sospechoso.

―Usted no me hará nada ―respondió Maldonado― el caso yo lo resolveré.

―¡¿Qué?!

―Ustedes son tan lentos que hasta dieron tiempo a la huida del asesino.

―¡Deténgase!

―¡Ni loco!

En eso Maldonado subió a su Tsuru, encendió y se echó de reversa, después se dio la vuelta con rumbo a Villaflores y pensando en llegar directo al estanquillo de Fredy. Manejó a gran velocidad, pero al llegar al parque vio que el estanquillo estaba cerrado. «Malvado Fredy, se me adelantó». El barrio estaría oscuro si no fuera porque la ferretería mantenía levantadas las cortinas, de allí salía luz. «Qué lamentable, mi compadre muerto y ahora preparan el lugar para velarlo, mañana seguro lo traerán». Desde cincuenta metros Maldonado vio que algunas personas se acercaron a ayudar, otras a consolar a Ramiro que no paraba de llorar, pero a su comadre Celestina la vio muy tranquila, incluso se veía enojada y satisfecha. «Esto está raro", es para que ella esté desconsolada, como su hijo», pensó. En eso bajó del Tsuru y se acercó. Encontró a Ramiro parado en la entrada de la ferretería, una muchacha lloraba con él. Maldonado se acercó, lo abrazó y el muchacho se recargó en su hombro diciéndole «padrino, mataron a mi papá», «no te preocupes, mijo, de esto al menos se sabrá quién fue el culpable, aunque la pinche justicia quede inmóvil como siempre». Después de eso, Maldonado entró al lugar y vio a doña Celestina seria, mirando hacia el suelo, mientras las demás personas movían la mercancía para despejar el espacio donde velarían a don Eleazar.

―Reciba mis condolencias, comadre ―Maldonado abrazó a la mujer que ni siquiera levantó los brazos, estaba rígida, era delgada y a él le pareció percibir su olor a talco.

―Así son las cosas, compadre, ya le tocaba ―respondió doña Celestina―consuele a su ahijado, él está muy afectado.

«Entonces usted no está muy afectada», Maldonado quiso responderle, pero se contuvo. Salió para volver a abrazar a Ramiro, a quien apadrinó al salir de la Secundaria. Lo consoló y el muchacho no habló porque su llanto no se lo permitió. De allí volvió al Tsuru, al sentarse vio en el asiento de copiloto El libro policíaco. «Ni siquiera lo he leído, nada más me dejé llevar por el título y supuse que tenía que ver con el crimen. Por un momento pensé que Fredy tenía razón, que todo se trataba de una fantasía, mis malditas ganas de vivir una historia policíaca». Maldonado abrió la puerta, salió, se pegó al coche y comenzó a orinar mientras la puerta estaba abierta, procurando que no lo vean y cuidando de no mojar ni sus zapatos ni la cabina. «¿Y si doña Celestina tiene que ver con la muerte de mi compadre?», se preguntó mientras se oía caer el chorro. Al volver a sentarse, rápido cerró para no sentir el olor y no volver a ver la espuma de su orín, encendió la luz y se dispuso a leer, eran las once de la noche. Al seguir la historia, Maldonado abrió la boca y empezó a respirar ansioso, no daba crédito de lo que estaba leyendo. «Cuando Fredy sepa lo que pasó, hasta sed le va a dar», Maldonado sonrió, encendió el Tsuru y manejó hacia su casa.

A las siete de la mañana, Maldonado desayunaba en la lonchería Estrellita Azul, cuando vio que llegó el coche Atos del diario ¡Por Esto! «Ya es hora de acercarme». Al llegar al estanquillo, encontró a Fredy desamarrando los periódicos.

―Allí estás de nuevo ―dijo― ¿Qué averiguaste?

―Vengo a decirte, que el caso está resuelto y la policía va a valer un carajo.

―¿De verdad? ¿Cómo lo sabes? ―preguntó Fredy mientras dejaba de acomodar los periódicos.

―Vas a decir que estoy loco, pero la revista policíaca es la clave. Allí se cuenta la historia de una mujer madura que manda a matar a su marido.

―¡No manches! ¿Neta? Pero cómo.

―En la revista dice que la víctima la engañaba con una mujer joven, y que también estaba casada. Entonces la mujer madura mandó a llamar al esposo de la mujer joven, le dijo lo que sucedía y le pagó mucho dinero para matar al esposo ¡Fredy! Salvo unos cambios, la historia es la misma.

―Estás loco, Mal, necesito pruebas.

―Mira, en el lugar de los hechos vi azúcar regada en el suelo y encontré este ejemplar de la revista. Ahora saca tus conclusiones.

―¡Uy! Puede ser que haya sido así ―respondió Fredy pensativo―. Entonces, las revistas que vendí...

―Sí, mi estimado, Fredy ―Maldonado interrumpió― al menos dos ejemplares tuvieron que ver con el asesinato. Si cateáramos la casa de doña Celestina, allí encontraríamos el otro ejemplar. Pero como no lo podemos hacer, dejémoslo así. Solo quisiera ver el periódico antes de irme a la biblioteca.

―¡Adelante!

Maldonado tomó un ejemplar, lo abrió y con sorpresa advirtió que se había publicado algo en la nota roja. Levantó el rostro y le dijo a Fredy:

―¡Escucha!: "Encuentran a un hombre muerto en la carretera de Villaflores a Cacao, según los datos policiales, se presume que fue un asalto a mano armada y que los delincuentes se dieron a la fuga, bla, bla, bla..."

―¡Vaya! ¡Qué versión tan diferente! ―dijo Fredy negando con la cabeza.

―Así las cosas ―respondió Maldonado.

―Te creo más a ti.

―¿De verdad?

―Sí.

―Con eso me basta, me puedo ir tranquilo a mi trabajo. Nos vemos.

Maldonado levantó la mano para despedirse y se fue caminando a la biblioteca pública, pensando: «¿Le contaré esto a mi ahijado? ¿Qué pasará con mi comadre si se entera? Seguro me mandará al carajo y deberé cuidarme de ella, sino al rato seré yo el tirado en la carretera». Luego de un rato, al llegar a la puerta de la biblioteca, Maldonado dijo en voz baja: «Mejor no diré nada y pediré a Fredy que tampoco lo haga. De la policía, ¿qué puedo pensar?, seguro en este caso tampoco habrá justicia». Entonces abrió la puerta, le puso la patita para que se quede abierta y se sentó en su escritorio a la espera de los estudiantes de secundaria que suelen llegar a hacer tarea.

miércoles, 26 de octubre de 2016

La foto

Julian Eduardo Cervantes Cadena


La pantalla del celular mostraba “número desconocido”, preferí no contestar, puse ignorar y volví a mi computadora, quería terminar mi primer trabajo universitario, al día siguiente debía entregarlo; llevo poco en el campus y me gustaría ir a alguna de las fiestas que había ese día para empezar a hacer amigos y conocer gente en mi nuevo hogar. No pasaron ni cinco minutos para que las cuatro paredes blancas, donde no había más que una cama de una sola plaza y un escritorio modular preensamblado con su respectiva silla, se volvieran a llenar con la melodía de mi teléfono; el mismo anuncio. Esta vez decidí atender.

­–Hola, Franco. Te estoy vigilando. ­–Era una voz computarizada, usaban algún tipo de distorsionador.

–¿Quién habla? –pregunté tomando esta situación como lo que era, una broma; seguramente es algo común que se hace a los novatos, o a los que venimos de pequeños poblados como bienvenida a la ciudad.

–Franco, recuerda que siempre te estoy vigilando –volvió a advertirme la voz sin alma, sin vida, totalmente mecánica.

Al oír esto, decidí retomar mi trabajo, colgué y volví a concentrarme en mi ensayo acerca de la macroeconomía del grupo de países llamado “G8”.

Ya han pasado dos semanas desde aquella misteriosa llamada, he tratado de disfrutar lo que más he podido mi nueva vida como universitario, clases en las mañanas, trabajos, biblioteca, investigaciones en las tardes y reuniones llenas de alcohol, baile y chicas hermosas en la noche. La vida era fantástica, claro que cuando las cosas se calmaban un poco, mi cabeza se llenaba de melancolía al acordarme de la distancia que me separaba de mis padres, de mis amigos de la infancia, pero sobre todo de Sara, mi amor platónico de la primaria que años más tarde se convertiría en mi compañera de películas nocturnas, besos en el asiento trasero del auto y pesadas reuniones de la alcurnia del pueblo. Nuestra relación, ahora a distancia, seguía siendo fuerte y llena de confianza.

Caminaba por el largo pasillo de tercer piso de la residencia estudiantil. La luz que entraba por la ventana ubicada al final del corredor, era mi norte, el brillo amarillo que salía por la parte de abajo de la mayoría de las puertas a mis costados, me servían de referencia para poder llegar a mi dormitorio. El eco de mis pasos en el piso de madera y el sonido que hace mi celular mientras chateaba con Sara, eran mis únicos acompañantes. Al fin llegué a mi dormitorio. Intenté encender la luz, pero al mover el interruptor no hubo reacción. «Se debe de haber fundido la bombilla», pensé. Caminé hasta el escritorio y prendí la lámpara de la mesa. En ese instante la canción predeterminada de mi teléfono inteligente empezó a retumbar en la pequeña habitación. Contesté sin ver quién me podría llamar a esa altura de la noche, asumí que era algún amigo con ganas de seguir bebiendo, o Sara para poder tener una conversación nocturna.

–¿Aló?

–¿No te parece que llegas un poco tarde, Franco? –La misma voz robótica que unas semanas atrás me intentó asustar.

–¿Quién es? –pregunté al mismo tiempo que me asomaba por la ventana para ver si alguien me observaba desde la calle a la que daba mi dormitorio.

–Espero que hayas disfrutado la fiesta –dijeron antes de terminar la llamada abruptamente.

En ese momento vi mi celular: «número desconocido». Me apuré, abrí la puerta de mi dormitorio para revisar el pasillo, pero este seguía desolado como lo había dejado segundos atrás.

En esta ocasión sí me asusté, seguro mis amigos se encontraban muy ocupados intentando tener una noche de sexo, como para perder su tiempo en asustarme de manera ridícula.

El tercer contacto no se hizo esperar mucho, solo fueron dos días. Me encontraba en la biblioteca de la universidad cuando mi móvil empezó a vibrar: «número desconocido». Miré la pantalla por unos segundos, la sangre se me heló. Sentí como el sudor frío empezaba a salir por cada uno de los poros de mi cuerpo, un escalofrío recorrió toda mi espina dorsal. De forma disimulada me levanté de mi silla, miré a mi alrededor; largas mesas color café claro, llenas de estudiantes con sus narices dentro de pesados libros, el sonido de las teclas de los computadores portátiles, me indicó que el zumbido de mi teléfono había terminado. La gente a mí alrededor no notaba mi existencia. De nuevo mi celular, esta vez un mensaje de texto. “¿Por qué no contestas mis llamadas, Franco?”, otro zumbido: “¿Puedes salir de la biblioteca para conversar?”. Estaba ahí, quien me acechaba, me siguió hasta la biblioteca. Una nueva mirada a mi alrededor me hizo ver que mi presencia no se notaba, la cercanía con los primeros exámenes hacían que todos siguieran concentrados en sus estudios, por un momento pensé en salir y hacerle frente a mi acosador, pero gotas de sudor helado recorrían mi frente, así que desistí.

Toda esta situación me alteraba psicológicamente, mis calificaciones no eran lo que esperaba, obviamente mi cabeza se encontraba más ocupada en saber quién me seguía, que en los pizarrones de las aulas.

Llegaron las vacaciones de medio semestre, un paseo a mi pueblo natal me caería muy bien, alejarme de la persecución, ya llevaba un buen periodo con esta rutina llena de aproximaciones hostigadoras. La cosa no paró ahí, al quinto día de estar donde mis padres, otro acercamiento; esta vez no fue una llamada. Esperando entrar al cine revisé mi celular y encontré una notificación de Instagram que me perturbó. Un desconocido me envió un mensaje directo con una foto en la que Sara y yo posábamos abrazados en la despedida que ella y mi madre organizaron antes de irme a la universidad, atrás de nosotros se encontraban varios de mis amigos, entre otros intrusos, bailando.

–¿Quién te escribe? –Me interrumpió Sara, teniendo un falso ataque de celos, que acompañó de una risa burlona al ver el miedo en mi rostro. No le había contado nada acerca de la bizarra situación, quizás yo exageraba y no quería que ella se preocupara demasiado con el tema.

–No es nada, amor, el Instagram, ya la voy a revisar más tarde –respondí, quitándole importancia a lo sucedido.

Cuando llegué a mi casa entré a la aplicación para volver a revisar la foto, esta ocasión la vi con más detalle, en el fondo no solo se encontraba la gente ignorando la cámara, disfrutando del baile, sino que en una esquina oscura, donde casi no llegó la luz del flash, se alcanzaba a reconocer la imagen de una misteriosa mujer, desde las tinieblas, nos observaba fijamente, una mirada seria y penetrante. Esta llegó acompañada de una nota: «El momento en que esta historia empezó», obviamente al revisar el perfil no pude encontrar información sobre el usuario.

Ese fue el último acercamiento con mi acosador en las tres semanas de vacaciones, por un momento creí que ya se habría cansado de mí.

Al llegar una vez más al campus, la extraña sensación de que me perseguían volvió, un sentimiento ya borrado de mi cabeza; no me equivoqué. Un mensaje de Whatsapp, el mismo número de siempre me bombardeó con la geolocalización de la mayoría de lugares en los que estuve durante mis vacaciones en mi pueblo natal; incluso en el domicilio de mis padres. Era el momento de contarle a alguien lo que me sucedía.

–¿Recuerdas que en la época de exámenes pasé un día entero en la biblioteca? –Le pregunté a Sara.

–Sí, me acuerdo, me llamaste temprano para que no te interrumpiera –me respondió.

–Ahí también se contactó conmigo, no solo me llamó, me mandó un par de mensajes y sabía mi ubicación exacta –le conté.

Ella escuchó con atención toda la historia a través del mismo aparato que se convirtió en una pesadilla para mí, una conversación que la puso al tanto de lo que pasaba.

–Tranquilo, yo creo que no es nada grave, ya se le va a pasar las ganas de molestarte –me aconsejó ella– ignóralo.

–¡Y qué me dices de cuando me siguió en las vacaciones! ¿No crees que debería ir a la policía? –Le pregunté esperando que me dé su visto bueno y no sentirme como un loco paranoico –estoy un poco asustado.

–¿Por qué no cambias de número de teléfono?

–Este ha sido el único que he tenido en toda mi vida. Además se contacta conmigo por varios medios, no solo por celular.

–Está bien, era una idea nada más –me dijo Sara tratando de calmarme–. Según lo que me contaste ya ha pasado un buen rato desde el primer contacto y nada grave te ha sucedido, no creo que debas preocuparte no parece que te fuera a hacer daño –trató de consolarme mi novia a la distancia.

Me acordé de la foto, era el momento de investigar. Denunciar con las autoridades lo que me sucedía, podría sonar un poco descabellado, muchos en esta ciudad deben de tener una situación similar y a diferencia de ellos, yo no podría dar un nombre a la misteriosa persona que me seguía.

Lo primero que hice fue enviarla a todas las personas que según yo, estuvieron en mi fiesta de despedida, preguntando quién fue el autor de esta. La respuesta fue negativa; mi memoria me jugaba una mala pasada, no lograba reconocer a la enigmática mujer. Otro mail a mis conocidos, en esta ocasión preguntando a todos si reconocían a la misteriosa mujer entra las tinieblas del flash; una nueva negativa masiva.

Sabía dos cosas, quien me sigue a todos lados, proviene de mi pueblo natal y actualmente está viviendo en la ciudad. Debe de haber pocas personas con esas características, usé mis redes sociales para darle un nombre a ese misterioso rostro, pregunté en mi muro de Facebook si alguien de mi pueblo, al igual que yo vivía en la ciudad. Dos nombres surgieron, pero ambos eran parientes lejanos de unos conocidos de mis padres. Dudo que ellos se vuelvan acosadores de un universitario.

Dormía, el sonido que hace el celular al vibrar encima del velador, me despertó. Una nota de texto: «Ya no te acuerdas de mí… nos vamos a tener que volver a ver». Me desperté realmente asustado. No pude dormir toda la noche, analicé la foto por horas, comparaba la extraña sombra con los miles de rostros que aparecían en el Facebook de mis amigos, buscando una persona que se pareciera; si mi acosador estuvo en mi casa, su cara debe aparecer en algún otro lado. El trabajo fue en vano, ninguna persona, ni remotamente parecido.

Los mensajes empezaron nuevamente a volverse constantes, pero el tono era cada vez más agresivo, más intenso y ahora sí amenazaban con un encuentro entre los dos.

El tan temido zumbido y la melodía que lo acompañaba que se fue transformando en una marcha fúnebre. “número desconocido”, Decidí bloquear el número y dejar que mi vida continúe.

Varias semanas más tarde mi vida estaba retomando su rumbo, hasta que mi acosador me contactó una vez más; un nuevo número.

–Qué bueno que me contestas, Franco. –Llevaba un buen rato sin oír esa voz sin alma que atormentaba mi vida–. Nuestro encuentro se acerca.

–¿Qué quieres de mí? –pregunté iracundo.

–¿Te gustó la foto que te envié? –Mi ira se incrementó–. Sara se ve muy linda. –No aguanté más colgué.

Un nuevo zumbido, una notificación de Whatsapp con la geolocalización de mi acosador, la dirección de Sara. Sentí miles de puntos fríos en cada uno de mis músculos, podía escuchar el latido de mi corazón y como la sangre helada recorría mi cuerpo de pies a cabeza, una nueva foto me llegó, la chimenea de la sala en la cual posaban varios portarretratos de sus padres, de su hermano, cinco años menor; y una muy especial, en la que salíamos los dos en nuestra graduación del colegio. Rápidamente le marqué, la espera para que me contestara pareció eterna.

–Amor, ¿cómo estás? –Me dijo con toda tranquilidad, claro no sabía que se encontraba en peligro.

–Sara, escúchame necesito que hagas algo por mí.

–Claro, que… –No deje que terminara su frase

–¿Estás en tu casa? –mi respiración agitada se lograba escuchar a través del micrófono del celular.

–Sí claro, son como las diez de la noche, ya me iba a dormir…Pero dime, que quieres que haga por ti, ¿pasó algo? –Su voz empezaba a notarse ansiosa y nerviosa.

–El acosador…

–¿Qué acosador? –Me interrumpió

–El que te conté la otra vez –esperé una respuesta que nunca llegó, mientras tomaba aire– está muy cerca de ti, me mandó su geolocalización y una foto de tu sala, por favor llama a la policía –Unos segundos de silencio, seguidos por pequeños e irreconocibles sonidos en el fondo hacían que mi corazón latiera más rápido–. ¿Aló?, ¿Sara?, ¿Estás ahí? –Silencio nuevamente.

–Amor, no hay nadie. –Su voz nunca me sonó tan aliviadora.

–¿Segura?

–Ya vimos por todos lados con mi papá y no encontramos nada raro, vamos a revisar bien otra vez y te vuelvo a llamar para que estés más tranquilo.

–Sí, eso haría que me aliviaría un poco el estrés –sentí que el alma me volvía poco a poco al cuerpo– es un lugar enorme así que ten cuidado, nunca te separes de tu papá.

Colgué, me quedé viendo mi celular hasta que la luz terminó desvaneciéndose. No duró así mucho, un mensaje de Whatsapp, «Tranquilo ella no me interesa, es a ti a quien quiero cerca mío». Era el momento de ir a la policía, paré el primer taxi que se me cruzó, no esperé a que Sara me llamara para confirmarme su seguridad.

–¡Amor, esto ya se salió de las manos! –le dije sin esperar respuesta alguna– estoy camino a la policía voy a denunciarlo.

–Tranquilo, respira no creo que sea para tanto, no ha pasado nada grave.

–¡No!, esto ya fue mucho, que se meta conmigo lo puedo tolerar, pero que se acerque a ti no lo voy a aceptar. Te llamo apenas termine de hablar con la policía.

Colgué.

Pasaron unos minutos, me bajé del taxi y una vez más el temible zumbido. No pude moverme, me quedé congelado, esto ya no era vida. Me armé de valor y revisé una vez más el teléfono.


Un mensaje de Whatsapp, pero ahora el número me lo sabía de memoria, es más, lo tenía guardado entre mis favoritos como “Sara”. Abrí el chat que contenía las palabras que acabaron con todo, mi mundo se derrumbó: «Lo siento, solo lo hice porque me haces falta, no soportaba la idea de tenerte lejos. La posibilidad de que conocieras a alguien más me volvía  loca y el miedo fue la única forma que se me ocurrió de ocupar tu tiempo. Entiendo que no me quieras volver a hablar, pero por favor no me odies. Te amo».

viernes, 14 de octubre de 2016

La prisa y el beso

Nancy Oviedo


Era una tarde tranquila. Fátima miró por la ventana los arboles moverse con el viento, el ruido de la televisión ambientaba la sala recién remodelada. Era su cuarto aniversario, miró su argolla con desgana. De pronto se dio cuenta de que la voz del cronista era la de Jorge, «Qué sorpresa» pensó. Lo último que sabía de él es que trabajaba en la redacción de la revista de deportes en un periódico sin mucho futuro, se alegró de saber que tal eso le representaba un ascenso en su carrera como periodista. Decidida tomó el teléfono, buscó el número de Jorge en su teléfono, pero colgó después del primer timbrazo. «Cinco años», susurró. Cinco años en los que no hablaba con él y sin embargo, esos mismo cinco años en los que el recuerdo y la sola posibilidad volver a estar a su lado seguía robándole el sueño desde que se había casado con Héctor a solo dos meses de haberse conocido. Era cierto que solo había visto a Jorge una vez para cenar. Su relación se basaba en mensajes de texto y ocasionales llamadas telefónicas. Cuando se vieron Jorge estaba recién divorciado, esa noche parecía algo apurado, tenía que recoger a su hijo con los abuelos. Fátima no había querido eliminar a Jorge de sus contactos. Mirar las actualizaciones de Jorge en el celular le significaban cierta cercanía. Jorge estaba de espaldas, vestía una playera del Barcelona con el número doce. Fátima respiró hondo como para darse valor, contuvo el aire unos momentos, luego miró la fotografía de su boda, ésta cayó al suelo. Esa noche preparó la cena favorita de Héctor como regalo de aniversario. Hicieron el amor a media luz, luego él durmió profundamente, Fátima lo miraba con odio, con repudio y luego lo envidió de ser capaz de perderse en sus sueños «Es un buen hombre», pensó mientras las fosas nasales de Héctor se abrían en cada respiración moviéndole los pelos del bigote. Héctor era guapo, la quería, definitivamente, le gustaba el boliche y como defecto Fátima solo pudo encontrar algún ronquido de vez en cuando. A la mañana siguiente Héctor le había dejado una nota, el desayuno listo y una rosa junto a su almohada. Víctima de la culpabilidad Fátima salió a correr, fue al mercado a pie y bajo el sol inclemente como método masoquista para olvidarse de sus deseos anteriores respecto a Jorge «Me alegro de no haberle llamado» se repetía «Claro, es lo mejor» incluso dejó su celular en casa; sin embargo, al llegar todo sus esfuerzos fueron inútiles, un mensaje de Jorge «¿Me llamaste? Estaba en grabación ¿Nos vemos esta noche?» Fátima sintió recuperarse en seguida de sus fatiga, no supo qué contestar. Si se negaba no tendría oportunidad de verlo en otros cinco años, tal vez, pero si aceptaba ¿qué le diría a Héctor? luego recordó que era jueves, los días que Héctor jugaba boliche, llegaría tarde, el plan perfecto, debía ser una señal. «¿Dónde?»  respondió, luego corrió a su habitación, planeó su atuendo, se puso una mascarilla, tomó un baño, salió de su casa con un vestido sencillo a cuadros negros con blanco que combinó con unos tenis.

Caminó por la ciudad varias horas, quiso reconstruir la última vez que había visto a Jorge. Tuvo miedo de no reconocerlo «Pero si lo acabo de ver en la tele» se dijo para tranquilizarse. De pronto el cielo estaba gris, a punto de llover, Fátima se descubrió ridícula con aquel atuendo ante los ojos de la gente que la miraba por la calle, tropezó con su reflejo en una ventana, sus treinta y seis años le pesaron tanto que no pudo respirar, huyó de su imagen. Al llegar a la fuente de Las Cibeles, nerviosa, sacó un libro, sin embargo las palabras no tenían sentido, lo cerró. Observó a su alrededor, le pareció curioso que las mesitas de colores tan brillantes parecieran opacas. Se miró las piernas y el vestido le pareció más corto, sintió vergüenza e intentó inútilmente bajarlo. Anheló reconstruir el rostro de Jorge, no pudo «¿Qué es todo esto?» se preguntó, ya no era ninguna jovencita que argumentara confusión propia de la edad, con todo y que sí estuviera confundida. Hurgó en su ser la posibilidad de infelicidad en su matrimonio, pero no encontró nada. Héctor tenía sus defectos, claro, pero nada extraordinario y como amante no tenía queja. Convencida de su estupidez quiso irse, pero unas manos detrás de ella la tomaron por la cintura. Ese olor a Fahrenheit le facilitó quedarse. «No me sueltes», pensó.

–¿Llegaste hace mucho? –preguntó Jorge.

Fátima con los ojos cerrados se volvió para mirarlo, pero el fuerte abrazo de Jorge se lo impidió; luego de frente, lo miró e intentó ocultar su sorpresa al ver su pelo cano, sus ojos hundidos, parecía más moreno, fuera de forma.

–¿Tomamos un café? –dijo él más a forma de orden y jalándola del brazo hacia la cafetería.

Jorge miraba el reloj constantemente.

–¿Qué pasa?

–Tengo que volver a trabajar.

Pensé que íbamos a estar juntos.

–Sí, claro que sí, respondió él con una sonrisa. La tomó de la mano para besarla a forma de consuelo. ¿Me acompañas a la oficina? insistió Jorge, pagó la cuenta y salieron.

Caminaron un par de calles hasta una vieja casona transformada en oficina con varios televisores colgados en las paredes. Fátima miró el lugar, estaba vacío. Jorge la volvió a tomar de la mano.

–Está bonito dijo mientras miraba el anillo de bodas. Fátima se lo quitó inmediatamente ¿Cómo estás allá? preguntó casi burlón.

–¿Eso qué tiene qué ver? –inquirió Fátima– . Mejor dime: ¿por qué no me buscaste después de aquella noche? Me quedé esperando que el teléfono sonara, que fueras tú.

–Me acababa de divorciar, no tenía nada que ofrecerte.

¿Ahora qué tienes? dijo ella coqueta.

Decidido se acercó hacía ella, la tomó de los cabellos; recorrió su cuerpo con las manos ansiosas hasta sus labios, Fátima recibió con delicadeza aquella lengua, se aferró a él. Claro que no era el galán de moda, pero aquel beso, Fahrenheit, sus manos ávidas de ella, el recuerdo y la posibilidad explotaron y surgió la propuesta.

¿Quieres ser mi amante? –preguntó Fátima con los ojos cerrados todavía.

Jorge la miró como si fuera una desconocida, se alejó inmediatamente. Encendió el televisor.  Fátima abrió los ojos.

¿Qué pasa?

–Nada –respondió Jorge convertido en el hombre de la prisa nuevamente.

Jorge se concentró con rapidez en las distintas pantallas. Fátima no entendía lo que había pasado, pero tuvo miedo de preguntar. Lo había dicho o lo había pensado, no estaba segura.

–Voy al baño –dijo y salió.

La humedad del lugar le erizó la piel, se miró en el espejo, le costó reconocerse «¿Quién soy?» se preguntó mirándose fijamente, sintió su teléfono vibrar, eran las once de la noche, Héctor estaba saliendo del boliche, si se iba en ese  momento llegaría a casa antes que él, pero «¿Cuándo volvería a ver a Jorge?» tal vez pasarían otros cinco años, «¡No!» Volvió con él.

–¡Bésame! Demandó.

–Ajá –respondió él sin dejar de ver la televisión.

Fátima se acercó hasta él, lo besó.

–¡Gol! –gritó Jorge todavía con los labios de Fátima en los suyos.

Molesta tomó su bolsa y salió del lugar. El aire de la calle la tranquilizó, miró a las parejas pasear, recordó el tiempo con Héctor la noche anterior, una anciana tropezó con ella reclamándole su poca atención, un auto la salpicó con agua de un charco, su bolsa cayó al suelo. Recogió sus cosas, su teléfono sonó, era Jorge, dejó el aparto sonar en la banqueta.  Se alejó pensativa ¿Había sido infiel? ¿Un beso podría ser considerado infidelidad? «No» se respondió aliviada «Los amantes no deben tener prisa, mucho menos para un beso». 

martes, 11 de octubre de 2016

Valentina y el príncipe asustadizo

Maira Delgado Leal


En el país de Beerseba, un rey muy poderoso llamado Eliecer era conocido en todas las comarcas como buen gobernante, hombre justo que amaba a su pueblo, manteniendo en orden el reino; tenía dos hermosas hijas fruto del amor con la reina Sara, una mujer que por años le había acompañado en el trono, esforzada siempre por ayudar a todas las madres y ancianas de la región.

Sus súbditos realmente les amaban; en este hermoso lugar privilegiado por la naturaleza, se encontraba una riqueza fluvial que convirtió esas tierras en las más fértiles de la zona, por esta razón, los vecinos traían mensualmente presentes al palacio a cambio de llevar semillas, frutas y diferentes alimentos que se daban bien en el área.

El rey deseaba de corazón tener un hijo varón que heredara el trono y Sara anhelaba complacerle, pero desafortunadamente padecía una afección renal que complicó la llegada al mundo del soñado príncipe, en el momento de dar a luz, ella falleció.

Tanta felicidad fue empañada por este trágico evento, sus hijas mayores siendo ya adolescentes se tornaron junto a las nanas del palacio en las madres sustitutas de Eleazar, quien creció sobre protegido; convirtiéndose en un jovencito de carácter apocado y timido, pues a pesar de los mimos y benevolencia de todos, le embargaba un profundo sentimiento de culpa causado por la pérdida de su progenitora.

—No tienes por qué sentirte mal hijo, nadie conocía la enfermedad de tu madre, siempre fue tan vital, en mil años jamás sospecharíamos que estuviera en silencio incubándose dicho mal.

—Siento que ella se sacrificó por mí, padre; en todo caso solo quería alegrarte con un heredero que perpetuara tu nombre sin que otra persona ajena a tu sangre alcanzara el trono si se casaba con alguna de las princesas.

—Aun así, el culpable sería yo, quien la presionó con esa idea hijo, mas nuestro amor era tan grande que no me siento mal, ella luchó hasta el último de sus días por darme los tres tesoros más valiosos que un hombre podría poseer.

El palacio, un hermoso sitio, rodeado de jardines con la más rica variedad de flores, árboles frutales, maderas finas, era admirado por la majestuosidad y poderosa estructura forjada durante centenas de años por generaciones pasadas; de todos lados se acercaban visitantes a contemplar dicha obra arquitectónica, plasmada de historia en cada rincón con murales que relataban diferentes episodios de conquistas sobre reinos enemigos; que jamás lograron amilanar la fuerza de este pujante reino.

Rogelio, el rey de una de esas naciones que por siglos se enfrentaron a ellos, odiaba a su homólogo deseando en el alma verle destruido; su mayor propósito era apoderarse del reino para explotar las riquezas de esas tierras, ya que el suelo parecía bendecido con abundante variedad de siembras.

—Debo idear algo, no podemos hacerle la guerra porque jamás penetraremos esas murallas, debo ser más inteligente que él, acabarlo de adentro hacia afuera. —Esto maquinaba junto  a malvados consejeros y Renata su esposa, quien lo acolitaba en todo; ella le propuso usar artimañas mágicas que acabaran con la vida de su principal enemigo, así, ambos idearon el macabro plan, contrataron los servicios de un hechicero experto en preparar la pócima secreta para ser bebida por una joven campesina, transformándola en la más hermosa y seductora dama quien debía enamorar al rey hasta hacerle entregar su trono y dominio, finalmente, terminaría asesinándolo. Durante días estuvieron fraguando tan horrible conspiración hasta que todo estuvo listo, la inesperada visita llegaría al palacio haciéndose pasar por una distinguida admiradora de tan espléndido reino, quien supuestamente solo deseaba aprender las técnicas de cultivo que hacían tan importante y reconocida esta nación.

—Viajarás mañana acompañada de cinco criadas que serán tus doncellas, este viejo hechicero será quien conduzca el carruaje real, él se encargará de las pócimas que debes darle cada día al imbécil de Eliecer para hacerle caer rendido a tus pies; pero a la vez morirá poco a poco hasta que tomes dominio de su poderío, entonces me lo entregarás. Ni se te ocurra traicionarme o morirán todos en tu casa incluyendo a tu anciano padre; mas si cumples mis órdenes al pie de la letra te concederé ser la dueña de un buen terreno y una décima parte de las joyas de la reina Sara, así que apresúrate a hacer bien tu trabajo si deseas regresar y encontrar aún con vida a tu padre enfermo.

—Será como su majestad ordene, haré todo lo que me pidan a cambio de conservar a mi familia segura, deseo dejar esta vida de miseria que tanto hemos padecido; solo suplico que mi padre sea mantenido con los cuidados que le presto y no se entere de nada o moriría de tristeza.

—Eso depende de ti, de lo rápido que cumplas tu misión, en menos de dos meses mi reino tendrá que extenderse; mientras Eliecer sucumbe a tus encantos —lo dijo con tono amenazador y desafiante, de sus ojos brotaban enojo y ambición.

Al día siguiente muy temprano emprendieron su camino, Elisa, la campesina personificando a una reina; gracias a los bebedizos e instrucciones de aquel malvado mago, junto a las criadas vestidas de doncellas y lo presentes que le permitirían el acceso al rey para iniciar aquel maquiavélico plan y apoderarse de las riquezas ajenas.

Durante el viaje, encontraron diferentes contratiempos, el clima parecía estar en desacuerdo con ellos; una noche la lluvia torrencial los alcanzó deteniendo el paso, ni aún los conjuros del viejo brujo podían contra los designios del cielo; para cubrirse de la tormenta, cerca al lugar encontraron una granja muy bien cuidada, con grandes árboles que a la vez servían de guía para dirigirlos a la entrada, en esta casa cercana al reino a despojar, vivía un hombre trabajador, quien sembraba hortalizas y frutas para el sustento de su familia, eran los padres de Valentina, una linda jovencita que no solo ayudaba en casa sino que junto a él parecía un intrépido obrero sirviendo en todo, si había que cultivar; lo hacía, si debía cazar; estaba presta, trepaba árboles, cargaba bultos, cualquier oficio era bien realizado por ella, ambos la amaban y su madre le bordaba vestidos para que algún día los usara cuando se diese el momento de conocer a su amado.

—Mamá, es hermoso como adornas cada traje, pero no sé si en realidad un día llegue a ponérmelos, el hombre de quien me enamore debe saber que soy mujer de campo, de trabajo pesado, me gusta ayudar a papá y a ti en todo el cuidado de la granja, jamás estaría al lado de alguien como una inútil; si algún día llego a casarme, trabajaremos juntos para que a nuestra familia no le falte nada. Mas la madre hacía caso omiso a sus palabras pues soñaba verla así vestida y sabía que cuando el amor tocara a la puerta el corazón de su hija le ganaría a su racional forma de vivir.

Mientras aún ellas hablaban, se escucharon pasos de caballo, un carruaje acercándose a la casa, era raro, nadie los visitaba jamás, sin embargo salieron rápidamente a ver de quien se trataba.

—Buenas noches, nos dirigimos hacia el reino de Beerseba, venimos de tierras lejanas a conocer al magnánimo rey Eliecer, traemos presentes para él y su familia, pero nuestro carruaje se atascó, ahora, el viaje se detuvo a causa de la tormenta.

—¡Oh Dios! ¡Pero si están empapados! ¡Debemos ayudarles! —les habló con diligencia la madre de Valentina—, mi esposo y mi hija se ocuparán de lo demás, mientras les preparo algo caliente para tomar.

—¡No es necesario! —replicó el falso conductor, a fin de que no encontraran sus hierbas y libros de magia—, necesitamos un lugar para pasar la noche y descansar, mañana temprano continuaremos el viaje.

Mas la insistencia de ellos fue tanta que juntos caminaron hasta el lugar, con palos y antorchas lograron poner de nuevo a salvo al grupo de rufianes que se dirigían hacia el próspero país.

Pasaron la noche en una casa pequeña anexa, la cual había sido de los abuelos de la joven, en dónde su padre había crecido hasta que se casó, luego con esfuerzo más duro trabajo fue prosperando hasta lograr construir la nueva vivienda para su esposa e hija. Sin embargo  permanecía bien cuidada, ya que era parte del sacrificio de los ancianos por dejar una herencia.

Los misteriosos visitantes pretendían abandonar el lugar antes del amanecer, sin dar explicaciones para no ser descubiertos en sus planes, pero no contaban con la virtud de Valentina de levantarse muy temprano para adelantar sus oficios antes de que el sol la mirase.

Al acercarse a la casa escuchó a la mujer hablando con el viejo del tiempo que debían acortar para cumplir sus propósitos, sus venenos debían ser fuertes para que el rey pronto cayera en cama y ella le entregara sus posesiones a Rogelio su sagaz enemigo.

Aterrada salió huyendo, sin que se percataran de su presencia, buscó a su padre, quien estaba con su mamá en la cocina preparando alimentos para no enviar a los visitantes con las manos vacías.

—¡Papá! ¡Mamá! Esta gente es muy mala, lo que desean es acabar con la vida del Rey Eliecer, van a apoderarse del reino, tenemos que avisarles e impedir que cumplan su fatal cometido.

—¿Pero hija, estás segura de lo que dices? No podemos acusarlos de algo tan grave sin tener pruebas, el rey podría meternos en la cárcel por falso testimonio; ellos dicen ser de un reino lejano y traer presentes a su majestad.

—Padre, los oí claramente, pondría mi vida si es necesario como garantía, esa mujer es una malvada y el hombre es un hechicero. —Con angustia, apesadumbrada se sentó en la vieja silla junto a la mesa en dónde su madre amasaba el pan cada día, colocando sus manos sobre el rostro comenzó a llorar—. Si ustedes no me creen, tendré que hacerlo sola.

—¿De qué hablas? —le replicó su madre.

—Voy a seguirlos. Daré aviso al rey, arriesgaré mi vida por el reino, pero no permitiré que nuestro país sea despojado por esos miserables ladrones que pretenden entregar el poder al perverso rey Rogelio y su infame esposa Renata.

—Pues si estás tan segura de lo que afirmas, iré contigo hija, anunciaremos al rey estas nuevas, lo pondremos al tanto de todo.

Sin perder más tiempo alistaron sus caballos, emprendieron camino hacia Beerseba, tomaron una senda menos transitada pero que ellos conocían muy bien, de esta forma; podrían adelantarse a sus adversarios, previniendo al rey del atentado que se planeaba. Entretanto, su madre acordó distraerlos atendiéndolos amablemente con el desayuno, así no sospecharían de haber sido descubiertos, dando mayor ventaja a Valentina y a su padre de adelantarse en el camino.

Cerca de la puerta principal de la ciudad, en el bosque encontraron a unas jovencitas, tratando de rescatar de un hoyo a un hombre que estaba atrapado junto a su caballo, había caído allí mientras acompañaba a sus hermanas a recoger frutas para adornar la mesa de su padre, el lodo de la noche anterior había hecho resbaladizo el camino y no vio que uno de esos charcos lo llevaría a sufrir este impace, su poca experiencia en el campo lo hizo presa fácil del terreno humedecido e inestable, permaneciendo por horas atascado. Al acercarse Valentina y su padre los socorrieron, con lazos y la ayuda de otros hombres lograron sacar algo mal herido al joven pero el animal era quien realmente estaba en malas condiciones.

—Tendremos que llevarlo a algún establo para curar su pata y revisar sus demás heridas, o el pobre caballito morirá —dijo el padre de la joven.

—¡Ayúdenos por favor! —suplicó una de las hermanas—. Podemos ir al palacio, estoy segura de que mi padre les recompensará por su buen gesto.

Al oír esto Valentina reconoció que se trataba de los hijos de su majestad Eliecer; mas su padre la miró y con astucia ella entendió que no debían mencionar que se dirigían a ver al rey, así, con disimulo aceptaron acompañarlos como excusa perfecta para acercarse al castillo.

Durante el trayecto el joven apuesto que además era el príncipe fijó sus ojos en Valentina, quien era muy hermosa; aunque de apariencia poco delicada, sin embargo su gratitud le hacía mirarla enternecido y con inquieto deseo de hablarle más de cerca.

Al llegar a la casona, fueron dirigidos a las caballerizas y allí Valentina le pidió a su papá encargarse del animal mientras ella se presentaba de manera atrevida ante el rey y le contaba lo sucedido, mas él no se lo permitió.

—No hija, espera. Ayúdame a curar al animalito, de esta manera nos ganaremos el beneplácito del rey quien nos escuchará con atención.

—Padre, pero no podemos perder tiempo, el rey debe estar atento para cuando esta gente llegue o podría ser demasiado tarde.

Así, dieron instrucciones a unos criados acerca de los cuidados requeridos por el caballo, mientras el príncipe no se separaba del lugar, él deseaba salvar a la bestia, pero además  estar cerca de Valentina, quien le llamaba la atención por su agilidad e intrepidez; sin más preámbulos, pidieron a uno de los siervos ser llevados ante el rey, al verlo, se inclinaron en su presencia.

—Su majestad. Disculpe nuestra osadía de llegar ante usted sin previo aviso ni usar las ropas apropiadas para la ocasión, pero debido a lo urgente de la noticia que debemos comunicarle; nos fue necesario salir en nuestros caballos sin mayor preparación.

El rey, ya sabía lo que habían hecho por sus hijos, pasando por alto su imprudencia y los atendió con benevolencia.

—Conozco los detalles de su osadía al rescatar a mi hijo de la muerte, el reino agradece su buena voluntad de servir sin saber a quienes ayudaban, más bien debo recompensarlos por esto.

—El asunto es aún más grave su majestad, no es recompensa lo que deseamos sino ser escuchados por usted en privado ya que nuestro importunio tiene mayor trascendencia.

El rey accedió a atenderlos e hizo salir a todos del lugar, solo su escudero quedó a su diestra; en seguida le pidió que hablase del delicado tema.

—Hemos descubierto un plan siniestro ideado por el rey Rogelio, enemigo conocido del reino, ha enviado a una mujer que en manos de un hechicero se hará pasar por una distinguida dama de tierras lejanas e intentará seducirlo para robar sus bienes después de envenenarlo, de esta manera quedarse con todo, apoderándose él y su insensata esposa de esta tierra.

El rey estaba totalmente consternado, nunca imaginó que aquel hombre considerara esta forma de destruirlo, pues cuando se enfrentaba a sus ejércitos, salía huyendo a la mitad de la batalla abandonando a sus soldados en el campo.

—Ha llegado el momento de acabar con nuestro enemigo para siempre, pero esta vez usaremos sus mismas armas, así que este será el plan a ejecutar.

Cuando la mujer y el hechicero se acercaban al palacio fueron recibidos por la seguridad privada del rey, al ser identificados como visitantes de lejanas tierras, el mismo Eliecer les salió al encuentro recibiendo sus presentes, los hizo entrar hasta la mesa de los invitados especiales; estos parecían satisfechos al ver la ingenuidad del rey, luego procedieron a entregarle el mejor vino que traían como regalo, esperaban que lo bebiese, para empezar su estocada final.

Su majestad ordenó al copero encargarse de abrir tan finísimo obsequio, pero de manera sorpresiva, frente a todos los invitados sirvió las copas, pidió a la mujer que bebiera ella, sus doncellas y su conductor primero. Estos estaban aterrados, no sabían qué hacer, mas fueron obligados a beber su propio veneno, luego los llevaron a la horca para ser ejecutados en presencia del pueblo y quemaron sus pertenencias, aquel hechicero quien se transformó en una bestia peluda hacía salir fuego de su boca en el mismo momento en que los libros de magia negra ardían.

Todo el pueblo se enteró del infame plan y el rey junto a su ejército salieron en busca de Rogelio, decidieron organizar una emboscada; al llegar a sus tierras lo apresaron frente a sus guardias e hicieron que confesara públicamente su maldad.

Él y su esposa fueron llevados cautivos a Beerseba, dónde los cuerpos de sus enviados eran aún devorados por los cuervos. En presencia de todos sus habitantes los ahorcaron como castigo a su maldad.

Valentina y su padre, recompensados con plata y oro; regresaron a casa, ella recibió el diez por ciento de las joyas de la reina Sara, sin embargo no las tomó para sí, las llevó como regalo a su madre quien los esperaba con desasosiego, sin tener noticias suyas.

Días después el príncipe Eleazar llegó a su puerta para pedir la mano de la doncella, deseaba que el reino de su padre contara con una mujer así en el trono, pero ellos le consultaron a su hija primero; ya que sabían de su pensamiento libre y no querían obligarla a nada. Una semana se hospedó en la casa anexa, pacientemente esperaba la respuesta de su amada, salían al campo y se admiraba de todas sus habilidades, ella a su vez le oía hablar de historias asombrosas del reino y después de compartir juntos esos días, observando detenidamente al apuesto joven, decidió ser su esposa; anteponiendo sus sentimientos a su carácter y dejando que estos la disuadieran de aceptar un cambio radical en su vida, pues también quedó presa del amor desde que lo encontró en aquel lodazal hundido e indefenso.

El rey estaba feliz por la decisión de su hijo, pues aun siendo tan asustadizo, decidió ir él mismo a conquistar el amor de Valentina, una joven que sin ser una princesa o tener sangre de estirpe real se portó como la más decidida guerrera, salvando al reino de Beerseba de las garras enemigas.