miércoles, 26 de octubre de 2016

La foto

Julian Eduardo Cervantes Cadena


La pantalla del celular mostraba “número desconocido”, preferí no contestar, puse ignorar y volví a mi computadora, quería terminar mi primer trabajo universitario, al día siguiente debía entregarlo; llevo poco en el campus y me gustaría ir a alguna de las fiestas que había ese día para empezar a hacer amigos y conocer gente en mi nuevo hogar. No pasaron ni cinco minutos para que las cuatro paredes blancas, donde no había más que una cama de una sola plaza y un escritorio modular preensamblado con su respectiva silla, se volvieran a llenar con la melodía de mi teléfono; el mismo anuncio. Esta vez decidí atender.

­–Hola, Franco. Te estoy vigilando. ­–Era una voz computarizada, usaban algún tipo de distorsionador.

–¿Quién habla? –pregunté tomando esta situación como lo que era, una broma; seguramente es algo común que se hace a los novatos, o a los que venimos de pequeños poblados como bienvenida a la ciudad.

–Franco, recuerda que siempre te estoy vigilando –volvió a advertirme la voz sin alma, sin vida, totalmente mecánica.

Al oír esto, decidí retomar mi trabajo, colgué y volví a concentrarme en mi ensayo acerca de la macroeconomía del grupo de países llamado “G8”.

Ya han pasado dos semanas desde aquella misteriosa llamada, he tratado de disfrutar lo que más he podido mi nueva vida como universitario, clases en las mañanas, trabajos, biblioteca, investigaciones en las tardes y reuniones llenas de alcohol, baile y chicas hermosas en la noche. La vida era fantástica, claro que cuando las cosas se calmaban un poco, mi cabeza se llenaba de melancolía al acordarme de la distancia que me separaba de mis padres, de mis amigos de la infancia, pero sobre todo de Sara, mi amor platónico de la primaria que años más tarde se convertiría en mi compañera de películas nocturnas, besos en el asiento trasero del auto y pesadas reuniones de la alcurnia del pueblo. Nuestra relación, ahora a distancia, seguía siendo fuerte y llena de confianza.

Caminaba por el largo pasillo de tercer piso de la residencia estudiantil. La luz que entraba por la ventana ubicada al final del corredor, era mi norte, el brillo amarillo que salía por la parte de abajo de la mayoría de las puertas a mis costados, me servían de referencia para poder llegar a mi dormitorio. El eco de mis pasos en el piso de madera y el sonido que hace mi celular mientras chateaba con Sara, eran mis únicos acompañantes. Al fin llegué a mi dormitorio. Intenté encender la luz, pero al mover el interruptor no hubo reacción. «Se debe de haber fundido la bombilla», pensé. Caminé hasta el escritorio y prendí la lámpara de la mesa. En ese instante la canción predeterminada de mi teléfono inteligente empezó a retumbar en la pequeña habitación. Contesté sin ver quién me podría llamar a esa altura de la noche, asumí que era algún amigo con ganas de seguir bebiendo, o Sara para poder tener una conversación nocturna.

–¿Aló?

–¿No te parece que llegas un poco tarde, Franco? –La misma voz robótica que unas semanas atrás me intentó asustar.

–¿Quién es? –pregunté al mismo tiempo que me asomaba por la ventana para ver si alguien me observaba desde la calle a la que daba mi dormitorio.

–Espero que hayas disfrutado la fiesta –dijeron antes de terminar la llamada abruptamente.

En ese momento vi mi celular: «número desconocido». Me apuré, abrí la puerta de mi dormitorio para revisar el pasillo, pero este seguía desolado como lo había dejado segundos atrás.

En esta ocasión sí me asusté, seguro mis amigos se encontraban muy ocupados intentando tener una noche de sexo, como para perder su tiempo en asustarme de manera ridícula.

El tercer contacto no se hizo esperar mucho, solo fueron dos días. Me encontraba en la biblioteca de la universidad cuando mi móvil empezó a vibrar: «número desconocido». Miré la pantalla por unos segundos, la sangre se me heló. Sentí como el sudor frío empezaba a salir por cada uno de los poros de mi cuerpo, un escalofrío recorrió toda mi espina dorsal. De forma disimulada me levanté de mi silla, miré a mi alrededor; largas mesas color café claro, llenas de estudiantes con sus narices dentro de pesados libros, el sonido de las teclas de los computadores portátiles, me indicó que el zumbido de mi teléfono había terminado. La gente a mí alrededor no notaba mi existencia. De nuevo mi celular, esta vez un mensaje de texto. “¿Por qué no contestas mis llamadas, Franco?”, otro zumbido: “¿Puedes salir de la biblioteca para conversar?”. Estaba ahí, quien me acechaba, me siguió hasta la biblioteca. Una nueva mirada a mi alrededor me hizo ver que mi presencia no se notaba, la cercanía con los primeros exámenes hacían que todos siguieran concentrados en sus estudios, por un momento pensé en salir y hacerle frente a mi acosador, pero gotas de sudor helado recorrían mi frente, así que desistí.

Toda esta situación me alteraba psicológicamente, mis calificaciones no eran lo que esperaba, obviamente mi cabeza se encontraba más ocupada en saber quién me seguía, que en los pizarrones de las aulas.

Llegaron las vacaciones de medio semestre, un paseo a mi pueblo natal me caería muy bien, alejarme de la persecución, ya llevaba un buen periodo con esta rutina llena de aproximaciones hostigadoras. La cosa no paró ahí, al quinto día de estar donde mis padres, otro acercamiento; esta vez no fue una llamada. Esperando entrar al cine revisé mi celular y encontré una notificación de Instagram que me perturbó. Un desconocido me envió un mensaje directo con una foto en la que Sara y yo posábamos abrazados en la despedida que ella y mi madre organizaron antes de irme a la universidad, atrás de nosotros se encontraban varios de mis amigos, entre otros intrusos, bailando.

–¿Quién te escribe? –Me interrumpió Sara, teniendo un falso ataque de celos, que acompañó de una risa burlona al ver el miedo en mi rostro. No le había contado nada acerca de la bizarra situación, quizás yo exageraba y no quería que ella se preocupara demasiado con el tema.

–No es nada, amor, el Instagram, ya la voy a revisar más tarde –respondí, quitándole importancia a lo sucedido.

Cuando llegué a mi casa entré a la aplicación para volver a revisar la foto, esta ocasión la vi con más detalle, en el fondo no solo se encontraba la gente ignorando la cámara, disfrutando del baile, sino que en una esquina oscura, donde casi no llegó la luz del flash, se alcanzaba a reconocer la imagen de una misteriosa mujer, desde las tinieblas, nos observaba fijamente, una mirada seria y penetrante. Esta llegó acompañada de una nota: «El momento en que esta historia empezó», obviamente al revisar el perfil no pude encontrar información sobre el usuario.

Ese fue el último acercamiento con mi acosador en las tres semanas de vacaciones, por un momento creí que ya se habría cansado de mí.

Al llegar una vez más al campus, la extraña sensación de que me perseguían volvió, un sentimiento ya borrado de mi cabeza; no me equivoqué. Un mensaje de Whatsapp, el mismo número de siempre me bombardeó con la geolocalización de la mayoría de lugares en los que estuve durante mis vacaciones en mi pueblo natal; incluso en el domicilio de mis padres. Era el momento de contarle a alguien lo que me sucedía.

–¿Recuerdas que en la época de exámenes pasé un día entero en la biblioteca? –Le pregunté a Sara.

–Sí, me acuerdo, me llamaste temprano para que no te interrumpiera –me respondió.

–Ahí también se contactó conmigo, no solo me llamó, me mandó un par de mensajes y sabía mi ubicación exacta –le conté.

Ella escuchó con atención toda la historia a través del mismo aparato que se convirtió en una pesadilla para mí, una conversación que la puso al tanto de lo que pasaba.

–Tranquilo, yo creo que no es nada grave, ya se le va a pasar las ganas de molestarte –me aconsejó ella– ignóralo.

–¡Y qué me dices de cuando me siguió en las vacaciones! ¿No crees que debería ir a la policía? –Le pregunté esperando que me dé su visto bueno y no sentirme como un loco paranoico –estoy un poco asustado.

–¿Por qué no cambias de número de teléfono?

–Este ha sido el único que he tenido en toda mi vida. Además se contacta conmigo por varios medios, no solo por celular.

–Está bien, era una idea nada más –me dijo Sara tratando de calmarme–. Según lo que me contaste ya ha pasado un buen rato desde el primer contacto y nada grave te ha sucedido, no creo que debas preocuparte no parece que te fuera a hacer daño –trató de consolarme mi novia a la distancia.

Me acordé de la foto, era el momento de investigar. Denunciar con las autoridades lo que me sucedía, podría sonar un poco descabellado, muchos en esta ciudad deben de tener una situación similar y a diferencia de ellos, yo no podría dar un nombre a la misteriosa persona que me seguía.

Lo primero que hice fue enviarla a todas las personas que según yo, estuvieron en mi fiesta de despedida, preguntando quién fue el autor de esta. La respuesta fue negativa; mi memoria me jugaba una mala pasada, no lograba reconocer a la enigmática mujer. Otro mail a mis conocidos, en esta ocasión preguntando a todos si reconocían a la misteriosa mujer entra las tinieblas del flash; una nueva negativa masiva.

Sabía dos cosas, quien me sigue a todos lados, proviene de mi pueblo natal y actualmente está viviendo en la ciudad. Debe de haber pocas personas con esas características, usé mis redes sociales para darle un nombre a ese misterioso rostro, pregunté en mi muro de Facebook si alguien de mi pueblo, al igual que yo vivía en la ciudad. Dos nombres surgieron, pero ambos eran parientes lejanos de unos conocidos de mis padres. Dudo que ellos se vuelvan acosadores de un universitario.

Dormía, el sonido que hace el celular al vibrar encima del velador, me despertó. Una nota de texto: «Ya no te acuerdas de mí… nos vamos a tener que volver a ver». Me desperté realmente asustado. No pude dormir toda la noche, analicé la foto por horas, comparaba la extraña sombra con los miles de rostros que aparecían en el Facebook de mis amigos, buscando una persona que se pareciera; si mi acosador estuvo en mi casa, su cara debe aparecer en algún otro lado. El trabajo fue en vano, ninguna persona, ni remotamente parecido.

Los mensajes empezaron nuevamente a volverse constantes, pero el tono era cada vez más agresivo, más intenso y ahora sí amenazaban con un encuentro entre los dos.

El tan temido zumbido y la melodía que lo acompañaba que se fue transformando en una marcha fúnebre. “número desconocido”, Decidí bloquear el número y dejar que mi vida continúe.

Varias semanas más tarde mi vida estaba retomando su rumbo, hasta que mi acosador me contactó una vez más; un nuevo número.

–Qué bueno que me contestas, Franco. –Llevaba un buen rato sin oír esa voz sin alma que atormentaba mi vida–. Nuestro encuentro se acerca.

–¿Qué quieres de mí? –pregunté iracundo.

–¿Te gustó la foto que te envié? –Mi ira se incrementó–. Sara se ve muy linda. –No aguanté más colgué.

Un nuevo zumbido, una notificación de Whatsapp con la geolocalización de mi acosador, la dirección de Sara. Sentí miles de puntos fríos en cada uno de mis músculos, podía escuchar el latido de mi corazón y como la sangre helada recorría mi cuerpo de pies a cabeza, una nueva foto me llegó, la chimenea de la sala en la cual posaban varios portarretratos de sus padres, de su hermano, cinco años menor; y una muy especial, en la que salíamos los dos en nuestra graduación del colegio. Rápidamente le marqué, la espera para que me contestara pareció eterna.

–Amor, ¿cómo estás? –Me dijo con toda tranquilidad, claro no sabía que se encontraba en peligro.

–Sara, escúchame necesito que hagas algo por mí.

–Claro, que… –No deje que terminara su frase

–¿Estás en tu casa? –mi respiración agitada se lograba escuchar a través del micrófono del celular.

–Sí claro, son como las diez de la noche, ya me iba a dormir…Pero dime, que quieres que haga por ti, ¿pasó algo? –Su voz empezaba a notarse ansiosa y nerviosa.

–El acosador…

–¿Qué acosador? –Me interrumpió

–El que te conté la otra vez –esperé una respuesta que nunca llegó, mientras tomaba aire– está muy cerca de ti, me mandó su geolocalización y una foto de tu sala, por favor llama a la policía –Unos segundos de silencio, seguidos por pequeños e irreconocibles sonidos en el fondo hacían que mi corazón latiera más rápido–. ¿Aló?, ¿Sara?, ¿Estás ahí? –Silencio nuevamente.

–Amor, no hay nadie. –Su voz nunca me sonó tan aliviadora.

–¿Segura?

–Ya vimos por todos lados con mi papá y no encontramos nada raro, vamos a revisar bien otra vez y te vuelvo a llamar para que estés más tranquilo.

–Sí, eso haría que me aliviaría un poco el estrés –sentí que el alma me volvía poco a poco al cuerpo– es un lugar enorme así que ten cuidado, nunca te separes de tu papá.

Colgué, me quedé viendo mi celular hasta que la luz terminó desvaneciéndose. No duró así mucho, un mensaje de Whatsapp, «Tranquilo ella no me interesa, es a ti a quien quiero cerca mío». Era el momento de ir a la policía, paré el primer taxi que se me cruzó, no esperé a que Sara me llamara para confirmarme su seguridad.

–¡Amor, esto ya se salió de las manos! –le dije sin esperar respuesta alguna– estoy camino a la policía voy a denunciarlo.

–Tranquilo, respira no creo que sea para tanto, no ha pasado nada grave.

–¡No!, esto ya fue mucho, que se meta conmigo lo puedo tolerar, pero que se acerque a ti no lo voy a aceptar. Te llamo apenas termine de hablar con la policía.

Colgué.

Pasaron unos minutos, me bajé del taxi y una vez más el temible zumbido. No pude moverme, me quedé congelado, esto ya no era vida. Me armé de valor y revisé una vez más el teléfono.


Un mensaje de Whatsapp, pero ahora el número me lo sabía de memoria, es más, lo tenía guardado entre mis favoritos como “Sara”. Abrí el chat que contenía las palabras que acabaron con todo, mi mundo se derrumbó: «Lo siento, solo lo hice porque me haces falta, no soportaba la idea de tenerte lejos. La posibilidad de que conocieras a alguien más me volvía  loca y el miedo fue la única forma que se me ocurrió de ocupar tu tiempo. Entiendo que no me quieras volver a hablar, pero por favor no me odies. Te amo».

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