viernes, 14 de octubre de 2016

La prisa y el beso

Nancy Oviedo


Era una tarde tranquila. Fátima miró por la ventana los arboles moverse con el viento, el ruido de la televisión ambientaba la sala recién remodelada. Era su cuarto aniversario, miró su argolla con desgana. De pronto se dio cuenta de que la voz del cronista era la de Jorge, «Qué sorpresa» pensó. Lo último que sabía de él es que trabajaba en la redacción de la revista de deportes en un periódico sin mucho futuro, se alegró de saber que tal eso le representaba un ascenso en su carrera como periodista. Decidida tomó el teléfono, buscó el número de Jorge en su teléfono, pero colgó después del primer timbrazo. «Cinco años», susurró. Cinco años en los que no hablaba con él y sin embargo, esos mismo cinco años en los que el recuerdo y la sola posibilidad volver a estar a su lado seguía robándole el sueño desde que se había casado con Héctor a solo dos meses de haberse conocido. Era cierto que solo había visto a Jorge una vez para cenar. Su relación se basaba en mensajes de texto y ocasionales llamadas telefónicas. Cuando se vieron Jorge estaba recién divorciado, esa noche parecía algo apurado, tenía que recoger a su hijo con los abuelos. Fátima no había querido eliminar a Jorge de sus contactos. Mirar las actualizaciones de Jorge en el celular le significaban cierta cercanía. Jorge estaba de espaldas, vestía una playera del Barcelona con el número doce. Fátima respiró hondo como para darse valor, contuvo el aire unos momentos, luego miró la fotografía de su boda, ésta cayó al suelo. Esa noche preparó la cena favorita de Héctor como regalo de aniversario. Hicieron el amor a media luz, luego él durmió profundamente, Fátima lo miraba con odio, con repudio y luego lo envidió de ser capaz de perderse en sus sueños «Es un buen hombre», pensó mientras las fosas nasales de Héctor se abrían en cada respiración moviéndole los pelos del bigote. Héctor era guapo, la quería, definitivamente, le gustaba el boliche y como defecto Fátima solo pudo encontrar algún ronquido de vez en cuando. A la mañana siguiente Héctor le había dejado una nota, el desayuno listo y una rosa junto a su almohada. Víctima de la culpabilidad Fátima salió a correr, fue al mercado a pie y bajo el sol inclemente como método masoquista para olvidarse de sus deseos anteriores respecto a Jorge «Me alegro de no haberle llamado» se repetía «Claro, es lo mejor» incluso dejó su celular en casa; sin embargo, al llegar todo sus esfuerzos fueron inútiles, un mensaje de Jorge «¿Me llamaste? Estaba en grabación ¿Nos vemos esta noche?» Fátima sintió recuperarse en seguida de sus fatiga, no supo qué contestar. Si se negaba no tendría oportunidad de verlo en otros cinco años, tal vez, pero si aceptaba ¿qué le diría a Héctor? luego recordó que era jueves, los días que Héctor jugaba boliche, llegaría tarde, el plan perfecto, debía ser una señal. «¿Dónde?»  respondió, luego corrió a su habitación, planeó su atuendo, se puso una mascarilla, tomó un baño, salió de su casa con un vestido sencillo a cuadros negros con blanco que combinó con unos tenis.

Caminó por la ciudad varias horas, quiso reconstruir la última vez que había visto a Jorge. Tuvo miedo de no reconocerlo «Pero si lo acabo de ver en la tele» se dijo para tranquilizarse. De pronto el cielo estaba gris, a punto de llover, Fátima se descubrió ridícula con aquel atuendo ante los ojos de la gente que la miraba por la calle, tropezó con su reflejo en una ventana, sus treinta y seis años le pesaron tanto que no pudo respirar, huyó de su imagen. Al llegar a la fuente de Las Cibeles, nerviosa, sacó un libro, sin embargo las palabras no tenían sentido, lo cerró. Observó a su alrededor, le pareció curioso que las mesitas de colores tan brillantes parecieran opacas. Se miró las piernas y el vestido le pareció más corto, sintió vergüenza e intentó inútilmente bajarlo. Anheló reconstruir el rostro de Jorge, no pudo «¿Qué es todo esto?» se preguntó, ya no era ninguna jovencita que argumentara confusión propia de la edad, con todo y que sí estuviera confundida. Hurgó en su ser la posibilidad de infelicidad en su matrimonio, pero no encontró nada. Héctor tenía sus defectos, claro, pero nada extraordinario y como amante no tenía queja. Convencida de su estupidez quiso irse, pero unas manos detrás de ella la tomaron por la cintura. Ese olor a Fahrenheit le facilitó quedarse. «No me sueltes», pensó.

–¿Llegaste hace mucho? –preguntó Jorge.

Fátima con los ojos cerrados se volvió para mirarlo, pero el fuerte abrazo de Jorge se lo impidió; luego de frente, lo miró e intentó ocultar su sorpresa al ver su pelo cano, sus ojos hundidos, parecía más moreno, fuera de forma.

–¿Tomamos un café? –dijo él más a forma de orden y jalándola del brazo hacia la cafetería.

Jorge miraba el reloj constantemente.

–¿Qué pasa?

–Tengo que volver a trabajar.

Pensé que íbamos a estar juntos.

–Sí, claro que sí, respondió él con una sonrisa. La tomó de la mano para besarla a forma de consuelo. ¿Me acompañas a la oficina? insistió Jorge, pagó la cuenta y salieron.

Caminaron un par de calles hasta una vieja casona transformada en oficina con varios televisores colgados en las paredes. Fátima miró el lugar, estaba vacío. Jorge la volvió a tomar de la mano.

–Está bonito dijo mientras miraba el anillo de bodas. Fátima se lo quitó inmediatamente ¿Cómo estás allá? preguntó casi burlón.

–¿Eso qué tiene qué ver? –inquirió Fátima– . Mejor dime: ¿por qué no me buscaste después de aquella noche? Me quedé esperando que el teléfono sonara, que fueras tú.

–Me acababa de divorciar, no tenía nada que ofrecerte.

¿Ahora qué tienes? dijo ella coqueta.

Decidido se acercó hacía ella, la tomó de los cabellos; recorrió su cuerpo con las manos ansiosas hasta sus labios, Fátima recibió con delicadeza aquella lengua, se aferró a él. Claro que no era el galán de moda, pero aquel beso, Fahrenheit, sus manos ávidas de ella, el recuerdo y la posibilidad explotaron y surgió la propuesta.

¿Quieres ser mi amante? –preguntó Fátima con los ojos cerrados todavía.

Jorge la miró como si fuera una desconocida, se alejó inmediatamente. Encendió el televisor.  Fátima abrió los ojos.

¿Qué pasa?

–Nada –respondió Jorge convertido en el hombre de la prisa nuevamente.

Jorge se concentró con rapidez en las distintas pantallas. Fátima no entendía lo que había pasado, pero tuvo miedo de preguntar. Lo había dicho o lo había pensado, no estaba segura.

–Voy al baño –dijo y salió.

La humedad del lugar le erizó la piel, se miró en el espejo, le costó reconocerse «¿Quién soy?» se preguntó mirándose fijamente, sintió su teléfono vibrar, eran las once de la noche, Héctor estaba saliendo del boliche, si se iba en ese  momento llegaría a casa antes que él, pero «¿Cuándo volvería a ver a Jorge?» tal vez pasarían otros cinco años, «¡No!» Volvió con él.

–¡Bésame! Demandó.

–Ajá –respondió él sin dejar de ver la televisión.

Fátima se acercó hasta él, lo besó.

–¡Gol! –gritó Jorge todavía con los labios de Fátima en los suyos.

Molesta tomó su bolsa y salió del lugar. El aire de la calle la tranquilizó, miró a las parejas pasear, recordó el tiempo con Héctor la noche anterior, una anciana tropezó con ella reclamándole su poca atención, un auto la salpicó con agua de un charco, su bolsa cayó al suelo. Recogió sus cosas, su teléfono sonó, era Jorge, dejó el aparto sonar en la banqueta.  Se alejó pensativa ¿Había sido infiel? ¿Un beso podría ser considerado infidelidad? «No» se respondió aliviada «Los amantes no deben tener prisa, mucho menos para un beso». 

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