Nancy Oviedo
Era una tarde tranquila. Fátima miró por la ventana
los arboles moverse con el viento, el ruido de la televisión ambientaba la
sala recién remodelada. Era su cuarto aniversario, miró su argolla con desgana.
De pronto se dio cuenta de que la voz del cronista era la de Jorge, «Qué sorpresa»
pensó. Lo último que sabía de él es que trabajaba en la redacción de la revista
de deportes en un periódico sin mucho futuro, se alegró de saber que tal eso le
representaba un ascenso en su carrera como periodista. Decidida tomó el teléfono,
buscó el número de Jorge en su teléfono, pero colgó después del primer
timbrazo. «Cinco años», susurró. Cinco años en los que no hablaba con él y sin
embargo, esos mismo cinco años en los que el recuerdo y la sola posibilidad
volver a estar a su lado seguía robándole el sueño desde que se había casado
con Héctor a solo dos meses de haberse conocido. Era cierto que solo había
visto a Jorge una vez para cenar. Su relación se basaba en mensajes de texto y
ocasionales llamadas telefónicas. Cuando se vieron Jorge estaba recién
divorciado, esa noche parecía algo apurado, tenía que recoger a su hijo con los
abuelos. Fátima no había querido eliminar a Jorge de sus contactos. Mirar las
actualizaciones de Jorge en el celular le significaban cierta cercanía. Jorge
estaba de espaldas, vestía una playera del Barcelona con
el número doce. Fátima respiró hondo como para
darse valor, contuvo el aire unos momentos, luego miró la fotografía de su boda, ésta cayó al suelo.
Esa noche preparó la cena favorita de Héctor como regalo de aniversario.
Hicieron el amor a media luz, luego él durmió profundamente, Fátima lo miraba
con odio, con repudio y luego lo envidió de ser capaz de perderse en sus sueños
«Es un buen hombre», pensó mientras las fosas nasales de Héctor se abrían en
cada respiración moviéndole los pelos del bigote. Héctor era guapo, la quería,
definitivamente, le gustaba el boliche y como defecto Fátima solo pudo
encontrar algún ronquido de vez en cuando. A la mañana siguiente Héctor le había
dejado una nota, el desayuno listo y una rosa junto a su almohada. Víctima de
la culpabilidad Fátima salió a correr, fue al mercado a pie y bajo el sol
inclemente como método masoquista para olvidarse de sus deseos anteriores
respecto a Jorge «Me alegro de no haberle llamado» se repetía «Claro, es lo
mejor» incluso dejó su celular en casa; sin embargo, al llegar todo sus
esfuerzos fueron inútiles, un mensaje de Jorge «¿Me llamaste? Estaba en grabación
¿Nos vemos esta noche?» Fátima sintió recuperarse en seguida de sus fatiga, no
supo qué contestar. Si se negaba no tendría oportunidad de verlo en otros cinco
años, tal vez, pero si aceptaba ¿qué le diría a Héctor? luego recordó que era
jueves, los días que Héctor jugaba boliche, llegaría tarde, el plan perfecto,
debía ser una señal. «¿Dónde?» respondió,
luego corrió a su habitación, planeó su atuendo, se puso una mascarilla, tomó un
baño, salió de su casa con un vestido sencillo a cuadros negros con blanco que
combinó con unos tenis.
Caminó por la ciudad varias horas, quiso reconstruir
la última vez que había visto a Jorge. Tuvo miedo de no reconocerlo «Pero si lo
acabo de ver en la tele» se dijo para tranquilizarse. De pronto el cielo estaba
gris, a punto de llover, Fátima se descubrió ridícula con aquel
atuendo ante los ojos de la gente que la miraba por la calle, tropezó con su
reflejo en una ventana, sus treinta y seis años le pesaron tanto que no pudo
respirar, huyó de su imagen. Al llegar a la fuente de Las Cibeles, nerviosa,
sacó un libro, sin embargo las palabras no tenían sentido, lo cerró. Observó a
su alrededor, le pareció curioso que las mesitas de colores tan brillantes
parecieran opacas. Se miró las piernas y el vestido le pareció más corto, sintió
vergüenza e intentó inútilmente bajarlo. Anheló reconstruir el rostro de Jorge,
no pudo «¿Qué es todo esto?» se preguntó, ya no era ninguna jovencita que
argumentara confusión propia de la edad, con todo y que sí estuviera
confundida. Hurgó en su ser la posibilidad de infelicidad en su matrimonio,
pero no encontró nada. Héctor tenía sus defectos, claro, pero nada
extraordinario y como amante no tenía queja. Convencida de su estupidez quiso
irse, pero unas manos detrás de ella la tomaron por la cintura. Ese olor a
Fahrenheit le facilitó quedarse. «No me sueltes», pensó.
–¿Llegaste hace mucho? –preguntó Jorge.
Fátima con los ojos cerrados se volvió para mirarlo,
pero el fuerte abrazo de Jorge se lo impidió; luego de frente, lo miró e intentó
ocultar su sorpresa al ver su pelo cano, sus ojos hundidos, parecía más moreno,
fuera de forma.
–¿Tomamos un café? –dijo él más a forma de orden y
jalándola del brazo hacia la cafetería.
Jorge miraba el reloj constantemente.
–¿Qué pasa?
–Tengo que volver a trabajar.
–Pensé que íbamos
a estar juntos.
–Sí, claro que sí, respondió él con una sonrisa. La
tomó de la mano para besarla a forma de consuelo. –¿Me acompañas a la oficina? –insistió Jorge, pagó la cuenta y
salieron.
Caminaron un par de calles hasta una vieja casona
transformada en oficina con varios televisores colgados en las paredes. Fátima
miró el lugar, estaba vacío. Jorge la volvió a tomar de la mano.
–Está bonito –dijo mientras miraba el anillo de bodas. Fátima se
lo quitó inmediatamente ¿Cómo estás allá? preguntó casi burlón.
–¿Eso qué tiene qué ver? –inquirió Fátima– . Mejor
dime: ¿por qué no me buscaste después de aquella noche? Me quedé esperando que
el teléfono sonara, que fueras tú.
–Me acababa de divorciar, no tenía nada que
ofrecerte.
–¿Ahora qué tienes?
dijo ella coqueta.
Decidido se acercó hacía ella, la tomó de los
cabellos; recorrió su cuerpo con las manos ansiosas hasta sus labios, Fátima
recibió con delicadeza aquella lengua, se aferró a él. Claro que no era el galán
de moda, pero aquel beso, Fahrenheit, sus manos ávidas de ella, el recuerdo y
la posibilidad explotaron y surgió la propuesta.
–¿Quieres ser
mi amante? –preguntó Fátima con los ojos cerrados todavía.
Jorge la miró como si fuera una desconocida, se alejó
inmediatamente. Encendió el televisor. Fátima
abrió los ojos.
–¿Qué pasa?
–Nada –respondió Jorge convertido en el hombre de la
prisa nuevamente.
Jorge se concentró con rapidez en las distintas
pantallas. Fátima no entendía lo que había pasado, pero tuvo miedo de
preguntar. Lo había dicho o lo había pensado, no estaba segura.
–Voy al baño –dijo y salió.
La humedad del lugar le erizó la piel, se miró en el
espejo, le costó reconocerse «¿Quién soy?» se preguntó mirándose fijamente,
sintió su teléfono vibrar, eran las once de la noche, Héctor estaba saliendo
del boliche, si se iba en ese momento
llegaría a casa antes que él, pero «¿Cuándo volvería a ver a Jorge?» tal vez
pasarían otros cinco años, «¡No!» Volvió con él.
–¡Bésame! –Demandó.
–Ajá –respondió él sin dejar de ver la televisión.
Fátima se acercó hasta él, lo besó.
–¡Gol! –gritó Jorge todavía con los labios de Fátima
en los suyos.
Molesta tomó su bolsa y salió del lugar. El aire de
la calle la tranquilizó, miró a las parejas pasear, recordó el tiempo con Héctor
la noche anterior, una anciana tropezó con ella reclamándole su poca atención,
un auto la salpicó con agua de un charco, su bolsa cayó al suelo. Recogió sus
cosas, su teléfono sonó, era Jorge, dejó el aparto sonar en la banqueta. Se alejó pensativa ¿Había sido infiel? ¿Un
beso podría ser considerado infidelidad? «No» se respondió aliviada «Los
amantes no deben tener prisa, mucho menos para un beso».
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