miércoles, 29 de abril de 2015

Desde la red

Eliana Argote Saavedra


“…No sé por qué en un instante todo el camino que me había trazado se desvaneció. ¿En qué momento la curva de mi vida giró encerrándome en este presente que parece  no tener salida?…”

Mi nombre es Lily y la historia que les voy a contar ocurrió cuando tenía dieciséis años, estaba sedienta de vivir después de haber permanecido en el colegio de monjas donde me matriculó mi madre luego de divorciarse de papá, para asegurar la disciplina que a ella le costaba imponer. Nos habíamos mudado a un barrio de Magdalena, un condominio cerca de la plazuela principal desde donde se podía saborear el aire salado; “para que no extrañes el puerto”, me dijo, cuando le  pregunté por qué Magdalena.

Hacía tiempo no salíamos a divertirnos y estábamos hartas de tanta tarea, solíamos reunirnos en casa de Susana, sus padres se habían ido de viaje y la hermana que supuestamente nos vigilaría, casi nunca estaba. Una de esas tardes Diego, el enamorado de mi amiga, sugirió una escapada a la playa.

¿Es seguro ese lugar hija?, preguntó mi vieja cuando le conté acerca del plan. ¿Qué pasa ma? Nunca me haces problemas para salir, ¿ya vas a comenzar a comportarte como las otras mamás?; no hija, no es eso, es solo que quieres quedarte todo el fin de semana. ¡Claro! Pero ya te expliqué, es justamente por la distancia, ¡ya pues vieja!, no empieces ¿Quieres?

El día en cuestión, en casa de Susana, estábamos ella, Rafo y yo;  habíamos contratado una combi que nos llevaría hasta Punta Hermosa y de allí tomaríamos una moto-taxi hasta la casa de playa de un familiar de mi amiga. Cuando llegó Diego; falta una punta, dijo, con actitud intrigante. ¡No! Interrumpió ella, convencimos a Rafo para que nos acompañe; noté su incomodidad cuando jaló a un lado a Susana, estuvieron discutiendo un rato, pero luego se reunieron con nosotros; bueno, dijo él, forzando una sonrisa, viene una punta más. ¿Una punta? ¿Y quién es?, pregunté; es un pata del Face, es bacán, conoce a la gente de LEVEL, la discoteca de moda en Punta Hermosa a la que ni en sueños podríamos entrar sin DNI. ¿O sea que el tono va a ser en LEVEL?, dije completamente entusiasmada; yessss, respondió; y no solo eso, él tiene auto así que la combi ¡Ya fue ya!

No terminábamos de hacernos a la idea cuando sonó una bocina tan escandalosa, que hizo salir a algunos vecinos con cara de pocos amigos, nos asomamos y vimos en la entrada del condominio una cañaza con lunas polarizadas y música a todo volumen; del auto bajó Mirko; Susana y yo nos miramos, el chico estaba “buenazo”.

“…nunca me había detenido a ver el cielo, suena cursi pero en verdad es maravilloso, que sensación de paz…sería genial pasar horas observando como poco a poco aparecen esos puntos brillantes y se quedan parpadeando mientras las nubes se desplazan silenciosas, sin prisa… y la luna… ¡Ah la luna! parece de cuento árabe…si tan solo pudiera moverme…hace rato siento  un liquido tibio deslizándose por mi frente y sospecho su color... ¡No!, no debo pensar en eso, será mejor que siga observando el cielo…”

¡Bienvenido! A ver, te presento a la gente…estos son… ¡La gente!, ja, ja, dijo Diego soltando una carcajada; hacía bastante calor; pucha, manejar con este sol está tranca, ¿un par de chelas para enfriar la garganta?, sugirió; me gusta, pensé, observando al recién llegado; se ve medio salvaje y a mí esos me encantan; tenía la piel tostada, los ojos caramelo, “de esos que pueden causar adicción”, el cabello ensortijado sobre los hombros, la barba ligeramente crecida, era un festival de atracción y para rematar el asunto, cuando nuestras miradas tropezaron, noté cierta turbación en él, la misma que sentí yo.

A la casa de playa llegamos casi de noche, luego de un viaje divertido por la costa bañada incesantemente por un sol abrasador que fue desapareciendo ante nuestros ojos transformado en estelas de colores intensos. Al quedarme sola en el baño, el recuerdo de la mirada de Mirko clavada en mí durante casi todo el trayecto, se estacionó en mi mente; me inquieté un poco, sabía que Rafo quería algo conmigo, ¿habría notado acaso nuestra mutua atracción?

“…Me siento agotada, los ojos se me cierran aunque no sé si es sueño o estoy debilitándome, desde aquí puedo ver a Susy, hace un buen tiempo no se mueve, parece muerta…”

Cuando estuvimos todos listos nos acomodamos en la camioneta, Diego destapó una lata de cerveza; yo paso indicó Mirko forzando una sonrisa, soy el amigo elegido; Rafo que estaba conmigo en la cabina me acarició la barbilla y se bajó, lo siento chiquita pero te cambio por la chela, dijo, ya Susy, las mujeres adelante acompañado al “amigo elegido”, agregó con tono burlón. Así quedamos las dos chicas con Mirko en la cabina; en varias oportunidades pude percibir su aliento cerca cuando sorteábamos alguna curva de la carretera, era obvio que lo hacía a propósito, se cuidaba de no ser visto por los chicos; poco antes de llegar susurró muy cerca: Por ningún motivo salgas de la disco con Diego; no tuvo nada de romántico o de atrevido lo que dijo, ¿qué le pasa?, me mira todo el camino por el reflejo del retrovisor, coquetea respirando casi al lado de mi cuello, ¿y ahora me dice que no salga con el enamorado de Susy?, ¿qué clase de tarado es este?,  o acaso… ¿Está celoso?, ja, ja, el muy tonto ni siquiera se ha dado cuenta que el que quiere algo conmigo es Rafo y no Diego.

“…este ruido me enloquece, suenan fierros retorciéndose, sé que algo va a pasar... ¡Auxilio!, ¡Auxilio por favor!… ¿Por qué no viene nadie?... aunque dudo que alguien pueda escucharme porque ni yo misma lo hago… calma “Caperucitaroja”, calma, no os desesperéis, es lo que siempre me decías mi “locoporelchat”, cuántas veces me dijiste eso, eres la única persona que me conoce perfectamente bien, te extraño amigo, ¿podrás adivinar que en este mismo instante estoy aterrada? ¿Sentirás mi ansiedad como lo hacías cuando chateábamos? …eres una loca desesperada, no piensas, mi “caperucitaroja”, es lo que me decías siempre, ¿qué estarás pensando luego de tantos días sin conectarnos?, sabías de la escapada del fin de semana y a pesar de animarme al comienzo, faltando apenas unos días me dijiste que no fuera, insististe mucho, ¿qué pasó con el loco en busca de adrenalina? Te pregunté ¿por qué no te hice caso?, no te conozco amigo pero te necesito, estoy segura que tú sabrías qué hacer…”

Llegamos a la disco y bailamos a más no poder, entre baile y tragos Diego comenzó a insinuarse; al comienzo lo tomé como una broma pero poco a poco caí en cuenta que la cosa iba en serio, Susy no nos quitaba los ojos de encima.
¿Qué te pasa Diego? Susy te está mirando, ¿no te importa?, dije; yo solo paso tiempo con su mejor amiga, respondió mientras me sujetaba con fuerza de la cintura llevándome a la pista de baile. Casi al terminar la canción apretó mi  mano y acercó la cara a mi oído, vamos afuera para conocernos mejor, susurró. Eres un tarado, respondí soltándome de inmediato, me siguió pero pude perderme entre los chicos que bailaban agitando los brazos, y dando vueltas, perdidos por completo en el éxtasis de la música y la sensación de sentirse en otro mundo. Me abrí paso entre los muchachos y vi a Susana, ¿dónde está Rafo? Pregunté; me miró fijamente con la cara enrojecida, si no andaras de zorra sabrías donde está, dijo y se alejó.

Mirko también nos estuvo observando, más que molesto lucía preocupado, pero no hizo nada. Decidí buscar a Rafo; mientras me alejaba lo vi en el segundo nivel bailando pegado con una chica, estaba completamente ebrio; los vigilé un largo rato hasta que se retiraron a un lugar oscuro, cerca de la barra; subí, los seguí y pude ver como ella lo besaba y él respondía al beso dando rienda suelta a sus instintos, pegándola aún más a su cuerpo y metiendo las manos por debajo de la blusa; bueno, dije para mí misma llena de ira, si así lo quieres, aquí tengo un excelente prospecto.

Regresé a buscar a Mirko,  mientras me acercaba, escuché a Diego que hablaba con un pata grande y fornido, no recordaba haberlo visto, pero ambos lo miraban; ya tengo dos aseguradas pero éste no ha conseguido ninguna, ¿no nos irás a dar lo mismo no?, dijo el desconocido; no se supone que él consiga nada, ese es un cachorrito, está de prueba. Me detuve delante de ellos, ¿qué es lo que tienen aseguradas?, pregunté; las chelas pues flaca, respondió Diego riendo, ese no es trabajo de cachorros, y hablando de cachorros… agregó sujetándome del brazo. Me solté mortificada; estás borracho, le dije y me alejé en busca de Mirko.

¿Bailamos? Le pregunté al llegar; esa canción no me gusta, dijo. ¡Qué tonta excusa!, pensé y me alejé; me sentía algo ebria y llena de cólera por el rechazo de aquel muchacho, sé que le gusto, ¿por qué me rechaza entonces?; insistí pero volví a escuchar las mismas excusas tontas, no quería bailar, solo me pedía que no salga de la disco; estaba histérica; en ese instante apareció Diego; “celos”, me dije, eso siempre funciona, recibí al conquistador con una sonrisa, él volvió a pedirme que lo acompañara y esta vez accedí.

Salimos de la disco, estaba tan indignada por el comportamiento de uno y la indiferencia del otro, que no me importaba traicionar a mi mejor amiga, además la había visto entrar al baño, no tenía por qué enterarse; una vez afuera, Diego me tomó por la cintura y al ver salir a Mirko de la discoteca, de pura bronca me di de lleno a la locura del momento, me sugirió ir hacia un lado que estaba poco iluminado y bastante solitario; me dejé llevar pero cuando estuvimos lejos del bullicio, apareció el pata que había estado hablando con él en la disco y otro más de aspecto parecido; Diego me soltó; hasta aquí llegamos zorra, dijo.

Los dos patas me sujetaron con fuerza, en ese instante apareció Susy gritando, pero Diego la detuvo y le cubrió la boca, uno de los desconocidos colocó en mi cara un trapo húmedo y en cuestión de segundos perdí la conciencia.

“…Tengo mucha sed, daría lo que fuera por un poco de agua…¡Susy!, despierta amiga, tal vez si tú despiertas pueda descubrir que todo esto no es más que una pesadilla…¡Susy!.. Espera, escucho voces, se acercan voces, ¡auxiliooo! ¡Auxilioooo!, ¡Oh no!, pasaron de largo, se alejan las luces de unas linternas, ¡nos están buscando amiga! ¿Ya ves? No nos van a abandonar aquí, me resisto a creer que este sea el último capítulo de nuestra historia...”

Cuando desperté, Susy estaba cerca de mí, atada de manos y piernas sobre el piso de un cuarto sucio iluminado con una lámpara de kerosene. ¿Qué pasó?, pregunté aterrada observando las sombras enormes de dos cucarachas que paseaban a su antojo por el suelo; una mirada llena de ira fue la única respuesta que recibí; perdóname Susy, yo no quise… ¿no quisiste? Te vi, no parecía que no quisieras; lo sé, sé que fui una estúpida pero; eras mi mejor amiga, gritó llena de ira; en ese instante la puerta se abrió y apareció un hombre alto, era el que me había puesto el trapo en la cara, llevaba una cadena de oro y los brazos cubiertos de tatuajes, cerró la puerta tras de sí y se acercó lentamente, se arrodillo muy cerca de Susy; las niñas bonitas no gritan; susurró y le colocó un dedo sobre la boca, la sombra proyectada en la pared de su mano deslizándose por el cuello de mi amiga, me hizo temer lo peor. Ella lo miraba horrorizada; el hombre volteó a verme y sonriendo maliciosamente mientras se acercaba a mí dijo: Esto también va para ti zorra; comencé a temblar, acercó el rostro y pude percibir el aliento a licor; olfateó por el escote de la blusa que llevaba, y tiró de mi cabello hacia atrás, sentí su lengua en la piel; yo forcejeaba, y Susy de pronto, ¡basta por favor! ¡Basta!  Comenzó a gritar.

La puerta se abrió de golpe y apareció el otro hombre que me había sujetado cuando comenzó aquella pesadilla, llevaba un arma en la mano; la mercancía no se toca, gritó y colocándole la pistola en la cabeza, obligó a salir a mi agresor; y ustedes, más vale que se callen o las amordazo, dijo,  aunque sus “caritas” se maltraten.

Yo estaba en shock, cuando por fin dejé de llorar, vi a Susy mirándome; estos son delincuentes, dijo con la voz quebrada, ya nos fregamos, tú te desmayaste y yo fingí hacerlo también cuando nos traían pero estuve despierta y los escuché hablar, se habían puesto de acuerdo con Diego desde que comenzamos a planear la escapada, el pata que llegó, Mirko, es carnada, solo sirve para atrapar chicas, luego se las entregan a otros, que se las llevan para usarlas... Tú sabes…

En ese instante entró nuevamente el hombre que parecía ser el jefe de aquella banda de delincuentes, llevaba un palo en la mano, había escuchado las últimas palabras de Susy, lo sé, porque fue directo hacia ella con una expresión de ira. ¡Cállate estúpida! ¿No te han enseñado a cerrar la boca? Dijo, y sin dudarlo le propinó tal golpe que cayó contra la pared. Yo observaba aterrada; o te callas tú también o vas a correr la misma suerte, agregó con desprecio, chicas como ustedes abundan así que no me importa perder parte de la mercancía.

El hombre revisó que no hubiera lugar alguno por donde escapar, chequeó las cuerdas de nuestros brazos y piernas y se retiró dando un portazo, desde dentro pude escuchar el ruido de una llave tras la puerta y sus pasos alejándose.

Al cabo de un rato Susy despertó, al verme comenzó a llorar como si fuera una niña pequeña, sentí pena aunque era mayor la vergüenza. Me arrastré como pude hacia ella y pegué mi cabeza a la suya, perdóname Susy, dije, fui una estúpida, perdóname; tenemos que salir de aquí, respondió, ya habrá tiempo de dar explicaciones. Colocó la mano sobre su boca indicándome que baje la voz, Diego es un  maldito, agregó, y Rafo… ¿qué pasó con Rafo?; él salió cuando estabas con Diego, se veía tan molesto, creo que iba a pegarle pero uno de los hampones lo vio y le golpeó la cabeza con la pistola; sí Lily, tienen armas, me dijo cuando vio mi expresión incrédula. ¿Diego? ¿Cómo? Si tú lo conoces, pregunté, cómo pudiste estar con un pata así; no lo sabía, ¿o me crees tan idiota?, conocí a Diego a través del Chat y estuve con él, me gustaba tanto, jamás me di cuenta que no sabía, qué hacía ni con quién andaba; cuando lo conocí le pregunté dónde estudiaba y me dijo que se había graduado en la universidad de la vida y ante cada insistencia mía, respondía con evasivas; solo me hablaba de su abuela, recuerdo su sonrisa cuando hablaba de ella, el rostro se le iluminaba, era tan gentil conmigo, tan encantador con todos, todos los días me esperaba a la salida del colegio… el muy maldito… ¡Espera!, ahora entiendo…Una vez salí temprano porque tenía una cita con el dentista y mamá fue a recogerme en la camioneta, faltaba una hora para la salida, él estaba afuera con un grupo de patas bien raros, con unas fachas….ni te imaginas, me supo extraño pero cuando me vio con ella, se acercó y se mostró tan encantador como siempre. Luego de ese día comenzó a interesarse por mis viejos, a hacer preguntas tontas como ¿Qué hacían? ¿Dónde trabajaban?, no solo eran preguntas de mí sino de todo el grupo, y especialmente de ti;  ¿de mí?; sí, la verdad ya estaba celosa por ese interés y en una oportunidad le reclamé; es tu mejor amiga, quiero saber el tipo de influencias que tienes, respondió en tono burlón. Dicho eso, se quedó callada con una expresión extraña; ¿qué pasa?, pregunté; hay algo más, dijo, ahora que lo pienso, en varias oportunidades tuvo un comportamiento extraño, una vez cuando estábamos en la plazuela por mi casa, un muchacho venía en patines y no pudo frenar, se fue a estrellar contra una de las bancas y en su caída golpeó sin querer a una anciana, el chico se disculpó con ella pero Diego se levantó y fue directo hacia él, lo agarró a golpes y solo se detuvo cuando varios muchachos lo sujetaron, cuando le reclamé por su reacción no podía responder, estaba enrojecido de ira, solo estrelló el puño contra la banca lastimándose la mano, varias veces tuvo reacciones de ese tipo pero siempre encontré una justificación para ellas, estaba ciega Lily, ahora lo sé.

Había llegado la noche y estábamos semidormidas cuando un ruido nos despertó, ¡qué pasa!; no sé, están peleando creo. De pronto la puerta se abrió y apareció Mirko con la cara golpeada. ¡Tenemos que salir de aquí!, gritó nerviosamente mientras intentaba cortar las cuerdas que nos sujetaban; yo lo observaba con una mezcla de sorpresa y susto; Susy se equivocó, pensé, tiene que haberse equivocado, no puede ser, es un chico tan lindo…además…..nos está liberando… Pero alguien interrumpió mis pensamientos aclarando las dudas de un solo golpe. Era uno de nuestros captores que apareció de pronto.

Te fregaste, dijo mirando a Mirko, ¡por estúpido!, ¿sabes cómo terminan los traidores?,  prosiguió acercándose a él y apuntándolo con su arma; le advertí a Diego que no quería novatos ¿Qué te creíste “hijito de papá”, que te podías salir así nada más? ¿Te arrepentiste?, agregó con ironía mientras le colocaba el arma bajo el mentón.

Mirko estaba asustado, pero al levantar la cara lo miró a los ojos fijamente en actitud desafiante; el otro hombre estrelló el puño en su rostro. ¡No me mires así mocoso estúpido! ¡A mi nadie me mira así!, dijo lanzándose sobre él; rodaron por el suelo tropezando con la lámpara, esta cayó sobre un rollo de cuerda, encendiéndola en el acto; nosotras gritábamos temiendo que se desate un infierno mientras los golpes iban y venían entre ellos.

El delincuente tenía a Mirko inmovilizado en el suelo pero nuestro salvador, con mucho esfuerzo y algo de suerte, logró coger el arma que había caído cerca, y la estrelló en la cabeza del hampón dejándolo inconsciente.

Salimos con dificultad dejando atrás el incendio que ya se había desatado y subimos a una camioneta estacionada cerca de la entrada, el ruido de las olas se escuchaba bastante cerca. De pronto, el sonido de un disparo me estremeció, el ruido del motor y el olor a humo habían alertado al otro delincuente que comenzó a disparar mientras abordaba un auto iniciándose así una persecución.

Habíamos avanzado apenas un par de kilómetros por la Panamericana Sur, cuando un disparo impactó en una de las llantas de la camioneta y Mirko perdió el control del vehículo que fue a estrellarse contra uno de los contenedores de la vía. Antes del choque, alcancé a escuchar las risas de los hombres que volvieron a disparar como si se tratara de una celebración.

Desde ese instante estamos aquí atrapados, algo se ha clavado en mi pierna y Susana no responde, percibo un quejido muy cerca, creo que es Mirko que aún está con vida, escucho  voces; todos están con vida, grita alguien, y siento una alegría que no puedo expresar, están retirando los fierros que me tienen inmovilizada y tiran de mi cuerpo hacia afuera, percibo el oxígeno y respiro hondo, la brisa salada me inunda el olfato pero no siento las piernas; parece que ha perdido mucha sangre, dice uno de los rescatistas.


Seis meses después. Hospital del Sagrado Corazón.

Estoy sentada sobre la cama con la mirada perdida, preguntándome por qué en un instante todo el camino que me había trazado se desvaneció, ¿en qué momento la curva de mi vida giró encerrándome en este presente que parece  no tener salida?

Lily, hoy es el día, dice la enfermera que me ha cuidado los últimos meses distrayéndome de mis pensamientos, ¡ánimo!; sonrío, porque ella me inunda de esperanza cada vez que llega; hoy intentarás caminar, agrega; es cierto, respondo, hoy es el día.

De pronto se abre la puerta y aparece Susana, lo último que me dijo mi mamá fue que estaba hospitalizada y que no quería saber nada de mí, pero ahora está allí como un resplandor, mirándome con un cariño que no había advertido antes, y que no merezco; yo voy a estar contigo, dice acercándose a mí; no puedo evitar que se me quiebre la voz, ¡estás bien!, digo, con la emoción al tope, ¡estás bien! ¡Estás bien! gracias a Dios.

Todo ha pasado ya, han sido seis meses durante los cuales he tenido tiempo suficiente para reflexionar acerca de las cosas que realmente importan. El camino se ve difícil pero siempre se puede volver a comenzar. Llegamos a la sala de rehabilitación y me incorporo ayudada por esa chispa, ¡qué chispa!, digo; por ese torrente de esperanza que se ha desbordado sobre mí al ver a Susana y aun más, al sentir su perdón; me incorporo; yo sola por favor, yo puedo, insisto, y ellas se apartan.

Parece un camino largo, ¿y si no puedo?, debo intentarlo al menos; apoyo el pie casi de memoria sobre el suelo, no siento dolor aunque mis piernas están agarrotadas, coloco el otro pie delante, ¡lo estoy haciendo! ¡Lo estoy haciendo!, digo emocionada, de pronto siento debilitarme, no por las piernas sino por una mezcla de sensaciones; ellas me esperan al final de la pasarela y estoy llegando… pero, ¿por qué se apartan? ¿Qué sucede? ¡No puede ser! ¿Quién es ese muchacho que aparece tras ellas? ¿Acaso…? Es Mirko, sí… es él.

Casi me dejo caer por el impacto, allí está aquel que me despreció, el que colaboró con esos hombres, recuerdo aun que esos malhechores lo llamaron traidor; recupero el aliento y me sujeto con fuerza; sí es él, el que me advirtió, el que se arriesgó por salvarnos, el que nos salvó. Ya no queda nada del porte atlético ni de la melena crecida, tampoco de la sonrisa encantadora, solo un muchacho frágil con la mirada más triste que he visto en mi vida, pidiéndome perdón.

He llegado al final de la pasarela. Las expectativas de que vuelva a caminar son buenas, dice la enfermera. Susy me abraza; lo lograste amiga, dice con alegría sincera y se aparta; habla con él, agrega.

Y aquí estamos, ambos en silla de ruedas, sin poder valernos por nosotros mismos… aun. Cometí un error, dice, conocí a Diego en el chat; siempre alardeaba respecto a sus actividades peligrosas y yo estaba sediento de experiencias nuevas, pero jamás le creí hasta que me contó acerca de aquel plan, de unas chicas que pensaban secuestrar, me invitó a participar, había mucha adrenalina, era dinero fácil y nadie correría peligro, aseguró; pensaban pedir un rescate y asunto resuelto; fui un estúpido por creerle, si hubiera sabido de qué se trataba realmente, te juro que no hubiese participado. Cuando estuve en la disco comprendí la verdad, el resto de la historia ya la sabes.

Lo escucho atentamente y poco a poco siento como si lo conociera muy bien, creo en todo lo que me dice, no sé por qué me inspira tanta confianza.

Hoy salgo de alta, estoy caminando por mí misma, visitaré a Mirko antes de irme. He llegado hasta su habitación pero ya no está, tal vez sea mejor así, pienso, y me siento sobre la cama donde reposa tranquilamente un sobre; para “caperucitaroja”, dice; lo abro con el corazón a punto de salírseme del pecho; espero que algún día puedas perdonarme. Firma: Locoporelchat.

En ese instante lo comprendo todo y no puedo evitar que las lágrimas, que durante mucho tiempo han estado agolpándose en el pecho se desborden. Se abre la puerta, es la enfermera que viene por mí, salgo llena de decepción e impotencia por no haberlo descubierto antes y allí está él, esperando, apoyándose en unas muletas;  lleva el cabello rapado, ha adelgazado mucho aunque su mirada es la misma, estamos frente a frente, ahora sabemos quienes somos, nos observamos mutuamente y luego de un instante de haber permanecido inmóviles nos acercamos hasta que nos confundimos en un abrazo fuerte y sin palabras; no sé si lo he perdonado pero no siento odio por él, tampoco sé si algún día “locoporelchat” y “caperucitaroja” vuelvan a conectarse, solo sé que jamás seremos los mismos.

lunes, 27 de abril de 2015

Teletransportación

Héctor Luna


El calor era superior a los cuarenta grados centígrados.

Estaba sudando demasiado, nunca antes había experimentado una situación similar.

No sabía en dónde estaba, un día antes, recuerdo haber estado en mi trabajo, me pidieron algo y de repente no sé qué fue lo que pasó… ¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? ¿Por qué estoy amarrado a esta silla sin poderme mover?

Estaba en un cuarto de cuatro por cuatro, no había nada a mi alrededor más que polvo y un foco viejo que apenas alumbraba la habitación.  Un ligero olor a grasa y aceite se respiraba en el ambiente.

Yo me encontraba en el centro del cuarto, sentado y amarrado a una silla.

En la puerta de madera de la entrada al cuarto estaba un dibujo grabado, no se veía tan nítido pero al parecer era como una especie de ave, una antigua, de la época de los dinosaurios…

-¡Diiin dooon! ¡Diiin dooon!

Caí en la cuenta que sólo era un sueño. Uno más de los sueños raros que había tenido en los últimos seis días… alguien tocaba el timbre.

-¡Voooy! –grité mientras aliviadamente me levantaba de la cama.

Mi pijama de rayas azules y verdes estaba empapada de sudor.  Encendí la luz de la recámara y miré mi reloj de acero que utilizaba todos los días.

¡Las cuatro de la mañana! ¿Quién toca a esta hora?

Me puse mis pantuflas y entre confuso y espantado por la hora fui directo a la puerta del departamento.

Abrí la puerta y para mi sorpresa, no había nadie.  Algún vecino borracho que acaba de llegar y se le hace chistoso ir tocando timbres, pensé.

Estaba cerrando la puerta, bajé la mirada y sobre el piso había una pequeña pirámide, de unos diez centímetros de base. Estaba hermosa, dorada por completo y pesaba más de lo que parecía.

La tomé y debajo de ella una nota: no hay vuelta atrás, eres el elegido.
Me asusté y casi aviento la pirámide y el recado del susto, pero decidí cerrar la puerta de inmediato y analizar lo que me estaba pasando.

Seis días antes.

-Me gustaría que vieras lo que acabo de descubrir Tomás –expresó el doctor Flores, el mejor investigador del centro de investigaciones especiales más importante de América, a su mejor amigo y colega Tomás Martínez, premio nobel de química y directivo en la OMS.

El doctor Martínez se acercó con entusiasmo al microscopio que se encontraba en el laboratorio de la unidad de investigaciones especiales. Era un lugar cómodo para trabajar, iluminado lo suficiente por luz natural para no alterar los experimentos.  El laboratorio cuenta con el equipo más moderno que existe en el mundo, de hecho, uno de sus microscopios, en el que el doctor Martínez se disponía a observar, es uno de los tres microscopios más poderosos por su alcance a nivel mundial.  Uno se encuentra en Europa y el otro en los Estados Unidos de América.  Cada uno vale alrededor de los quince millones de dólares.

-¿Flores, es lo que creo que es? –preguntó Martínez con cara de asombro y felicidad.

Hace veinticinco años.

-Tomás regálame un cigarro por fa –dijo Pablo

-Claro, salgamos del laboratorio, yo también necesito fumar –respondió Tomás.

Ambos salieron del lugar de química con sus batas blancas.  Caminaron unos cincuenta metros hasta llegar al pasillo principal de la facultad, bajaron por las escaleras y salieron al jardín.

A su alrededor estaba lleno de estudiantes, en ese espacio en su mayoría eran alumnos de química y carreras afines.

Los jardines era muy grandes y verdosos, en sus ratos libres la mayoría de los alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México, una de las mejores de América Latina, se recostaban sobre el pasto a platicar, estudiar o simplemente a contemplar el cielo de la ciudad.

-Ya sólo nos falta un semestre Tomás, un semestre y nos graduamos.  Estoy seguro que de grandes seremos famosos químicos.  Tú, seguramente ganarás un premio nobel y yo estaré descubriendo la partícula que logre teletransportarnos. Seremos famosos Tomás –decía con mucho entusiasmo Pablo mientras fumaba su cigarrillo.

-Estoy seguro que lo lograremos, Pablo.  Pero urge que descubras esa partícula para que logremos estar en casa antes de que nuestros padres nos corran por siempre llegar tarde y andar en la fiesta –bromeaba Tomás al exhalar el humo del cigarro.

En la actualidad, seis días antes…

-¡Sí, por supuesto que lo es! –expresó feliz Pablo- ¿Creías que sólo tú ibas a cumplir lo que aquella tarde dijimos?  Hace un par de años conseguiste el premio nobel, yo, tarde pero seguro la encontré.

-¿Y funciona? –preguntó Tomás.

-Mañana te diré, hasta ahora sólo tú sabes de esto.  Hoy por la mañana mezclé una pequeña porción en mi vaso con leche para empezar las pruebas en mí.  Antes hice otros en ciertas partes de la casa y funcionaron.  Estoy en la etapa final, debo experimentar en humanos y que mejor que en mí mismo.  También creo que será posible sembrar la partícula en una figura geométrica y que ésta se convierta en un portal.  La pirámide es la indicada.

Sentado frente a la pirámide Pablo recordaba aquella plática en la universidad con su amigo de toda la vida, luego recordó el momento en que se tomó el vaso con leche mezclado con su descubrimiento.  Las primeras dos noches estuvo en cama con temperatura y vómito pero decidió no contarlo a nadie hasta estar seguro de los efectos.  No sabía si los sueños que había experimentado eran eso, sueños, o eran en realidad viajes derivados de su descubrimiento.

Los últimos seis días le habían sucedido cosas extrañas y ahora esto, una pirámide en la puerta de su departamento a las cuatro de la mañana con un símbolo y una frase…

La pirámide estaba considerada como un símbolo de poder, de grupos de elite, de magia, de misticismo –pensé mientras buscaba mi celular.

Tomó su celular y marcó el número de Tomás.

-Su llamada será transferida al buzón…

-Tomás, soy yo, Pablo.  Me pasó algo muy extraño, tengo que contarte, en cuanto puedas márcame o ven al departame…

Alguien había entrado al hogar de Pablo y mientras éste llamaba a Tomás, el intruso puso un trapo con formol en la nariz de Pablo, segundo después Pablo cayó al suelo.

Un minuto antes de hacer la llamada, Pablo tomó varias fotos de la pirámide y el recado y lo subió al dropbox que compartía con Tomás. “Por sí algo me pasa”, pensó Pablo.

El intruso parecía ser un hombre entrenado por algún grupo de elite, sus movimientos eran profesionales, medía un metro con noventa centímetros, fuerte, cuerpo atlético.  Vestía de negro por completo y usaba un pasamontañas para no ser reconocido. 

Con sumo cuidado y sin hacer mucho ruido se llevó a Tomás a una camioneta Van que los esperaba detrás del edificio, lo acomodó en la cajuela junto con la pirámide, se subió y el chofer arrancó de inmediato.

De repente, Pablo empezó a cobrar consciencia, despertó de los efectos del formol.

¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? ¿Por qué estoy amarrado a esta silla sin poderme mover?

Estoy en un cuarto de cuatro por cuatro, no hay nada a mi alrededor más que polvo y un foco viejo que apenas alumbra la habitación.  Un ligero olor a grasa y aceite se respiraba en el ambiente.

Igual que en mi sueño estoy en el centro del cuarto, sentado y amarrado a una silla, no me puedo mover.

Todo es igual a mi sueño, hay una puerta de madera en la entrada a la habitación y está  un dibujo grabado, creo que es una especie de ave, una vieja, de la época de los dinosaurios… No entiendo nada.

La puerta de madera vieja con el símbolo se abrió, entró un hombre de estatura media que vestía un traje negro Armani, zapatos bien boleados, camisa blanca reluciente y una corbata negra con pequeños, casi invisibles puntos plateados.  Atrás de él entraron dos hombres corpulentos vestidos de negro, por su apariencia no cabía la menor duda que fueran matones.

Buenos días doctor, sabemos de su descubrimiento y queremos hacer un negocio con usted, lo dejaré descansar más tiempo y cuando se haya repuesto platicaremos.  Disculpe la falta de comodidad pero es por seguridad tenerlo aquí.  Si acepta el negocio todo cambiará y su vida estará llena de lujos y poder. Regreso en un rato, denle de desayunar –ordenó aquel misterioso hombre mientras salía del pequeño cuarto.

Pablo empezó a pensar en todo lo malo que podría suceder si su descubrimiento estuviera en las manos equivocadas. ¿Cómo supieron de mis hallazgos? Nadie tiene acceso a mi laboratorio privado, a menos que…”Tomás” pensó.  No él no podría ser, es mi amigo de toda la vida, él no pudo haberme vendido.  Pero es el único además de mí que sabía de esto –no paraba de pensar.

De pronto recordó que si su descubrimiento funcionaba podría empezar a imaginar un lugar y en segundos se teletransportaría allí.

Sus pensamientos no eran muy claros, tenía miedo pero siguió intentando con todas sus fuerzas.

-¡Diiin dooon! ¡Diiin dooon!

Sonaba el timbre del departamento de Pablo.

El doctor Flores se despertó un poco espantado por el timbré pero sobretodo por su sueño… uno más de los sueños raros que había tenido en los últimos seis días.

-¡Voooy! –grité mientras aliviadamente me levantaba de la cama.

Mi pijama de rayas azules y verdes estaba empapada de sudor.  Encendí la luz de la recámara y miré mi reloj de acero que utilizaba todos los días.

¡Las cuatro de la mañana! Tenía que levantarme hace una hora para llegar al aeropuerto, mi vuelo sale a las seis.  Debe ser el taxista… 

Jack

Mario César Ríos


Te quedas mirándome con tus intensos ojos redondos mientras me desperezo. Cuando me incorporo, esperas a que salga de la cama como cada mañana a pasearte al parque donde perfumarás sus cercos y sus árboles. Enroscas tu cola con un gracioso pompón en la punta que contrasta con el alisado pelo color beige del resto de tu cuerpo.

 —¿Quieres salir Jackcito? —te hago la pregunta de siempre mientras te acaricio la cabeza y me respondes como siempre con un ladrido, meneando la cola de felicidad.

Tu prisa me hace caer en cuenta que estoy retrasada, me visto rápidamente colocándome una bata sobre mi camisón de dormir y zapatillas dispares, color fucsia el izquierdo, rosado el derecho. Parece que te dieras cuenta de mi error y lanzas unos divertidos ladridos estirando tus patas delanteras y levantando tus cuartos traseros como si estuvieras riéndote de mi error. No me importa, así calzada, tomo tu soga de paseo que está en la cabecera de mi cama y enlazo su gancho al collar de tu cuello.

Abro la puerta del apartamento y tus ladridos fuertes y repetidos anuncian tu salida, desafiando al Fox Terrier de la esquina que no ves pero puedes oler indubitablemente. Él responde al desafío  con débiles ladridos detrás de la puerta de la cochera de su casa. Eres un pendenciero Jack, ¿no ha sido suficiente la última prueba de fuerza cuando tu rival de cuadra se escabulló por una puerta entreabierta para enfrentarte y casi le diste una paliza. Debes mejorar ese carácter, a este paso te quedarás sin amigos en el vecindario para jugar.

—No jales tan fuerte la cuerda hijo —te digo para que aquietes un poco el paso. Respondes volteando la cabeza hacia atrás y mostrándome esa misteriosa sonrisa subgingival tuya que me cautiva, si no te hubiera criado desde el primer mes de nacido pensaría que planeas algo siniestro.  Llegamos al parque y te suelto sin perderte de vista. Exploras palmo a palmo el lugar y te sigo con las bolsas de plástico para ocuparme de las excretas que dejarás en tu recorrido.

No lo sabes pero me había negado por mucho tiempo tener un perro por un sentido de falsa comodidad, no quería distractivos para enfocarme en mi relación con Max, vivía entre el trabajo y mi bonito apartamento acondicionado al gusto del señor. ¿Recuerdas cuando llegaste a casa?, en diciembre cuando se cumplió un año desde que él se marchó, tu tía Gaby me convenció de adoptarte al verme tan sola y triste. Cuando te vi, tu blanco pelo esponjoso, que se ha tornado beige con los meses, hacía juego con tu nariz y ojos redondos, parecías un oso de felpa hasta que sentías alguna mano invadir tu espacio y respondías con un gruñido de advertencia. Así llegaste con ese mal carácter, ¡joder, qué perro más renegón has sido desde cachorro!

—¡Jaaacko! ¿Dónde estás? —te llamo angustiada. Te perdí de vista mientras recogía excremento. Limpiar tu popó y pila en el apartamento sí que eran un problema; y luego quitarte el hábito de destruir los muebles a mordiscos y arañazos, me molestaban tanto que gritaba como poseída al encontrarte con los restos de los cojines entre tus dientes. Me hacías llorar de rabia pero me calmabas con tus gemidos de arrepentimiento, tu semblante, tu cola y orejas caídas pidiéndome perdón. ¡Ojalá Max tuviera un gramo de tu nobleza!

Pero, diablos, estoy segura a mis cuarenta años que criarte ha sido lo más laborioso pero maravilloso que he hecho, más que criar un bebé de verdad. Tampoco en eso nos hubiéramos puesto de acuerdo él y yo, tenía tanta ternura como una hiena, no sé cómo pude vivir con ese ser tan egoísta e irresponsable.

—¡Guauu, Guauuu! —ladras emocionado por encontrarnos de nuevo y te escurres entre mis piernas. Observo grass entre tus dientes y te resondro inclinándome a tu altura haciendo gestos de desaprobación con el dedo índice por comer porquerías. Me respondes enseguida con un gemido pidiendo comprensión y lamiéndome la cara. La claridad de la mañana convoca a los primeros actores en la cuadricula del parque. Serenos en el parque tocando el silbato de reglamento para hacer notar su trabajo, coros estruendosos de gallos anunciando el inicio de la jornada, jóvenes obreros de construcción llegando con sus mochilas hacia las obras donde se quedarán hasta que la luz vuelva a perderse en la noche, chicas luciendo uniformes saliendo a alguna oficina del centro de Lima. De todo esto me perdía cuando vivía con Max, triste vida, triste yo en el apartamento mientras nada en este mundo se detenía. ¿Qué más habrán visto circular por este parque estos añosos arboles de tallos retorcidos? ¿Qué de historias de amor y desamor podrían contarnos? Ten un poco de consideración por estos señoriales árboles Jackcito, no le eches tanta pila.

—Qué perro más gracioso, parece un carneeeeero  —comenta un vecino imitando el balido de esos animales. Lleva consigo una perra mestiza a quien conduce con una graciosa cuerda rosada, se ve muy limpita y perfumada, parece recién bañada. Te mueves graciosamente moviendo la cola y la invitas a jugar. Te suelto y él suelta a la perra, ambos forman una figura piramidal cuando permanecen en dos patas juntando las cabezas, las bocas, las narices, olfateándose, conociéndose, explorándose. Corretean frenéticos por los cuatro cuadrantes del parque ladrando como contándose cómo han sido sus vidas antes de conocerse.

—Mi Jack es un caballero  —te defiendo ante Armando, el dueño de Jill, quien observa preocupado tus escarceos con su perra. Se ve buen hombre, es un contador divorciado que cría a tu nueva amiga desde hace cuatro años. ¡Uyyy, es mayor que tú Jacko, ahora quiero ver qué harás!

—Atiendo a Jill con gusto mientras estoy en casa, sólo me apena dejarla tanto tiempo sola —me cuenta Armando y yo le explico cómo nos ayuda tu tía Gaby. ¡Ay Jacko, sin mi hermanita que sería de nosotros. No puedo evitar las comparaciones, con Armando la comunicación es fresca y espontánea, con Max, apenas teníamos temas comunes, los relativos a nuestras actividades de profesores universitarios.

Quizás es muy rápido para decirlo pero qué hombre comprensivo y atento es Armando. Hasta tiene esa sonrisa misteriosa tan parecida a la tuya, a veces triste, a veces pícara. Pero ya es demasiado tarde Jack, es hora de marcharnos, mañana seguro que la verás y la conocerás más. Te acaricio y sujeto tu correa del gancho de la cuerda delicadamente. Te sientas mirando a tu compañera en una posición que me recuerda una deidad egipcia.

—Ya debo irme Armando, ¿te veo mañana? —le digo al dueño de Jill que muestra una mirada inquieta y sonrisa, y no sé porque pienso que se debe por la despedida de hoy.

 —¿Nos vemos mañana tempranito y así juegan más tiempo Ana?  —me responde ahora con ojos esperanzados y una sonrisa pícara.


—Sííí, mañana a la mañana, bien tempranito, Armando. 

jueves, 23 de abril de 2015

El campanario

Bérnal Blanco


—¡HOLA! —SALUDÓ FABIÁN, tomando asiento a mi lado.

Transcurrían las primeras semanas de mi cuarto año de primaria y el autobús en el que viajaba hacia la escuela se había detenido para que subieran varios compañeros, incluido Fabián. Teníamos diez años entonces y habíamos sido compañeros desde el kínder.

—El señor que cuida la iglesia me dio permiso para dejarla en el campanario —me contó él.

Entonces sentí como si me hubiera caído encima un balde de agua fría: aquella no era la noticia que yo esperaba recibir.

—¿En el campanario? ¿Te volviste loco? —dije, sin cuidar mis palabras.

—No, Abril. No estoy loco. Es una buena idea —respondió, con una firmeza que no le había escuchado antes.

Pensé con más cuidado y sin terminar de convencerme le dije:

—Bueno. Tal vez tengas razón. 

El viejo autobús amarillo reinició su camino lentamente y mis pupilas se perdieron, mirando a lo lejos, a través de la ventana abierta. El cielo de Litoral era azul intenso y la mañana calurosa pero una brisa refrescante que mecía alegremente mis rizos sopló cuando tomamos velocidad.

—¿Cómo vas a hacer para llevarle comida? —pregunté, retomando la preocupación que sentía.

Resulta que unos días antes Fabián había recogido una pequeña perrita que deambulaba por las calles y que según él era de raza «mixta». Él me la había descrito un poco más grande que una chihuahua, con orejas largas —un poco caídas—, de pelo color café muy corto y ojos tristes.  A pesar de que le rogó a sus papás, éstos no le permitieron adoptarla y más bien le dejaron la tarea de buscar a alguien que sí quisiera hacerlo. Pero había algo más: Perla —así la bautizamos Fabián y yo— iba a tener perritos.

Fabián había preguntado a sus amigos y vecinos pero nadie quería animales en su casa. Por esa razón se le ocurrió ir a la iglesia, cerca de su casa, a pedir ayuda. Don Alberto, el sacristán, lo dudó al principio pero Fabián le insistió tanto que el señor terminó colaborando con la causa.

—¿El problema a resolver es adónde instalarla? —había dicho don Alberto a Fabián.

—¡Un lugar donde no se escape! —sugería Fabián. 

—Estoy pensando pero no se me ocurre ninguno.

—¿Y por qué no en el campanario…?

Al igual que a mí, aquélla no le había parecido una buena idea a don Alberto, pero a falta de otro lugar dónde alojar a Perla no le quedó más remedio que aceptarla. Entonces ambos llevaron a la perrita a lo más alto del campanario de Nuestra Señora de Lourdes —así se llama la iglesia— donde la acondicionaron en una caja grande de cartón, abierta por un costado para que ella pudiera entrar y salir con facilidad. En una esquina de la base del campanario colocaron papel periódico para que Perla hiciera sus necesidades.

—Le dejamos buena comida y mucha agua. Y hoy por la tarde vamos a subir a ver cómo está —continuó Fabián.

—¿Y si el Padre la encuentra? —cuestioné.

—Don Alberto dice que el Padre nunca sube al campanario. No puede, está muy gordo.

—¿Y si otra persona la descubre?

—No creo. Solo don Alberto sube al campanario y las gradas son angostas y muuuy oscuras.

—Pobre Perla. Le va a dar miedo.

—¡No creo! Le pega el sol y tiene espacio para moverse.

—Cuando las campanas suenan debe sentir que se muere —insistí.

—Las campanas nunca suenan porque tienen que hacerles una gran reparación —dijo, poniendo fin a sus comentarios.

En eso llegamos a la escuela. Yo fui a mi clase y Fabián a la suya para dar inicio a otro día de lecciones.

§

A media mañana yo seguía muy ansiosa por saber más detalles de Perla. Me preocupaba que nacieran sus perritos y que estuviera pasándola mal en el campanario. Quería estar con ella y por lo menos hacerle compañía.

A la hora del recreo fui corriendo en busca de Fabián.

—Fabián, estoy preocupada por Perla. Debe estar sintiéndose muy solita —le dije.

—¡Tranquila! Antes andaba sola por la calle y no le pasaba nada.

—¿Cómo sabes eso? ¡Grosero! Tal vez la gente la pateaba y le hacía cosas malas.

—Mami la bañó. Dice que está sana. Tenía muy feo el pelo pero después del baño quedó muy linda —dijo, con la boca llena, mientras merendaba.

—¿Y si nunca ha sido mamá y esta es su primera vez? ¿Cómo le vamos a ayudar?

—¿Por qué no vienes conmigo esta tarde y vamos juntos a verla?

—No sé qué dirá mami. Tu casa queda lejos de la mía —respondí indecisa.

—¡Tal vez ella acepte! —insistió.

Terminó el recreo pero en mi cabeza quedó dando vueltas la propuesta que Fabián me acababa de hacer.

§

Por la tarde, después de llegar a casa, le pregunté a mamá si podíamos ir a la iglesia a ver a Perla. Estaba segura que me iba a decir que no pero me sorprendió cuando dijo que, tomando en cuenta la situación, era importante visitarla.

—Fran, voy a ir con Abril a Lourdes —dijo ella, llamando por teléfono.

—¿A la iglesia? —Escuché decir a papá en el momento en que ella activaba el altavoz.

—¡Sí, papi! —grité—. Vamos a ir a conocer a Perla. Fabián y el señor sacristán la subieron al campanario y allí está escondida.

—¡Que qué!

—No pidas muchas explicaciones. Después te damos detalles —dijo mami, cortante, por las ganas de salir lo antes posible.

—¡Bueno! Por cierto, hablando de iglesias, hoy mi instructor me contó de un incendio famoso que hubo en una iglesia.

—¡No me digas! —dijo mami.

Llamamos a Fabián para confirmarle que íbamos y acordamos vernos a las cuatro frente a la iglesia. Como casi todas las tardes de febrero aquélla era bochornosa y no daban ganas de salir. Sin embargo, entusiasmadas por saber de Perla, salimos a toda prisa de la casa y tomamos el autobús.

§

Llegamos justo a tiempo. La iglesia de Nuestra Señora de Lourdes es toda una reliquia en Litoral. Es como un museo. Los domingos mucha gente asiste a la misa allí y en las escuelas organizan excursiones para los niños. Cuando yo estaba en primer grado me llevaron a conocerla. Es una iglesia linda, acogedora, construida con ladrillos y madera. 

—¡Fabiáaan! ¡Aquí estamos! —grité al verlo.

Él corrió hacia nosotras.

—Hola Abril —me saludó… y volviéndose hacia mami continuó—: hola mamá de Abril, ¿cómo está?

—Hola Fabián. ¿Con quién viniste?

—¡Con nadie! Yo vivo aquí muy cerca.

—¿Y tu mamá sabe que estás aquí? —preguntó mami, preocupada por verlo llegar solo. 

—¡Sip! —respondió.

—Bueno, ahora después te vamos a ir a dejar a tu casa. Y por cierto, me puedes decir Eli.

—¡Ajá! —respondió, con ese tono que delata a las personas cuando no han puesto nada de atención.

—¿Vamos donde Perla? —Salté yo a la conversación.

—Busquemos a don Alberto para que nos lleve —respondió él.

Había muy poca gente en la calle y la iglesia estaba cerrada. Dimos un rodeo y llegamos frente a una pequeña habitación de la casa del padre. Llamamos a la puerta y don Alberto salió. 

Nos presentamos y en seguida le pedimos permiso para subir al campanario.

—¡Claro que sí, vamos! —dijo don Alberto, entusiasmado.

Y luego dirigiéndose a mamá añadió:

—Qué bueno que vino, señora. Yo no soy muy diestro en esto de traer perritos al mundo.

—No crea, yo tampoco. Pero he estado pendiente de algunos nacimientos y digamos que sé qué esperar.

—Eso es lo que necesitamos. Porque con Fabián y conmigo la pobre perrita sólo cuenta con un par de buenas intenciones.

—Vamos a verla ya. —Apuró Fabián.

—Déjenme buscar una linterna. Las escaleras son muy oscuras —aclaró don Alberto.

—¿Tiene una botella para llevarle un poco de agua? —preguntó mamá—. Nosotros le trajimos alimento —añadió.

—Claro que sí. Denme un minuto y regreso —dijo el señor, quien entró a buscar las cosas.

Enseguida volvió y nos llevó a la puerta lateral de la iglesia. Después de abrir los cuatro pasamos adentro. La iglesia me parecía enorme. Los vidrios de las ventanas estaban pintados con imágenes de santos y entraba poca luz. Muchas lámparas grandes colgaban de lo alto y al encenderlas el interior de la iglesia apareció ante nuestros ojos encantados. Mientras caminábamos hacia las escaleras del campanario mi mano se deslizaba por la madera torneada de las bancas.

—¡Había olvidado lo hermosa que es esta iglesia! —dijo mamá, quitándome las palabras de la boca y deteniéndose frente a una de las grandes imágenes.

Llegamos a las escaleras. El señor sacristán nos indicó ir de primeros y luego que pasara mamá. Él iría tras nosotros. Mientras caminaba, su linterna alumbraba nuestros pasos. Girábamos al subir en la viejísima escalera de caracol. Íbamos en silencio. Debíamos tener mucho cuidado. Yo conté más de cuarenta escalones y finalmente llegamos arriba donde topamos con la puerta cerrada. Del otro lado escuchamos a Perla ladrar. «Ya nos olfateó», susurré a Fabián.

Dejamos pasar a don Alberto y él abrió la puerta. De inmediato Perla corrió donde Fabián, ladrando y saltando de alegría.

Pero… ¡qué sorpresa nos llevamos! Todo estaba hecho un desastre. Perla había sacado los trapos de su nido. Habían pedazos de papel periódico por aquí y por allá y la caja estaba volcada y rasguñada.

—Esta perrita está mal don Alberto —dijo mamá.

—Pero anoche se quedó tranquila —respondió preocupado el señor— yo no la escuché ladrar —agregó.

—Tiene estrés. Probablemente nunca había estado encerrada por largo tiempo.

—No ha comido nada —gritó Fabián, señalándonos que la comida y el agua estaban intactas.

Mamá nos aclaró que era debido al mismo estrés y luego arrodillándose delante de Fabián, quien parecía que iba a romper a llorar, le dijo:

—Esta perrita no puede seguir aquí. Vamos a tener que llevarla a otro lugar. Ella necesita compañía y buena atención para tener a sus hijitos.

—Es cierto Fabián. Lo mejor es sacarla de aquí —dije, con un aire de persona mayor.

—El asunto es adónde llevarla —dijo don Alberto.

—¿A casa, mami? —sugerí.

—No, Abril. Tendríamos que hablarlo con tu papá antes. Además no podríamos llevarla en el bus. Acompañémosla un rato y tratemos de que coma. Lo mejor es que esta noche pase aquí, mientras decidimos qué hacer con ella.

—¡Bueno! —dije, un tanto malhumorada.

Recogimos la suciedad que Perla había dejado por todo lado y la instalamos de nuevo en la caja. Unos minutos después decidió comer y, satisfecha, se echó en su nido. Entonces aprovechamos ese momento para salir en silencio del campanario.

Nos fuimos con la tarea de buscarle un hogar verdadero.

§

Una vez en casa hice mis tareas y mamá preparó la cena. Papá nos llamó como a las ocho, para darnos las buenas noches. Él recién regresaba de atender una emergencia y estaba encargándose del centro de comunicaciones de la estación de bomberos.

—¿Cómo te fue con Perla? —me dijo al teléfono.

—Muy bien. Pero tenemos que sacarla del campanario. Está muy estresada de estar allí solita.

—¡Oh qué mal! Mañana estaré en casa y ya pensaremos qué hacer con ella.

—Sí, está bien. Ya quiero que sea mañana.

—Bueno, entonces a dormir ya, señorita.

—Papi —lo interrumpí, cambiando el tema— ¿qué fue eso del incendio en una iglesia que dijiste hace un rato?

—¡Ah! El instructor me contó esta mañana una historia. Se trata de un incendio que ocurrió hace muuuchos años en un lugar llamado Santiago de Chile. Allí había una iglesia enorme y hermosa y para iluminarla usaban grandes velas y antorchas. Una noche de diciembre, había una gran cantidad de gente en la iglesia. De repente una de las antorchas cayó al suelo y encendió una cortina. El fuego se extendió muy rápido sin que nadie pudiera controlarlo. La gente trató de salir, sin embargo, muchos quedaron atrapados y lastimosamente murieron. Por eso en las escuelas y en las oficinas se hacen simulacros de incendio para practicar y evacuar a todas las personas lo más rápido posible.

—¿Era una iglesia como la de Lourdes? —cuestioné.

—No. Aquella era una iglesia enorme. La de Lourdes es una iglesia pequeñita y tiene salidas laterales y la puerta de enfrente es muy ancha.

—¡Hum! Pobre Perla allí solita esta noche. ¿Verdad? —dije, olvidando la gran iglesia.

—Sí, pero tranquila. Ahí está segura. No le pasará nada. Ahora anda y duérmete. Te mando un enorme beso de buenas noches.

—Gracias papi. Otro para ti. ¡Ah, papi!

—¿Sí?

—El campanario es bonito y muy alto —insistí, hablando de Lourdes.

—¿Verdad que sí? A mí me llevaron allí cuando era chiquillo. Fui con mis compañeros de escuela y con mi maestra. ¡Se ve todo tan hermoso desde el campanario: las casas, la gente caminando por la calle! Dicen que si uno pudiera subir a la cruz que corona la torre podría ver por encima de las lomas y, detrás de ellas, el mar de Litoral. Las campanas repican hermoso.

—No sirven, papi. Dijo Fabián que tienen que hacerles una gran reparación.

—¡Oh, qué mal! —finalizó diciendo.

Nos deseamos nuevamente las buenas noches y me fui a dormir. Me sentía cansada. Mamá me acompañó en la cama por un rato y luego la sentí deslizarse poquito a poco hacia su habitación creyendo que yo estaba dormida. Pensé de nuevo en Perla y me preocupé otra vez pero me consolé pensando que al día siguiente buscaríamos un mejor lugar para ella. Pronto me dormí.

§

En la madrugada, los golpecitos de Rubí tocando en mi ventana, me despertaron. Había aterrizado, silenciosa, al lado de mi habitación.

—Abril, hay un incendio en la iglesia de Lourdes —dijo desde afuera.

Me incorporé de prisa.

—¿Cómo? ¡No puede ser! Yo estuve allí por la tarde. Tenemos a una perrita, a Perla, hospedada en el campanario —le dije mientras me ponía rápidamente pantalón y zapatos.

—¡Algo así imaginé! Escuché a tu papá hablando contigo por teléfono. Él mencionó «Lourdes». Por eso vine. Pensé que querrías ir —dijo mi amiga.

—¿Dónde está papá? —le pregunté.

—Él y sus compañeros van de camino al incendio. A mí me dejaron en la estación pues tuve un problema con un neumático. ¡Pero si supieran que puedo volar!

—¡Si supieran! —dije, mientras salía por la ventana, después de que Rubí quitara las celosías.

—Entonces vamos. El fuego nos llama y Perla nos necesita —dijo ella entusiasmada.

Subí a la cabina de Rubí, mi gran amiga la máquina extintora de incendios: un camión de bomberos bello de color rojo y capaz de transportar miles de litros de agua.

«¡Estoy lista!», grité. Y entonces nos elevamos rápidamente por el encima del techo de las casas del barrio y luego… hacia Lourdes. Mientras viajábamos me vestí con mi traje de bombera e instalé en mi espalda el tanque de oxígeno.

Por la radio escuchamos que los bomberos recién iban de camino pero un obstáculo en un puente les impedía pasar y por esa razón habían solicitado refuerzos de otras estaciones más lejanas. Rubí voló a gran velocidad así que llegamos muy pronto.

§

—Es Rubí —gritaron todos, al verla descender como si fuera un helicóptero.

—¿Cómo es que todo el mundo te conoce? —le pregunté, sintiéndome igual que cuando salgo con mami, a quien todos en la calle saludan.

—¡Ya sabes! Donde hay fuego siempre estoy yo. Antes estuve por aquí atendiendo otra emergencia —me explicaba mientras aterrizábamos.

Bajé de la cabina. Entonces puse atención a la gran cantidad de humo espeso que se levantaba frente a nosotros, saliendo por las puertas y ventanas de la iglesia.

—Rubí, Perla está en el campanario. Tengo que entrar a la iglesia y sacarla —dije a mi amiga.

—No, es muy peligroso. Recuerda que ningún bombero debe entrar solo al incendio.

—¿Y qué podemos hacer entonces? —dije angustiada, casi soltando las lágrimas.

—Espera, pensémoslo bien. Ante todo está la seguridad del bombero.

Rubí retrocedió un poco. Luego me dijo:

—¡Ya sé qué vamos a hacer! ¡La acción nos espera pequeña bomberita! Rescataremos a Perla juntas.

«¿Qué tendrá en mente?», pensé.

—¡Ya lo verás! —dijo, como si me hubiera escuchado—. Coloca tu mascarilla y abre la salida de oxígeno de tu tanque.

Acaté esas instrucciones y de inmediato ella se elevó. Cuando estuvo sobre mí me tomó con sus mangueras, me cubrió con ellas como si fueran un arnés de esos con los que a uno lo amarran cuando se lanza en el canopy y casi sin darme cuenta me descubrí a mí misma por encima de la cruz de la iglesia, sobre el campanario, colgando de ella.

—Abril, te bajaré hasta la base del campanario. Una vez allí busca a Perla y sin soltarte, cuando la tengas en tus manos, hala fuerte la manguera y entonces te subiré.

Sentía miedo. Pero al pensar que iba en rescate de mi amiga Perla me nació valor, ¡no sé de dónde!

Estaba apenas empezando a bajar cuando escuché sus ladridos.

—¡Perla! ¡Perlita! —la llamaba mientras descendía.

Mi amiga ya me había visto. Corría en círculos. Rasguñaba el muro del campanario que la separaba de caer al vacío y movía su rabo mostrándome alegría. Finalmente logré poner mis pies sobre el concreto. Perla vino corriendo y saltó a mi encuentro. Estaba nerviosa y me rasguñaba.

Halé con todas mis fuerzas la manguera de Rubí y de inmediato, con mucho cuidado, ella empezó a levantarnos.

—Tranquila. Te vamos a sacar de aquí —le dije suavemente tras mi máscara, abrazándola con firmeza.

Mientras nos balanceábamos de un lado para otro, guindando de aquel gran camión de bomberos volador, yo me sentía como una súper heroína. Rubí hizo ciertas maniobras en el aire y luego descendió en medio de la gente que nos veía con cara de preocupación y de asombro. Allí estaba Fabián quien, desesperado, recién llegaba.

—¡La encontraste! —gritó él mientras yo ponía mis pies en la tierra y Rubí se mantenía flotando sobre nosotros.

—Sí, aquí la tengo —le respondí.

—¡Perla! ¡Perla! Aquí estoy —dijo Fabián, tratando de consolarla, hablándole tiernamente en el momento que yo se la entregaba en sus manos.

Rubí aterrizó a nuestra lado y yo respiré aliviada. Por suerte todo había salido bien. Quité mi mascarilla. Creí que aquella aventura había tardado horas… pero sólo habían pasado unos cuantos minutos. Fabián y yo celebrábamos cuando escuchamos las sirenas de los bomberos que se acercaban.

—Bien, es mejor que nos retiremos —dijo Rubí a todos—. ¡Guarden por favor el secreto de que estuvimos aquí! —para sus compañeros de a estación ella siempre quiso ser una máquina extintora común y corriente.

—¡Sí! Tenemos que irnos —dije, muy orgullosa de lo que habíamos logrado.

Me despedí rápidamente de Fabián y de Perla, volví a la cabina y Rubí se elevó. Desde el aire observamos a los bomberos extendiendo mangueras para empezar a controlar el fuego. Ahora sí se veían llamas inmensas que abrazan a la iglesia como un gigante rojo.

Regresamos a casa. Al llegar descendimos y yo bajé de la cabina. Rubí se encargó de ayudarme a entrar de nuevo a la habitación y luego colocó en su sitio las celosías de la ventana. Nos despedimos como las grandes amigas que somos y yo me metí, en silencio, bajo las sábanas.

§

—Abril —me susurró mami al oído, y añadió—: Es hora de levantarse, ya salió el sol.

Sentía mucha pesadez. Poco a poco regresé del sueño. Estirándome y bostezando le dije:

—¿Habrán podido apagar el incendio?

—¿Qué cosa? —dijo, extrañada.

—El incendio en la iglesss… —Y ahí me detuve.

«Mejor no le cuento —pensé, estando más despierta— se lo dirá a papá y él no debe saber que Rubí salió anoche de la estación.» 

—No entiendo de qué me hablas, señorita. Después me lo explicas. Ahora hay que apurarse.


Y de un salto salí de la cama y me metí al baño. Otro día de escuela me esperaba.