lunes, 27 de abril de 2015

Jack

Mario César Ríos


Te quedas mirándome con tus intensos ojos redondos mientras me desperezo. Cuando me incorporo, esperas a que salga de la cama como cada mañana a pasearte al parque donde perfumarás sus cercos y sus árboles. Enroscas tu cola con un gracioso pompón en la punta que contrasta con el alisado pelo color beige del resto de tu cuerpo.

 —¿Quieres salir Jackcito? —te hago la pregunta de siempre mientras te acaricio la cabeza y me respondes como siempre con un ladrido, meneando la cola de felicidad.

Tu prisa me hace caer en cuenta que estoy retrasada, me visto rápidamente colocándome una bata sobre mi camisón de dormir y zapatillas dispares, color fucsia el izquierdo, rosado el derecho. Parece que te dieras cuenta de mi error y lanzas unos divertidos ladridos estirando tus patas delanteras y levantando tus cuartos traseros como si estuvieras riéndote de mi error. No me importa, así calzada, tomo tu soga de paseo que está en la cabecera de mi cama y enlazo su gancho al collar de tu cuello.

Abro la puerta del apartamento y tus ladridos fuertes y repetidos anuncian tu salida, desafiando al Fox Terrier de la esquina que no ves pero puedes oler indubitablemente. Él responde al desafío  con débiles ladridos detrás de la puerta de la cochera de su casa. Eres un pendenciero Jack, ¿no ha sido suficiente la última prueba de fuerza cuando tu rival de cuadra se escabulló por una puerta entreabierta para enfrentarte y casi le diste una paliza. Debes mejorar ese carácter, a este paso te quedarás sin amigos en el vecindario para jugar.

—No jales tan fuerte la cuerda hijo —te digo para que aquietes un poco el paso. Respondes volteando la cabeza hacia atrás y mostrándome esa misteriosa sonrisa subgingival tuya que me cautiva, si no te hubiera criado desde el primer mes de nacido pensaría que planeas algo siniestro.  Llegamos al parque y te suelto sin perderte de vista. Exploras palmo a palmo el lugar y te sigo con las bolsas de plástico para ocuparme de las excretas que dejarás en tu recorrido.

No lo sabes pero me había negado por mucho tiempo tener un perro por un sentido de falsa comodidad, no quería distractivos para enfocarme en mi relación con Max, vivía entre el trabajo y mi bonito apartamento acondicionado al gusto del señor. ¿Recuerdas cuando llegaste a casa?, en diciembre cuando se cumplió un año desde que él se marchó, tu tía Gaby me convenció de adoptarte al verme tan sola y triste. Cuando te vi, tu blanco pelo esponjoso, que se ha tornado beige con los meses, hacía juego con tu nariz y ojos redondos, parecías un oso de felpa hasta que sentías alguna mano invadir tu espacio y respondías con un gruñido de advertencia. Así llegaste con ese mal carácter, ¡joder, qué perro más renegón has sido desde cachorro!

—¡Jaaacko! ¿Dónde estás? —te llamo angustiada. Te perdí de vista mientras recogía excremento. Limpiar tu popó y pila en el apartamento sí que eran un problema; y luego quitarte el hábito de destruir los muebles a mordiscos y arañazos, me molestaban tanto que gritaba como poseída al encontrarte con los restos de los cojines entre tus dientes. Me hacías llorar de rabia pero me calmabas con tus gemidos de arrepentimiento, tu semblante, tu cola y orejas caídas pidiéndome perdón. ¡Ojalá Max tuviera un gramo de tu nobleza!

Pero, diablos, estoy segura a mis cuarenta años que criarte ha sido lo más laborioso pero maravilloso que he hecho, más que criar un bebé de verdad. Tampoco en eso nos hubiéramos puesto de acuerdo él y yo, tenía tanta ternura como una hiena, no sé cómo pude vivir con ese ser tan egoísta e irresponsable.

—¡Guauu, Guauuu! —ladras emocionado por encontrarnos de nuevo y te escurres entre mis piernas. Observo grass entre tus dientes y te resondro inclinándome a tu altura haciendo gestos de desaprobación con el dedo índice por comer porquerías. Me respondes enseguida con un gemido pidiendo comprensión y lamiéndome la cara. La claridad de la mañana convoca a los primeros actores en la cuadricula del parque. Serenos en el parque tocando el silbato de reglamento para hacer notar su trabajo, coros estruendosos de gallos anunciando el inicio de la jornada, jóvenes obreros de construcción llegando con sus mochilas hacia las obras donde se quedarán hasta que la luz vuelva a perderse en la noche, chicas luciendo uniformes saliendo a alguna oficina del centro de Lima. De todo esto me perdía cuando vivía con Max, triste vida, triste yo en el apartamento mientras nada en este mundo se detenía. ¿Qué más habrán visto circular por este parque estos añosos arboles de tallos retorcidos? ¿Qué de historias de amor y desamor podrían contarnos? Ten un poco de consideración por estos señoriales árboles Jackcito, no le eches tanta pila.

—Qué perro más gracioso, parece un carneeeeero  —comenta un vecino imitando el balido de esos animales. Lleva consigo una perra mestiza a quien conduce con una graciosa cuerda rosada, se ve muy limpita y perfumada, parece recién bañada. Te mueves graciosamente moviendo la cola y la invitas a jugar. Te suelto y él suelta a la perra, ambos forman una figura piramidal cuando permanecen en dos patas juntando las cabezas, las bocas, las narices, olfateándose, conociéndose, explorándose. Corretean frenéticos por los cuatro cuadrantes del parque ladrando como contándose cómo han sido sus vidas antes de conocerse.

—Mi Jack es un caballero  —te defiendo ante Armando, el dueño de Jill, quien observa preocupado tus escarceos con su perra. Se ve buen hombre, es un contador divorciado que cría a tu nueva amiga desde hace cuatro años. ¡Uyyy, es mayor que tú Jacko, ahora quiero ver qué harás!

—Atiendo a Jill con gusto mientras estoy en casa, sólo me apena dejarla tanto tiempo sola —me cuenta Armando y yo le explico cómo nos ayuda tu tía Gaby. ¡Ay Jacko, sin mi hermanita que sería de nosotros. No puedo evitar las comparaciones, con Armando la comunicación es fresca y espontánea, con Max, apenas teníamos temas comunes, los relativos a nuestras actividades de profesores universitarios.

Quizás es muy rápido para decirlo pero qué hombre comprensivo y atento es Armando. Hasta tiene esa sonrisa misteriosa tan parecida a la tuya, a veces triste, a veces pícara. Pero ya es demasiado tarde Jack, es hora de marcharnos, mañana seguro que la verás y la conocerás más. Te acaricio y sujeto tu correa del gancho de la cuerda delicadamente. Te sientas mirando a tu compañera en una posición que me recuerda una deidad egipcia.

—Ya debo irme Armando, ¿te veo mañana? —le digo al dueño de Jill que muestra una mirada inquieta y sonrisa, y no sé porque pienso que se debe por la despedida de hoy.

 —¿Nos vemos mañana tempranito y así juegan más tiempo Ana?  —me responde ahora con ojos esperanzados y una sonrisa pícara.


—Sííí, mañana a la mañana, bien tempranito, Armando. 

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