viernes, 29 de junio de 2018

Nadando con cocodrilos

Constanza Aimola


¿Quién no tiene secretos? Creería que todos tenemos, unos más, otros menos, algunos graves, otros no tanto, pero muchos escondemos experiencias e información que con dificultad revelamos. El mío con el tiempo ha dejado de ser un dilema no decible ahora me siento capaz de hablar con algunas personas de ello, ya sea narrando la historia como lo que le pasó a la amiga de una amiga y otras veces diciendo que fue hace mucho tiempo. Soy por lo general muy abierta al contar mis historias, en mi vida no hay nada tan grave como para mantenerlo estrictamente en privado, sin embargo, este capítulo es algo complejo y solo después de un tiempo puedo relatarlo con cierta tranquilidad.

He tenido una vida muy tranquila y con esto me refiero a que he sido un caso extraño de mujer juiciosa y disciplinada. En la época en que estudié en el colegio, femenino por cierto, no pertenecía a ningún grupo, era común verme tomando onces sola, alejada o caminando sin destino. Nunca fui de las populares. En la universidad pasé desapercibida en una carrera casi exclusiva para mujeres. Cuando tenía espacios grandes entre clases, me enclaustraba en la biblioteca a leer o escribir, cuando quería ver personas, hacía lo mismo pero en alguna de las cafeterías, el almuerzo lo tomaba en un parque escondido de la facultad al aire libre que nadie frecuentaba a esa hora. Solo tuve un novio por nueve años desde que tenía doce y luego me casé con él, este matrimonio duró una década más. En adelante tuve durante mucho tiempo parejas ocasionales con lo que me refiero a un noviazgo de ocho meses y algunos amigos especiales con los que iba al cine, a comer, pasear fuera de la ciudad y en pocas ocasiones a bailar o a algún bar. Me casé y separé cuatro veces más, no tuve hijos, ahora tengo cincuenta y dos años y hasta viví con otra mujer, ahora he decidido quedarme sola, sin más parejas que la media docena de gatos con los que hice una nueva vida en la casa rústica de campo que siempre soñé.

Mi primer esposo no era un hombre fácil de tratar, tenía un genio de los demonios y un estado de ánimo fluctuante que me provocaba una profunda confusión. Era mayor que yo siete años,  lo conocí a mis tiernos doce.

En esa época todo se lo celebraba, defendía inclusive los evidentes aspectos negativos de su carácter, que los veían todos a mi alrededor menos yo. Vivía enfermo de celos, era agresivo y malhumorado. Unos meses antes de casarnos todo empeoró, un día me hizo una escena de celos y se salió de casillas, me reventó la boca y la nariz de una bofetada. Todavía me pregunto por qué no salí corriendo a contarle a mi papá, quien me hubiera defendido. En cambio, pasaban los días, recibía sus mensajes y visitas, me llamaba y me rogaba que lo perdonara, cuando vio que era difícil que volviéramos a estar juntos me llevó serenata y un anillo de compromiso. Veía realmente una actitud de cambio y acepté, le dije que sí a la propuesta de matrimonio, después de solo tres meses nos casamos.

Ese matrimonio no tenía futuro desde que se gestó, las peleas, los celos, sus infidelidades y mis reclamos nos estaban acabando. No éramos felices, sin embargo seguimos juntos por diez años. Ahora miro atrás y siento como si hubiera estado en coma todo ese tiempo, perdí mis más preciados años al lado de una persona que me hizo totalmente infeliz. Nada nos unía, no teníamos gustos en común, bueno, tal vez el sexo. Aún desde novios, solíamos hacer el amor todos los días y varias veces, inclusive si estábamos peleando. Ahora lo pienso y suena espeluznante pero era lo único que nos mantenía juntos o más bien casados porque es una época de mi vida en la que recuerdo estar muy sola.

Un día de tantos, empezaron a aparecer ideas relacionadas con el juego de roles y gustos por el sexo en vivo, tríos y estriptis, nunca pensé que pasaría de la típica fantasía de los hombres, pero parece que después de investigar mucho un día finalmente llegó a la casa con amplia información acerca de varios lugares en la ciudad en donde podría hacer realidad todas estas fantasías.

Muy sorprendida me enteré acerca de la variedad de lugares que bajo el nombre de Spa prestaban estos servicios. De pronto esa misma noche de jueves era nuestra primera visita a uno de estos. Tengo que decir que no estaba emocionada con la idea, no quería meter un tercero en la relación, eso de compartir mi pareja no me llamaba la atención, sin embargo acepté como algunas otras cosas, movilizada por el miedo que me daba que me dejara por la rutina o que empezara a ir a esos lugares con otras personas.

Era noche de conejitas, las mujeres debíamos vestir lencería sensual acorde con esta temática. Me depilé, vestí para la ocasión, maquillé y perfumé. Me temblaban las piernas, me sudaban las manos y entre más nos acercábamos al lugar más aumentaba la angustia. Me empezó a dar un frío brutal que se notaba en mi mandíbula que tenía un movimiento involuntario que no podía controlar.

Y llegamos, buscábamos algo parecido a un bar, sin embargo la dirección coincidía con una joyería. Nos detuvimos un momento a buscar en internet de nuevo la dirección cuando de pronto llegó alguien con audífonos, vestido con camisa blanca y pantalón de mezclilla. Abrió el candado de una reja negra y bueno hasta el momento más clandestino no podía ser ese lugar. Al entrar de inmediato debimos subir una escalera angosta y empinada, había velas pequeñas de varios colores encendidas a lado y lado de los escalones. Algo que me impresionó mucho y todavía recuerdo era un olor a coco y vainilla, algo así como a  bronceador. Al final de la escalera una puerta corrediza de madera color natural, se abrió y apareció una mujer joven caracterizada como conejita, muy arreglada, de estatura baja pero con un voluptuoso cuerpo. Me estaba muriendo de angustia por encontrarme con alguien, hubiera muerto si aunque sea me cruzo la mirada con un conocido.

Llegaron dos parejas detrás de nosotros, nos íbamos acumulando en la entrada, me entregaron prendas diminutas para complementar nuestro traje. Una faldita de amarrar al lado de color blanco con un pompón de peluche, la cola del conejo, finalmente una balaca con orejas completaba el paquete. Me puse todo eso, avergonzada entre mujeres que se veía que tenían mucha experiencia, muy maquilladas, confiadas, tranquilas oliendo a perfume barato. Hermosas por lo general pero también a algunas las delataba esa actitud sobradora, definitivamente eran acompañantes por no decir que putas.

Pasamos a lo que podría ser un bar común y corriente con sillas de cuero blancas y pequeñas mesas situadas a lado y lado. Desde mi ubicación podía verlos a todos, la actitud era muy sensual, se hablaban en secreto y se reían. Las parejas se tocaban, se besaban y salían a bailar a la pista. Las mujeres definitivamente eran las protagonistas, la música lenta pero con volumen alto propiciaba que las parejas se animaran a salir a la pista. El consumo de licor barato a precio caro no se hacía esperar y es que hay que estar muy borracho para poder aguantar lo que se ve, siente, huele y escucha en este tipo de lugares.

Analicé cada uno de los movimientos de la mayor cantidad de personas que podía y finalmente, ya con unos tragos en la cabeza, comenzaba a mezclarme con todos los presentes. De vez en cuando alguien me sonreía  yo le respondía con un gesto amable. A la media noche ya quería irme, estaba cansada de meter la panza y no podía más de los pies con los tacones, sin embargo al parecer la noche hasta ahora comenzaba. Inició el acto central, llegó una pareja de desnudistas que interactuaba con la clientela. Escasamente vestidos y bañados en aceite pasaban de mesa en mesa bailando con los asistentes. Definitivamente a muchos hombres les gustaba que la mujer se le acercara a su pareja, el corazón se me iba a salir cuando subió una pierna en la silla y me puso su pelvis en la cara mientras me tomaba por detrás de la cabeza y me tocaba suave el cabello. Yo la miraba seria a los ojos, solo duró unos segundos y pronto pasó a la pareja del lado, pero el tiempo alcanzó para emocionar a mi esposo a quien veía con la pupila dilatada y la boca abierta.

Más tarde salimos a la pista, algunas mujeres se acercaban con la intención de seducirme, se me pegaban mucho y me respiraban en el oído. En ese momento el ambiente era caliente y el olor a coco se mezclaba con otros olores corporales.

A medida que pasaba el tiempo subía la temperatura, estaban cada vez más desnudos y sin escrúpulos. Definitivamente una aventura de locos, que fue apenas la primera de las muchas que vivimos en aquellos años, en los que nos metimos más y más en esta vida de clubes y fiestas de parejas que nos consumió y acabó por sumarse a una de tantas cosas que terminaron con el amor. Tal vez logramos vencer la rutina pero terminé odiándolo por querer compartirme y encontrar la disculpa perfecta para ser infiel en mis narices, buscando mi aprobación para sus perversiones.

A pesar de que fue una experiencia negativa, empezamos a frecuentar cada vez más seguido este lugar y a probar con otros. Frecuentábamos una mansión en las afueras de la ciudad donde nos trataban como personas muy importantes pero en la cual realmente nos reuníamos seres con las más grandes perversiones. A estas alturas ya no quedaba ni el rastro de la mujer sana y poco rumbera, más bien ahora era como una gata en celo, que se trasformaba en una cualquiera.

Recuerdo cómo en esa época solo le pedía a Dios cada noche cuando me iba a dormir que se consiguiera otra, que se enamorara perdidamente y por fin me dejara en paz. Un día así fue, finalmente lo dejé y me arrojé a los brazos de la tranquilidad.

Espero pronto poder seguir escribiendo acerca de las muchas historias de este capítulo de mi vida que ahora es solo un recuerdo inútil y un secreto que me muero por revelar.

lunes, 25 de junio de 2018

¿Qué tan corto puede ser un para siempre?


Camila Vera


«En cada buena historia de amor, debe haber un gato. Este es el inicio de la nuestra. Te amo». Esas fueron las palabras escritas en un post-it sobre una caja de cartón con agujeros de donde salía un tierno maullido que me despertó aquella mañana de abril, el primero de los regalos que recibí de Eliot. Lo conocí de forma inusual en una estúpida ruleta para juntar parejas, una iniciativa que la facultad había creado para recolectar fondos que se usarían en arreglos de infraestructura. Quién diría que este simple juego al azar nos uniría. 

«Las reglas son muy sencillas ─dijo el organizador del evento─: cada uno al ingresar escogió una pulsera con los colores del semáforo, los que tienen la roja significa que están con pareja, aquellos con la amarilla no quieren algo serio, pero los que poseen la verde, déjenme decirles que hoy es su noche. Señoritas, deben darle la vuelta a la pulsera y verán un número; caballeros, ustedes girarán la ruleta y descubrirán el número de la chica de sus sueños. Si por alguna razón la chica que tiene el número no se hace presente antes que termine el evento, ese ya no es nuestro problema. Queremos ser Cupidos pero no somos dioses. Que inicie el juego del amoooooor, la ruleta de Cupido abre sus puertas». 

Vine con mis amigas para saltarnos las clases de la tarde, era tan simple como pagar la entrada y venir a jugar. Mi amiga Eva, tiene una pulsera roja, lleva alrededor de cinco años con el mismo chico de su calle, aunque no creo que se casen, es su forma de estar estable. Por otro lado está Fer, ella cogió la pulsera amarilla, su concepto de relación es un poco más abierto, solo debe ser ella misma para conseguir con quien pasar la tarde. Pero para mí, las habilidades sociales son algo que no he podido dominar en mis veinte años de vida, por lo tanto, tengo la pulsera verde. El número posterior es el veintidós. Aunque fue pura casualidad, tengo un gran apego con ese número, tenía el presentimiento de que me llevaría a algo bueno, es el día de mi nacimiento. 

Había pasado casi una hora desde que llegué y nadie cantaba mi número. La ruleta asemeja a la de un casino, pero mucho más sencilla y sin tantas reglas confusas como el juego original, solo debías girar y esperar un número, si la chica aparecía se tapaba de la ruleta su número, caso contrario seguía jugando. Comí algunos snack de papas mientras conversaba con Eva sobre lo difícil que estaría el semestre, las siete materias acabarían con la poca cordura que nos dejó el anterior, cuando al fin dijeron «número veinte y dos, tu galán te está esperando». Sentí un vuelco en el corazón, no sabía a quién el destino había puesto en mi camino, todos nos acercamos a la ruleta y lo vi. Eliot Polit, un chico extraño del semestre superior que había visto en un congreso gratuito sobre «La importancia de la protección en los empleados»; esperé un momento por el temor a que me vean extraño, respiré profundo y como toda mujer adulta que soy, cité en mi cabeza las palabras de valor que todos decimos antes de saltar al precipicio «qué más da» y alcé la mano.

Eliot me llevó a un parque de juegos mecánicos, caminamos un tramo largo hasta llegar ahí, no mentiré, mis manos sudaban; no había estado con un chico de esa forma desde que rompieron mi corazón a la salida del colegio, un pequeño amor de verano pero tan intenso que dejó marcas en mí. Lo primero que hicimos fue conversar un poco para conocernos, nunca me había fijado que tiene unos ojos cafés muy cautivadores y que la barba no le sale pareja, me sonrojaba al verlo muy de cerca. No me importó que la noche haya llegado o que mis amigas seguían en el evento de la facultad, me quería sentir una mujer, me sentí una mujer viva con Eliot Polit en la noria bajo las estrellas. 

─Siena, explícame el significado de tu nombre ─me dijo, mientras trazaba círculos en mi palma.

─Mi padre es un artista, le encanta pintar y mi madre enseña historia, al quedar ella embarazada no llegaban a un acuerdo respecto a mi nombre, querían algo neutral entre sus pasiones, así fue como salió a la luz Siena, es tanto un color como una ciudad de Italia. Según la historia, fue fundada esta ciudad por los hijos de Remo, el hermano de Rómulo, a quien se le acredita Roma, por lo tanto les pareció una forma convincente del nombre perfecto. Siena Julia Capazar Prado. Y ¿el tuyo?

─¿Qué pasa conmigo?

─Tu nombre, ¿de dónde proviene? 

─Claro, la historia es un poco aburrida. No viene del ganador del Premio Nobel, simplemente mi padre se llama Eliot, su padre igual y así por cinco generaciones. Considero que soy solo un Eliot más a la lista.

─Creo que tu nombre es hermoso.

─Yo creo que lo eres tú.

Después de ese momento mi vida giraba alrededor del cuento que estábamos creando. Nos veíamos por los pasillos o a la salida, iba a mi casa tan seguido que le di una llave de las puertas principales para no tener que levantarme cuando tocaba el timbre. Vivía con mi abuela desde que entré a la universidad, pero por problemas de salud tuvo que mudarse con una de mis tías a ciento veinte kilómetros, yo seguía ahí por lo céntrica que se encuentra la pequeña villa, a unos pasos de la universidad y solo a un kilómetro del centro comercial. Eliot con todo y sus rarezas fue encajando cada vez más, hasta que terminó prácticamente mudándose conmigo. Ese fue el día en el que me desperté con los maullidos del gato que llamaríamos Rómulo ─ironía por la proveniencia de mi nombre─ y sus maletas junto a mí. Solo habían pasado siete meses desde el día de la ruleta de cupido, más de un semestre. Eliot estaba cerca de terminar la carrera, aunque yo seguía luchando en la mitad. No me sentía tan especial hace tanto, nos fusionamos. 

Eliot aún tenía cosas en la casa de su madre, a una hora de la mía, nunca me había invitado a pasar pero por fuera me daba cuenta de lo grande que era. La casa tenía tres pisos más una terraza, varias habitaciones en su interior y tres autos en excelente cuidado; el padre de Eliot es abogado y su madre enfermera en un hospital dedicado a la investigación de la oncología. Su hermana mayor, Terra, vive en el extranjero por una maestría en cuidado de alimentos, al final estaba Eliot, la oveja diferente, al escoger trabajo social nunca se sintió entendido en su hogar y cuando tuvo la oportunidad prefirió salir de ahí. No lo juzgaba por aquello, yo me sentía de lo más feliz independizada de mis padres, aunque los amo con todo mi corazón no me veía regresando a las afueras de la ciudad para vivir con ellos, me gustaba su ayuda económica, que me salvaba en esos días donde mi sueldo de cajera no era suficiente, pero mi vida la estaba formando aquí, con él, para siempre… ¿Qué tan corto puede ser un para siempre?

Rómulo se había adueñado de cada parte de la casa, la cama, los baños, la cocina, hasta de mi sábana favorita, me daba la idea de cómo es ser madre y agradecía que solo sea de un gato, por otro lado, Eliot amaba demasiado a Rómulo y el gato gordo negro efectuaba un cariño impresionante hacía él, ¿celos?, no es a lo que me refiero, tenían una conexión impresionante, a tal punto que cuando Eliot debía irse por alguna razón, Rómulo lloraba en la ventana o sobre alguna de sus camisetas con leyendas de superhéroes, su favorito es Flash. Como si de alguna forma que no entiendo el gato sintiera cuando Eliot no está en casa, pero cuando yo me iba, el gato continuaba con sus obligaciones: comer, dormir y repetir.

─Siena, ¿me amas? ─dijo Eliot a las cinco de la mañana un sábado.

─Te amo, Eliot. Vuelve a dormir.

Este sistema se repitió por semanas, luego por meses; siempre me preguntaba si lo amaba en la madrugada, cómo si estar junto a él en la cama no fuera suficiente para declararle mi amor. 

Los meses seguían su rumbo, otro semestre pasaba raspando por nosotros, para la graduación de Eliot faltaba que termine su tesis, el gato engordaba, era más difícil cargarlo con una sola mano. Eva terminó con su novio y se declaró en fase de conquista. Fer, ganaba premios a la excelencia académica. Yo ya modelaba una bella perla en mi dedo declarando mi compromiso con Eliot. Eliot tiene el cabello azabache, cejas grandes y un cuerpo delgado, tiene un tatuaje en la espalda, el cual es un misterio para mí hasta el día de hoy, y eso que conozco bien cada parte de su cuerpo, es un símbolo de un punto y coma de color negro. Cuando Eliot tenían quince años lo molestaban mucho por su forma única de ser, a veces puedo escuchar cómo se queja de esas cicatrices de su vida, pero al menos ahora sé que es feliz, al menos intento que lo seamos. Conversar no es de nuestros fuertes, pero estar con él acostada viendo alguna película en la televisión puede ser la mayor de las felicidades. Será mi esposo, tendremos más hijos aparte de Rómulo, pondremos una empresa y trabajaremos arduo para construir nuestro hogar. Envejeceremos de la mano, contando cada arruga como una experiencia vivida, cada cana como una lección y cada beso como el amor profundo que nos dio la ruleta de cupido. Siempre seré suya y él siempre será mío. Siempre. 

Gracias a la suerte o a mis rezos, pude conseguir trabajo en una empresa auditora como gerente de recursos humanos, un gran puesto para una universitaria. Eliot, brindaba sus servicios en las oficinas del bufé de su padre, haciendo de todo un poco, ya con su título en la mano podría tener el trabajo de sus sueños, pero por el momento la paga era buena donde estaba. Mi horario era matador, debía correr a la universidad, al trabajo, a la casa, dormir y repetir, casi no nos veíamos como antes, pero los días libres podíamos estar juntos como siempre. Mi desempeño en la oficina había hecho que ame mucho más a lo que le he dedicado tantos años, me decidí a conservar este trabajo hasta que me lo permitan. Estaba completa. Aún no nos casamos por el problema económico y de sus padres, que no dejarían que contraiga nupcias con una simple universitaria. Solo esperaríamos a que me gradúe, mientras, seguíamos llenando el tarro de ahorros para la boda. Sería como un sueño.

El sueño empezó, un poco diferente a como lo habíamos pensado una noche en la bañera:

─¿Cómo imaginas nuestra boda, Eliot?

─No lo sé, quizás música de fondo, juntos, un notario y las firmas.

─¿Nada más, solo eso? ─dije algo decepcionada.

─Te verás hermosa, tu cabello estará suelto y tendrás un vestido blanco. Es suficiente.

─Yo imagino un gran salón, una orquesta, nuestras familias con vestidos elegantes, un bufet con mucha comida, Rómulo con un traje, muchas fotografías. Bailaríamos una coreografía y haríamos juegos de pareja para que todos se rían. Sería la boda de la que hablen por años, llena de amor y armonía. 

─Es una buena idea, solo debemos esperar a que te gradúes.

─¿Qué piensas de las despedidas de soltero? ─le lancé, más como una prueba.

─¿Debemos hacer eso? ¿Mujerzuelas y alcohol? ─dijo riendo. 

─No, nada de mujerzuelas, pero puedes salir con Gonza y yo vería a Eva y Fer. Nuestros amigos merecen algo de tiempo antes que seamos legalmente marido y mujer. 

─Ja, ja, ja. Está bien, Siena, me gusta la idea, le escribiré. Podríamos irnos de viaje un fin de semana. 

─Nuestro siempre. ─Y lo besé.

Los preparativos estaban en marcha, mi madre pidió vacaciones en su trabajo para ayudarme con los arreglos florales, aunque soy muy devota, no nos casaríamos por la Iglesia, Eliot había abandonado hace mucho tiempo el catolicismo al no poder comprender varias dudas que tenía sobre la religión, así que solo optamos por un notario en un gran salón. Los tonos que escogimos fueron lavanda y dorado, todo tendría un aspecto como la Toscana, mucho vino y todo muy combinado. Mi vestido de novia es blanco con encajes e incrustaciones de piedras, la espalda descubierta para acentuar mi figura y una larga cola que lo completaría de maravilla. Las damas de honor tienen sus vestidos hechos a mano, mi corte nupcial es de diez personas en total. Ya casi todo el dinero del tarro estaba invertido pero gracias a mis padres y los de Eliot, pudimos mantener los planes en marcha. Eliot me veía de reojo cada que escribía en mi libreta para no olvidar nada, yo le regresaba el gesto con una sonrisa nerviosa, me casaría al fin, con el hombre que me deslumbró en la noria. 

Las semanas más largas de mi vida se me escapaban, ya casi estaba todo listo, Eliot se fue a dormir a la casa de su familia hace ya un mes, puesto que mi abuela regresó a la casa y la visita de mi madre hacía difícil tener tanta gente en la villa, lo extrañaba, pero era una idea genial mantener ese momento de soltera, no me pienso casar de nuevo. Solo faltaban cuatro semanas. 

El momento de la despedida de soltero llegó, a siete días de la boda. Eva, Fer y yo, escogimos un hotel frente a la playa, para acudir al spa, nadar, irnos de fiesta y recordar esos viejos tiempos en los que no importaba nada, son mis amigas desde el primer día que llegué a la universidad, pero ahora son como una familia. Eva regresó con el antiguo novio de su calle, ahora están casados; Fer, hizo un préstamo y viajó al extranjero para hacer una maestría y continuar su vida, aún no consigue pareja. Nuestro pequeño momento lejos de las obligaciones. En casa se quedó mamá cuidando a Rómulo, en casa, porque tenemos al fin nuestro propio departamento, pequeño, pero nuestro, el comienzo del «para siempre» ─uno que otro electrodoméstico, la cama y nuestra ropa─.

Eliot y Gonza son amigos desde el colegio, aunque no se ven muy a menudo, él tiende a venir en las fiestas como navidad a comer con nosotros en la casa de los Polit, es muy allegado a todos, mi relación con él no es la mejor, pero si Eliot es feliz con Gonza como amigo, no tengo más que aceptarlo, creo que hay algo extraño en él. Me recuerda al Eliot que todos decían que era antes de conocerlo el día de la ruleta, pero quizás es solo una pantalla, a fin de cuentas, Eliot resultó ser una persona diferente con el paso de los años, una mejor persona. Ellos harían un viaje en auto, hasta la cabaña de verano de los Polit, a tres horas con velocidad constante, se podría considerar campo, tiene un bello lago y es muy acogedora, eso me ha dicho, he querido ir desde que lo conozco, pero casi siempre está rentada. 

Te voy a extrañar, Eliot.

Yo siento que ya te extraño, Siena.

Solo será un fin de semana y el que sigue, estaremos juntos para siempre.

¿Cuánto es para siempre, Siena?

Mmmmm, a qué te refieres, no ves un para siempre en nuestra historia.

No es lo que estoy diciendo, solo me preguntaba cuánto es.

Hasta la muerte, supongo le respondí.

Entonces hasta para siempre, Siena.

Hasta para siempre, amor. 

Eva pasó por nosotras a las diez de la mañana, con Josh su esposo, para dejarnos en la estación. Eliot ya debería estar por mitad de camino para esas instancias. Nos subimos al autobús que nos llevaría directamente al hotel y solo nos relajamos, el mejor fin de semana que puede existir es entre amigos. El lugar era aún más bello que en el folleto, Fer, había venido ya en tres ocasiones, pero yo era neófita. El hotel era de unos quince pisos, las habitaciones eran tan elegantes y olían tan bien a una combinación frutal, todo estaba reluciente de limpio. La brisa marina me hizo considerar vivir en un lugar así, con palmeras, frutas, cocteles y muchos meseros. Nadamos en el mar hasta que la piel se me tostó, debí pensarlo mejor, ahora estaría muy quemada al usar mi vestido de novia, pero lo valía. En la fiesta no había nada de strippers o cosas por el estilo, solo buena música y muchos tragos, tomamos hasta que todo se puso nublado y regresamos a la habitación.

 Siena, ¿en verdad amas a Eliot? dijo Eva.

─¿Tú crees que si no lo amara, estaría gastando todo mi dinero en una boda de ensueño?

Solo queremos estar seguras de que eres feliz argumentó Fer.

Chicas, las amo. Pero esta vez, creo que he logrado que Eliot sea feliz. 

No entiendo lo que dices. Me miró muy confusa Eva.

Nada malo, no me hagan caso. Somos muy felices, nos vamos a casar y hoy es mi último día con ustedes como soltera. Eva, ¿acaso dudaste de casarte con Josh?

Nunca dudamos de dar el siguiente paso respondió.

Es nuestro para siempre, ya vengan a darme un abrazo. 

A la mañana siguiente con la cruda del reventón solo nos placía dormir, ni había revisado mi celular hasta ese momento, solo unas indicaciones de mi jefe, algunas facturas de cuentas y un mensaje por parte de Eliot preguntándome si lo amaba. Después de desayunar recibí otro, se notaba que me extrañaba tanto o más de lo que lo extrañaba yo, decía: «Saldremos entrada la noche, hasta siempre Siena. Eliot XOXO». No pude evitar sonreír, nuestro para siempre, estaba tan cerca. A las cinco de la tarde ya estaba en mi casa, mi madre había regresado a la villa de mi abuela. Rómulo y yo comíamos helado mientras veíamos una serie de médicos con amoríos, él también merecía una despedida de soltero conmigo. 

La noche estaba asomándose, así que llamé a Eliot.

─Eliot, ¿ya van a salir?

─Sí, es ahora o nunca.

─Llámame cuando estén cerca, te amo, mi para siempre.

─Te amo, Siena, nombre de color y de ciudad italiana.

─Te amo, Eliot, único entre los Eliot.

Abracé el celular por un tiempo largo, ya lo podía sentir cerca. 

─Discúlpame, no sé qué pasó. Yo estaba conduciendo. ─Era Gonza frente a mí puerta con los ojos abiertos como platos. 

─Gonza…

─No sabía qué hacer, vine a verte de inmediato.

─Gonza…

─Necesito que me escuches, no pude hacer nada. 

─Gonza… ─Mis ojos se llenaban de lágrimas a la tercera repetición.

─Siena… Discúlpame.

─¿Qué pasó con Eliot?

─Yo quisiera saber qué pasó, me cogió de sorpresa, no sé cómo explicar esto, no lo entiendo, por favor, debes perdonarme, yo no pude hacer nada, solo venir aquí…

─Por un demonio, González, ¡qué mierda pasó!

«Le dije que salgamos temprano para evitar el tránsito, la neblina haría más difícil llegar, pero insistió en subir al mirador, en el que tantas veces hablamos de como desaparecer, porque ese es el tipo de cosas que piensas al ver a la nada, solo un barranco, el cielo y tú. Hablamos por horas sobre las cosas que vivimos, los tiempos del colegio, la vida de la universidad, cómo es ser adulto, hasta de convertirse en papá. Simplemente hablamos y lanzamos piedras para verlas caer. Comimos estupideces que compramos en la carretera con anterioridad, pizza fría y refresco. Para ese momento Eliot ya había hablado con Siena, vi cuando la llamó, aún estábamos en el mirador, le sonreí porque él hizo lo mismo y después colgó, me dijo que era el mejor momento para tomar decisiones, que era ahora o nunca. Luego bajamos siguiendo el lago, recogimos todo, cerramos la cabaña y nos fuimos. Escuchamos música, me habló de Siena y cómo era su vida ahora, su futuro estaba planeado. Luego se quedó muy callado, pensé que se había dormido, nos amanecimos la noche anterior, era normal que quiera descansar. No dije nada alrededor de media hora, no era mucho lo que nos separaba del siguiente pueblo, solo la cordillera, solo nos quedaba pasar la cordillera. Yo estaba viendo la carretera cuando, abrió la puerta y se dejó caer, no pude reaccionar rápido, estaba manejando de subida, podía perder el control del auto, simplemente se lanzó barranco abajo, señor policía. Traté de frenar en la primera entrada que vi, todo estaba oscuro, la neblina se metía por la puerta abierta. No sé cómo pasó, no podía detenerlo, todo fue muy rápido, le juro que yo no le hice nada, solo se dejó caer del auto. Él es mi mejor amigo. Mi mejor amigo, señor policía».

El cuerpo de Eliot fue encontrado a las 17:43, por un hombre de la policía, la caída fue de más de cuatrocientos metros, murió desangrado entre las rocas, lleno de lodo, piedras y plantas. Murió. Me permitieron verlo el lunes a las 12:32, después de la autopsia, su cara no era la misma, tenía partida la cabeza y unos algodones en la nariz, me acerqué a su cuerpo para verlo de frente. Era él, su tatuaje en la espalda del cual nunca supe el significado fue la forma de reconocerlo. Lo cremaron el miércoles y el jueves pude llevarlo a nuestra casa, lo puse sobre una repisa en una habitación al final del pasillo, no quería verlo en su nueva forma. Por ese momento lo odié. La boda debería ser al siguiente día, a las 19:30 en el salón de eventos del centro, con una orquesta, un bufet y mi corte de honor de diez personas, usaría un vestido blanco con espalda descubierta y él, un smoking negro. 

Has de estar buscando un porqué, pensarás que dejó una carta o un mensaje antes de dejarse ir, quisiera poder decir que tengo la respuesta, pero solo me quedan estúpidas hipótesis que dan vueltas en mi cabeza, seguirán dando vueltas. ¿Hice algo tan malo para que haya decidido lanzarse al vacío antes de tener una vida conmigo? o ¿había algo dentro de él que nunca entendí que no le dejaba ser feliz?, quizás no logré que sea feliz como había pensado. ¿Qué tan corto puede ser un para siempre?, un pestañeo, el tiempo en que cae una lágrima, un suspiro, una decisión, dejarte ir, una apuesta en una ruleta de cupido, una vida. Me debería estar casando, escuchando la marcha nupcial, viendo a mi amado al final del pasillo, pero lo que escucho es el maullido del infernal gato, que no ha entendido que esta vez, no volverá.