Ruth Rosales
No existe una
madre que no pase un día en que no piense en sus hijos, pero sí existen hijos
que pueden vivir creyendo que nunca tuvieron una. Por muchos años quise huir
del yugo sobreprotector del ser que me trajo al mundo. Sus constantes sermones
refiriéndose a mi superioridad sobre los hombres y el enfoque que tenía que
poner en mis estudios para cumplir con mi propósito de vida, terminaron por
asfixiarme. ¿No se daba cuenta que lo único que quería era ser una joven como
todas las demás? Salir al centro comercial a perder el tiempo y coquetear. Ir a
las fiestas y emborracharme hasta perder el sentido. Salir de excursión con mis
compañeros de escuela, o solo chatear hasta la madrugada con un desconocido que
conocí en alguna aplicación de citas. No. Eso estaba prohibido. Todo estaba
controlado por ella. Me cuidaba con una obsesión enfermiza que terminó por
crearme más velos ilusorios de los que ya tenía. Si. Yo quise ser esa hija que
fantaseó con la idea de no haber tenido nunca una mamá.
—
Ahí está otra
vez, sentada en las bancas de este decrépito centro comercial, rodeada de esas
buenas para nada. Todas parecen maniquíes hechas en serie. Delgadas, mismo
peinado, piel blanqueada a base de polvos y plastas de maquillaje y esas faldas,
zanconas hasta las nalgas. Al lado están ellos. Babeando, viendo las piernas de
esas niñas que se creen mujeres, posando cual muñecas de aparador. ¿Cuántas
veces le he dicho que esto no es lo que la vida tiene proyectado para ella?
La he cuidado, he
procurado ser más que una madre. Conmigo puede hablar de lo que sea. Hemos
discutido temas que tal vez aún no son de su edad, pero para mí son de vital
importancia. Necesito que esté preparada para enfrentarse a este mundo lleno de
hombres que solo nos ven como objetos. ¿Por qué si le he dicho una y otra vez
que enamorarse no es lo más importante ella sigue creándose castillos de
algodón cimentados en el amor romántico, tóxico y asfixiante? Ni modo, no me
importa, que se avergüence de mí. Me acercaré y me la traeré de las greñas si
es necesario. Ella no es como las demás. Mi hija será la reina libre y soberana
que todas deberíamos de ser.
—
Ahí está ella en
la tienda de perfumes, cree que no la he visto. Se oculta detrás de las
personas, de los espejos, de los aparadores. No confía en mí. Me sigue como una
sombra que aparece ante el inevitable ocaso. Mis amigas se están tomando fotos
y compartiendo las mejores en sus redes sociales. Se ríen, hacen videos cortos,
los publican y esperan pacientes a que los chicos que están enfrente los vean
en su celular y les den like. Mi mamá cree que no me doy cuenta, pero en
verdad considero eso ridículo. No puedo esperar a salir de aquí, de este
pueblucho disfrazado de ciudad.
Sueño con que ese
hombre con el que llevo platicando meses en Bumble se anime a visitarme. Me ha
mandado regalos espléndidos, es todo un caballero, un hombre de negocios hecho
y derecho. ¡Ha de ser maravillosa su vida en Nueva York! Las fotos que me
muestra de su penthouse en Manhattan son espectaculares. No me importa
que tenga la edad de los padres de mis amigas. Yo quiero un rey, no como estos
principitos de simulación que ni siquiera saben cómo acercarse a nosotras y
andan como pendejos viendo sus publicaciones y haciéndose sueños guajiros.
—
Miedo.
Esa sombra que me
ha acompañado desde que mi hermano me visitaba en las noches. Me sentía tan
feliz de ser su favorita. Me mimaba, me cuidaba, me decía que era hermosa,
hasta esa noche en que se acercó a mí con ese fuego inyectado en sus pupilas de
gato. Sus manos tocando mi cara para después bajar a mis senos y aventurarse a
mi entrepierna, me paralizaron encerrándome en esta cueva de la cuál no he
podido salir.
No quiero eso
para ti.
—
No me ha dicho
nada desde que la tomé del brazo y la separé del grupo de sus amigas. Su rostro
está inexpresivo y su mirada se me antoja ausente, perdida. Ya le pregunté si
terminó con sus deberes de la escuela y ha respondido con un movimiento
afirmativo de cabeza. Le pedí que me acompañara por un helado, de esos que
tanto amaba de pequeña. ¿Dónde quedó mi bebé? ¿En qué momento creció y dejé de
adivinar sus pensamientos y deseos?
Nos sentamos en
las bancas que están al lado de la fuente llena de peces japoneses. Huele a
lavanda, tal vez un poco de esencia que se escapa de la perfumería de enfrente.
Observamos cómo las personas llegan, lanzan monedas, piden deseos y se marchan
esperanzadas en que se cumplan sus sueños para hacer sus vidas menos
miserables. Ella sigue callada. Su lengua va deshaciendo la mezcla de leche,
crema, azúcar y saborizante de fresa que sostiene el cono crujiente cubierto de
chocolate. ¡Cuánto desearía conocer aquello que le inquieta!
Le comento sobre
mi día de trabajo y del viaje que estoy planeando para el verano. Este año
quiero pasar todo el tiempo que pueda con ella antes de que se vaya a la
universidad y deseo que sea especial. Sigue sin decir nada, solo asiente con la
cabeza y continúa absorta en sus pensamientos. ¿Será uno de esos muchachos el
que ocupa alguna parte de ellos? Desde muy chica le hablé sobre los cuentos que
los hombres inventan para acercarse a las mujeres y enamorarlas. Le dije que se
enfocara en trabajar en sus sueños, porque cualquier cosa que se propusiera lo
iba a lograr. Tengo miedo de que termine como yo. Aunque cómo podría haber
imaginado que sería mi propio hermano el causante de crearme ilusiones bizarras
sobre lo que debería ser el amor. ¡Qué estupidez! Ella no es yo y su historia
no será como la mía. Debo dejarla volar.
—
Finalmente se ha
cansado y me ha dicho que regrese con mis amigas. No sin antes hablar con ellas
y encargar su tesoro con otras adolescentes iguales o peores que yo.
—
Regreso a casa
incómoda. Sé que va a estar bien, siempre lo está, pero hoy siento una tristeza
que se me escapa a través de mis poros en forma de transpiración. No quise
avergonzarla más. «Una hora y te regresas a la casa» fueron mis palabras sin
recibir réplica alguna. El cielo se ha puesto de repente gris, típico de esta
época del año. Recibir las últimas gotas de vida antes de iniciar el camino
hacia la muerte. Se escucha a lo lejos el sonido imponente de los truenos que
se acercan. Parecieran ser las trompetas del dios que anuncia su llegada y el
exterminio de la humanidad. Eso sería mejor que sentir la constante angustia
que me inflama el colon. Así se acabaría esta cacería sofocante entre ella y
yo. Nos iríamos juntas a descansar, mi nena al paraíso y yo, tal vez tendría
que purgar algunas culpas por toda la amargura fermentada que me hace matar a
mi hermano una y otra vez con el mismo ritmo que marcaban las patas de la cama
cuando él me robaba la inocencia aquellos días de orfandad. Maldita miseria que
cría niños sin padres.
El sonido de una
ambulancia se confunde con los gritos del cielo. Otra más, y otra, y otra.
Ahora parece una sinfonía. ¿Están en el centro comercial?
—
Aunque no es
oficial todo el mundo sabe que mi tío es mi papá, pero yo sigo haciéndome
pendeja, mientras ella no se cansa de repetirme que no necesito a nadie más que
a mí misma para ser feliz. Lo creo, pero yo quiero amar y sentirme amada. ¿Qué
será estar con un hombre que te mime, acaricie y cuide, pero sobre todo que te
dé la seguridad de un futuro abundante?
Estoy cansada de
caminar por las tiendas y ver de lejos las vitrinas llenas de objetos hermosos
que nunca serán míos. Aún recuerdo cuando jugaba con mi madre a probarnos todo
lo que lucían los maniquíes. Nos poníamos los libros que solíamos llevar para
leer al lado de la fuente sobre la cabeza, y desfilábamos como modelos frente a
los espejos de los probadores de mujeres. Admito que era divertido.
Mi mamá, siempre
tan sola, siempre tan acompañada de mí. No me compraba nada, pero concluía
nuestra excursión con un helado mientras me repetía «ya te comprarás esto y más
cuando crezcas, ponlo en tu mente, suéltalo al universo y confía». Muchos años
lo creí, pero la realidad es que soy invisible.
Quiero irme de
aquí, ser libre, y el dinero te da esa libertad. Si es necesario que me vean
como consecuencia del brillo de un hombre, lo acepto. He llegado a dudar que
todo lo puedo. La ilusión que mi madre ha sembrado en mí ya no la compro. ¿Cómo
podría tener montones de dinero solo por mi inteligencia? ¿En qué momento ella
se creyó esa historia incluso cuando se le han cerrado tantas puertas por ser
mujer? Y peor aún, por ser madre soltera. La han tratado con caridad, está
catalogada dentro del sector de «grupos vulnerables». Las que portan ese
estigma nunca llegan a ser bien vistas, aunque demuestren una y otra vez lo
capaces que pueden ser. No, yo no tengo por qué conformarme con ser la hija de
la «minoría».
Le diré a mi Bumble
daddy que me lleve con él a Nueva York. ¿Estará disponible en estos
momentos? No ha contestado a mis mensajes. En el último que mandó hace dos días
decía que me estaba preparando una sorpresa. El regalo que mandó la semana
pasada es un sueño. Nunca había visto brillar con esa intensidad un diamante,
aunque fuera así de pequeño. Puesto en mi cuello luce, sin lugar a duda,
perfecto. Lástima que aún no lo puedo usar en público. Si mi mamá supiera, se
moriría de tristeza. Yo también lo haría si me enterara que mi hija obtuvo una
piedra preciosa mostrando sus pechos a un viejo millonario.
—
No ha llegado.
Han pasado veinte minutos después de la hora acordada. ¿Le marco? No. No quiero
parecer loca desquiciada llamándole a cada segundo. Pero en realidad no lo he
hecho, se ha pasado el tiempo y ella debe saber que estoy preocupada. Le voy a
marcar.
No contesta.
Llamo otra vez.
Suena, me manda a
buzón.
Sabe que odio que
no me conteste. Veo la aplicación del GPS en mi teléfono buscando su
localización, y como siempre no se está actualizando. Me dice que se encuentra
en un radio de cinco millas a la redonda del centro comercial. ¿Dónde estás?
¡Contesta!
Cuidarte es la
única misión que tengo. Tal vez no he hecho bien mi papel de madre al
sobreprotegerte demasiado, pero ¿dónde está la línea entre la asfixia y el
enseñarte a respirar? Te alejé de tu padre porque si me hizo esto a mí, ¿qué no
podría hacerte a ti?
Vuelven a oírse
las ambulancias. Ahora no me queda duda. El sonido viene del centro comercial.
No es normal. ¿Habrá pasado algo?
Voy por ti.
—
¡Qué sorpresa más
inesperada! ¿Cómo sabía que estaba aquí? Luce más guapo en persona que en la
pantalla. Apareció de la nada frente a nosotras. Mis amigas me miraron
sorprendidas. Tomó mi mano y el retumbar de su voz oscureció el cielo.
«Vámonos» fue su única palabra. Sin dudarlo tomé su mano y ahora estoy aquí,
viviendo mi cuento de hadas. No le avisé a mi mamá, ¿estará preocupada? ¿Dónde
dejé mi teléfono? No importa, regresaré por la noche, ya pediré perdón.
Él toma mi mano y
me dice que me llevará lejos. Siento cómo mi estómago se emociona, pero al
mismo tiempo algo me incomoda. Me dice que quiere hacerme su esposa. ¿Su
esposa? Espera, ¿tan rápido? ¿Qué está pasando?
Escucho a lo
lejos la voz de mi madre llamándome desesperada. Hace dos horas que debería
haber llegado a casa. Él acaricia mi mano mientras tomamos bebidas burbujeantes
en la parte trasera de su limusina. Es como lo había imaginado, pero no me
siento del todo cómoda. Me gustaría que mamá estuviera aquí conmigo, ¿por qué?
Si esto es lo que he estado buscando, ¿por qué ahora estoy pensando en ella?
Se acerca. Pasa
un mechón de mi pelo detrás de mi oreja. ¿Son sus labios lo que estoy
sintiendo? Pierdo la mirada, ya no siento sus manos, me entrego al vacío en
esta oscuridad. ¿Es esta la cueva que mi madre tantas veces menciona cuando
habla dormida?
—
Esto no está
pasando. Esto no está pasando. Esto no está pasando. No, no debería estar
diciendo esto en forma negativa. Estoy atrayéndolo. No, no puede estar pasando.
No puedo. No puedo dejar de decirlo, porque no es verdad. No es verdad. Ese no
es su celular roto. Las patrullas frente a la entrada. ¿Qué hacen esos policías
ahí sin hacer nada? ¿Por qué no se mueven y cierran la ciudad entera?
Regrésenme a mi hija. Y esas estúpidas ahí llorando. ¿Por qué no la detuvieron?
¿Quién es ese hombre con el que dicen que se fue? ¿De qué sirven tantas
ambulancias si nadie está haciendo nada? Esto no está pasando. Esto no está
pasando. No puedo respirar. El cielo me está comiendo, se cierra, me asfixia.
¿Dónde estoy? Siento cómo su cuerpecito se mueve dentro de mí. Me duelen los
pechos. Siento la leche fluir. Mojo mi ropa. Mi cuerpo necesita alimentarla.
¡Tráiganme a mi hija! ¿Qué es este miedo que no reconozco? Es la ausencia de la
nada. Inimaginable. No es ilusión. No es realidad. ¿Dónde estoy? Regreso el
estómago, lo veo fluir por mi boca, mi nariz, para morir en el cemento. No hay
nada más. Esas luces. Azul, rojo, girando, girando, girando, girando, girando.
Voces a lo lejos, ¿qué dicen? No entiendo.
Estabas así de
pequeña cuando te pusieron en mi pecho. Así, chiquitita, del tamaño de una
sandía, pero con la consistencia de un molusco. Escurrido, amorfo y sin embargo
vivo. Aprendí a cobijarte usando solo mi cuerpo. ¿Cómo hago ahora para
abrazarte? ¿Cómo detengo al viento y le pido que me lleve hacia donde te
encuentras? Voy por ti, donde quiera que te encuentres. Prometo no volver a
dejarte sola. ¿Por qué no te arrastré a la casa conmigo? ¡Muévete! No puedo
quedarme aquí.
Voy con el
oficial, le exijo que me diga qué tengo que hacer. No entiendo lo que me dice.
¿Que espere? ¿Esperar a qué? ¿Se puede estar lo suficientemente sola en este
mundo como para que te ignoren y nadie pueda venir a socorrerte? Debo pedir
ayuda. No quiero. Busco su nombre en mi teléfono. Le marco a mi hermano.
—
Cuando despertó
después de seis meses de estar en coma, su primera palabra fue mi nombre. Yo
estaba ahí, junto a ella, tomando su mano. Nunca me perdoné no haberle avisado
que me iba. Fueron tres meses en que me estuvieron buscando mientras yo me daba
la gran vida en Manhattan con mi ahora Bumble husband, supongo que ya es
hora de que deje de llamarlo así. El día en que por fin me digné a llamarle, su
corazón no soportó la emoción y tuvo un paro cardiaco. Después de llevar meses
sin comer, su cuerpo no lo resistió y los doctores tuvieron que inducir un coma
para proteger su actividad cerebral y ayudar a la regeneración celular de sus
órganos. Mi tío montó en cólera y obligó a mi marido a cubrir todos los gastos
médicos y permitirme pasar temporadas con mi madre.
Ahora mi vida se parte entre ser una ama de casa de un rico empresario que no me deja salir a ningún lado y en cuidar a mi madre para que se recupere. Disfruto las tardes que pasamos caminando entre las calles de la ciudad y llegamos al parque para alimentar a las palomas. Para ella yo sigo siendo una niña. Sus ojos no han dejado de mirarme como lo hacían cuando jugábamos en el centro comercial. Termina siempre el paseo diciéndome: «Cuando te gradúes de la universidad, vas a poder comprarte un departamento al lado del parque». No ha aceptado que su hija está casada. No la culpo. Yo tampoco.