martes, 26 de julio de 2011

Por la causa de todos los santos

 Ricardo Ormeño


                                    La elegante y sobria sala de espera causaba en el doctor Frías una peculiar incomodidad, los muebles de sólida madera revestidos en cuero oscuro que a pesar de poseer brazos largos y anchos a cada lado, le hacían presagiar a Jorge una espera muy corta para ser atendido; Jorge observaba aquella arquitectura clásica con algunos cuadros de motivos religiosos con marcos delicadamente tallados; el doctor vestía con saco negro de botones dorados, un pantalón gris, corbata azul oscuro con delgadas líneas blancas, un portafolio y una cámara filmadora la cual encendía y apagaba con ansiedad como tratando de verificar que funcione de manera óptima cuando la necesite, sin embargo trata de relajarse y mantenerse sentado lo más cómodo posible para esperar los diez minutos que le solicitaron. Jorge abre su portafolio y queda atrapado por una serie de recuerdos –Nunca pensé que estaría aquí y menos por este motivo –se decía así mismo el impresionado doctor mientras revisaba los documentos varios que portaba como fotografías, traducciones, copias de historias clínicas, decidiendo por último cerrar aquel portafolio e inclinarse cómodamente hacia el espaldar del sillón y tratar de relajarse un poco…


                                       La mañana de aquel miércoles de enero del año noventa y tres había otorgado al doctor Frías un descanso, un recreo en sus labores, Jorge no había tenido grandes emergencias, un asmático, un hipertenso y una pequeña mordedura de perro, todo ello completaba la labor de aquella mañana; para el doctor era gratificante ya que él se encontraba en esa emergencia desde el día anterior y las últimas horas rodeado de tranquilidad, eran el mejor regalo. El tiempo avanza con lentitud, Jorge mira su reloj esperando que el minutero y el horario lleguen a un acuerdo marcando la una de la tarde para intercambiar su turno e irse a su casa, almorzar allí y poder darse un descanso mientras concede la oportunidad a su esposa para lucirse con algún espectacular postre que para el doctor, sólo ella sabía preparar. El tiempo transcurre y sobre pasa las esperadas trece horas largamente, el ansioso doctor no puede creer que su reemplazo no llegue a tiempo en esta oportunidad.
-¡Caramba, Erick no llega, no puede ser, nunca ha llegado tarde durante todo un año que intercambiamos los turnos, ¿Le habrá pasado algo? –se preguntaba el doctor totalmente sorprendido, su colega siempre fue muy puntual.



                                          Jorge se coge los gruesos bigotes mientras trata de examinar desde la puerta de la emergencia el tránsito de la avenida, buscando entre tanto vehículo alguno parecido al de Erick pero nada; corre a la recepción de la clínica para indagar, pero tampoco tienen información alguna sobre él, aún sabiendo que dicho doctor trabaja en otra institución en las mañanas, la única información encontrada era que había salido al mediodía. Dan las tres de la tarde y Jorge se siente más que incómodo, molesto.-Un año y nunca ha llegado tarde, no vaya a ser que le haya pasado algo eso es lo más factible –concluye el doctor dejando la puerta de la emergencia para dar un paseo por los ambientes como si estuviera revisando que todo se encontrara en orden.


                                             Las tres de la tarde y la situación para Jorge es insostenible su almuerzo, postre y un relajante baño habían pasado al baúl de los recuerdos, toma asiento en el escritorio de su oficina y no puede mantenerse allí por mucho tiempo, se pone de pie abre la ventana y observa el totalmente vacío parqueo para las ambulancias , levanta un poco la mirada y se concentra en aquella pared de ladrillos con una rústica y antiestética puerta de madera que le trae a la memoria la construcción de algo que él no tenía aún muy claro, una ampliación de la clínica o una casa de reposo para ancianos, en fin no le interesa realmente y menos en esos momentos; mientras observa su reloj por enésima vez se oye un ruido intenso y brusco producido por aquella horrible puerta en la pared de la edificación al ser abierta bruscamente.
-¡Doctor…doctor…rápido…corra! –expresaba de manera desesperada y muy preocupada la hermana Cristina quien atravesaba dicho umbral de la construcción acompañada de un polvoriento obrero dirigiéndose rápidamente hacia a la emergencia de la clínica. Jorge va de inmediato, dos enfermeros corren detrás de él con una camilla, al llegar al sitio exacto de la emergencia el doctor encuentra a un par de hermanas de la congregación y varios obreros escarbando en la tierra tratando de desenterrar al infeliz trabajador que escasos minutos antes había sido sepultado estrepitosamente; ahora sí, sabía Jorge que se trataba de la futura casa de reposo. Cerca   de cuatro toneladas de tierra y piedras habían caído sobre aquel desdichado de nombre Jacinto Hermoza; eran las tres y cinco minutos de la tarde y Jacinto se encontraba trabajando en la zanja de lo que se convertiría más tarde en los cimientos del sótano de dicha casa de reposo; cerca de cuatro metros más arriba es decir en el borde del suelo de lo que correspondía al primer piso se encontraba el gran y monstruoso montículo de tierra y piedras que habían sido extraídas de aquel terreno y acumuladas antojadizamente en ese lugar. El humilde trabajador laboraba como de costumbre, sólo portaba su lampa y unos cortos pantalones debido al intenso calor del verano por lo cual su torso se encontraba totalmente desnudo, minutos más tarde de introducirse en dicha larga zanja que abarcaba toda la longitud del terreno pero de tan sólo un metro de ancho por un metro de profundidad, sintió que diminutas cantidades de tierra caían sobre él obligando a Jacinto levantar rápidamente la mirada encontrándose con una inmensa nube negra.



                                     El doctor llega con desesperación, ayuda a retirar con las manos las piedras y tierra que cubren el cuerpo del pobre obrero, logrando tocar y visualizar únicamente su casco de protección, entonces aceleran al máximo las maniobras de rescate sin poder usar cualquier utensilio para evitar lesionarlo; cuando logran descubrir su rostro el pobre hombre cubierto de tierra hasta en la boca no respira, sin embargo la tarea propuesta y obligatoria continúa sin pausa alguna, segundos más tarde cuando el nivel de la tierra retirada alcanza la mitad del tórax se oye un fuerte grito.
-¡Me duele, me duele mi pierna, me duele mucho! – grita el desafortunado obrero ante la sorpresa de todos que  continúan con el rescate hasta liberar los brazos momento donde el doctor Frías pidiéndole calma a la víctima aprovecha para colocarle el tensiómetro en uno de sus brazos y tomar los valores de la presión sanguínea.
-Está muy bien continuemos pero con cuidado es probable que tenga fracturada una de las piernas, el tobillo o el pie –ordena el doctor quien retirándose unos metros más atrás deja a los obreros que continúen con la labor de rescate y se lleva inconscientemente sus manos al bigote tratando de examinar cuidadosamente la situación sin darse cuenta que va dejando huellas de  polvo en su grueso mostacho, pero eso no le importa lo importante es tratar de entender como dicho obrero después de soportar semejante peso encima de su casi desnudo cuerpo se haya mantenido erguido, de pie como si deseara mirar hacia lo alto, ha debido quedar totalmente sepultado en posición horizontal o cualquier otra pero de pie era lo menos probable. El doctor se coloca a nivel de la espalda del accidentado y de pronto descubre que la lampa con la que trabajaba segundos antes del accidente se encontraba en posición vertical pegada a la espalda del trabajador y con el mango roto –Extraño, muy extraño- pensaba Jorge ante tal descubrimiento.


                                  El rescate tardó unos cuarenta y cinco minutos aproximadamente, el obrero respiraba bien, se le encontró una gran piedra al lado de su tobillo derecho que hizo concluir al doctor Frías que la fuerte presión sumada al posible golpe producida por dicho objeto al caer, era la razón de tanto grito y dolor, una fractura sin lugar a dudas sin embargo al concluir el rescate y ser retirada dicha piedra de aproximadamente diez a quince centímetros de diámetro, el dolor mágicamente desapareció. Las hermanas sorprendidas ante tal hecho trataron de limpiar la gran cantidad de tierra en el cuerpo del obrero mientras éste se rehusaba a ser ayudado; el doctor le ordenó postrarse en la camilla pero Jacinto siguió en pie y aceptó ir a la emergencia pero caminando dejando atrás aquella pala con el asa rota que había estado erguida en su espalda como apuntalando a Jacinto para que quedara en pie durante el derrumbe pero sin causarle el menor daño. Jorge examina detenidamente al obrero en la sala de emergencia, Jacinto se quita aquel pantalón corto que era lo único que llevaba y aquellos botines de trabajo.
-Doctor no tengo nada, no me duele nada doctor –afirmaba Jacinto Hermoza.
-Mire Jacinto vamos a tomarle unas radiografías, llamaré al traumatólogo al neurólogo y a quienes considere , pero mientras le digo que se quedará hospitalizado, puede que tenga una hemorragia interna y eso puede ser fatal –ordenaba el doctor mientras observaba que Jacinto no presentaba ni un pequeño rasguño ni equimosis o moretones simplemente… nada.
-Bien doctor me tomo las radiografías pero me voy, es más le hago un trato si yo no puedo colocarme mi pantalón corto es por que estoy mal y entonces me quedo, pero si lo hago bien entonces me voy, mi esposa ha sido operada de cesárea hace tres días y vivo en un sitio muy humilde, no tengo teléfono y si no llego ella se va a preocupar, sabe que este trabajo es riesgoso y es miércoles ni para pensar que me fui a tomar con unos amigos, ella es nerviosa se le pueden abrir los puntos –fundamentó Jacinto al doctor.
-Bien muy bien si lo haces correctamente, sugeriré que por lo menos te acompañen en un taxi, ni siquiera una ambulancia para no asustar a tu esposa – aceptó el doctor. Segundos después el doctor Frías queda sorprendido con la agilidad de aquel obrero para colocarse el pantalón, deambular, expresarse, es decir, no tenía nada – pareciera que viene de una sesión de masajes y no de un tremendo accidente que ha podido costarle la vida –se decía así mismo el doctor Frías sonriendo.
-Jacinto, de todas maneras el viernes acudes a todas las consultas que te he programado, todos los especialistas necesarios te verán ese día, de eso si no te salvas ¿Muy Bien?-ordenó el doctor a Jacinto mientras se despedían.



                                   Treinta días después la hermana Cristina madre superiora de su congregación se acerca a la emergencia y encuentra al doctor Jorge Frías en su pequeña oficina.
-¡Buenos días hermana ¿En qué puedo servirle? –saluda el atento doctor.
-Doctor Frías ¿Recuerda el accidente del obrero hace un mes? –pregunta la madre superiora con preocupante mirada.
-Sí como no voy a recordarlo, hasta ahora no puedo creer que escribiera en mi diagnóstico final la palabra sano, es increíble – respondía con asombro el doctor.
-Bien doctor, el asunto es sobre su historia clínica debe ampliarla o ser aún más específico –acotó la hermana muy seria.
-¿Hice algo mal hermana? o la compañía de seguros reclama algo, ya sabe como son  le gustan los papeleos y con mi diagnostico de “sano” ya me imagino –comentó el doctor con una ligera sonrisa.
-No doctor no es nada de eso, lo que sucede es que su historia clínica se encuentra en el vaticano –intervino la religiosa muy serenamente.
-¡En el vaticano hermana! –intervino el doctor tratando de alzar un poco la voz sin lograrlo, limitándose a ver por la ventana de la oficina que algunas personas tal vez familiares de pacientes, se encontraban muy cerca y podían oír algo que podrían malinterpretar, así que se contuvo todo lo que pudo y solo se apoyo en el escritorio como queriendo levantarse bruscamente sin lograr hacerlo.
-Sí doctor, resulta que aquella tarde Jacinto Hermoza  portaba en el bolsillo de su pantalón corto, una estampa de nuestra beata Giuseppina De Laurenti, nombre que llevará nuestra casa de reposo; Jacinto ha trabajado en esa construcción desde sus inicios. Una tarde, cuando trabajaban en la zona que antes era el jardín, al tratar de remover los árboles, Jacinto encontró una estampa de nuestra beata Giuseppina envuelta en plástico enterrada junto a las raíces de un árbol por una de nuestras hermanas hacía mucho tiempo, desde aquel día, él la lleva consigo y justo esa tarde la portaba en el bolsillo trasero de su pantalón; al sentir caer todas esas toneladas de tierra y piedras, Jacinto invoca a nuestra beata y por esa razón su historia clínica se encuentra en el vaticano por la posibilidad que este suceso sea un milagro –narró con suma tranquilidad la hermana Cristina.
-¡Un milagro hermana! –levanta la voz Jorge levantándose del escritorio a la vez que gira bruscamente hacia la ventana de la oficina para cerciorarse que nadie lo ha oído.
-Sí doctor resulta que el obrero Jacinto invocó a nuestra beata para que lo ayude, no invocó a cristo, no invocó a dios, invocó a nuestra beata y además la ciencia representada por usted estuvo presente algo no muy común como comprenderá –explicó con plena satisfacción la hermana de ojos azules.


                             …siete años han pasado entre trámites, traducciones, viajes a Roma; siete años contando a mis amigos esta historia que parecía increíble, muchos sonreían al oírla, sin embargo ahora me pregunto tantas cosas y pocas a la vez, pero que hubiera pasado si mi colega Erick hubiera llegado a su hora como de costumbre aquel día del accidente y no se hubiera comprometido a salir temprano de sus labores matinales en otra institución para dedicarse apasionadamente a jugar tenis hasta las últimas consecuencias, no hubiera sido yo el que me encontraría aquí, sino él, lo curioso es que mi simpático amigo y colega es judío que de manera aparentemente extraña aunque no debería serlo laboraba en una institución católica donde dicho sea de paso se ganó el cariño de toda la congregación por su trato, dedicación y simpática apariencia …y aquí ¿ El trato hubiera sido igual con un médico judío participando en la investigación de un posible milagro? o habría tenido algún problema no él sino el trámite para la santificación de la beata Giuseppina, nunca lo sabré solo sé que fue una exquisita coincidencia.
-Dottore Frías, buon giorno, sono il padre Paolo Crovetto e tranquillo parlo anche spagnolo –saludó muy amablemente el obispo encargado de atender al doctor Frías esa mañana invitándolo a acompañarlo a hacia un gran y conservador ambiente donde arriban luego de haberse desplazado por largos pasillos. Jorge encendió su filmadora con la finura de un gran mago de tal manera de capturar algunas imágenes en aquellas zonas prohibidas hasta para los religiosos en general quienes para tales casos requieren de una autorización especial, solo la alta jerarquía eclesiástica podía transitar por aquellos pasajes y ambientes.
-Dottore Frías ¿La sua esposa e il suo figlio son de paseo nel giardino papale? –preguntaba el obispo con mirada graciosa y muy despierta tratando de soltar un poco su español
-Sí desde muy temprano y pienso que les tomara toda la mañana –respondió el doctor rápidamente llegando a su mente imágenes diversas de aquel bello lugar. Recuerdas Jorge  tu paseo por allí tan accidentado, subidas y bajadas muy hermosas pero extenuantes que hizo que te preguntes, cómo podía un Papa pasear por allí.
-Bien dottore, ésta es la biblioteca del Vaticano, aquí se guarda todos los escritos de la  Iglesia, toda su historia, todos los milagros, hasta Reyes involucrados…y su nombre estará aquí ya que gracias a su brillante exposición y participación en el proceso, la beata Giusseppina será santificada en los próximos meses donde usted y su familia ocuparán un lugar de honor en la ceremonia  –indicaba el carismático obispo ahora en perfecto español manteniendo en una de sus manos un grueso libro y  con la otra señalando unos párrafos al azar. Vaya Jorge es un honor pero ahora quien te creerá, al menos tus amigos que oyeron esta historia durante siete años no lo creo, aquí no entra nadie con facilidad. El doctor no sale de su asombro, la cámara filmadora, para no ser descubierto, apenas la puede levantar y captar algunas imágenes de libros y estantes de dicha biblioteca que sólo es visitada por unos pocos elegidos donde las fotografías y filmaciones son más que un pecado mortal –Increíble, simplemente es un final de película, lo contaré toda mi vida, sin importar que piensen mis amigos si estoy loco o no, con tantas historias de sueños y viajes semidormido… ahora esto –analizaba el doctor con intensa emoción.


                             Transcurre el día, son las cuatro de la tarde, el doctor Frías y su familia acuden a la casa general del convento de la orden de las hermanas de la clínica Santa Felicia en Roma. Jorge llega por fin a los muros del convento extenuado de tantos recorridos no sólo de índole religioso sino también comercial, tiendas de ropa, zapatos y todo lo que se podía visitar en el poco tiempo libre que tenían luego de haber pasado la mañana completa en la sede del Vaticano, su esposa y su hijo se encuentran detrás de él, dos hermanas de la congregación abren la gran puerta de madera y el doctor se encuentra ante un espectáculo nunca imaginado, dos largas filas de hermanas con sus hábitos blancos inclinando ligeramente la cabeza hacia delante, inician la espectacular recepción; aquellas hermanas de avanzada edad, inclusive algunas en sillas de ruedas encabezan el protocolar desfile, a tal impresionante cuadro se suma la compañía fiel  y constante del repique de las campanas ante el más que desconcertado doctor –Gracias dottore, nuestro benefactor-exclamaban con alegría las hermanas una a una haciendo que Jorge sin salir de su asombro se dedique a responder el saludo a cada una de ellas, a derecha e izquierda hasta culminar con sendas largas filas.
-Gracias dottore Frías, usted es ahora nuestro benefactor; nuestra congregación en el mundo entero ora por nuestros benefactores tres veces al día por el resto de sus vidas –acotó la madre general de dicha orden religiosa en perfecto español y con tal sobriedad y respeto que Jorge no pudo contener que una lágrima decidiera desplazarse por su rostro sin su consentimiento mientras que con la mano izquierda se tocaba fuertemente el muslo del mismo lado para estar seguro que no se trataba de uno de sus extraños sueños.        

viernes, 22 de julio de 2011

Los primeros cocineros de América

Víctor Mondragón

    Transcurría una tibia tarde en la ciudad de Chiclayo (1) durante el Campeonato Sudamericano de fútbol de 2004, las entradas para asistir al partido Perú-Argentina estaban agotadas, un par de  resignados turistas se reunió en un restaurante para ver por televisión la fecha deportiva,  agradecían las atenciones de la gente de aquella región mientras  se deleitaban con  cóctel de algarrobina (2) ;  José, mejicano y Enzo, argentino, dialogaban perdidos entre los corredores de la razón y la locura, comentaban que los ibero-americanos simulamos ser Quijotes que solemos resistirnos  a  distinguir entre el sueño y la realidad.
Cerca de ellos un anciano de tez bronceada, ojos achinados y sonrisa a flor de labios los escuchaba atentamente, con mucha delicadeza se acercó y se presentó: 
-Mi nombre es Darío Chumioque, maestro de escuela jubilado, quisiera contarles una narración  que se  salvo del pillaje que hubo tras la conquista europea, del saqueo cultural que cercenó la memoria de mi pueblo que sigue buscando su identidad –dijo el anciano.
Los platos que están disfrutando son  el resultado de un amplio y profundo mestizaje que proviene de tiempos inmemoriales, de niño  escuché  en lengua muchik (3) la leyenda de los primeros cocineros de América -añadió.
-¿Primeros cocineros?,  cuéntenos esa historia –replicó Enzo. 
-Antes de la llegada de los europeos,  navegantes de tez pálida y ojos rasgados llegaron a estas costas, solían visitarlas como expedicionarios y comerciantes, Si Pan Guo fue el nombre que le habían dado a la costa norte del Perú que quería decir “país de Si Pan”, desde el siglo X proviene la leyenda de Nai Lam (4) -contestó don Darío.
-¿Cómo es esa leyenda? -preguntó José.
-Cuenta la tradición que Nai Lam llegó del mar con una flota expedicionaria y al ver la abundancia de recursos marinos y  el clima acogedor,  decidió quedarse con su comitiva. En esa expedición también llegó un personaje que durante mucho tiempo fue recordado, el jefe de cocineros o cocinero mayor, Chow Kou Lo (5) que fue quien convenció a Nai Lam para asentarse aquí –continúo narrando don Darío.
Dicho  cocinero quedó maravillado por la cantidad y variedad de  peces y mariscos, pronto ordenó preparar salsas con las ostras, hizo fermentar frijoles de la región y se atrevió a sembrar unos pequeños granos blancos que  hasta la época de la colonia se solían llamar arroz salvaje. Chow Kou pronto identificó las diversas variedades de pimientos y ajíes de la región; así como venados, patos silvestres y perdices de las tierras altas; un día después de  la tercera luna llena,  Nai Lam y su comitiva acordaron sellar la alianza con los  habitantes de la zona invitándoles un fastuoso banquete -añadió.
El visitante organizó ambientes para cientos de comensales, dispuso troncos de algarrobo a modo de columnas que soportaban largas cañas  y sobre éstas, algunas ramas a modo de toldo; la zona como hoy, es un desierto donde hay vida solo cerca de los ríos, el sitio escogido permitía disfrutar de la sonrisa del agua; al mediodía los lugareños anunciaron su llegada emitiendo sonidos de spondilus, a la vez que un cortejo adelantaba  su presencia con melodiosas  quenas.  
Una vez  frente a frente se dio inicio al ancestral rito de la reciprocidad, Nai Lam entregó un gran ídolo de jade  que los lugareños retribuyeron con objetos de oro y plata,  los visitantes ofrecieron bebidas fermentadas a base de granos y los lugareños devolvieron la atención con docenas de vasijas de barro conteniendo chicha de maíz jora y de maní –continuo narrando don Darío.
-¿Qué se sirven los señores?  -interrumpió la narración  un camarero.
-¿Qué plato picante me recomiendas? –respondió José.
-Tenemos varios, un cebiche de corvina con ají arnaucho (6), el mejor de los ajíes limo ó un tamal con salsa de ají pinguita de mono, ah, también hoy tenemos rocoto relleno –respondió el servidor.
-Trae los tres platos –respondió el mejicano.
-A mi dame un arroz verde –dijo el argentino.
-Se llama arroz con pato a la chiclayana –añadió don Darío y continuó narrando:
El ambiente alrededor había sido inundado por penetrantes olores de humo y comida, el crujir de las fogatas ardientes generaba ansiedad entre los asistentes quienes luego de abrazarse se sentaron en el suelo, los lugareños cogían la fina loza de los visitantes, casi examinándola con el tacto;  momentos después, se hizo el intercambio de doncellas  por igual número para reafirmar la reciprocidad. 
La diferencia de idiomas no fue obstáculo para congraciarse, el compartir los había hermanado, las sonrisas eran respondidas con  sonrisas, bastaba un simple gesto  para que se entendieran mutuamente –añadió el anciano.
Luego llegó el momento esperado, con gran ceremonia Chow Kou  instruyó a sus sirvientes a presentar ollas calientes de barro que emitían olores a especies,    venados asados que  colgaban de gruesos troncos, calabazas gigantes conteniendo patos asados con miel de algarrobo; así como perdices  asadas acompañadas de exquisitas salsas y adornados con pimientos tiernos de la región. 
Seguidamente Chow Kou Lo encendió fogatas y  en ollas de barro dispusieron corvinas, langostas, pulpos  y cangrejos para su cocimiento al  vapor, todo aquello aderezado con salsas de ostras y frijoles fermentados,  buscaba seducir a los indios con el hechizo de su sazón. 
El ambiente se  contaminó de expectación, los naturales hicieron entrega de vasijas  con lenguado fresco aderezado con sal, ají limo y jugo de tumbo; tamales de maíz,  cuyes asados y aderezados con ajíes secos; igualmente charqui (7) complementado con abundantes pallares, pepián guisado con tomates y  acompañado de salsa picante y hierbas aromáticas como muña (8) y huacatay (9), algo que no se imaginaron probar los ilustres visitantes;  el fresco pescado estaba cocido tan solo con la sal y el ají;   no faltó alguno que  afectado por el fuerte picor  bebió chicha con imprevisto entusiasmo,  buscando apaciguar el fuego encendido en su paladar.
Las horas transcurrieron entre asombros mutuos por los sabores nunca antes probados, cada cual dispuso aumentar los obsequios de bebidas fermentadas y no faltaron los cantantes que movidos por los efectos del alcohol entonaron melodías donde las palabras fueron lo menos importante. 
El fuerte calor de la región dio paso a una fresca brisa marina y los naturales no queriendo dejarse ganar, distribuyeron canastas de mimbre conteniendo frutas exóticas nunca antes vistas por los visitantes: piñas, papayas, chirimoyas, lúcumas, mameyes, zapotes, pacaes, guanábanas y otras más, cada cual más dulce, aromática  y deliciosa que la otra, todo un broche de oro para tan suculento festín –prosiguió don Darío. 
El hermoso atardecer coloreaba las tierras de color rojizo,  el sol buscaba ya dormir bajo el mar; la amistad encontrada aquella tarde  conservaría el fuego del día que acababa de fenecer; esa relación perduró por muchos años durante los cuales Chow Kou Lo no solo compartió su cultura culinaria, sino que asimiló el bagaje  del país que lo albergó. 
Lo que más maravilló a Chow Kou Lo fue el maíz tierno o choclo y la forma como los naturales lo molían y hacían pastas que empleaban de diversas formas, desde tamales y pepián, hasta tortas muy delgadas que rellenaban con diversidad de carnes,  hierbas y ajíes. 
Nai Lam se afincó en estas tierras, en cambio Chow Kou Lo sentía una ansia atolondrada de retornar  a su país y al mismo tiempo de quedarse;  tras permanecer por más de veinte años y  haber aprendido mucho de los naturales, tuvo una despedida fue muy emotiva,  le entregaron objetos de oro, plata y turquesas; sin embargo para él lo más valioso fueron las variedades de frijol y  ají que le fueron dados con mucho cariño; cuenta la leyenda que una vez en el mar,  Chow Kou Lo se transformó en ave y junto a una bandada de gaviotas voló hacia donde se oculta el sol; hasta hace poco, en las orillas del mar,  los lugareños lo recordaban  escuchando el graznar de las gaviotas que pretenden pronunciar el nombre de aquel gran cocinero –así terminaba su narración el señor Chumioque, relato extraído de sus recuerdos, escuchado en su niñez  y que había sido contado por generaciones.
El mestizaje es una de las razones del alto desarrollo culinario de esta zona -añadió. 
Los minutos pasaban y los vasos de chicha iban y venían.
-¡Qué tal variedad!, ¡Qué sabores picantes tan diversos hay aquí! -exclamó José mientras consumía  su pedido.  
-¿Puedo entrar a la cocina? -inquirió Enzo- quiero saber el secreto del lomo salteado (10) -añadió.
Ya en la cocina, Enzo apreció que al saltear la carne, el fogón se azuzaba vigorosamente y alumbraba toda la cocina, parecía  una noche alumbrada por fuegos artificiales. 
-Es básico una fortísima llama, mejor aun si la cocina es a kerosene…-comentó  el cocinero
-¡Nos ha narrado un cuento chino! -dijo Enzo mirando al señor Darío. No había entendido la narración (no quiso entender).
-La respuesta mírala a tu alrededor, mira a los camareros, mira los  ceramios, interpreta el nombre de los lugares  y por último mírame a mí  -respondió el anciano.
-Claro, siempre lo tuve frente a mí y  ahora lo entiendo -el visitante reconoció algo que había rumiado en su mente, los rostros rasgados de los pobladores de aquella región y  las innumerables similitudes que se suelen encontrar entre los lugareños y los asiáticos.
Momentos después la televisión anunciaba el final del partido de fútbol, el equipo nacional había sucumbido ante la selección austral, los equipos  de Méjico y Argentina disputarían la semifinal de aquel  campeonato de fútbol.
Con su narración, el señor Chumioque   eludía al tiempo que todo lo contamina de olvido y  entre sonrisas se despidió:
-Perdimos en la cancha; pero una vez más ganamos en la mesa…

1.       Chiclayo: Ciudad costera, noroeste del Perú, considerada capital de la amistad por el agradable trato a los visitantes.
2.       Algarrobina: Extracto del fruto del algarrobo usado en refrescos, dulces y licores en el norte del Perú.
3.       Muchik: Lengua hablada por los moches, hoy extinta, dialecto del yunga (cultura pre-incaica de la costa norte del Perú)
4.       Naylamp: personaje mitológico del antiguo Perú que vino del mar, el que trajo la civilización a las tierras de la costa norte del Perú.
5.       Ochocolo: También referenciado Ochocali, cocinero acompañante de Naylamp según leyenda recogida por el cronista Cabello de Balboa.
6.       Arnaucho: Ají pequeño y muy picante, de la familia de ajíes limo, de color violáceo. No solo picante sino aromático y de sabor peculiar.
7.       Charqui: Carne salada y secada al aire o al sol para que se conserve (vocablo andino).
8.       Muña: Planta andina, familia de las Labiadas, ligero sabor a menta, condimento, también   posee propiedades carminativas y estomacales.
9.       Huacatay: Especie de hierbabuena americana, usada como condimento en algunos guisos, sumamente aromática y sabrosa.
10.    Lomo Salteado: (lomo saltado), plato fusión de la cocina cantonesa con peruana, carne y verduras salteadas a fuego fuerte y rápido, aliño especial y papas fritas crocantes.

sábado, 16 de julio de 2011

Un pillo poco conocido

Clara Pawlikowski

Una neumonía no es nada extraordinario como para causarle la muerte a uno de los estafadores más grandes de la historia – divagaba Cecilia.
                                    ─ ¿Una neumonía? Se preguntó mientras dejaba         atrás a sus amigos de la universidad y se dirigía al paradero a tomar su combi.
─ A veces las historias tienen finales banales ─se dijo sin dejar de caminar.
Victor Lustig murió de neumonía en el Alcatraz donde cumplía una condena de veinticinco años.
Muy joven trabó amistad con un hombre adinerado en un crucero de lujo. Este individuo fue su blanco. Lustig le embaucó con el cuento sobre una máquina que transformaba papel blanco en  billetes de cien dólares.
─ Te la compro ─le habría dicho el millonario, bajando la voz y mirándolo con desconfianza
─ Tarda mucho y cansa esperar ─supongo que le habrá contestado Lustig poniendo cara triste para convencer al incauto. Finalmente, como lo tenía planeado vendió el falso aparato, concretando una de sus primeras estafas.
Victor Lustig era capaz de inventar historias que resultaban convincentes. A mí, por el contrario, me cuesta hacerlo. Frente a una página en blanco  me sudan las manos, mi lapicero no escribe, alguien me llama por teléfono para invitarme a la última de Tom Cruise o de Jack Nicholson o me acuerdo súbitamente que dejé unas alcachofas hirviendo en la cocina.
Los cuentos de Lustig no sólo eran convincentes sino que los elaboraba con gran facilidad de palabras y como tenía una memoria prodigiosa recordaba cada detalle por minúsculo que fuese.
Mientras yo, trato de leer los ejercicios del taller de narrativa varias veces y cuando creo que los entendí, mi mano se mueve en automático. Confundo el presente con el pasado y de repente cuando ya estoy volado, como ese picaflor que no descansa de picar la única fruta madura de mi higuera, aterrizo en pleno futuro soñando con varios cuentos terminados.
Tampoco recuerdo con facilidad los ejercicios, tengo  mil cosas en la cabeza y no sé por dónde empezar. Entonces acabo con un cuento que no tiene nada que ver con el pedido de mi profesor. A los pormenores siempre los dejo fuera.
Donde Lustig se graduó de estafador fue aquella oportunidad en la que después de prepararse con sellos y formularios oficiales falsos, se reunió con un grupo de comerciantes de chatarra para venderles la Torre Eiffel.
Hubo un interesado porque el negocio era tentador, se trataba de unas 7,000 toneladas de hierro.
─Cómprela ─le dijo sutilmente ─yo le ayudaré si usted gana la licitación.
Cuando observé su fotografía y lo vi con su sombrero de fieltro, cara angulosa y ojos penetrantes, me impresionó la gran cicatriz que cruzaba la parte izquierda de su rostro, iba desde el ojo hasta el lóbulo de la oreja. Entonces, cavilé que le correspondía morir descuartizado con un verduguillo y no con una simple neumonía.

martes, 12 de julio de 2011

El Cantar y el planeta rojo

Ricardo Ormeño


                  Llega el viernes y es la algarabía del planeta entero, los alumnos del colegio lo han esperado desde el lunes, el personal de las empresas, bancos, empleados en general disfrutan de esos momentos de viernes por la tarde con una sensación especial, casi como si salieran de vacaciones , el tráfico vehicular es insoportable, los restaurantes, bares, discotecas y todos los negocios imaginables se  abarrotan conforme se inicia la noche, gente ansiosa que busca un momento de diversión y olvidar todo lo que les incomoda o preocupa que generalmente va en un orden así: sueldos bajos o insuficientes, facturas por pagar…deudas, colegios, clubes, cumpleaños…deudas, casamientos, divorcios, infidelidad…deudas y así sucesivamente; es el día esperado por los desesperados, el día bendito, el día que nos salva de morir calcinados por el infernal fuego del stress y la angustia, sin embargo para Jorge Frías representa la frustración, el desconsuelo y hasta la incomprensión por necesitar el descanso obligado, no lo desea pero no tiene otra opción siente que ya cumplió con todos los dioses de este planeta al probar bebidas energizantes de todas las marcas, tabletas de distintas fórmulas resultando en vano todo intento por mantenerse despierto, tal vez dosis insuficientes, ¿debería intentar con otra fórmula?, en realidad ya no le interesa nada, por esa razón  no acude a ningún sitio, prefiere descansar y levantarse temprano para irse al club y hacer un poco de deporte, luego un almuerzo simpático con algunos amigos y regresar apenas caída la noche para disfrutar de  la calma de su hogar, conectarse a la televisión con su hijo o simplemente verlo dormir, o de repente terminar sentado en el piso de la cocina como muchas veces, pero eso es un proyecto de sábado y ahora se encuentra en un común viernes. Jorge… Jorge… calma y eso que no trabajas los sábados desde hace mucho tiempo…te entiendo, sé que no quieres colapsar.


                        Son las ocho de la noche y el doctor Frías se encuentra sentado en el cómodo sillón de su escritorio, siente que el sueño y el cansancio le ganan la batalla, de pronto un vahído lo hace tambalearse como si se fuera a desmayar el temor lo embarga, simplemente no da más –esto no está bien- piensa con preocupación el doctor, dejando pasar unos segundos antes de levantarse e iniciar su prácticamente huída hacia la paz del hogar. Ni bien llega abraza cariñosamente a su hijo, ambos, en un brusco gesto de amor salvaje caen sobre el sofá de tres cuerpos de la sala, enroscados como dos implacables luchadores rodando hacia el suelo en medio de risas y carcajadas.
-¡Estoy muerto hijo, muerto muerto, de cansancio, discúlpame! –acotó el doctor estirado totalmente en el suelo de la sala.
-¡No te preocupes papá, voy a ver algo de televisión y a dormir! –respondió su hijo expresando una especial satisfacción en su rostro por haber abrazado a su padre aunque sea por unos segundos.
-¡Me pondré la pijama y veamos si mañana hacemos algo juntos! – sugirió el doctor Frías.
-¿Vas a comer algo? –interrumpió su esposa en un tono no alto pero sí desafiante.
-¡No gracias, no te molestes! –respondió Jorge Frías tratando de conservar la alegría que sentía cuando se hallaba al lado de su querido hijo.
-¡Okay! –respondió fríamente la esposa dirigiéndose hacia la sala como si algo le molestara. Jorge llega a la habitación principal y se coloca su pijama favorito aquel con la figura enorme de Mickey Mouse que lo hacía recordar una de sus visitas a Miami.


                             La almohada es acomodada rápidamente y con torpeza  por Jorge, levanta el cubrecama y acto seguido se deja caer sobre la cama, siente ese agotamiento en todos los músculos de su cuerpo, le cuesta mucho esfuerzo hasta levantar los párpados, la idea de hacer algo con su hijo temprano en la mañana, se esfuma rápidamente –él entenderá- piensa el doctor Frías resignado. Intenta encender el televisor pero es en vano, no tiene fuerzas para elevar el brazo con el control remoto y así desiste de la idea quedando totalmente inerte en su cama, de costado, hacia la derecha tratando de jugar con su vista por un rato tratando de ver en la oscuridad aquel sutil brillo de cualquier manubrio del closet que se encuentra a su lado. Jorge recuerda que desde hace muchos meses no se encontraba tan agotado y cuando había tenido esa sensación siempre aparecía la enigmática luz, blanca y brillante que parecía haberlo abandonado desde hacía mucho, no entendía la razón pero conforme pasaba el tiempo siempre empezaba a dudar de lo que había soñado y  esta ocasión se presentaba de manera similar. Jorge empieza a sentir que su cuerpo se relaja involuntariamente; experimenta el sonido de un fino zumbido de intermitente intensidad, como si viniera y se fuera muy lentamente. Conforme pasan los segundos el doctor vislumbra una pequeña luz, intensa y lejana que acompaña rítmicamente a aquel zumbido, su intensidad aumenta así como su tamaño que paulatinamente comienza a llenar el oscuro paisaje en la mente de Jorge.
-¡Ya decía, cuando sería la próxima vez, pareciera que cada cierto tiempo en que me olvido de estos sueños y dudo sobre su realidad …zas….aparecieran de nuevo como si quisieran  recordarme que no son simples alucinaciones, bueno…aquí vamos! –expresaba el doctor con resignación. Jorge Frías siente que se dirige velozmente hacia la intensa luz, pero sabe también que en cualquier momento puede detener el despegue y abortar su misteriosa misión, otras veces lo hizo por simple temor, hoy aún siente temor…mucho temor.
-¡No he entendido esto nunca, se supone que debería entrar a un túnel rodeado de muchas estrellas y volar velozmente por todo su interior, pero no de la luz a las puertas…no entiendo nada! – expresaba Jorge así mismo tratando de controlar su miedo a lo desconocido.


                                Efectivamente el doctor Frías siempre reclamaba ya sea a todos los dioses del olimpo como a cualquier sujeto, animal u objeto que estuviera a su alrededor, una explicación que nunca llegaba; su pregunta era muy fácil, se supone que las personas que experimentan algo semejante siempre entran por un túnel y se desplazan dentro de ese pasaje  lleno de luces a grandes velocidades dando la impresión de encontrarse en una nave espacial de gran propulsión; Jorge no, él en algunas ocasiones iba de navegar velozmente dentro de la luz por unos segundos, a llevarse de encuentro una fila interminable de diversos modelos  de puertas batientes , todo era muy rápido tanto que no podía calcular el tiempo ni tampoco recordar con lujo de detalles el veloz trayecto. Efectivamente en esta ocasión pasa en segundos de la luz a las puertas tan rápido que era imposible contarlas y repentinamente aparece de pie sobre un suelo de tierra afirmada sin nada de cemento, Jorge toca sus piernas –bueno ni hablar siento mi cuerpo y estoy consciente, debo tratar de recordar todo lo que pueda, siempre me olvido de muchas cosas…esto se parece bastante a una parte de mi club pero ese jardín al frente es distinto –se decía así mismo el doctor Frías observando un extraña área de forma rectangular donde no habían flores sino una especie de yerba bastante pareja de aproximadamente un metro de alto. Jorge se deleita con  la frescura de la noche, siente una brisa muy especial que roza su rostro sin embargo trata en vano de memorizar alguna imagen, paisaje, dibujo, letrero o signo que pueda recordar al despertar para así poder narrar su experiencia a algún amigo de confianza pero no, no observa nada relevante y teme que el tiempo se le pueda terminar en cualquier momento. Jorge gira su mirada de derecha a izquierda barriendo detenidamente el lado más largo de aquel  jardín buscando lo que ni él  sabe con certeza, hasta que divisa al otro extremo de la maleza o plantas que no puede identificar, dos siluetas que lo miran fugazmente y siguen caminando con extrema tranquilidad, Jorge logra identificar a una pareja de mediana estatura que pasea con lentitud, paciencia y sobriedad como monjes de algún templo pero vestidos como dos profesores de colegio pareciera que se contaran alguna historia interesante; el doctor trata de acercarse directamente hacia ellos, no agita las manos ni dice nada para llamarles la atención , simplemente atraviesa la maleza o plantas que no conoce con exactitud y una vez al otro extremo, visualiza a uno de ellos.
-Buenas noches, disculpe –pregunta con suma timidez el cirujano logrando que una de aquellas enigmáticas personas dirija su mirada hacia él acercándose muy suavemente - ¡Maldición ojalá recuerde algún detalle, camisa de manga corta o larga, demonios no distingo bien, cabello corto lacio, no es blanco, es bajo de estatura, algo delgado, bigotes no los tiene, debo recordar todo lo que pueda, estoy harto que siempre me olvide de muchos detalles  -se exige al máximo el doctor por tratar de captar algo en su cámara mental sintiendo ansiedad por saber que el tiempo siempre se le termina antes de lo deseado. Jorge sigue absorto en todo lo concerniente a dicho sujeto sin percatarse que la pareja que acompañaba a la extraña persona se aparece súbitamente al lado izquierdo de Jorge pero manteniendo una distancia de aproximadamente un metro y medio.
-¿Qué es el Mío Cid? –pregunta la misteriosa fémina dirigiendo sutilmente la mirada a Jorge.
-cabello negro y lacio, no muy largo; no es blanca, no es negra, no es alta más bien baja diría yo –trata el doctor de examinar rápidamente a la extraña mujer sin responder a la pregunta. De pronto el bronceado sujeto de cabello negro y corto distrae al doctor Frías haciendo que dirija  su mirada ciento ochenta grados a la derecha.
-Allí –interviene el sujeto señalando con el dedo un grupo de estrellas en el firmamento.
-¿Allí? –pregunta Jorge utilizando su dedo índice para señalar la misma estrella que el extraño tipo.
-Marte- responde con mucha suavidad en su voz.
-¿Qué es el Mío Cid? –pregunta la joven dama haciendo girar nuevamente al cirujano, esta vez hacia ella.
-Bueno, es una obra que trata de un héroe –responde tímidamente Jorge.
-¿Qué es el Mío Cid? –insiste nuevamente con un tono de ligera molestia.
-Es una obra que trata de un personaje que es deshonrado y luego recupera su honra –responde Jorge calmadamente.
-Mira allí –interrumpe el extraño sujeto logrando que Jorge gire nuevamente ciento ochenta grados y siga el bronceado dedo índice con la mirada alzando también el suyo dirigiéndolo hacia el mismo punto.
-¿Allí? –responde tímidamente el doctor.
-No, allí –aclara el misterioso y calmado sujeto dirigiendo su dedo índice hacia una estrella específicamente pero esta vez veinte a treinta centímetros más abajo que la señalización anterior.
-¿Allí? – vuelve a preguntar el doctor Frías.
-Marte –responde el sujeto.
-Allí, Marte –acota Jorge.
-¡No! … allí…Marte –rectifica el enigmático hombre señalando la misma estrella pero esta vez en una posición diez centímetros más baja.
-No deberían enseñar eso – indica la mujer mirando a su pareja.
-¡Pero el Mío Cid, el valor, el honor! –expresa con sorpresa el doctor.
-No deberían enseñar eso –insiste la misteriosa dama. Jorge siente nuevamente una brisa ligeramente fría y el paisaje donde se encuentra empieza a borrarse rápidamente mientras el intermitente zumbido aparece nuevamente pero tan sólo por unos segundos alejándose de igual manera como apareció. El doctor despierta abre los ojos, no puede moverse, aún el agotamiento lo impide, simplemente se queda pensando acerca de su extraño sueño.-El Mío Cid, interesante pero no lo entiendo y lo de la estrella que se supone era Marte tampoco entiendo, tal vez al observar su cambio de posición me estaría dando una idea acerca del tiempo, no entiendo bien. El doctor no puede mantener la vigilia y queda dormido profundamente.


                              A la mañana siguiente el cirujano se levanta y se dirige lentamente hacia la cocina, como pidiéndole por favor a sus piernas que se muevan, donde encuentra a su esposa, se prepara un café y trata de romper el hielo –Que sueñito tuve, el Mío Cid y Marte –expresa Jorge pasando a narrar el sueño con detalles.
-Jean tiene que presentar un resumen el lunes sobre el Mío Cid –informa fríamente la esposa del doctor. Jorge va a la habitación de su hijo quien se encuentra concentrado en la televisión.
-Jean ¿Tienes que presentar un trabajo sobre el Mío Cid? –pregunta el médico a su hijo.
-¡Ah sí papá, tengo que exponer el resumen el lunes pero lo haré más tarde –afirma el púber con total seguridad.
-Bueno entonces ¿Qué te parece si te ayudo? –propone el doctor obligando sutilmente a su hijo a  desarrollar inmediatamente dicho resumen una vez aceptada su propuesta.


                                    Aquella mañana de sábado el doctor con mucha ansiedad se entregó a realizar el corto estudio de dicha obra con su hijo, parecía que al único que le interesaba realmente era a él, ni su esposa ni su hijo habían dado importancia al relato del extraño sueño. Jorge termina el resumen junto con su hijo y queda pensativo como tratando de llegar al diagnóstico de una difícil enfermedad.- cantar del Mío Cid, honra, deshonra, posesiones, matrimonios con linajes de mayor prestigio, divorcios, hijas vejadas, fustigadas, malheridas, abandonadas en un  paraje castellano, ascensos sociales, lucha por la honra; bien, trato de entender ahora por qué me decían que no deberían enseñar esto, pero Marte que tendría que ver -analiza el doctor con sumo interés mientras se dirige rápidamente a su computadora para navegar y buscar alguna información sobre aquel planeta quedando perplejo al leer que el planeta rojo se encontraría desde ése día y hasta el jueves a tan sólo cincuenta y seis millones de kilómetros de distancia de la tierra, máxima vecindad que no se alcanzaba desde hace sesenta mil años. Jorge comenta esto con su esposa quien le oye sin apasionamiento alguno, es entonces que decide tratar de olvidar todo –Cada que trato de olvidar siempre me sucede esto, como si quisieran que realmente no olvide que esas extrañas experiencias son una realidad, lo importante es que me han dado datos y esto es interesante, no recibía información desde aquella primera vez que prefiero no recordar ahora –piensa el doctor mientras es interrumpido por una llamada telefónica a su celular –Los pacientes siempre me hacen retornar a la realidad que conocemos…al menos en esta dimensión –saliendo rápidamente hacia su clínica para atender la urgencia de un paciente.

Donde duerme el sol

Víctor Mondragón



En una tarde de verano del año mil cuatrocientos sesenta y tres el príncipe Túpac Yupanqui, en compañía del Suyuyoc (1) del Chinchaysuyo, se encontraba en las islas de Chincha supervisando el recojo del guano para su equitativa repartición a los pueblos; una suave brisa mitigaba la calurosa tarde, el olor de excremento de aves se rendía ante  el fresco aroma del mar, las olas rompían sobre las rocas mientras  los hermosos paisajes revitalizaban al príncipe;  de regreso a la orilla se encontraron con unos comerciantes Chinchay (2) que estaban desembarcando junto a   diestros navegantes que regresaban  de lejanas islas.
El auqui (3) sintió curiosidad y se acercó  a los comerciantes
-¿De dónde vienen? -pregunto.
Los sorprendidos navegantes rápidamente pusieron cargas sobre sus espaldas, se arrodillaron y sin atreverse a mirarle el rostro  contestaron:
-Señor, venimos de donde duerme el sol.
-¿Cuán lejos es aquello? -replicó el príncipe
-Señor, la distancia equivale al tiempo de  tres periodos de quillas (4) -respondieron los navegantes.
El príncipe se entusiasmó con tal relato e invitó a los comerciantes a  cenar  aquella noche, acompañarían la reunión amautas y consejeros del auqui. Horas más tarde, al ver que las fogatas elevaban blancas nubes hacia el cielo,  el auqui preguntó a su maestro Huamán por qué ocurría eso; el amauta  explicó que el aire caliente subía hacia el cielo ante lo cual el príncipe, como era usual, inquirió
-¿Y en qué nos puede servir aquello?
El amauta se sintió comprometido al no poder responder, pero  intervino el Suyuyoc de Chinchay diciendo que en Nazca había visto  un niño dentro de una cesta que se elevaba gracias al aire caliente que quedaba atrapado en un cono de fina tela cubierta con una resina especial…
La quietud del ambiente dejaba fluir la fresca noche,  aromas  de leña se dispersaban por doquier  mientras  los navegantes se presentaron    ante el príncipe halagados y asustados –en partes iguales-; compartir una cena con el futuro Inca era todo un compromiso. Sobre bandejas de barro  se fueron sirviendo chupes de pejesapo,   mariscos con salsas de ajíes, chitas asadas cubiertas con hojas, mote, yuca y abundante chicha de maíz y de maní.
Los navegantes reafirmaron que a tres periodos de quillas redondas se encontraban las  islas donde dormía el sol.
-El trayecto es conocido desde tiempos antiguos,  frente a las costas del Chinchaysuyo, bajo el mar,  corre un gran río  que conduce las naves  hacia donde duerme el sol  y por el Collasuyo (6)   hay otro  que trae de regreso –explicó un  navegante.
Intervino en la conversación el Suyuyoc y dijo que conocía de casos de comerciantes, que navegando desde Chinchay hacia la tierra de los tallanes (7), se quedaron a la deriva y que tal corriente los había llevado hacia aquellas lejanas islas; el auqui estaba echado sobre la arena donde torpemente trazaba y borraba una hilera de signos,  eran como mensajes  de su mente y de su intrepidez.
Desde niño, al príncipe le enseñaron  que Apu Kon Ticsi Pachayachachic Viracocha era un dios blanco que en tiempos remotos llevó valiosas enseñanzas a los pueblos andinos, por lo tanto  ordenó a sus primos Otorongo Achachi y Chalco Yupanqui  que navegaran con tales comerciantes, que verificasen lo escuchado y que indagasen por Ticsi Viracocha; Túpac Yupanqui debía viajar al norte para fortalecer las relaciones con caciques descontentos y a la vez supervisar obras de importancia para la Confederación Incaica.
En la primavera siguiente, estando el príncipe negociando acuerdos con los señores de Chachapoyas (8), recibió la noticia de que sus primos habían retornado, presuroso coordinó su regreso al Cuzco invitando como acompañante al  príncipe Chachapoya Chuquizuta. En la capital del Tahuantinsuyo (9) sus primos y los navegantes le contaron que donde duerme el sol existían  diversos pueblos y que parte de la flota se había quedado navegando hacia el oeste en busca de Ticsi Viracocha.
Ya en el Cuzco, Túpac Yupanqui solicitó al sumo sacerdote (10) descifrar si un viaje mar adentro permitiría un exitoso retorno; tras sacrificios y extensos rituales, el sacerdote confirmó sobre hojas de coca que el auqui conquistaría nuevos reinos y que siempre regresaría con gloria.
El Sapa Inca (11), Pachacutec, vivía constreñido por las responsabilidades de Estado, largas colas de caciques regionales, tucuy ricuy(12) y sabios esperaban su turno para hablar con él pero éste privilegiaba su tiempo en establecer los estándares de administración y buen gobierno del Tahuantinsuyo; tenía planeado convertir al Cuzco en el ombligo del mundo, con habitantes sabios y nobles de las todas tierras de la Confederación; con el apoyo de constructores provenientes del Collasuyo  había replanteado la ciudad; era tan admirable su dominio para cortar las  piedras y su habilidad en construcciones megalíticas que el Inca había ordenado se  difundiesen tales conocimientos por todo el imperio.
En las tardes Túpac Yupanqui escuchaba las sugerencias de sus consejeros que trataron de persuadirlo para que no viaje, el auqui meditaba y no sabía de qué lado estaba la razón, pero le atraía el puro sabor de lo desconocido, como a otros el amor o las riquezas; apeló a su espíritu donde yacía un valor del tamaño del universo, una intrepidez no menor que aquel valor; resolvió adelantarse a la vanidad que aguarda a todas las fatigas del hombre y optó por acometer una empresa complejísima y de antemano incierta.
Para el auqui no le fue fácil convencer a su padre, pues éste  lo requería por su autoridad y capacidad para negociar y establecer la nueva administración en  sus dominios, finalmente el heredero con el apoyo de nobles orejones de la panaca (13) Atun Ayllu logró convencer al anciano Inca.
El príncipe ordenó a su hermano Amaru Yupanqui la organización de su viaje, éste inmediatamente formó un consejo de sabios similar al que se llevaba a cada pueblo anexado; maestros en astronomía, agricultura,  construcción,  plantas medicinales,  herramientas,  animales, etc., nada podía faltar bajo pena de castigo.
Por su parte los navegantes comerciantes prepararían las naves para salir de las costas del Chinchaysuyo en el siguiente otoño, por ser más favorable; el prototipo que habían usado sus primos se replicó, serían  balsas a vela de dos tamaños, en cada balsa navegarían entre diez y quince personas siendo cinco tripulantes y los demás soldados.
Las naves se construyeron de madera-balsa, llevada desde la tierra de los tallanes, con ligeras cañas de cubierta, tenían una choza, dos palos de fina madera donde fijaban la vela, y maniobraban con un ingenioso timón y quilla.
Los navegantes dispusieron calabazas y cañas huecas como recipientes; llevaron almácigos de plantas,  alimentos deshidratados como chuño (14)  y charqui (15), para acopio de agua dispusieron de planchas de metal que al contacto con la neblina condensaban el agua, también disponían de guaras u orzas de deriva con lo cual prensaban pescados para extraerle el agua en ausencia del líquido elemento y a modo de contingencia usarían calabazas como flotadores aunque las balsas  eran casi imposibles de volcar.
Nada de eso era novedad para los navegantes de Chinchay  que solían comercializar desde el Collasuyo hasta más allá de la tierra de los tallanes, conocían la Cruz del Sur e incluso la estrella polar  y aquellas prácticas les eran rutinarias.
En la costa del Chinchaysuyo, en medio de áridos desiertos se encontraba el santuario de Pachacamac, muy respetado por su adivinación, numerosos pobladores solían peregrinar desde lejanas tierras de Sudamérica; antes de partir, Túpac Yupanqui visitó dicho santuario y tras cumplir  un riguroso ayuno de siete días subió hacia el  afamado oráculo.
En príncipe transitó en silencio  por unas terrazas de adobe y luego ascendió por un camino cercado con altas paredes  que circundaba el templo principal hasta que llegó a la cima donde fue recibido por el sacerdote principal con  la cabeza cubierta, éste lo condujo hacia un pequeño cuarto oscuro  en cuyo  interior se encontraba  el temido dios Pachacamac, solo ingresó el sacerdote y tras presentar ofrendas  invocó al niño dios Antarqui para que volara hacia el oeste. Al siguiente día   éste  retorno  y respondió que eran cierto lo contado por los navegantes; el sacerdote salió de la pequeña habitación levantó sus brazos y  mirando unas islas en  el poniente ratificó que el viaje del príncipe sería un éxito.
En el otoño del año mil cuatrocientos sesentaicinco, el príncipe Túpac Yupanqui inició su travesía con dirección oeste acompañado por ciento veintiocho  naves y un ejército de mil seiscientos soldados.
En cada jornada, los cielos giraban sobre los navegantes,  desde el crepúsculo hasta el poniente, los comerciantes eran diestros en conocer la dirección de los vientos y las corrientes marinas, durante la noche se guiaron con las estrellas y durante el día proyectaban la sombra del sol e identificaban fácilmente los puntos cardinales; en una rutina ordenada y periódica buscaban la sombra del sol con unas estacas, luego la median con muescas en palotes que los quipucamayos  registraban.
El tiempo fue inicialmente magnífico y poco antes de la tercera quilla redonda tuvieron algunos problemas; algunas naves debían ser reparadas  y se presentaron fuertes vientos, una tarde después de la tercera quilla redonda vieron volar diversos pájaros lo cual era la señal que les habían  indicado en Pachacamac.
Al amanecer del día siguiente llegaron a una hermosa isla que bautizaron con el nombre de  Ahuachumpi, dejaron a un lado el vaivén de la navegación y desembarcaron ordenadamente; los isleños se asustaron al ver tan numeroso ejército,  fornidos soldados ataviados con finas vestimentas.
-Hagan el pago a la Pachamama (16) y entreguen ofrendas a esos habitantes -ordenó Túpac Yupanqui.
El príncipe estaba desconcertado, había viajado largas distancias y el sol permanecía tan lejano como en el Cuzco, una vez reparadas las naves, navegó hacia el poniente y solo encontró nuevas islas y gente poco civilizada; parecía que el sol se alejaba cada vez más, entonces, el auqui ordenó a sus primos que continuaran navegando y le llevaran noticias mientras él organizaba obras para aquella gente; por otra parte, conminó a los navegantes de Chinchay a que regresaran al Tahuantinsuyo y dijeran a su  padre Pachacútec que  tardaría en retornar.
El auqui se satisfizo de civilizar a aquellos isleños mostrando compasión al verlos mal vestidos y precariamente alimentados; en un principio los comerciantes hacían de intérpretes pero antes de dos quillas redondas los amautas y el mismo príncipe ya se comunicaban directamente con los isleños. En los hermosos atardeceres de esas paradisiacas islas, el auqui y su corte  departían con los príncipes isleños, les narraban las maravillas de su lejano reino a la vez que compartían pescados, mariscos con ají y brindaban con chicha de maíz.
Al típico estilo inca, los amautas  instruyeron en las técnicas de riego y sembraron sus almácigos para difundir el sembrío de la patata, el camote y las calabazas; de  modo similar,  frutas tales como la ananá (17), la guanábana, la chirimoya y  la papaya; tras unos meses lograron su cometido al ver crecer las primeras plantas. Llegado el solsticio de  diciembre el príncipe Túpac ordenó conmemorar la fiesta más importante del calendario Inca, el Capac Raimi Quilla, una gran fiesta en agradecimiento a su padre el sol y a la Pachamama. Los amautas ordenaron a los soldados cavar y humedecer hoyos en la tierra  mientras otros calentaban piedras redondas con abundante leña; el sacerdote inca bebía chicha y reservaba los últimos sorbos para echarlos a la tierra en agradecimiento de los bienes recibidos.  Cuando las piedras adquirieron un color rojizo, se echaron al interior de los hoyos, luego otros soldados introdujeron cuyes (18) que llevaron y gallinas de la isla envueltos en hojas de palmeras y macerados con ají y hierbas que llevaron consigo,  colocaron patatas, camotes y humitas preparadas con maíz seco que también llevaron, luego ordenadamente cubrieron los huecos con hojas de palmeras, telas y tierra sellando aquello  cual si fuesen ollas a presión.
El sacerdote inca esparció chicha sobre el suelo y fumó hojas secas expeliendo bocanadas de humo hacia los cuatro puntos cardinales dando así gracias a la madre tierra, seguidamente se iniciaron danzas que serían de grata recordación; aproximadamente a la hora y media se destapó los  hoyos y se procedió a servir los alimentos en fuentes de barro y bateas de madera. Todos participaron del convite, especialmente  los más humildes y desposeídos de la isla, pues así como el sol salía para todos, los frutos de la madre tierra debían también ser para todos. 
Los isleños nunca habían degustado sabores tan exquisitos y menos aun se habrían embriagado; los nativos quedaron sorprendidos por las salsas acompañantes con diversos grados de picante y recordarían por generaciones los momentos compartidos con el príncipe inca.
Aquellos pueblos estuvieron tan agradecidos que le pidieron  al auqui que se quedase y reinase entre ellos. El rey Motuto de la isla Ahuachumpi entregó a su hija Houte al príncipe inca y le pidió que extendiera su linaje; el príncipe vivió días felices en esas exóticas islas pero reconocía que aquello sería pasajero, pues debería regresar al Tahuantinsuyo.
Mientras, en el Cuzco, el anciano Pachacútec recibía noticias de su hijo y se apenaba al saber que aquel demoraría aún más mientras las panacas del Hurin (19)  Cuzco presionaban para que se nombre otro sucesor al difundirse la voz de que Túpac Yupanqui habría muerto; el anciano Inca estaba enfermo y temía que el viaje habría sido parte de una conspiración…
Luego de seis quillas redondas los navegantes que se adentraron hacia el oeste y la flota de sus primos regresaron donde el príncipe, éste salió a recibirlos,  caminaron por la orilla de un quieto y hermoso mar turquesa
-Señor, te hemos traído  presentes de diversos lugares, también hemos visto llamas gigantes que corrían  llevando personas sobre su lomo -dijo un comerciante Chinchay.
-Señor, en un lejano pueblo nos entregaron plantas curativas y en compensación les enseñamos el uso del quipu -dijo el primo Chalco Yupanqui
-No debiste hacerlo, eso es reservado -contestó el príncipe
Seguidamente convinieron en reunirse esa noche;  horas más tarde, bajo la luz de las estrellas, los navegantes, el príncipe y sus consejeros se reunieron alrededor de una fogata
-Señor, al parecer el sol nunca duerme, por más que hemos   navegado hacia el oeste, las sombras del sol muestran igual lejanía y nadie nos   pudo dar razón del dios  Ticsi Viracocha –dijo el primo Otorongo Achachi. El príncipe se desconcertó, se puso de pie,  miró a su maestro   y levantó la voz
-¿Donde está Ticsi Viracocha?
-Señor, el dios blanco se despidió en Manta adentrándose  al mar  y prometió que regresaría algún día, no está en nuestras manos buscarlo -dijo un amauta.
El príncipe  ordenó a los sabios interpretar lo ocurrido; especularon que no era un sol sino muchos soles, o que el sol al ocultarse rápidamente se movía al lado opuesto; mucho le intrigaba que la tierra aparentaba nunca acabar.
¿Por qué si navegaban en dirección donde se oculta el sol, el día se alargaba y si navegaban en dirección contraria, el día se acortaba?, ¿Por qué la inclinación del sol es distinta en  verano que en invierno?; no faltó algún sabio que mencionó que la pachamama tendría forma esférica como  la luna y las estrellas, pero esa opción implicaba que los habitantes se precipitarían en algún lugar, ¿dónde sería ese lugar?, no les fue convincente.
El príncipe no quería regresar sin dejar huella de su paso por esas lejanas islas así que ordenó a los constructores collas edificar templos en honor al sol al estilo del Cuzco; luego, a su regreso hacia el Tahuantinsuyo, los navegantes  lo condujeron a una pequeña isla volcán de roca, lava y pobre vegetación a la cual llamaron Ninachumbi o cinturón de fuego.
-Señor, quien se aventurase más al sur de esta isla no regresará jamás pues hacia allá hay solo mar sin fin –dijo un navegante Chinchay.
-Construyan en esta isla cabezas y cuerpos de piedra gigantes como señal para los futuros navegantes, los gigantes serán orejones (20) como los nobles incas y los principales vestirán tocados en sus cabezas.
Desde ahora esta isla se llamará ombligo del mundo por estar a la mitad de distancia entre las islas y  el Tahuantinsuyo –añadió el príncipe.
Posteriormente miró al príncipe Chuquizuta y le pidió que  brinde la logística necesaria y dirija personalmente la obra, el príncipe Chachapoya se mostró  halagado por tal encargo.
De ese modo, el auqui buscó perennizar su largo viaje  y derrotar a la carcoma del tiempo;   como era usual en él,  pensaba que había belleza en la grandeza y una flácida fealdad en el conformismo rechazando que algún día la desinformación empañara su memoria.
En el verano del año mil cuatrocientos sesenta y seis la naves del príncipe besaron las orillas de la costa del Collasuyo, a pocos minutos de su llegada, veloces chasquis (21) corrieron hacia el Cuzco llevando primicias al anciano Inca, éste al conocer la noticia ordenó un mes de festividades en todo el Tahuantinsuyo; la entrada al Cuzco fue triunfal, el príncipe llevó consigo presentes y habitantes de los remotos lugares visitados.
Días después en el Cuzco, el príncipe convocó al consejo de amautas  para interpretar por qué el sol era igual de distante pese a largos recorridos; muy de temprano se dirigió presuroso a un ambiente del  templo Coricancha, la sala era amplia, las paredes y el suelo de piedra brillaban de pulcritud, en el techo se abría un amplio orificio que iluminaba el ambiente, cuatro hornacinas con sendas momias de sabios acompañaban la reunión; el auqui y los amautas se sentaron sobre un grueso y hermoso tejido:  
-Señor, al parecer la pachamama no es plana, más bien tiene forma de esfera –dijo el sumo sacerdote.
-¿Qué sustento tiene tu afirmación? –replicó el príncipe.
-Señor, tus dominios se extienden desde territorios mapuches (23) hasta la tierra de los caranquis (24), como bien sabes, las épocas de siembra y cosecha dependen de las estaciones que no son las mismas en cada lugar -contestó el sacerdote.
-Desde antes lo intuíamos pero  con tu viaje lo hemos confirmado, las sombras que proyecta el sol sobre el inti huatana o sobre una estaca permiten inferir que la pachamama tiene forma de esfera, lo que no entendemos es en qué lugar la gente se cae -añadió el sacerdote.
-Señor, a base de la longitud de tales sombras, hemos hecho una estimación del tamaño de la Pachamama y vemos que es grande, muy grande -añadió otro sabio.
Las palabras de los sabios regalaron al príncipe una consoladora revelación de que su intento no había sido en vano, Túpac Yupanqui mantuvo la ilusión de que algún día la verdad se abriría paso.
En el Tahuantinsuyo ciertas informaciones y conocimientos eran reservados solo para la élite,  el príncipe pidió discreción sobre lo desvelado  y dejó el caso en manos de los astrónomos incas. El heredero que se creía muerto había regresado, la extensión de sus dominios cruzaba la línea ecuatorial y aun hoy los habitantes de las lejanas  islas del oeste cocinan la pachamanca (22), bailan frente al mar  la danza del rey Tupa y lo llaman hijo del sol como remembranza de aquel legendario príncipe que una vez los visitó y que provenía de donde sale el sol.  

1.       Suyuyoc: Sacerdote.
2.       Chinchay o Chincha: Cultura prehispánica de la costa peruana. Se caracterizaban por ser grandes navegantes y comerciantes.
3.       Auqui: Príncipe inca
4.       Quilla: Luna en idioma quechua
5.       Amautas: Maestros, sabios en el imperio incaico.
6.       Collasuyo: Región del sur del imperio incaico, desde el sur del Cuzco (Perú), pasando por el altiplano peruano-boliviano y  hasta el río Maule en Chile.
7.       Tallan: Cultura PRE incaica de la costa norte de Perú y sur de Ecuador.
8.       Chachapoyas: Cultura PRE-hispánica del norte del Perú.
9.       Tahuantinsuyo: Palabra quechua para referir al  reino o confederación incaica.
10.    Sumo sacerdote: sacerdote principal, descifraba presagios, usualmente  hermano o tío del inca.
11.    Sapa inca: Inca supremo.
12.    Tucuy ricuy: (El que todo lo ve), funcionarios que dependían del Inca y visitaban los reinos de incógnitos
13.    Panaca: Familia real descendientes o emparentada con algún inca.
14.    Chuño: Patata deshidratada
15.    Charqui: Carne deshidratada
16.    Pachamama: Madre tierra
17.    Ananá: Piña
18.    Cuy: Conejillo de indias.
19.    Hurin Cuzco: Casta que habitaba la parte alta de la ciudad del Cuzco.
20.    Orejón: Persona de la nobleza incaica
21.    Chasqui: mensajeros ubicados a lo largo y ancho de los caminos del Tahuantinsuyo.
22.   Pachamanca: Cocción bajo la tierra  a base de piedras precalentadas. Forma ancestral de cocinar de los pueblos andinos pre-hispánicos.
23.    Mapuche: Pobladores  amerindios que, en la época de la conquista española, habitaba en la región central y centro sur de Chile
24.    Caranquis: Pobladores amerindios que en épocas pre hispánicas habitaban en el norte de la actual República del Ecuador.