viernes, 8 de julio de 2011

Las travesuras de Scoty

Clara Pawlikowski

Regresé de África sin Boston. Era un perro labrador grande y musculoso.
Muchas veces de juguetón tiraba tanto de la correa que conseguía arrastrarme, yo hacía malabares para no caer de bruces. Nuestros paseos eran prolongados,  terminaba con la lengua afuera, necesitaba sentarme debajo de un baobab para recuperar fuerzas y seguirle o regresar a casa.
Retorné con mucha nostalgia, Boston por su tamaño demandaba un gran espacio. Lo regalé a una amiga compañera de mis paseos. Siempre fue cariñosa con él, traía huesos de juguete y se encandilaba durante ratos largos haciéndole dar saltos. Lo extraño pero lo he dejado en buenas manos.
Al poco tiempo de morir mi hermana heredé a su mascota, un terrier escocés que me acompaña más de diez años. Scoty ya está mayor, es sedentario. Disfruta sobre su cojín y se mueve poco. Es mi gran compañero, cuando estoy en la cocina alza su carita compungida pidiendo que le suelte alguna cosa para comer. Es vegetariano, disfruta comiendo las cascaritas de la zanahoria, de la manzana, de los melocotones. Le encanta la papaya.
Ahora lo tengo acá cerca, supone que estoy escribiendo sobre él, está muy tranquilo, ya tomó su desayuno, una porción de sus grageas y un poco de agua. Querrá que les diga que es un perro bueno, que la vejez lo ha calmado, que olvidó las travesuras y los malos ratos que pasamos cuando era pequeño.
La historia de Scoty desde que era un crío abarcaría muchas páginas. No les temía ni a los perros grandes ni a los caballos, les ladraba hasta cansarse. La vecina de enfrente era dueña de “Toño”, un San Bernardo.
Yo deducía que Elisa había sacado a su perro de paseo cuando escuchaba los ladridos de Scoty, sus aullidos eran destemplados, lo olía de lejos, apenas alcanzaba a la ventana para aguaitarlo y verlo pasar. Un día cruzó la pista como una flecha en dirección a Toño  justo en el momento que pasaba un taxi asesino, me pareció verlo debajo de la llanta delantera, fue un milagro que Scoty sólo resultara con hematomas. Tuve que llevarlo de emergencia al veterinario e internarlo durante tres días para que lo observen.
En otra oportunidad, a pesar que puse una reja para impedir que subiera a la azotea, pasó toda una tarde tratando de abrirla. Finalmente lo logró. Cuando subí a buscarlo mi sorpresa fue grande al notar su ausencia,  había saltado al jardín exterior. Cayó sobre una mata de helechos y felizmente estaba intacto, tenía una carita triste, pidiendo que no lo riña.
Otra vez, ladró tanto a un siberiano,  que éste perdió la paciencia, lo levantó con la boca medio metro, manteniéndolo en el aire con los dientes clavados en su pescuezo y por ningún motivo,  se desenganchaban.  Llevé mis manos a la cara así que ni vi la sangre ni los tremendos dientes del otro perro clavados en el pescuezo de Scoty. Finalmente, se separaron. Tuve que manejar rápido buscando un veterinario. Pensé que ahí quedaba. Soportó como un héroe los cincuenta y dos puntos alrededor del cuello.
Ahora está viejo, sordo, apenas ladra, sólo obedece a mis señas, sé que sus afectos están muy bien porque cuando le saco de paseo y nos cruzamos con una perrita chihuahua mueve la cola como las hélices de un helicóptero listo para despegar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario