jueves, 18 de julio de 2013

La piedra esmeralda

Karina Bendezú


Anabella vivía en la selva, en San Martín, al noreste del país. Allí pasaba horas jugando a  las escondidas con su hermana mayor. Su padre era el biólogo del lugar y ayudaba en el trabajo de la madre de Anabella, ella era una sanadora, y con sus yerbas mágicas curaba a la gente del pueblo de algún posible mal que le aquejase.

La familia de Anabella vivía en una hermosa casa de escaleras rojas a orillas del río Cumbaza, resguardada por altas montañas cubiertas de vegetación, la familia Reátegui, tenía caballos, perros guardianes y animales de granja en su propiedad, una hermosa extensión de tierra llena de plantas exóticas que crecían alrededor.

Anabella cumplía nueve años de edad y toda la familia planificaba una gran fiesta en la casa, en medio del jardín. Al día siguiente se iniciaron los preparativos del cumpleaños. Se adornó el lugar con pompones y mariposas de papel colgadas en los árboles. Se extendió el mantel blanco sobre la larga mesa y se adornó con voluminosos centros florales, servilletas de colores, vasos y platos con dibujos de mariposas, sorpresas para los invitados y los infaltables bocaditos salados y dulces para el deleite de todos. En otra mesa, se encontraba la torta de cumpleaños de Anabella, de tres pisos y decorada con muchas mariposas de color azul, imitando a las mariposas Morpho, oriundas de la zona.

Llegada la tarde, cada uno de los invitados formaron una larga fila para entregar los regalos a la niña. Anabella se veía hermosa con su corona de flores blancas y sus largos cabellos ensortijados que le caían sobre su vestido rosa de puntillas. La pequeña niña sentada en un viejo tronco, recibía uno a uno los presentes de sus cien invitados. La cara de sorpresa de Anabella al abrir sus regalos, hacía contagiar de emoción a todos. Por último, llegó el turno de su madre que le obsequió una cajita de caoba. Curiosa por ver su contenido, Anabella la abrió presurosa y en ella pudo ver una brillante piedra de color verde azulado.

-Hija mía, espero que te guste y sepas usarla sabiamente- es una esmeralda, herencia de mi madre y ahora es tuya para siempre -le dijo su mamá.

Anabella emocionada de ver la magnífica gema, le dio un beso en la mejilla a su madre en muestra de agradecimiento. Todos se acercaron para ver la joya, su hermana, su padre, amigas y los invitados. La esmeralda es conocida por ser una piedra preciosa de un maravilloso color verde esmeralda incomparable en el mundo de las gemas, pero también es famosa por sus propiedades curativas y por la buena suerte que lleva al portador.

Anabella tenía una amiga, Frida, con la cual compartía muchas aventuras. Asistían a la misma escuela y cada vez que podían se reunían en la casa de Anabella a jugar. Anabella jugó y se divirtió con sus amigos y sopló las velas pidiendo los tres preciados deseos. Llegada la noche, los invitados se fueron retirando uno a uno, Anabella cansada de tanto jugar, subió a la habitación y se recostó en su cama quedándose profundamente dormida rodeada de todos sus regalos.

A la mañana siguiente, la pequeña niña se despertó con los primeros rayos del sol y el canto de los pájaros. El padre de Anabella llamó a todos a desayunar y Anabella salió corriendo de la habitación. Compartieron una rica mesa servida con plátano frito y chicharrón, comida típica del lugar, algunas salchichas, un par de huevos y jugo de cocona. La hermana de Anabella quería contemplar nuevamente la piedra preciosa y con mucho entusiasmo le dijo a su pequeña hermana.

-¡Querida hermanita, muéstrame tu esmeralda, es tan brillante y hermosa que quiero verla otra vez! –expresó su hermana.

Anabella se dirigió a su habitación y minutos después se escuchó un grito seguido de llantos. Asustados, los padres y su hermana fueron a verla, la encontraron echada en la cama, llorando al lado de la caja de caoba. La hermana se acercó y cogió la cajita, en su interior no había nada, la piedra había desaparecido.

-¿Dónde está la piedra Anabella? -preguntó su hermana.

-¡No lo sé! -contestó Anabella -vine a buscarla para mostrártela y al abrir la cajita de caoba ya no estaba.

-¿Y si tal vez, al jugar con tus amigos olvidaron la piedra en otro lugar? -preguntó la hermana.

Anabella que era una niña muy cuidadosa, le respondió:

-No, la dejé aquí, adentro de la cajita, sobre mi cama y luego salí a jugar al jardín.

Los padres de Anabella y su hermana buscaron la piedra, buscaron y buscaron por todos los rincones de la casa sin encontrarla. Los papás llamaron a los invitados preguntando por la joya, ninguno la tenía. Anabella estaba muy triste y sólo quería recuperar el regalo de su madre, pensaba una y otra vez en los lugares donde había estado el día de su cumpleaños, pero ella recordaba no haber llevado la piedra consigo. Anabella sabía que la había dejado sobre su cama en su cajita de caoba.

A la semana siguiente del cumpleaños, después de clases, Frida fue a visitar a Anabella como de costumbre, las dos niñas jugaron al té y a las escondidas pero antes de que Frida regresara a su casa, Anabella le pidió que le ayudara a buscar su piedra, tenía que estar por algún lugar, no podía desaparecer así no más. Cayó la noche y Frida tenía que partir, la esmeralda seguía perdida.

El día del cumpleaños de Anabella, la abuela de Frida había caído enferma. La mamá de Anabella iba todos los días a su casa para curarla con sus hierbas y rezos y su padre le ayudaba con los  nuevos preparados de hierbas que conseguía en la selva. Pasaron los días y la abuela no mejoraba y la gema tampoco aparecía. Anabella sentada en el viejo tronco,  pensaba dónde podría estar la esmeralda, su madre al llegar a casa y verla cabizbaja se acercó a hablarle.

-Hija mía, no te preocupes por la gema, ya aparecerá y si alguien la encontró, sabrá darle el uso debido y el día menos pensado, volverá a ti -le tranquilizó su madre.

Al día siguiente, Anabella acompañó a su madre a ver a la abuela de Frida. Doña Rosa tenía cien años y era la mujer más vieja del pueblo. Frida estaba muy apenada y nadie la podía consolar, doña Rosa era su abuela favorita. Anabella decidió acompañar a su amiga en ese difícil momento. Al llegar a la casa de Frida, entró con su madre a ver a la abuela, se la veía muy pequeña en la cama y muy viejita con sus cabellos blancos y su carita pálida y algo triste. Anabella ayudó a su madre en la sanación, le colocó rosas en sus pies, prendió sahumerios y quemó algunas yerbas y maderas en una pequeña vasija de barro. Anabella ya había ayudado anteriormente a su madre en el ritual de sanación. La madre siguió rezando y frotando el cuerpo de doña Rosa con sales especiales.

Al salir de la habitación, Anabella vio a Frida muy triste y se acercó a consolarla. Anabella la abrazó y Frida afligida se echo a llorar en sus brazos.

-¡Perdóname Anabella, perdóname por favor! -le dijo Frida lloriqueando.

Anabella no entendía nada.

-¿Por qué tengo que perdonarte Frida?

-¡Yo me robé tu esmeralda, quería curar a mi abuela, pero no funciona, mi abuelita no se mejora!

-¿Dónde está la esmeralda? -preguntó Anabella.

- Esta debajo de la cama de mi abuela, intenté de todas formas curarla, pero no responde, la abuela esta peor -lloraba Frida.

Al escuchar tanto llanto, la mamá de Anabella salió de la habitación de la abuela y preguntó qué pasaba, Anabella le contó lo sucedido. La madre de Anabella consoló a Frida y se la llevó al patio a hablar con ella. Anabella entró a la habitación de la abuela y con mucho cuidado y sin hacer ruido, se agachó por debajo de la cama y encontró allí su preciada esmeralda. Anabella estaba feliz, la había recuperado al fin. Al levantarse y con la gema en la mano, la apoyó en el corazón de la abuela y rezó unas palabras que su mamá le había enseñado. De pronto la piedra esmeralda empezó a brillar hasta iluminar toda la habitación de un color verde cristalino. La abuelita abrió los ojos y le dijo: Estoy muy triste por mi nieta, ella llora mucho por mí, he vivido una larga vida llena de felicidad, pero ya estoy muy cansada y mi esposo me está esperando. Frida, al ver la luz verde que salía de la habitación de su abuela corrió a ver qué pasaba, y al llegar a la puerta, pudo escuchar las palabras que decía su abuela. Frida se acercó y le dio un beso en la mejilla, le tomó su mano y ambas se miraron a los ojos con mucho amor e inmediatamente después la piedra se iluminó aun más. Frida comprendió que su abuelita tenía que partir. Anabella sorprendida, lo observaba todo, retiró la piedra del pecho de la abuela y la luz se apagó.

Anabella salió de la habitación acompañada de su madre, que también había llegado hasta allí, dejando a Frida con su abuela. Ambas se quedaron un rato a solas, rememorando viejas historias juntas.

Doña Rosa falleció a los tres días, todos en el pueblo fueron al entierro. Una gran ceremonia se hizo en su honor. La piedra esmeralda pudo abrir el corazón de la abuelita Rosa y de su nieta Frida, porque ambas recordaron lo felices que habían sido todo este tiempo y la maravillosa relación que habían sembrado. Doña Rosa murió feliz al ver que su nieta ya no lloraba más y Frida amó más a su abuela por lo maravillosa que había sido toda  su vida con ella.

Ley natural

Violeta Paputsakis


Comprendo ahora que aquel domingo a la tarde, sentada en el patio de mí casa, observando como una abeja tomaba el néctar de las flores del jardín, pude encontrar la felicidad tantas veces buscada luego en joyas, ropa, viajes y hasta hombres.

Soy Dharma, tengo treinta años pero pareciera que hubiese vivido cien. A veces soy una niña: soñadora, impulsiva, despreocupada y hasta salvaje. En otras ocasiones soy una mujer: correcta, meticulosa y realista. No sé cuál será la verdadera Dharma, quizás una mezcla de todas y un poco más. Hoy, diez años después de aquella tarde soleada de invierno, rememoro ese instante como un tesoro que puede darle calor a un cuerpo ya cansado de buscar y no encontrar. Arrodillada sobre estas baldosas heladas, mirando la sangre que gotea de mis manos y se une al charco frente a mí, no existe otro recuerdo más que el de aquel domingo de invierno en que sentí paz en mi interior y creí que esa sensación traería el cambio a mi vida. Sí, todo cambió, pero no de la forma que yo soñaba.

Miro alrededor y me encuentro en la sala de una habitación del hotel Madero, las toallas manchadas de sangre en el piso así me lo indican. A la izquierda aparece un carro de metal con botellas de licor, una hielera y dos vasos a medio terminar. Las cortinas blancas dejan pasar la suave brisa de una noche calurosa. Cierro los ojos y trato de concentrarme en calmar el dolor de mi cabeza, todo parece borroso, no sé cómo llegué aquí ni tampoco a quién pertenece el cuerpo inerte tirado en el piso a pocos pasos de donde me encuentro, me siento adolorida, desorientada, pero sobre todo aterrada.

Desde que huyó de su hogar a los quince años con un novio diez años mayor, la existencia de Dharma fue sinónimo de descontrol llegando a límites que nunca creyó que existían. Si bien en la primera época el amor pareció llevarla por el buen sendero, pronto tuvo que aprender a vivir del favor y el pago de hombres que por algunas migajas de cariño u horas de sexo eran capaces de brindarle no sólo techo y comida caliente, sino los lujos que siempre soñó. Con su cabello color miel, sus ojos oscuros, su piel aceitunada y sus rasgos delicados, formaba una combinación que para muchos resultaba irresistible. Así, partiendo de una familia alejada del lujo se vio inmersa en un mundo de sofisticación, donde las joyas, los viajes y la ropa de diseño estaban a la orden del día. Dharma supo sacar provecho de lo que la vida le presentaba a su paso y cambiaba el nombre de quien la acompañaba en cuanto se cansaba de lo que tenía para entregarle.

Sin embargo, cada nuevo virar se llevó consigo algo de sí, no todo era color de rosas ni tenía néctar para brindar a las abejas que se acercaban. Muchas veces se sintió perdida, buscó olvidar en el alcohol los golpes que algún amante o cliente de turno le propinaba, se despertó acompañada de caras sin nombre o se encontró con hombres que creían que ella era un objeto que les pertenecía. En las noches de tristeza aprendió a reencontrar la confianza y las esperanzas inhalando el polvo blanco que corría como azúcar en los lugares que frecuentaba. Cuando creía que estaba perdiendo el control aparecía el caluroso regazo de Miguel para hacerle entender que todo estaba bien, que probar todo eso no era malo y que sólo debía cuidarse de no necesitarlo todos los días.

Esa tarde de domingo en el jardín, marca el antes y el después de un sueño que no pudo hacerse realidad. Había partido de casa locamente enamorada, Javier supo entregarle el amor que su joven corazón necesitaba. Cinco años de idílica felicidad después, Dharma observaba la belleza de la naturaleza, del mundo que transcurría en torno a ella, pero sobre todo latiendo en su vientre. Sentada en el patio de casa esperaba la llegada de Javier para darle la maravillosa noticia, si bien no habían programado tener un hijo, la joven estaba segura de que los uniría aún más.

Al escuchar la puerta, atravesó la galería al encuentro de su amado, la sonrisa en su rostro se iluminaba más aún con los rayos de un sol que comenzaba a declinar. Mientras el hombre dejaba su saco sobre una silla y comenzaba a acomodarse en el sillón, finalizada una larga jornada de trabajo, llegó la noticia.

- ¿Cómo que estás embarazada?, ¿acaso no te estabas cuidando Dharma?, tengo un médico amigo que se encarga de ese tipo de problemas, mañana hablo con él y te saco un turno lo antes posible –respondió bruscamente Javier.

Es verdad, un hijo nunca estuvo en los planes de Dharma, pero el saber que era de Javier le hacía imposible pensar en deshacerse de él. La joven intentó convencerlo por todos los medios sin ningún resultado, se aferró tanto a esa vida que crecía en su vientre que decidió enfrentarse al hombre que amaba.

-No voy a ir a ese médico y no voy a cambiar de opinión, quiero tener este bebé.

-No me interesa tener un hijo así que vas a tener que elegir, si no te lo sacás yo me voy –le gritó decidido esa noche Javier.

Llorando desesperadamente y rogándole que no la abandone, Dharma despidió una semana después al hombre que más había amado en sus veinte años. Pasada la angustia por la partida, se encontró totalmente sola y sin trabajo, como última muestra del amor que alguna vez los unió, Javier adelantó el pago de tres meses de alquiler de la exclusiva casa que habían compartido y le entregó un poco de dinero que se acabó demasiado rápido. Vivió días deambulando entre habitaciones con armarios llenos de ausencia y sueños rotos. Llorando sin razón y riendo al acariciar su vientre.

Antes de lo que imaginó tuvo que salir a buscar empleo, nunca lo necesitó y el no haber terminado la secundaria convertía la tarea en algo demasiado difícil de lograr. La desesperación ganaba su espíritu día tras día y una mañana que caminaba hacia un restaurante rogando obtener el puesto de moza que le permitiese comprar algo de comida, cayó inconsciente luego de ver sus pantalones cubiertos de sangre. Curiosos y preocupados rodearon su cuerpo tendido y ensangrentado sobre la vereda mientras se escuchaban las sirenas de una ambulancia acercándose. Su pequeño hijo no pudo sostenerse más en su vientre y para remover los tejidos que todavía quedaban dentro de ella debieron hacerle un legrado. Semanas de internación, angustia, soledad y una infección de por medio devolvieron a la vida una mujer helada por dentro, sin ninguna oportunidad de poder ser madre.

Tiempo después, al retomar la búsqueda de un trabajo, conoció a Miguel en uno de los bares en los que pedía una oportunidad. Era un cincuentón de carácter duro y mirada firme, la vio confundida y se ofreció a ayudarla y a darle lo que una mujer como ella se merecía. Dharma no tenía nada que perder y se entregó fácilmente al mundo que él le ofreció, vida nocturna, los lujos a los que estaba acostumbrada junto a Javier y un desfilar de hombres que le entregaban lo mejor que tenían por unas horas con ella. Dharma se convirtió en una acompañante de la alta esfera social, algunos de sus clientes la buscaban fuera del tiempo contratado y se transformaban pronto en amantes temporales que hasta pretendían encontrar un espacio para el amor. La joven tomaba todo pero sólo les entregaba su cuerpo, su gélido corazón ya no tenía nada para brindar.

Las escasas noches que dormía sola se despertaba de madrugada, aterrada, gritando e intentando salvar al hijo que una y otra vez le hablaba en sueños pidiendo su ayuda. Las drogas, el alcohol y el descontrol fueron los antídotos que encontró para el dolor, sin embargo cada día se va perdiendo sin retorno en un mundo que absorbe como un agujero negro lo poco de vida que le queda. A pesar de todo, en lo más profundo de sí, en el escaso calor que aún resguarda su corazón, sigue soñando con un hijo y un amor. Aunque cada decisión que toma parece alejarla cada vez más de su deseo.

La brisa del viento que se cuela tras el ventanal me trae de vuelta a la realidad, pasaron minutos u horas, no lo sé, dejo el pasado donde debe estar y abro los ojos lentamente, sigo arrodillada en el mismo lugar, el dolor de cabeza no se ha ido y los recuerdos de cómo llegué aquí no quieren acudir a mí. Debo decidir rápidamente qué hacer, aunque percibo las piernas adormecidas me incorporo. Al levantarme sufro un fuerte mareo y caigo tendida en el sofá, a los minutos lo intento de nuevo, camino torpemente hasta el baño y lavo la sangre en mis manos. Al volver observo el cuerpo tendido frente a mí, veo un cuchillo tirado unos metros más allá y un charco que comienza a ponerse espeso y de color marrón.

Me siento en una silla cercana tratando de ordenar mis emociones, de decidir cómo actuar. Mientras una luna inmensa me mira intento encontrar las respuestas que necesito. Seguramente este hombre es uno de mis clientes, pero aunque lo intento no logro recordar nada. Veo su cuerpo esbelto y su cabello cano, viste buena ropa y una alianza aparece en el dedo anular de la mano que reposa cerca de mis pies. Luego de unos minutos reúno fuerzas y decido acercarme a él, lo hago lentamente, cuando estoy segura de que no respira me aproximo a su rostro, quizás pueda reconocerlo, me digo. Al instante caigo sentada en el piso, aterrada, tapo mis ojos intentando ocultar la realidad, el hombre que yace frente a mí es Javier, los años también pasaron para él, pero es imposible confundir los rasgos que tanto amé. Mi corazón late a mil por hora, me acurruco y lloro desconsoladamente, lloro por su abandono, por el hijo que no pudo nacer, por los años de desolación, por mi destino después de su falta y porque a pesar de todo esperaba volver a encontrarlo algún día y reiniciar una vida juntos. Poco a poco me tranquilizo y no sé bien por qué imagino a Miguel interrumpiendo en la habitación y apuñalando a Javier. Quizás descubrió quien era, tal vez me siguió como hace tantas veces para cuidarme y creyó que me estaba haciendo daño, todas son conjeturas.

De repente alguien toca la puerta, mi cuerpo tiembla sin control, agudizo mi oído, los sonidos se repiten y en seguida escucho pasos que se alejan. Me imagino policías haciéndome preguntas y llevándome presa, puedo resultarles el estereotipo ideal de asesina, una prostituta despechada que acaba con su examante en un momento de descontrol. Tengo que escapar de aquí y tratar de descubrir quién mató a Javier, de lo contrario, las escasas posibilidades de encausar mi vida desaparecerán tras las rejas.

Me levanto y me dirijo al baño para arreglarme lo mejor posible y evitar llamar la atención. El espejo me devuelve un rostro envuelto en lágrimas negras, unos ojos hinchados y un pelo enmarañado. Mientras me lavo y me peino, encuentro un corte en la parte de atrás de mi cuello, la sangre que rodea la herida está seca, busco mi bolso me maquillo y estiro mi ropa lo mejor posible. Descubro que mis medias de lycra están rotas y me las quito rápidamente, me coloco los zapatos tirados sobre la alfombra y el saco de hilo, me alegra comprobar que más que una prostituta parezco una chica común y corriente. Me acerco a la puerta de la habitación, apoyo mi oído intentando escuchar los sonidos del otro lado, miro por última vez al amor de mi vida y salgo raudamente hacia el pasillo.

Nadie me ve salir, la suerte parece estar de mi lado por una vez, aunque quiero correr lo más rápido posible y escapar de ese lugar, intento tranquilizarme y caminar pausadamente. Una delegación de turistas se reúne en el hall del hotel cinco estrellas que se muestra majestuoso con sus pisos alfombrados, sus muebles cuidadosamente seleccionados y sus botones de punta en blanco. Con sigilo me pierdo en medio del grupo y logro marcharme del hotel sin ser advertida.

Afuera la noche es maravillosa, una luna inmensa acompaña los ruidos de la ciudad, el calor llega a todos lados y se percibe la alegría del verano en cada rincón. Viernes a la noche, amigos, familia, enamorados, todos van y vienen con felicidad en sus rostros preparándose para una noche de diversión. Yo camino entre ellos envidiando la tranquilidad de sus vidas y soñando con haber tomado otras decisiones, con haber seguido otro camino, me veo sentada en el jardín de mi casa junto a mi hijo, se fue tan rápido que no pude llegar ni a darle un nombre, pienso mientras una nueva lágrima negra rueda tímidamente por mi rostro.

Llego a casa sin fuerzas siquiera para pensar los pasos a seguir, me acuesto vestida y me duermo casi inmediatamente. La habitual pesadilla en la que mi hijo no nato clama mi ayuda me abandona esa noche. En su lugar puedo ver a mamá que acerca su rostro al mío tendido en la cama e intenta decirme algo, su boca se mueve incesantemente pero no llego a escuchar ningún sonido, la imagen se repite una y otra vez a lo largo de la noche y al abrir los ojos, ya de mañana, me siento más cansada aún.

Marta había fallecido dos años atrás, luego de ocho que Dharma abandonó la casa familiar. Al enterarse la joven viajó los kilómetros que la separaban de Buenos Aires a Rosario de Santa Fe, asistió al entierro y volvió a casa esa misma noche a pesar de que su padre le rogó que se quedara a acompañarlo.

Acurrucada en una cama demasiado grande para darme calor, incluso en verano, reflexiono sobre mis padres y mi destino. Ellos fueron siempre buenos, no sé cómo les salió una hija con tantos defectos, ahora ya es tarde, no puedo volver el tiempo atrás ni cambiar todos los errores que cometí, simplemente tengo que aceptar la vida que me toca vivir. Estoy recogiendo lo que sembré esa es la ley natural y según palabras de mi madre, exactamente lo que significa mi nombre. ¿Cómo precisamente dharma, que según los hindúes representa la ley total, puede quejarse de las normas invisibles que marcan su camino?, algo me trajo hasta aquí, es el sendero que debo recorrer y sobre todo aceptar.

Luego de un día tirada en cama sin comer y una noche repleta de pesadillas, me despierto aún confundida pero dispuesta a hacer algo por aclarar la situación. Decido visitar los hoteles que incluyen mi imagen en sus books de servicios especiales, tengo varios amigos y quizás alguno pueda ayudarme con una pista. Camino toda la mañana y ya a medio día, luego de no encontrar respuestas y darme por vencida, decido hacer lo que tanto temo, enfrentarme a Miguel y encontrar la forma que confiese si es que él es el culpable.

Una hora después me encuentro sentada llorando en un banco de la plaza cercano al club, a pesar de no querer confesarle lo que viví en la habitación del Madero, no tuve otro remedio, Miguel parecía totalmente desconcertado con mis preguntas y terminé contándole todo. Sí, me dijo que me ayudaría a resolver el tema, eso debería tranquilizarme, pero no sé bien por qué estoy más preocupada que antes. ¿Cómo puede ser posible que haya visto el asesinato de un hombre y no recuerde nada?

Esa noche vuelvo a soñar con mamá intentando decirme algo sin conseguirlo, aunque por momentos su voz pareciera emerger de las tinieblas y puedo identificar algunos retazos de palabras, esto no me ayuda mucho. Camino, amor, destino se escuchan como ecos que me acompañan durante el día sin que encuentre entre ellos relación o un mensaje. Debe ser una tontería, tengo que dejar de pensar en todo eso, ya suficientes preocupaciones tengo.

A la mañana siguiente, sentada en la pequeña mesa de la cocina, esforzándome por comer algo, tengo la sensación de encontrarme en un callejón sin salida. Seguí todas las pistas a mi alcance y no encontré absolutamente nada. Abatida, salgo a comprar los diarios y reviso sus páginas buscando la noticia del asesinato, esperando una foto del cuerpo e incluso quizás una descripción de mi persona como presunta culpable, pero para mi sorpresa no hay nada. El asesinato ocurrió dos noches atrás y ya debería haberse hecho público. Analizo las posibilidades, quizás todavía no encontraron el cuerpo o tal vez la respuesta más lógica sea que el asesino se entregó y el caso está resuelto. Me tranquiliza pensar que mañana la historia aparecerá en la portada de los diarios con la imagen del asesino.

Paso el resto del día sin probar alimento y dando vueltas como león enjaulado, llega la noche y pido que mis visitantes en los sueños se apiaden de mí aunque sea una vez. Eso no sucede, nuevamente Marta llega hasta mí, está vez su voz es clara, pausada, maternal, como el recuerdo que guardo de ella. En sus palabras me dice: Dharma, aunque siempre me escuchaste decir que tu nombre marca un camino y una ley natural determina el destino invisible, no siempre es así. Me faltó el tiempo hija para transmitirte la verdadera esencia del mensaje. Sí, tenemos un destino que depende de nuestros actos, pero también las herramientas para reencauzar lo que se presenta como inevitable. En tu caso es el amor que vibra con fuerza en tu corazón y está esperando la oportunidad de salir, por eso hoy estoy aquí para ayudarte a encontrar lo que realmente deseas.

El amanecer me encuentra desconcertada, tratando de descifrar unas palabras que llegaron como una caricia en medio de la tormenta, aunque no logro comprenderlas sé que mamá me visitó y que en algún momento su mensaje me ayudará a reencontrarme con la felicidad. Como las últimas mañanas salgo a comprar el diario y al regresar recorro meticulosamente sus hojas, una vez más no hay ni una pequeña nota sobre la muerte de Javier. Sin embargo, algo en el diario no termina de cerrarme, en portada aparece un choque de autos ocurrido el día anterior, me llama la atención la imagen que ilustraba la nota ya que creí haber visto una igual en algún noticiero unos días atrás, no puede ser me digo, debo estar confundida.

A medio día escucho como alguien desliza algo por el buzón, me acerco a revisarlo y descubro un trozo de cartulina con un mensaje para mí. El destino tiene sus vueltas y quizás el nuestro sea volver a encontrarnos y retomar lo que en algún momento creímos perdido. En ese instante siento un deja vu, sé que ya leí en algún momento cada letra escrita allí y no me sorprende ver el nombre de Javier al final del texto. El observar la fecha en el papel me desorienta, diez de noviembre, eso fue hace cuatro días, busco el diario y corroboró que coinciden y yo estoy equivocada, hoy es diez de noviembre. Acaso perdí esos días, me pregunto mientras siento un recuerdo que llega como un golpe de luz en medio de la oscuridad, cegándome y abriéndome los ojos al mismo tiempo. Me veo a mi misma leyendo esa carta hasta el final uno días atrás y acudiendo a la cita en el hotel Madero, feliz, entusiasmada. Veo llegar al enamorado Javier de la nota en mis manos que luego de unas copas se transforma en un despechado que me grita una y otra vez. Sos una puta y pensar que estuve enamorado de vos e iba a dejar a mi familia creyendo que eras mi verdadero amor, como crees que me sentí al ver tu imagen en un book de prostitutas de clase, ja ja ja, así que crees que el ser de alta sociedad te hace mejor, seguís siendo una sucia puta. Yo lo escucho entre sollozos y a cada palabra intento explicarle, decirle todo lo que viví, como perdí a nuestro hijo y me encontré sin salida, pero nada sirve. De repente saca un cuchillo e intenta asestármelo, me tira sobre el sillón y cae tras de mí, forcejeamos, me lastima el cuello al rozar el filo metálico y finalmente, sin saber con qué fuerzas, gano la batalla. Lo veo tirado en el piso desangrándose y luego solo siento una oscuridad que me absorbe.

¿Todo fue un sueño o fue realidad?, ¿estoy recordando lo que pasó o adelantándome a lo que puede ocurrir si acudo al ofrecimiento que tengo en mis manos? Me quedo sentada en el piso de la galería masticando cada imagen que llega a mí, intentando comprender si el destino me está dando la chance de mezclar y repartir las cartas nuevamente. Cada palabra de mamá se acomoda en el rompecabezas de mi cabeza y decido hacerle caso, darle paso al corazón sin más dudas ni preguntas. Él me dice que no tiente al destino, que no averigüe si todo fue o será y que busque lejos de allí la dicha que tanto anhelo.

Agradezco a Marta por sus palabras y esa misma tarde armo mis valijas con lo menos posible, dejo afuera todo el lujo, la ropa y sobre todo las drogas, el alcohol, el dolor y hombres como Javier y Miguel. Dispuesta a darle una oportunidad a la Dharma olvidada desde hace muchos años, la que se emociona y siente la felicidad al ver una abeja posada en las flores del jardín, la que espera su momento acurrucada en un rincón de mi corazón. No sé dónde se encuentra pero estoy dispuesta a dar con ella.

miércoles, 17 de julio de 2013

Ajíes


Víctor Mondragón Chuquisengo


    Transcurría una calurosa mañana en el distrito de Aucallama, cerca de la ciudad de Huaral, don Juan Cortez, médico de profesión, caminaba  acompañado de sus dos nietos Juano y Carlos quienes residían en la capital y estaban de visita en aquel lugar, un tierno viento mitigaba el calor de aquella mañana.

-Voy a darles una noticia pero antes es preciso que sepan algunas cosas: mi abuelo fue arriero y el abuelo de mi abuelo también, se pierde en el tiempo las numerosas generaciones de comerciantes que nos precedieron  –dijo don Juan,  levantó la mirada y recorrió con su vista una gran extensión de terreno agrícola.

- Esas tierras  fueron   adquiridas  por nuestros ancestros –añadió.

La mayor parte de la costa de ese lado del continente son  desiertos de misteriosa aridez,  el primer sol y el último los  golpean, solo  brotan las semillas donde hay ríos. Los visitantes caminaron circundando la propiedad de don Juan, una plácida acequia  la recorría por un costado,   alcanzaron  una esquina  y se sentaron sobre unas extrañas piedras moldeadas.

-Aquí está depositada la herencia culinaria de nuestros ancestros, innumerables moliendas se hicieron en ellas, el origen de estas piedras se pierde en los años –dijo el abuelo mientras sus nietos manipulaban los batanes  cual si fueran juguetes, esos que despiertan la imaginación.

Minutos después el anciano se cobijó bajo la sombra de un árbol de pacae  (1).

-Este relato  lo escuché de mi abuelo, fue contado de generación en generación,  esta zona es privilegiada por su clima templado y su abundancia de recursos,  por eso, frente a esta costa se desarrollaron los primeros focos de ciudades-estado de América, hace cinco mil años  –dijo don Juan.

-Desde lejanas épocas hubo habitantes que se dedicaron al intercambio y a la reciprocidad entre  la costa y los valles inter-andinos, comerciantes cubiertos por el polvo seco de los desiertos caminaban pacientemente hacia los  valles  que les  permitían alcanzar los Andes. Uno de ellos fue Uchu, de mediano tamaño,  manos y pies callosos, piel confundida  con el color de la tierra y  curtida por el trajinar a la intemperie    –añadió.

-¿Comerciaban con moneda? –preguntó Carlos, el menor de los nietos.

-No había moneda, los naturales practicaban el trueque o intercambio de productos y servicios. Áspero (2) fue un centro bendecido por la naturaleza, ubicado al costado de la desembocadura del río Supe, abundante en recursos marinos y agrícolas, allí nació Uchu, vivió muchos años  y  tuvo una familia numerosa: Illa era  su esposa, de cuerpo apacible y rostro color capulí,  Uc el mayor de sus hijos, era alto y fuerte, el segundo se llamaba Iskay, era amable y atento, la tercera se llamaba Kimsa, era pequeña y hermosa, la cuarta era una gran artesana y se llamaba Tawa, el quinto era Pichqa,  obeso y bonachón, la sexta, quien solía estar bien vestida y perfumada se llamaba Soqta y el último fue Qanchis,  pequeño pero  muy astuto.

La familia encaraba con entusiasmo los porvenires que les aguardaban en los largos caminos y en sus  labores locales: Uc e Iskay se abocaban a los productos marinos, secaban lentamente al sol las anchovetas y las machas, Kimsa y Pichqa se ocupaban de  delimitar pozas poco profundas para la evaporación del agua de mar y así conseguir la preciada sal marina, Tawa confeccionaba cestas de juncos y cañas para el almacenamiento de las mercancías, Soqta recolectaba las mejores semillas para su intercambio y Qanchis acopiaba  algodón costeño. La familia de Uchu solía transitar por diversas rutas para  internarse en la sierra, desde Áspero hacia Caral (3) o también desde la costa de lo que hoy son las ciudades de Chancay, Huacho y Barranca hacia los templados valles serranos. Los caminantes llevaban especies costeñas y regresaban con productos de la sierra e incluso de la selva peruana,  trataban con comerciantes que a su vez interactuaban con otros de proveniencia más lejana. Esos flujos de mercancías y la riqueza de la zona permitieron el desarrollo no solo de Caral, sino  también de los alrededores de lo que hoy denominamos el norte chico de la ciudad de Lima. 
 
El señor Uchu nunca dejó de congraciarse con la gente que visitaba,  más de una vez encontró poblados con gente huérfana de vestido y con  el estómago oprimido por la incertidumbre y la falta de  alimento, en diversas ocasiones, bajo palabra, le pidieron productos fiados y  él no dudó en brindarlos. En esas épocas las actividades de intercambio se realizaban en representación  de la comunidad nativa y la plusvalía alcanzada se revertía sobre el mismo  poblado impulsando así su desarrollo.

La familia Uchu llevaba una vida de vastos amaneceres y de jornadas con olor a  sudor, sabían que la naturaleza todo lo provee y a ella se entregaban. Las fechas de las partidas hacia los valles inter andinos  eran debidamente planificadas,  los porteadores  transitaban  por los asentamientos  llevando  sal, pescado seco salado, zapallo, frutas y algodón entre otros productos costeños y semanas después, en el regreso, recogían la contraparte, es decir  los productos que llevarían a su comunidad, entre ellos semillas, cestas, quinua, lana e incluso plumas y adornos de la selva.

Aunque hubo intentos por domesticar a los auquénidos, prácticamente  no se dispuso de bestias de carga razón por la cual los porteadores soportaban sobre sus brazos y espaldas las pesadas mercaderías, era ilógico el uso de la rueda pues la costa es un desierto de arena y los valles y cordilleras son tan empinados que su aplicación es casi inútil,  los porteadores eran alentados por el viento que los empujaba a caminar con una presteza ilusionada.    

El trajinar por lejanos lugares y convivir con gentes de pensamientos y motivaciones distintas convirtió al señor Uchu en un acopiador de información,  en la naturaleza halló una hermosura simple y grandiosa: un cielo colmado de estrellas, la inmensidad de los picos  nevados, el rumor invisible de un riachuelo o las florecillas que crecen en los lugares más agrestes le precipitaron   a escrutar las entrañas de todo lo creado y quedó deslumbrado por su maravillosa ordenación;  con el tiempo  esgrimió diversas hipótesis e invocó obsesivamente  al Dios que no conocía pero que había aprendido a intuir,  postulaba que alguien -no algo- estaba detrás de toda la creación.

Cierta vez, durante un solsticio de verano, Uchu y su familia se detuvieron una semana en Caral, uno de los más importantes poblados de la zona,  ayunaron e hicieron ofrecimientos al dios que allí se veneraba, aquella tarde se reunieron con los lugareños en una plaza circular y disertaron sobre diversos temas, con el correr de las horas terminaron en un callejón sin salida al discutir sobre  la existencia de Dios y su relación con los hombres.

-El hacedor de todo esto es un ser bueno, no puede ser malo pues sino el caos se impondría y sin el orden nada es sostenible –postuló Uchu.

-Entonces, ¿cómo explicas la muerte, el sufrimiento y las enfermedades? –le censuraron los caraleños. Uchu les miró a los ojos y parecía  saber lo que pensaban.

-Estáis movidos por un  rencor contra el padecimiento, éste no puede ser el plan original del creador, más parece  una consecuencia del alejamiento de los creados respecto a su creador, la mayoría de los males son consecuencias de nuestro indebido ejercicio de la libertad –postuló sabiamente Uchu.

Aquella noche,  frente a una fogata, con las cenizas tibias y el último leño luchando por permanecer encendido, el comerciante   confeccionó un espiral  a base de pequeños y finos palillos, seguidamente lo revistió de cuerdas entrelazadas triangularmente,  de ese modo  manifestó que Dios no tenía principio ni  fin y que las cuerdas representaban el ojo del que todo lo ve,  un dios al alcance de todos, omnipresente; en la mañana siguiente  entregó dicho espiral como ofrenda a los lugareños.

Fatigar los pasos por los ardientes arenales de la costa más que cansarlos, los relajaba, encontrar  la vida que florece por donde discurre algún río  o cruzar cordilleras agrestes  les regaló mucho tiempo para  meditar sobre el sentido de la vida, un pico nevado era la manifestación  de Dios, o un río o el movimiento de los astros; en las pesadas jornadas hallaron   instantes de luz para  agradecer al Dios que honraban,  Uchu encendía fogatas ofreciendo sus mejores alimentos, seguidamente ponía una piedra sobre los restos humeantes y sus hijos lo secundaban conformando una pila de piedras.  Uno de los productos que más intercambiaban eran los pimientos  que  las comunidades  usaban ampliamente en sus comidas, solo conocían pimientos sin picante.

Un día el Supay, señor del Uku Pacha o inframundo, pidió permiso al creador para poner a prueba a Uchu.

-Él te rinde culto  por reciprocidad a la  prosperidad que le das, veamos si te sigue adorando al perder su riqueza –cuestionó el Supay.

Transitar por valles interandinos en épocas de huaycos (4) es exponerse a incertidumbres y orfandades, un día, en  la garganta de un nevado, alarmados por el clamor de truenos lejanos, fueron sorprendidos por  tal alud  que tuvieron que correr presurosos hacia las zonas altas; mala suerte corrieron sus productos, con gran tristeza la familia Uchu vio  como el lodo le arrebataba  el fruto de sus esfuerzos.

-Hemos perdido los productos pero hemos salvado la vida, ¡nada hemos perdido! –exclamó Uchu. Aquel padre  no se amilanaba por las contrariedades de la vida, como aquellos que siempre esperan un nuevo amanecer, no obedecía  a las leyes de la razón sino a la magia de la fe. Pasadas unas semanas la familia se sobrepuso a la pérdida de sus productos y reinició sus actividades de intercambio.

-Uchu te sigue adorando porque la  prueba que me permitiste ha sido muy simple, veamos cómo reacciona ante otra exigencia –dijo el Supay.

Una mañana de invierno, Illa esposa de Uchu manifestó dificultades para  incorporarse, la marcha debía continuar pues parte de su mercancía  era perecible, haciendo un gran esfuerzo se levantó para  acompañar a su familia, esa tarde la fiebre hizo presa de su cuerpo, de poco sirvieron unas yerbas mágicas que su marido le aplico, al atardecer de aquel día moría la madre de sus hijos.

En la oscuridad insondable de aquella noche Uchu contempló el cuerpo yaciente de su mujer con el corazón adolorido, el graznar de un búho lejano atizaba aún más su pesar,  con el correr de las horas el frío se hizo más intenso y el olor de la muerte invadió su mente. Como nunca en sus largos años de convivencia, Uchu  se encogió, sudó, tembló; las raíces de la soledad crecieron de súbito en su alma,  volvió a reflexionar sobre la muerte,  suspiró varias veces alcanzando  el fondo de su ser, sucumbió en una respiración triste y descontinuada, como la de  un enfermo del alma; aguardo sin dormir  hasta que el día relumbró,  concluyó finalmente que todos moriremos tarde o temprano,    tras su congoja y muchas lágrimas ensuciadas por el polvo, asimiló los desenfadados envites del tentador y sacó fuerzas de su fe, obtuvo ánimos para sobrevivir a sus desdichas  y decidió persistir  con entusiasmo en sus esforzadas labores.

-Uchu  te rinde adoración porque poco le has quitado, concédeme una última prueba –reclamó el Supay, representante del depravado principio de tentar a  los humanos.

Un día de fin de verano, bajo un nublado atardecer,  mientras la familia Uchu regresaba de la sierra, a la altura de lo que hoy es el conjunto arqueológico de las Shicras (5), escucharon una estrepitosa explosión a sus espaldas, voltearon sus miradas y vieron como un inmenso cerro explotaba dejando fluir lodo, piedras y rocas, los hijos en vez de escapar  intentaron resguardar sus productos, Uchu corrió hacia  un peñón y a orillas de la desesperación  contempló como el huayco  se tragaba a  sus hijos.

En el lúgubre anochecer de aquel día Uchu sufrió y volvió a sufrir, la soledad, la desesperación y la angustia lo acosaron, su garganta le quemaba, gruesas lágrimas discurrieron por sus mejillas y sudó de pavor. Bajo el arrullo de los grillos, el soplo del viento y el silencio de las estrellas buscó un descanso  cerrando sus ojos a la fuerza, mantuvo una respiración entrecortada pero no pudo atrapar el sueño, le fustigaba un ardor en  su  mente,  le quemaba más en la oscuridad y le seguía ardiendo en su alma, tuvo una fuerte contradicción,  enfrentó una encrucijada que le reclamaba grandeza, imploro a Dios suplicándole  valor, su dolor era grande pero su fe también.

-Estos jóvenes son tus nuevos hijos, son fuertes y sanos –le dijeron sus parientes  de Áspero. Pasadas unas semanas la comunidad dispuso que sus sobrinos apoyaran  a Uchu en sus labores.

Pasado unos días, el comerciante  siguió transitando por aquellos valles,  peleando para sobrevivir a las adversidades de la fatalidad, caminaba  con pasos firmes pero con el corazón alborotado por su nostalgia y,  terminaba cada jornada con un rescoldo de fe que le infundía suficiente aliento para el  día siguiente. El ingrato lugar donde perdió a sus hijos lo recibió  un año después; allí, durante una mañana de primavera, en aquellas tierras  vio surgir  unas  florecillas, pidió a los porteadores detenerse, hizo un pequeño altar de piedras y volvió a ofrecer sus mejores   productos al Dios creador.

Semanas después, estando de regreso, entre la callada respiración de unas flores y bajo una suave llovizna, vio unos pimientos de forma  alargada con colores  anaranjado y rojo, cogió un par de ellos y los guardó.

Aquel atardecer, rodeando una pequeña fogata, sentados sobre el suelo, mientras Uchu merendaba, extrajo de su cesta aquel par de frutos nuevos, los ofreció a sus sobrinos, cada cual dio un mordisco y  lo pasó al siguiente, sintieron una extraña sensación, esos frutos picaban,  nunca antes habían sentido aquello. Con el correr del tiempo se dieron cuenta que tales pimientos picantes en pequeñas cantidades daban más ganas de comer.

Pasados unos meses, las labores se incrementaron, Uchu cumplía con persistencia el rol que le habían asignado en el escenario de la vida, su comunidad le dispuso una docena de porteadores,  los pueblos  esperaban  la llegada de su comitiva que a su paso  enriquecía los vínculos de reciprocidad. Volver a transitar por ese infausto lugar le hacía evocar el pasado y corría el riesgo de ahogarse en sus recuerdos,  lo lamentable que le quedó de esos infaustos días fue el desahogo que encontraba al llorar; cierta vez, estando sentado sobre una piedra de río, bajo la sombra de un árbol colmado  de pájaros, contemplando el atardecer, con una mano en el mentón y, soportando difícilmente sus ganar de llorar, le sobrevino un viento fuerte y desordenado que ahuyentó a las aves y removió las escasas hojas del suelo.

-Venga señor Uchu, venga rápido –le gritaron sus porteadores. En el  infausto lugar de las shicras acababan de descubrir nuevos frutos, unos eran rojos, pequeños y de forma triangular, otros eran amarillos, pequeños  y redondos, otros rojos, grandes  y gordos, parecidos a los pimientos pero sumamente picantes, otros alargados, medianos de distintos colores, rojo, amarillo, violeta, blanco, sumamente aromáticos, casi frutales, muy agradables al paladar y finalmente otros rojos muy pequeños y  picantes. Esa tarde la comitiva degustó los nuevos sabores y quedo complacida de incluirlos entre sus productos de intercambio.

Era ya mediodía, don Juan detuvo su narración  y condujo su camioneta hacia un restaurante campestre de la ciudad de Huaral, salió a recibirlos la señora Gloria Gallo,  amiga de don Juan, la   anfitriona  condujo a los visitantes  hacia unas mesas que tenían por techo unas parras de uva.

Mientras conformaban una cola para  coger cubiertos, al otro lado del ambiente vieron  largas mesas cubiertas con manteles blancos donde descansaban ollas y fuentes  de barro; el contemplar las apetitosas comidas que allí descansaban les provoco una salivación que pedía   a gritos la ingestión  al tiempo que  sus jugos gástricos  se preparaban para lo suyo.

-Allí tienen     picante de cuy y picante de mariscos, hechos con una base de ají panca, por allá papa a la huancaína, ocopa y ají de gallina cuyo ingrediente distintivo es el ají amarillo fresco –comentó  la anfitriona.

-¡Guau…! -Exclamaron los nietos al ver que unos camareros disponían   sendas fuentes de cebiches y tiraditos sobre las mesas.

-Al ají limo lo consideramos el rey de los ajíes, es la base de un cebiche tradicional, más que picante brinda cierto aroma frutal; las salsas de los tiraditos son diversas, la amarilla es por el ají amarillo, la roja por el rocoto. Las  distintas aplicaciones de los ajíes  sustentan un manantial de creación culinaria inacabable, pleno de sabor y sorpresa, no por el picante sino por su variedad de sabores –dijo doña Gloria mientras señalaba una mesa que contenía  cebiche de pato, tamales, escabeches, carapulca, causa rellena, chupes y sangrecita entre otros.

Segundos después, la  anfitriona condujo a los visitantes a una mesa que contenía diversos acompañamientos  con aromas, sabores y grados de picor distintos tales como llatan de rocoto, zarzas norteñas con ajíes mochero y cerezo, salsas criollas con cebolla morada y cebolla china, salsas de ají con huacatay y  ají de cocona entre otros.

Tras agradecer al Altísimo, los visitantes se sentaron alrededor  en una pequeña mesa y procedieron a compartir los diversos platos, los sabores picantes les estimulaban el deseo de comer más.

-Abuelo, creo que no has terminado de contarnos tu narración –reclamó Carlos. Don Juan detuvo su ingestión y concluyó:

-Cierta noche, cobijado en  un templado valle serrano,  acompañado por el murmullo de un riachuelo, bajo un plenilunio,  respirando los maderos aún humeantes de su fogata,  desde el ocaso  hasta la medianoche Uchu dejó que sobre él giraran los cielos sin poder dormir hasta que finalmente cayo rendido de cansancio, soñó que estaba soñando consigo mismo, en su letargo caminó sobre los campos de las shicras y creyó  encontrar  la imagen que saturaba su propio y terrible pesar: asoció  los pimientos recién encontrados con inoportunos espectros del más allá, su mujer  se había convertido en  un hermoso pimiento dulce y sus hijos en los pimientos picantes,  Uc, el mayor de los hermanos se había transformado en lo que hoy llamamos ají amarillo que  dejado secar al sol recibe el nombre de ají mirasol, Iskay el segundo de los hermanos se convirtió en el ají colorado que secado al sol recibe el nombre de ají panca, imprescindible hoy en los aderezos,  Kimsa, pequeña y hermosa se convirtió en el ají cerezo, aromático y picante,  acompañante   en  salsas,  Tawa se transformó en lo que conocemos como  ají charapita, amarillo y fragante, también acompañante, el quinto Pishqa, gordito y bonachón adquirió la forma que hoy llamamos rocoto, la sexta, Soqta se convirtió en el muy mentado ají limo y el último Qanchis, pequeño y astuto se transformó en lo que hoy conocemos como ají pipi de mono, pequeño pero muy picante. Uchu se precipitó al suelo,   lloró de emoción, intentó recomponer el espejo roto de su corazón, especuló que quizás no fuera cierto nada de lo ocurrido,  pensó que  en los sueños construimos una realidad paralela o quizás el mundo terrenal  fuese tan solo un sueño más, quedó  a la deriva,  al borde de un abismo de desconcierto hasta que una remota luz cayó sobre él, alzó sus cansados ojos y    escuchó la consoladora revelación de que su sufrimiento no había sido en vano.

-Estuve a tu lado en las Shicras, supe cómo te quemaba la garganta,  como sudaste de dolor y las lágrimas que derramaste, tu fe es grande, desde hoy tú y tu descendencia  serán perennizados sobre la faz de la tierra, tu nombre  será alimento que recorrerá el mundo y estará presente en los mejores platos pero quienes lo ingieran tendrán que pasar por todo esto para alcanzar su recompensa -escuchó Uchu. Segundos después sintió que alguien  meneaba su hombro.

-Uchu despierta, debemos llevar los productos a la sierra –le repetía su mujer. Era una mañana primaveral, sus hijos estaban listos para iniciar la caminata, el anciano  se froto los ojos con sus dedos, lloró de felicidad, la realidad se había convertido en un sueño, había escapado de la confabulación urdida por el tentador,  pidió a su familia que  lo acompañara a los campos de las shicras.

-Coged estos, esos y aquellos –dijo el anciano, sus obedientes hijos asintieron recogiendo sendas cestas con las siete variedades de pimientos picantes del lugar. A continuación vieron como la quietud del cielo fue   perturbada por una   bandada de pájaros que revoloteaban sobre las matas  y se  turnaban en picotear  y recoger las  semillas en sus picos, aquel hecho traspaso de emoción a Uchu y le precipitó a exclamar:

-¡Mirad la grandeza de Dios, mirad!

-Curiosamente las aves no son susceptibles al picor de los ajíes,  por ende fueron  las designadas para  diseminar sus semillas hacia  los confines del mundo –narró el anciano.

-Con el tiempo los uchus se cultivaron en diversas regiones  evolucionando hacia nuevas formas y sabores, en el trueque pre hispánico fueron usados a modo de moneda de cambio y  como ofrendas a los dioses, los chamanes les reconocieron poderes  mágicos,  –añadió.

-Abuelo, comer muy picante quema la boca –cuestionó Juano, poco acostumbrado a su consumo.

-Creo que podemos embelesarnos con la idea inicial  de que es un padecer pasajero, la ingestión de picantes  estimula la producción de endorfinas (6)  que finalmente se traducen en cierto grado de anestesia, bienestar  y euforia,  como le prometieron a Uchu, tras el  padecer llegaría la recompensa –dijo don Juan, seguidamente se incorporó, cambio el tono de su voz,  miró a sus nietos y dijo:

-Mi edad es avanzada, ayer he firmado mi testamento donde ustedes son  herederos de mi fundo, por eso les he narrado la leyenda de Uchu, para  que conozcan de esta tierra, para que la amen y respeten como lo hicieron nuestros ancestros. Con el correr de los siglos, en este lado del mundo, el dios que Uchu adoraba fue reconocido como el hacedor del universo: Pachacamac;  por  miles de  años habíamos  llamado  uchu a las diversas variedades de pimientos picantes pero el paso del tiempo es abusivo y, un día, desde que nos dijeron que se llamaba ají (7) olvidamos su nombre –concluyó el señor Cortez.



(1)     Pacae: del quechua paqay, fruto exquisito de un árbol americano
(2)     Áspero: complejo arqueológico situado cerca de la desembocadura del río Supe, a 190 km al norte de Lima, 3000-1800 años A.C.
(3)     Caral: ciudad-estado  que floreció 3000 años A.C. a 200 kilómetros al norte de Lima, contemporánea con las antiguas civilizaciones de China, Egipto, India y Mesopotamia.
(4) Huayco: del quechua waycu (quebrada), es una violenta inundación de aluvión arrastrando lodo y piedras hacia las zonas bajas de los valles.
(5) Shicras: Centro ceremonial del período pre cerámico tardío, aproximadamente 4500 A.C,  ubicado en Huaral al norte de Lima, las shicras son canastillas hechas a base de caña brava, encontradas allí.
 (6) Endorfina: Sustancia peptídica producida de forma natural en el encéfalo que bloquea la sensación de dolor y está relacionada con las respuestas emocionales placenteras.

(7) Ají: pimiento de la familia de las solanáceas, la palabra ají proviene de lengua  taína. Haxi capsicum llevado por Colón  a Europa, chili en azteca,  uchu en quechua, guindilla o pimiento en España.

martes, 16 de julio de 2013

Maldición gitana

Silvia Alatorre Orozco


Los habitantes de San Nicolás observan que del otro lado del río transita  un singular cortejo, el constante tintineo de los cazos que cuelgan en las rústicas carrozas  y el gemido de los bueyes que las arrastran anuncian su recorrido; los pobladores se inquietan, ruegan al santo patrono del lugar para que no paren ahí su peregrinar; le temen a  esa indeseable tribu ya que tenerlos cerca les acarrea un sinfín de problemas. El silencio invade el ambiente, han detenido su paso; los viejos del grupo deciden que es el sitio indicado para acampar.

El sol empieza a ocultarse tras la montaña pero aún hay suficiente luz para montar las carpas; mientras los adultos se dedican a esta labor, un puñado de chiquillos de pelo enmarañado y pantaloncillos mugrientos ha brincado de los carros, con gran algarabía corren y ruedan sobre la hierba celebrando el arribo.

Los cabestros han sido liberados, aun bramando llegan a orillas del río a saciar su sed, están cansados, la travesía ha sido larga. Un grupo de mujeres prepara la fogata y se dispone a cocinar  suculentos potajes; en su ir y venir, vistiendo coloridos y largos faldones parecieran papelillos agitados por el viento.

Estos sujetos no tienen ley escrita, es meramente oral pero la respetan “a pie juntillas”; los delitos como la traición y el engaño son fuertemente sancionados, quien osa quebrantar esas normas es castigado con la expulsión del grupo o golpeándolo hasta dejarlo casi moribundo. Sus valores son: la lealtad a la tribu y el amor a la familia, comparten la libertad y los festejos.

Ha anochecido, las estrellas y el fuego de la hoguera alumbran el campamento; atraídos por el delicioso olor que despiden los hirvientes cazos los varones se van reuniendo a su alrededor; comen burdamente, mientras sorben ruidosamente se escurre por sus barbillas y manos el  grasiento líquido. Platican a gritos, algunos cantan y tocan guitarras, fuman y se emborrachan, permanecerán en ese festín hasta el amanecer; las mujeres pacientemente esperan a que se retiren para poder alimentarse con las sobras que les dejan, esa es la costumbre. Ellas son sumisas, incapaces de protestar, están ahí para obedecer y servir a sus señores.

En cuanto amanece este campo presenta un panorama diferente: es tomado por los chamacos, se escuchan sus alegres risas y destemplados gritos;  por su parte las gitanas se reúnen en grupitos, ayudándose a despiojarse y  peinar sus largas y enmarañadas cabelleras; son mujeres de caras pálidas y lánguidas, sonrisas entrecortadas, uñas negras de mugre, despidiendo ese olorcito acre y rancio que producen los cuerpos mal aseados, llevan una vida rutinaria: cocinan, cuidan hijos y están a disposición de ser poseídas por sus hediondos hombres con olor a sudor, tabaco y alcohol. Las jóvenes lucen brillante pelo negro que bañan de aceite para lucir más atractivas; esperan ser pedidas en matrimonio, cuidan su virginidad ya que es el único valor que tienen para ser aceptadas o repudiadas en la ceremonia de boda.

Durante el día los hombres duermen a “pierna suelta” sus ronquidos se confunden con la bullicio de los chiquillos, se levantarán a comer hasta entrada la noche. Son analfabetas y haraganes, desde niños aprenden a robar y maldecir.

Cuando van al pueblo la gente los discrimina y se alejan de ellos, les intimida su agresividad y temen a las maldiciones gitanas que lanzan. Este grupo de gandules  les roban animales, dinero y objetos, nadie se atreve a hacerles frente, ya que cuando algún valiente los ha confrontado, ha sido vejado, golpeado y amenazado con grandes navajas. Desde luego ni las autoridades intervienen, de antemano saben que están de paso y en cuanto se marchen, el poblado recobrará la tranquilidad habitual.

Los lugareños son gente sencilla, en su mayoría campesinos que labran sus tierras; las  casas son construidas por ellos mismos a base de adobe y techos de palma.

Ahí, en San Nicolás, vive la pequeña Mercedes cuya madre murió después de un parto complicado; Macrina, la comadrona, en cuanto nació la bebe le dijo al padre:

-         -  Esta niña no resolló a tiempo, Dios quiera y se desarrolle cabal.

A unas cuantas semanas después de la muerte de su esposa, este hombre abandonó a sus cuatro hijos  y nunca más regresó; por lo que los dos mayores que apenas eran unos adolescentes se hicieron cargo de las niñas. Úrsula tenía solo nueve años y se encargó de criar a la bebé; debido a  su corta edad era totalmente ignorante de los cuidados que necesitaba una recién nacida, por lo que recurría con Macrina a pedirle consejos; recorría un buen trecho hasta llegar a las faldas del cerro en donde vivía la comadrona, la mujer poco iba al pueblo pues era vituperada y criticada por la gente, la llamaban “vieja bruja”, y en parte tenían razón ya que sabía perfectamente el uso de las hierbas, con ellas preparaba pócimas y brebajes, además curaba con las manos, adivinaba el futuro y se comunicaba con los muertos. Era chaparrita y siempre vestía largas túnicas negras.

En las noches de luna llena, Úrsula acompañaba a la chamana a recolectar plantas del monte, era el único momento en que descubría su rostro y le permitía sentir la frescura del viento. De niña había quedado “picada” por la viruela, debido a esto ocultaba su cara bajo un velo; nadie, ni siquiera su hermanita Mercedes, conocía su semblante.

Macrina se encariño con la muchachita, ya que le daba lastima verla sufrir por su fealdad, la curaba embarrándole la baba de una yerba que le borraría las cicatrices.

Desde que nació, Úrsula fue rechazada por su madre ya que era producto de la violación de que fue víctima por parte de su propio marido aquella noche que éste llegó borracho; por lo que constantemente la castigaba sin motivo alguno,  y en cuanto la tenía frente a ella le decía:

-        -  Tapate esa jeta que espantas, ¿quién te va a querer ver así?... soterrate en un rincón.

Y por mucho tiempo la muchacha vivió atormentada, y fue hasta que Macrina le dijo:

-          -  Hijita, te veo como artista, recibiendo aplausos y tu esposo estará perdidamente enamorado de ti.

Estas palabras despertaron en ella la fantasía de tener un futuro diferente, dudaba de las predicciones de la vieja, pero deseaba que se convirtieran en realidad.

Mercedes ya tenía doce años y su desarrollo mental era lento y disparatado, no le gustaba ir a la escuela, prefería jugar en el río, formaba estanques con lodo y ahí ponía los pececitos de colores que agarraba con sus manos; volvía a casa, con el vestidito enlodado y las trenzas escurriendo de agua. Pero un día no regresó. Los hermanos, machete en mano fueron en su búsqueda, siguieron las huellas sobre la hierba y estas los conducían al campamento que estaba al otro lado del río. Renegando y mentando madres abandonaron su propósito, no podían enfrentarse con esta turba de belicosos por lo que ahí la dejaron...

Pocos meses antes de este acontecimiento, los gitanos celebraron con gran júbilo la boda de Marko y Aniki.
Las gitanas admiraban la belleza de Marko, alto, moreno, pelo rizado, barba cerrada, vestido de negro, el cuello de la camisa hacia arriba, era tan alegre que parecía que llevaba la fiesta por dentro; desde niño se prendó de la belleza de Aniki, con frecuencia la buscaba y quería estar cerca de ella pero no se veían a solas ya que la muchacha cuidaba su virginidad. Por su parte el chaval, que ya tenía diez y ocho años, respetaba las costumbres y demostraba su amor a Aniki con la mirada y aventándole besos.

El día en que los padres, abuelos y hermanos de Marko pidieron a la joven,  entre todos los familiares se acordó la boda.

Prepararon una gran fiesta para el día del matrimonio, pero fue hasta después de la ceremonia del pañuelo, cuando la “juntadora” mostró el lienzo ensangrentado, comprobando la pureza virginal de Aniki que se dio inicio a la celebración. Bailaron, bebieron  y comieron por dos días.

Aniki y Marko aislados, en la carpa nupcial disfrutaban el abandono de su mutua virginidad y los nuevos juegos sexuales que descubrían; después de algunas semanas se enteraron que  serían padres; para el muchacho la magia y el encanto que experimentaba hacía su mujer desaparecieron; anhelaba volver a vivir el éxtasis y  el placer de poseer a una chica virgen e inexperta. Por su parte Aniki perdió el interés por el sexo pero se le despertaron unos celos enfermizos; más de una vez el patriarca habló con ella, explicándole que la esposa debe ser sumisa, obediente y callada.

Marko caminaba por el monte hasta cansarse, tratando de calmar sus ansiedades, en uno de esos recorridos descubrió a Mercedes, la vio con su vestido mojado, pegado a ese cuerpecito que daba muestras de estarse formando como mujer, a partir de entonces y escondido entre la maleza la espiaba, ya cuando la niña se iba a su casa la seguía de lejos. Una mañana con gran sigilo se acercó a ella, por la espalda la tomó fuertemente, se la echó al hombro y corrió rumbo al campamento.

Al verlo llegar se armó un gran alboroto, pensaban que acarreaba un becerrito, pero ya más de cerca se dieron cuenta que se trataba de una mujer; los celos de Aniki la encendieron, era tanto su enojo que descalza, recogiéndose las enaguas bajo su abultado vientre y cuchillo en mano corría tras el marido y amenazaba con matarlo, sus gritos se escuchaban por doquier:

-         -  Te juro que te la parto, maldito seas… maldita sea tu descendencia...

Sin caer en cuenta que también maldecía al hijo que ella misma esperaba.

Tardíamente Marko se dio cuenta del error cometido. Pagaría las consecuencias de ese atrevimiento: o lo mataba Aniki a cuchillazos o los hermanos de ella lo golpearían hasta quebrarle todos los huesos. Aun con la niña al lomo, se alejó tan rápidamente que en cada zancada que daba parecía que  no tocaba el suelo, la chiquilla gritaba pateaba y palmoteaba, lanzando agudos gritos:

-         -  Suéltame… que me sueltes…

Después de recorrer un gran trecho, Marko ya con la boca seca, el cuerpo bañado en sudor y casi desfallecido se dejó caer sobre la hierba, en cuanto recobró un poco de fuerzas, vio una choza abandonada, arrastró a Mercedes hasta ahí y en ese refugio pasaron más de un mes, comiendo raíces, frutos silvestres y liebres. Cuando se iba a cazar o recolectar comida dejaba a Mercedes amarrada.

La chamaca vocifera:

-        -  Que me lleves a mi casa… a mis hermanos les dará harto gusto verme y – besando una cruz que hacía con sus dedos pulgar e índice, agregaba- te juro por esta que no te chingarán.

Marko empezó a desesperarse, no sabía para donde jalar ni qué hacer ya con Mercedes, por lo que decidió ir al pueblo, liberarla, conseguir  comida, robar algo de dinero y seguir su andar hacia otra población.

Llegó a San Nicolás por la vereda, llevaba a la chiquilla amarrada de ambas manos, jalándola como si se tratara de un burro; los hermanos de la muchacha lo recibieron con una escopeta, pero viendo que no se encontraba herida o maltrecha, uno de ellos le dijo:

-     -  Ora aquí te quedas en la casa…te amancebas con ella… no la vas a dejar deshonrada… te chigas trabajando para nosotros en la parcela y la mantienes.

Marko aceptó la propuesta, tendría casa y dinero; su futuro estaba resuelto.

Úrsula no cabía de contento al tener a su hermanita de regreso, había llorado tanto su ausencia que ya tenía los ojos secos. Ahora le enseñaría a cocinar y lavar la ropa del marido. Sin embargo la muchachita no cumplía con sus nuevas obligaciones ya que dormía y vomitaba todo el día, así fue como se enteró que se encontraba preñada. Desde que Marko se la llevó del río sentía mucho coraje hacía él, ya que le había cortado su infancia de tajo y con el embarazó este desamor se convirtió en odio.

Nació él bebe y Úrsula le ayudaba a cuidarlo ya que la niña era muy distraída y despreocupada, un día fue al río arrastrando una caja con el pequeñito dentro, por la noche regresó sin la criatura, su hermana y Marko se fueron a buscar al niño y lo encontraron berreando, con la ropita hecha jirones y a punto de ser devorado por los perros.

Con el pasar de los días la conducta de Mercedes se volvía cada vez más extraña; ahora tenía la obsesión de envenenar a Marko;  le cocinaba frijoles con lombrices machacadas, a los caldos les agregaba orines, les escupía y hasta caca les ponía, en fin hacia cochinada y media para acabar con él; lo único que logró fue que su marido se enfermara de diarrea, estaba flaco, ñango y ojeroso, sin embargo el muchacho iba a ayudar en el campo a sus cuñados para ganar dinero y mantener a su familia.

No le gustaba ese trabajo pues tenía espíritu de bohemio y preferiría estar tirado en la hierba tocando guitarra.

Transcurridos cuatro años  los gitanos regresaron a acampar cerca  de San Nicolás; Aniki aún buscaba vengarse de  su marido ya que además de la ofensa de haberle llevado otra mujer, ese mismo día perdió al bebé que esperaba pues encolerizada y corriendo tras él, tropezó y cayó al suelo rodando sobre unas grandes piedras.

Recorría los campos con el fin de encontrar a Marko, y en esa búsqueda  se topó con Mercedes, enseguida la reconoció; planeo ganarse su confianza, y lo logró regalándole aretitos y demás chucherías que le gustaban a la chiquilla, esta le platicó a la gitana como Marko se la llevó del río y de la criatura que habían procreado, también le hizo saber que lo detestaba; a su vez Aniki le dijo que ese hombre era también su marido. Las dos compartían el mismo sentimiento de odio hacia el muchacho por lo que  fraguaron darle un buen escarmiento.

A Úrsula le parecía sospechoso que Mercedes regresara a casa con pulseras o collares de brillantes cuentas por lo que se dedicó a vigilarla, descubriendo la amistad que sostenía con la gitana; en una de las ocasiones que las espió, escuchó que ideaban hacerle un gran daño a Marko.

Una noche sorprendió a Mercedes preparando un té, conocedora de las hierbas se percató   que era toloache, sabía que los efectos de esta planta eran terriblemente nocivos, dañaban el cerebro de quien la tomaba, hasta llevarlo a la locura.

-      -  Hermana, mientras duermes al niño yo le llevo el té a tu marido- le dijo.

En el trayecto derramó el líquido y consternada le explicó al muchacho lo que planeaban sus mujeres. A él no le extraño la revelación, pues sabía que Aniki quería matarlo y Mercedes no lo amaba.

-       -  ¡Por favor ayúdame!... por ahora no tengo pa´donde jalar y ¿qué será de mi hijo si lo dejo con su madre?- le suplicó a su cuñada.

Durante varias semanas Mercedes preparaba el brebaje y Úrsula se ofrecía a entregárselo al muchacho; en estas cortas entrevistas y mientras planeaban una solución a ese desagradable trance, se despertó una simpatía entre ellos y Marko descubrió lo que era el amor desinteresado, el buen corazón y la lealtad.
Una mañana, muy temprano, Mercedes salió de la casa llevando con ella al pequeño.

-       -  Voy por tortillas pa´l almuerzo, no tardo- les dijo.

Pero al volver llegó sola. Tanto Úrsula como Marko la cuestionaron sin descanso sobre el paradero del niño y les repetía una y otra vez:

-          El chamaco hecho a correr, yo creiba que se había venido pa´ca.

Ocultaba que lo había entregado a la gitana a cambio de un peine y listones para el pelo.

Por la noche le dijo a Marko:

-      -  Como que ya me acuerdo onde lo deje… fue rumbo al cerro… ándale vamos por él.

El muchacho siguió a su mujer hasta llegar a lo más alto del monte y ahí fue donde Aniki y un hermano de la gitana aparecieron y entre los tres lo golpearon y le lanzaron al vacío.

Mercedes llegó a casa como desbocada y resollando fuertemente, al verla en esas condiciones uno de sus hermanos preguntó:

-          -  Ora tú, ¿qué te pasa? ¿de´ónde vienes así?, ¿on´ta el güevon de tu marido?

-        -  Pos se largó pa´con su raza… cargó con el ñiño, me eche a correr pa´quitarle al chamaco y ni lo alcance- contestó.

-         -  ¿Y Úrsula porque no te ayudó?

-       -  Pos esa ya ni  viene pa´ca, asiste nomás con  Macrina, ya se volvió bruja igual que ella…pero Úrsula es bruja de las malas... a la segura que le dio bebedizo a Marko pa´que me dejara.

-         -  Si güelve échala de aquí… de verda que no sirve ni pa´cuidarte- terminó diciendo el hermano.

Mientras tanto Úrsula que los había seguido rumbo al cerro, al ver caer a Marko rodando por la ladera corrió a auxiliarlo; le ayudó a incorporarse y ambos se dirigieron a casa de Macrina que al verlo tan herido en seguida lo atendió. Lo curó con hierbas, incienso y plegarias.

En el tiempo en que Marko se restableció, Úrsula permaneció a su lado enseñándole a leer y escribir; cuando el gitano se sentía triste tocaba la guitarra de la bruja y cantaba.

Cuando el hombre se recuperó decidieron irse juntos. Macrina les entregó un poco de dinero, comida, la guitarra, y dirigiéndose a Úrsula le dijo:

-        -   Te he dicho que ya no te tapes la cara, muchacha.

Pero las palabras de su madre las tenían tatuadas en el alma por lo que no hacía caso a lo que la bruja decía.

Les resultaba difícil encontrar trabajo, el dinero y la comida se acababan, por lo que al pasar por un pueblo, Marko se metió a una casa a robar, el botín no fue valioso, pero lo suficiente bueno para ellos: comida, zapatos, la cortina floreada con que ella se hizo un vestido; y el  mantón de manila y la máscara veneciana que usaría en los bailes.

Marko enseñó a Úrsula a bailar flamenco y zapateado mientras él cantaba y tocaba la guitarra; la chica aprendió rápidamente. Él se maravillaba al verla danzar con tanta soltura, moviendo el cuerpo sensualmente, se extasiaba observándola y sentía como su corazón latía de admiración y amor por ella.

Recorrían la región presentando este espectáculo en pueblos y pequeñas ciudades.

Sin embargo Úrsula no olvidaba las palabras de su madre:

-         -  Tapate esa jeta que espantas, ¿quién te va a querer ver así?... soterrate en un rincón.

Siempre que bailaba, cubría su cara con la máscara veneciana, temía horrorizar a la gente con su fealdad. El show resultó un éxito, ganaban dinero y eran aclamados. Recordó las palabras de Macrina:

-          -  Hijita, te veo como artista, recibiendo aplausos y tu esposo estará perdidamente enamorado de ti.

Marko no conocía el semblante de Úrsula. Pero esa noche después de presentar el espectáculo, estando en el cuarto del hotel, ya tendidos sobre la cama, acariciándose y a punto de besarse, el muchacho tomó entre sus dedos el velo y con mucha delicadeza lo dejó caer al suelo; ella  quedó descubierta y totalmente iluminada por los rayos de la luna que penetraban por la ventana.

Por primera vez  Marko vio su cara y sorprendido exclamó:

-        -  ¡Eres bellísima!

Y cubrió de besos ese inmaculado rostro.