jueves, 18 de julio de 2013

La piedra esmeralda

Karina Bendezú


Anabella vivía en la selva, en San Martín, al noreste del país. Allí pasaba horas jugando a  las escondidas con su hermana mayor. Su padre era el biólogo del lugar y ayudaba en el trabajo de la madre de Anabella, ella era una sanadora, y con sus yerbas mágicas curaba a la gente del pueblo de algún posible mal que le aquejase.

La familia de Anabella vivía en una hermosa casa de escaleras rojas a orillas del río Cumbaza, resguardada por altas montañas cubiertas de vegetación, la familia Reátegui, tenía caballos, perros guardianes y animales de granja en su propiedad, una hermosa extensión de tierra llena de plantas exóticas que crecían alrededor.

Anabella cumplía nueve años de edad y toda la familia planificaba una gran fiesta en la casa, en medio del jardín. Al día siguiente se iniciaron los preparativos del cumpleaños. Se adornó el lugar con pompones y mariposas de papel colgadas en los árboles. Se extendió el mantel blanco sobre la larga mesa y se adornó con voluminosos centros florales, servilletas de colores, vasos y platos con dibujos de mariposas, sorpresas para los invitados y los infaltables bocaditos salados y dulces para el deleite de todos. En otra mesa, se encontraba la torta de cumpleaños de Anabella, de tres pisos y decorada con muchas mariposas de color azul, imitando a las mariposas Morpho, oriundas de la zona.

Llegada la tarde, cada uno de los invitados formaron una larga fila para entregar los regalos a la niña. Anabella se veía hermosa con su corona de flores blancas y sus largos cabellos ensortijados que le caían sobre su vestido rosa de puntillas. La pequeña niña sentada en un viejo tronco, recibía uno a uno los presentes de sus cien invitados. La cara de sorpresa de Anabella al abrir sus regalos, hacía contagiar de emoción a todos. Por último, llegó el turno de su madre que le obsequió una cajita de caoba. Curiosa por ver su contenido, Anabella la abrió presurosa y en ella pudo ver una brillante piedra de color verde azulado.

-Hija mía, espero que te guste y sepas usarla sabiamente- es una esmeralda, herencia de mi madre y ahora es tuya para siempre -le dijo su mamá.

Anabella emocionada de ver la magnífica gema, le dio un beso en la mejilla a su madre en muestra de agradecimiento. Todos se acercaron para ver la joya, su hermana, su padre, amigas y los invitados. La esmeralda es conocida por ser una piedra preciosa de un maravilloso color verde esmeralda incomparable en el mundo de las gemas, pero también es famosa por sus propiedades curativas y por la buena suerte que lleva al portador.

Anabella tenía una amiga, Frida, con la cual compartía muchas aventuras. Asistían a la misma escuela y cada vez que podían se reunían en la casa de Anabella a jugar. Anabella jugó y se divirtió con sus amigos y sopló las velas pidiendo los tres preciados deseos. Llegada la noche, los invitados se fueron retirando uno a uno, Anabella cansada de tanto jugar, subió a la habitación y se recostó en su cama quedándose profundamente dormida rodeada de todos sus regalos.

A la mañana siguiente, la pequeña niña se despertó con los primeros rayos del sol y el canto de los pájaros. El padre de Anabella llamó a todos a desayunar y Anabella salió corriendo de la habitación. Compartieron una rica mesa servida con plátano frito y chicharrón, comida típica del lugar, algunas salchichas, un par de huevos y jugo de cocona. La hermana de Anabella quería contemplar nuevamente la piedra preciosa y con mucho entusiasmo le dijo a su pequeña hermana.

-¡Querida hermanita, muéstrame tu esmeralda, es tan brillante y hermosa que quiero verla otra vez! –expresó su hermana.

Anabella se dirigió a su habitación y minutos después se escuchó un grito seguido de llantos. Asustados, los padres y su hermana fueron a verla, la encontraron echada en la cama, llorando al lado de la caja de caoba. La hermana se acercó y cogió la cajita, en su interior no había nada, la piedra había desaparecido.

-¿Dónde está la piedra Anabella? -preguntó su hermana.

-¡No lo sé! -contestó Anabella -vine a buscarla para mostrártela y al abrir la cajita de caoba ya no estaba.

-¿Y si tal vez, al jugar con tus amigos olvidaron la piedra en otro lugar? -preguntó la hermana.

Anabella que era una niña muy cuidadosa, le respondió:

-No, la dejé aquí, adentro de la cajita, sobre mi cama y luego salí a jugar al jardín.

Los padres de Anabella y su hermana buscaron la piedra, buscaron y buscaron por todos los rincones de la casa sin encontrarla. Los papás llamaron a los invitados preguntando por la joya, ninguno la tenía. Anabella estaba muy triste y sólo quería recuperar el regalo de su madre, pensaba una y otra vez en los lugares donde había estado el día de su cumpleaños, pero ella recordaba no haber llevado la piedra consigo. Anabella sabía que la había dejado sobre su cama en su cajita de caoba.

A la semana siguiente del cumpleaños, después de clases, Frida fue a visitar a Anabella como de costumbre, las dos niñas jugaron al té y a las escondidas pero antes de que Frida regresara a su casa, Anabella le pidió que le ayudara a buscar su piedra, tenía que estar por algún lugar, no podía desaparecer así no más. Cayó la noche y Frida tenía que partir, la esmeralda seguía perdida.

El día del cumpleaños de Anabella, la abuela de Frida había caído enferma. La mamá de Anabella iba todos los días a su casa para curarla con sus hierbas y rezos y su padre le ayudaba con los  nuevos preparados de hierbas que conseguía en la selva. Pasaron los días y la abuela no mejoraba y la gema tampoco aparecía. Anabella sentada en el viejo tronco,  pensaba dónde podría estar la esmeralda, su madre al llegar a casa y verla cabizbaja se acercó a hablarle.

-Hija mía, no te preocupes por la gema, ya aparecerá y si alguien la encontró, sabrá darle el uso debido y el día menos pensado, volverá a ti -le tranquilizó su madre.

Al día siguiente, Anabella acompañó a su madre a ver a la abuela de Frida. Doña Rosa tenía cien años y era la mujer más vieja del pueblo. Frida estaba muy apenada y nadie la podía consolar, doña Rosa era su abuela favorita. Anabella decidió acompañar a su amiga en ese difícil momento. Al llegar a la casa de Frida, entró con su madre a ver a la abuela, se la veía muy pequeña en la cama y muy viejita con sus cabellos blancos y su carita pálida y algo triste. Anabella ayudó a su madre en la sanación, le colocó rosas en sus pies, prendió sahumerios y quemó algunas yerbas y maderas en una pequeña vasija de barro. Anabella ya había ayudado anteriormente a su madre en el ritual de sanación. La madre siguió rezando y frotando el cuerpo de doña Rosa con sales especiales.

Al salir de la habitación, Anabella vio a Frida muy triste y se acercó a consolarla. Anabella la abrazó y Frida afligida se echo a llorar en sus brazos.

-¡Perdóname Anabella, perdóname por favor! -le dijo Frida lloriqueando.

Anabella no entendía nada.

-¿Por qué tengo que perdonarte Frida?

-¡Yo me robé tu esmeralda, quería curar a mi abuela, pero no funciona, mi abuelita no se mejora!

-¿Dónde está la esmeralda? -preguntó Anabella.

- Esta debajo de la cama de mi abuela, intenté de todas formas curarla, pero no responde, la abuela esta peor -lloraba Frida.

Al escuchar tanto llanto, la mamá de Anabella salió de la habitación de la abuela y preguntó qué pasaba, Anabella le contó lo sucedido. La madre de Anabella consoló a Frida y se la llevó al patio a hablar con ella. Anabella entró a la habitación de la abuela y con mucho cuidado y sin hacer ruido, se agachó por debajo de la cama y encontró allí su preciada esmeralda. Anabella estaba feliz, la había recuperado al fin. Al levantarse y con la gema en la mano, la apoyó en el corazón de la abuela y rezó unas palabras que su mamá le había enseñado. De pronto la piedra esmeralda empezó a brillar hasta iluminar toda la habitación de un color verde cristalino. La abuelita abrió los ojos y le dijo: Estoy muy triste por mi nieta, ella llora mucho por mí, he vivido una larga vida llena de felicidad, pero ya estoy muy cansada y mi esposo me está esperando. Frida, al ver la luz verde que salía de la habitación de su abuela corrió a ver qué pasaba, y al llegar a la puerta, pudo escuchar las palabras que decía su abuela. Frida se acercó y le dio un beso en la mejilla, le tomó su mano y ambas se miraron a los ojos con mucho amor e inmediatamente después la piedra se iluminó aun más. Frida comprendió que su abuelita tenía que partir. Anabella sorprendida, lo observaba todo, retiró la piedra del pecho de la abuela y la luz se apagó.

Anabella salió de la habitación acompañada de su madre, que también había llegado hasta allí, dejando a Frida con su abuela. Ambas se quedaron un rato a solas, rememorando viejas historias juntas.

Doña Rosa falleció a los tres días, todos en el pueblo fueron al entierro. Una gran ceremonia se hizo en su honor. La piedra esmeralda pudo abrir el corazón de la abuelita Rosa y de su nieta Frida, porque ambas recordaron lo felices que habían sido todo este tiempo y la maravillosa relación que habían sembrado. Doña Rosa murió feliz al ver que su nieta ya no lloraba más y Frida amó más a su abuela por lo maravillosa que había sido toda  su vida con ella.

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