viernes, 29 de abril de 2011

Almas Encontradas

Ricardo Ormeño


                
                 Jorge se encontraba pensativo y algo cansado, el día en aquella emergencia se había cargado de tensión, la adrenalina siempre presente jugó un papel preponderante una vez más, no sólo en él sino en todo el personal, tal vez por ello la suculenta cena que minutos antes había disfrutado muy rápidamente, solo y sentado en aquella mesita de su habitación, como ganando cada segundo de tranquilidad, no era precisamente la mejor técnica para evitar una gastritis, pero él, siempre recordaba las enseñazas de sus maestros.-¡Doctores …siempre que tengan tiempo libre aprovéchenlo al máximo, no descuiden sus alimentos y duerman todo lo que puedan, porque  nunca sabrán con exactitud cuando podrán hacerlo!.-sentenciaban aquellos viejos profesores. Decide alejarse un poco de aquel ambiente frío, de paredes de color gris, siempre limpias y de un brillo muy especial que sólo logran las mayólicas europeas; ve el oscuro pero grande jardín y desea dar un pequeño paseo. Jorge, no te olvides que eres médico, y no deberías fumar. De pronto su placentera meditación se ve interrumpida por aquella voz que emanaba por todos los rincones de la clínica.

-¡Doctor Frías…doctor Frías…acercarse a emergencia! –Ordenaba muy sensualmente aquella fantasmal dama. Jorge avienta rápidamente la colilla al jardín y acude,  casi trotando a aquel ambiente frío y brillante.
    
                 Aurelio se encontraba preocupado y a la vez desconcertado, por un lado la felicidad le embargaba, había podido comprar ese día , su primer auto, aquella vieja máquina inglesa y por ello estaba emocionado no importándole que sus amigos no deseen subir a ella por lo vieja, de apariencia algo deteriorada y de color mostaza , felizmente de tono opaco por los años, sin embargo no eran detalles importantes, un poco de pintura y uno que otro arreglo serían más que suficientes , al fin y al cabo sabía que cualquier máquina motorizada obtenida por un universitario de último año, era siempre bienvenida, definitivamente ésa no era su preocupación , pero sí Carolina, su novia, quien se encontraba sentada a su lado y no hablaba, sólo se limitaba a levantar su mano derecha llevando a su boca  un trozo de chocolate para luego volver a dirigirla a ese gran paquete entre sus piernas y romper bruscamente otro trozo para devorarlo de igual manera. Los novios no se hablaban, no festejaban la adquisición de aquel singular auto, tan sólo esperaban encontrar el momento y el lugar para tratar sus diferencias.

                 Fabio Brescia, importante arquitecto en alguna época, se encontraba disfrutando, del retiro de las grandes construcciones, así como también de las comodidades que sólo le podían ofrecer una gran casa, bien amoblada y en una prestigiosa zona residencial, sin embargo su tranquilidad en horas de la noche siempre se veía interrumpida por temores propios de una ciudad insegura y los veinte cigarrillos eran sus únicos aunque temporales aliados. Fabio no exageres, total tu no quisiste acompañar a tu familia a aquella reunión.
 
                 Aurelio llegaba a su destino, la nueva casa de Carolina, y el tiempo se le terminaba, así que decide estacionar su viejo vehículo, tres casas antes y debajo de un gran árbol donde intenta romper el hielo.

-¿Me invitas un poco de tu chocolate? , sabes que son mi pasión –preguntó Aurelio.
-¡Claro que sí! -Respondió Carolina tratando de ocultar su deseo de sonreír.

                  Transcurrieron los minutos y las diferencias se fueron disipando paulatinamente y con ello aparecieron los abrazos, los besos, las palabras de amor, cariño, dedicación y fidelidad creando una atmósfera de real y verdadera pasión.

                               El otrora famoso arquitecto toma su celular rápidamente y realiza una llamada sumamente ansiosa a su hijo.
-¡Carlos!... ¡Carlos!... ¡Aló!... ¡Aló! –Llamaba Fabio desesperado cogiéndose la cabeza con una de sus manos.
-¡Sí papá!... ¿Qué pasa? –Respondió su hijo Carlos.
-¡Están allí!... ¡Están allí!... ¡Han vuelto! –Informaba el arquitecto.
-¡No hagas nada papá!... ¡Voy para allá! – Ordenó Carlos.
-¡No hijo!... ¡No hay tiempo!... ¡Esta vez no va a pasar!... ¡Una vez más…no! –Respondió Fabio cortando intencionalmente la comunicación.

                  Aurelio y Carolina se encontraban reconciliados, había bastado unos treinta minutos para  encontrarse ahora abrazados, conversando acerca de sus planes para el fin de semana próximo .Así Carolina lo invita a culminar el recorrido y entrar a su casa donde le prepararía los langostinos al horno que tanto le gustaban, es entonces que Aurelio decide encender su viejo auto el cual se porta a la altura de las circunstancias, arrancando las risas de la simpática pareja.De pronto la felicidad de aquellos jóvenes se ve interrumpida por la estrepitosa aparición de un gran vehículo girando por la esquina desde donde se oyen dos disparos  impactando uno de ellos en la luna posterior del auto de Aurelio logrando romper el vidrio y salpicando por todas partes los gruesos restos de aquella antigua luna.

-¡Acelera Aurelio que nos matan!… ¡Nos matan! –Grita Carolina.

                 Aurelio pone en movimiento su querida máquina pisando a fondo el acelerador, logrando llegar a la esquina más próxima cuando al girar, su puerta  es alcanzada rápidamente por cuatro impactos de bala.
-¡Mi pierna!... ¡Le dieron a mi pierna! –Advierte Aurelio desesperado.
-¡Acelera Aurelio por dios! –Suplica Carolina.
-¡No puedo!... ¡No puedo! Responde Aurelio mientras estrellaba su auto contra un poste de alumbrado público al no poder controlar ni el vehículo, ni su pánico.

      El pequeño auto es entonces alcanzado por el vehículo agresor de donde hace su repentina aparición, el extraño conductor que no duda en correr hacia ellos.
-¡Nos matan Aurelio!... ¡Nos matan! –Grita Carolina llorando desesperadamente.
-¡No puede ser! …¡Perdónenme!… ¡Perdón!... ¡Ha sido una equivocación! –Suplica el terrorífico personaje.
-¡Está loco!... ¡Este viejo está loco! –Afirma Aurelio con angustia.
-¡Maldito…maldito loco! –Sentencia nuevamente Carolina sollozando.
-¡Debo llevarlo a la clínica!... ¡Rápido…no hay tiempo!... ¡Allá arreglamos todo esto!... ¡Por favor debo llevarlo!... ¡Vamos ya! -Suplica el agresor.

                          La emergencia de la clínica Santa Felicia se hallaba tranquila, el joven médico que se encontraba sentado en su escritorio sólo tenía en mente terminar de jugar con el caramelo de mentol que tenía en su boca y disipar al máximo aquel aroma a tabaco, cuando de pronto siente el fuerte sonido metálico de aquella puerta batiente, el corre hacia ella y encuentra en la camilla al joven universitario herido de bala.
-¡Está loco doctor!... ¡Está loco doctor! –Exclamaba Aurelio.
-¡Calma…calma!... ¡Ya estas aquí!..¡Y no estoy Loco! –Bromeó el doctor Frías, logrando arrancar una leve sonrisa a Jorge.
-¡No doctor, el viejo que está allí!  -Exclama tratando de levantar la cabeza.

                            En medio de tanto alboroto en la emergencia de aquella clínica, perteneciente a una antigua  congregación de religiosas Europeas, aparece  la hermana Cristina encargada de ese servicio, algo encorvada, con su hábito blanco y con aquel brillo tan especial que emanaban de sus intensos ojos azules, se dirige hacia la oficina principal después de haberse cerciorado que Aurelio era bien atendido y que se encontraba  en Rayos X. Al acercarse a su oficina levanta la mirada con dificultad y sonríe.
-¡Don Fabio!... ¡Que gusto ver por aquí a nuestro vecino! –Saludó la hermana casi susurrando.
-¡Hermana!... ¡He cometido una locura!… ¡Una grave equivocación! –Responde el arquitecto pasando a narrarle los hechos con lujo de detalles a Sor Cristina.
-¡No se preocupe, hable con el doctor Frías primero…necesita sus datos! –interrumpe la hermana.

                            El doctor Frías observa detenidamente la radiografía frotándose su gruesos bigotes como acariciándolos y se siente tranquilo al observar que la bala de pequeño calibre se encontraba en el muslo izquierdo habiendo alcanzado sólo tejidos superficiales, parecía que la cantidad de chocolates ingerida por Aurelio durante años le había servido para crear un interesante acolchado de tejido graso, no sólo en sus muslos sino en todo su cuerpo. Así que el doctor ante la presencia de Fabio Brescia, lo saluda y lo hace pasar a su oficina  quien ahora después de disparar como loco; se encuentra realmente confundido y asustado.
-¡Señor. Brescia!… ¿Qué fue lo que sucedió? –Preguntó el galeno.
-¡Mire doctor, hace como un año fuimos asaltados mi familia y yo, robaron todo lo que pudieron de nuestra casa!... ¡Estuvimos amordazados durante varias horas!... ¡Fue horrible doctor!.... ¡Mi familia aterrada!... ¡Podían matarnos!… ¡O violar a mi hija!... ¡O…a mi esposa! –Narraba subiendo el tono desesperadamente el arquitecto.
-¡Muy bien señor Brescia! y ¿Hoy qué pasó? –Preguntó el doctor.
-¡Ví por la ventana que un auto muy sospechoso  se detenía a varias casas de la mía y pensé que podían ser ellos de nuevo! –Acoto Fabio.
-¿Quiénes ellos? –Preguntó el doctor.
-¡Los que nos asaltaron! …¡Fue igual un auto viejo nos observó por varios días! …¡y no  podía permitir que vuelva a pasar!... ¡Tenía que detenerlos como sea! –Explicaba totalmente convencido de sus actos el arquitecto.
-¡Bien no se preocupe, felizmente no es nada grave, vendrá el cirujano y atenderá al muchacho, gracias por su información y espere afuera por favor! –solicitó el doctor muy calmadamente.

                  De pronto irrumpe bruscamente Carlos, hijo del arquitecto quien lo abraza muy fuerte.
-¡Papá! …¿Qué has hecho? …¡Te dije que no salieras! –Preguntaba a su padre totalmente desesperado.
-¡Tenía que hacerlo hijo!… ¡No iba a permitirlo otra vez!… ¡Y tú lo sabes! –Respondió ofuscado Fabio.
-¡Ay papá! –Responde Carlos, abrazando a su padre nuevamente y llevándolo hacia una pequeña sala de espera.

                   El doctor y la hermana Cristina se encontraban al lado de Aurelio y su novia Carolina ya un poco más  tranquilos y  a la espera de la llegada del cirujano que extraería la bala,  de pronto se oye como si se rompiera una puerta, un hombre alto corpulento de unos sesenta años de edad, atropellaba a todos incluso a los guardias de seguridad logrando ingresar a la sala de emergencias.
-¡Dónde está ese maldito!.... ¡Yo lo mato! –Advertía aquel personaje alzando su brazo derecho empuñando una pistola.
-¡Papá!... ¡Nooooo! –Grita desesperado Aurelio al ver a su padre, el cual es rodeado por todos los lados, derecho, izquierdo  arriba y abajo por guardias, enfermeras, el doctor frías y hasta la religiosa, todos tratando de evitar una desgracia mayor. Hasta que logran calmarlo un poco sujetándolo contra la fría pared,  al menos lo suficiente como para  aceptar tomar un ligero sedante.

-¡Mire hermana!… ¡La verdad es que! –Exclama el padre de Aurelio, siendo interrumpido.
-¡No se preocupe!... ¡Vaya con el doctor Frías a la oficina! –Acotó la hermana en tono bajo y calmo como de costumbre.
-¡Tome asiento! …¿Su nombre por favor? –Preguntó el doctor.
-Federico Aramburú –Respondió el avergonzado padre de Aurelio.
-¿Qué le sucedió señor Aramburú? –Preguntó el médico.
-¡No lo sé doctor, sólo es que no iba a permitir que pase otra vez! –Comentó Federico.
-¿Qué pase que cosa señor? –Preguntó muy suavemente el doctor empezando a percibir un sonido algo familiar en esas declaraciones.
-¡Aurelio es mi único hijo doctor ¡…¡Es lo único que me queda!...¡A mi esposa la perdí hace dos años …sufría de Cáncer! …y…. ¡A mi hija también la perdí!..¡La perdí!….¡Murió!...¡Murió!….¡Murió en una balacera en la calle!... ¿Me entiende?… ¡Por favor! … ¡Ella no tenía que morir!... ¡Venía en su auto desde la universidad y se cruzó con esa balacera infernal!... ¡Doctor ayúdeme se lo suplico!

                 Un año después el doctor Frías se encontraba soportando el intenso frío nocturno en aquel gran jardín de la clínica Santa Felicia, el día de trabajo una vez más había sido muy duro y él prefería aprovechar esos minutos valiosos de tranquilidad para fumar un cigarrillo, siempre a escondidas .Una bella voz pero siempre algo fantasmal resuena por todos los rincones de dicho nosocomio.
-¡Doctor Frías!... ¡doctor Frías!... ¡Acercarse a emergencia!-ordenaba una vez más aquella sensual voz femenina. Jorge avienta la colilla de cigarrillo y corre hacia la emergencia acompañado del escalofriante sonido de una sirena producido por la veloz ambulancia que acababa de arribar .Entra a la emergencia empujando intensamente las puertas batientes como si estas fueran un obstáculo para llegar a la meta y encuentra en la camilla a Federico Aramburú, padre de Aurelio , quien recordando al viejo arquitecto que desde hacía buen tiempo se encontraba en una casa de reposo , vigilaba constantemente las solitarias calles de su vecindario en las frías noches de invierno , misión que se le había ocurrido cumplir de manera voluntaria desde la ventana de su hogar luego de comprender, con el paso del tiempo, que el terror que había sufrido el famoso arquitecto, no era algo solamente atribuido a los orates, sino un peligro real y latente, es así que logrando divisar aquel día un auto en las sombras, estacionado a escasos metros de su casa y ante la demora de la llegada de la policía, decide acercarse para sugerir que se movilice el extraño vehículo de aquella área. Al aproximarse rápidamente, dos metros antes observa como se desliza la luna de la ventana posterior de donde se escupe una intensa y repentina luz acompañada de un estruendoso ruido, fogonazo que rasga la oscuridad produciéndole un intenso ardor en el vientre, ardor que se convertiría una hora más tarde en una mortal herida.

El hechizado


Gianfranco Mercanti


A los cuarenta años, cuando los caminos de mi vida se habían aclarado, y alcancé todas aquellas cosas que anhelé al iniciar mi vida profesional, empecé a sentir una inexplicable fatiga, mis amigos y compañeros de trabajo me decían que me veían pálido, que quizá estaba trabajando en exceso, que no estaba alimentándome bien, pero sabía que no era así, y decidí acudir a una importante clínica, ya que podría tratarse de algo grave.

Empecé a sospechar de la naturaleza esotérica del mal que me aquejaba,  cuando pese a los exhaustivos análisis y pruebas que me hicieron, los médicos no encontraban en mi cuerpo enfermedad que explique la progresiva debilidad de mi sangre. Mis glóbulos rojos morían espontáneamente en grandes cantidades. Luego confirmé que se trataba de un poderoso hechizo cuando visité a doña Hilda en una antigua casona del centro de Lima.

Una joven me recibió en la puerta y me hizo pasar a un oscuro salón de techos altos en cuyo ambiente se respiraba una mezcla de mirra y palo santo. El escritorio afrancesado, los estantes de madera y la alfombra floreada mostraban claramente el paso de los años. Repentinamente entró la voluminosa mujer vestida de negro, y cuyos poderes –según me habían dicho- eran producto de un pacto con los muertos.

Recuerdo el pánico que sentí cuando doña Hilda,  tras consultar al tabaco, moviendo negativamente la cabeza me dijo que ella nada podía hacer contra ese poder maligno que me mataba lentamente; y que, únicamente la fuerza de un Apu de la serranía podría, si me ganaba su buena voluntad, contrarrestar tan diabólica energía que, según su experiencia, había sido invocada en la laguna negra de las huaringas.

-Has perdido mucho tiempo –me dijo suavemente mirándome con ternura a los ojos- debes partir cuanto antes y te aconsejo que sea al Cuzco, donde los apus aún conservan intactos sus poderes.

-Podrá acompañarme señora –le pregunté temeroso – no conozco de estas cosas, e imagino que habrá algún ritual que realizar, usted dirá el costo, haré cualquier esfuerzo por mi vida.

-Imposible, ya mi corazón no soportaría un viaje a la altura, pero ven mañana y te daré una pócima y una ofrenda, en cuanto al ritual, escoge un lugar solitario y simplemente sigue el dictado de tu corazón, el costo me lo pagarás a tu regreso.

Días después, partí de madrugada hacia el Cuzco en un vuelo comercial, estaría en la ciudad un día y luego enrumbaría hacia ¨Machuracay Tambo¨. En mi mochila, además de mis efectos personales, traía el bebedizo de Ayahuasca, que me permitiría hablar con el Apu, y la ofrenda que presentaría: Un paquete conteniendo una cadena de plata, para amarrar la luna –me había explicado doña Hilda- además, hojas de coca, de tabaco, una pequeña vicuña de arcilla, y chicha de jora en una botellita, para contentar al Apu.

Tras dos días de fatigoso viaje desde la ciudad de Cuzco, siguiendo la cordillera del Vilcanota, llegué al atardecer a ¨Machuracay Tambo¨, un pequeño y acogedor albergue para montañistas, sobriamente decorado con textiles y artesanías cuzqueñas, ubicado al pié del Apu a más de cinco mil metros de altura. Para ello, y con un pago adicional, había conseguido hacer todo el trayecto a caballo, en realidad no hubiera podido lograrlo a pié, como mis demás compañeros de viaje, jóvenes turistas rebosantes de energía, que vienen desde lejos a conocer la impresionante belleza de nuestros nevados.

El paisaje era dramático, en la soledad de la puna, y en la llanura, el nevado Ausangate se erguía poderoso y blanco, el cielo despejado iba tiñéndose de rojo profundo, mientras la luna llena se asomaba amarillenta en la lejanía. El aire enrarecido de la altura me había afectado mucho, sentía un agudo dolor de cabeza, nauseas, y arritmia en el corazón. Busqué descansar un poco en el camarote del cuarto compartido, y puse mi despertador a las once de la noche, debía aprovechar la luna. Mis ensueños estuvieron llenos de pesadillas, de presencias horribles que me atormentaban.

La alarma del despertador me indicó que había llegado la hora de iniciar el ritual, de inmediato tomé el bebedizo, un liquido espeso de color marrón y  sabor amargo, que me dio arcadas, lo apuré hasta la última gota, me abrigué con dos casacas y un poncho, y salí del tambo con dirección al Apu, el frío y el viento me azotaban indolentes.

-Apu Ausangate, protector del imperio incaico y de las panacas reales,  he venido a ti a presentar una ofrenda y pedirte por mi vida -dije con voz temblorosa y entrecortada, mientras me arrodillaba en la tierra y colocaba el paquete entre unas piedras rojizas. La oscuridad de la noche me cubrió, sentí vértigo y una luz blanca y esférica  apareció  frente a mí, dentro de ella estaba un viejo como labrado en piedra.

-Es el Apu- pensé, tratando de repetir mi invocación, pero no pude, supliqué entonces con el pensamiento y con mis lágrimas.

El viejo se acercó a mí, le extendí los brazos, mi corazón palpitaba desenfrenado, tocó ligeramente mis dedos con sus manos, una energía terrible me sacudió, mi cuerpo se movía y temblaba conmocionado. Lo último que recuerdo es que vomité un líquido oscuro y nauseabundo, que al caer a la tierra se convirtió en una serpiente negra, que se alejaba de mí.

El frío me trajo nuevamente de la nada. Al recuperar el conocimiento, mi reloj marcaba la una y diez de la madrugada, la ofrenda ya no estaba. A duras penas llegué al tambo, y así vestido me acosté. No tuve sueños, y al despertar a las nueve de la mañana, ya no tenía soroche, toda mi antigua fuerza, y mi apetito habían regresado, supe sin lugar a dudas que el Apu me había salvado.

miércoles, 27 de abril de 2011

Vamos a salir adelante

Oscar Pastor

Los últimos días de noviembre, Juan Diego Callapaza viajo a Anta, provincia cercana a la ciudad Cusco, quería asegurarse que el campamento se instale en el tiempo programado e iniciar la construcción de obra en el menor tiempo, contrató más de veinte personas, fue atendido por el alcalde y otras autoridades, al hotel donde estaba hospedado llegaron decenas de jóvenes de ambos sexos a solicitarle trabajo y ofrecerle algunas atenciones que como en otras ocasiones rechazó. A medio día del jueves viajó con unos trabajadores hasta Hurocondo, le habían hablado tanto de los lechones al horno que no resistió la tentación de probarlos, el corto viaje le abrió el apetito y no se cansó de preguntar con que podría acompañar el plato de bandera; sus expectativas fueron satisfechas en exceso, la tarde en compañía de amigos de reciente factura como los llamó y varias cervezas lo hizo más conversador, uno de los trabajadores que le empezó a guardar admiración le preguntó:
- ¿Ingeniero, usted es de Lima?
- Si, mis padres son de Huancavelica y Abancay, -la nostalgia llegó sin que la llamen, Jota como lo llamaban en su oficina, se sentía libre de preocupaciones- ya que se presenta la oportunidad les contaré algunas cosas que siempre las he guardado solo para mí, es hora de sacarlas. He vivido toda mi niñez y juventud en un asentamiento humano ubicado por la carretera central de Lima, las casas desafían la gravedad y la estabilidad del cerro, hace treinta años o más, mis padres llegaron junto con una oleada de provincianos y no tuvieron más remedio que convertir un terreno hostil en su morada, desde que Cascajal nos recibió con los brazos cerrados y sin servicios públicos, un camino zigzagueante blanco de tanto recibir pisadas apuradas era todo, el agua la recibíamos de un caño ubicado en la parte más baja del cerro, cuando jóvenes me acuerdo -prosiguió Juan Diego-, teníamos la desesperación por asistir a cualquier instituto técnico a estudiar, queríamos salir adelante, y estudiar era la única forma de abandonar el cerro.
El relato impresionó a los invitados, en silencio se pasaban lentamente el vaso de cerveza y escuchaban atentos todo lo que venía del ahora llamado jefe.
- Soy hijo único, recuerdo mi infancia llena de rasmillones, mi juventud entre el colegio y la cancha de fútbol, mi adolescencia en el instituto y después mi primer trabajo, recuerdo muy bien la fecha que deje mi casa, el dos de febrero, mi cumpleaños, viví en cuartos alquilados que los cambiaba cada vez que empezaba una nueva obra, empecé a trabajar como ayudante de almacén, luego almacenero, asistente de administrador, administrador de obra y acepté todos los cargos que me ofrecieron, aprendí como resolver situaciones complicadas, tomaba decisiones, al comienzo con algo de temor y después sin consultar a nadie, como ahora siempre he buscado ser amigo de mis trabajadores.
- Gracias ingeniero, interrumpió el más delgado de los presentes.
- Me acuerdo un día, había un flaco igual que tú, un gran pendejo, me invitó a tomar una cerveza para celebrar el vaciado de la loza, le acepté la invitación y brindé -levantó el vaso de cerveza que tenía en la mano y continuó- espero que no se venga abajo carajo, con rima para que no se olviden -les dije-, me contestó, vamos a dormir debajo carajo, con rima para que no desconfíe.
Hizo una pausa para acomodarse en la silla, mientras se sonreía junto con sus acompañantes, cambió de posición para no seguir recibiendo el sol en la cara.
- Las veces que regresaba al Cascajal a visitar a mis padres, los vecinos me pedían trabajo y ayude a muchos, estaban orgullosos y creo que por eso no podía acercarme a ninguna muchacha, si lo hacía se rompía el encanto, como un estúpido pensaba que tenía que ser diferente y me dedique a trabajar, -la reunión fue interrumpida por la llegada de dos jóvenes del lugar, saludaron a todos y con algo de vergüenza se sentaron juntas.
- Bienvenidas muchachas, ahora ustedes cuénteme como es la vida por aquí.
- Bien ingeniero, no queremos interrumpir, continué por favor, -contestó una de ellas.
- En todos estos años he leído todo lo que ha caído a mis manos, desde Miguel Angel Cornejo a Depaak Chopra, en pocos años, tal vez diez he cambiado los botines punta de acero por los zapatos, el mameluco y casco por la camisa blanca, los planos y escalímetros  por los cuadros en Excel y los informes de avance de obra, por eso he venido por aquí, ya me cansé de las oficinas, quiero regresar a las obras, quiero volver a vivir como ustedes, tranquilos y sin más preocupaciones que el lechón que está muy bueno.
La tarde se amplió hasta la noche, el frío obligaba tomar algunos tragos cortos, la cerveza fue dejada de lado, el frío y la oscuridad o la media luz del parque ecológico recreacional, lo acercaron a una de las invitadas y se enfrascó en una conversación sin fin, casi a la media noche, su chofer se acercó para recordarle de su viaje de regreso a Lima, tenía que llevarlo a descansar, con dificultad para caminar subieron a la camioneta y regresaron al hotel de Anta.
El día amaneció con el frío de siempre y con una compañía que no podía explicar y que tampoco quería despertar, en realidad hacía mucho tiempo que no recordaba haber pasado una noche en compañía, pasaron unos minutos antes que el chofer toque la puerta, el ruido le ahorró los saludos, se dirigió al baño con la vista fija en el suelo, se duchó tan rápido que no tuvo tiempo para ensayar ninguna respuesta, ya en el dormitorio se enfrentó a una situación a la que no estaba acostumbrado.
- Tengo que viajar
- Si me lo dijiste anoche, ¿cuándo vas a regresar?
- No sé
- Si no quieres volver a verme es mejor que me lo digas.
- No es eso, estoy algo confundido
- No tanto como yo, si pudieras recordar todo lo que me dijiste sería diferente
- Vamos a Lima, allá conversamos con calma
- ¿Estás seguro de lo que me estás pidiendo?, seguro que ni siquiera recuerdas mi nombre -le contestó aún desde la cama.
- Sí, estoy seguro de lo que te estoy pidiendo, no me preguntes nada, ya habrá tiempo para contarnos muchas cosas.
- Una relación no tiene condición, si quieres una compañía que no hable, lleva un perro
- Pero ladra -le cortó con algo de sorna y autoridad-, dime si quieres viajar para pedir el pasaje.
- Si quiero viajar, pero hoy día no. Cuando vuelvas a Anta si lo haces, me llamas.
Se despidieron con un beso en la boca, Juan Diego tomó el maletín con la Laptop y salió sin voltear la vista, en el trayecto al aeropuerto pensó muchas cosas, sobre todo en la posibilidad de iniciar una relación formal, de esas que hasta ahora le había sido negada.
Nunca había salido de vacaciones, el trabajo ocupaba todo su tiempo, había escuchado decir que las vacaciones son para divertirse y conocer nuevas amistades; no tenía la más mínima idea de cómo acercarse a una mujer que no conocía, sus compañías femeninas por lo general recibían un pago pactado previamente.
Durante el vuelo de regreso, pensaba que hacía algunos años que soñaba con salir adelante, estudió duro, durmió poco, ayudo a cuantos pudo y ahora que todos creían que estaba en la cima, en el lugar más alto que cualquier muchacho del Cascajal podía soñar, se sentía extraño, raro ansioso, se había esforzado tanto para llegar, que empezó a dudar si ese era el destino que había perseguido en los últimos años. Salir adelante no era la casa o el carro que compró, o las reuniones almidonadas con gente que como él defendían intereses ajenos, se ilusionó con aquella muchacha de la que conocía poco, pero se la imaginaba en todas las formas.
Juan Diego, llegó a la oficina antes de las diez de la mañana del viernes, revisó en unos minutos toda la información pendiente y antes de las doce del día ya estaba en la oficina del ingeniero Domínguez, amigo y gerente de la empresa.
- Tato –empezó un breve informe-, el campamento de la obra de Anta ya está instalado, debemos cumplir el cronograma mucho más rápido de lo que dice el expediente, por seguridad mañana regreso para asegurarme que no surjan problemas. Las cosas de Lima las tengo controladas -le dijo con la seguridad de siempre-, hay muchas posibilidades de conseguir nuevas obras por allá.
- Espera compadre, -le contestó el gerente, levantándose de su escritorio- como es que mañana regresas al Cusco, aquí tienes un montón de cosas pendientes, quién se va hacer cargo, cual es el apuro para regresar, mejor te quedabas un día más y punto.
- Todo lo tengo arreglado, ya te he dicho, no hay de que preocuparse -luego le lanzó una pregunta- ¿Tú no quieres viajar a Cusco?
- No me entiendes Jota, te necesitamos aquí.
- Creo que allá soy más útil. Tato no te has dado cuenta que allá hay muchas posibilidades, las instituciones tienen mucho dinero.
- Seguro, -le interrumpió- pero de las ventas y los concursos públicos se encargan otras personas, aquí te necesito, si estamos como estamos es por qué has hecho las cosas bien en obras, no en ventas, -algo contrariado y tomándole el hombro, continuó- está conversación no me gusta, por lo general no tenemos punto de vista diferentes.
- Como te digo Tato, quiero vacaciones, dame un par de meses.
- Eso es diferente, vete un par de semanas al Caribe, a una playa del norte, que te compren el pasaje ahora mismo, pero no me jodas, la obra del Cusco era para ti hace algunos años, es muy pequeña.
- Más tarde volvemos a conversar, -insistió-  puedo trabajar mientras estoy de vacaciones.
- ¿Quieres vacaciones o tienes algún interés, de esos qué hace tiempo no llegan?
- Quiero vacaciones, lo que haga en esos días no lo discutiré
- Tranquilo compadre, tómate unos minutos y luego seguimos conversando
El sábado a primera hora, el avión con Juan Diego a bordo aterrizó en el aeropuerto Velazco Astete de Cusco, el chofer de la compañía lo esperaba con algunas noticias, antes de darlas se enteró que su jefe no llegaba al Cusco a ver la obra. Jota se hospedó en un hotel de varias estrellas, luego saco de su bolsillo una carta que debía ser entregada a su amiga de la noche del jueves, le ordenó al chofer que no regrese al Cusco sin ella.
Antes de medio día el chofer entró al hotel con Elena, que traía tomado de la mano a un pequeño de aproximadamente tres o cuatro años que no  se cansó de juguetear durante el viaje, junto con ellos una señora mayor de grandes polleras. Juan Diego las miró y tragó saliva varias veces, cuando las tuvo en frente las miró por encima de los lentes y sin levantarse les estiró la mano para saludarlas y les pidió que tomaran asiento, luego de una pausa les preguntó.
- Quieren tomar algo, un té o gaseosa. A tu hijo le puedes pedir un jugo -le habló a la recién llegada mientras miraba con curiosidad al pequeño.
- No es mi hijo, es mi sobrino, mi hermana falleció al dar a luz.
- Perdón, es que no me diste tiempo, fue tan rápido, perdóname por favor.
- Siñor, -interrumpió la señora- el  hombre no pide perdón, tampoco agacha la cabeza. Por qué quiere ver a Ilena, por qué quiere llevarla a Lima.
- Elena -recordó su nombre- quiero conversar contigo un momento, dile a tu mamá que nos deje solos por favor.
- No es mi mamá, es mi tía, no tengo mamá -la segunda respuesta fue como una bofetada.
- Perdón, dile a tu tía que nos deje unos minutos.
- Siñor, el hombre nunca pide perdón, ya me voy -se levantó, tomó al pequeño de la mano y salió hacia el patio del hotel.
- Hace dos días querías llevarme a Lima, ahora me haces venir como loca al Cusco, que está pasando por tu cabeza, -preguntó la mujer.
- Nada en especial, te dije que volvería y yo siempre cumplo con lo que digo.
- No te vayas por las ramas, algo está pasando por tu cabeza, quiero saber que es, quiero saber que quieres.
- ¿Te quieres casar conmigo?
El aroma de los gladiolos de la pequeña sala de recepción era lo único que se podía sentir, el silencio era absoluto.
- Que tienes, estas loco, -le respondió con la voz entrecortada- ni siquiera sabes mi nombre, hace un diez minutos creías que Javiercito era mi hijo, que mi tía Margarita era mi madre. Conozco muchos locos, pero tú, ay ingeniero eres el mejor de todos.
- Tú tampoco me conoces, no soy ingeniero -le dijo lo que siempre trataba de ocultar-. Soy un muchacho que con su esfuerzo salió adelante, se hizo de un trabajo y dejó de lado la vida, dejó de lado a sus padres y a sus amigos, nunca como ahora tengo la seguridad de lo que quiero hacer, no me interesa tu pasado, por eso te dije que no quiero preguntas, tampoco las voy hacer, solo dime si te quieres casar conmigo -le volvió a preguntar.
- Vives en Lima, debes conocer a miles de mujeres, a mi no me conoces, la noche del jueves llegaste totalmente borracho y te quedaste dormido antes de llegar a la cama, no me conoces -le repitió mirándole fijamente a los ojos-, he venido a decirte que no quiero ilusiones, déjame en el campo con mis cuyes y mis vacas. Ya he sufrido bastante y no quiero volver a sufrir. Hace unos años cuando termine el colegio mi tía quería que estudie en la universidad y me trajo al Cusco a la casa de uno de sus compadres, allí me convertí en sirvienta, realmente en su esclava, comía las sobras, me levantaba primero que todos y me acostaba al último, a veces me tiraban unas monedas, el poco tiempo que me quedaba lo usaba para estudiar, cuando regresaba a mi comunidad sonreía, todos creían que vivía en el paraíso, que mi futuro sería diferente, era un ejemplo, por primera vez lo digo, no era cierto, no era feliz, pero no podía fallarle a mi tía que me dio todo, solo quería salir adelante, ahora soy profesional, y no sé si le he cumplido como ella quería.
Todavía no se habían dicho todo, Jota levantó la mano como queriéndola hacer callar, quería hablar.
- No soy ingeniero, escucha por favor, hace muchos años empecé a trabajar en la empresa, creo que lo he hecho bien, tengo muchos profesionales a mi cargo, al igual que tú estudié y deje de hacer muchas cosas por salir adelante, nunca hasta hace un par de días me fijé en una mujer, nunca pensé en tener una familia, la que tuve no me trae los mejores recuerdos, prefiero imaginarme que eres todo lo poco que he soñado y que tú también sueñes que soy todo lo que te imaginas -se acercó a ella y la tomó de los brazos-, salir adelante es un sueño que no tiene fin, creo que es un sueño que comienza todos los días, no te conozco, tú tampoco me conoces pero lo que has vivido es lo mismo que yo. Algo me decía que somos iguales, juntos podemos salir adelante, Elena no me interesa tu pasado, cásate conmigo.

Taquetantos

Oscar Pastor

No era la hora que Julián solía despertarse, el día recién asomaba y junto con él un adormecedor zumbido que iba en aumento, más pudo su curiosidad que la costumbre de acicalarse apenas abandonaba el aposento real, como solía llamar a su cama, corrió la cortina de la ventana, no hizo el menor gesto por el polvo que salpicó su cara, se acercó todo lo que pudo  al vidrio y llenó el cuarto con un ¡Puta madre! a secas, los dedos índices como plumillas limpiaron sus ojos con rapidez y nuevamente se acercó a mirar por la ventana, un ¡Puta que tantos! más fuerte debió despertar a los que aún seguían dormidos cerca a la casa; los nudillos de ambas manos masajearon sus ojos, salió al balcón, esta vez no había duda ¡Taquetantos!, -gritó- al ver una pared humana que avanzaba con paso cansino, levantando un polvo infernal, Julián bajo de tres trancadas las débiles escaleras de madera y salió corriendo por la calle gritando.
- Taquetantos, taquentos.
La mañana amenazaba calurosa, los cerros cercanos mostraban un marcado claro oscuro dibujado por el sol, los pájaros que empezaban la mañana con sus alegres cantos se callaron en favor de los perros que anunciaban con fuertes ladridos su temor, los vecinos de la casa de Julián, unos jóvenes recién casados, salieron a la calle aún en ropa de dormir y no tardaron más de dos segundos en cerrar la puerta, una vez dentro se pusieron a rezar detrás de ella, en las casas vecinas los mayores abrazaban a los pequeños en silencio y se escondían en cualquier ambiente seguro, otros se quedaban perplejos mirando como el polvo invadía el ambiente y detrás de este un grupo de andrajosos que caminaban medio encorvados y balanceándose de un lado a otro, sus brazos parecían más largos de lo normal, su rostro color aceituna y negro guardaba los ojos hundidos y algunas marcas de sangre. La pequeña luz de la torre de la iglesia principal que servía de faro a los que gustaban de la noche se apagó, el zumbido hacía retumbar las ventanas y temblar de miedo a quienes lo escuchaban.
- Taquetantos, taquetantos, seguía gritando Julián, era ahora un despertador andante.
El zumbido estaba cada vez más cerca, las puertas de las casas permanecían cerradas, la de la iglesia se abrió y cerró en más de una oportunidad, algunos curiosos se parapetaron detrás de las cortinas para ver pasar a los nombrados. Las miradas de las almas vivientes se cruzaron con la de los curiosos haciéndolos estallar como granadas de guerra, los innombrables seguían su camino sin pausa, la mañana se llenó de explosiones seguidas de llamaradas de fuego con un fuerte olor a carne quemada, en unos minutos muchas casas del pueblo empezaron a incendiarse, los bomberos no podían hacer nada, en realidad no habían voluntarios disponibles, todos estaban escondidos.
- Taquetantos, Taquetantos, seguía gritando Julián, no había parado de correr y gritar desde que salió de su casa y estaba a punto de abandonar el pueblo.
A su paso los sin nombre dejaban miedo, muerte y destrucción, al terminar la mañana y con la seguridad que las visitas no deseadas se habían marchado, el pueblo tímidamente empezó a recobrar su movimiento, los voluntarios empezaron a controlar el fuego, la gente gritaba y corría de un lado a otro, era casi seguro que hasta el anochecer no probaron bocado alguno, la noticia recorrió el pueblo, la inesperada visita dejo decenas de muertos, todos jóvenes y foráneos, todos curiosos. Las familias tradicionales seguían abrazadas rezando sin terminar de comprender como no les avisaron antes. Julián regresó al pueblo en silencio, ésta vez no había de que alarmarse.

martes, 26 de abril de 2011

El gallo que canta

Clara Pawlikowski
             
Federico ayudó a empujar la refrigeradora fuera de su departamento, cerró la puerta y se recostó largo rato en ella antes de decidirse hacer otra cosa. Felizmente, la gente del almacén vino a recoger el aparato cuando ya casi todos los vecinos habían salido a trabajar, el edificio se sentía vacío.
Sara y sus hijas salieron muy temprano al colegio parroquial donde estudiaban las niñas.
Federico estaba sin trabajo desde hace medio año, sin anticiparlo, le dieron su carta de despido. Se enteró que la caída del dólar estaba afectando a la empresa, le dijeron que ya no era negocio exportar pero nunca se imaginó que le dejarían en la calle.
Su salario era bueno y gracias a él se animaron a salir de los Olivos, un distrito populoso, con grandes problemas de seguridad. Se compraron al crédito, para pagar en veinte años, un departamento nuevo en el piso doce, en una avenida de Jesús María. Cerca del trabajo de su esposa y del colegio de sus hijas.
Con una de sus gratificaciones por navidad se animó a darle una sorpresa a su mujer y compró a crédito una refrigeradora. La misma que acababan de llevarse.
Cuando la compraron todos se pusieron contentos, era grande con dos puertas verticales, relucientes. Les daba satisfacción mostrarla a sus amigos. Se lucía en la pequeña cocina del departamento, donde el resto de electrodomésticos eran antiguos heredados de la madre de Sara.
Federico se sentó en el comedor como lo hacia todos los días con el periódico abierto mirando posibilidades de trabajo. Esperaba la llamada de Luis que le había conseguido una chambita de profesor de gimnasia, no tenía experiencia en esto pero no podía esperar más.
Era la última semana de marzo, aún estaba el verano con el sol que quemaba desde temprano. A pesar que vestía un dividí y un short holgados, Federico sudada. Levantaba la vista y sólo veía el edificio de enfrente, evitaba pensar en el espacio que existía entre ambos, la puerta de su balcón la tenía abierta de par en par. Para ahuyentar su desesperanza y pensamientos oscuros que últimamente le acompañaban prendió la radio.
Sintonizó radio Capital, le entretenía escuchar las opiniones de la gente y se dejaba ir con las respuestas y los temas que trataban durante el día.
                       ─ ¿Un gallo que canta en San Isidro? –Se     interrogó molesto el Alcalde– ¿Canta un gallo en San Isidro, en medio de edificios y avisos luminosos? Va contra las normas. Ese gallo va preso.
Federico no se sorprendió con la noticia, la repitieron varias veces. El locutor tomó el asunto como la novedad del día.
Bueno se dijo, este país es así. Le sacaron a Barrios del Seguro Social y todo el día hablaron de sus robos y de sus jugosos despidos, aparentemente no había otra noticia.
En otra oportunidad el Ministro de salud repartió condones en los colegios y al Cardenal Cipriani se le pararon los pocos pelos que tiene, dijo que si persistimos en el pecado de la lujuria Dios nos va a enviar muchas plagas. Esta noticia y las declaraciones de Benedicto XVI apoyando el uso del condón repitieron durante todo el día. Los radioescuchas dieron sus opiniones en los diferentes programas. Uno de ellos hasta  explicó con lujo de detalles los condones para los superhombres, para iroman, spiderman, aquaman, thor, capitán América, hulk entre otros.
Vinieron los Príncipes de Asturias pero no se ni porque vinieron, quizás porque no tuvieron nada que hacer en su país pero lo que escuché, pensó Federico, todo un bendito día fue el paseíllo que hizo la princesa del brazo del Presidente García Pérez sobre la alfombra roja frente a los Húsares de Junín. Pero ¿A quién le puede interesar esto?
Ahora resulta que en San Isidro cantó un gallo, voy a escuchar que opina la gente.
–Buenos días, su nombre por favor –preguntó el locutor.
–Julio.
–De que distrito.
–Soy de Ate.
– ¿Qué le parece señor sobre el gallo que canta? en Radio Capital su opinión importa.
–Qué bueno que si quiera en San Isidro canta un gallo, acá en Ate todos están mudos.
–Aló,  señor, su nombre por favor.
–Me llamo Félix y soy de Comas.
– ¿Qué opina sobre el gallo? Baje por favor el volumen de su receptor para poder escucharlo.
–Soy defensor de los animales ─dijo Félix─ a los gallos hay que dejarles cantar, el que debe ir preso es el Alcalde.
–Aló, señor tiene unos segundos para opinar, porque la hora es la hora en Radio Capital.
–Soy Pedro de San Borja, quisiera saber ¿a quién se le escapo el gallo?
            –Son las diez de la mañana, vamos a la pausa vial con Carola Villacrez.
–La Avenida Tacna presenta tránsito moderado. Afíliese al SIS ¡el Perú avanza!  Evite que los menores consuman alcohol, Radio Capital y Backus unidos en esta campaña.
–Aló, buenos días seguimos con la noticia del gallo que canta.
–Soy Adela de Barranco, mejor ha sido que cantó un gallo porque en mi pueblo si canta una gallina es porque morirá una persona.
–Llámenos al 2220586 o, al 2220512 su opinión importa en Radio capital.
–Aló, aló, con quien tengo el gusto.
–Con Carmen de Lince.
–Qué opina señora Carmen.
–Discúlpeme todavía soy señorita, quería opinar sobre el gallo, tengan en cuenta que las últimas palabras de Sócrates fueron sobre un gallo.
– ¿Sobre un gallo? ¿Qué tiene que hacer Sócrates con el gallo? Bueno creo que no la capto.
–Soy Alfredo de Breña.
– ¿De Breña? Dígame don Alfredo ¿qué opina sobre el gallo de San Isidro?
–Quisiera contactarme con la persona que ha amaestrado al gallo para treparse a los avisos luminosos porque mi gallo los tiene miedo.
– ¿Trepado? Sólo dijimos que cantó. Aún los reporteros no saben quién es el propietario del gallo.
Federico se quedó dormido, sujetando su cabeza entre las manos. Soñó que su tiempo se ha detenido, que su realidad es ficción, que no le sirvió de mucho sus estudios y sus esfuerzos por trabajar y estudiar. ¿Por qué le botaron del trabajo? Aún le resultaba extraño su despido, siempre fue buen empleado, trabajaba horas extras cuando le pedían y cuando despachaban los productos al extranjero hasta se quedaba horas extras sin reclamar pago.
De pronto se despertó, miró su reloj y ya eran casi las once de la mañana, tenía que apresurarse. Desde que se quedó sin empleo, cada mañana con la ayuda de una ganzúa abría las puertas de los departamentos de su edificio, rebuscaba por todos los rincones, le interesaban sólo las joyas y el dinero.
Todos los meses asistía a las reuniones de los propietarios, de ese modo se informaba quiénes eran sus vecinos y si trabajaban o no. Sabía que en el quinto piso había comprado dos departamentos una señora que tenía un local de venta de ropa en Gamarra y ahora ella era su siguiente presa.
Palpó su bolsillo y localizó la ganzúa, no utilizó el ascensor para no despertar sospechas con el administrador, bajó por las escaleras rápidamente, estaba sudoroso, despeinado, las zapatillas a medio amarrar. Llegó al quinto piso y metió la ganzúa suavemente, no tuvo dificultad de abrir la llave, empujo sigilosamente la puerta y entró.
─ ¿Quién está ahí?  Dijo Martha, la dueña del piso, mientras caminaba hacía la sala.
Federico salió corriendo, dejó abierta la puerta, subió a trancos las escaleras hasta su departamento, sudaba, llegó extenuado y jadeante, le temblaban las piernas. Nunca se imaginó que la dueña estaría a esas horas en su departamento.
Al poco rato escucho las sirenas de la policía, Federico volvió a sentarse en el comedor, la radio seguía en el mismo tema. Su tema era otro, tenía que conseguirse el dinero para pagar al banco la deuda del departamento. Mientras pensaba en su futuro y las pocas posibilidades que tenía, la voz del locutor de Radio Capital continuaba:

–Dime Adrianita, tienes una voz muy dulce, ¿tú qué opinas?
–Señor tengo miedo, dice que se van a ir contra todas las normas, mi mamá se llama Norma y nunca hemos tenido un gallo.
–Ay hijita no entendiste la noticia, pero sigamos.
–Parece que el tema ha interesado a muchos,  aló, si señor ¿qué opina usted?
–Soy Antonio de Pueblo Libre, habría que averiguar el color del gallo porque los blancos son de mal agüero.
–Aló, si soy Rosita de Jesús María, si el gallo vive en este distrito tendría que vivir solo porque el Alcalde quiere sólo una mascota por familia.
–Aló ¿con quién tengo el gusto?
–Soy Tina de la Residencial San Felipe.
– ¿Qué opina usted Tina?
–Qué bueno que haya cantado en San Isidro porque si hubiera sido en la Residencial San Felipe lo matan.
– ¿Cómo que lo matan? –preguntó el locutor.
–Si señor, acá mataron cincuenta gatos hace un par de días.
–La hora es la hora en Radio Capital, son las diez y diez de la mañana. Vamos con los titulares:
–Se cuelga en un árbol por amor en el centro de Lima. Se regresaron los Príncipes de Asturias, declararon que en Arequipa les gustó el rocoto relleno y el queso helado. El Perú es el país donde se distribuyen el mayor número de billetes falsos. El plazo para cambiar de brevete es el treinta de diciembre pero todo hace suponer que habrá prórroga. Siguen insistiendo que habrá pronto una burbuja crediticia, cuidado con caer presos del miedo; me da pena que algunos medios de comunicación se presten a esta jugarreta –dijo el especialista.
–Estas son las noticias que todo el mundo comenta, somos Radio Capital, tu opinión importa.
–Aló, si con quién tengo el gusto.
–Soy Jacky de San Juan de Lurigancho.
– ¿Qué opinas Jacky?
–Entraron unos ladrones y nos rociaron con gases para dormirnos y se llevaron todo.
–Jacky estamos hablando del gallo que cantó en San Isidro.
–Si señor a eso iba, por si acaso, yo me compré una gallina chilena que hace más bulla que un perro para ahuyentar a los ladrones.
–-Aló, me llamo Jesús y soy de Chorrillos
–No escuché lo del gallo pero si se que el Alcalde  prohibió que cuelguen una chalina en su distrito.
– ¿De qué habla usted señor?, chalina sólo tiene la señora Susana. Manténgase por favor en línea para que nos explique un poco más, porque la hora es la hora en Radio Capital.
–Son las diez y media de la mañana, aló, señor ¿todavía está en línea?
–Voy a decirles rapidito porque tengo poco saldo, soy vigilante de la cárcel de mujeres, dicen que el Alcalde no le gustó la chalina que tejieron las madres de los desaparecidos y prohibió que la colgaran en su distrito.
–Estamos hablando de un gallo señor. No tenemos la información que usted habla, pero vamos a corroborar con nuestros reporteros, gracias.
–Aló señor, me llamo Cristina y soy de San Isidro.
–Dígame Cristina que opina.
–Ese Alcalde es el azote del distrito. ¡Pobre gallo! Seguro que lo metió preso porque era “giro” y no hace juego con los ladrillitos rojos que puso en todas las esquinas, porque el canto es una excusa, hace años que el Alcalde es sordo.
Federico apagó violentamente la radio desconcertado de las preocupaciones de los radioescuchas. Se acordó que dentro de poco regresaría su mujer y sus hijas y debía preparar el almuerzo. Escuchó un par de veces la voz del administrador conversando con los policías, estos subían y bajaban revisando el edificio.

lunes, 25 de abril de 2011

Conversaciones sobre lo mismo

Oscar Pastor


Apenas había terminado de acomodarse en el sillón, tomó el teléfono, distrajo su vista en un viejo cuadro frente a él y en el gran reloj que marcaba las nueve y diez minutos y llamó a su secretaria.
- Martha, dile al gerente que venga a la oficina
- En este momento señor.
Unos minutos después se abrió la puerta que dejó salir el aroma de tabaco que todas las mañanas masticaba el presidente de directorio
- Buenas tardes presidente, para que soy bueno
- Para nada, -le contestó con un tono poco cortés - parece que de un tiempo a esta parte no eres bueno para nada.
- No entiendo, la empresa tiene utilidades, la gente habla bien, el personal está contento, debe haber algún mal entendido.
- Los dueños de la empresa no quieren números, no sabes entenderlos.
- Sigo sin entender, siempre dijo que mi responsabilidad es la empresa y de usted las relaciones con la gente importante, -le respondió mientras miraba con atención uno de los tantos adornos sobre el escritorio- yo no converso con los dueños, el día que quise hacerlo los directores y el presidente dijeron que era un acto de deslealtad, recuerde eso.
- Encima me echas la culpa, parece que no te das cuenta de lo que está pasando
- Usted se pone nervioso por cualquier cosa, o por lo menos eso quiere hacernos creer. Presidente, tengo cientos de cosas que atender todos los días, mi compromiso es hacerlo bien, para que usted pueda mostrar los resultados a los dueños, así ha sido los últimos cuatro años, nunca hemos tenido una situación favorable como ahora, en ningún momento he puesto en peligro a la empresa.
El presidente se levantó de su cómodo sillón, se alejó del escritorio y empezó a jugar con las perillas de una vieja radio que adornaba un anaquel lleno de libros, tomó uno de ellos que levantó señalando al rostro del interlocutor.
- Ese es el peligro, todos creen que la empresa camina sola y que tú ya no eres necesario. A los directores no les interesa la historia, quieren otras cosas.
- Hace unos años nadie daba un peso por la empresa. Usted lo sabe mejor que yo.
- Te repito por última vez, no importa la historia, importa lo que pasa ahora y lo que puede pasar.
- Que quiere que pase presidente, empecemos por ahí.
- Bueno, hay gente que ya no te quiere por aquí.
- Si eso es todo, pídame que me vaya y listo, es fácil.
- Bueno te lo pediremos y por la amistad que tenemos, sugiere un nombre para tu puesto, uno que no le ponga trabajas a lo que quiere el directorio.
- Pero hasta ahora no me dice que quiere el directorio, además de verme lejos.
- No te hagas el tonto bien que lo sabes.
- Presidente, el gerente no es adivino, es muy peligroso si se pone a adivinar.
El presidente había vuelto a su sillón, se recostó, cruzó las piernas y preguntó casi para que no lo escucharan.
- ¿No adivinas lo que se viene?
El Gerente estiró la mano y tomó un cenicero de metal, lo giró a manera de acomodarlo cerca a una ruma de papeles que siempre adornaban el escritorio y respondió.
- Mi compromiso va más allá que mantener contentos a un grupo de personas que lo último que quieren es el bienestar de la empresa.
- Ese es tu problema, te crees bacán.
- Ese es su problema presidente -le contestó levantando la voz y sin perder la calma-, recuerde que cuando las cosas estaban mal en la empresa nos juntábamos para ayudar, ahora que están bien, se juntan para demostrar su poder; a mí me van a recordar por lo que se ve, no por lo que se habla. Las mentiras  tienen patas cortas y las patas cortas obligan a mirar hacia arriba, casi implorando; como puede ver las mías son bastante largas.
Un breve silencio recorrió la oficina, sonó el teléfono, el presidente no deseaba ninguna comunicación, levantó el aparato y lo volvió a poner en su lugar, aspiro aire y continuó.
- Te crees mejor que los demás, por eso te quieren ver lejos.
La respuesta fue más rápida de lo que podía esperar.
- Yo no tengo la culpa de sus temores y complejos, mi preocupación son los resultados y darle confianza a la gente, no llenarlos de miedo.
- Realmente eres insoportable con los resultados, yo quiero otros resultados y no haces nada por ayudarme, ya no puedo hacer mucho para que te quedes.
- Nunca me dijo presidente cuales son los resultados que quiere, nunca me dijo nada, esas indirectas no ayudan. Usted y sus amigos deberían ser más claros y decirme que quieren y yo les contestaré si puedo ayudarlos desde donde estoy, sino puedo también lo diré.
- No son mis amigos, y sigues con lo mismo.
- Presidente, estamos dando vueltas. Hasta ahora no me ha dicho que quieren de la empresa, le aviso que los trabajadores tienen una idea de lo que están buscando y si se hace pública van a tener problemas.
- Me dijeron que cuando te ves perdido sacas tus armas, ahora lo compruebo.
- Que paranoico, no puedo decir nada.
- Lo que pasa es que los directores están desesperados, quieren que te vayas.
En toda la conversación el gerente había permanecido sentado, se levantó y se tomó la correa trató de acomodarse el pantalón para luego seguir.
- Sería bueno que se pongan los pantalones y pidan que me vaya, que no manden indirectas, que terminen la costumbre de decir una cosa y hacer otra, que ofrezcan y no cumplan y si algo sale bien, desesperados se atribuyan los resultados. La gente ya no les cree.
- Si quieres decirme algo, es mejor que seas directo.
- Sabe bien de que estamos hablando presidente, pero dígame que  quiere el directorio, o por lo menos alguno de ellos.
- Solo que te vayas.
- Mi oficina está vacía, si me piden que me vaya no me demoro más de un minuto.
- Si aún te queda algo de amistad, dame un candidato para la gerencia.
La conversación se había vuelto circular, había perdido la intensidad del comienzo, ahora parecía más reflexiva; fuera de la oficina del presidente los trabajadores no pensaban igual, pocas veces en los últimos años se había producido una conversación tan larga a puerta cerrada. El Gerente se levantó de la silla nuevamente y se alejó hacia una de las ventanas.
- Candidatos hay muchos, ustedes no quieren un gerente, quieren un títere y de esos hay muchos, no necesita buscar, levante la mano y vendrán como moscas a un pastel.
- Bueno, estamos que nos tiramos piedras a las ventanas y aún no se rompen, te recomiendo que mañana vengas preparado para todo, yo reforcé mis vidrios.
- No tengo vidrios. Yo camino por toda la empresa, no escondido ni agazapado como sus amigos. Hemos hablado un buen rato y no ha tenido la valentía de decirme cual es su proyecto, quiere que lo adivine para confirmar una de sus sospechas.
- Ya no hay más que hablar, creo que finalmente todo lo que empieza termina
- Por primera vez de acuerdo, una pregunta final; que es lo que comenzó y que es lo que termina.
- Eres insoportable.
- Lo mismo decía mi mamá y me abrazaba para que no me vaya, eso no pasa aquí, ¿verdad?
- Necio
Dejó pasar unos segundos y respondió despacio, como arrastrando cada una de las silabas.
- Insoportable, ……………. fue lo que dijo hace unos minutos.
- Por qué no arreglas tus cosas y te vas sin hacer bulla.
- Por qué no toman la decisión, se han vuelto expertos en aplicar la estrategia de los rayos “X”.
- Solo por curiosidad que es eso -preguntó el presidente.
- No se mueven, no respiran. Se están haciendo los muertos para afuera y muy activos para adentro. Tomen una decisión el tiempo dirá si fue la mejor.
- Volvemos a lo mismo, mejor lo dejamos ahí, las cartas ya están echadas
- Así es, la empresa es un casino donde se echan cartas y se juegan dados.
- Eres insoportable.
- Y necio, no se olvide.
- Buenas tardes gerente.
- Ex, sería más honesto.
- Bueno, ex.
- Gracias por haber sido sincero por una sola vez, por lo menos al final. Gracias
- Es todo gerente, puede retirarse.
- Eso es todo presidente, y en algún momento futuro ex presidente.
- Insoportable.
- Necio………… fue lo que dijo.