miércoles, 27 de abril de 2011

Taquetantos

Oscar Pastor

No era la hora que Julián solía despertarse, el día recién asomaba y junto con él un adormecedor zumbido que iba en aumento, más pudo su curiosidad que la costumbre de acicalarse apenas abandonaba el aposento real, como solía llamar a su cama, corrió la cortina de la ventana, no hizo el menor gesto por el polvo que salpicó su cara, se acercó todo lo que pudo  al vidrio y llenó el cuarto con un ¡Puta madre! a secas, los dedos índices como plumillas limpiaron sus ojos con rapidez y nuevamente se acercó a mirar por la ventana, un ¡Puta que tantos! más fuerte debió despertar a los que aún seguían dormidos cerca a la casa; los nudillos de ambas manos masajearon sus ojos, salió al balcón, esta vez no había duda ¡Taquetantos!, -gritó- al ver una pared humana que avanzaba con paso cansino, levantando un polvo infernal, Julián bajo de tres trancadas las débiles escaleras de madera y salió corriendo por la calle gritando.
- Taquetantos, taquentos.
La mañana amenazaba calurosa, los cerros cercanos mostraban un marcado claro oscuro dibujado por el sol, los pájaros que empezaban la mañana con sus alegres cantos se callaron en favor de los perros que anunciaban con fuertes ladridos su temor, los vecinos de la casa de Julián, unos jóvenes recién casados, salieron a la calle aún en ropa de dormir y no tardaron más de dos segundos en cerrar la puerta, una vez dentro se pusieron a rezar detrás de ella, en las casas vecinas los mayores abrazaban a los pequeños en silencio y se escondían en cualquier ambiente seguro, otros se quedaban perplejos mirando como el polvo invadía el ambiente y detrás de este un grupo de andrajosos que caminaban medio encorvados y balanceándose de un lado a otro, sus brazos parecían más largos de lo normal, su rostro color aceituna y negro guardaba los ojos hundidos y algunas marcas de sangre. La pequeña luz de la torre de la iglesia principal que servía de faro a los que gustaban de la noche se apagó, el zumbido hacía retumbar las ventanas y temblar de miedo a quienes lo escuchaban.
- Taquetantos, taquetantos, seguía gritando Julián, era ahora un despertador andante.
El zumbido estaba cada vez más cerca, las puertas de las casas permanecían cerradas, la de la iglesia se abrió y cerró en más de una oportunidad, algunos curiosos se parapetaron detrás de las cortinas para ver pasar a los nombrados. Las miradas de las almas vivientes se cruzaron con la de los curiosos haciéndolos estallar como granadas de guerra, los innombrables seguían su camino sin pausa, la mañana se llenó de explosiones seguidas de llamaradas de fuego con un fuerte olor a carne quemada, en unos minutos muchas casas del pueblo empezaron a incendiarse, los bomberos no podían hacer nada, en realidad no habían voluntarios disponibles, todos estaban escondidos.
- Taquetantos, Taquetantos, seguía gritando Julián, no había parado de correr y gritar desde que salió de su casa y estaba a punto de abandonar el pueblo.
A su paso los sin nombre dejaban miedo, muerte y destrucción, al terminar la mañana y con la seguridad que las visitas no deseadas se habían marchado, el pueblo tímidamente empezó a recobrar su movimiento, los voluntarios empezaron a controlar el fuego, la gente gritaba y corría de un lado a otro, era casi seguro que hasta el anochecer no probaron bocado alguno, la noticia recorrió el pueblo, la inesperada visita dejo decenas de muertos, todos jóvenes y foráneos, todos curiosos. Las familias tradicionales seguían abrazadas rezando sin terminar de comprender como no les avisaron antes. Julián regresó al pueblo en silencio, ésta vez no había de que alarmarse.

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