martes, 31 de enero de 2012

La foto

Jaime Zapata 


Recuerdo la primera vez que te vi. Era una imagen de graduación de tu colegio, un vestido crema ceñido, dejaba apreciar tus turgentes formas, la trenza francesa, una sonrisa te iluminaba el rostro delicadamente maquillado, junto a tus torneados pómulos vigorizando un manifiesto júbilo, estilizadas piernas, zapatos de taco con la altura perfecta, muy bien combinados con tu vestido, denotaban buen gusto, resaltaba tu regocijo, seguridad y firmeza mientras recibías el diploma, obligando a la foto a salir de su mundo bidimensional, hasta podía sentir un perfume de jazmín

Ese día decidí conocerte, ese día me sucedió algo, esa foto me traía una mixtura de emociones, que hasta ese momento eran desconocidas para mí: posesión, protección, cariño, ternura, afecto, pasión, nerviosismo, ¿era amor? No lo sé, no porque no las haya sentido antes, sino, porque las sentía todas a la vez. Sólo recuerdo que obligué al poseedor de la foto, tu compañero de graduación, a que nos presente. No podía esperar. Me llevé la imagen, con tu silueta, incrustada en mi memoria. Al día siguiente ya nos estaban presentando, llevabas, un jean, un polo rosado y unas zapatillas blancas y, no me equivoqué, ahí estaba el olor a jazmín de tus diecisiete años. Te gusté desde el primer momento, tus ojos me lo revelaron, pero mostraste dejadez, indiferencia, lo que me retó a conocerte, a iniciar una conversación, a pasear y a desaparecer a nuestro celestino.

Sabía que aceptarías, a pesar que mientras tú salías del colegio, yo ya salía de la universidad, quizá eso volvía todo más interesante, con la conversación vino una mezcla de recuerdos de mi juventud, de mi adolescencia. Te confieso que, sí, he conocido muchas mujeres, muy atractivas e interesantes, la mayoría, y también me he enamorado, al menos eso creía. Pero contigo fue diferente, fui capturado por una foto, ¿qué clase de magia negra, o blanca o multicolora, había detrás que pudiera desencadenar tantos sentimientos en un solo individuo? Y ¿Por qué yo? Si no fui el único que vio la hechicera imagen.

Conforme pasaban las horas, venían las risas, las bromas, las riquísimas historias sin sentido, tus pensamientos, tu forma de ver el mundo muy distante a tu edad cronológica, pero muy cercana a mi cosmovisión, era utópico. Tus peleas con tu madre, la ausencia de tu padre, lo insoportable que podían llegar a ser tus hermanos menores, siempre tenías un tema de conversación y yo, escuchaba como un niño de inicial observando a su hermosa profesora dictar clase, mostrándole el mundo, tu mundo. Nuestras máscaras y escudos se fueron derritiendo, revelándonos como éramos, ¡qué riqueza de instantes! Eras un mundo por descubrir y yo, me sentía Marco Polo.

Al día siguiente estaba en tu casa de nuevo, y al otro, y al otro, hasta que en el cine con un sutil movimiento de mi brazo derecho, te rodeé, no dijiste nada, fue todo tan natural como si tú ya fueras parte de mí, como si lo esperaras, volteamos la cara a la vez, mirándonos, rocé tus labios y nos besamos, luego de esa primera caricia, ya mi frenesí era incontenible, el tuyo también, nunca vimos la película, ni me acuerdo cómo se llamaba, sólo te sentía, me sentías, nos amalgamábamos.

¡Cómo me llamabas antes de dormir! Querías escuchar mi voz para imaginarte que esa noche estaría contigo, repasándolo, me parece una niñería, en ese momento era un deleite: sentirse necesitado, querido, protector. Cuando no te veía algún domingo, me reclamabas con firmeza y ternura, nos volvimos inseparables.

Estábamos solos contra el resto, contra los que mal hablaban de nuestra diferencia de edad, de nuestra diferencia intelectual, porque tu estudiabas secretariado y yo me graduaba en Derecho, qué nos importaba, podíamos estar solos o acompañados, era lo mismo, tu mundo era el mío y el mío, el tuyo, no importaba el resto, todo era ruido, que echaba a perder nuestra sintonía. La compañía, las reuniones, las fiestas, eran sólo pretextos para estar juntos.

Hasta que ese Año Nuevo de de mil novecientos noventa y uno, en plenos abrazos, besos, champagne, pica pica, cotillón y cuanta idiotez ocurre en nuestra querida Lima, nos escapamos del alboroto al hostal Welcome, estabas callada, yo no podía sacar el pie del acelerador, sorteábamos cuanto incendiado muñeco, émulo del año que se iba, se nos cruzara en la avenida La Marina hasta llegar a nuestro nuevo y desconocido rincón, no dijiste nada en todo el camino, sólo tus gestos y movimientos transmitían tu consentimiento e intención, pagué una habitación matrimonial, dejé mi documento de identidad, para poder vivir instantes de plenitud -no entendía por qué llamarla matrimonial si los matrimonios no van al Welcome- pero allí estábamos, tú silente, yo desesperado y nervioso, mientras que un viejo ascensor nos llevaba al piso cuatro de golpeteo en golpeteo, entramos, y te fuiste al baño.

Me quedé sólo en el ambiente con la luz cónica que proyectaba la esquinera lámpara, me desvestí lo más rápido que pude, antes que me vieras, ¡qué ridículo! hasta de las medias me deshice, sólo faltaba sacarme la Cruz de mi Primera Comunión y quedaba absolutamente desnudo. Me enfundé en la cama, apagué la luz y esperé verte salir, parecía mi primera vez, y es que era mi primera vez contigo, nunca había conocido a alguien como tú, mi cómplice compañera, aventurera, divertida, espontánea. No sé si estaba igual o más nervioso que tú, que sí era tu primera vez, pero yo trataba de aparentar absoluta suficiencia y seguridad en el trillado arte de amar.

Cuando saliste desnuda del baño, con su luz aún prendida, y el cuarto ensombrecido, ésta no me dejó apreciarte en plenitud, sólo me permitió embelesarme con tu silueta deslizándose bajo las sábanas, sintiendo tu calor a mi lado, te rocé, sentí tu piel de gallina, acaricié tu pelo, te besé, nos besamos, adulé tu deliciosa hendidura, sentí rápidamente tu humedad, la saboreé, con mi brazo que te rodeaba sentí como tu espalda se despegaba de la cama formando un arco de placer, me coloqué encima tuyo, dentro tuyo, gemiste ligeramente para luego agarrarme con fuerza, como impidiéndome dudar, retroceder, desde la oscuridad pude ver como tu inicial cara de temor se transformó en placer, ya no me dejabas salir, me sujetabas con fuerza y yo te respondía con mi mayor fuerza y tú sentías, gozabas.

Así pasamos todo el año nuevo, una, dos, tres, seis veces, hasta que te dejé en tu casa ya de día, nos despedimos con lástima y complicidad, ya éramos uno, nadie más lo sabría nunca.

Luego, vinieron intensos momentos de amor, de connivencia, de amparo, las horas, los días, los meses pasaron como segundos.

Era nuestro primer aniversario cuando fui a buscarte, llegando, vi una muchedumbre, los vecinos en la calle murmurando, dos patrulleros, un camión, no entendía, ¿un accidente? A tropezones llegué hasta las afueras de tu casa, tu televisor, muebles,  ropa y demás cosas en la calle, tu mamá con cara de sargento de caballería rondando, tratando de espantar a los indios en una película del oeste, tú llorando y tapándote la cara con ambas manos, tus hermanos desconsolados abrazándote sobre el sofá en la vereda, tu itinerante padre, tratando de explicar, rogar, suplicar a un enternado señor de imperturbable figura. Cuando me acercaba para intentar aliviarte, estrecharte, tu madre me lo impidió, la rabia salía por sus ojos, por sus poros:
-      No es un buen momento –me dijo, sin mayor explicación, tomándome por el hombro, alejándome.
-      Pero señora, sólo quiero ver a Kathy –respondí con la voz entrecortada de ver tu angustia, tu sufrimiento, cómo te cubrías, cómo querías desaparecer, sentía tu vergüenza por algo que no habías hecho.
-      Ahora no, retírate –me alzó la voz –por favor- insistió bajando un poco el tono y se colocó como una pared entre los dos.

Tú no me querías ver, porque me escuchaste, sé que me escuchaste. No sacabas las manos de tu cara, no dejabas de llorar.

Me fui pensando en ti toda la noche, no pude dormir, al día siguiente te busqué, no había nadie en la que era tu casa, estaba todo cerrado, encadenado, pregunté a los vecinos, me dijeron que tu familia y sus cosas se fueron sin decir nada.

Esperé tu llamada, te busqué en la academia de secretariado, ya no ibas a clases, llamé a todas tus amigas, nadie sabía de ti.

Pasaron los días, los meses, yo preguntando incansablemente, nunca me llamaste, ¿Te lo prohibieron? ¿Sentías vergüenza? ¿Conmigo?

Mi vida se derrumbó sentimentalmente, me dediqué a trabajar, nunca me casé, conocí muchas mujeres, ninguna como tú.

Hasta que te vi en la Avenida Larco, hermosa como siempre, pero seca, marchita, habías perdido ese aroma, estabas al frente mío, con quien supongo es tu pareja.

Me miraste, no sé si me reconociste y ya no te importó, o simplemente desaparecí de tu memoria. Pero continuaste tu camino abrazada de quien debí ser yo.

Te seguí, sé donde vives. Quiero hablarte, quiero verte, tenerte, que me expliques: ¿Cómo hiciste para que todo desapareciera? Yo todavía no puedo.

¿Eres más fuerte que yo? Ni una llamada, en todos estos años ¿Tan poco valieron esos momentos? ¿Tan ingenuo fui? ¿Formaste la vida que yo no puedo formar?

El sólo verte, me hizo entender que uno se debe ir cuando ya no lo quieren, dejar pasar, para qué insistir, y que a la vez, debe permitir que las personas se vayan cuando sienten la necesidad de hacerlo.

Parado frente a la puerta de tu actual casa, trémulamente llamo a la puerta, siento pasos acercarse, sonrío: la foto, ¡esa foto! Los buenos recuerdos vienen, entiendo que deben quedarse allí ¿Ya para qué más?, calladamente te digo adiós y gracias, subiéndome al primer taxi que encuentro. 

lunes, 30 de enero de 2012

La novia

Jaime Zapata


Apesadumbrado, al lado de mi niñita, quien me sostiene como bastón, vamos avanzando observo a distintos personajes, unos parados, otros sentados, con los ojos fijos en ella, está lamentablemente hermosa, su vestido blanco, su maquillaje, su velo no están al nivel de su belleza pero intentan igualarla, al fondo se encuentra el bípedo a quien debo entregársela, al lado de su madre -como si no pudiera asistir sólo- en el fondo el cura con una mueca de sonrisa, ¡qué estúpido y sádico ritual! ¿Quién inventó esta tortura? ¿Cómo pueden ver la felicidad de ella y no mi desconsuelo? Intento desacelerar mis pasos tratando de nunca llegar al final del sendero, mientras ella los apresura. El olor a incienso, la música, los cantos, los regordetes pilares, las imágenes exageradamente grandes en lo alto, todas con la cara del martirio que llevo dentro. Sigo demorando, ella apurando. El cura me mira, el bípedo también, percibo el odio de mi futura consuegrita, creo que advierte mi desasosiego. Me siento como un ateo forzado a la Primera Comunión, a la Confirmación, llegamos, el bípedo de negro y blanco impecable me extiende su mano como buen fariseo, la estrecho con un buen apretón que le dure al menos hasta el final de la ceremonia y con suerte le rompa alguna falange que impida este sacrificio, con la otra mi brazo sugiere la entrega de mi niña, pero ella ya se fue a su lado, dejándome a mí formando parte del decorado eclesial, un cirio más en el recargado altar, pero gigante, apagado, desapercibido .
Mientras el curita habla miro a la que fue mi esposa, sentada en primera fila, con los ojos llorosos, recuerdo cuando nos casamos ¡Qué día tan feliz!, ¿cómo se debe haber sentido mi suegro? Probablemente me quería fusilar, como yo ahora a mi pusilánime futuro yerno. La veo, está con las piernas cruzadas, sigue guapa, de la mano de su actual esposo, lo miro a él, un desvergonzado rulo trata de cubrir su brillante calvicie, me imagino si le hará el amor como yo. Claro que no, tiene cara de insatisfecha, ésa es mi solitaria venganza por irte, por dejarme, quién conoce tu cuerpo mejor que yo, quién te hacía gemir hasta brotar lágrimas de placer. Siento un cosquilleo en el bajo vientre, veo a San Antonio acechándome inquisidoramente, pienso en otra cosa: en la Virgen, en La Piedad, en San Judas. Antes que mi erección sea motivo de anécdota nupcial.
Lejanamente escucho palabras pronunciadas por el cura, no las entiendo, no me interesan, mis sentidos ahora se dirigen a mi niña. Me veo con una indumentaria verde con chinelas y cofia, todo absolutamente minúsculo, es que ninguna talla era para mí. Cuando entré a la sala de parto allí estaba mi esposa, sollozando, acércate, me dijo plañideramente, me senté junto a ella y tomó mi mano con mucha fuerza, estaba atemorizada, siempre ha sido nerviosa. Estaba en plena cesárea cuando me susurró no te vayas, no me dejes – qué irónico, al final, me dejó a mí- éramos los dos, el cirujano, dos asistentes, el anestesista y de pronto unos movimientos bruscos y un bulto ensangrentado con un cordón colgándole apareció, el médico no tuvo necesidad de tocarlo para que gritara muy fuerte.
Qué sensación tan extraña, de seis pasamos a ser siete personas en el ambiente, estupendamente apareció una más, y era mía, había salido del amor de mi vida y ahora tenía un nuevo amor, que se movía, gritaba, me dijeron que era niña, yo esperaba un varón, pero cuando la vi, no me importó, me abrumaba la felicidad con el sólo verla, la responsabilidad de mantener a un ser tan pequeño, tan frágil, tan débil, me hizo palpar la necesidad de protegerla, de proveerla, desde ese instante, no volví a dormir tranquilo, siempre mis sueños eran hacia ella, sobre ella.
Fue creciendo. El primer día en el nido, tan dramático ¡Cómo me abrazaba!, nunca pensé que tenía tanta fuerza, siendo tan pequeña, tan flaquita, ¡cómo gritaba!, ¡papito no me dejes!, la profesora la agarraba, yo trataba y no trataba de zafarme, pero tenía que dejarla. La primera ruptura que me dolió, sus llantos, tener que soltarla, mientras me miraba pidiendo socorro y yo abandonándola a unas desconocidas. ¡Qué mal me sentí! No sabía que iba a ser el inicio de una serie de rompimientos, el desarrollo, la madurez, le llaman, ¿y yo? Había que resignarse a vivir angustiado.
Sabía que hacía bien, pero mi corazón me decía otra cosa. Pensé en ella toda la mañana, hasta que la fui a recoger, vino corriendo a abrazarme, estaba feliz de verme y de su nuevo ambiente, rápidamente había hecho amigos, me tranquilizó, no la habían martirizado, era la primera vez que se distanciaba de mí, creo que yo tenía tanto miedo como ella.
Papá me voy a casar contigo, me decía con entusiasmo, y yo más entusiasmado todavía le respondía que sí, que iba a ser la novia más linda del mundo y maldita sea tuve razón, pero se la lleva un bípedo.
Recuerdo, el colegio, las fiestas por las que me desvelé tantas veces para dejarla y recogerla para que no le pase nada, para que sea siempre mía, feliz, inmaculada.
Creo que luego de la separación con su madre me creí la fábula que, en algún futuro, podría vivir con ella mi vejez, pues, con el transcurrir de los años, seguía soltera y nos veíamos regularmente, ahora ella se preocupaba por mí y me gustaba, ilusamente, pensé que siempre iba a ser así. No sabía, o no me quería dar cuenta que cada vez era más bonita y pretendientes no le faltaban.
Vuelvo la mirada a los mármoles, las imágenes, los lienzos y de pronto escucho música celestial que sale de la boca del curita: “Si alguien se opone a este matrimonio, que hable ahora o calle para siempre”.
Miro al auditorio, entre tanta gente, ¡tiene que haber alguien! ¡Hablen carajo!, pasan los segundos, nadie habla, todos siguen con la cara ladeada unos, mirando al techo otros, bostezando el resto, esperando que termine el ritual y empiece la fiesta. ¡Yo me opongo! Grito con la mayor de mis fuerzas ¿Y por qué se opone? Me responde el insolente cura extrañado, ante la atónita mirada de mi hija y mis futuros parientes políticos, pues porque es mi hija, la vi nacer, crecer, la llevé al nido, al colegio, le enseñé a nadar, bailó conmigo el vals en sus quince años, celebré con ella cuando ingresó a la universidad y más tarde cuando se graduó, la llevé a fiestas, la vestí, la alimenté, le di cobijo, la protegí, la cuidé, la aconsejé, me preocupé, estuve en vela más de una vez. Además ella juró casarse conmigo, platónicamente por supuesto, y las promesas se cumplen, sino sería un perjurio ¿o no? Y no se puede casar teniendo un pecado mortal. Pero me quedé callado, silente, vencido, nadie habló.
La ceremonia terminó, con los hombros caídos y una mal esculpida sonrisa en mi rostro recibo abrazos y felicitaciones, los cuales siento como pésames, que respondo con fingido entusiasmo.
Mi hija y su ente estaban felices, mi ex esposa también, yo no podía encontrar esa sensación, desde que nadie se opuso traté, juro que traté y trato, pero me es esquiva.
Poco antes de terminar la fiesta mi hija se está yendo, me ve en un rincón fumando y caminando de un lado a otro con un vaso de whisky, se me acerca y me dice:
-     Te quiero mucho viejito, gracias, nos vamos a seguir viendo como siempre, no voy a dejar que me extrañes –acariciándome la cara, el pelo.
-          Yo te quiero más, sé feliz –me abrazó, me besó y se fue, tomé un buen trago de whisky y se me escaparon unas lágrimas. Me revitalizaron sus palabras. Es cierto, le toca vivir, después de todo el bípedo no parece mala persona. Y la consuegra, también divorciada, viéndola bien, tan destartalada no está, así que después que me termine la botella de whisky, estoy seguro, que no me va a terminar odiando, sino todo lo contrario.

La fiesta

Jaime Zapata


Sentado frente a mi computadora abro el correo y veo una invitación para la fiesta de fin de año a los padres de familia del colegio de mi hijo, la leo, me sonrío, pienso muchas cosas, cómo todo se fue al diablo con gran facilidad, cómo fue la separación, muy civilizada, demasiado fría, sin gritos, escándalos, debe ser porque ya habíamos vivido mucho de eso antes. Es que ya cuando alguien no entiende, no quiere intentar, no desea seguir con una relación, no se le puede obligar. Traté de reconquistar, sin embargo no se puede reconquistar algo que nunca se conquistó, al final me di cuenta.
Apresuré algo que no debía hacer, reenvié la invitación por correo electrónico a mi ex, proponiéndole que vayamos juntos como para apoyar a nuestro hijo y nos relacionamos con los profesores, que conociéndolo va a necesitar de gran ayuda para aprobar algunos. Evidentemente la respuesta fue negativa, sin improperios, con un simple: “Gracias por la invitación, pero no voy”. Era de esperarse. Me sentí ridículo, no contesté y dejé el tema en el abandono, tratando que mis pensamientos no me torturen por mi ilusa acción.
A los tres días me llama mi hijo por teléfono indicándome que su mamá quiere hablar conmigo, me pasa con ella y me dice que ha cambiado de opinión que sí va a ir, sentí cierta alegría porque pensé que estaba recobrando la cordura, pero luego recordé que ella es así, en un minuto puede estar muy bien con uno o comentar algo y al siguiente odiarlo o decir todo lo contrario, siempre pensé que tenía algún trastorno de personalidad.
Los días siguientes eran una incertidumbre, faltaban siete días para la fiesta y no sabía si en verdad iría o cambiaría de opinión en el último momento, de todos modos, como siempre, preparé la ropa que iba a llevar con la debida anticipación.
Los días pasaron en silencio hasta que llegó el esperado sábado, toqué el timbre de su departamento esperando que abra la puerta en pijama, pues ya debería haber cambiado de opinión y de paso protegerme ante una frustración, creo que en alguna parte de mi pensamiento quedaba la idea que todo podía volver a ser como antes, enamorados, ilusionados, comunicativos, no podía quitarme esa imagen alojada en algún lugar de mi mente.
Ante mi sorpresa, estaba muy guapa, muy bien arreglada, esperándome y, para qué, yo también estaba a la altura. Bueno vamos -me dijo- como amigos, terminó diciendo con una sonrisa cómplice, claro vamos, contesté devolviéndole la sonrisa.
Tenía un aroma muy agradable, un poco dulzón pero no empalagoso, unas botas de cuero de taco alto y un vestido ajustado, entramos al local, muy bien decorado con toldos árabes, mesas con un ridículo florero al centro, anfitriones, mozos, y allí estaba nuestra ubicación, junto a otros padres de familia que recién conocíamos y cerca de la orquesta que iba a amenizar la celebración.
Mientras bebíamos unos vasos de whisky, de vez en cuando mi mano rozaba con la suya y le gustaba, estábamos jugando a la seducción, al rato el director del colegio dio unas palabras de agradecimiento y bienvenida, luego de lo cual la orquesta comenzó.
Entre trago y trago conversamos bastante, ya estamos prácticamente abrazados, nos tomamos de las manos ya sin pudor y de vez en cuando se escapa un beso en la mejilla. De pronto empiezan a tocar música de los ochenta que nos hace recodar cuando nos conocimos y salimos a bailar.
Si bien la pista de baile ya está prácticamente llena, nosotros la consideramos para los dos, giramos, bromeamos, nos abrazamos y acariciamos ya sin el menor tapujo, ambos estamos felices, parecía que nos hubiéramos transportado en el tiempo: Las peleas, los reclamos, las demandas nunca existieron, o pertenecieron a la vida de otros.
Ya andamos, si no abrazados, de la mano, hablando con los profesores u otros padres de familia, los chistes iban y venían, nos sentamos un momento, seguimos tomando, recordando, conversando con el resto, nadie creía que estábamos separados, la verdad, habían momentos que hasta yo dudaba. Pensé que la lejanía nos había servido para extrañarnos, para darnos cuenta de lo que nos valorábamos.
Volvemos a salir a bailar, esta vez era una canción de Air Supply, ¡cuánto nos gustaba de enamorados! No me resistí y la besé muy cerca de la boca, ella me respondió, nuestras lenguas se entrecruzaron, nuestros cuerpos se aferraron, rogando para inmovilizar el tiempo, o para borrar lo malo y que quede sólo lo bueno, lo valioso, quedamos como estatuas en la pista de baile mientras la música seguía, cuando acabó la canción, nos separamos, nos miramos, nos reímos, nos volvimos a besar y nos fuimos a sentar, ella ya estaba de espaldas apoyada sobre mi pecho, yo la abrazaba sintiendo su asolapada excitación por su agitada respiración. Le besaba la cabellera, la frente y de vez en cuando estiraba el cuello y me regalaba un beso en la boca.
Ya eran como las dos de la mañana y me dice que se va al baño, me quedo solo con mil ideas que  vienen a mi cabeza, cómo será volver a hacerle el amor después de tanto tiempo, el sólo pensarlo me excitaba, recordaba sus gemidos, como fruncía el rostro y apretaba los dientes cuando sentía un orgasmo, rogándome que no me moviera de ese preciso lugar.
Regresó del baño, se había secado el sudor, tiene otra cara, ya me voy, me dijo, ¿cómo? Le digo absolutamente confundido, sí, estoy saliendo con alguien y ya me vino a buscar, hablamos otro día, después de todo sólo somos amigos, ¿no?, sonrió y se fue. No me dejó decir palabra, me quedé solo, yo con las bolas a punto de estallar, como si tuviera quince años, pensando en su maldito trastorno de personalidad, ahora totalmente confirmada, y el significado que ella debe tener de la amistad.

Soledad

Jaime Zapata


Un ineficaz foco ahorrador penumbra el ambiente, un  refrigerador deshabitado de dos puertas, sobre él un solitario insecticida que mira sarcásticamente los reposteros apolillados, las mayólicas obsoletas cubren pisos y paredes desgastadas. El techo sucio de grasa debido a una campana extractora que no funciona hace largo tiempo.
La bolsa de papel marrón, con un pan duro dentro, como haciéndola sentirse útil. El lavadero oxidado, con unos platos sucios en él. Unas fórmicas viejas soportan una cafetera con trompa de elefante y una licuadora malograda.
La mesa negra del comedor de diario, oculta cualquier suciedad, testigo de múltiples comidas, alegrías, discusiones y desencantos, sus sillas también negras, han sido ocupadas por todo tipo de personajes y ahora me cargan a mí solo, siempre solo, como hace mucho tiempo, a veces rodeado de gente, pero con la intensa sensación de soledad, de no encontrar a nadie que congenie conmigo, con quien pueda compartir mis pensamientos, solo por no poder hablar con nadie, ¿por qué no entienden? ¿Por qué no escuchan?
El frío, el miedo, la humillación se apoderan de mí, sobre la mesa está un libro que no leo, repaso las hojas, las miro, veo como se forman figuras en cada hoja con la tinta de la impresión, una botella de cerveza helada, medio vacía, me acecha desafiante mientras agarro el vaso lleno más de espuma que de líquido, humedeciendo mis dedos, congelando mis manos.
Mi hijo se va a una fiesta, lo veo pasar con uno de sus amigos, se le ve tan contento que su estado de ánimo intensifica mi angustia. Tampoco puedo hablar con él, forma parte del mundo de sordos que me rodea. No tiene edad para pasar los insomnios que me visitan todas las noches.
-          Pareces un borracho con un libro y una cerveza –me dijo burlonamente mientras se iba de juerga.
Con una mueca intenté seguirle la corriente mientras se iba. ¿Es que sólo ese perfil proyecto? ¿No propicio alguna consideración o cualidad? Ya que importa. El golpe de la puerta al cerrarse retumba mis oídos como campanazo de  boxeo, confirmándome que la casa ya es un desierto.
Como beduino sin camello, pienso en el resto de mi familia, mi esposa está con su madre y su extraña relación: Cuando era soltera no la podía ver, pero desde que nos casamos se volvieron inseparables e, irónicamente, al que no puede ver es a mí. No entiendo que hago acá. Soy el único que mantiene la casa, sé de donde viene y cuando no viene la plata. Pero nadie al menos me pregunta ¿Cómo estoy? Tan sólo me dicen cuánto necesitan.
Hace cuatro meses que no encuentro trabajo, en mi casa nadie lo sabe, porque a nadie le interesa, siempre que tengan para sus gastos, pero los ahorros se acaban, igual me voy temprano y regreso tarde, buscando quehacer, de paso mirando a la gente como es feliz en los parques, ¿cómo logran esa felicidad? No recuerdo la última vez que me sentí feliz. Reviso la cuenta bancaria y los recibos vencidos: las sumas y restas no cuadran ¿Alguien más sabe aritmética en la familia?
Desde hace más de un año sabía que esto iba a pasar, cuando la empresa donde era contador general fue comprada por unos extranjeros, redujeron el personal a su mínima expresión, pero a mí me dejaron para el final, hasta sacarme la última neurona de conocimiento del puesto, bueno, ya se la llevaron, me volví dispensable.
Cuando hace más de un año traté de contarle a mi esposa lo ocurrido, me cambió el tema de inmediato, con un manejo del lenguaje que no sabía que tenía, y empezó a explicarme sobre la vida de los Avendaño, los Mujica, de la fiesta de fin de año.  Algún tiempo después reintenté explicarle la situación, pero era lo mismo, no quería escucharme. Entendí que todos asumen que ése es mi problema. Desde allí me resigné a ya no contar nada. A comerme toda mi mierda y a pasar las noches mirando el techo.
Acabé la cerveza, estaba muy helada, me gustó, fui pesadamente a mi cuarto estaba igual que siempre, la misma cama, el mismo cuadro del Señor de la Misericordia, las cortinas oscuras, la alfombra descocida, las mismas sábanas, afortunada y lamentablemente limpias, pues no habían sido magulladas por el sexo desde hace un año al menos. Prendí el televisor para ver si en algo se me quitaba la angustia de la soledad, pero no podía ver nada, cambiaba de canal en canal, las caras felices en todos ellos, me molestaban más.
Me dirijo al ropero y de lo alto saco el paquete que me está esperando, hacía tiempo que no lo veía, lo abro de a pocos, voy pensando, vienen muchos rostros a mi memoria, de pronto me acuerdo cuando jugamos tiros al arco con mi papá, fue la única vez que jugué con él pues siempre andaba muy ocupado, fue el día más feliz de mi vida. Ya me acordé, así era la felicidad. Pero yo tenía ocho años y mi viejo, tenía la cara que ahora yo tengo. ¡Qué lejos estoy de esa sensación! Ya con el pasar de los años apenas la rememoro.
Esa evocación me ha traído la felicidad de imaginar las caras de mi despreocupada familia cuando entren de regreso al cuarto.
Mi ritual continua, el paquete ya está abierto, saboreo su contenido, lo succiono como si fuera el pecho materno esperando que salga el elixir afectuoso que me devuelva la felicidad, como al recién nacido liberándolo de sus tormentos, pero el pezón es muy grande, muy duro, casi choca con mi garganta y me provoca arcadas, lo alejo un poco. El recuerdo de mi difunta mamá me alegra, la veo siempre preocupándose por los detalles, por saber cómo estoy, qué poco me importaba en esa época, uno se da cuenta del valor de las cosas cuando no las tiene ¿Sucederá así conmigo? No hay más que pensar, jalo del gatillo.

viernes, 20 de enero de 2012

Un muro y muchas estrellas

Ricardo Ormeño Valdizan


                                    Unos minutos abrazado con la paz y el silencio es muchas veces una singular sensación reparadora tanto para el cuerpo como para el espíritu, el doctor Frías lo sabía perfectamente, el atinar con la locación adecuada era su problema; demás está el mencionar que su consultorio no era lo más indicado ya había renunciado a pretender ordenar las cosas y exigir su derecho a la privacidad, sin teléfonos, sin el sonido de la puerta, sin nada, pero todos sus intentos habían sido en vano.


                                       El cirujano estaciona su elegante auto en aquel viejo malecón donde numerosas veces había reunido a condiscípulos universitarios adorando al dios Baco o a jóvenes mozas en furtivos y salvajes ataques de pasión en la penumbra. Baja de su coche, enciende un cigarrillo evocando aquellos disimulados paseos nocturnos por los jardines de la clínica Santa Felicia, entretanto contempla con nostalgia como ha cambiado su antiguamente concurrido parque, ahora la iluminación es perfecta para los visitantes no así para los amantes, sin embargo, los mismos árboles felizmente se hallan en su lugar acompañados ahora de plantas ornamentales y algunas sofisticadas bancas pero en conclusión era todavía un espacio muy simpático que inspiraba belleza y sosiego donde aún se podía percibir el aroma a pinos y rosas. Jorge camina hacia la vereda de manera pausada como tratando de captar cada detalle atravesando la ordenada arboleda hasta arribar al extremo mismo. Pronto observa a unos treinta metros aproximadamente a un impreciso conjunto de jóvenes parejas. -Como pasa el tiempo, años atrás frecuentaba este lugar y ahora veo en ese grupo a tanto muchacho que también lo visita, las nuevas generaciones, las frescas motivaciones… vaya incluso creo ver a mi hijo, sí que tiene un aire pero no creo que sea él, recuerdo que hoy estaría en una fiesta de esas que no perdería nunca así estuviera resfriado… ¿esos otros muchachos? realmente no los conozco, en fin que coincidencia- concluye  Jorge mientras termina de cruzar el jardín decidiendo sentarse en aquel  histórico y extenso muro de ladrillos rojos mirando hacia el acantilado donde al final, el incalculable mar enteramente oscuro esputa de manera efervescente, espuma que lo regocija a la distancia realizando la magia de laxarlo y consentir que sus recuerdos jugueteen por su agitada mente. Como pasan los años Jorge Frías tantas cosas has vivido, pacientes impacientes, locos por todas partes, una ex –esposa; porque al final saltaste el charco como te aconsejó aquella simpática gitana alguna vez, trataste de revelarte, acaso explotaste, de repente lo brincaste mal, pero entiendo, sólo querías paz y un ser humano que te acompañe con cariño en el día y en la noche. Tu hijo creció y  sabes que tiene un sentimiento muy especial hacia ti, también te encuentras convencido que se halla seguro, que mantiene una vida sin problemas, que lo posee prácticamente todo y que si en algunas oportunidades, su aparente frialdad contigo te hace padecer aún de culpabilidad debes recordar que gracias a él, tú subsististe y finalmente llegaste hasta esta parte del camino a descubrir la tranquilidad. 


                                       El doctor por un momento no puede rehuir a un suspiro profundo y melancólico invitándolo a encender otro cigarrillo ojeando desde la derecha hasta la izquierda dándose cuenta que por más que trate de girar su cuello ya no existe el riesgo de ser advertido por alguna profesa de la clínica Santa Felicia como hace más de una década atrás, mucho menos por  la hermana Cristina, aquella de los ojos azules quien desafortunadamente había fallecido hacía siete años consumida por la metástasis galopante de un insaciable carcinoma. Vaya remembranza mi estimado Jorge me alegro que traslades a la  memoria tantas cosas de esa clínica, que se espolvoree tu intelecto de reminiscencias como la beatificación, Roma, el Vaticano… ¿recuerdas?...vamos Jorge no inhales tristeza, ¿Alusiones de una familia feliz?, vaya me lo imaginaba, no olvides que la separación no fue únicamente por causa tuya y que las mejores terapias para parejas son como su nombre lo indica… de dos… binomios. Jorge… Jorge… Jorge… no te deprimas has hecho y tenido cosas muy buenas a pesar que alguna vez supuse que te habías transfigurado en alguien superfluo y preocupado sólo por el dinero, pero entiendo ahora que simplemente proseguías el ritmo de tu profesión, felizmente tus pacientes siempre te han respetado y admirado, hasta el más cruel y loco…


                                  El doctor se halla cómodo, la brisa y el paisaje lo relajan en demasía y sólo así comienza a percibir una atmósfera casi familiar sin embargo la duda y la angustia lo obliga a llevar sus manos a los muslos repetidas veces como tratando de cerciorarse o aclarar su terrible sospecha. Tras lanzar la colilla del cigarrillo hacia el vacío, contempla con serenidad como aquella pequeña luz roja incandescente se hace cada vez más diminuta emitiendo alguna fugaz chispa en su trayecto hasta desaparecer en la abismal penumbra. Jorge Frías se siente tranquilo disfruta la paz, sus labios se alargan y contraen suavemente cuando decide recordar su vida, sus alegrías, sus sombras, temores, errores y aciertos, lo bueno, lo malo, claro y oscuro, áspero y liso… Jorge intenta contemplar el despejado y estrellado firmamento pero es en vano, nunca pudo hacerlo; tenderse en el jardín o en un cómodo sofá y admirar el terso cielo nocturno…simplemente fue imposible, lo aterraba la perturbadora percepción, que literalmente su alma… se iba por un túnel. El doctor desciende la mirada prefiriendo mantenerse conectado con el vacío y la lejana espuma del mar iluminada gracias a una larga fila de altos tubos de cemento para el alumbrado público que separa el agua del asfaltado camino al borde de la playa. El cirujano respira con calma totalmente abstraído en sus pensamientos, en sus recuerdos…nadie lo importuna…aprendió a duras penas y con los años, a disfrutar de esos especiales momentos de soledad que antes detestaba.

 -¡Ejem!... ¡Ejem!... buenas noches –saluda el guardia de seguridad, custodio del todavía romántico paraje.

-Buenas noches –responde el doctor con la desilusión casi cotidiana…  haber perdido, otra vez más, los anhelados momentos íntimos con sus pensamientos.

-¿Es suyo el automóvil que está frente al parque? –pregunta el centinela, muy sobrio y calmado.

-¡Sí! ¿Está mal estacionado o algo así? –responde con desgano Jorge.

-¡No!... ¡No!... no me malinterprete, donde lo coloque siempre estará bien, sólo admiraba tan espectacular máquina, como me encantaría tener una así –acota el novato vigilante.

-¡Cómo me encantaría regalársela! –expresa el doctor algo confundido e incómodo.

-Estoy seguro que sería capaz de hacerlo –expresa con una sonrisa el enigmático sujeto de cabello negro, corto y de tez bronceada.

-Vaya que curioso oír esas palabras, pareciera que me conoce muy bien, quizás  mucha gente me conoce mejor que yo mismo –responde el galeno dirigiendo por unos segundos su mirada hacia los destellos en el cielo.

-Parece que le gustan las estrellas, con ese auto y una buena compañía, podrían estar haciendo muchas otras cosas bajo esos pequeños y a la vez grandes astros –sugiere aquel sereno pero entrometido individuo uniformado buscando la mirada de Jorge.

-Tal vez pero mi vida ahora es tranquila por ese aspecto, aunque la verdad, totalmente agitada por otro… o bueno tal vez lo fue. A veces he pensado que sólo busco paz y alegría… y en cuanto a las luces en el firmamento, si supiera que no puedo verlas por mucho tiempo, pero en fin, ése es otro discurso –acota Jorge sintiendo una intensa y fría brisa en su rostro que le trae a la memoria extrañas experiencias remotas.

-Bueno lo dejo para que disfrute sus pensamientos, y por favor no le tenga miedo a las estrellas, conviértalas en sus amigas de la noche, mire allí por ejemplo –sugiere el elegante guardia que a pesar  de su baja estatura irradiaba un singular respeto.

-¿Allí?-pregunta el doctor Frías.

-No…allí…Marte –responde el bronceado agente. El doctor intenta fijar su mirada hacia aquel punto pero no puede concentrarse por mucho tiempo y más bien siente que un familiar recuerdo acerca del planeta rojo se aproxima tímidamente a su mente llegando a invadirla estimulándolo a realizar un veloz análisis sobre la sorprendente indicación de un vigilante con aparentes conocimientos en astronomía.

-¿Fuma? –pregunta el doctor buscando la mirada del guardián para ofrecerle un cigarrillo como tratando de verificar algo que sólo él sospecha descubriendo que ya no se encuentra a su lado, logrando divisarlo borrosa e inexplicablemente a muchos metros de allí, Frías siente escalofríos ante el hecho pero felizmente estos son pasajeros siendo reemplazados rápidamente por otras sensaciones como tranquilidad, sosiego y conformidad…
 

                              Jorge aún sentado en aquel muro de ladrillos rojos, mantiene sus manos sobre sus muslos y hoy se encuentra decidido. Su mirada se fija ahora en aquella diminuta y lejana luz blanca del alumbrado público abajo, muy abajo, mientras su mente permite que las ideas y las remembranzas revoloteen cual vergel de palomas.

-Hijo, sé que cuando crezcas y pasen los años, serás médico y me curarás estoy totalmente segura –sentenciaba la madre de Frías llenándolo de cariñosos ósculos sin pensar que su deceso se daría de manera inminente una década después.

-Lo será estoy seguro de ello, será mejor que cualquiera, será mejor que yo –confirmaba el padre de Jorge con agrado y orgullo observando con detenimiento a su querido muchacho.

-Disculpe, fue sólo una recaída –palabras de aquel paciente de nombre Carlos Venturo quien doce años atrás intentara suicidarse en tantas oportunidades hasta por fin lograrlo.


                           El aturdido cirujano se siente inmerso en nostalgias que no desean abandonarlo sin embargo trata de mantener su atención en la refulgencia de aquel lejano poste, se concentra y cuando el vientecillo en su rostro intensifica su baja temperatura, Jorge…  se deja caer sintiendo que su cuerpo vuela velozmente, libre, sin presiones, sin tensiones de cualquier tipo, el resplandor crece, se hace más intenso y se acerca ferozmente hacia el cirujano quien advierte que a pesar de encontrarse en el vacío, los sobresaltos y vacilaciones han desaparecido raudamente así como la sensación de su peso no llegando a impactar en el duro suelo sino más bien terminando su veloz y salvaje trayectoria de pie, al lado de aquel poste de luz… ahora tiene la certeza, sus dudas han desaparecido.


-¡Jean que haces con la luz encendida, es tarde y ya estamos por amanecer!… ¿No puedes dormir o qué te sucede? – pregunta la madre del joven totalmente perturbada por el inusual comportamiento de su hijo encontrándolo estirado laxo y agotado sobre su lecho.

-¡NO! …¡No puedo dormir eso es todo! –responde el bisoño hijo del doctor Frías.

-¿Qué tienes en las manos? –cuestiona la mamá al verlo inquieto, nervioso empuñando algo entre sus manos casi con intenso fervor.

-¡Nada… sólo mi reloj! –responde enérgicamente Jean al sentirse acorralado.

-¡Trae acá! … ¡Maldición Jean esto te hace daño!... ¡Tu reloj se detuvo a las tres de la mañana! –increpa la alguna vez cónyuge de Jorge.

-¡Lo hago cada que puedo mamá y tú ni te das cuenta!... ¿Me puedes entender? –responde el joven hijo de Frías alzando la voz con evidentes signos de pavor.

-¿Por qué Jean?... ¡Eso no está bien!...!Esos sueños te hacen daño! –reprocha la preocupada madre.

-¡Sólo buscaba a mi papá en aquel malecón…lo extraño mucho! –concluye el retoño del cirujano abrazando su detenido reloj humedeciéndolo con algunas lágrimas que brotan de sus abatidos y profundos ojos. Jorge…Jorge… Jorge, tu angustiada, acelerada y apasionada vida no te dio nunca el verdadero respiro y la oportunidad de preocuparte un poco más en ti mismo ni siquiera para  percatarte que aquella molestia en el pecho que repetidas veces habías sufrido se había incrementando en esta última ocasión en el preciso momento que iniciabas unos de tus numerosos viajes oníricos aquel dolor y opresión  no era más que la oclusión brusca y salvaje de importantes arterias que irrigaban tu corazón. Muchas características, pistas y datos llevaban a Frías a diagnosticar que ésa había sido su última experiencia onírica y que aquel muchacho con aires a su hijo probablemente era efectivamente su retoño quien haciendo uso de las facultades heredadas además de cultivadas e incentivadas por el mismo cirujano visitaba el peculiar malecón narrado y relatado por su padre en diversas oportunidades pudiendo llegar a el por voluntad propia creando ahora un portal, una posibilidad de poder seguir en contacto con su  progenitor mientras los misterios y leyes que rigen esa dimensión lo permitieran. Jorge entiende, contempla su alrededor, acepta… Frías se encuentra en paz.                          

   

La profecía de la desunión

Víctor Mondragón


Aquella mañana era aun fría,  tras los cerros que rodean la ciudad del Cuzco  se levantaba un brillante Sol que secaba el suelo  humedecido por la lluvia del día anterior. Los días previos, unos escolares de un colegio limeño  habían visto grandes obras incaicas y los restos de un formidable desarrollo agrario.

 -¿Cómo fue posible que un reducido número de extranjeros haya podido conquistar tan vasto imperio? –preguntó Sasha.

-Esa pregunta me la han hecho varias veces, por favor siéntense sobre el pasto haciendo un semicírculo –dijo la maestra a sus alumnos tras  detenerse en  la explanada de la fortaleza de Sacsayhuamán.

-Las sociedades del Tahuantinsuyo tuvieron un fuerte influjo mágico religioso  que en el siglo XXI no es concebible; esa cosmovisión influyó en  el gobierno, la política, la agricultura y demás actividades de su vida diaria –añadió la maestra.

-¿Se refiere a que era una sociedad panteísta? -replicó Pamela.

-Lo que les menciono va mucho más allá de lo que piensan -contestó la maestra, abrió una mochila, extrajo algunos libros   y  procedió a contar sucesos que acaecieron antes de la llegada de los conquistadores.

-Aproximadamente en el año mil quinientos, en sus primeros años de reinado,  Huayna Cápac  consultó a los oráculos de Pachacamac y del Rímac acerca de cómo sería su reinado. Las respuestas fueron muy sorprendentes pues le anunciaban que tras el duodécimo inca, el Tahuantinsuyo se desmoronaría y que gente llegada de lejanas tierras cambiarían su religión y los señorearían –dijo la maestra mientras caminaba alrededor de los jóvenes.

-Dos décadas antes de la conquista,  en diversos lugares del Tahuantinsuyo acontecieron sucesos sumamente extraños; cuentan los cronistas  que una vez en la gran Plaza de Aucaypata, mientras el Inca presidía una ceremonia,  vieron que  una anca o águila volaba  perseguida por media docena de halcones o huamanes que por turnos la picoteaban dificultando  su vuelo. La exhausta águila al no poder defenderse cayó en medio de lo que hoy es la Plaza Mayor del Cuzco, unos orejones la acogieron encontrando que estaba enferma, le dieron de comer; pero pese a que le prodigaron cuidados el ave murió a los pocos días. Sorprendido por tal hecho, el Inca convocó a  los  laicas para que descifraran lo acontecido, ellos  coincidieron que pronto habría derramamiento de sangre real, guerras y finalmente la destrucción del Tahuantinsuyo. No era un augurio pasajero, significaba el fin de toda una organización y forma de vida, eso preocupó al  Inca y a la nobleza –prosiguió la maestra.

-Incorpórense, vamos a ver la parte alta de la fortaleza –dijo la maestra mientras pedía a los jóvenes que no se dispersen.

 -Unos años después, en una clara noche hubo otro curioso suceso; la Luna fue rodeada por tres grandes halos concéntricos, el primero era de color sangre, el segundo era de un color negro verdoso y el tercero se diluía lentamente como el humo gris. Tras diversos sacrificios el sumo sacerdote dijo al Inca que era un mensaje de la madre Luna que avisaba que el hacedor del universo, Pachacamac, anunciaba una gran desgracia. El primer cerco significaba la muerte del Inca y un gran derramamiento de sangre en la nobleza. El segundo simbolizaba que lo anterior provocaría la ruina del Tahuantinsuyo y el tercero representaba el desvanecimiento de su sociedad y  religión –añadió la maestra.

-¿De donde ha obtenido esa información? –cuestionó Sasha.

-Los incas no conocieron el alfabeto, sus conocimientos los trasmitieron a través de relatos, lo narrado fue lo que los cronistas de la conquista escrutaron en las entrañas del pasado, en los relatos de los ancianos -respondió la maestra.

-El Inca se negaba a aceptar tales vaticinios y mandó llamar a un famoso adivino de Yauyos quien desconociendo lo anteriormente  dicho, llegó a las mismas conclusiones; por esos días, en las costas del Tahuantinsuyo, terremotos y maremotos vislumbraban ya los gérmenes de la fatalidad. Garcilaso de la Vega narró que tales presagios los escuchó de dos ancianos capitanes de Huayna Cápac, Juan Pechuta  y Chauca Rimache, a quienes según dijo,  se les salían las lágrimas  cuando recordaban esos augurios.    Pese a lo acontecido, el Inca no se desanimó y ordenó ofrecer sacrificios en todos sus dominios pretendiendo cambiar la voluntad de sus dioses; sin embargo las respuestas de los oráculos siguieron siendo  nefastas –dijo la profesora.

Desde lo alto de la fortaleza, los visitantes apreciaron la ciudad del Cuzco, la maestra les explicó que el inca Pachacutec la reconstruyó delineándola como la figura de un puma, la fortaleza de Sacsayhuaman correspondía a la cabeza de dicho felino.

-Otro cronista cuenta que un anciano de nombre Topa Huallpa,   narró que por esos años mientras se celebraba una solemne ceremonia en la plaza de Aucaypata, cayó repentinamente del cielo un  pájaro de muchos colores y nunca antes visto  que levantando la voz dijo claramente: pronto se acabarán  vuestros ritos y ceremonias y habrá otro modo de vivir –añadió la profesora. 

-Si  los incas estuvieron advertidos, ¿cómo fue que los conquistadores los cogieron por sorpresa?- preguntó Sasha con tenue pero insaciable voz. Estaba confundida con las conjeturas que se tejían su mente. La maestra  se apostó frente a sus alumnos.

-Es muy difícil responder aquello, la poca información proviene de los cronistas españoles; sin embargo debe resaltarse que la élite incaica  poseía una organización capaz de identificar la presencia de los europeos desde su arribo a Panamá dado que los comerciantes de Chincha navegaban con frecuencia hasta Centroamérica y además los incas antes de cada conquista infiltraban  espías en los nuevos territorios. De hecho dichos enviados se introdujeron en la actual Colombia y es muy probable que hubieran  sabido lo que ya acontecía en Panamá, al parecer, Huayna Capac tuvo conocimiento de los españoles desde antes de mil quinientos veinte y correlacionó aquello con  la profecía de que el fin del Tahuantinsuyo sería tras el duodécimo inca, es decir tras su reinado  –dijo la profesora.

-No entiendo, ¿nos dice que los incas previamente tuvieron  conocimiento de la llegada de los conquistadores? –preguntó Jorge.

-Los miembros de las panacas, ayllus reales o familias de cada Inca, por ser de la nobleza si accedían a la información pero para las grandes mayorías estos hechos se solían traducir en especulaciones, mitos y leyendas –replicó la maestra  mientras elevaba la mirada y contemplaba el cielo azul.

-Los cronistas cuentan que en la segunda expedición de Pizarro en mil quinientos veintiséis, seis años antes de la captura de Atahualpa, los conquistadores avistaron una balsa de comerciantes tumbesinos con vela y timón  que pesaría más de diez toneladas; de allí cogieron a tres naturales que llevarían a España y posteriormente les servirían de intérpretes. Tras permanecer año y medio en las islas del Gallo y La Gorgona,  mientras navegaban,   se volvieron a encontrar con navegantes tumbesinos y les pidieron que los consideraran como amigos pues decían  ir de parte del dios verdadero. Los sorprendidos naturales  fueron a tierra a decir a su cacique que los españoles eran enviados de dios. El cacique de Tumbes ordenó que les llevaran presentes de pescado, agua y frutas. Luego  un orejón,  delegado inca de la región,  invitó a los navegantes a bajar a tierra y en respuesta le ofrecieron subir a la nave. El noble inca permaneció en el navío desde la mañana hasta el atardecer de aquel día. Pizarro le dio de comer y beber vino; finalmente le regaló un hacha de hierro, unas cuentas de margaritas y tres calcedonias;  para el cacique envió  una puerca, un marrano,  cuatro gallinas y un gallo. Luego Pizarro mandó a tierra a Alonso de Molina y a un negro. A los indios les encantó escuchar el canto del gallo mientras otros naturales asearon  al negro intentando aclarar el color de su piel. Posteriormente Pizarro envió a tierra a Pedro de Candia quien a pedido de los indios  disparó su arcabuz atravesando una tabla. El cacique Chilimasa quedó impresionado y personalmente derramó chicha en la boca del arcabuz humeante mientras le decía: bebe, bebe hijo del trueno –añadió la maestra.

 -¿Estoy confundida, los incas confirmaron   la presencia de los conquistadores cuando aún vivía Huayna Cápac? –preguntó Pamela con la curiosidad práctica con que indagan los adolescentes.

-Efectivamente, aun vivía Huayna Cápac, Pizarro y sus acompañantes navegaron durante tres meses más por la costa norte del Perú hasta el río Santa; por donde iban,  les salían al encuentro balsas con pescado, fruta y otros obsequios, asimismo les invitaban a bajar a tierra. De regreso a Paita, Pizarro, Bartolomé Ruiz y otros españoles desembarcaron aceptando la reiterada invitación de una cacica a quien llamaron la Capullana. Los extranjeros fueron recibidos con gran orden mientras los naturales portaban ramos verdes y espigas de maíz; luego compartieron la comida mientras los indios bailaban y cantaban para ellos. Pizarro agradeció aquellas atenciones  pidiéndoles  que se dejaran de adorar ídolos y les dijo que iban de parte del hacedor del universo. Ofreció llevarles religiosos para que los bautizaran  y les predicaran el evangelio. Luego pidió a los naturales que levantaran la bandera del rey de España y la menearan tres veces; los indios lo hicieron riéndose y burlándose pues entre sí decían  que en el mundo no había rey más poderoso que Huayna Cápac. Finalmente Pizarro regresó a Panamá,  dos españoles se quedaron en Tumbes hasta que Pizarro regresara, aquellos fueron el marinero Ginés y Alonso de Molina. Por su parte, el noble orejón que estuvo entre los españoles, se encaminó presuroso a Quito a fin de informar al Inca todo lo que estaba ocurriendo –narró  la maestra.

-Contando con dicha información, ¿por qué el Inca no actuó inmediatamente? –censuraron concurrentemente varios alumnos.

-Cuenta el cronista Pedro Pizarro que por esos mismos días el famoso dios Apurímac había emitido una funesta profecía: “habéis de saber que viene gente barbuda que os ha de sojuzgar, he querido decir esto para que comáis, bebáis y gastéis todo lo que tengáis, para que cuando aquellos vengan no hallen nada   ni tengáis que les dar” –leyó la maestra en uno de sus libros.

 -Los cronistas también recogieron la versión de que por esos años una mujer tuvo hijos mellizos, siendo uno blanco y otro negro lo cual se interpretó como que pronto llegarían extranjeros con ese color de piel. Pese a todo, el imperio  estaba en su apogeo y unido; era impensable que alguna fuerza extranjera pusiera en peligro al Tahuantinsuyo. Los veloces chasquis informaban por horas  acerca de las visitas de los extraños navegantes que merodeaban por la costa, el Inca  esperaba con sumo interés al orejón que subió al barco español y los tumbesinos que habían interactuado con  los  navegantes. Los súbditos fueron portadores de algunas  baratijas y un raro presente, una cajita conteniendo una mariposa de bronce obsequiada por los españoles,  dialogaron  con el Inca acerca de los extraños visitantes, el soberano ordenó   llevaran a su presencia a los dos españoles que se habían quedado en la costa, lamentablemente éstos acababan de morir  en una disputa entre los tumbesinos y los indios de la isla de Puná,  aquel  hecho mortificó mucho al Inca –dijo la maestra.

Haciendo un alto, los alumnos contemplaron los restos de lo que alguna vez fueron los torreones incas sobre la fortaleza, se estima que tuvieron una altura equivalente a cuatro pisos, los jóvenes miraron con asombro las sólidas bases de piedra perfectamente alineadas.

-En las semanas  posteriores  Huayna Cápac empezó a sentirse enfermo y le aconsejaron bañarse en una laguna mágica pero no surtió efecto, tuvo  severos sarpullidos  e  inflamaciones en la piel. Por esos mismos días se manifestaba una fuerte epidemia a lo largo del Tahuantinsuyo. Aparentemente habría sido la viruela, una enfermedad misteriosa y desconocida trasmitida por los europeos y contagiada a los navegantes tumbesinos y chinchas que eran los comerciantes de mayor actividad naval en el imperio. El rostro del Inca se vio cubierto por pústulas feísimas y  decidió ocultarse en una cueva cerca de Quito, en el pueblo de Pisco, mientras pedía se consultara  la curación en el oráculo de Pachacamac.  Dicho santuario aconsejó sacar  al Inca al aire libre para que recibiese los rayos del sol, pero no mejoró.  Estando el Inca enfermo, sus consejeros hicieron cálculos y le recordaron la profecía del inca Viracocha, su bisabuelo, quien en sueños dijo haber visto al dios Viracocha, creador  de la humanidad y que en tiempos remotos  recorrió el mundo andino haciendo su obra civilizadora hasta llegar a la costa de Manta donde se despidió caminando sobre las aguas y  anunciando que en el futuro enviaría a sus emisarios. Por dicha razón, el  bisabuelo de Huayna Cápac había adoptado ese nombre y había mandado construir un templo con corredores a modo de laberinto donde hoy es el pueblo de San Pedro de Cacha, contenía un altar  con   la imagen que vio en su sueño: un hombre alto y  barbudo. Dicha representación coincidía precisamente con los  navegantes europeos, razón por la cual algunos naturales les llamarían posteriormente Viracochas –narró la maestra aletargando su dicción por el esfuerzo de subir a la mencionada fortaleza.

-Maestra, ¿cree usted en profecías? –preguntó Pamela mientras sus compañeros comentaban entre murmullos.

-La razón, cuyo nombre usurpan los hombres, a veces no nos explica todo, me reservo la respuesta, en todo caso,  lo que les he narrado fue recogido por los cronistas –repitió la maestra con un gesto  disfrazado de sonrisa.

-En una límpida noche Huayna Cápac en compañía de sus sacerdotes contemplaron atónitos un cometa que dejaba una cola verde a su paso y pocos días  después, durante una tormenta, un rayo cayó sobre el alcázar real. Aquello fue definitivo para   los  laicas, la señal se interpretó   como la confirmación de la muerte del Inca. Sobre el imperio se extendieron los rumores de los más negros presagios, a Huayna Cápac le sobrevino tembladeras y fiebre; llamó a sus consejeros y designó como sucesor a su hijo Ninan Cuyuchi,  que por su astucia y sagacidad militar,  consideraba apropiado para lo que se avecinaba –narró la maestra, seguidamente buscó en su mochila una cita de un texto de Garcilaso de la Vega.

“Muchos años ha; y por revelación de nuestro padre el Sol, tenemos que pasados doce reyes,  vendrá gente nueva y no conocida en estas partes; y ganará y sujetará todo el Tahuantinsuyo, a nuestro rey y otros muchos. Yo me sospecho que serán de los que sabemos que han andado por la costa de nuestro mar: será gente valerosa, que en todo os hará ventaja. También sabemos que se cumple en mí el número de los doce incas. Certifico que pocos años después que yo haya ido de vosotros vendrá aquella gente nueva y cumplirá lo que nuestro padre el Sol nos ha dicho, y ganarán el Imperio y serán señores de él. Yo os mando que lo obedezcáis y sirváis como a hombres, que en todo os harán ventaja: que su ley será mejor que la nuestra y sus armas poderosas e invencibles más de las vuestras. Quedaos en paz que yo me voy a descansar con mi padre el Sol que me llama” –leyó la maestra  palabras que el duodécimo inca dijo en su lecho de agonía.

La conversación estaba muy interesante y acababa de llegar el autobús que llevaría a los escolares  a la ciudad del Cuzco. Ordenadamente los jóvenes fueron copando sus asientos.

-¿Nos está contando excusas para justificar la inacción con que se reaccionó ante los invasores? –cuestionó Sasha.

La maestra miró fijamente a todos y cada uno  de sus alumnos, un suave letargo se hizo presente entre ellos hasta que la maestra rompió el tenso silencio.

-Esos mismos relatos desconcertaban  al mestizo Garcilaso de la Vega quien  cuestionó al tío de su madre, hermano de Huayna Cápac,  Garcilaso le llamaba el inca viejo y  había sido testigo de los últimos días del soberano. Al igual que ustedes, el mestizo reprochó la actitud de parte de la nobleza que juzgando que todo esfuerzo sería vano habrían determinado dormir en la resignación. Seguidamente la maestra ubicó un texto de los Comentarios reales de Garcilaso:

-“cuérdome que un día hablando aquel inca viejo, en presencia de mi madre, dando cuenta de estas cosas y de la entrada de los españoles y de cómo ganaron la tierra, le dije: Inca, ¿cómo siendo vosotros tantos y tan belicosos y tan poderosos para ganar y conquistar tantas provincias y reinos ajenos, dejasteis perder tan presto vuestro Imperio y os rendisteis a tan pocos españoles? Para responderme, volvió a repetir el pronóstico acerca de los españoles, que días antes lo había contado, y dijo cómo su Inca les había mandado que los obedeciesen y sirviesen, porque en todo se les aventajarían. Habiendo dicho esto, se volvió a mí con algún enojo de que les hubiese motejado de cobardes y pusilánimes, y respondió a mi pregunta diciendo: estas palabras que nuestro Inca nos dijo, que fueron las últimas que nos habló, fueron más poderosas para nos sujetar y quitar nuestro Imperio, que las armas que tu padre y sus compañeros trajeron a esta tierra” –leyó la maestra añadiendo  que las instrucciones del Inca tenían el nivel de órdenes y como tal debían acatarse. 

Los jóvenes cruzaban miradas entre ellos, no concebían que la inacción fuera una manera apropiada de resistir a la adversidad.

-No creo que lo mejor fue encarar a los extranjeros con resignación –dijo Jorge con voz fuerte, casi gritando.

-Comprendo que el espíritu de vuestra juventud les induce inconformidad y rebeldía, me parece muy bien, permítanme  concluir los relatos: en su lecho de enfermo, el Inca llamó a su sucesor y a sus generales Colla Topa, Hilantunqui y Cuacusi Hualpa, les confió secretamente la forma como se encararía la llegada de los barbudos y les contó lo que le había ocurrido veinte y siete años antes, en los primeros años de su reinado. En Pachacamac le predijeron la ruina del Tahuantinsuyo,  en un atardecer en Chilca, mientras regresaba al Cuzco, el Inca tuvo una visión: miró en lo alto del cielo luces multicolores que se desplazaban a gran velocidad y que luego se detuvieron sobre él mientras una nube lo elevaba al firmamento donde  pudo ver las imágenes de la caída y el resurgir del Tahuantinsuyo. El Inca interpretó que habría desunión  entre sus descendientes por  cientos de años hasta que el mundo se voltearía –respondió la maestra, indiferente al viento que se colaba por las ventanas  del autobús.

-Como dice la Biblia; todo reino dividido será desolado,  dicha desunión fue  la causa de la caída y la postergación de los descendientes de la sociedad incaica, por dicha razón, muchos años antes de su muerte,  Huayna Capac   mandó confeccionar una soga o maroma de oro de  más de ciento cincuenta metros de largo que en las principales festividades en la plaza de Aucaypata, Cuzco,  era cogida simultáneamente por los representantes de todas las provincias del Tahuantinsuyo, era una forma común de solidarizarse con el anhelo  de  unidad. El ancho de la maroma era del grosor de la muñeca de un hombre y brillaba fuertemente bajo la luz del sol.  La mente es porosa para el olvido, temiendo eso, el Inca  también ordenó que  cuando su sucesor asumiera el mando,  adoptara el nombre de Huáscar inca que significa Rey soga, o rey de enlace o unión, pretendía  que su mensaje no lo olviden los días,  que no duerma acostado en la oscuridad.

El sacerdote del Sol, Cusi Topa Yupanqui, realizó la ceremonia de la callpa  para conocer la suerte de sucesores alternos a través del sacrificio de una llama blanca. Lamentablemente las vísceras de todos los auquénidos salían dañadas lo cual era muy mal augurio. A orillas de la desesperación, el sumo sacerdote se acercó al Inca  pidiéndole  que nombrara otro sucesor; pero el soberano ya no se movía, tenía la mirada perdida y agonizaba. Tras unos instantes el gobernante falleció y nadie podría cambiar sus decisiones;  el sucesor que sabía cómo encarar a los extranjeros, Ninan Cuyuchi, moriría  días después bajo la misma enfermedad de su padre. Otros nobles que estuvieron presentes también murieron por la epidemia y  los generales Colla Topa, Hilantunqui y Cuacusi Hualpa que también conocieron como afrontar la llegada de  los extranjeros  serían posteriormente muertos por orden de Topa Cusi Hualpa (1) quien mal aconsejado vio en ellos una infundada conspiración militar. Todo lo sucedido parecía una confabulación urdida por el destino, un sueño sin salida –añadió la maestra.

Luego de media hora de recorrido, el grupo de alumnos y su profesora arribaron a un restaurante a las afueras de la ciudad, lugar donde habían  reservado el almuerzo. El olor a leña aromaba el ambiente y despertaba el hambre entre los alumnos; la maestra explicó a sus discípulos que desde tiempos pre incaicos, los naturales  agradecieron por la lluvia, por el sol que sale cada día, por las cosechas y muchos regalos más que brinda  la creación, indicó que aquello se estaba olvidando. Los comensales, alumnos de un colegio católico,  agradecieron al Altísimo  y seguidamente degustaron diversas variedades de papas horneadas  acompañadas de queso llata,  jugosos y dulces  choclos de grano grande y  cremas de ajíes con maní y hierbas aromáticas. Como siguiente plato consumieron chuño cola que contenía carne hervida con salchichas, papas, arroz y garbanzos. El toque de distinción lo daba la consistencia del chuño diluido que otorgaba un espesado preciso y el uso del utensilio huislla que es una cuchara de palo. El plato de fondo fue ollucos con charqui,  plato de origen pre-incaico donde el sabor de los ollucos es realzado por un agradable jugo de ají panca. Todos los comensales se sintieron orgullosos de degustar platos autóctonos que contenían cierto grado de fusión con los productos que llevaron los europeos. Finalmente pidieron mate de coca para facilitar la digestión. 

El tema tratado en la mañana no estaba agotado, durante la sobremesa, los alumnos comentaban cada cual su parecer, estaban acostumbrados a que la racionalidad prevalezca y se negaban a sucumbir ante el hechizo de  la predestinación. Pese a su juventud, los adolescentes intuían que una característica del fatalismo  es la resignación, una característica que mitiga temores pero  los agrava a la vez.

-¿Nos ha querido decir que la maroma de oro encerraba el mensaje de evitar la desunión en el Tahuantinsuyo? –insinuaron Pamela y Sasha.

-¡Efectivamente!, ese había sido el mensaje secreto de Huayna Cápac,  presagiaba que la desunión de los habitantes del Tahuantinsuyo generaría su caída, aquello no queda ahí pues  dicha desunión sería como una maldición para las generaciones posteriores; los conquistadores se matarían entre ellos y en la época republicana tal  desunión se traduciría en definir erróneamente el problema  del país: para unos, un problema causado por unos cuantos blancos,  para otros, aquí hay mucho indio. Los descendientes convivirían en un clima de sectarismos y egoísmo; sería tanta la desunión que hasta se escucharía  la frase: el peor enemigo de un peruano es otro peruano.

Nadie sabe donde fue a parar dicha maroma, se cree que los sacerdotes incas la escondieron bajo  la laguna Huaypon a tres leguas del Cuzco, otros dicen que está bajo las aguas de una laguna a seis leguas de Potosí, cercano al tambo de Urcos –añadió la maestra.

-¿No será que los conquistadores la fundieron? –preguntó Pamela.

 -Ciertos laicas contemporáneos han vaticinado que está próximo el tiempo del re encuentro de tal maroma. No he pretendido convertir una niebla agitada de profecías en una historia, tampoco embelesarlos con la idea de una excusa,  aprecio que no se dejaran modelar por la arcilla de la predestinación. El mensaje final es que cuando los pueblos andinos recuperen la cohesión perdida,  sus sociedades se levantarán y sus habitantes reconformarán el anhelado esplendor que tuvo el Tahuantinsuyo –concluyó la maestra.



(1)           Topa Cusi Hualpa: nombre original de Huáscar, último inca.