lunes, 30 de enero de 2012

La fiesta

Jaime Zapata


Sentado frente a mi computadora abro el correo y veo una invitación para la fiesta de fin de año a los padres de familia del colegio de mi hijo, la leo, me sonrío, pienso muchas cosas, cómo todo se fue al diablo con gran facilidad, cómo fue la separación, muy civilizada, demasiado fría, sin gritos, escándalos, debe ser porque ya habíamos vivido mucho de eso antes. Es que ya cuando alguien no entiende, no quiere intentar, no desea seguir con una relación, no se le puede obligar. Traté de reconquistar, sin embargo no se puede reconquistar algo que nunca se conquistó, al final me di cuenta.
Apresuré algo que no debía hacer, reenvié la invitación por correo electrónico a mi ex, proponiéndole que vayamos juntos como para apoyar a nuestro hijo y nos relacionamos con los profesores, que conociéndolo va a necesitar de gran ayuda para aprobar algunos. Evidentemente la respuesta fue negativa, sin improperios, con un simple: “Gracias por la invitación, pero no voy”. Era de esperarse. Me sentí ridículo, no contesté y dejé el tema en el abandono, tratando que mis pensamientos no me torturen por mi ilusa acción.
A los tres días me llama mi hijo por teléfono indicándome que su mamá quiere hablar conmigo, me pasa con ella y me dice que ha cambiado de opinión que sí va a ir, sentí cierta alegría porque pensé que estaba recobrando la cordura, pero luego recordé que ella es así, en un minuto puede estar muy bien con uno o comentar algo y al siguiente odiarlo o decir todo lo contrario, siempre pensé que tenía algún trastorno de personalidad.
Los días siguientes eran una incertidumbre, faltaban siete días para la fiesta y no sabía si en verdad iría o cambiaría de opinión en el último momento, de todos modos, como siempre, preparé la ropa que iba a llevar con la debida anticipación.
Los días pasaron en silencio hasta que llegó el esperado sábado, toqué el timbre de su departamento esperando que abra la puerta en pijama, pues ya debería haber cambiado de opinión y de paso protegerme ante una frustración, creo que en alguna parte de mi pensamiento quedaba la idea que todo podía volver a ser como antes, enamorados, ilusionados, comunicativos, no podía quitarme esa imagen alojada en algún lugar de mi mente.
Ante mi sorpresa, estaba muy guapa, muy bien arreglada, esperándome y, para qué, yo también estaba a la altura. Bueno vamos -me dijo- como amigos, terminó diciendo con una sonrisa cómplice, claro vamos, contesté devolviéndole la sonrisa.
Tenía un aroma muy agradable, un poco dulzón pero no empalagoso, unas botas de cuero de taco alto y un vestido ajustado, entramos al local, muy bien decorado con toldos árabes, mesas con un ridículo florero al centro, anfitriones, mozos, y allí estaba nuestra ubicación, junto a otros padres de familia que recién conocíamos y cerca de la orquesta que iba a amenizar la celebración.
Mientras bebíamos unos vasos de whisky, de vez en cuando mi mano rozaba con la suya y le gustaba, estábamos jugando a la seducción, al rato el director del colegio dio unas palabras de agradecimiento y bienvenida, luego de lo cual la orquesta comenzó.
Entre trago y trago conversamos bastante, ya estamos prácticamente abrazados, nos tomamos de las manos ya sin pudor y de vez en cuando se escapa un beso en la mejilla. De pronto empiezan a tocar música de los ochenta que nos hace recodar cuando nos conocimos y salimos a bailar.
Si bien la pista de baile ya está prácticamente llena, nosotros la consideramos para los dos, giramos, bromeamos, nos abrazamos y acariciamos ya sin el menor tapujo, ambos estamos felices, parecía que nos hubiéramos transportado en el tiempo: Las peleas, los reclamos, las demandas nunca existieron, o pertenecieron a la vida de otros.
Ya andamos, si no abrazados, de la mano, hablando con los profesores u otros padres de familia, los chistes iban y venían, nos sentamos un momento, seguimos tomando, recordando, conversando con el resto, nadie creía que estábamos separados, la verdad, habían momentos que hasta yo dudaba. Pensé que la lejanía nos había servido para extrañarnos, para darnos cuenta de lo que nos valorábamos.
Volvemos a salir a bailar, esta vez era una canción de Air Supply, ¡cuánto nos gustaba de enamorados! No me resistí y la besé muy cerca de la boca, ella me respondió, nuestras lenguas se entrecruzaron, nuestros cuerpos se aferraron, rogando para inmovilizar el tiempo, o para borrar lo malo y que quede sólo lo bueno, lo valioso, quedamos como estatuas en la pista de baile mientras la música seguía, cuando acabó la canción, nos separamos, nos miramos, nos reímos, nos volvimos a besar y nos fuimos a sentar, ella ya estaba de espaldas apoyada sobre mi pecho, yo la abrazaba sintiendo su asolapada excitación por su agitada respiración. Le besaba la cabellera, la frente y de vez en cuando estiraba el cuello y me regalaba un beso en la boca.
Ya eran como las dos de la mañana y me dice que se va al baño, me quedo solo con mil ideas que  vienen a mi cabeza, cómo será volver a hacerle el amor después de tanto tiempo, el sólo pensarlo me excitaba, recordaba sus gemidos, como fruncía el rostro y apretaba los dientes cuando sentía un orgasmo, rogándome que no me moviera de ese preciso lugar.
Regresó del baño, se había secado el sudor, tiene otra cara, ya me voy, me dijo, ¿cómo? Le digo absolutamente confundido, sí, estoy saliendo con alguien y ya me vino a buscar, hablamos otro día, después de todo sólo somos amigos, ¿no?, sonrió y se fue. No me dejó decir palabra, me quedé solo, yo con las bolas a punto de estallar, como si tuviera quince años, pensando en su maldito trastorno de personalidad, ahora totalmente confirmada, y el significado que ella debe tener de la amistad.

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