Víctor Mondragón
Aquella mañana era aun fría, tras los cerros que rodean la ciudad del Cuzco se levantaba un brillante Sol que secaba el suelo humedecido por la lluvia del día anterior. Los días previos, unos escolares de un colegio limeño habían visto grandes obras incaicas y los restos de un formidable desarrollo agrario.
-¿Cómo fue posible que un reducido número de extranjeros haya podido conquistar tan vasto imperio? –preguntó Sasha.
-Esa pregunta me la han hecho varias veces, por favor siéntense sobre el pasto haciendo un semicírculo –dijo la maestra a sus alumnos tras detenerse en la explanada de la fortaleza de Sacsayhuamán.
-Las sociedades del Tahuantinsuyo tuvieron un fuerte influjo mágico religioso que en el siglo XXI no es concebible; esa cosmovisión influyó en el gobierno, la política, la agricultura y demás actividades de su vida diaria –añadió la maestra.
-¿Se refiere a que era una sociedad panteísta? -replicó Pamela.
-Lo que les menciono va mucho más allá de lo que piensan -contestó la maestra, abrió una mochila, extrajo algunos libros y procedió a contar sucesos que acaecieron antes de la llegada de los conquistadores.
-Aproximadamente en el año mil quinientos, en sus primeros años de reinado, Huayna Cápac consultó a los oráculos de Pachacamac y del Rímac acerca de cómo sería su reinado. Las respuestas fueron muy sorprendentes pues le anunciaban que tras el duodécimo inca, el Tahuantinsuyo se desmoronaría y que gente llegada de lejanas tierras cambiarían su religión y los señorearían –dijo la maestra mientras caminaba alrededor de los jóvenes.
-Dos décadas antes de la conquista, en diversos lugares del Tahuantinsuyo acontecieron sucesos sumamente extraños; cuentan los cronistas que una vez en la gran Plaza de Aucaypata, mientras el Inca presidía una ceremonia, vieron que una anca o águila volaba perseguida por media docena de halcones o huamanes que por turnos la picoteaban dificultando su vuelo. La exhausta águila al no poder defenderse cayó en medio de lo que hoy es la Plaza Mayor del Cuzco, unos orejones la acogieron encontrando que estaba enferma, le dieron de comer; pero pese a que le prodigaron cuidados el ave murió a los pocos días. Sorprendido por tal hecho, el Inca convocó a los laicas para que descifraran lo acontecido, ellos coincidieron que pronto habría derramamiento de sangre real, guerras y finalmente la destrucción del Tahuantinsuyo. No era un augurio pasajero, significaba el fin de toda una organización y forma de vida, eso preocupó al Inca y a la nobleza –prosiguió la maestra.
-Incorpórense, vamos a ver la parte alta de la fortaleza –dijo la maestra mientras pedía a los jóvenes que no se dispersen.
-Unos años después, en una clara noche hubo otro curioso suceso; la Luna fue rodeada por tres grandes halos concéntricos, el primero era de color sangre, el segundo era de un color negro verdoso y el tercero se diluía lentamente como el humo gris. Tras diversos sacrificios el sumo sacerdote dijo al Inca que era un mensaje de la madre Luna que avisaba que el hacedor del universo, Pachacamac, anunciaba una gran desgracia. El primer cerco significaba la muerte del Inca y un gran derramamiento de sangre en la nobleza. El segundo simbolizaba que lo anterior provocaría la ruina del Tahuantinsuyo y el tercero representaba el desvanecimiento de su sociedad y religión –añadió la maestra.
-¿De donde ha obtenido esa información? –cuestionó Sasha.
-Los incas no conocieron el alfabeto, sus conocimientos los trasmitieron a través de relatos, lo narrado fue lo que los cronistas de la conquista escrutaron en las entrañas del pasado, en los relatos de los ancianos -respondió la maestra.
-El Inca se negaba a aceptar tales vaticinios y mandó llamar a un famoso adivino de Yauyos quien desconociendo lo anteriormente dicho, llegó a las mismas conclusiones; por esos días, en las costas del Tahuantinsuyo, terremotos y maremotos vislumbraban ya los gérmenes de la fatalidad. Garcilaso de la Vega narró que tales presagios los escuchó de dos ancianos capitanes de Huayna Cápac, Juan Pechuta y Chauca Rimache, a quienes según dijo, se les salían las lágrimas cuando recordaban esos augurios. Pese a lo acontecido, el Inca no se desanimó y ordenó ofrecer sacrificios en todos sus dominios pretendiendo cambiar la voluntad de sus dioses; sin embargo las respuestas de los oráculos siguieron siendo nefastas –dijo la profesora.
Desde lo alto de la fortaleza, los visitantes apreciaron la ciudad del Cuzco, la maestra les explicó que el inca Pachacutec la reconstruyó delineándola como la figura de un puma, la fortaleza de Sacsayhuaman correspondía a la cabeza de dicho felino.
-Otro cronista cuenta que un anciano de nombre Topa Huallpa, narró que por esos años mientras se celebraba una solemne ceremonia en la plaza de Aucaypata, cayó repentinamente del cielo un pájaro de muchos colores y nunca antes visto que levantando la voz dijo claramente: pronto se acabarán vuestros ritos y ceremonias y habrá otro modo de vivir –añadió la profesora.
-Si los incas estuvieron advertidos, ¿cómo fue que los conquistadores los cogieron por sorpresa?- preguntó Sasha con tenue pero insaciable voz. Estaba confundida con las conjeturas que se tejían su mente. La maestra se apostó frente a sus alumnos.
-Es muy difícil responder aquello, la poca información proviene de los cronistas españoles; sin embargo debe resaltarse que la élite incaica poseía una organización capaz de identificar la presencia de los europeos desde su arribo a Panamá dado que los comerciantes de Chincha navegaban con frecuencia hasta Centroamérica y además los incas antes de cada conquista infiltraban espías en los nuevos territorios. De hecho dichos enviados se introdujeron en la actual Colombia y es muy probable que hubieran sabido lo que ya acontecía en Panamá, al parecer, Huayna Capac tuvo conocimiento de los españoles desde antes de mil quinientos veinte y correlacionó aquello con la profecía de que el fin del Tahuantinsuyo sería tras el duodécimo inca, es decir tras su reinado –dijo la profesora.
-No entiendo, ¿nos dice que los incas previamente tuvieron conocimiento de la llegada de los conquistadores? –preguntó Jorge.
-Los miembros de las panacas, ayllus reales o familias de cada Inca, por ser de la nobleza si accedían a la información pero para las grandes mayorías estos hechos se solían traducir en especulaciones, mitos y leyendas –replicó la maestra mientras elevaba la mirada y contemplaba el cielo azul.
-Los cronistas cuentan que en la segunda expedición de Pizarro en mil quinientos veintiséis, seis años antes de la captura de Atahualpa, los conquistadores avistaron una balsa de comerciantes tumbesinos con vela y timón que pesaría más de diez toneladas; de allí cogieron a tres naturales que llevarían a España y posteriormente les servirían de intérpretes. Tras permanecer año y medio en las islas del Gallo y La Gorgona , mientras navegaban, se volvieron a encontrar con navegantes tumbesinos y les pidieron que los consideraran como amigos pues decían ir de parte del dios verdadero. Los sorprendidos naturales fueron a tierra a decir a su cacique que los españoles eran enviados de dios. El cacique de Tumbes ordenó que les llevaran presentes de pescado, agua y frutas. Luego un orejón, delegado inca de la región, invitó a los navegantes a bajar a tierra y en respuesta le ofrecieron subir a la nave. El noble inca permaneció en el navío desde la mañana hasta el atardecer de aquel día. Pizarro le dio de comer y beber vino; finalmente le regaló un hacha de hierro, unas cuentas de margaritas y tres calcedonias; para el cacique envió una puerca, un marrano, cuatro gallinas y un gallo. Luego Pizarro mandó a tierra a Alonso de Molina y a un negro. A los indios les encantó escuchar el canto del gallo mientras otros naturales asearon al negro intentando aclarar el color de su piel. Posteriormente Pizarro envió a tierra a Pedro de Candia quien a pedido de los indios disparó su arcabuz atravesando una tabla. El cacique Chilimasa quedó impresionado y personalmente derramó chicha en la boca del arcabuz humeante mientras le decía: bebe, bebe hijo del trueno –añadió la maestra.
-¿Estoy confundida, los incas confirmaron la presencia de los conquistadores cuando aún vivía Huayna Cápac? –preguntó Pamela con la curiosidad práctica con que indagan los adolescentes.
-Efectivamente, aun vivía Huayna Cápac, Pizarro y sus acompañantes navegaron durante tres meses más por la costa norte del Perú hasta el río Santa; por donde iban, les salían al encuentro balsas con pescado, fruta y otros obsequios, asimismo les invitaban a bajar a tierra. De regreso a Paita, Pizarro, Bartolomé Ruiz y otros españoles desembarcaron aceptando la reiterada invitación de una cacica a quien llamaron la Capullana. Los extranjeros fueron recibidos con gran orden mientras los naturales portaban ramos verdes y espigas de maíz; luego compartieron la comida mientras los indios bailaban y cantaban para ellos. Pizarro agradeció aquellas atenciones pidiéndoles que se dejaran de adorar ídolos y les dijo que iban de parte del hacedor del universo. Ofreció llevarles religiosos para que los bautizaran y les predicaran el evangelio. Luego pidió a los naturales que levantaran la bandera del rey de España y la menearan tres veces; los indios lo hicieron riéndose y burlándose pues entre sí decían que en el mundo no había rey más poderoso que Huayna Cápac. Finalmente Pizarro regresó a Panamá, dos españoles se quedaron en Tumbes hasta que Pizarro regresara, aquellos fueron el marinero Ginés y Alonso de Molina. Por su parte, el noble orejón que estuvo entre los españoles, se encaminó presuroso a Quito a fin de informar al Inca todo lo que estaba ocurriendo –narró la maestra.
-Contando con dicha información, ¿por qué el Inca no actuó inmediatamente? –censuraron concurrentemente varios alumnos.
-Cuenta el cronista Pedro Pizarro que por esos mismos días el famoso dios Apurímac había emitido una funesta profecía: “habéis de saber que viene gente barbuda que os ha de sojuzgar, he querido decir esto para que comáis, bebáis y gastéis todo lo que tengáis, para que cuando aquellos vengan no hallen nada ni tengáis que les dar” –leyó la maestra en uno de sus libros.
-Los cronistas también recogieron la versión de que por esos años una mujer tuvo hijos mellizos, siendo uno blanco y otro negro lo cual se interpretó como que pronto llegarían extranjeros con ese color de piel. Pese a todo, el imperio estaba en su apogeo y unido; era impensable que alguna fuerza extranjera pusiera en peligro al Tahuantinsuyo. Los veloces chasquis informaban por horas acerca de las visitas de los extraños navegantes que merodeaban por la costa, el Inca esperaba con sumo interés al orejón que subió al barco español y los tumbesinos que habían interactuado con los navegantes. Los súbditos fueron portadores de algunas baratijas y un raro presente, una cajita conteniendo una mariposa de bronce obsequiada por los españoles, dialogaron con el Inca acerca de los extraños visitantes, el soberano ordenó llevaran a su presencia a los dos españoles que se habían quedado en la costa, lamentablemente éstos acababan de morir en una disputa entre los tumbesinos y los indios de la isla de Puná, aquel hecho mortificó mucho al Inca –dijo la maestra.
Haciendo un alto, los alumnos contemplaron los restos de lo que alguna vez fueron los torreones incas sobre la fortaleza, se estima que tuvieron una altura equivalente a cuatro pisos, los jóvenes miraron con asombro las sólidas bases de piedra perfectamente alineadas.
-En las semanas posteriores Huayna Cápac empezó a sentirse enfermo y le aconsejaron bañarse en una laguna mágica pero no surtió efecto, tuvo severos sarpullidos e inflamaciones en la piel. Por esos mismos días se manifestaba una fuerte epidemia a lo largo del Tahuantinsuyo. Aparentemente habría sido la viruela, una enfermedad misteriosa y desconocida trasmitida por los europeos y contagiada a los navegantes tumbesinos y chinchas que eran los comerciantes de mayor actividad naval en el imperio. El rostro del Inca se vio cubierto por pústulas feísimas y decidió ocultarse en una cueva cerca de Quito, en el pueblo de Pisco, mientras pedía se consultara la curación en el oráculo de Pachacamac. Dicho santuario aconsejó sacar al Inca al aire libre para que recibiese los rayos del sol, pero no mejoró. Estando el Inca enfermo, sus consejeros hicieron cálculos y le recordaron la profecía del inca Viracocha, su bisabuelo, quien en sueños dijo haber visto al dios Viracocha, creador de la humanidad y que en tiempos remotos recorrió el mundo andino haciendo su obra civilizadora hasta llegar a la costa de Manta donde se despidió caminando sobre las aguas y anunciando que en el futuro enviaría a sus emisarios. Por dicha razón, el bisabuelo de Huayna Cápac había adoptado ese nombre y había mandado construir un templo con corredores a modo de laberinto donde hoy es el pueblo de San Pedro de Cacha, contenía un altar con la imagen que vio en su sueño: un hombre alto y barbudo. Dicha representación coincidía precisamente con los navegantes europeos, razón por la cual algunos naturales les llamarían posteriormente Viracochas –narró la maestra aletargando su dicción por el esfuerzo de subir a la mencionada fortaleza.
-Maestra, ¿cree usted en profecías? –preguntó Pamela mientras sus compañeros comentaban entre murmullos.
-La razón, cuyo nombre usurpan los hombres, a veces no nos explica todo, me reservo la respuesta, en todo caso, lo que les he narrado fue recogido por los cronistas –repitió la maestra con un gesto disfrazado de sonrisa.
-En una límpida noche Huayna Cápac en compañía de sus sacerdotes contemplaron atónitos un cometa que dejaba una cola verde a su paso y pocos días después, durante una tormenta, un rayo cayó sobre el alcázar real. Aquello fue definitivo para los laicas, la señal se interpretó como la confirmación de la muerte del Inca. Sobre el imperio se extendieron los rumores de los más negros presagios, a Huayna Cápac le sobrevino tembladeras y fiebre; llamó a sus consejeros y designó como sucesor a su hijo Ninan Cuyuchi, que por su astucia y sagacidad militar, consideraba apropiado para lo que se avecinaba –narró la maestra, seguidamente buscó en su mochila una cita de un texto de Garcilaso de la Vega.
“Muchos años ha; y por revelación de nuestro padre el Sol, tenemos que pasados doce reyes, vendrá gente nueva y no conocida en estas partes; y ganará y sujetará todo el Tahuantinsuyo, a nuestro rey y otros muchos. Yo me sospecho que serán de los que sabemos que han andado por la costa de nuestro mar: será gente valerosa, que en todo os hará ventaja. También sabemos que se cumple en mí el número de los doce incas. Certifico que pocos años después que yo haya ido de vosotros vendrá aquella gente nueva y cumplirá lo que nuestro padre el Sol nos ha dicho, y ganarán el Imperio y serán señores de él. Yo os mando que lo obedezcáis y sirváis como a hombres, que en todo os harán ventaja: que su ley será mejor que la nuestra y sus armas poderosas e invencibles más de las vuestras. Quedaos en paz que yo me voy a descansar con mi padre el Sol que me llama” –leyó la maestra palabras que el duodécimo inca dijo en su lecho de agonía.
La conversación estaba muy interesante y acababa de llegar el autobús que llevaría a los escolares a la ciudad del Cuzco. Ordenadamente los jóvenes fueron copando sus asientos.
-¿Nos está contando excusas para justificar la inacción con que se reaccionó ante los invasores? –cuestionó Sasha.
La maestra miró fijamente a todos y cada uno de sus alumnos, un suave letargo se hizo presente entre ellos hasta que la maestra rompió el tenso silencio.
-Esos mismos relatos desconcertaban al mestizo Garcilaso de la Vega quien cuestionó al tío de su madre, hermano de Huayna Cápac, Garcilaso le llamaba el inca viejo y había sido testigo de los últimos días del soberano. Al igual que ustedes, el mestizo reprochó la actitud de parte de la nobleza que juzgando que todo esfuerzo sería vano habrían determinado dormir en la resignación. Seguidamente la maestra ubicó un texto de los Comentarios reales de Garcilaso:
-“cuérdome que un día hablando aquel inca viejo, en presencia de mi madre, dando cuenta de estas cosas y de la entrada de los españoles y de cómo ganaron la tierra, le dije: Inca, ¿cómo siendo vosotros tantos y tan belicosos y tan poderosos para ganar y conquistar tantas provincias y reinos ajenos, dejasteis perder tan presto vuestro Imperio y os rendisteis a tan pocos españoles? Para responderme, volvió a repetir el pronóstico acerca de los españoles, que días antes lo había contado, y dijo cómo su Inca les había mandado que los obedeciesen y sirviesen, porque en todo se les aventajarían. Habiendo dicho esto, se volvió a mí con algún enojo de que les hubiese motejado de cobardes y pusilánimes, y respondió a mi pregunta diciendo: estas palabras que nuestro Inca nos dijo, que fueron las últimas que nos habló, fueron más poderosas para nos sujetar y quitar nuestro Imperio, que las armas que tu padre y sus compañeros trajeron a esta tierra” –leyó la maestra añadiendo que las instrucciones del Inca tenían el nivel de órdenes y como tal debían acatarse.
Los jóvenes cruzaban miradas entre ellos, no concebían que la inacción fuera una manera apropiada de resistir a la adversidad.
-No creo que lo mejor fue encarar a los extranjeros con resignación –dijo Jorge con voz fuerte, casi gritando.
-Comprendo que el espíritu de vuestra juventud les induce inconformidad y rebeldía, me parece muy bien, permítanme concluir los relatos: en su lecho de enfermo, el Inca llamó a su sucesor y a sus generales Colla Topa, Hilantunqui y Cuacusi Hualpa, les confió secretamente la forma como se encararía la llegada de los barbudos y les contó lo que le había ocurrido veinte y siete años antes, en los primeros años de su reinado. En Pachacamac le predijeron la ruina del Tahuantinsuyo, en un atardecer en Chilca, mientras regresaba al Cuzco, el Inca tuvo una visión: miró en lo alto del cielo luces multicolores que se desplazaban a gran velocidad y que luego se detuvieron sobre él mientras una nube lo elevaba al firmamento donde pudo ver las imágenes de la caída y el resurgir del Tahuantinsuyo. El Inca interpretó que habría desunión entre sus descendientes por cientos de años hasta que el mundo se voltearía –respondió la maestra, indiferente al viento que se colaba por las ventanas del autobús.
-Como dice la Biblia ; todo reino dividido será desolado, dicha desunión fue la causa de la caída y la postergación de los descendientes de la sociedad incaica, por dicha razón, muchos años antes de su muerte, Huayna Capac mandó confeccionar una soga o maroma de oro de más de ciento cincuenta metros de largo que en las principales festividades en la plaza de Aucaypata, Cuzco, era cogida simultáneamente por los representantes de todas las provincias del Tahuantinsuyo, era una forma común de solidarizarse con el anhelo de unidad. El ancho de la maroma era del grosor de la muñeca de un hombre y brillaba fuertemente bajo la luz del sol. La mente es porosa para el olvido, temiendo eso, el Inca también ordenó que cuando su sucesor asumiera el mando, adoptara el nombre de Huáscar inca que significa Rey soga, o rey de enlace o unión, pretendía que su mensaje no lo olviden los días, que no duerma acostado en la oscuridad.
El sacerdote del Sol, Cusi Topa Yupanqui, realizó la ceremonia de la callpa para conocer la suerte de sucesores alternos a través del sacrificio de una llama blanca. Lamentablemente las vísceras de todos los auquénidos salían dañadas lo cual era muy mal augurio. A orillas de la desesperación, el sumo sacerdote se acercó al Inca pidiéndole que nombrara otro sucesor; pero el soberano ya no se movía, tenía la mirada perdida y agonizaba. Tras unos instantes el gobernante falleció y nadie podría cambiar sus decisiones; el sucesor que sabía cómo encarar a los extranjeros, Ninan Cuyuchi, moriría días después bajo la misma enfermedad de su padre. Otros nobles que estuvieron presentes también murieron por la epidemia y los generales Colla Topa, Hilantunqui y Cuacusi Hualpa que también conocieron como afrontar la llegada de los extranjeros serían posteriormente muertos por orden de Topa Cusi Hualpa (1) quien mal aconsejado vio en ellos una infundada conspiración militar. Todo lo sucedido parecía una confabulación urdida por el destino, un sueño sin salida –añadió la maestra.
Luego de media hora de recorrido, el grupo de alumnos y su profesora arribaron a un restaurante a las afueras de la ciudad, lugar donde habían reservado el almuerzo. El olor a leña aromaba el ambiente y despertaba el hambre entre los alumnos; la maestra explicó a sus discípulos que desde tiempos pre incaicos, los naturales agradecieron por la lluvia, por el sol que sale cada día, por las cosechas y muchos regalos más que brinda la creación, indicó que aquello se estaba olvidando. Los comensales, alumnos de un colegio católico, agradecieron al Altísimo y seguidamente degustaron diversas variedades de papas horneadas acompañadas de queso llata, jugosos y dulces choclos de grano grande y cremas de ajíes con maní y hierbas aromáticas. Como siguiente plato consumieron chuño cola que contenía carne hervida con salchichas, papas, arroz y garbanzos. El toque de distinción lo daba la consistencia del chuño diluido que otorgaba un espesado preciso y el uso del utensilio huislla que es una cuchara de palo. El plato de fondo fue ollucos con charqui, plato de origen pre-incaico donde el sabor de los ollucos es realzado por un agradable jugo de ají panca. Todos los comensales se sintieron orgullosos de degustar platos autóctonos que contenían cierto grado de fusión con los productos que llevaron los europeos. Finalmente pidieron mate de coca para facilitar la digestión.
El tema tratado en la mañana no estaba agotado, durante la sobremesa, los alumnos comentaban cada cual su parecer, estaban acostumbrados a que la racionalidad prevalezca y se negaban a sucumbir ante el hechizo de la predestinación. Pese a su juventud, los adolescentes intuían que una característica del fatalismo es la resignación, una característica que mitiga temores pero los agrava a la vez.
-¿Nos ha querido decir que la maroma de oro encerraba el mensaje de evitar la desunión en el Tahuantinsuyo? –insinuaron Pamela y Sasha.
-¡Efectivamente!, ese había sido el mensaje secreto de Huayna Cápac, presagiaba que la desunión de los habitantes del Tahuantinsuyo generaría su caída, aquello no queda ahí pues dicha desunión sería como una maldición para las generaciones posteriores; los conquistadores se matarían entre ellos y en la época republicana tal desunión se traduciría en definir erróneamente el problema del país: para unos, un problema causado por unos cuantos blancos, para otros, aquí hay mucho indio. Los descendientes convivirían en un clima de sectarismos y egoísmo; sería tanta la desunión que hasta se escucharía la frase: el peor enemigo de un peruano es otro peruano.
Nadie sabe donde fue a parar dicha maroma, se cree que los sacerdotes incas la escondieron bajo la laguna Huaypon a tres leguas del Cuzco, otros dicen que está bajo las aguas de una laguna a seis leguas de Potosí, cercano al tambo de Urcos –añadió la maestra.
-¿No será que los conquistadores la fundieron? –preguntó Pamela.
-Ciertos laicas contemporáneos han vaticinado que está próximo el tiempo del re encuentro de tal maroma. No he pretendido convertir una niebla agitada de profecías en una historia, tampoco embelesarlos con la idea de una excusa, aprecio que no se dejaran modelar por la arcilla de la predestinación. El mensaje final es que cuando los pueblos andinos recuperen la cohesión perdida, sus sociedades se levantarán y sus habitantes reconformarán el anhelado esplendor que tuvo el Tahuantinsuyo –concluyó la maestra.
(1) Topa Cusi Hualpa: nombre original de Huáscar, último inca.
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