miércoles, 27 de octubre de 2010

Oir

Rocío Vallejos

Esa mañana me desperté bruscamente, sentí algo diferente en mí.  ¿Qué me pasa?, pensé mientras trataba de levantarme.
-José, ¡Levántate o llegarás tarde a la oficina!, decía en voz alta mi madre.
-Ya voy mamá, le respondí.  Ya estoy despierto.
Mi madre se asomó a mi cuarto y me preguntó -¿Estás soñando todavía hijito?-, aún no te pasé la voz porque faltan doce minutos para tu hora de levantarte.
-Seguro mamá, le respondí, recién acabo de despertarme y estaba soñando con que me pasabas la voz.  Creo que hoy me he despertado antes que tú.
-Este muchacho que todo lo que hace es asustarme, decía mientras se alejaba rumbo a la cocina para preparar el desayuno.
-Mamá, ¡no murmures! Que ya me estoy levantando, le dije mientras trataba de hacerlo a pesar que mi tibia cama me recomendaba un ratito más de sueño.
-Pero si no he dicho nada muchacho, alcancé a oír.  Vete a la ducha de una vez a ver si te despiertas del todo.
Mientras estaba aún en la cama, la sensación que tuve al despertarme no desaparecía.  Tenía como un zumbido en los oídos.
Oía como mi papa renegaba por no encontrar una de sus babuchas.  Usó lo más florido de su lenguaje cuando tuvo que arrodillarse a mirar bajo la cama, para ver si estaba allí.  Ya lo oía. ¡Cómo me duelen estas rodillas por Dios! ¡Pero si todas las noches las dejo bien colocadas y todas las mañanas es lo mismo!, ¡Es ese maldito perro de mi mujer que le gusta dormir bajo la cama!  ¡Si la ha mordido, lo mato!
 -¿Papá te ayudo a buscar tu babucha?, pregunté, mientras trataba de no sonreír imaginándomelo tirado en el suelo buscando su zapato perdido.
Me senté en la cama y busque mi bata.  Cuando me disponía a ir al baño me encontré con mi papá en la puerta de mi cuarto mirándome fijamente y preguntándome:
-¿Me has hecho una broma y has escondido mi babucha?
-No.  Lo que pasa es que te escuché renegar diciendo que no encontrabas una de tus babuchas, que te dolían las rodillas, que vas a matar a “Rufus” y como no quiero que pelees con mami por culpa del perro, es que me ofrecí a ayudarte.
-Hijo, me dijo mi padre, tú eres telépata o yo estoy reblandecido y dándose la vuelta se fue a su cuarto con sólo una babucha puesta.
No entendí bien lo que dijo mi papá en ese momento, pero ya no tenía tiempo para más cosas.  Efectivamente iba a llegar tarde al trabajo si no me apresuraba.
Las prisas de la vida, muchas veces hacen que uno tenga pésimas costumbres.  Reconozco que ese era mi caso, ya que no podía sentarme a tomar desayuno con mis padres como Dios manda porque nunca tenía tiempo.  La rutina de mi vida era de lunes a viernes salir corriendo por la puerta después de tomar una taza de leche medio fría.  Las buenas costumbres regresaban siempre los fines de semana ya que durante esos dos días, los desayunos eran tan largos como los almuerzos y las siestas.  Sábados y domingos eran bien vividos en familia.
Salí raudo, como de costumbre, pero los oídos me seguían zumbando.  Traté de no darle importancia pero, una vez que me subí al micro, eso ya no fue posible.  El zumbido se intensificó tanto que comenzó a dolerme la cabeza.  Ese dolor era una sensación extraña porque a mí nunca me dolía nada.  Siempre fui sano, fuerte, comía bien, descansaba bien y era muy aseado con las manos.  Siempre las lavaba para evitar precisamente, enfermedades.
El día en el trabajo fue un martirio.  Todo el mundo me repetía las cosas.  Me sentí un principiante que no da una en las labores encomendadas.   La señora Margarita, secretaria del gerente general me dio pastillas para el dolor de cabeza, pero no me sirvieron de nada.  El zumbido se había convertido, al terminar el día, en un tambor dentro de la cabeza.  ¡Bum!, ¡Bum!, ¡Bum!
El regreso a casa fue igual, las personas dentro del micro no hablaban, gritaban.  Quería pararme de mi cómodo asiento y decirles a todos ¡CALLENSE LA BOCA QUE ME DUELE LA CABEZA!
Cuando llegué a casa le dije a mi mamá:
-Creo que me voy a enfermar mami, me duele mucho la cabeza.
Mi mamá con cara de preocupación se acercó y me tocó la frente con su mano y me dijo –No tienes fiebre, pero es posible que te vayas a resfriar.  Come y te llevó un té con limón a tu cama y un par de pastillas para la gripe.
El tambor ya no era tal cuando me fui a la cama.  Esa noche no deseaba ver televisión para escuchar las noticias, lo único que quería era dormir y así lo hice.  Besé a mis padres y me fui a mi cuarto en donde me esperaban una taza de té y un sobre con pastillas para el resfrío.
Trataba de conciliar el sueño pero mis padres, como nunca, estaban hablando muy alto.  Seguro era por el perro, pensé, así que contra mis costumbres, cerré la puerta de mi dormitorio.
Ya en la soledad de mi habitación poco a poco el zumbido fue desapareciendo, mi cuerpo se fue relajando y me quedé dormido.
No sé cuántas horas dormí pero desperté súbitamente. Y como si alguien hubiese hecho un chasquido con sus dedos en mi oído, el zumbido se fue.  Abrí los ojos y supe lo que me pasaba. 
Agucé el oído y escuché el ruido de los carros a lo lejos, pude ver nítidamente la lámpara en el techo de mi cuarto, pude sentir con la palma de mis manos la trama de las sábanas, moví los pies de un lado al otro y finalmente me incorporé y bebí el último sorbito del té con limón que mi mamá me preparó y olfateé su clásico olor y sentí su sabor, frío pero agradable.  No he perdido ningún sentido, me dije. ¿Será posible?
¡Creo que escucho lo que piensan las personas!  Por eso el viaje en el micro fue insufrible.  Por eso también en la oficina me sentí como un tonto, con las personas repitiéndome lo mismo.
Siempre escuché que cuándo una persona pierde un sentido, otro se desarrolla.  No es mi caso.  Tengo mis cinco sentidos en perfecto estado.  ¿Será verdad lo que creo que me está pasando?
Estaba ansioso porque empezara el día, pero el reloj me dijo que eran las tres y cuarto de la madrugada.  Tenía que esperar un buen rato para confirmar mis sospechas.  Sin notarlo, siquiera, me quedé dormido nuevamente.
-Este muchacho va a llegar tarde al trabajo, decía mi mamá, tal vez tenga que llevarlo al médico.
Abrí los ojos lentamente y me pregunté -¿Lo dice o lo piensa?- Miré hacia la puerta de mi cuarto y vi cuando mi mamá la abrió.
-¡José, hora de levantarse!
Vi el movimiento de sus labios y vi cuando ella me miró.  Se acerco a mi cama y me toco la frente nuevamente.
-No tienes fiebre hijo.  ¿Cómo has amanecido?, ¿Todavía te duele la cabeza?
-No mamá ya no me duele.  Estoy bien.  Me curaste muy bien, le dije, dándole un beso en la mejilla.
¿Rufus se comió la babucha de mi papá?, le pregunté.
-Dios quiera que no hijo, me dijo, porque sería un gran problema con tu padre.  La vejez le ha dado por pelearse con el perro.
-¿Por qué me miras así? hijo, me asustas, me dijo mi mamá cuando yo estaba tratando de ver si hablaba o pensaba.
-Te miro así porque te quiero mucho.  Ayer me curaste con tus yerbas mágicas.
-Ay, mi hijito, me dijo mi mamá.  No sabes lo preocupada que estuve anoche.  Casi ni dormí pensando en que estabas enfermo.
Si hubiera dormido con la puerta abierta, seguro la escuchaba, pensé.
Dándome un gran beso mi mamá me levantó de un tirón de la cama y me dijo –a la ducha niño- que ayer ha sudado usted bastante, y caminando frente a mí se fue rápidamente a la cocina a preparar el desayuno.
Estaba ansioso por salir de casa.  No escuchaba ni los pensamientos de mi papá ni de mi mamá.  Seguro en el micro los escucho pensaba, mientras tomaba rápidamente mi taza de leche, besaba a mis padres y salía de la casa.
El viaje en micro comenzó a ser una desilusión.  No escuchaba ningún pensamiento de nadie.  Oía lo que hablaban pero eso era todo.  Ya estaba pensando en que debía visitar a un psiquiatra cuándo de repente, una chica parada al lado mío dijo “Estos zapatos me están matando”.  La miré y ni siquiera devolvió la mirada, pero siguió diciendo “Tengo un dolor de “patas”, espantoso”.  Lo dijo todo sin mover los labios.
-Siéntese, por favor, le dije, parándome y ofreciéndole mi sitio en el micro.
-Gracias joven me dijo, ya no hay personas amables como usted, “que tonto” y sin pensarlo se sentó rápidamente en el sitio que le cedí.
Estaba en “shock”.  Es cierto.  Escucho lo que las personas hablan.  Poco a poco el sonido en el micro fue amplificándose, como si las treinta personas que estaban en él, se hubiesen convertido en cien.  Oía de todo, penas, risas, burlas, quejas, sueños, gritos.  Me sentí anonadado.  No podía seguir una oración sin que fuese interrumpida por otra.  Estaba asustado, pero encantado.
En el trabajo fue lo mismo que en el micro.  Trabajo en una empresa que tiene aproximadamente cuarenta personas y parecía que trabajaba en el Poder Judicial con tres mil personas.  No podía creer cuánto piensa una persona.  Los pensamientos de cuarenta, eran realmente inimaginables.
Estoy convencido que ese día realmente fui el tonto de la oficina.  No entendía ni lo que me decían.  Tuve que poner como excusa que me iba a dar la gripe y que me sentía muy mal.  Mi jefe me tenía que repetir las cosas dos veces para poderlo entender, es que sus pensamientos que iban a mil, se mezclaban con la solicitud del trabajo que quería que hiciera y al final no entendía ni lo que tenía que hacer yo, ni lo que estaba pensando él.
Mi jefe me despachó de la oficina a mi casa a eso de las dos de la tarde.  Me dijo que tomara pastillas para la gripe y descansara, junto con “no sé cómo diablos contraté a este estúpido que no entiende ni lo que le dicen, prefiero hacerlo yo”.  Ese día terminó para mí a las dos de la tarde sin saber si estaba despedido o con descanso médico.
Fui a trabajar al día siguiente y las cosas estaban mejor que el día anterior.  Podía distinguir el pensamiento de la palabra.  Mejoré mucho durante esa semana de trabajo.  Me anticipaba a las necesidades de mi jefe y “escuché” muchos pensamientos elogiosos sobre mi persona.  Conforme se afinaba mi capacidad para “oír los pensamientos” de las personas, también mi conocimiento sobre ellos se concretaba.  Tuve muchas desilusiones, porque mucha gente que pensé que me quería, apenas me toleraba.  Muchas personas a las que admiraba, iban cayendo como ídolos de barro, porque sus pensamientos eran totalmente egoístas y moralmente reprobables.  Me di cuenta que las personas no son lo que vemos o escuchamos que nos dicen, las personas realmente son pensamiento.
No sé por qué asumí que el camino normal de las cosas es pensamiento-habla, con el nuevo don que tenía, aprendí que uno piensa una cosa y dice otra completamente diferente.  Muchos hablan sin que exista un pensamiento previo y muchísimas personas, sólo piensan. Estas personas hablan de muchas cosas, pero la sustancia, no la convierten en habla.
Me acostumbré a mi don secreto y traté de no sacar, de mala fe, provecho de él.
Un día, como cualquiera, me desperté y el don se había ido.  Me sentí en un hoyo inmenso y vacío.  Por eso ponía el televisor, el radio, el equipo a todo volumen.  Por eso gritaba yo también.  Quería salir de ese inmenso hoyo en el que estaba.  Lo demás, ya lo sabe, mis padres me trajeron aquí.
-Doctor, ¿Cuándo saldré?

martes, 26 de octubre de 2010

La Coleccionista

Gianfranco Mercanti

Desde su precaria vivienda construida con cartones y calaminas viejas, Eva podía observar el río Rímac, aún con el intenso olor a desagüe y putrefacción, era su mundo. Sus aguas turbias traían consigo gran cantidad de desperdicios que ella recogía, clasificaba y vendía por kilos a las empresas recicladoras. Lo único que no vendía eran los restos de muñecos plásticos, incompletos y golpeados, que limpiaba y guardaba con especial cuidado en una caja.
Para Eva siempre quedó claro que la vida es un suceso efímero y doloroso. Siendo muy joven le tocó ver morir a su madre tras la terrible agonía producida por el tétano. Dos años después, su padre salió una noche y nunca más regresó. Tras varios días, un vecino le contó que a su padre lo había alcanzado una bala en una batida policial. Nunca supo adónde fueron a parar sus restos, y la verdad, tampoco le interesó averiguarlo.
Luego de la pérdida de sus padres,  Eva se fue apartando cada vez más de sus amistades y de la poca familia que tenía en Lima.  Pasaba sus días como los había vivido su madre, recolectando desechos al borde del río. Por las noches terminaba su secundaria en la Escuela Nocturna de Mujeres del Rímac. Sus profesores siempre la consideraron una alumna aplicada y silenciosa.
Por aquel entonces, un domingo en la noche, un ¨pirañita¨ cegado por la lujuria y el Terokal, irrumpió en la vivienda de Eva y se abalanzó sobre ella, tomándola por sorpresa.
- ¡Lárgate!, ¡lárgate maldito pastrulo! - gritaba Eva al desconocido, mientras trataba de golpearlo desordenadamente en la oscuridad.
-¡Cállate basurera conchetumare, te voy a dar lo que necesitas! - le respondió él a viva voz, mientras le metía un trapo cochino en la boca, silenciando los últimos gritos de Eva.
De pronto sintió la mano de su agresor apretando tenazmente su garganta. Empezó a sofocarse, la sangre congestionaba su rostro y su cerebro. Fue entonces, que decidió dejar de resistir, ceder ante la fuerza hostil de su atacante, haciéndose la muerta. De inmediato, él le rompió de un tirón los botones de la camisa de franela que Eva usaba para dormir, y succionó brutalmente sus pechos, como un animal sediento.
Mientras el sujeto la terminaba de desnudar, y de dejarle sobre el torso su saliva pegajosa y maloliente, Eva vivía un infierno, hubiera querido gritar, llorar, suplicar, pero ya no podía, estaba sola a merced de un salvaje, que acabaría con su vida ante el menor signo de resistencia. Resignada, trató de recordar momentos felices de su niñez: Cuando sus padres la llevaron a un circo en la Av. Grau, o cuando su madre le trajo en su cumpleaños pollo a la brasa con gaseosa. Era inútil, se sentía sobrepasada por el asco, la angustia y la impotencia del momento.
Cuando el lascivo la penetró bruscamente, y un dolor agudo y horrible la remeció, no pudo fingir más, ni el trapo que llevaba en la boca pudo ocultar el grito que salió de lo más profundo de sus entrañas. Abrió los ojos con un gesto de horror en el rostro, y se encontró con los ojos del violador. Fue en ese instante en que ella decidió atacarlo con un sorpresivo un cabezazo en la nariz. Al golpearlo, se apoderó de ella una fuerza que no conocía.
Fue entonces cuando sintió el divino placer de la ira y la venganza que  marcarían su camino. Lo lanzó al suelo, y con furia le metió los dedos en los ojos. Sintió como se desplazaban los globos oculares tratando de escapar de sus órbitas para luego ceder, colapsando definitivamente.
Él trataba de defenderse apartándola con las manos, no veía, quería escapar, pero no podía, sintió que le golpeaban la cabeza contra el suelo hasta que se desvaneció. Eva solo paró cuando vio que le había roto los huesos del cráneo, en ese momento se sacó el trapo de la boca, y escupió al cuerpo que aún convulsionaba en el suelo.
Luego se lavó con agua fría, se vistió, limpió las huellas de sangre y arrastró el cuerpo hasta el río. Antes que se lo lleve la corriente, con la misma hacha con que trozaba maderas, le cortó un dedo de la mano y lo guardó en una cajita: Muchos de los que han segado una vida humana no dejan de guardar algo de su víctima, como un fetiche o como un trofeo. Asimismo, en algunos persiste a la tentación de recrear los momentos cruciales, buscando una nueva víctima.
Cuando las fases de la luna exacerbaban sus instintos, Eva salía en busca de algún hombre joven, luego en su casa le invitaba abundante aguardiente y ya en el lecho al tener relaciones, alcanzaba el orgasmo reventándole los ojos a su víctima, luego les golpeaba el cráneo contra el suelo, para finalmente tirarlos al río con un dedo menos en las manos.
Al principio la policía sospechaba que se trataba de ajustes de cuentas entre pandillas callejeras. Hasta que un ambulante describió a la mujer con la que curiosamente vio por última vez a uno de los asesinados. Cuando la policía allanó su vivienda, hallaron entre otras cosas, una caja de muñecos rotos e incompletos, y para su estupor nueve dedos humanos en mal estado.
Esa mañana Eva había salido en su viejo triciclo a entregar cartones. Cuando retornaba, a lo lejos divisó a la Policía en su puerta. Sonrió, se bajó del triciclo y se fue caminando  tranquilamente, perdiéndose entre gente que saturaba las calles Lima.

miércoles, 20 de octubre de 2010

La chica sentada

Rocío Vallejos

-Hay cosas en esta vida, que asombran hasta al más sabio.  Pero todo tiene un sentido, sólo hay que saber encontrarlo.
Siempre tomé en cuenta esa máxima de mi padre, que como cantaleta me la repetía todo el tiempo.  Era la constante de mi vida.  La aplicaba desde el colegio, con los cursos más somníferos hasta recibir algún inmerecido premio, siendo un estudiante de medicina.  Siempre mantuvo mi mente abierta a todo lo que aprendía y a todo lo que veía.
De alguna manera eso me impulsó y refrenó.  Me hizo bien y me hizo mal.  Nunca pensé si tenía razón o no.  Era como algo escrito en cemento.  No se borra.  Pero también entendí que no todos piensan así. Es más, me atrevería a decir que no todos piensan. Para algunos la tierra es redonda porque alguien lo dijo.  Les hubiera dado lo mismo si les hubieran dicho que era cuadrada y que estaba sobre una gran tortuga.  Pocos se preguntaban el por qué de las cosas.  Era difícil a veces, convivir con personas comunes y corrientes, sobre todo si eran amigos.
Cierto día, hace de esto algunos años, me encontré en una situación en dónde esa máxima sí tuvo mucho sentido.  Sentí asombro.  Yo era una de esas personas que cuestionaba todo y le buscaba el por qué.  Ese día admiré a mi padre. Ese día lo vi como a un ser humano muy sabio.  Ese día creo que lo amé por primera vez.
Los hechos ocurrieron más o menos así:
Estaba con mis amigos en un ¨Pub¨ que es como una discoteca, pero mucho menos ruidosa y te permite conversar.  Lo que celebrábamos no lo recuerdo ahora, pero sí recuerdo que bebimos y fumamos hasta que la madrugada y la ausencia de otras personas, nos aconsejó que nos fuéramos cada uno a su casa.  Estaba exhausto de la larga jornada, la agradable conversación y el extenuante sonsonete de la música, a muy alto volumen, que se necesita para amenizar este tipo de lugares. 
No partí solo, me acompañaban mis entrañables compinches, Mariano y Julio, personas que como yo, aprovechan los sábados para agotarse y liberarse de todo el ¨estrés¨ acumulado en la semana.  El auto designado para esta salida en esa noche, fue el de Julio.  Así que amaneciendo nos subimos los tres, aún riéndonos de las buenas bromas que nos gastamos en la reunión.  No habíamos avanzado mucho en el trayecto camino a casa de Mariano, quién era el primero en bajarse en esa ocasión, cuando vimos sentada sobre la vereda, a una chica.  Tenía el mentón sobre el pecho, el cabello ondulado le caía sobre los hombros cosa que no nos permitía ver su cara, tenía las piernas dobladas a un lado, pero estaba curiosamente derecha.
-¡Estuvo también de fiesta!, dijo Mariano. 
-¡Pero con malas amistades!, acotó Julio, ¡Parece que la dejaron tirada justo en medio de la calle, como se dice!
Yo que estaba entrando en brazos de Morfeo, entreabrí los ojos y vi la silueta de esta muchacha y me pareció estar viendo la escultura Danesa de ¨La Sirenita¨, porque estaba sentada más o menos de la misma forma.
-¡Vamos a tener que echarle una mano!, les dije a mis amigos, ¡Porque cualquier cosa puede pasarle!
-¡Si tenía que pasarle algo, me dijo Mariano mirándome fijamente, ya le pasó!  ¿Desde que hora estará esta pobre chica tirada allí?
Estacionamos el carro, casi al lado de la chica y nos bajamos con cautela, mirando hacia todos los lados, porque los tres sabíamos que a veces, las buenas intenciones nos convierten en presas.
El primero en acercarse fue Mariano, quién se quedó estático, mirándola.
¡Debe ser linda!, pensé, ¡Jamás había visto a Mariano mirar así a una chica!  Julio que seguramente pensó lo mismo que yo, en dos zancadas estuvo al lado de Mariano y puso la misma expresión que él.  Yo que estaba a una pequeña distancia de ellos me detuve a mirarla y entonces entendí las expresiones de Mariano y Julio.  ¡La chica era verdaderamente hermosa! ¡Lástima!, pensé, ¡Siendo tan bella y no saber cuidarse!  Me pareció que era como ver la “Gioconda” de Leonardo, en un basurero.
Mariano se acercó y le tocó un hombro, suavemente, como para que se despertara sin alterarse.  La muchacha no respondió.  Julio y yo nos miramos.  
-¡Creo que está muerta!, dijo Julio, ¡Y creo que mejor nos vamos!
-Tu Alejandro, me dijo Mariano, eres casi doctor aquí. ¡Al menos tómale el pulso! ¡Dinos si está viva, borracha o drogada!
Una cosa es estudiar en un local cerrado con vivos, revisando o cortando a muertos y otra muy diferente es encontrarse con una mujer tan bella y tan quieta y tener que tomarle el pulso para saber si está viva o muerta.  El corazón me latía rápidamente, no ante la posibilidad de tocar un ser muerto, sino ante la imposibilidad de hacer algo para ayudar, y sobre todo, por no notar ninguna alteración física que me pudiera anticipar por qué estaba muerta. No pude evitar fijarme en su vestido oscuro, parecía tan antiguo.  Tan de otra época.  ¿Puede ser que haya estado en una fiesta de disfraces?
Puse dos dedos en su cuello bajo, a la altura de la arteria y no noté pulsación de sangre.  ¡No tenía pulso!  ¡Definitivamente estaba muerta!  Pero aún estaba tibia.  No tenía ni dos horas de muerta.
-¡No tiene pulso –les dije- está muerta!
Los tres nos miramos.
-¡Hay que irnos!, dijimos los tres interrumpiéndonos.
¡Pero también hay que llamar a la policía!, les dije.
Me imaginé en la comisaría, esposado, tratando de explicar lo inexplicable. 
Nos subimos al carro muy asustados.  Nuestro miedo era evidente por el silencio en el que íbamos.  A mí el cansancio se me fue y estoy seguro que Julio y Mariano recobraron la sobriedad.
Sólo unos metros más abajo, en la esquina, vi un teléfono público y le pedí a julio que parara.  Tenía que llamar y pedir ayuda.
-¡Voy a llamar a la policía de ese teléfono!- les dije. -¡Creo que es lo mínimo que podemos hacer por esa chica!-
Marqué el 105 y les dije que había una mujer muerta en la Av. 28 de julio. Les dije que quise ayudarla pensando que estaba herida, pero como no respondió cuando le toqué varias veces el hombro, asumí que estaba muerta y que bajo las circunstancias era mejor que ellos fueran, porque eran los más capacitados para atender una situación como esa.  Asumí que yo había actuado sólo para no poner en aprietos a mis amigos.
Al otro lado de la línea, el policía que me respondió me hizo una pregunta que me sorprendió.
-¿La persona en cuestión, está frente a la casa Nº 2293 de la Av. 28 de Julio?
-No sé exactamente, le respondí.  Pero déjeme ver, estoy en la esquina de la 21 con la 22 de la 28 de Julio y ella está a sólo unos metros. -Sí le dije, está en la cuadra 22, pero no sé si frente al número que usted me ha dicho.  ¿Ya estuvieron por aquí?, pregunté, asombrado.  ¿Se trata de una broma?
-Ojalá, así fuera señor, me respondió.  Cada cierto tiempo, en un amanecer del domingo, más o menos a esta misma hora, recibimos una llamada como la suya, por lo general de jóvenes que han estado celebrando y nos informan de una muchacha que está sentada en la vereda, casi todos sólo la ven y nos llaman, dan como referencia que tiene cabello largo, que está vestida con un traje antiguo de color oscuro y que está como dormida.  Siempre enviamos una patrulla, pero cuando esta llega, siempre reporta que no hay ninguna mujer sentada.  Tenemos una patrulla cerca de esa dirección y demora en llegar menos de cinco minutos.  No sé ni cuántas veces hemos enviado patrullas.  Como es nuestra obligación en este momento voy a reportar lo que me informa. La patrulla llegará en menos de cinco minutos. Usted es una de las pocas personas que se han parado para ver si la reportada, se encuentra bien.
Cuando oí lo de sentada, vestida de oscuro y de estilo antiguo, sentí el galope de mi corazón y la respiración entrecortada.  Yo sólo había mencionado una persona muerta.  No di ningún tipo de detalle.
Un sentimiento, de miedo, que nunca más he tenido, me invadió. Sentí el vello de mi nuca levantarse.  Volví a mirar hacia el bulto que estaba a sólo a unos metros y que acababa de ver, y para mi sorpresa, ya no había nada. 
Colgué el teléfono sin decir otra palabra y regresé al carro realmente asustado.
Mariano y Julio me miraron y se miraron entre ellos.
-¿Qué te dijo la policía, preguntó Mariano?
-Hermano, me dijo Julio, estás más pálido que yo, y eso que es el primer muerto que veo.
-La policía está por venir. Parece que otras personas le avisaron antes que nosotros.  Creo que mejor nos vamos, les dije, y cerré los ojos para que no notaran mi terror.
Jamás, les comenté a Mariano y a Julio lo que me dijo el policía que respondió a mi llamada. Sólo sé que la cantaleta de mi papá encajaba exactamente en lo sucedido y yo sólo tenía que encontrarle el sentido, pero algo en mi interior me gritó que hay preguntas que es mejor no hacer.  Hay sentidos que es mejor no encontrar.
Tengo el constante sentimiento que debo hallar el sentido de esa visión. De alguna forma presiento que si lo encuentro, esa chica sentada podrá descansar.  No me atrevo a buscarlo.  Sé que todos somos cobardes ante algo.  Esta es mi cobardía.  Nunca he vuelto a pasar por la Av. 28 de julio, prefiero mil veces dar una vuelta de media hora, para ubicar el camino a mi casa, que enfrentarme a  la posibilidad de ver cara a cara, de nuevo, a esa chica sentada.

martes, 19 de octubre de 2010

Los herederos

Ana Alemán Carmona


Vamos Zoe corre más rápido quieres –Santino llevaba en brazos a Althea desmayada, su voz sonaba más fuerte y segura que antes. Anjou esperaba con el motor del auto encendido, su roja cabellera estaba cubierta por un gorro de baseball, su espada estaba a su lado lista para ser usada de ser necesario.

Al fin alcanzaron el auto, entraron en él, jadeantes y nerviosos, mientras se alejaban veían los rostros de sus perseguidores enardecidos. Sí, otra guerra había comenzado en Piro, esta vez los Guillon y los Vlassov tenían un frente común, Anjou no dejaba de preguntarse como es que había acabado allí otra vez cuando un mes atrás estaba tan lejos…

Era una serena mañana de primavera en San Anselmo, Anjou acababa de terminar de alistarse para ir a trabajar, era la curadora en una galería de arte local, sus conocimientos sobre historia medieval era impresionantes pese a ser tan joven, era muy apreciada en esta nueva vida pero por qué me siento tan cansada, tan aburrida, no lo entiendo es lo que buscaba verdad, pero me siento vacía, es como si toda la energía que llevaba en mi cuerpo se hubiera quedado detrás de la frontera. Sorbía su taza de café con paciencia y leía el diario, no encontraba nada interesante. Tocaron el timbre de la puerta, le pareció de lo más raro, ¿quién podía ser a esa hora?, abrió la puerta.
-Vaya que te ves bien Angie, pero muy pálida para mi gusto, ¿no la encuentras muy bien Santino?, vamos déjame entrar –Anjou estaba atónita mirando a esos dos frente a ella, solo pensaba en dónde había dejado su espada, ya no la llevaba con ella aquí en el pacífico San Anselmo.
-¿Balthazar?, ¿Santino?, ¿qué hacen aquí?, ¿qué hacen juntos?, ¿qué demonios pasa ahora? –Se movió y dejó pasar a ambos hombres a su casa, Santino parecía mayor de lo que era, se había dejado la barba y definitivamente sus ojos azules ya no tenían ese brillo feroz de antes.
-Si lo sé esto es extraño pero espero me puedas escuchar y entonces tu decidirás que hacer –sin esperar se sentó y tomó el café dejado por Anjou, Santino seguía de pie, examinando el espacio, todavía no parecía entender que hacía con su antiguo enemigo.
-Ya debes saber a estas alturas que Bernardus murió –aclaró un poco su garganta al decir esto- las cosas entonces han cambiado en mi forma de mirar la realidad de Piro, hemos estado en guerra con los Guillon desde hace demasiado tiempo, protegiendo a la casa de San Mauricio.
-Vamos ve al punto, no creo que ella o yo tengamos paciencia para tus clases de historia –Santino era cortante e impertinente, Anjou asintió con la cabeza.
-Esta bien, a ver el hecho es que se me ha revelado Eleazar, ya sabes mi maestro, y es imperativo proteger a las nietas de Duvall, Zoe y Althea.
-Estas loco verdad, las nietas de Duvall, –miraba a Santino y a Balthazar alternadamente –ya me perdí, y ¿quién diablos es Eleazar?
-Déjame explicarte todo desde el principio.

Balthazar les contó las circunstancias en las que su hermano murió y del libro destruido, Santino ya había escuchado la historia, cuando unas semanas atrás el anciano lo encontró, para él la decisión estaba tomada desde el principio, -yo las protegeré con mi vida de ser necesario –le había dicho, las quería como a sus hermanas, había estado junto a ellas desde que nacieron, así partió junto a él para buscar a Anjou, -ella es la única que se haría cargo de algo tan difícil, pero cómo convencerla, ya nada la ata a Piro o a los Vlassov, menos a mí que la he despreciado toda su vida- Lo único que no había contado a nadie todavía era lo que Eleazar le había revelado esa noche, ese secreto que lo atormentaba, llevar a cuestas esa carga era demasiado aún para él un consumado guerrero, un elegido, un inmortal. Sí, necesitaba ayuda y los únicos rostros que vinieron a su mente fueron exactamente aquellos dos rostros que estaba contemplando en ese momento, Santino y Anjou, así que decidió que era un buen momento para descubrir su secreto.

-Ellas serán reinas –quedaron en silencio –entiendo su sorpresa, Santino yo sé que Duvall siempre pensó en hacerte a ti rey de Piro, es por tu linaje, imagino ya sabrás que eres un descendiente de los Lantinori, por tu línea paterna, así que de algún modo eras tú el más indicado, él nunca pensó en sus propias nietas como reinas de Piro en realidad no sé por qué, de modo que no las preparó adecuadamente, son listas y valientes, vaya que lo sé, pero son muy pequeñas aún y muy frágiles. Y en cuanto a ti Anjou, sé que no he sido la mejor persona contigo, y también sé que no tienes ningún vínculo afectivo que te ate a mí o a ellas, pero eres justa y si algo te conozco imagino que ardes de ganas de volver a usar tu espada.
-Digamos que digo que si, que hay para mí además de tu discurso, tan tierno por cierto, quieres que cuide a las niñas hasta que se hagan reinas, eso entiendo. –No sabía que pensar, todo eso era tan contrario a las cosas con las que la habían educado, su mundo otra vez se caía en pedazos frente a sus ojos.
-No entiendes nada, todas estas guerras fueron por que los San Mauricio tomaron el trono, una vieja alianza entre Leda Lantinori y Ana de San Mauricio. Una vez que la Reina quedó embarazada de Ernesto, el hijo de Ana, esta le entregó una fortuna a cambio, con la misma que fue posible mantener el reino durante esos tiempos, dudo que Leda se hubiera imaginado las guerras provocadas por su apresurada decisión, lo cierto es que ha llegado el momento de que los verdaderos herederos reclamen el trono y Piro vuelva a tener paz, ¿no es eso acaso lo que siempre has añorado Anjou?, ¿qué tu querido país por fin deje de desangrarse? –Anjou respiró hondo, salió de la habitación y al cabo de un minuto regresó con su espada y un morral con algo de ropa y dinero.
-Vamos entonces que están esperando –Los tres se subieron al auto de Anjou rumbo a Piro.

Llegaron a la mañana siguiente y se instalaron en la antigua casa de Santino, parecía que no había pasado un año desde que se fue, si no fuera por el polvo que lo cubría todo, las cosas estaban en el mismo lugar donde las había dejado, le costó mucho entrar otra vez a su casa y recordar los últimos momentos con Leila esa terrible mañana –imagino que es difícil, yo también la extraño mucho sabes –Anjou le dio un suave golpe en la espalda y comenzó a abrir las ventanas para sacar el olor a humedad del cuarto.

Esa misma tarde Santino fue a buscar a las niñas, se escabulló dentro del jardín y luego subió por una reja a la habitación que recordaba les pertenecía, y ahí estaban, tranquilas, estudiando su lección de francés, no quiso asustarlas pero de todas formas lo haría así que entró al cuarto de un golpe, ambas gritaron, hasta que Zoe lo reconoció
-¿Eres tú?, Santino has vuelto –se lanzó con emoción a sus brazos, Althea no podía decir nada solo empezó a llorar y también se abalanzó sobre él –No estamos molestas por lo del abuelo, nos tomó tiempo pero entendimos ¿verdad Thea?, entendimos, él mató a Leila, tu amor, él siempre te quiso, siempre lo decía.
-¿Te quedarás con nosotras?, tienes que hacerlo, han pasado cosas de lo más extrañas.
-Lo sé Thea, ya me contaron del libro y de Bernardus, quiten esa cara de sorpresa, he venido a cuidarlas, yo también las he extrañado mucho –después de largo tiempo se dibujaba una sonrisa en el rostro de Santino –imagino su madre debe estar “ocupada” con alguno de sus consejeros, no creo se percate de su ausencia, vengan conmigo, tenemos que hablar pero no aquí –bajaron las escaleras y salieron de la casa sin hacer ruido.

En ese mismo momento Anjou revisaba el plan con Balthazar, era imperativo pasar desapercibidos en Piro, los Vlassov no podían saber de ellos. Si iban a hacer algo tenía que ser rápido, la reina Elisa tenía ya un año en el trono y el gobierno estaba prácticamente a la deriva, los consejeros tomaban malas decisiones a las que la joven reina asentía sin mayor argumentación, no le apasionaban las cosas del gobierno, estaba más interesada en los aspectos sociales de su nuevo estatus de Reina, y de eso sacaban partido todas las sanguijuelas que la rodeaban, empezando por su tía Estela, la hermana de su difunto padre, el rey Paolo, y su canciller. Ese era el escenario propicio para reclamar el trono, pero debían de ser cautos un solo error y todo se iría por la borda, las niñas eran un blanco fácil al igual que ellos.

Durante todo un mes Anjou y Santino estuvieron entrenando a las niñas, habían conseguido que Marcela, su madre, les permitiera hacerlo en San Anselmo, pensaban entrenarlas hasta que fuera el momento de aparecer en Piro. Balthazar se encargaba de las cosas en Piro con tranquilidad, aparentaba seguir a la cabeza de los Vlassov y continuar con el legado de Bernardus, mientras esperaba que no sucediera nada que interrumpiera lo planeado.

Marcela tal vez por descuido tal vez por ira o lo que sea decidió contarle a Samira, su prima sobre sus hijas y su pequeño entrenamiento en el extranjero, ella a su vez lo comentó a otra persona en la corte, al final de esa semana la reina Elisa estaba llamando a Balthazar para comparecer frente a ella.
-Es cierto lo que me informan Balthazar ahora estás complotando en contra de mí y de este reino –su voz era clara y serena, sin embargo sus ojos estaban fijos en Balthazar, Estela, estaba detrás de ella, con una mano suavemente apoyada en el hombro de la Reina.
-Yo no soy contrario a la defensa de este trono su Majestad –mientras decía estas palabras vio un movimiento extraño en la sala, algunas personas se acercaron donde Estela, se sintió perturbado, algo le decía que las cosas estaban por cambiar. En efecto, durante la mañana, Lina Vlassov acompañada de un pequeño grupo de guerreros del clan ruso, entraban en la casa donde estaban las niñas, las que en ese momento se encontraban con Santino, al que redujeron con facilidad, estaba vulnerable aún, solo en ese instante se dio cuenta de cuanto se había dejado caer desde la muerte de Leila, no poder defender a sus pequeñas custodiadas.
-Aquí están ellos, tus herederos, traidor y los verás morir uno a uno –Estela reía como una arpía y Elisa solo atinaba mirarse las uñas de las manos de manera displicente.

Los tres aparecieron frente a la Reina y su corte, Santino parecía haber recobrado su antigua presencia, fuerte y segura, Zoe y Althea miraban asustadas a todos a su alrededor, Balthazar nunca se sintió más culpable en su vida, ¿cómo pude exponerlas así?, en que cabeza cabe, van a morir por mis errores, Gina y Zarina estaban cerca de él, observando la escena con una fría calma, Gina en ese momento recibió un mensaje de texto en el celular, lo vio con calma: “es tiempo, estoy afuera”, tocó su espada de mango azul y Zar entendió el gesto.

Rápidamente ambas ya estaban al lado de Santino, al que desataron con velocidad y le dieron una espada, la reconoció al instante –es de La Bendecida, es tuya –pelearon rudamente con los guardias de la corte, Balthazar salió detrás de Elisa y Estela que se escapaban por un corredor detrás del trono, es necesario que las detenga, Althea recibió un golpe al cubrir a su hermana, -Tómalas y sal de aquí, Anjou está afuera en el auto, deben irse lejos, más lejos de las fronteras, nosotras aquí les cubrimos las espaldas hermano –Gina tomó la mano de Santino y le guiño un ojo en señal de complicidad, este tomó a Althea en brazos y azuzó a Zoe  a correr detrás de él – Vamos Zoe corre más rápido quieres –Zoe no podía pensar, tampoco sentir, estaba como en automático, seguía a Santino y al entrar al auto con Anjou seguía temblando en el asiento trasero.
-¿Ahora a dónde Santino? –miraba por el espejo retrovisor a algunos guardias detrás de ellos.
-Lejos, tus hermanas ellas la espada no sé más rápido –sus palabras entrecortadas e imprecisas le dieron a Anjou una idea lo que había pasado allí adentro.
-Lo sé están de nuestro lado, tuve que contárselos, son de mi confianza, necesitamos apoyo, entiéndelo hemos empezado otra guerra por el trono, no estaremos a salvo hasta coronar a alguna de ellas o incluso a ti, ¿quién sabe?

Gina y Zarina huyeron esa misma noche luego de haber acabado con los guardias de la corte, esperando encontrarse con su hermana en algún momento, el reino entero estaba consternado, Balthazar Vlassov traidor, decían por la ciudad, otros solo decían que ya era momento de que la familia San Mauricio deje el trono, la antaño noble casa del halcón dorado ahora era una guarida de criminales, se estaba gestando un cambio.

viernes, 15 de octubre de 2010

El hermafrodita

Gianfranco Mercanti

El calor húmedo y agobiante extraía los olores dulces de la vegetación que crecía profusamente en la pequeña chacra, a una hora de Lameybamba, dónde María José pasó su niñez. A sus veinticinco años, y convertida en una linda mujer,  regresó sobre sus pasos para recoger los recuerdos que la acosaban, para perdonar y olvidar en forma irrevocable los hechos que atormentaban sus días e inquietaban sus sueños.
Su madre, María, al final de su embarazo soñó que un gran ocelote le rasgaba el vientre y empezaba a devorar al feto. Ella reaccionó de inmediato y mientras  luchaba contra el animal, despertó con el corazón acelerado, y un líquido tibio que fluía entre sus piernas. Dio a luz ahí, en la choza, asistida en los dolores por José, su esposo. Horas después, al salir el sol, fueron a lomo de burro a la posta médica de Lameybamba.
-Los felicito, la criatura es saludable y la madre está en muy buenas condiciones; sin embargo, quiero mostrarles algo- les dijo el médico, mientras descubría las partes íntimas del recién nacido para enseñárselas a sus padres.
-Como verán tiene órganos masculinos y también una vagina: ¡Hermafroditismo verdadero!- Señaló con voz triunfal, como quien hace un gran descubrimiento, mientras buscaba en un grueso libro que tenía sobre el escritorio las láminas que confirmarían la exactitud de su diagnóstico.
Lo que para el médico era un hallazgo, para los atribulados padres fue una trágica sorpresa, una situación que ni lejanamente hubieran imaginado, y que evidentemente no sabían cómo enfrentar. Luego de hacer algunas preguntas al médico y tener la certeza que, por el momento, no había nada por hacer, y que dicha duplicidad no ponía en riesgo la vida de la criatura, se la llevaron a la chacra.
Con el pasar de los días, primero  María y luego José, se acostumbraron a la especial fisiología de la criatura, y tomando en cuenta que los órganos sexuales masculinos eran los más visibles, decidieron que era un varoncito, que se llamaría José María y que no se volvería a tocar más el tema. Acuerdos prácticos que, por lo demás, permitieron a José María llevar una vida totalmente normal hasta la edad de nueve años, y hubiera seguido así, de no haber sido por la llegada hasta esas tierras de Morgana Miranda.
Morgana era una mediocre periodista de un programa televisivo limeño, y había recibido la orden, en tono de ultimátum, de encontrar o, de ser necesario, crear una noticia que caliente las antenas del canal, y genere el codiciado ¨rating¨ para justificar la existencia del programa y del jugoso sueldo que cobraba mensualmente. Fue entonces cuando recordó que un amigo, en una reunión, comentó haber visto en la posta médica de Lameybamba, un caso de hermafroditismo verdadero.
-Estoy aquí porque el caso de su hijo requiere de una evaluación médica urgente, ¿cómo han podido dejar pasar tanto tiempo? Lo que nosotros les ofrecemos a cambio de una entrevista y unas  imágenes del niño, es concitar la solidaridad de nuestros televidentes para llevarlos a ustedes y al niño a Lima con todo pagado, y que allá le hagan los exámenes y reciba el tratamiento que no le han dado- les decía Morgana en forma categórica y convincente a María y a José, haciéndolos sentir culpables de una situación que, realmente, ya habían olvidado.
Ahora, dentro de la cabaña que la vio nacer, y mientras esperaba a sus padres, María José recordaba llorando aquel día cuando llegó de la escuela y encontró la casa llena de extraños  que se apresuraron a desnudarlo a la fuerza  y filmar sus partes íntimas. Es por tu bien le decían, mientras lo sujetaban con fuerza de brazos y piernas. De nada valió gritar, llorar ni clamar que lo dejen en paz. Miraba a sus padres suplicante, pero éstos no lo ayudaban, por el contrario actuaban coludidos con sus agresores.
-Hijito, los señores han venido a ayudarnos con tu caso, para que seas un niño normal, como todos tus amiguitos- Le dijo su madre después, y él no entendía cómo podían ayudarlo violentándolo, filmándolo para exhibir su intimidad. Quitándole, en un instante, la inocencia de sentirse igual que los demás… ¿por qué? Se preguntaba llorando, ¿por qué me hacen esto?.
Y luego en Lima, en el Hospital del Niño, nuevamente a desnudarse, a exponerse, mientras varios médicos lo revisaban curiosos, algunos se limitaban a mirar, otros a tomar fotografías. Y había los que hurgaban toscamente su vagina con aparatos o con las manos cubiertas con guantes. La noticia y las fotos salieron en los diarios más vendidos. Todos hablaban de él, pero a nadie le interesaba lo que sentía José María, quien sufría cada instante como una nueva violación.
Pocos saben la extensión del vía crucis cuando se cae en los poderosos engranajes de la ciencia. Una tarde el doctor Cerrutti citó a los padres de José María para explicarles, rodeado de varios médicos, el resultado del análisis de cromosomas sobre los tejidos de José María, efectuado en los Estados Unidos.
- Señores, los estudios han determinado una prevalencia de la carga genética femenina; en consecuencia, conforme al protocolo, José María deberá ser operado, y tendrá que recibir hormonas femeninas de por vida, dado que sus ovarios son muy pequeños- les explicó el médico ceremoniosamente, para luego informarles que, por sus gestiones personales, el Seguro Integral de Salud cubriría todos los gastos.
Hoy, María José seguía rememorando, entre lágrimas, que nadie le dijo nada, que nadie tomó en cuenta que se sentía varón: Era muy niño para tomar esas decisiones. Nunca nadie supo cuán grande fue la aflicción y cuán profunda la mutilación sentida al despertar privado de sus órganos masculinos… Luego vino su cambio de nombre a María José, y con las hormonas, el hermoso y envidiado cuerpo femenino que lucía.
Y al terminar de revivir y de llorar nuevamente sus recuerdos más tristes, María José se dio cuenta que las cosas suceden a pesar de uno, que nada ocurre como uno quiere, que todos somos simples pasajeros de la vida y del destino, sintió un profundo alivio en el alma, y recién comenzó a perdonar.

martes, 5 de octubre de 2010

El Enano

Gianfranco Mercanti

Pese a los malestares propios del  embarazo, Nancy se sentía feliz por el niño que llevaba en el vientre, se llamaría Julio como su esposo. Como primeriza, siguió con mucho celo todas las recomendaciones de la doctora Carrillo. Nada, sino un insidioso capricho genético, podría explicar el defecto que traía ese niño, y que marcaría tan profundamente su destino.
A los nueve meses de nacido, cierta asimetría en su crecimiento motivó una serie de complejos exámenes.
-Señora, se trata de un caso de acondroplasia- sentenció la doctora Carrillo, pasando a explicar que se trataba de un caso en miles, que no era mortal, pero que irremediablemente su hijo quedaría enano y deforme.
En ese momento, Nancy sintió que las palabras de la doctora sonaban confusas, y el consultorio se veía cada vez más blanco, mientras se desplomaba lentamente de la silla. Cuando las sales de amoniaco la despertaron, quiso pensar que todo había sido una pesadilla, una confusión, pero la realidad era otra, y al tenerla al frente, lloró desconsolada durante largo rato.
Dos años después, Nancy tuvo otro hijo: Lo llamó Magno, tratando de conjurar el riesgo de un destino similar, y en efecto, fue un niño normal. Ambos fueron criados y educados con esmero. No obstante, año tras año las diferencias entre Julio y Magno se hacían más notorias y con ellas, la distancia entre ambos se hacía cada vez mayor.
Cuando Magno estaba a pocos días de cumplir cinco años, Nancy enviudó. Julio, su esposo, sufrió un fatal accidente automovilístico en la Vía Expresa. Entonces, y casi sin guardar duelo, Nancy tuvo que salir a buscar empleo, y dedicarse a trabajar jornadas y sobre tiempos para a sacar adelante su hogar.  
A sus 19 años Julio se había convertido en un ser contrahecho y hasta risible. ¨Super enano¨ le decían, por la extraordinaria fuerza que tenía en sus brazos. Siempre estaba solo, en realidad nadie quería juntarse con él: Les daba vergüenza, la segregación fue haciendo de él una persona amargada y silenciosa, que prefería pasar sus días absorto en la lectura de cómics.
Todos se burlan de mi, nadie me quiere, haré algo grande en mi vida para que sepan quién soy yo, y quienes los bastardos que me rodean; y mi hermano, bueno él no tiene la culpa, pero sé que me considera inferior, y detrás de su afecto solo hay compasión, yo no quiero eso, y mis padres, siempre me quisieron esconder.
Magno, de 17 años, era alto y de contextura atlética, con  una personalidad extrovertida que lo hacía muy popular en el barrio, sobre todo entre las chicas, que siempre lo asediaban. Magno fue consciente desde niño que su hermano le guardaba rencor, no perdía la oportunidad de romper sus juguetes, o golpearlo cuando se quedaban solos.
-Te odio enano de mierda- le había dicho una vez, ofuscado, cuando Julio le había botado su teléfono celular.
-Ojalá que te mueras, maldito- le contestó Julio, sin poder ocultar el odio que saturaba su alma. Y luego los golpes, sin reglas ni misericordia, hasta que ambos quedaban ensangrentados y exhaustos.
Una húmeda tarde de mayo, ambos habían subido al techo de la casa para arreglar la antena de televisión.  Muy cerca al borde Magno ajustaba un empalme del tubo, mientras que a pocos metros de él, Julio revisaba el revestimiento de  los cables y los limpiaba con un trapo. Al levantar los ojos y ver a Magno a solo unos centímetros del vacío, cruzó por su mente la idea de empujarlo.
A ti siempre te prefirió mi madre, porque eres sano, porque eres su orgullo, mientras yo su vergüenza, por este cuerpo al que ella misma me condenó, por esta vida miserable que me dió, y que tengo que soportar día tras día. Y encima tú, el favorito, tu vida es una burla para mí. Ahora verán quien soy. Cualquiera se resbala, hay accidentes todos los días…
Lentamente, silenciosamente, Julio se fue acercando a Magno para dar el empujón artero que vengaría su alma de tantos años de humillación, de marginación y de dolor, de ese dolor profundo lleno de frustración e impotencia. Magno estaba absorto en lo que hacía, no se percató que su hermano se aproximaba, menos de su intención, no tendría oportunidad de defenderse.
Julio empujó con fuerza, sintió que el tiempo se hacía más lento, miró el rostro sorprendido de su hermano, su horror, algo le dijo que estaba siendo injusto, que no debía hacerlo, que aún podía sujetarlo. Magno se aferró al tubo de la antena que tenía entre sus manos evitando su caída, y esquivó la mano que ahora venía a su rescate. Vio como Julio perdió el equilibrio y se precipitó del techo gritando.
Ya en el jardín exterior de la casa Magno gritaba y lloraba desesperado, no le importaba la gente que se acercaba, ni su madre que se aferraba a Julio cegada por los nervios. El cuerpo doliente y fracturado estuvo tirado en el césped durante más de media hora, mientras se desangraba lentamente. No podía articular palabra, y antes que sus ojos se cerraran, alcanzó a mirar a su hermano con una terrible angustia.

El libro de las almas perdidas

Ana Alemán Carmona



En 1616
-Estará bien aquí Balthazar, no te preocupes, nadie podrá encontrarlo, ni siquiera lo saqueadores de tumbas se atreverían a entrar en el Mausoleo de la reina Leda, el vulgo lo considera embrujado –Bernardus estaba tranquilo escondiendo el viejo libro de profecías y conjuros heredado de su maestro, era joven e impetuoso, demasiado seguro de sí mismo para medir algún peligro, Balthazar su hermano, en cambio parecía nervioso, angustiado, si ese libro caía en las manos equivocadas los secretos del clan Vlassov serían revelados, podrían despertarse viejos demonios de una edad anterior, que ya habían sido dormidos por Eleazar Vlassov - vamos hombre cambia esa cara de una vez que puedo oler tu miedo y francamente me irrita.
-Insisto en que deberíamos destruirlo, quemarlo en la hoguera ritual tal como Eleazar lo quiso, de esa forma todos los secretos estarían a salvo, mi problema no es que algún campesino encuentre el libro, total no sabría que hacer con él, pero si un elegido, Vlassov, Guillon, u otro entendido en las artes de nuestra magia llegará a poseerlo sería terrible.
-Soy tu hermano mayor y por lo tanto el heredero de Eleazar, será hecha mi voluntad no la de él o la tuya, está claro -le irritaba ser cuestionado, entendía las razones de su hermano pero destruir algo tan valioso le parecía irracional- no entiendes que parte de nuestra fuerza reside en él, estamos atados al libro y estamos tan malditos como él, si desaparece nosotros perderemos mucha de nuestra energía vital, la cual es necesaria en estos momentos de guerra.

La luna iluminaba el mausoleo de mármol de la reina Leda, el escudo de su familia estaba en la puerta la rosa atravesada por un puñal, la noche estaba tranquila, se podían oír a algunas lechuzas por el cementerio, era un ambiente pacífico después de todo, los muertos ya no traen problemas. La elección de su tumba no era casual, la reina Leda era considerada no sólo inmoral sino también una bruja, decían que hechizaba a sus amantes con pociones y filtros y que cuando se hartaba de alguien sabía como hacerlo sufrir usando las malas artes. Leda fue la última reina de la casa Lantinori, al morir subió al trono Bastian, su hijo,  y con él empezó el reinado de los San Mauricio, sin embargo los Guillon nunca reconocieron a este como rey ya que era el hijo ilegítimo de Leda con Ernesto de San Mauricio, un príncipe de segundo orden y comandante de la caballería real, ellos decían tener más derechos al trono por ser una familia emparentada con los Lantinori de noble abolengo.

-Recibe ¡oh! reina madre, ¡oh! noble esposa de la noche este libro en tu regazo, protege a los que a tus pies se postran pidiéndote protección, guarda en las sombras, las sombras de estas páginas, que la rosa y el puñal sean los guardianes de los secretos que te entrego, que aquellos que osen tomarlo sean malditos en tu nombre –Bernardus colocó el libro dentro de una urna de cristal la cual escondió detrás de la estatua de la Reina, era imposible verlo a simple vista, estaba segura- vámonos.
-Ya dumayu, brat osuzhdennogo estamso[1] –dijo en su ruso nativo Balthazar tal como hacía cuando tenía miedo.
-Spokoĭnyĭ Balthazar ya zashchishchu oboih[2] -ambos hermanos montaron sus caballos y partieron rumbo a la ciudad de Piro.

En el 2010

-Deja de jugar con eso Zoe, ya tenemos suficientes problemas como para que nos encuentren intentando profar tumbas ¿no crees?, sal de allí te he dicho alguna vez me escucharás –Althea corría detrás de su hermana, ambas eran del clan Guillon pero aún muy pequeñas para entrar en combate, eran nietas de Duvall, de su hija Marcela, Zoe tenía quince años y Althea trece, ¿qué hacían en el cementerio?, esa era una pregunta que se hacía siempre su madre, lo cierto es que pasaban allí casi todas las tardes desde la muerte de su abuelo, pensaban que tal vez de tanto desearlo su espíritu aparecería y las seguiría protegiendo, lo extrañaban demasiado, el mayor criminal de la ciudad era también un hombre tierno y dulce con sus dos más grandes tesoros, ellas.
-No seas tonta Thea, ¿Quién nos diría algo?, ¿aquí no hay nadie que pueda hablar?, no te has dado cuenta que están bien muertos y sin cabezas jajajjaj –la irreverencia de Zoe contrastaba con la seriedad de su hermana, era rebelde y osada, Althea era en cambio sensata y calculadora, precavida pero nunca cobarde. Duvall tenía grandes planes para ellas, casarlas con príncipes tal vez, hacerlas reinas algún día de algún país extranjero y así tomar control del continente- vamos la tumba de la reina Leda, ¿sabias que era nuestra pariente?
-Si lo sé, ¿qué te crees que la única que escuchaba al abuelo eras tú?, tonta, ahora vámonos, madre debe de estar preocupada.
-Madre debe estar con su “consejero”, así que tranquila que de nosotras se acordará a la hora de la cena, ¿Qué piensas si entramos, dicen que está embrujada, no me importa, total ya tenemos demasiados conjuros encima con todo lo que le han deseado al abuelo? Jajajjajaja ¿Qué importa uno más?
-¿Para qué me preguntas si igual vas ha entrar y yo te seguiré para asegurarme de que no te mates?, ya valiente abre la puerta.

Entraron al mausoleo por una rendija que había entre la escalera de la parte trasera y la pared. La humedad se sentía en todo el ambiente, la fría tumba estaba descuidada, sucia, oscura, las arañas habían hecho su hogar de ella, en el centro estaba el sarcófago imposible no reconocerlo, la rosa y el puñal.

Althea leyó en vos alta la inscripción de la misma:
“Hic jacet Regina Leda Lantinori domus. Resquiescat in pace Rosa”[3]

-Dicen que era hermosa, más que cualquier otra princesa o reina del mundo, y era terrible, sanguinaria, que era bruja –decía casi con orgullo Zoe de su ancestral pariente- somos descendientes de reyes Althea ¿por qué diablos los San Mauricio están sentados en el Palacio de San Andrés?, ¿por qué su halcón dorado está en todas las enseñas oficiales y la rosa y el puñal olvidados, llenos de polvo y telas de arañas, en una tumba? –su voz se quebraba, ella entendía la lucha de su abuelo.
-Nosotras no somos de los Lantinori Zoe, esa casa se extinguió, los Guillon no tuvieron la capacidad de obtener el trono que les correspondía, esa es la verdad, llora y patea lo que quieras, esa es la verdad. Además te olvidas del rey Bastian, su hijo.
-Si me olvidaba del gran rey Bastian, según el abuelo lo único que hizo fue gastarse el dinero de la corte en fiestas, que era un bueno para nada –dijo con un gesto de asco
-Ya, es posible pero igual fue el heredero de Leda, no hay más –mientras hablaba se apoyó en la estatua de mármol de Leda y esta se movió un poco de la base, parecía que iba  a caerse, Althea saltó para alejarse y empujó a su hermana para alejarla también del peligro.

Cuando se levantaron se acercaron a la estatua para ver que tan dañada estaba, encontraron una caja de cristal que se había roto, Althea la tomó y sacó de ella un libro, Zoe se lo arranchó de las manos y limpió el polvo de la tapa, la humedad no había hecho mella en él. “El libro de las almas perdidas. Los secretos revelados a los elegidos. Eleazar Vlassov”, se miraron en silencio, no podían articular una sola frase, sin saber a ciencia cierta que es lo que tenían en sus manso intuían que era algo importante y peligroso. –Vámonos Zoe, ya es demasiado por una sola tarde, lleva el libro contigo.
-¿Qué haremos con él? –su voz tenía un tono de duda y sorpresa.
-¿Y me lo preguntas tú?, tienes en tus manos el secreto de tus enemigos.
-También son tus enemigos hermana.
-No, yo no tengo enemigos, eso te lo dejo a ti, mi belicosa hermana mayor.

Ya había pasado una semana y las hermanas Duvall estudiaban cada uno de los conjuros y hechizos del libro, además estaban los árboles genealógicos de todas las familias nobles del reino y de los reinos vecinos, Zoe prestaba atención a cada detalle, a cada línea. Althea si bien quería parecer indiferente no lo era en realidad, algo dentro de ella había despertado, de repente sintió que en realidad los Vlassov si eran sus enemigos, los que habían, desde las sombras, convertido a su familia en unos parias dentro de la corte, ellos los Guillon.

Balthazar se había estado sintiendo mal desde hace unos días atrás, no podía dormir tenía pesadillas recurrentes con el viejo libro, el libro, pero si hace siglos que está enterrado, no es posible, pero Eleazar en los sueños está furioso, ¿qué habéis hecho?, me grita y señala la tumba y luego dos niñas, mirando el libro y conjurando a los demonios del pasado, si son niñas esos ojos son inocentes aún, qué me está pasando. Esa tarde decidió ir al mausoleo de Leda, no había pisado el cementerio desde ese día, se juró no volver a menos que sea para ser enterrado, pero su angustia lo dominaba, entro con la vieja llave de hierro, el olor a humedad golpeó su rostro, cuando se recuperó vio la estatua rota en el piso, su corazón se aceleró, galopaba como caballo en plena huida, la caja rota en el suelo, el libro no está.
-Bernardus, ha pasado lo que tanto temía –la voz a través del teléfono sonaba entrecortada y agitada.
-¿De qué hablas?, aclárate quieres, estoy ocupado.
-El libro de Eleazar, no está –cortó sin decir más, subió a su auto y salió rumbo a la ciudad de Piro.

Zoe y Althea estaban frente a una fogata hecha en el jardín de su madre, estaban a punto de recitar el conjuro de La fuente de la inmortalidad, tenían todo preparado, la daga de su abuelo, rosas blancas y negras, mechones de sus cabellos cortados y anudados con una cinta azul:
Debéis preparar todo, la fogata será hecha en noche de luna llena, y la sangre será obtenida con el filo de un arma que haya matado a alguien, rosas blancas y negras serán la ofrenda, los cabellos de los elegidos en mechones cuidadosamente atados por una cinta de seda azul y luego dirán en voz alta la oración tres veces. Recordad que este es un conjuro poderoso e irreversible, el elegido sentirá frío y luego mucho calor, habrá muerto y vuelto a la vida, será invencible.

“Entrad en mí con el alma llena de luz. El fuego bendecirá la sangre a mí entregada. Tu cuerpo ya no te pertenece, ahora es de la noche eterna. Sin tiempo serás. Solo la espada sobre la garganta cercenada te devolverá a mí.”

-Estás segura Zoe de esto, después de esto no hay vuelta atrás.
-No me importa, tú has lo que quieras, yo me convertiré en inmortal, el abuelo lo hubiera querido así.

Un ruido las hizo asustar, detrás de los arbustos estaba Balthazar Vlassov, con su espada desenvainada, se acercó a ellas, con la mirada fija en el libro, suspiró de alivió al ver que no habían completado el ritual. –Esto no es un juego para niñas, dame el libro y aléjate del fuego, pueden hacerse daño –ellas retrocedían sin dejar de mirarlo, lo reconocían era el hombre que aparecía en los espejos del atrio cuando hacían algunos de los conjuros.
-¿Han estado jugando con él verdad?, he sentido los estragos, el libro que tienen en sus manos está muy unido a mi familia, y al parecer como fui el último que lo usó para conjurar, todos sus hechizos van directo a mí, suerte la mía ¿verdad? –intentaba sonar relajado y no asustar a las niñas.
-¿Y quién eres tú?, es cierto hemos visto tu rostro los espejos cuando practicábamos con el libro, ¿eres un Vlassov acaso?, si es así prepárate para sufrir las consecuencias, yo soy Zoe Duvall Guillon, y no le temo a ningún ruso –su voz era segura, pero sus piernas temblaban.
-Yo soy Althea Duvall, su hermana, y la verdad es que este ya no es su libro, nosotras lo encontramos y pensamos hacer uso de él, así como ustedes lo han usado durante siglos para atacar a nuestra familia –Zoe se sorprendió de que su hermana tomará partido por ella.
-Así que son las nietas de Duvall, hacen honor a su nombre, pero ni siquiera él las hubiera dejado usarlo, están manchando sus almas con cada conjuro, están entregándose a cosas que no conocen, ¿quieren ser inmortales?, ¿quieren quedarse de, qué edad tienen doce?
-Yo tengo quince y ella trece –dijo Zoe desafiante- no intentes engatusarnos, no hay manera de que te lo demos, es nuestro y el trono también lo será -miró a su hermana y vio que la duda empezaba a llenar sus ojos- no le creas Althea, es el enemigo.
-Pero tiene sentido, desde que empezamos con esto no podemos dormir bien ni comer bien, escuchamos voces todo el tiempo que hablan en idiomas extranjeros y vemos sombras, y si nos hacemos inmortales, no podríamos crecer, “habrá muerto y vuelto a la vida, será invencible”, Zoe no se trata de creerle a él o no es lo más lógico. Pero tampoco será de nuevo tuyo Vlassov, no gratis al menos.
-¿Qué me quieres pedir, pequeña? –dijo condescendiente.
-Mi madre perdió todo cuando mi abuelo fue asesinado, el clan no le perdonó que haya muerto en manos de Santino, de uno de los nuestros, lo consideraron deshonroso, muerto por su propio alumno en una gresca sin mayor importancia –se dio cuenta de la sorpresa que reflejaba el rostro de Balthazar- si ¿quién creían que lo había asesinado?, fue Santino, no lo culpo yo hubiera hecho lo mismo en su situación, el hecho concreto es que mi madre y nostras estamos viviendo de lo poco que dejó el Dr. quiero que me asegures que nos protegerán.
-¿Y confías en que lo haré?
-No, pero sé como atarte a tu promesa, está en el libro, y con eso te lo entregaré para que hagas de él lo que quieras, poco me importa.
-¿Qué dices?, tenemos un trato o que –Zoe seguía desafiante.
-Está bien, busca el conjuro de atadura, ya está el fuego y la luna es propicia.

Cuando empezaban a prepararlo todo, Balthazar sintió un golpe detrás de su cabeza que lo hizo perder el equilibrio y caer al suelo, eran Bernardus, Zarina y Gina. Las niñas se quedaron sorprendidas y fueron aprisionadas por las generales de Vlassov. Bernardus tomó el libro y lo guardó en el auto, luego volvió a la fogata. Balthazar ya estaba de pie, aún aturdido y preocupado por Zoe y Althea.
-Ellas son las que robaron el libro, unas niñas, ¿por qué te demorabas tanto?, no podías golpearlas tomar el libro y luego acabar con ellas, no podemos dejar rastro, si han leído el libro y conocen los secretos deben morir.
-Son las nietas de Duvall –decía tomándose el cuello adolorido.
-Podrían ser las mismas princesas de Piro, y su suerte sería la misma –su mirada estaba llena de furia
-Bernardus es cierto son unas niñas –Gina se mostraba sorprendida de la severidad de su mentor.
-Me trae sin cuidado, si no quieren hacerlo ustedes será, mi turno entonces, -se abalanzó sobre ellas y de repente el fuego de la hoguera creció impidiendo que las alcanzará, el viento comenzó a agitar las ramas de los árboles con fuerza y las nubes cubrieron la luna dejando la noche en completa oscuridad. De las profundidades del fuego salió una voz familiar para ellos –Yo no soy un asesino de niños, nuestra casa no es una guarida de criminales, Bernardus en qué has convertido mi nombre y mi enseña- Bernardus no dejaba de mirar para todos lados, no podía ser cierto no podía ser, Eleazar.
-Quémate en tu propia hoguera, dolzhny stradatʹ ot posledstviĭ[4] -sonó un trueno y todo quedó en silencio.

Las niñas estaban abrazadas una a la otra, sentadas en el suelo, el fuego volvió a la normalidad y la luna se despejó de las nubes que la cubrían. Balthazar estaba de pie mirando lo que quedaba de su hermano, cenizas solo cenizas, Gina y Zarina no pudieron contener el llanto y la desesperación las embargó, Bernardus muerto, ¿qué magia era esta?, ¿quién era aquella alma tan ofendida?, ¿qué hacer ahora?, las preguntas se acumulaban en sus mentes pero no salían de sus bocas. Balthazar se volvió a las niñas las miró con cierta ternura.
-Ahora estarán bien, olvídense del libro y de los conjuros, ustedes no son brujas, lo sé ahora, Eleazar no habría roto su descanso eterno por unas almas perdidas, era imperativo evitar que se condenaran y murieran. En cuanto a tu pedido Althea, no te preocupes, ya estoy atado a ustedes.
-¿Cómo llegaste a nosotras Balthazar?, tengo esa duda –preguntó Zoe, intrigada y asustada.
-Porque el libro me guió a ustedes, yo también ví sus rostros y este jardín en mis sueños, tranquila no ocurrirá más.

Los tres Vlassov se dirigieron al auto de Bernardus en silencio, Gina buscó el libro y no lo encontró -¿Tú crees que desapareció así nada más?
-Si Gina así nada más igual que Bernardus, así que mejor olvídate del libro, Zarina conduce a las montañas azules y me dejas allí, necesito estar solo un tiempo –Dijo con impaciencia Balthazar.
-Claro, no hay problema, mañana nosotras nos encargaremos de avisar al clan, diremos que partió junto a sus ancestros de manera honorable.
-¿Por qué mentir Zar? –Preguntó entre distraída y perpleja Gina.
-Nadie debe saber de esto, nos vendríamos abajo, la casa Vlassov seguirá en pie con Bernardus o sin él, incluso si tu Balthazar decides alejarte, quedamos otros rusos más que defenderán la causa y la corona de San Mauricio.
-Y el poder, mi inspirada Zarina, el poder, es cierto, no hay más que hacer –Gina miraba por la ventana mientras decía esto, Blathazar mientras tanto ocultaba su rostro, estaba llorando no había duda.
-¿Las niñas se estarán quietas?, ¿qué te piensas Zar, debemos vigilarlas por un tiempo verdad?
-No harán nada de eso, déjenlas en paz, cuando apareció Eleazar, su voz me dijo cosas por venir, solo a mí, y a ustedes no les importa lo que me ha dicho, pero ellas son intocables, entienden, ni un cabello de ellas será arrancado, ni las atormentaran, ahora yo soy el jefe del clan y harán según he dicho.

Siguieron el camino en silencio, ya estaba amaneciendo y el azul de las montañas era un espectáculo hermoso, los tres sabían que ya nada sería igual.

Fin



[1] “Hermano creo que estamos condenados”
[2] “Calma Balthazar yo nos protegeré a ambos”
[3]Aquí yace la reina Leda, de la casa Lantinori. La Rosa descansa en paz”
[4] “Debes sufrir las consecuencias”