miércoles, 15 de diciembre de 2021

Augusto y los principios

José Camarlinghi

Su especialidad era asar carne a la parrilla. Le gustaba alardear diciendo que era su don natural; y de alguna manera era cierto, sólo había escuchado una vez a un chef cómo había que hacer y a la primera le salió perfecto. Por eso, para festejar su cumpleaños, invitaba a todos los hermanos y primos de su esposa. Él no tenía familia. Su madre había muerto hace varios años y no conoció ni abuelos, ni tíos, ni primos. La parrillada la organizó por varios años, pero hoy estaban en la mesa solo su mujer y sus dos hijos. Él había llamado a cada uno de sus parientes para invitarlos personalmente. Todos se habían excusado con los pretextos más variados. Augusto sabía cuál era la verdadera razón. Hace unos meses uno de los primos, Daniel, había estado involucrado en un accidente de tráfico. El test de alcoholemia señaló que estaba muy por encima del límite legal para conducir. Las multas eran considerables y se enfrentaba a una demanda casi millonaria por daños y perjuicios. Los otros primos acudieron a él para que les diera una mano. Augusto era oficial de alto rango en la policía. Le pidieron que moviera sus influencias para que el test desapareciera, no le quiten la licencia y se inculpe al conductor del otro vehículo; una mamá que llevaba a sus hijos pequeños a la escuela. 

Él era de los que ven el mundo en blanco y negro; por lo menos en cuanto a las leyes y normas se refiere. Había crecido bajo la tutela estricta de un padrastro, que si bien lo amaba como a un hijo, aunque no lo demostrara; lo educó bajo una rigidez tal que cuando llegó a la Academia de Policías no sintió el cambio. Destacó a los ojos de los instructores por ser metódico, ordenado y perfeccionista. Al año de que se graduó, se casó con Margarita, una joven que lo había cautivado por sus maneras dulces y su voz melodiosa. Pronto ascendió por el escalafón con honores y a la temprana edad de cuarenta y cinco años ya era coronel y subcomandante de la Unidad de Asuntos Internos.   

Recibió a cinco de los parientes políticos en su despacho de comandante y escuchó con paciencia los argumentos. Que en realidad no estaba borracho, dijeron casi sonrientes. Que es asmático y había aspirado su medicamento unos pocos minutos antes del accidente. Que por eso el examen dio tan alto. Que puedes buscar en internet y confirmar que es cierto. Que el pobre primo está atravesando un divorcio complicado y no podría pagar la demanda, ni siquiera la multa. Que necesita su licencia de conducir para ir al trabajo. Que, al final, somos parientes y tenemos que ayudarnos entre nosotros. 

Augusto los miraba uno a uno, asintiendo con la cabeza, mientras hablaban. Nunca le habían caído bien. Los soportaba con amabilidad y cortesía porque eran de la familia de la mujer que amaba. Él creía que la unión familiar debería ser una prioridad y a pesar de que consideraba que ellos eran desordenados, holgazanes y un tanto deshonestos, nunca armó controversia con su mujer. A espaldas de ella hablaba con sus propios hijos, Carlos y Cintia, y les recomendaba en contra del comportamiento de sus tíos y primos. A veces lamentaba no haber tenido más familia que su mamá. Estaba seguro que si hubiera tenido hermanos, sus sobrinos habrían sido mejor educados que los disipados y caóticos jóvenes de su familia política. Desaprobaba la falta de normas y hábitos e intentaba encaminar a los suyos sin pretender crear conflicto entre sus hijos y los otros chicos. 

Abrió un cajón del escritorio y sacó un folder. Repasó las hojas hasta encontrar el documento, muy serio, estiró el brazo y sosteniéndolo del centro lo pasó frente a los ojos de los parientes. Lentamente. Aunque no lo suficiente como para que puedan leerlo. 

—Este es el documento oficial del análisis de la muestra de sangre. No del aliento. —Hizo una pausa mientras miraba a todos—. Estaba tan alcoholizado que no podía pararse. 

Los cinco hombres se sorprendieron y sin comprender se miraron los unos a los otros. Ante el silencio y todavía conteniendo pacientemente su enojo continuó. 

—Tenía tres veces más de lo legalmente establecido. ¡Tres! —repitió aumentando el tono. 

—Querido Augusto —dijo uno de ellos entre risitas entrecortadas y condescendientes—, tú sabes cómo son estas cosas. ¿Quién no comete un pequeño error en la vida? El Danielito es un buen tipo. Nunca antes ha hecho algo así. 

Augusto abrió el folder nuevamente y tiró una docena de papeles en su escritorio. 

—¿Nunca? —Miró fijamente al que había tomado la palabra— ¡Estas son todas las infracciones y accidentes que él ha cometido! 

Los hombres cambiaron sus semblantes como si una nube oscura y amenazante se hubiera formado sobre ellos. 

—Pero… es que somos familia… —atinó a decir uno. 

—¿Por quién mierdas me han tomado? —Estalló augusto—. ¿Creen que soy de su calaña? ¡Borrachos irresponsables! ¡Se han equivocado conmigo punta de putrefactos! Mejor se marchan en este instante si no quieren que los haga arrestar por intentar corromperme. ¡Fuera! ¡Fuera de mi oficina! 

Le dolió mucho que Margarita perdiera el contacto con su familia. Sin embargo, ella lo apoyó. Una noche poco antes de dormir, él quiso disculparse. La mujer llevó la mano a sus labios con cariño para que dejara de hablar. 

—La familia no se escoge y ni tú ni yo somos responsables, muchos menos culpables.

Augusto sintió un gran orgullo y admiración por aquella mujer y se durmió pensando en sus hijos. 

Había jugado con la idea de invitar a sus camaradas a la parrillada no obstante, pensó que el asunto había sido siempre familiar y que de cualquier manera se organizaría un pequeño festejo en su oficina. De manera que el acontecimiento se redujo a las cuatro personas que más amaba. Hablaron de todo menos de los parientes ausentes. 

Ese mismo año Carlos cumplió la mayoría de edad y salió bachiller. Augusto soñaba con que él continuara con la carrera policial a pesar de que el joven tenía otros planes. El padre aprovechaba cada oportunidad que tenía para comentarle las ventajas de pertenecer a la institución, la importancia de seguir un linaje y de continuar las tradiciones familiares. 

—Pero, tú eres el primer policía en la familia —le hizo notar el joven. 

Augusto se sorprendió y no supo qué contestar. Era cierto lo que su hijo afirmaba. Entonces pensó en corregirse y decir que era importante seguir las tradiciones, mas lo único que articuló a decir fue que era «nuestra» familia y no solamente la de él. 

—Nuestra. Sí. Y por cierto ahora reducida al mínimo. 

El padre lo miraba mientras sentimientos encontrados luchaban en su mente. Siempre había sido así con este muchacho. Desde niño le había hecho sentirse en desequilibrio. 

—¿Qué quieres hacer en la vida entonces? 

El joven lo estudiaba pensando si era el momento adecuado de decirle lo que pensaba. Frente a la mirada fija no tuvo otra salida que decirlo de una vez. 

—Voy a ser arquitecto. 

Pasaron varios incómodos segundos silenciosos. Augusto lo miraba asintiendo y Carlos nervioso movía los ojos de un lado a otro para no enfrentar la mirada. 

—¿Sabes tú que la institución financia estudios paralelos una vez que eres oficial? Algunos camaradas han hecho estudios superiores en administración, en ingeniería o incluso en sicología. Nunca he escuchado de arquitectura, pero no veo porque no. 

El joven le sonrió condescendiente. 

—Voy a pensarlo papá. 

En el próximo año académico se presentó en el examen de ingreso a la carrera de arquitectura en la universidad pública. Obtuvo la nota más alta y fue admitido. Augusto no estaba muy contento a pesar de estar convencido de que para ser policía había que tener una vocación especial y sabía que si obligaba a Carlos, él nunca llegaría a ser un buen oficial. Resignado felicitó a su hijo. Fue entonces cuando puso los ojos en su hija. Se llenó de esperanzas. Ella si tenía más pasta para ser policía. Era muy amable y tierna como su mamá y sin embargo consecuente a rajatabla, tenaz, decidida y absolutamente segura de sus ideas y sentimientos. Empezó entonces a elaborar un plan para convencerla de entrar a la Academia. Le faltaban casi tres años y pensó que ese sería tiempo suficiente para lograrlo. 

Una noche volvió tarde a casa después de una reunión en el Comando Nacional. Se discutieron temas delicados respecto al nuevo cartel de narcotraficantes que estaba tomando mucho poder y logrando infiltrarse en todos los niveles de la sociedad, incluso en el gobierno. Se extrañó al ver la sala iluminada y se preguntó quién podría estar de visita tan tarde. Al entrar se sorprendió aún más cuando solamente vio a Margarita y los dos chicos sentados con caras muy compungidas. Augusto observó los ojos llorosos en su esposa y en Carlos. Cintia no lloraba, pero nunca la había visto tan preocupada. 

—¿Qué pasa? 

Margarita se acercó y puso sus manos en el pecho de su esposo. 

—Tienes que considerar que cualquiera puede tener un accidente… 

—Dime qué está pasando —preguntó entre dientes como si estuviera a punto de perder la paciencia. 

—Además es tu hijo y no tiene culpa… 

Augusto dio un paso adelante por un costado dejando a Margarita a su espalda. Se paró frente a Carlos con los puños cerrados al costado de sus piernas. 

—¿Qué mier… coles has hecho? 

Carlos quiso responder y lo único que salió de su boca fueron sollozos. Margarita hizo que Augusto se sentara y dejara esa pose tan amenazante. 

—Ha atropellado a alguien —dijo Cintia y continuó—. Se asustó tanto que no se detuvo. 

Augusto levantó un puño y se contuvo al ver las expresiones aterradas de su mujer y su hija. Carlos solo lloraba mirando el piso. Bajó la mano y se mordió un nudillo. 

Pasaron segundos interminables en los que parecía que el tiempo se había detenido. Luego se sentó al lado de su hijo y lo abrazó. 

—Cuéntame lo que pasó —dijo con voz calmada y hasta paternal. 

Carlos le contó que había estado en la casa de un amigo de la facultad organizando un trabajo para la universidad y que no podían resolver unos problemas. Por la hora avanzada de la noche decidieron continuar al día siguiente. Cuando volvía a casa conduciendo el coche que le había prestado su mamá, le mandaron varios mensajes por WhatsApp. Él no los vio pensando en responder cuando llegara a casa sin embargo, el celular sonaba pertinaz e insistente. A poco entró una llamada y en el momento que quiso ver quién era tan porfiado, en solo unas fracciones de segundo, sintió el golpe y vio un objeto salir volando por encima del coche. Se detuvo en seco y miró, en el retrovisor; había algo tirado en la carretera. Salió inmediatamente y se acercó al cuerpo. Con terror descubrió que era un joven como él. Todo ensangrentado. Lo tocó y lo sintió tan flácido que le dieron escalofríos. Por mucho que intentó encontrar pulso en el cuello, no alcanzó a sentir nada. Le pareció que la piel estaba demasiado húmeda y recién se dio cuenta que era sangre. Ya sollozando miró en los alrededores y solo vio un coche estacionado a un lado de a carretera. Al comprender que había matado a alguien, entró en pánico y escapó. 

—¿Has estado bebiendo? 

Carlos lo miró con terror sacudiendo negativamente su cabeza. 

—No me mientas. Tienes que decirme la verdad porque la mentira solo complica las cosas. 

—Solo un vaso de cerveza —dijo entre suspiros. 

—Solo un vaso. ¿Seguro? 

Carlos asintió. 

—Bueno. Esto es lo que haremos. Vamos a ir al lugar del accidente y comprobar si sigue con vida. Luego llamaremos a la unidad de accidentes de tráfico. Si encuentran que has tomado más de un vaso, las consecuencias van a ser más graves. 

Ninguno de los tres lo contradijo. Sabían muy bien como era Augusto. No se podía ni siquiera insinuar en una broma el ir en contra de las normas. La ley es la ley, decía a menudo, y nadie puede discutirla. 

Condujeron hasta el lugar en un silencio tan denso que le empezaron a doler los hombros.  No encontraron nada. Hicieron el recorrido varias veces y no había ni cuerpo ni coche. Augusto pensó que seguramente ya los habían recogido y que sería un serio agravante que Carlos haya huido del lugar sin prestar ayuda. Condujo entonces hasta la estación de policía. Carlos estaba hecho un manojo de nervios no podía articular ni una frase y temblaba como si tuviera fiebre. Sintió pena por su hijo y sin embargo, al mismo tiempo, estaba seguro que entregarse era lo correcto. 

—Espera aquí. Voy a hablar con un camarada y luego vendré a recogerte para que te entregues. 

Carlos asintió y casi inmediatamente abrió la puerta y se puso a vomitar a un lado del coche. 

—¡Buenas noches mi querido coronel! —grito otro uniformado cuando lo vio entrar en la sala principal. Era el que había sido su amigo y compañero desde el primer año de la Academia. Estaba destinado en la unidad de narcóticos por lo que Augusto se extrañó de verlo ahí. 

—Gustavo —dijo como si se hubiera tropezado—. ¿Qué haces aquí? 

—No vas a creer. Asesinaron a Claudio Suarez, el hijo de don Roberto. 

—¿Del jefe del cartel? 

—Exacto. Lo encontraron muerto casi al lado de su coche en una carretera. Parece que lo atropellaron, pero yo creo que lo torturaron, lo mataron a palos y lo tiraron ahí para que parezca un accidente. Estoy esperando el resultado de la autopsia. ¿Y tú? ¿Qué haces tan tarde aquí? 

Augusto no supo qué responder. Sopesó toda la situación y decidió inventarse algo. 

—Bueno… es un asunto clasificado. 

El oficial sabía que Augusto trabajaba de Asuntos Internos. Investigaban a otros policías o fiscales. Le devolvió una sonrisa cómplice y condescendiente y se despidió. 

Augusto volvió a su coche sumido en preocupaciones. Ya no se trataba de solamente cumplir con la ley como lo había jurado cuando se tituló. Era una cosa que Carlos respondiera por sus actos y recibiera su castigo; y era otra enfrentarse a la mafia. Para ellos no bastaría que su hijo pague según la ley. Ellos buscarían una venganza. Siendo el hijo de un policía, se ensañarían con él. 

Carlos no entendía lo que pasaba con su padre, sentado con las manos en el volante y la cabeza entre las manos. Se sorprendió aún más cuando encendió el coche y arrancó de vuelta a casa. El silencio se hizo aún más insoportable. El joven no sabía qué preguntar. ¿Se había arrepentido de entregarlo a la justicia? Lo miró de reojo y sintió el peso de la culpa. Su progenitor estaba rompiendo todo en lo que creía. Sintió al mismo tiempo mucho amor por ese hombre que lo había criado y arrepentimiento por estar haciéndole pasar por esto. 

Llegaron a casa ya pasada la media noche y se reunieron en la cocina mientras intentaban tomar un té. Les explicó la situación. Tendrían que ocultar el crimen para salvar la vida de Carlos. 

Al día siguiente pidió permiso arguyendo que se sentía enfermo. Llevó el coche a un taller ubicado en el otro extremo de la ciudad para que repararan y pintaran el golpe que tenía a un costado. Luego se dirigió a la carretera donde había ocurrido el accidente. Encontró que solamente había dos cámaras de seguridad en todo el trayecto. Una pertenecía a una pequeña empresa distribuidora de alimentos y la otra a una vivienda privada. En ambos lugares, usando su credencial oficial, pidió ver los videos. Aprovechó momentos que lo dejaron solo para borrar las imágenes donde el vehículo de su esposa pasaba con Carlos al volante. 

Dos días después se enteró que la autopsia había confirmado que el joven Suarez había muerto por el impacto de un vehículo y no por torturas como suponía su amigo de Narcóticos. Lo que le preocupó fue que habían encontrado una huella digital en el cuello del cadáver. Esa misma tarde fue al laboratorio de huellas bajo el pretexto que estaba investigando un caso clasificado y que tenía que comparar unas muestras. El técnico a cargo lo ubicó en una oficina de acceso limitado y lo conectó con la base de datos. Augusto buscó la foto digital de la huella dejada en el accidente y la cambió por otra de un criminal ya fallecido. Luego pidió acceso al archivo y allí buscó la evidencia que se había levantado del cuerpo, una cinta adhesiva pegada a una tarjeta con la huella de Carlos. Al encontrarla se quedó mirándola dubitativo. Era casi imposible que los investigadores hicieran coincidir la huella con los dactilares de su hijo. No había manera de conectarlo con el incidente. Él estaba a punto de cometer un grave delito. Robar evidencia de un crimen era, para él, cruzar una línea que nunca se había imaginado pasar. Pero, habiendo adulterado las otras evidencias había ya cruzado. Estaba al otro lado. Cayó en cuenta que nunca más volvería a ser el policía correcto e incorruptible. Tomó la tarjeta y la metió a su bolsillo. Luego salió del laboratorio. 

Carlos intentó acercarse, pedirle disculpas y buscar una reconciliación. Augusto no le dejó. Tan pronto se daba cuenta que el muchacho se abría para decirle cuánto lo sentía, que no podía con su sentimiento de culpabilidad ni con el peso de su conciencia al haber provocado que su padre rompiera todo en lo que creía; Augusto le cortaba en seco y le pedía no preocuparse. Lo importante es que estaba vivo. 

La familia intentó seguir adelante a pesar del fantasma que les rondaba. Todos ellos disimulaban e intentaban hacer como si nada hubiera pasado. En el fondo, sabían que algo se había roto entre ellos. En el próximo cumpleaños invitó a sus camaradas. La parrillada fue un éxito como siempre. Al final de la tarde sólo se quedó su amigo Gustavo, el mayor que trabajaba en la unidad de narcóticos. 

—Has cambiado mucho el último año. Parecería que no eres el mismo —le comentó. 

Augusto se desconcertó. 

—Siempre has sido un excelente policía y un buen hombre. Siempre he admirado tu integridad. 

No podía entender adonde iba la conversación y se quedó mudo esperando. 

—Nosotros solo somos pasajeros en la institución. En unos años nos olvidaran —Se detuvo como midiendo sus palabras y continuó—. La familia es lo más importante. Y nuestros hijos son nuestro legado más preciado. No te preocupes más Augusto. Estamos contigo.

jueves, 9 de diciembre de 2021

Congruente

Miguel Ángel Salabarría Cervera


Al leer el periódico en San Francisco, México, me enteré que se había creado la Comisión de los Derechos Humanos, a insistencia de la lucha emprendida por Nadia Cervera, desde tiempo atrás. Me sumergí en la noticia porque era un parteaguas en la historia del país y de San Miguel, México.

Me vinieron a la mente los años cuando estudiaba en la Facultad de Economía que se encontraba en la segunda planta del edificio, en la inferior se hallaba la Facultad de Derecho, era frecuente que los estudiantes de ambas facultades se conocieran, además las actividades que realizaban los alumnos de la planta baja eran vistas por quienes estudiábamos Economía.

En ellas era habitual la participación de Nadia, que siempre defendía sus puntos de vista y denunciaba las irregularidades de las autoridades de su facultad o de la universidad, así como también, las actitudes oportunistas de diferentes grupos ideológicos que no eran pocos en nuestra universidad. Nadia era ampliamente conocida, respetada y admirada por unos, criticada por otros con aversión.

Época de efervescencia estudiantil en San Miguel y en todo el país, permeaba un cambio de paradigma que llegaba no solo a nuestra universidad, sino a la sociedad y de alguna manera impactaba el nuevo modelo neoliberal, siendo esto el contexto en que se desarrollaba la acción de Nadia y de nosotros.

Al egresar de Economía dejé de verla, pero supe que se trasladó a la capital del país, a estudiar Maestría en Derechos Humanos en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Por notas periodísticas sabía sobre las actividades políticas y sociales que realizaba, reivindicando los derechos de los trabajadores del campo de origen indígena provenientes de estados pobres y marginados, los cuales eran contratados para laborar en condiciones de explotación y vivían hacinados en galerones en los campos agrícolas. No le importaba acudir a estos lugares bajo el inclemente sol y recibir malos tratos de los guardias privados que le negaban el acceso.

Ella esperaba una oportunidad para coincidir con los dirigentes agrícolas y organizar acciones en defensa de los derechos humanos y laborables de ellos. Así mismo, amparaba a campesinos paupérrimos involucrados en el narcotráfico, que por la situación económica se convertían en sembradores y cultivadores de amapola y marihuana en la Sierra de San Miguel.

No eran escasas las amenazas de muerte que recibía, sin embargo, Nadia lograba hacer realidad sus ideales de justicia sin importarle poner en peligro la vida.

En las reuniones nocturnas sabatinas que tenía con amigos con los que coincidía ideológicamente, le recomendaban mesura en su quijotesca vida, pero Nadia rechazaba los consejos.

El prestigio de ella se extendió más allá de San Miguel; la oficina en que atendía era concurrida por personas lesionadas en sus derechos por las autoridades o algún grupo de poder; por este motivo sus amigos le recomendaron que contratara guardaespaldas, pero Nadia les respondió que no los necesitaba.

Un domingo por la noche llegó al domicilio de ella Bartolomé, quien llamó con insistencia a la puerta, los golpes hicieron que Nadia preguntara quién llamaba con tanta insistencia.

─Soy Bartolomé me urge hablar contigo.

Al reconocer la voz, le abrió la puerta y le dijo.

─¿Me traes dinero? Porque ya casi me tumbas la puerta con tanto golpe. Entra a la sala.

Apagó el televisor, le sirvió un refresco y preguntó:

─¿A qué se debe tanto argüende?

─Nadia, tú sabes que estoy también en el periodismo y uno tiene contactos...

─Ya. Existen siempre personas que te proporcionan información sin pedírsela.

─Precisamente por esto vengo a verte.

─Al grano, dime.

─Te quieren matar.

─Ya lo sé. Desde hace mucho recibo amenazas.

─Esta vez va en serio, es alguien muy poderoso, no quisieron decirme quién era, pero han contratado a gatilleros profesionales de los narcos para hacer el «trabajo».

─Tendré que cuidarme.

─Nadia, mejor vete del país. Es lo más seguro.

─No tengo dinero para irme. Además, algún día regresaría.

─Me platicaste que te ofrecieron una beca en el extranjero, creo que es la oportunidad para tomarla mientras se calman las aguas.

─Esto es huir y no enfrentar la realidad.

─Nadia, no lo mires así. Si te matan, mucha gente ya no tendrá quien las apoye, en cambio, te vas y luego regresas, ya todo estará en paz y podrás atender a la gente que te busca.

─Bartolomé, eres bueno para convencer, ya casi lo haces.

Ambos soltaron una estruendosa carcajada.

─Mira no te prometo nada… lo voy a consultar con la almohada.

─No seas necia, toma la beca y te vas a pasear.

─Ja, ja, ja. Ahí te aviso.

Se despidieron, él se dirigió a su auto, ella cerró la puerta, apagó la luz de la sala, para encaminarse a su recámara, dejó una pequeña lámpara encendida junto a su cama para luego acostarse y quedó en pocos minutos profundamente dormida.

El lunes se levantó a la siete de la mañana como estaba acostumbrada, se duchó, fue a la pequeña cocina preparó un jugo de naranja y café, para luego sentarse en el comedor a ingerirlos, más que a desayunar, a reflexionar sobre las palabras de su amigo la noche anterior.

Ese día al llegar a su oficina se comunicó con Bartolomé para decirle.

─Voy a aceptar la beca que hace tiempo me propuso el gobierno, espero que todavía esté abierta la oferta.

─¡Vaya, esta sí es buena noticia!

─Te llamo luego para decirte si me la conceden o no.

Se puso en contacto con la persona que años antes le había hecho la propuesta de irse a estudiar al extranjero, pero al no estar, dejó el recado pidiendo que le devolvieran le respondieran el mensaje. Abstraída en el trabajo, se olvidó del asunto.

Faltaban treinta minutos para las tres de la tarde, cuando recibió una llamada del individuo que tiempo atrás le ofreció irse al extranjero a estudiar. Contestó y la invitaba a comer, para tratar el asunto, ella aceptó y quedaron en verse en media hora en un restaurante discreto.

Al descender de su auto, fue abordada por un sujeto, suponiendo ella que estaba pendiente de su llegada; la condujo a la mesa donde era esperada por el funcionario de gobierno, quien se puso de pie, la saludó con respeto y afecto, para luego invitarla a sentarse. Ella accedió e inmediatamente un mesero trajo el menú, ambos comieron platicando de temas intrascendentes como las últimas derrotas del equipo de beisbol, deporte al que todos eran aficionados; así transcurrió la comida. Luego pidieron un café y el funcionario le comentó.

─Nadia, recibí tu llamada e imagino que es sobre la oferta que por mi conducto se te hizo, para irte a hacer un posgrado al extranjero, siempre es positivo continuarse preparando, para ser una mejor profesionista.

Ella advirtió el tono irónico de las palabras y sonrió, para responderle.

─Es muy importante hacerlo, más en un lugar como San Miguel.

─Además es bueno cambiar de aires, para ver la vida de otra manera y así ser diferente acorde con la dinámica social.

─Solo que la dinámica social es a veces, ni muy dinámica, ni muy social.

─Cuestión de perspectivas. Sin embargo, la beca sigue abierta, envíame por favor el sitio a donde quieres irte a estudiar y se arregla. ─Como despedida agregó─: Estos últimos tiempos la inseguridad ha crecido en todos lados y es bueno tomar distancia.

─Yo me siento segura y tranquila, no tengo nada que me quite el sueño.

Se despidieron con seriedad y cada quien tomó su rumbo.

Esa noche al llegar a su casa, Nadia se dedicó a consultar páginas de posgrados en Derechos Humanos en universidades europeas, se decidió por la que se ofertaba en Barcelona, le pareció adecuada a sus expectativas, además era la tierra de sus ancestros y tenía lazos parentales. Checó los requisitos y los tiempos, iniciaría en un par de meses, por lo que le pareció idónea; posteriormente recopiló los requisitos que le solicitaban, dejándolos listos para iniciar los trámites al día siguiente. Luego se sirvió un café, hundiéndose en sus pensamientos mientras miraba el humo que salía de la taza.

Temprano llegó a su oficina al día siguiente, antes de atender a la gente que ya la esperaba, se comunicó con la persona del gobierno que el día anterior le había confirmado la oferta del posgrado.

─Me da gusto recibir tu llamada, imagino que ya tienes todo listo para iniciar los trámites.

─Sí, se los puedo enviar hoy y espero su respuesta.

─Sabia decisión, es el momento adecuado.

─Muy bien, se los mando en el transcurso de la mañana. Buenos días.

Continuó con las actividades agendadas y fue transcurriendo el tiempo.

Era viernes por la tarde, cuando recibió la llamada de la persona del gobierno, para confirmarle que todo estaba arreglado, solo se requería la fecha de partida para reservarle el boleto; la rapidez con que se dieron los tramites le hizo sonreír y pensar que eran verdad las palabras de Bartolomé. Se dejó caer en la silla, acudiendo de inmediato un sinnúmero de pensamientos entre sus posibles enemigos y sus pendientes, se sintió agotada y sin esperarlo, se quedó dormida. Eran pasadas las ocho de la noche, cuando la secretaria la llamó para decirle que ya se retiraba, Nadia le dio las gracias por despertarla, apagó las luces, abordó el auto y se marchó a su casa.

La siguiente semana dedicó el tiempo a organizar los asuntos pendientes de la oficina, auxiliada por la pareja de abogados con quienes trabajaba, dio instrucciones sobre cada caso en particular, hasta quedar todo concluido. Luego llamó al funcionario de gobierno para decirle que el vuelo sería para el miércoles de la siguiente semana. Él accedió quedando en mandárselo el lunes al despacho.

Antes de retirarse, le habló a Bartolomé, para decirle que todo estaba arreglado y que invitara a los amigos para el sábado por la noche a su despedida de San Miguel.

Alrededor de la nueve la noche del sábado empezaron a llegar las amistades a la casa de Nadia, como es costumbre, no podía faltar la música representada por la Banda o Tambora, que es la identidad en esa región. Hicieron acto de presencia las «carnitas» para asar y comerse con tortillas de harina e innumerables salsas y no podían faltar las heladas cervezas. Se bailó, platicó, cantó con alegría y nostalgia hasta que los primeros rayos del sol avisaron que el domingo había llegado; las despedidas se prolongaron y las promesas de estar en contacto con Nadia para mantenerla enterada de lo que ocurriera en San Miguel.

Llegó el miércoles y partió Nadia a estudiar el posgrado, poniendo a la vez tierra de por medio para darle un respiro a su agitada vida.

El tiempo transcurre irremisiblemente y las fechas se cumplen, así sucedió con Nadia que concluyó sus estudios de dos años en tierras catalanas, caracterizada su población por ser luchadora y con convicciones e identidad bien definida, sin duda esto fortaleció el carácter y la personalidad de Nadia, que de por sí, ya tenía estos ingredientes.

Se reincorporó a las actividades, con más ahínco y mayor formación académica, siempre teniendo como punto nodal de su ser y quehacer: la defensa de los Derechos Humanos. De nueva cuenta surgieron las amenazas de muerte.

Era mediodía cuando salió de la oficina que se encontraba en la zona centro de la ciudad a realizar un trámite, se dirigió a su carro, cuando observó una camioneta con vidrios polarizados y distinguió siluetas de tres hombres, aceleró el paso y entró al auto, por el retrovisor miró que la camioneta se ponía en movimiento, arrancó a toda velocidad dirigiéndose al edificio central de la universidad, con la intención de ahí refugiarse, mientras la camioneta trataba de darle alcance. Al no encontrar estacionamiento, continuó su carrera para encaminarse a una casa próxima de un compañero maestro como ella de la universidad. La amplitud de la calle, permitió a la camioneta cerrarle el paso, Nadia descendió y corrió, fue alcanzada y forcejeó para soltarse, pero un disparo la hizo caer e inmediatamente su cuerpo se cubrió de sangre en el pavimento de la calle, valientemente intenta huir, arrastrándose, pero con saña fue rematada.

La gente estupefacta observó la escena que sucedió en minutos, inerte en el asfalto yacía una mujer alegre, que solo tuvo una misión y un amor por la que dio la vida: los derechos humanos.

Dejé de leer el periódico y no pude menos que sentir tristeza e impotencia por su trágica partida y alegría a la vez, porque había sembrado una semilla en las conciencias.