miércoles, 30 de mayo de 2018

La sociedad del rendimiento


Yadira Sandoval Rodríguez


El despertador sonó a las siete de la mañana. Anastasia mira el reloj y ve la hora, se dice a sí misma: «No quiero ir a trabajar». Con mucho esfuerzo pone sus pies en el piso, se sienta a la orilla de la cama y con la cabeza agachada respira hondo y profundo para levantarse. Toma la toalla y camina lentamente hacia el baño. Abre el grifo del agua fría, siente un escalofrío terrible, ha despertado, unos segundos después hace lo mismo con el agua caliente hasta tibiarse. Se siente cansada, no sabe cómo lidiar con la cultura burda que rodea el ambiente laboral. A sus problemas profesionales se le sumó la difamación, un compañero de trabajo ha dicho que ella se acostó con él. Lo estresante para Anastasia es que sus compañeros fingen creérselo como una forma de intimidarla para quitarle el puesto. El ambiente está fuera de sí. No hay sintonía de comunicación, y los resultados acordados para lograr la meta, no se están cumpliendo, «Las relaciones humanas suelen ser complicadas». Ella es mamá soltera, su niño tiene dos años de edad. Sus papás desean ayudarla, pero ella no quiere, porque la obligarían a regresar a su casa y depender de ellos. Salió de su hogar a los diecisiete años para estudiar, terminando la carrera consiguió trabajo en una agencia de estudios de mercado, desde entonces es independiente, ahora tiene veintiocho años. Es atractiva e inteligente, poco paciente con las personas, su talón de Aquiles. Le gusta corregir a la gente a cada momento, no tolera los malos hábitos. Tal actitud ha provocado tensión entre sus compañeros. Ella lo sabe y no quiere dar marcha atrás la educación está de por medio. Sale de bañarse, levanta al bebé, lo cambia y termina de alistarse, casi nunca tiene tiempo para desayunar, siempre lo hace en la universidad. Primero deja al niño en la guardería antes de llegar al trabajo. Las chicas de la estancia infantil encargadas de cuidar a los niños la estiman. Siempre está presente tratando de apoyar en las diferentes actividades de la escuela. Sus opiniones son tomadas en cuenta por la directora de la institución.

Ha llegado al trabajo, da los buenos días a las compañeras de servicios escolares, la saludan con amabilidad. Ayer estuvo el director general de la universidad, tuvieron una reunión en la cual se vieron los compromisos con los estudiantes y los padres de familia. Mientras el director cuestionaba el trabajo de todos. El departamento de servicios escolares no dijo nada, solo está a la espera de recibir órdenes por el director. El departamento de administración dio el informe de gastos. «La chica de esa coordinación a veces me pregunto por qué está en ese puesto. A parte de estar bien chava, no sabe redactar informes para la universidad, al final terminamos redactando sus escritos. Lo sé, soy feminista, no debo criticar a las mujeres, me corrijo a mí misma, ella está ahí por algo: es preciosa la tipa. Qué sarcástica eres, Anastasia».

El director pregunta sobre la matrícula de inscripción de alumnos nuevos. El departamento de promoción y difusión se aterroriza. Quien se encarga de ir a las preparatorias de la ciudad a reclutar jóvenes para la universidad. En cada plática que se tiene con los estudiantes se habla de las instalaciones, carreras, de lo fácil que es acceder a ella. Este, es parte del discurso que maneja la coordinadora de promoción con el fin de persuadir a alumnos nuevos para que ingresen a la Universidad del Desierto, en vocabulario de mercadotecnia, es saber lanzar el anzuelo. Anastasia es la encargada de esta área, ella reconoce que es difícil: «¿Cómo puedo a hacer que un alumno que ha decidido estudiar ingeniería cambie por una carrera de humanidades? El dueño me dice que eso no me debe de importar. No hay de otra, tengo que traer el mayor número de alumnos para que se inscriban en esta universidad. Ese es mi trabajo». Pero a la vez se dice a sí misma: «Ni modo, vivimos en un mundo competitivo y las órdenes son órdenes. Estamos en la decadencia de lo humano, cállate, ridícula, trabajas para la iniciativa privada».

La reunión continúa.

Cuando el director pide el informe a Anastasia para conocer cuántos jóvenes están inscritos, este, la pone nerviosa. Ella empieza a sudar frío, le han informado que el director tiene la fama de despedir a gente. Anastasia tiene cuatro meses en la escuela y le están pidiendo un informe con resultados de un año, «Cómo me pueden exigir tanto en tan poco tiempo».

Anastasia lee el informe a su jefe: «Señor director, se visitaron diez escuelas. Logré dar pláticas a quinientos jóvenes. Entregué seiscientos folletos de promoción de la universidad, y hemos asistido a cinco ferias en diferentes bachilleres donde se reunieron todas las universidades del estado». El director la escucha y él continúa con su bolígrafo en sus manos observándolo, mientras, Anastasia sigue con su informe: «También, nos estamos preparando para realizar una feria de difusión de la universidad, en donde traeremos a varios estudiantes de diferentes preparatorias para que conozcan las instalaciones, será un éxito. A mi ver, vamos bien, señor director». El director se queda callado y sin felicitar a nadie les pide salir. El cubículo de la reunión, es un espacio extrareducido tres por dos metros cuadrados, en donde se encontraban ocho personas. Anastasia se relaja, estaba tensa por la respuesta del director. Este último comenta que la junta ha finalizado y todos salen de la oficina. Al escuchar esas palabras, Anastasia suspira, a pesar de que la junta terminó continua con nervios y una de ellas amablemente le dice: «Deja de preocuparte, mujer». Mientras se dirigen a sus oficinas una de ellas comenta: «Es tonto pensar que algún día nos ofrecerán un mejor lugar para reunirnos. Ni café, hubo. No entiendo a estas personas». Las demás compañeras se sueltan riendo.

Anastasia se retira a su área de trabajo. El fingir demencia y ser hipócrita en ambientes laborales la cansaba. Ella es de la idea de que la energía del cuerpo y la mente se debe de cuidar para lograr los objetivos personales y los sociales, en este caso los de su trabajo. Al sentarse en su oficina, se queda mirando una fotografía, es un paisaje natural, «Es ridículo pensar en esto: trabajo en una universidad y se supone que aquí es la casa donde habita el conocimiento, y me encuentro rodeada de pura ignorancia, eso es lamentable para los tiempos en los que vivimos cuando la tecnología está avanzada. Me complico pensando, por qué no podemos hacer relación estas seis chicas y yo, es difícil interactuar, no fluye el trabajo. Este tipo de ambiente es justificado para una empresa en donde se trabaja con muchas personas. En fin… Seguiré con mi trabajo, mañana tenemos un evento».

Ella sentía un deber social, su responsabilidad es hacer todo lo posible por motivar a los alumnos a ser mejores personas; no estaba en el área adecuada para ejercer tales sueños, pero tenía la esperanza de lograrlo algún día. Deseaba el puesto de subdirectora, ya que su profesión era en educación, pero por su experiencia en estudios de mercado, la universidad le ofreció el área de difusión y promoción. Las clases estaban ocupadas y ella necesitaba el trabajo, es por eso que decidió tomarlo.

Al día siguiente.

Anastasia tiene un evento a las 12:00 p.m. con motivo del día del estudiante. Se suspendieron las clases. El director de la escuela les encargó a las seis chicas y a Anastasia hacer un rally para celebrar el día. Las enviaron a comprar algunos regalos para dar, al primero, segundo y tercer lugar. Los obsequios no son la gran cosa, es algo simbólico, debido a que la escuela no tiene dinero. Se desea crear un buen ambiente, en donde los jóvenes se sientan apapachados por la dirección escolar. El director pregunta quién se puede hacer cargo del rally. Nadie dijo nada. Anastasia levanta la mano, y comenta que ha participado en algunos, se propuso organizarlo.

Las chicas de la oficina se les hizo ridículo tal actividad, Anastasia no quiso poner atención a sus compañeras. Tenía bastante con el estrés por permanecer en su trabajo y todavía aumentarle más tensión. «Una actividad tan simple no la pueden organizar esta gente, por lo que veo, hay mucho que enseñar en esta universidad». Tal actitud era parte de su personalidad, ponía el mínimo interés en los chismes y comentarios de los demás, se enfocaba en lo suyo con pasión.

Anastasia con voz fuerte ante el micrófono motivó a la población estudiantil a concursar. Ese tipo de actividades lúdicas ayudan mucho a los jóvenes a compartir momentos agradables con sus compañeros, y maestros. Impulsando la convivencia y el trabajo en equipo. Anastasia siempre lo tenía presente, la labor de docencia es algo que la motivaba. Comprendía que la universidad debía ser agradable para el estudiante, estaba consciente de la importancia del conocimiento, lo veía como el manto que protege al joven de la ignorancia dándole la oportunidad de llevar una vida digna y responsable. Por experiencia propia sabía que la vida profesional es pura competencia, y quería transmitir esa enseñanza. Entre ese sentimentalismo por ayudar a los jóvenes y por el otro extremo lidiar con sus compañeras de trabajo, su vida transitaba en una dicotomía de lo falso y lo verdadero, al grado de agotarla, absurdo en el siglo XXI, ella decía. Anastasia sentía que vivía en dos épocas el tiempo de la inquisición y la época del romanticismo. Esa distorsión de contexto la hacía cansarse fácilmente de la gente.

Pasaron los días y llegó el momento de la Feria Universitaria. Todo estaba organizado desde bocinas, micrófono, las lonas de la publicidad. Anastasia organizó a los universitarios para que dieran el recibimiento a los alumnos de preparatoria y estos últimos se sintieran acogidos por la institución; formó grupos de jóvenes en cada una de las carreras para que estos mismos expusieran sus áreas de estudio con el fin de que la información fluyera de joven a joven. Esta labor iba a contar como servicio social para el alumnado. Por un momento dudó, Anastasia, de los alumnos, de que quisieran participar, pero, oh sorpresa, la convocatoria fue todo un éxito, varios estudiantes lo vieron como opción para adquirir horas de servicio social.

Los chicos de los bachilleres llegaron en camiones acompañados de sus maestros. En sus rostros se percibe la adolescencia con deseos de convertirse en adultos. Mientras otros con cara de indiferencia hacia lo estudiantil. Anastasia dio la bienvenida por micrófono después pidió que se formaran en filas de diez alumnos; comenzó a hablar de la universidad y dio las instrucciones para la visita. Los jóvenes obedecieron las órdenes y caminaron en filados a los salones. Unos minutos antes de proceder a las pláticas, llegó el director de la escuela. Con su saco blanco el que siempre utiliza para eventos importantes de la universidad. Le quita el micrófono a Anastasia y da unas palabras a los estudiantes y maestros. Un discurso con duración de unos veinte minutos, para eso, Anastasia lo tuvo que detener, por experiencia sabía que a él le gustaba el protagonismo y sus intervenciones se extendían más del tiempo acordado. Aparte estaban esperando otros bachilleres.

La universidad tiene cinco edificios de dos plantas rodeados de árboles tipo benjaminas y yucatecos; con una matrícula de dos mil estudiantes en ambos turnos. Antes fue un colegio religioso para mujeres. Todavía se ven los dormitorios donde dormían las señoritas y las religiosas, al fondo está la capilla, esos edificios aún no se utilizan. El velador de la universidad trabajó para ese colegio y cuenta muchas historias, los alumnos lo buscan para obtener información sobre los fantasmas del lugar.

Ha terminado el primer grupo, Anastasia vio los rostros de los adolescentes muy contentos, y a los maestros les fascinó la dinámica que se propuso. Al momento de despedirlos llegó la siguiente preparatoria. Se siguió el mismo protocolo. Los universitarios debían exponer sus carreras en quince minutos. En cada fila de estudiantes los acompaña un guía de la oficina de la universidad quien mide el tiempo y les avisa a los expositores cuando deben terminar. Con el objetivo de acelerar y no topar con otros grupos en un mismo salón. Anastasia está atenta a cualquier duda y problema que se presente. Ella observa como los de bachilleres hacen preguntas a los universitarios sobre la carrera y en dónde podrían trabajar. Anastasia se admira de los estudiantes el cómo se desenvuelven en la exposición, esa seguridad la asocia con vocación. La enorgullece. Comprueba que hay calidad en la universidad, algo que podría impulsar más tarde con otras actividades para ellos. Buscarles beca, vincularlos con el sector laboral, en fin, muchos planes se le venían a la cabeza, cosas maravillosas que desea hacer en esa universidad.    

Se termina el evento, alrededor de quinientos sesenta alumnos se recibieron durante el día. Los maestros de la universidad están contentos, todos dicen que fue un éxito. El director de la universidad felicita a Anastasia por la buena logística que realizó durante el día. Él comenta que anteriormente tuvieron una feria, y la organización no fue buena, los grupos topaban y provocaban que los alumnos se distrajeran entre ellos. Por lo tanto, fue imposible promover satisfactoriamente la escuela. En esta vez el objetivo se cumplió y también nos hemos enterado de que tenemos excelentes universitarios. Esas fueron las últimas palabras del director. Anastasia se emocionó, porque eso le daría paso para asegurar su puesto en la universidad. El director continúa diciéndole a Anastasia que su trabajo se está valorando, el director general y dueño de la universidad está enterando de lo que ella ha hecho y se siente contento. La tensión ha bajado, y por su cabeza se le viene la imagen de su hijo, «Pronto podré comprarle una cama».  

Después de despedirse y agradecer a los estudiantes por participar, se dirige a la oficina, las compañeras con rostros de indiferencia no hacen ningún comentario del evento, ni bueno ni malo. Todas se dirigieron en silencio a los cubículos. Anastasia hace lo mismo, se encierra en su oficina y espera la salida de su trabajo. Se dan las seis de la tarde, toma el bolso y cierra con llave su oficina. En el trayecto de la escuela a recoger a su hijo, va meditando sobre la universidad, que más podría hacer en ella. La escuela es nueva, y las carreras son del área de humanidades, le queda como anillo al dedo. Entre motivada y cansada llega al departamento, se desviste para bañarse aprovecha que el niño está entretenido con sus juguetes en el corral para bebés. El agua caliente la relaja para después preparar la cena para los dos.   

La agenda de trabajo consiste en ir a las escuelas dar una plática introductoria de la universidad, entregar folletería de publicidad de las carreras, así como, atender a los interesados por correo para después enviarles el plan de estudio. Un poco agotador, pero el estar en contacto con jóvenes la motivaba mucho, aparte sus técnicas de persuasión para vender la universidad, cada día era mejor. Ya que, si no cumplía con la meta de inscritos de nuevo ingreso, su trabajo corría peligro. Era algo hostil, así lo sentía, Anastasia, pero, sabía que tenía que hacerlo.   

El director de la escuela es de la misma edad de Anastasia y no la tolera porque él piensa que ella quiere quitarle el trabajo. Mientras trataba de hacer equipo con él, este la ignoraba, era algo complicado. Los alumnos lo buscaban en la mañana, y las secretarias para protegerlo tenían que mentir. A veces se demoraba porque en su casa se quedaba dormido, o si no, desayunando con alguien, «Cómo es posible que un director este afuera de la universidad, cuando su trabajo es responder a las necesidades de los alumnos y maestros», a Anastasia no le agradaba. Ante la ausencia de él en la institución, tomó la iniciativa de involucrarse en el área académica. Pasó un mes y los chismes llegaron a los oídos del director. Una de las secretarias de nombre, Esperanza, le marca por teléfono al director para pasarle información sobre contabilidad y a la vez aprovecha para informadle lo que acontece en el día.   

—Buenos días, Pedro. ¿Cómo estás? Te marco porque tienes que firmar unos papeles de contabilidad.

—Hola, Esperanza. Buenos, días. Claro que sí. Gracias. ¿Y cómo está todo por allá?

—Aquí tu comadre, metiendo la nariz donde no debe.   

—¿Qué anda haciendo la mujer?

—Está organizando unos eventos con los maestros y los alumnos.

—Pero ese no es su trabajo.

—Se lo dijimos, y nos ignoró.  

—Qué mujer tan insistente. No te preocupes, Marcos me está ayudando.

—No se cree lo de Marcos. Así que busca otra cosa para asustarla.  

—Claro, que sí. Y déjate de preocuparte. Nadie me va a quitar mi trabajo, menos una mujer como Anastasia. Bueno, te dejo. Estoy en una reunión.

Después de colgar, Pedro se queda pensando: «Si tanto solo no fuera feminista».

Pasaron los días y el director cae enfermo, le diagnosticaron hepatitis en la misma semana en que el dueño visita la universidad para supervisar su negocio. Todos nerviosos recibieron al dueño. Él manda llamar a Anastasia. Entra a la oficina de reuniones. El dueño le pide las estadísticas de inscritos, ella se las da, él se enfurece, habla del trabajo que se está realizando en las escuelas, habló también de lo exitosa, Feria Universitaria.

—Hola, Anastasia. ¿Qué pasó con la lista de registro de alumnos?

—Aquí está.

Se los presenta, él hace un gesto de inconformidad y con voz fuerte le dice:

—Quiero ver la base de datos en la computadora, y no en hojas.  

Ella trata de defenderse, no lo logra, ya que el director tiene voz más alta. A lo último, ella le dice:

—El director pasa poco tiempo en la universidad y no tengo un buen interlocutor… tengo dudas de cómo hacer las cosas… y lo que usted me pide lo ignoro, no sabía de la base de datos.

—¿Me estás diciendo que Pedro no te dijo sobre la base de datos?

—No.

El dueño se queda serio por unos segundos, se lleva las manos a su cabeza, y le pide a Anastasia que salga de la oficina. Después, él se comunica con el director de la escuela por teléfono. Ella no se entera de que hablan, se va a su oficina y queda a la espera de saber qué sucede. Ese día se había despertado muy contenta; se alistó como nunca lo había hecho, se sentía motivada por el trabajo que tenía, en su mente llevaba una sonrisa de felicidad, que toda persona que la veía por la calle sonreía con ella. Debido a que estaba orgullosa de sí misma, su trabajo le daba tranquilidad, se sentía realizada, por fin había encontrado lo que tanto buscaba; sentía que todo lo tenía, era completa. A la semana de lo sucedido, la llama el director de la universidad, le empieza a hablar con tono de voz nerviosa, y le dice: «Anastasia, estás despedida, no has cumplido con los objetivos señalados, por lo tanto, no podemos seguir perdiendo el tiempo contigo». Ella, con una sonrisa en sus labios, le sonríe y le da las gracias, retirándose del cubículo con tranquilidad. Toma sus cosas de la oficina y sin despedirse de nadie camina con paso lento hacia su carro, reflexionando sobre la dicotomía de lo falsa y romántica que suele ser la vida.     

Pasaron las semanas y se encontró por casualidad a Sofía, una excompañera de trabajo en un súper mercado, Anastasia estaba haciendo las compras del mes. Para ese entonces, estaba trabajando en una empresa de bienes raíces. Sofía todavía trabajaba en la universidad, es una muchacha amable pero voluble de unos veintiséis años, al verla, la saludó amablemente y le preguntó:

 —¿Cómo estás?

—Bien, y tú, ¿cómo estás?   

—Bien, gracias. Continúo en la universidad, em, em… oye, qué bueno que te saliste.

—No fue porque quise.  

—Lo sabemos, Pedro el director y Marcos el maestro se pusieron de acuerdo para sacarte. Tú sabes que no podía hablar porque también podía perder mi trabajo, somos madres de familia y tenemos que cuidarlo. La difamación fue una mentira para presionarte ante el dueño de la empresa, con el fin de que tú quedaras mal.

Con rostro de tranquilidad, Anastasia toma aire y le contesta: 

—Tenía razón de todos ustedes, bella, pero ya pasó. Ni modo, ellos se lo perdieron.

Y sin despedirse se da la vuelta y sigue con sus compras.

lunes, 28 de mayo de 2018

El hombre que vino de las estrellas


Leticia Natalia Garcete Galeano


Ramoncito tenía la costumbre de subir a la terraza y hacer girar la voladora para cazar murciélagos, lo hacía todas las noches desde la vez cuando Juancito cazó uno que se convertía en hombre; entonces, aguardaba paciente por la noche y se escabullía al tercer piso. Aquella vez en particular las estrellas parecían más brillantes de lo normal y la luna estaba muy cerca de la Tierra. Allí en lo alto se podían ver los tejados de zinc de las casitas amontonadas una al lado de otras, con una gran cantidad de objetos perdidos puestos sobre ellos e incluso en el techo de la casa de María estaba el colchón que andaba buscando hace meses, pues según ella, el duende le había gastado una broma robándole su colchón favorito. Las luces del alumbrado público luchaban por iluminar esos pasillos oscuros los cuales se volvían tenebrosos al son de las seis de la tarde. Los murmullos de conversaciones lejanas llegaban hasta Ramoncito traídos por el viento fresco de mayo, así como una cumbia vallenata mezclada con el grito de auxilio proveniente de la garganta de ese laberinto de barrio. Sin embargo, para Ramoncito esa noche tenía como una magia especial, por lo que tomó una pequeña piedra, la fijó al extremo de la soga y empezó a girarla sobre su cabeza. El giro fue ganando intensidad y los murciélagos se acercaban curiosos a él revoloteando entre aleteos nerviosos, pero el niño de diez años estaba tan concentrado en su hazaña, y no advirtió la cercanía de una nave espacial la cual cayó sobre la terraza al ser golpeada por la piedra. El estruendo fue tal, que la vibración sacudió las ventanas de las casitas apilonadas provocando que los vecinos se asomaran a los balcones para entender lo sucedido.

El niño, tumbado en el suelo, levantó la mirada, vio el destello plateado de la nave cuyas lucecillas de colores iban apagándose y una hilera delgada de humo surgía de una abolladura en el propulsor trasero. Mientras se acercaba cauteloso al objeto brillante con forma de plato, oyó los pasos apresurados de su familia subiendo las escaleras. El niño sintió la falta de aire, salió disparado hacia la puerta para trancarla, pero Liz, la hermana mayor llegó antes y vio con sorpresa la nave plateada apostada al borde de la terraza, apenas sostenida por los barrotes de hierro que los albañiles dejaron sin terminar a falta de dinero.

Cuando su madre estuvo a punto de regañarlo por desobedecer sus órdenes, un sonido eléctrico llamó la atención de todos; la puerta metálica se abrió dejando salir una humareda blancuzca y una mano se aferró a los bordes de la entrada. El extraterrestre avanzó unos pasos al exterior de la nave hasta que cayó desplomado en el suelo. Entre los cuatro rodearon al alienígena y vieron con asombro que no era diferente a ellos. Su piel tornasolada destellaba brillos dorados, de cabellos largos casi transparentes y tan finos que danzaban ante la respiración de los curiosos. Traía puesto un enterizo tan brillante como el papel de aluminio, y luego de examinarlo con cautela vieron un hilillo de sangre contorneando los suaves ángulos de su rostro. Decidieron llevarlo dentro de la casa y lo recostaron sobre un sofá, pues doña Ramona, la madre del niño, había dicho que también era una criatura de Dios. Los vecinos se agolparon en la entrada queriendo descubrir la razón del estruendo, doña Ramona abrió la puerta de la casa y se encontró con medio barrio reunido en la calle. Entre ellos reconoció a la enfermera Raquel, a quien preguntó si alguna vez había realizado los primeros auxilios a un alienígena, esta respondió que no, pero en una ocasión curó al hombre murciélago de Juancito de un empacho que se ganó por beber la sangre de don Luis sin su permiso. Doña Ramona la hizo pasar convencida de su relato.

La enfermera al verlo, pensó en la belleza de los ángeles. Por fortuna no se encontró ninguna lesión interna y solo procedió a desinfectar la pequeña contusión en la sien colocándole una bendita. Sin embargo, advirtió que lo dejaran descansar pues el cambio de horario seguramente lo había confundido.

El alienígena despertó cinco días después. Al principio creyeron que había muerto envenenado por el aire, pero luego lo oyeron balbucear en sueños en su idioma extraterrestre. Ramoncito le tomó fotografías y las subió al Instagram e incluso llegó a crearle una cuenta en Facebook, en donde publicaba los videos del alien mientras hablaba dormido. Los mismos se hicieron virales y al cabo de dos días había una fila inmensa frente a la casa queriendo tomarse una selfie con el extraterrestre. Solo Liz estaba en desacuerdo con semejante espectáculo, pues consideraba una total falta de respeto a la humanidad del pobre alienígena. Entonces, al quinto día la muchacha decidió protegerlo; trató de levantarlo del sofá para esconderlo en su habitación. Al apoyar la mano bajo la cabeza del alien, este aspiró una gran bocanada de aire y abrió los ojos. Liz, del espanto, trastrabilló hacia atrás y terminó por caer al suelo.

Lo primero en ver después de despertar fue su nave espacial. El ánimo del alien se desmoronó luego de examinarla minuciosamente y le dijo a Liz en lenguaje de señas que debía repararla. Ella comprendió al dedillo sus mímicas, pues enseñaba a los niños sordomudos a comunicarse, y se convirtió en la traductora oficial del hombre de las estrellas. Liz contó a la familia el problema con el ovni. Don Casiano, el padre de familia, tuvo la idea de hablar con Laura, la mecánica del barrio y le preguntó si durante sus viajes al interior del país tuvo la oportunidad de reparar una nave extraterrestre; ella respondió que no, pero en una oportunidad logró bajar un satélite atorado entre las hojas de un cocotero y supuso que una nave alienígena no debía ser tan diferente. Con ayuda de Laura lograron reparar parte del propulsor utilizando caños de escape y engranajes, pero había surgido otro inconveniente; a la computadora central le había tomado un virus muy terrestre, y como la máquina no tenía el antivirus instalado dentro de su sistema operativo, el hombre de las estrellas tardó meses en volver a instalar los programas de arranque.

Enlil, de Nibiru ⸺es así como este se presentó después de que Liz le haya enseñado lo básico del castellano, aunque todavía no lograba pronunciar ni una palabra en guaraní⸺, se convirtió en un miembro más de la familia y del barrio. La gente lo saludaba al pasar mientras caminaba por los pasillos en compañía de Ramoncito, o al verlo en la fila del supermercado cuando acompañaba a doña Ramona con las compras. Incluso le enseñó a don Casiano cómo utilizar agua con cloro para crear una luz que no consumiera electricidad, gracias a esto las facturas del proveedor de energía se redujeron a la mitad. Sin embargo, se pasaba más tiempo metido dentro de la nave, rodeado por esas pantallas negras que titilaban incansablemente la amenaza del virus. Dentro, se respiraba un aroma limpio como si acabasen de repasar con algún desinfectante. Siempre hacía fresco a pesar de que gran parte del día los rayos del sol le daban sin clemencia a la nave. Esto era gracias a las células fotovoltaicas instaladas a lo largo y ancho del ovni, las cuales absorbían el calor del astro, lo convertía en energía pura para luego almacenarlo dentro de un superbatería.

Liz se dio cuenta de que a Enlil le entró añoranza, pues lo encontró una noche cuando le llevaba la cena tirado entre los cables, arropado con las placas de metal resplandeciente con el chillido constante de la alarma electrónica del virus en la computadora. A la mujer le dio tanta pena que, a la mañana siguiente mientras este recorría el barrio en compañía de los vecinos estudiando más al detalle la especie humana, sacudió la mesa de control con un paño seco, barrió las pelusas amontonadas en el suelo y extendió unas mantas en un rincón en donde podría recostarse a dormir. Enlil, al ver esto, la tomó de las manos y le sonrió ⸺imagen que la mujer guardaría en su memoria hasta su muerte⸺. Pero a medida que el tiempo y la frustración por lograr eliminar el virus se dilataban, Enlil fue volviéndose taciturno. Se pasaba más tiempo en su mundo dentro del ovni e incluso ya no iba a recorrer el barrio y mucho menos se sentaba al borde de la terraza con la libreta en manos en donde anotaba todo lo aprendido de su experiencia terrenal. Liz lo observaba desde la distancia, temerosa de molestarlo o hacer algo indebido.

La mujer se percató de que era la única a quien su presencia no molestaba cuando empezó a escuchar a su madre comentando con las vecinas los deseos de que él se marchara de una vez, pues en el lugar donde había caído la nave tenía pensado instalar un tendero más largo de ropas. Incluso su padre decía que el alienígena comía demasiadas frutas, pues las mismas estaban con el precio por las nubes a causa del aumento de costo del gasoil y no veía la hora en que Enlil regresara a su planeta. Ni Ramoncito preguntaba más por él, más bien se pasaba el día entero jugando sus partidas online de videojuegos. Las escasas veces que Enlil bajaba para ir al baño o para buscar algo de comer, todos le decían que estorbaba, o que se hiciera a un lado.

Hasta una mañana mientras doña Ramona lavaba los trastes de la cena anterior; una ráfaga de viento entró por la ventana provocando que las ropas en el tendedero dieran un sinfín de vueltas hasta quedar totalmente enrolladas por la soga. Luego, un conjunto de sonidos eléctricos despertó a todos llevándolos a subir a la terraza donde contemplaron cómo la nave espacial se perdía en la inmensidad del cielo azul. Quedaron callados mirando el infinito, recordando la convivencia con el hombre de las estrellas. Bajaron la cabeza mientras iban retirándose uno detrás del otro. Liz quedó un rato más contemplando el esplendor celeste, con ese horizonte entrecortado por las casitas apilonadas mientras acariciaba con los dedos el anillo en forma de estrella que tenía puesto en el dedo anular.

jueves, 24 de mayo de 2018

Cándido


Miguel Ángel Salabarría Cervera


Era una fresca tarde de diciembre, caminaba rumbo a mi hogar cuando pasé por la puerta de la casa de mi padre, quien en ese momento salía, me detuve para saludarlo, y nos pusimos a platicar, conforme se desarrollaba la charla observé que su expresión cambiaba, como si se sintiera librado de un recuerdo que le atormentara o dejara de llevar el peso de un sinsabor de la vida. Me atreví a preguntarle si le ocurría algo, él miró el cielo grisáceo de la temporada y me dijo de manera lacónica:

—Don Cándido, tu abuelo falleció.

La noticia me sorprendió de forma desmedida, guardé silencio unos minutos, hasta que le inquirí más datos sobre este lamentable acontecimiento.

―Fue la semana pasada, lo operaron de la próstata, salió bien, pero después tuvo complicaciones y feneció, estaba con su última familia.

No hice ningún comentario de lo escuchado, me referí solamente a su fallecimiento y lo lamentable que es la pérdida de un familiar; despidiéndome de él con un abrazo y continué mis pasos rumbo a mi domicilio.

A los pocos minutos llegué a la casa, no había nadie, me dirigí a mi silla metálica que es mi favorita, sentándome en ella para pensar en la noticia que había recibido.

Todavía recuerdo como si fuera ayer: una mañana llegó mi papá a la casa diciéndome que su padre se encontraba de visita en casa de la abuela quien vivía con una tía, quería verme, lo acompañé para conocerlo, me quedé sorprendido a mis casi siete años de edad, porque nunca lo habías visto, solo había escuchado su nombre en pláticas de mayores, sin comprender por qué no habitara aquí.

Cruzamos la calle pero la puerta estaba cerrada, entramos por el taller de acumuladores que fabricaba mi progenitor, llegamos al patio y entramos a la casa de la más antigua de la familia, porque lo compartían; pasamos al comedor, ahí se encontraba mi abuela Josefa, mi tía Tita y un señor que supuse era mi abuelo, el desconocido.

Me miró poniéndose de pie, me sorprendió su altura porque era de mayor estatura que mi padre, sacó de su maleta un barco de madera y me dijo:

—Es para ti, yo te lo hice.

Le di las gracias, mientras miraba sorprendido el barco, pues nunca había tenido uno como ese, además lo que más me impactó es que él me lo hubiera hecho, me voló la imaginación y le pregunté:

―¿Sabe hacer barcos chico y grandes?

—Sí, se hacer barcos de todos los tamaños.

―¿Quién le enseñó?

Soltó una estruendosa carcajada, para luego decirme:

—Me enseñó mi papá hace muchos años, cuando era yo muy joven, así me convertí en carpintero de ribera, que son los que hacemos barcos, él vino cruzando el mar, de un lugar lejano.

Quienes estaban presentes continuaron su plática mientras yo jugaba con mi barco en mares imaginarios. Este fue el primer encuentro que tuve con mi abuelo.

Al día siguiente le pregunté a mi padre por el abuelo y me respondió que se había marchado a la isla de Tris, donde vivía con su familia.

No entendí nada, solo conservaba el barco y la imagen del abuelo más alto que mi papá, porque ya lo conocía en persona. Lo volví a ver unas tres veces durante mi infancia, en cada una de ellas me traía de regalo un barco; que me hacía ponerme muy contento, porque soñaba que navegaba en un mar distante, de donde me dijo que había venido su padre.

Siendo un joven, estando en casa de la abuela durante una tarde lluviosa de agosto, le pregunté a mi tía por el abuelo, porque habían pasado varios años sin que viniera; ella hizo como si no escuchara mis palabras, sin embargo le insistí, caminó hasta la sala se sentó en un sillón, hice lo mismo, se me quedó mirando y me dijo:

—Él nos abandonó de niños, lo hizo cuando tu abuela estaba encinta esperando que naciera tu padre, fue una situación difícil económicamente que nos hizo venirnos del pueblo a la ciudad, trabajar y estudiar con sacrificio. No volvimos a saber de su existencia hasta los veintiún años cuando tu papá regresaba de estudiar de la capital. Es por esta razón que no lo trata como padre, sino le dice: don Cándido.

Me sorprendí al conocer esta historia de familia, sin embargo comprendí la frecuencia de este tipo de situaciones y que no me correspondía dar un juicio.

―Tía, ¿de dónde vino el papá de mi abuelo, que le enseñó a hacer barcos?

—De Vasconia, a mediados del siglo XIX, llegó con un hermano a Isla Aguada ahí pusieron un astillero, en que ambos trabajaron, hasta que su hermano emigró rumbo para Atasta. Nunca regresaron a su tierra.

Al vivir toda la familia cerca era frecuente que nos encontráramos en cualquier momento, así como al mes de enterarme del fallecimiento del abuelo, me crucé con otra tía que iba acompañada, me detuvo para decirme:

—Hijo —me dijo la tía Yoya―, ¿conoces a esta persona?

La miré y me di cuenta del gran parecido que tenía con la que me preguntaba, le respondí, nunca haberla visto.

―Es tu tía Carmela vive en Tenosique, es también hija del finado tu abuelo Cándido y llegó a mi casa a pasar unos días, es menor que yo.

La saludé con respeto y le dije que me gustaría platicar con ella, a lo que accedió y entramos a la casa de la tía Yoya.

Ingresamos sentándonos a platicar en la sala, al principio con mucha formalidad hablando de cosas intrascendentes hasta que me animé y le pregunté sobre su familia. Me dijo que eran dos hermanos hijos del abuelo Cándido, que él nunca vivió con ellos sino solo por temporadas, porque se iba a otro lado con alguna mujer que conocía.

Agregó que había conocido a otros medio hermanos de diversas edades, los hijos de mi abuela Josefa eran los mayores, porque fue su primer matrimonio, él nunca se divorció de ella, pero siempre tenía compañera, por decirlo así.

Me quedaba sorprendido al saber la vida del abuelo Cándido, a quien yo le tuve cariño desde que lo conocí siendo niño, por los barcos que me regalaba, sin embargo me interesó el relato de la nueva tía que tenía enfrente.

—Es asombroso, ¿conoce algún otro dato o anécdota de su vida?

―Sí varios, te voy a contar un suceso que te hará quedar boquiabierto.

¿Qué podrá ser? ―Pensaba, cuando la tía Carmela me sacó de mis reflexiones cuando empezó a narrar.

Un sobrino, hijo de una de las tantas mujeres que tuvo mi padre Cándido, se fue a trabajar a Coatzacoalcos, rentaba un cuarto e iba a comprar a una tienda cercana a donde habitaba, la cual era atendida por una joven, quien le llamó la atención y comenzó a cortejarla, la chica al final lo aceptó y quiso formalizar la relación, invitándolo a conocer a sus padres, él aceptó con agrado, se presentó a cenar a la casa de la chica, lo pasaron al comedor, al presentarse la madre de ella dijo su apellido, que era el mismo que él tenía como apellido paterno, se sorprendió pero pensó que era una coincidencia.

Sintió curiosidad y preguntó el nombre de su papá, le dijo que era Cándido, y del mismo apellido que él llevaba, su sorpresa fue mayúscula, pues era el nombre de su progenitor. Desencajado contó su origen a los presentes, mientras la chica lloraba ante la tragedia. Se puso de pie, despidiéndose para siempre de toda esa familia.

Sí, me quedé como me pronosticó la tía, aturdido sin saber qué decir.

—Ay, hijo, él era muy terrible y mujeriego, hasta su muerte.

Me despedí de las dos tías y me dirigí a mi casa, pensando que el nombre del abuelo no era el apropiado que le puso su padre, que vino de Vasconia.

martes, 22 de mayo de 2018

El incendio de la librería


María Marta Ruiz Díaz


Todo parecía tranquilo esa noche de sábado en el Barrio Almagro de la ciudad de Buenos Aires, pero alrededor de las dos de la mañana, un matrimonio que regresaba a su casa caminando, al llegar a la altura tres mil doscientos de la avenida Rivadavia, advirtió llamas a través de un tragaluz. Preocupados y temerosos, fueron en busca de algún policía de la zona. Al no encontrarlo, llamaron desde su celular a los bomberos. Decidieron quedarse allí hasta que ellos llegaran. Con el transcurrir de los minutos, comenzó a salir por las rendijas un humo muy denso y olor a papel chamuscado. No se escuchaban pedidos de auxilio, pero imaginaron que podría haber personas durmiendo, entonces comenzaron a gritar repetidamente: «¿Hay alguien ahí adentro?», «¡Despierten!», «¡Hay fuego!». Nadie respondía. Las luces de las casas colindantes comenzaron a encenderse y los vecinos acudían al lugar, asustados por los gritos y el olor a quemado.
El carro de bomberos y un móvil de la Policía de la Ciudad no demoraron más de quince minutos en llegar. Uno de los oficiales entrevistó al matrimonio, anotó sus datos personales y los despidió, no sin antes agradecerles su colaboración. Luego ordenó vallar la zona, alejando a la gente unos metros del foco incendiario, y solicitó por radio a la base, la presencia de detectives de la Policía Científica, para que colaboraran en peritar los motivos del siniestro y dieran curso a la investigación.
Paralelamente, algunos bomberos conectaron sus mangueras a la bomba y comenzaron a lanzar agua por todos los tragaluces que estaban abiertos, mientras otros buscaban posibles medios de acceso al lugar. Tras consultar a los vecinos, la policía pudo localizar al dueño, quien se hizo presente al momento de enterarse y explicó, altamente consternado, que se trataba de los depósitos de materiales de una gran y reconocida librería de su propiedad, cuya puerta de acceso estaba a la vuelta de la esquina, al lado del local de venta al público.
Cuando el bombero a cargo se enteró de que todo el material almacenado era altamente inflamable y que había cuatro depósitos aledaños, pidió más bombas al cuartel y se pusieron a trabajar colaborativamente para intentar atenuar al fuego que se propagaba muy rápidamente, y que estimaban les llevaría varias horas controlar.
Junto con los coches de apoyo, llegó la pareja de detectives que estaba esa noche de guardia y lo primero que hicieron fue conversar con quien les informaron, era el dueño de la librería.
―Disculpe, señor, sabemos que está pasando por un momento tremendo, pero entenderá que necesitamos hacerle algunas preguntas. Me presento: soy Alexia Bermúdez, detective de la Policía Científica, y él es Marvin Montez, mi compañero.
―Detectives… En este momento lo único que precisamos son bomberos… Esta librería tiene setenta años… El trabajo de toda una vida, de mi padre y mía, se está yendo con esas llamas… ¡No lo puedo creer!
―Es realmente terrible, lo comprendemos, pero debemos comenzar a indagar sobre las causas que dieron origen a este incendio y usted es el más indicado para ayudarnos. ¿Puede decirnos su nombre y el de la librería?
―Sí, los entiendo y les agradezco, disculpen —balbuceó, mientras se tapaba los ojos con su mano derecha, girando la cabeza de uno a otro lado―. Soy Pedro Nolasco, la librería y papelería se llama Papelería Nolasco.
De pronto, Marvin, que escuchaba callado, corrió hacia a un bombero que salía asfixiado del lugar. Un rostro renegrido, con unos ojos irritados por el humo y el calor se dirigieron hacia Marvin, quien muy impresionado, pensó: «¡Qué increíble lo que hacen estos hombres!»
El lugar se iba convirtiendo poco a poco en un caos. Los materiales tan inflamables y el fuerte viento provocaban que las llamas aumentaran más y más. Un sanatorio que estaba en la misma cuadra tuvo que evacuar a algunos internados, porque el humo los estaba asfixiando. Se escuchaban gritos, lamentos y silbidos, por todos lados.
Ambos detectives, al ver que la situación daba para muchas horas más de trabajo por parte de los bomberos, decidieron regresar a la base para informar de la situación, y esperar el aviso del fuego controlado para comenzar las pericias.
―Nada se quema completamente, hasta desaparecer ―dijo Alexia mientras manejaba―, me resulta muy interesante y atractiva la tarea de colaborar en descubrir qué o quién inició este desastre.
―¿Pudiste obtener información importante del señor Nolasco? ―le preguntó Marvin.
―Sí, la anotaré en cuanto llegue, para no olvidarme de ningún detalle. El hombre parecía destruido, pero, por ahora es un sospechoso para nosotros y debemos tratarlo como tal.
―¿Tenemos apuro en llegar a la base? ¿Y si nos tomamos un café?
Hacía rato que ella sentía que el auto se había impregnado del aroma a ese perfume que él usaba, que tanto le atrajo cuando lo conoció. Desvió la cara y sus miradas se encontraron. Marvin esbozaba una sonrisa cómplice y ella no pudo más que aceptar su invitación al ver esos ojos color miel que lo hacían parecer un dulce cachorrito.
Siempre que entraban a algún lugar atraían las miradas de los presentes, y en el bar sucedió igual. Marvin alto y guapo, de traje clásico azul y zapatos de vestir. Alexia, con su hermoso rostro, rodeado de una cabellera rubia y ondulada, que le sentaba a la perfección. A ella le encanta andar de jeans, camisas sueltas y coloridas y usar zapatos de taco alto, para disimular su baja estatura.
―Desde que trabajamos juntos, casi no hablamos de nosotros, ¿te diste cuenta? ―comentó Marvin, mientras tomaba un jugo de naranja exprimida.
―Es verdad, somos dos obsesivos del laburo ―respondió ella soltando una carcajada.
―Lo único que sé de vos, es que hace cinco años que trabajás para la policía. Y yo solo te conté que me echaron del trabajo por hacer bien las cosas y no darles el crédito a mis jefes.
―Me conociste en un mal momento… Mi mente estaba bloqueada. Sinceramente no sé qué me pasaba. Después de que te contraté y me ayudaste a descubrir el asesinato de Evelina, me di cuenta de que en otro momento yo hubiera podido hacerlo sin problemas. Me llevaste a investigar cosas y personas, que eran obvias. Me sentí muy mal, pensé que estaba perdiendo mi intuición, mi perspicacia, que son mis armas fundamentales en este trabajo.
―Quizás estabas con exceso de tareas, algo agotada y nada más.
―Puede ser. Una trata de ignorar su vida personal cuando hace esta labor, pero la mente y el físico te cobran facturas tarde o temprano.
Cuando Marvin sentía que por fin había conseguido intimar un poquito más con Alexia, sonó su celular.
―Llaman de la base, nos piden un informe preliminar lo antes posible…
Pedro Nolasco seguía frente a su local, acompañado de sus familiares y clientes que intentaban contenerlo. Y así pasaron casi doce horas, más de diez dotaciones de bomberos, casi treinta hombres que lucharon contra el viento, el fuego, el calentamiento de las paredes y los techos. Cuando creían que lo tenían dominado, el viento avivaba el fuego en algún sector y todo comenzaba de nuevo. «No quedó nada…», comentaban los vecinos.
A la tarde de ese mismo fatídico día, lo citó la Policía Científica. Alexia y Marvin tenían a su cargo continuar con el caso hasta descubrir la realidad de los hechos. El señor Nolasco era un hombre que pasaba los sesenta años, de contextura grande y panzón. Según las manifestaciones de la gente del barrio, a quienes los policías pudieron interrogar mientras se combatía el fuego, era una persona honesta, responsable y muy reconocida y querida por todos.
―Bueno, Alexia, resumime qué hablaste previamente con el dueño de la librería, para que no repitamos las mismas preguntas ―le dijo Marvin antes de armar la indagatoria.
―Sí, acá lo tengo anotado. El señor está casado hace más de treinta años, tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Todos casados o en pareja. En total, es abuelo de cuatro nietos. Se lo ve un hombre de familia. Le pregunté si creía conocer a alguien que pudiera querer hacerle daño y me respondió con un rotundo «¡No!». Él dice estar seguro de que se trató de un lamentable accidente, pero no tiene idea de qué lo puede haber producido. Hasta ahí llegamos, porque me dio pena seguir preguntándole en las condiciones anímicas en que se encontraba.
―Bien. ¿Manejaremos el interrogatorio entre los dos?
―Tengo escritas las preguntas que se me fueron ocurriendo durante el transcurso del día. Seguramente, en breve, tendremos los resultados de la primera pericia de los bomberos y la policía, que nos ayudará a saber, sobre todo, si el incendio fue accidental o intencional. Te pido que mientras yo comienzo el interrogatorio, intentes conseguir esos datos y me los traigas enseguida. Luego podés quedarte conmigo y preguntar lo que quieras o consideres necesario.
―¡Bien, bien! Veo a una Alexia diferente, me gusta ja, ja, trataré de cumplir su orden, mademoiselle, y de recordar siempre su lema: «Aquellos que molestan no importan, y los que importan, no molestan». Hasta luego.
Ella quedó mirándolo mientras Marvin caminaba hacia la puerta, riéndose para sus adentros, convencida de que había hecho una buena elección entre tantos aspirantes que había entrevistado para que fueran su pareja en la Policía Científica.
―Buenas tardes, señor Nolasco. ¿Pudo descansar y comer algo?
―Poca cosa, señorita Bermúdez, todavía no puedo asimilar lo que me pasó.
―Lamento mucho que lo hayamos hecho venir tan rápido, pero es imprescindible para el comienzo de la investigación que continuemos nuestra charla.
―Haré lo posible para satisfacer sus inquietudes.
―De acuerdo. Estamos esperando las primeras pericias, ellas nos abrirán un abanico más específico de posibilidades. Pero, mientras tanto, todo es posible, así que comencemos. ¿Recuerda usted a algún cliente que le deba una considerable suma de dinero?
―Considerando la situación económica que estamos viviendo en el país actualmente, no tengo uno, tengo varios clientes deudores y debo andar localizándolos, tarea que me resulta por demás incómoda y desagradable. Pero…, si mal no recuerdo…, el que me debe más dinero actualmente es el señor Adrián Fuentes, dueño del colegio privado Narciso Galilei de Almagro. Anduvo hace una semana en la librería y tuve que intimarlo a que le haría una demanda judicial por falta de pago, si no saldaba su deuda hasta fin de mes.
―Muy interesante ―Alexia llamó a su secretaria y le pidió que localizara al señor Fuentes y lo citara esa misma tarde―. Otra pregunta, señor Nolasco, ¿recuerda a algún proveedor al que le deba mucho dinero?
―No, en absoluto, mis deudas las mantengo saldadas. Ellos se lo pueden decir.
―Ok, ok, ¿considera usted que alguien de la competencia, podría haber deseado inactivar su local por un tiempo, para mejorar sus ventas?
―¡Eso sería espantoso, imperdonable!
―Así es, ¿pero cree que cabe esa posibilidad?
Cuando Pedro Nolasco estaba a punto de responder, se abrió la puerta, se asomó Marvin y con un gesto de la mano, le pidió a Alexia que saliera. Acababan de pasarle información sobre la grabación de una cámara de seguridad cercana al depósito donde se había generado el incendio.
―Los bomberos y la policía constataron que hubo una pequeña explosión en un contenedor que se usaba en los depósitos para tirar la basura. Todavía no saben qué la produjo ―le explicó Marvin.
―Lo que imaginaba. Vení, pasá, sigamos con el interrogatorio.
―Buenas tardes señor Nolasco, ¿me recuerda?
―Sí, el compañero de la detective. ¿Saben algo más?
Marvin le contó lo que habían averiguado. El hombre quedó aún más impactado de imaginar que el incendio había sido intencional. Y entonces recordó:
―Hace como dos semanas, me vino a increpar el dueño de la librería Pap&Lib, el señor Carlos Galván, acusándome de que yo tenía los precios más bajos que el límite inferior del mercado y que eso me convertía en una competencia desleal. ¡No es cierto!
Marvin se levantó y fue directo a llamar al señor Galván para que viniera a declarar lo antes posible.
―Parece, señor Nolasco, que usted tiene más enemigos de los que pensaba… ―acotó Alexia―. Es de suponer, por el material almacenado, que tenía asegurada la librería contra incendio.
―Sí, lógicamente. Gracias a Dios, cuando recupere ese dinero, podré comenzar de nuevo.
―Una última pregunta, y disculpe si lo incomodo. ¿Sale actualmente con alguna otra mujer además de su esposa?
Pedro Nolasco saltó de la silla y golpeó con ambas manos sobre el escritorio de Alexia.
—¿Cómo se atreve usted a hacerme esa pregunta? ¡Qué falta de respeto! ¡Ya dije suficiente! ¡Me voy!
Ella lo dejó ir sin emitir palabra. Pero anotó en su libreta: «Averiguar sobre el monto del seguro y posibles amantes».
Luego de tomarse una buena taza de café, Alexia y Marvin, decidieron ir al lugar del hecho a realizar un nuevo peritaje. Ella tenía vasta experiencia en este tipo de casos. Desde el lugar donde el matrimonio pudo ver las primeras llamaradas, dirigió su vista al interior, abanicando todo con su mirada, tratando de observar los más mínimos detalles. Luego, ingresó, e inició un riguroso examen del indicio principal, «el contenedor de basura». Observó las áreas cercanas y distantes a dicho contenedor. Finalmente, examinó de manera minuciosa las paredes, las puertas, las ventanas, tragaluces y el techo de cada uno de los depósitos. Iba palpando distintos espacios y muebles, notando que todavía continuaban calientes. Marvin la observaba con respeto y asombro, mientras ella tomaba fotografías a cada cosa que le llamaba la atención.
—En esta zona, cerca del contenedor, se huele algo muy fuerte, ¿no? —preguntó él al pasar.
—Sí, a una mezcla de líquidos inflamables —respondió ella—, efectivamente el incendio fue provocado por un artefacto casero. Por los restos que pude detectar entre tanta ceniza, se trató de un cóctel molotov. Estos restos de vidrio y trapo que separé podrían entregarnos al autor del hecho, si encontramos sus huellas digitales.
—«Nada se quema completamente hasta desaparecer» —agregó Marvin sonriendo.
Terminada la pericia, volvieron a la base a esperar al señor Adrián Fuentes.
—Buenas tardes, señor Fuentes, siéntese por favor.
—Mucho gusto, detective, pero no entiendo para qué estoy aquí.
—No lo demoraremos mucho. ¿Podría decirnos en dónde estuvo la noche del sábado pasado?
—Acabo de llegar de viaje de Brasil, acá tengo los pasajes si les interesa.
—Sí, por favor.
Marvin pudo comprobar que los pasajes tenían como fecha de salida el lunes anterior a las once horas y fecha de regreso ese lunes a las seis de la mañana.
—Interesante... Sabemos por el señor Nolasco que usted le debe mucho dinero. ¿Cómo explica que pueda darse el lujo de viajar a Brasil una semana, mientras mantiene semejante deuda con sus proveedores?
—Me parece que se está metiendo donde no le corresponde, ¿señor…?
—Soy Marvin Montez, trabajo con la detective Bermúdez. ¿Puede responder a mi pregunta, por favor?
—Disculpe… Realmente estoy muy endeudado…, no solo con Nolasco, le debo a mucha gente. Por eso viajé a Brasil, en busca de un préstamo bancario. Allá no me piden tantos requisitos. Estoy intentando ir poniéndome al día de a poco. Lamento muchísimo lo de la librería, pero le aseguro que yo no tuve nada que ver con eso, sería incapaz de semejante locura.
De pronto, sonó el teléfono y la secretaria le avisaba a Marvin, que había llegado el señor Carlos Galván. Se repartieron la tarea y cada detective continuó con un entrevistado.
Por coincidencia, ambos despidieron a los señores citados, casi al mismo tiempo.
—Si tuviera que guiarme por mi instinto, este hombre no es el que buscamos —dijo Alexia, mirando a su colega con unos ojos ojerosos que indicaban su extremo cansancio.
—En cambio, a mí este personaje no me gustó nada. No puede disimular su odio hacia el señor Nolasco, dice que siempre le hizo una competencia desleal, es más, insinuó hasta que duda de la honestidad de sus proveedores.
La noche, que tanto esperaban para descansar, les pasó como un suspiro. A las ocho de la mañana, desde su cama, Alexia atendió el llamado de la policía que le avisaba de que tenían nueva información. El señor Nolasco no tenía ninguna amante, o, por lo menos, no lograron saber de ella. Habían rescatado partes de una huella digital en restos de la botella de vidrio, pero no sirvieron para saber de quién se trataba. Y la noticia inesperada, fue que otra cámara que descubrieron en las proximidades de los depósitos, había filmado el momento en que una mujer salía corriendo de allí, como escapando de algo o de alguien. Su rostro se veía perfectamente de frente, por lo que, gracias a los vecinos del lugar, pudieron detectar su identidad. Se trataba de la empleada doméstica del dueño de la librería: Clara Medina. Alexia la hizo citar de inmediato a su oficina.
—Buenos días, Clara, tome usted asiento, solo queremos hacerle unas preguntas.
—Yo no sé nada —respondió ella con su mirada fija en el escritorio.
—¿Sabe que se incendió la librería de su patrón? —preguntó Marvin indignado.
—Sí, me lo contó la patrona.
—¡Ah! ¡Bien! ¡Entonces algo sabe!
—Marvin —interrumpió Alexia mirándolo a los ojos—, ¿podrías buscarle a la señorita un vaso de agua?
Él salió sin pronunciar palabra y le encargó a la secretaria que le llevara el agua. Se dio cuenta de que estaba agotado y prefería no interferir en el interrogatorio. Esa noche no había podido dormir, la imagen de Alexia realizando la pericia en la librería no se le borraba de la mente. Comenzaba a sentir cierto cariño hacia ella. Sabía que debía manejarse con cuidado para no echar a perder nuevamente su trabajo. ¡Pero qué hermosa era!...
—Señorita Clara, tenemos una filmación donde se la ve a usted saliendo de los depósitos de la librería, minutos antes de que nos llamaran por el inicio del incendio. ¿Puede decirme qué hacía allí? —Alexia trató de suavizar el tono de voz para no amedrentarla.
—Fui a hacer algo que me encargó la señora de Nolasco.
—¿Qué específicamente?
—Me dijo que no se lo cuente a nadie. No quiero ni puedo perder mi trabajo…
—Si no nos cuenta la verdad, usted se convertirá en la primera sospechosa.
—¡Ella me pidió que lo hiciera! —respondió Clara mientras lloraba amargamente.
—¿Usted colocó la botella encendida en el contenedor?
—Le repito, ¡ella casi me obligó a hacerlo! Me dijo que si no me despediría…
Marvin tardó algunas horas en localizar a la señora de Nolasco, Emma, y llevarla a la jefatura. Esta vez decidieron estar ambos para interrogarla. Querían tenerse mutuamente como testigos.
—Buenas tardes, señora Emma —le dijo Alexia, mientras le estrechaba la mano.
—Señora —interrumpió Marvin—, iremos directo al grano. Su empleada, la señorita Medina ha declarado que usted la mandó a colocar la bomba casera en el contenedor de la librería, bajo amenazas de dejarla en la calle. Tenemos filmaciones donde, efectivamente, se la ve a ella saliendo de allí a la hora del incendio. Por lo que la pregunta es sencilla y específica: ¿Por qué lo hizo?
—Lo que ella haya dicho no es prueba de nada, es su palabra contra la mía. Y yo les aseguro que no tuve nada que ver con ese incendio. ¿Para qué destruiría yo la fuente de ingreso de mi esposo y mi familia?
—Eso mismo nos preguntamos nosotros… —acotó Alexia.
En ese instante, un policía entró a la oficina y les pidió que salieran un momento. Les contó que Clara Medina, no pudiendo mitigar su conciencia (esas fueron sus palabras), había vuelto hacía unos minutos a la Comisaría, gritando que por favor le tomaran una nueva declaración. Como los detectives estaban ocupados, el comisario la hizo pasar y la dejó hablar, mientras tomaba nota de todo lo que ella decía. El que realmente la había contratado era el señor Carlos Galván, quien le había entregado a cambio una gran suma de dinero, asegurándole que nadie podría descubrirla y que, en el caso de que lo hicieran, ella debía declarar que la había enviado su patrona, de la cual el barrio sabía, que andaba creyendo que su marido tenía una amante.
—Señora Nolasco, le pedimos disculpas, su empleada ha cambiado su declaración y con ello, hemos encontrado al mentor de este incendio —le explicó Marvin.
—¡Gracias a Dios! ¿Quién es ese desgraciado?
—Su amante, señora, el mismísimo Carlos. ¿Le sorprende?
La cara de la señora Nolasco se enrojeció de furia, golpeó con sus puños el escritorio y gritó:
 —¡Maldito hijo de puta!
Un incómodo silencio envolvió la oficina. Emma tomó conciencia de que acababa de confirmar su relación extramatrimonial y se cubrió el rostro con ambas manos.
Alexia, satisfecha con su logro, continuó con su explicación.
—Galván odia a su marido, señora, pero no porque vende a precios más bajos, sino porque usted no quiere divorciarse de él, ¡un hombre tan respetado y querido en el barrio! ¿Qué diría la gente? Entonces, Carlos decidió vengarse de ambos. Y no encontró mejor manera que destruir su fuente de ingresos…
Marvin quedó perplejo. Alexia lo miró de reojo y le sonrió. Cuando la señora se retiró, él no demoró en preguntarle:
—¿Cómo lo supiste?
—Intuición, amigo, solo eso. «Los hombres ya no tienen tiempo de comprar nada, compran las cosas ya hechas a los comerciantes; y como no existe ningún comerciante de amigos, los hombres ya no tienen amigos» —reflexionó en voz alta Alexia, citando la frase de su querido Principito.