Yadira Sandoval Rodríguez
El despertador sonó a las siete de la
mañana. Anastasia mira el reloj y ve la hora, se dice a sí misma: «No quiero ir
a trabajar». Con mucho esfuerzo pone sus pies en el piso, se sienta a la orilla
de la cama y con la cabeza agachada respira hondo y profundo para levantarse.
Toma la toalla y camina lentamente hacia el baño. Abre el grifo del agua fría, siente
un escalofrío terrible, ha despertado, unos segundos después hace lo mismo con el
agua caliente hasta tibiarse. Se siente cansada, no sabe cómo lidiar con la cultura
burda que rodea el ambiente laboral. A sus problemas profesionales se le sumó
la difamación, un compañero de trabajo ha dicho que ella se acostó con él. Lo estresante
para Anastasia es que sus compañeros fingen creérselo como una forma de
intimidarla para quitarle el puesto. El ambiente está fuera de sí. No hay
sintonía de comunicación, y los resultados acordados para lograr la meta, no se
están cumpliendo, «Las relaciones humanas suelen ser complicadas». Ella es mamá
soltera, su niño tiene dos años de edad. Sus papás desean ayudarla, pero ella
no quiere, porque la obligarían a regresar a su casa y depender de ellos. Salió
de su hogar a los diecisiete años para estudiar, terminando la carrera
consiguió trabajo en una agencia de estudios de mercado, desde entonces es
independiente, ahora tiene veintiocho años. Es atractiva e inteligente, poco
paciente con las personas, su talón de Aquiles. Le gusta corregir a la gente a
cada momento, no tolera los malos hábitos. Tal actitud ha provocado tensión
entre sus compañeros. Ella lo sabe y no quiere dar marcha atrás la educación
está de por medio. Sale de bañarse, levanta al bebé, lo cambia y termina de
alistarse, casi nunca tiene tiempo para desayunar, siempre lo hace en la
universidad. Primero deja al niño en la guardería antes de llegar al trabajo.
Las chicas de la estancia infantil encargadas de cuidar a los niños la estiman.
Siempre está presente tratando de apoyar en las diferentes actividades de la
escuela. Sus opiniones son tomadas en cuenta por la directora de la
institución.
Ha llegado al trabajo, da los buenos días
a las compañeras de servicios escolares, la saludan con amabilidad. Ayer estuvo
el director general de la universidad, tuvieron una reunión en la cual se
vieron los compromisos con los estudiantes y los padres de familia. Mientras el
director cuestionaba el trabajo de todos. El departamento de servicios
escolares no dijo nada, solo está a la espera de recibir órdenes por el
director. El departamento de administración dio el informe de gastos. «La chica
de esa coordinación a veces me pregunto por qué está en ese puesto. A parte de
estar bien chava, no sabe redactar informes para la universidad, al final
terminamos redactando sus escritos. Lo sé, soy feminista, no debo criticar a
las mujeres, me corrijo a mí misma, ella está ahí por algo: es preciosa la
tipa. Qué sarcástica eres, Anastasia».
El director pregunta sobre la matrícula de
inscripción de alumnos nuevos. El departamento de promoción y difusión se aterroriza.
Quien se encarga de ir a las preparatorias de la ciudad a reclutar jóvenes para
la universidad. En cada plática que se tiene con los estudiantes se habla de las
instalaciones, carreras, de lo fácil que es acceder a ella. Este, es parte del
discurso que maneja la coordinadora de promoción con el fin de persuadir a
alumnos nuevos para que ingresen a la Universidad del Desierto, en vocabulario
de mercadotecnia, es saber lanzar el anzuelo. Anastasia es la encargada de esta
área, ella reconoce que es difícil: «¿Cómo puedo a hacer que un alumno que ha
decidido estudiar ingeniería cambie por una carrera de humanidades? El dueño me
dice que eso no me debe de importar. No hay de otra, tengo que traer el mayor
número de alumnos para que se inscriban en esta universidad. Ese es mi
trabajo». Pero a la vez se dice a sí misma: «Ni modo, vivimos en un mundo
competitivo y las órdenes son órdenes. Estamos en la decadencia de lo humano, cállate,
ridícula, trabajas para la iniciativa privada».
La reunión continúa.
Cuando el director pide el informe a
Anastasia para conocer cuántos jóvenes están inscritos, este, la pone nerviosa.
Ella empieza a sudar frío, le han informado que el director tiene la fama de
despedir a gente. Anastasia tiene cuatro meses en la escuela y le están
pidiendo un informe con resultados de un año, «Cómo me pueden exigir tanto en
tan poco tiempo».
Anastasia lee el informe a su jefe: «Señor
director, se visitaron diez escuelas. Logré dar pláticas a quinientos jóvenes.
Entregué seiscientos folletos de promoción de la universidad, y hemos asistido
a cinco ferias en diferentes bachilleres donde se reunieron todas las
universidades del estado». El director la escucha y él continúa con su
bolígrafo en sus manos observándolo, mientras, Anastasia sigue con su informe: «También,
nos estamos preparando para realizar una feria de difusión de la universidad,
en donde traeremos a varios estudiantes de diferentes preparatorias para que
conozcan las instalaciones, será un éxito. A mi ver, vamos bien, señor director».
El director se queda callado y sin felicitar a nadie les pide salir. El cubículo
de la reunión, es un espacio extrareducido tres por dos metros cuadrados, en
donde se encontraban ocho personas. Anastasia se relaja, estaba tensa por la
respuesta del director. Este último comenta que la junta ha finalizado y todos
salen de la oficina. Al escuchar esas palabras, Anastasia suspira, a pesar de
que la junta terminó continua con nervios y una de ellas amablemente le dice: «Deja
de preocuparte, mujer». Mientras se dirigen a sus oficinas una de ellas comenta:
«Es tonto pensar que algún día nos ofrecerán un mejor lugar para reunirnos. Ni
café, hubo. No entiendo a estas personas». Las demás compañeras se sueltan
riendo.
Anastasia se retira a su área de trabajo. El fingir demencia y ser hipócrita en ambientes laborales la cansaba. Ella es de la idea de que la energía del cuerpo y la mente se debe de cuidar para lograr los objetivos personales y los sociales, en este caso los de su trabajo. Al sentarse en su oficina, se queda mirando una fotografía, es un paisaje natural, «Es ridículo pensar en esto: trabajo en una universidad y se supone que aquí es la casa donde habita el conocimiento, y me encuentro rodeada de pura ignorancia, eso es lamentable para los tiempos en los que vivimos cuando la tecnología está avanzada. Me complico pensando, por qué no podemos hacer relación estas seis chicas y yo, es difícil interactuar, no fluye el trabajo. Este tipo de ambiente es justificado para una empresa en donde se trabaja con muchas personas. En fin… Seguiré con mi trabajo, mañana tenemos un evento».
Ella sentía un deber social, su
responsabilidad es hacer todo lo posible por motivar a los alumnos a ser
mejores personas; no estaba en el área adecuada para ejercer tales sueños, pero
tenía la esperanza de lograrlo algún día. Deseaba el puesto de subdirectora, ya
que su profesión era en educación, pero por su experiencia en estudios de
mercado, la universidad le ofreció el área de difusión y promoción. Las clases
estaban ocupadas y ella necesitaba el trabajo, es por eso que decidió tomarlo.
Al día siguiente.
Anastasia tiene un evento a las 12:00 p.m.
con motivo del día del estudiante. Se suspendieron las clases. El director de
la escuela les encargó a las seis chicas y a Anastasia hacer un rally para celebrar el día. Las enviaron
a comprar algunos regalos para dar, al primero, segundo y tercer lugar. Los
obsequios no son la gran cosa, es algo simbólico, debido a que la escuela no
tiene dinero. Se desea crear un buen ambiente, en donde los jóvenes se sientan
apapachados por la dirección escolar. El director pregunta quién se puede hacer
cargo del rally. Nadie dijo nada. Anastasia
levanta la mano, y comenta que ha participado en algunos, se propuso
organizarlo.
Las chicas de la oficina se les hizo
ridículo tal actividad, Anastasia no quiso poner atención a sus compañeras.
Tenía bastante con el estrés por permanecer en su trabajo y todavía aumentarle
más tensión. «Una actividad tan simple no la pueden organizar esta gente, por
lo que veo, hay mucho que enseñar en esta universidad». Tal actitud era parte
de su personalidad, ponía el mínimo interés en los chismes y comentarios de los
demás, se enfocaba en lo suyo con pasión.
Anastasia con voz fuerte ante el micrófono
motivó a la población estudiantil a concursar. Ese tipo de actividades lúdicas
ayudan mucho a los jóvenes a compartir momentos agradables con sus compañeros,
y maestros. Impulsando la convivencia y el trabajo en equipo. Anastasia siempre
lo tenía presente, la labor de docencia es algo que la motivaba. Comprendía que
la universidad debía ser agradable para el estudiante, estaba consciente de la
importancia del conocimiento, lo veía como el manto que protege al joven de la
ignorancia dándole la oportunidad de llevar una vida digna y responsable. Por
experiencia propia sabía que la vida profesional es pura competencia, y quería
transmitir esa enseñanza. Entre ese sentimentalismo por ayudar a los jóvenes y
por el otro extremo lidiar con sus compañeras de trabajo, su vida transitaba en
una dicotomía de lo falso y lo verdadero, al grado de agotarla, absurdo en el
siglo XXI, ella decía. Anastasia sentía que vivía en dos épocas el tiempo de la
inquisición y la época del romanticismo. Esa distorsión de contexto la hacía
cansarse fácilmente de la gente.
Pasaron los días y llegó el momento de la
Feria Universitaria. Todo estaba organizado desde bocinas, micrófono, las lonas
de la publicidad. Anastasia organizó a los universitarios para que dieran el
recibimiento a los alumnos de preparatoria y estos últimos se sintieran
acogidos por la institución; formó grupos de jóvenes en cada una de las
carreras para que estos mismos expusieran sus áreas de estudio con el fin de
que la información fluyera de joven a joven. Esta labor iba a contar como
servicio social para el alumnado. Por un momento dudó, Anastasia, de los alumnos,
de que quisieran participar, pero, oh sorpresa, la convocatoria fue todo un
éxito, varios estudiantes lo vieron como opción para adquirir horas de servicio
social.
Los chicos de los bachilleres llegaron en
camiones acompañados de sus maestros. En sus rostros se percibe la adolescencia
con deseos de convertirse en adultos. Mientras otros con cara de indiferencia
hacia lo estudiantil. Anastasia dio la bienvenida por micrófono después pidió que
se formaran en filas de diez alumnos; comenzó a hablar de la universidad y dio las
instrucciones para la visita. Los jóvenes obedecieron las órdenes y caminaron
en filados a los salones. Unos minutos antes de proceder a las pláticas, llegó
el director de la escuela. Con su saco blanco el que siempre utiliza para
eventos importantes de la universidad. Le quita el micrófono a Anastasia y da
unas palabras a los estudiantes y maestros. Un discurso con duración de unos
veinte minutos, para eso, Anastasia lo tuvo que detener, por experiencia sabía
que a él le gustaba el protagonismo y sus intervenciones se extendían más del
tiempo acordado. Aparte estaban esperando otros bachilleres.
La universidad tiene cinco edificios de
dos plantas rodeados de árboles tipo benjaminas y yucatecos; con una matrícula
de dos mil estudiantes en ambos turnos. Antes fue un colegio religioso para
mujeres. Todavía se ven los dormitorios donde dormían las señoritas y las religiosas,
al fondo está la capilla, esos edificios aún no se utilizan. El velador de la
universidad trabajó para ese colegio y cuenta muchas historias, los alumnos lo
buscan para obtener información sobre los fantasmas del lugar.
Ha terminado el primer grupo, Anastasia
vio los rostros de los adolescentes muy contentos, y a los maestros les fascinó
la dinámica que se propuso. Al momento de despedirlos llegó la siguiente
preparatoria. Se siguió el mismo protocolo. Los universitarios debían exponer sus
carreras en quince minutos. En cada fila de estudiantes los acompaña un guía de
la oficina de la universidad quien mide el tiempo y les avisa a los expositores
cuando deben terminar. Con el objetivo de acelerar y no topar con otros grupos en
un mismo salón. Anastasia está atenta a cualquier duda y problema que se
presente. Ella observa como los de bachilleres hacen preguntas a los
universitarios sobre la carrera y en dónde podrían trabajar. Anastasia se
admira de los estudiantes el cómo se desenvuelven en la exposición, esa
seguridad la asocia con vocación. La enorgullece. Comprueba que hay calidad en
la universidad, algo que podría impulsar más tarde con otras actividades para
ellos. Buscarles beca, vincularlos con el sector laboral, en fin, muchos planes
se le venían a la cabeza, cosas maravillosas que desea hacer en esa universidad.
Se termina el evento, alrededor de quinientos
sesenta alumnos se recibieron durante el día. Los maestros de la universidad
están contentos, todos dicen que fue un éxito. El director de la universidad
felicita a Anastasia por la buena logística que realizó durante el día. Él
comenta que anteriormente tuvieron una feria, y la organización no fue buena,
los grupos topaban y provocaban que los alumnos se distrajeran entre ellos. Por
lo tanto, fue imposible promover satisfactoriamente la escuela. En esta vez el
objetivo se cumplió y también nos hemos enterado de que tenemos excelentes
universitarios. Esas fueron las últimas palabras del director. Anastasia se
emocionó, porque eso le daría paso para asegurar su puesto en la universidad. El
director continúa diciéndole a Anastasia que su trabajo se está valorando, el
director general y dueño de la universidad está enterando de lo que ella ha
hecho y se siente contento. La tensión ha bajado, y por su cabeza se le viene la
imagen de su hijo, «Pronto podré comprarle una cama».
Después de despedirse y agradecer a los
estudiantes por participar, se dirige a la oficina, las compañeras con rostros
de indiferencia no hacen ningún comentario del evento, ni bueno ni malo. Todas
se dirigieron en silencio a los cubículos. Anastasia hace lo mismo, se encierra
en su oficina y espera la salida de su trabajo. Se dan las seis de la tarde,
toma el bolso y cierra con llave su oficina. En el trayecto de la escuela a recoger
a su hijo, va meditando sobre la universidad, que más podría hacer en ella. La
escuela es nueva, y las carreras son del área de humanidades, le queda como
anillo al dedo. Entre motivada y cansada llega al departamento, se desviste para
bañarse aprovecha que el niño está entretenido con sus juguetes en el corral
para bebés. El agua caliente la relaja para después preparar la cena para los
dos.
La agenda de trabajo consiste en ir a las
escuelas dar una plática introductoria de la universidad, entregar folletería
de publicidad de las carreras, así como, atender a los interesados por correo
para después enviarles el plan de estudio. Un poco agotador, pero el estar en
contacto con jóvenes la motivaba mucho, aparte sus técnicas de persuasión para
vender la universidad, cada día era mejor. Ya que, si no cumplía con la meta de
inscritos de nuevo ingreso, su trabajo corría peligro. Era algo hostil, así lo sentía,
Anastasia, pero, sabía que tenía que hacerlo.
El director de la escuela es de la misma
edad de Anastasia y no la tolera porque él piensa que ella quiere quitarle el
trabajo. Mientras trataba de hacer equipo con él, este la ignoraba, era algo
complicado. Los alumnos lo buscaban en la mañana, y las secretarias para
protegerlo tenían que mentir. A veces se demoraba porque en su casa se quedaba
dormido, o si no, desayunando con alguien, «Cómo es posible que un director este
afuera de la universidad, cuando su trabajo es responder a las necesidades de
los alumnos y maestros», a Anastasia no le agradaba. Ante la ausencia de él en
la institución, tomó la iniciativa de involucrarse en el área académica. Pasó
un mes y los chismes llegaron a los oídos del director. Una de las secretarias
de nombre, Esperanza, le marca por teléfono al director para pasarle
información sobre contabilidad y a la vez aprovecha para informadle lo que
acontece en el día.
—Buenos días, Pedro. ¿Cómo estás? Te marco
porque tienes que firmar unos papeles de contabilidad.
—Hola, Esperanza. Buenos, días. Claro que
sí. Gracias. ¿Y cómo está todo por allá?
—Aquí tu comadre, metiendo la nariz donde
no debe.
—¿Qué anda haciendo la mujer?
—Está organizando unos eventos con los
maestros y los alumnos.
—Pero ese no es su trabajo.
—Se lo dijimos, y nos ignoró.
—Qué mujer tan insistente. No te
preocupes, Marcos me está ayudando.
—No se cree lo de Marcos. Así que busca
otra cosa para asustarla.
—Claro, que sí. Y déjate de preocuparte.
Nadie me va a quitar mi trabajo, menos una mujer como Anastasia. Bueno, te dejo.
Estoy en una reunión.
Después de colgar, Pedro se queda
pensando: «Si tanto solo no fuera feminista».
Pasaron los días y el director cae enfermo,
le diagnosticaron hepatitis en la misma semana en que el dueño visita la
universidad para supervisar su negocio. Todos nerviosos recibieron al dueño. Él
manda llamar a Anastasia. Entra a la oficina de reuniones. El dueño le pide las
estadísticas de inscritos, ella se las da, él se enfurece, habla del trabajo
que se está realizando en las escuelas, habló también de lo exitosa, Feria Universitaria.
—Hola, Anastasia. ¿Qué pasó con la lista
de registro de alumnos?
—Aquí está.
Se los presenta, él hace un gesto de
inconformidad y con voz fuerte le dice:
—Quiero ver la base de datos en la
computadora, y no en hojas.
Ella trata de defenderse, no lo logra, ya
que el director tiene voz más alta. A lo último, ella le dice:
—El director pasa poco tiempo en la
universidad y no tengo un buen interlocutor… tengo dudas de cómo hacer las cosas…
y lo que usted me pide lo ignoro, no sabía de la base de datos.
—¿Me estás diciendo que Pedro no te dijo
sobre la base de datos?
—No.
El dueño se queda serio por unos segundos,
se lleva las manos a su cabeza, y le pide a Anastasia que salga de la oficina. Después,
él se comunica con el director de la escuela por teléfono. Ella no se entera de
que hablan, se va a su oficina y queda a la espera de saber qué sucede. Ese día
se había despertado muy contenta; se alistó como nunca lo había hecho, se
sentía motivada por el trabajo que tenía, en su mente llevaba una sonrisa de
felicidad, que toda persona que la veía por la calle sonreía con ella. Debido a
que estaba orgullosa de sí misma, su trabajo le daba tranquilidad, se sentía
realizada, por fin había encontrado lo que tanto buscaba; sentía que todo lo
tenía, era completa. A la semana de lo sucedido, la llama el director de la universidad,
le empieza a hablar con tono de voz nerviosa, y le dice: «Anastasia, estás
despedida, no has cumplido con los objetivos señalados, por lo tanto, no
podemos seguir perdiendo el tiempo contigo». Ella, con una sonrisa en sus
labios, le sonríe y le da las gracias, retirándose del cubículo con
tranquilidad. Toma sus cosas de la oficina y sin despedirse de nadie camina con
paso lento hacia su carro, reflexionando sobre la dicotomía de lo falsa y
romántica que suele ser la vida.
Pasaron las semanas y se encontró por
casualidad a Sofía, una excompañera de trabajo en un súper mercado, Anastasia
estaba haciendo las compras del mes. Para ese entonces, estaba trabajando en
una empresa de bienes raíces. Sofía todavía trabajaba en la universidad, es una
muchacha amable pero voluble de unos veintiséis años, al verla, la saludó
amablemente y le preguntó:
—¿Cómo
estás?
—Bien, y tú, ¿cómo estás?
—Bien, gracias. Continúo en la universidad,
em, em… oye, qué bueno que te saliste.
—No fue porque quise.
—Lo sabemos, Pedro el director y Marcos el
maestro se pusieron de acuerdo para sacarte. Tú sabes que no podía hablar porque
también podía perder mi trabajo, somos madres de familia y tenemos que cuidarlo.
La difamación fue una mentira para presionarte ante el dueño de la empresa, con
el fin de que tú quedaras mal.
Con rostro de tranquilidad, Anastasia toma
aire y le contesta:
—Tenía razón de todos ustedes, bella, pero ya pasó. Ni
modo, ellos se lo perdieron.
Y sin despedirse se da la vuelta y sigue
con sus compras.