Camila Vera
Cada día es
igual, me toca despertar muy temprano, desayunar yogurt con fruta, ver que mis
hermanos gemelos de siete años no se peleen en la cocina mientras mamá trata de
coordinar la vida de ama de casa con la de mujer emprendedora. Mi padre es
médico y sus interminables guardias nocturnas lo dejan en un estado de zombi, apenas
nota nuestra presencia alrededor de él, no me quejo por ello, salva vidas pero
la de nosotros le es un poco indiferente, a no ser que estemos muriendo o
finjamos estarlo.
Me gustaba tomar
el autobús hasta la escuela, pero desde que empecé a subir de peso considera mi
madre que caminar es una mejor opción, por lo tanto salgo antes que mi familia
para recorrer sola unos interminables kilómetros hasta la secundaria, donde la
gente llega con todo el glamour que pueden imaginar y yo con gotas de sudor
sobre mi labio, un imán para chicos, sin duda alguna.
Me llamo
Stefania, he vivido aquí toda mi vida y estudiado en el mismo lugar también, me
considero una «rata de biblioteca» porque encuentro en los libros aquello que
la realidad no puede darme, he explorado todo género, desde comedias románticas
cliché, mitología, suspenso y algo de astronomía, las estrellas te pueden
entregar un místico universo tan indescriptible como en el que caminamos. A
veces me gusta pensar mucho en el cielo y sus constelaciones. Hasta que
encontré un libro completamente único en su especie.
Daba mi paseo habitual
por las bellas estanterías de libros con las que cuenta mi secundaria, hasta
ingresar a la sección de oscuridad. Esta parte de la biblioteca fue abierta por
una huelga creada por los metaleros y góticos de la escuela que sentían que violentaban
sus creencias al tener muchos libros de espiritualidad y nada de sus cosas
extrañas. Después de firmas que considero fueron falsas se les otorgó una
repisa, donde solo hay cinco libros, nadie se acerca a ese lado de la
biblioteca, pero ahí me encontraba. Este día había seis ejemplares, así que
tomé al intruso; era un libro pequeño, algo rasgado y con marcas de mucho uso.
Sin un título en la portada.
Abrí el libro, solo
tenía unos dibujos y unas frases que citaré:
«Yo… estoy
perdido, esta es mi forma de pedir ayuda, no estoy seguro de si funcionará,
pero perdí mi norte, mi todo. Solo ya me cansé, el día se acerca. Firma:
Adriano».
La bibliotecaria
me estaba observando desde muy lejos, no es común que alguien se quede más de
unos segundos frente a los libros oscuros, así que lo llevé conmigo a las mesas
de lectura, releí unas veces más la carta de auxilio del desconocido y decidí
contestar, sonará a una tontería, pero algo me ha enseñado mi papá, cuando uno
pide ayuda, tú se la das.
«Yo… no estoy segura
de cómo ayudarte, pero sé que no estás solo, nunca lo estamos. Ahora me tienes
a mí. Te encontré. Firma: La Osa Mayor».
Esperé que el
timbre del almuerzo anuncie la siguiente hora de clase y dejé el pequeño libro
en su lugar; me fui algo convencida de que no tendría respuesta pero al mismo
tiempo impaciente por regresar. ¿Qué podría pasar?
Esa tarde caminé
pensando en el libro, el tiempo que lleva en la biblioteca, cómo nadie lo ha
notado antes, quizás es una broma para algún proyecto, necesitaba saber más. Quería
que el tiempo pase deprisa para poder llegar a la secundaria y correr a la
biblioteca. Pensé mucho en él, en la persona perdida, en un plan para
encontrarla. Imagino que es alto, quizás un mechón de su cabeza tapa uno de sus
ojos, delgado y con una sonrisa nerviosa, usa pulseras de alguna banda de rock
pesado, creo que está en último curso o hasta podría estar más cerca, en un
remoto caso le gustaría, me pediría una cita y hablaríamos de las estrellas, de
su belleza y de su inmensidad, nadar en constelaciones hasta que el norte nos
regrese a la vida y la magia quede escondida entre las páginas de un diario que
pide auxilio y encuentra una mano. Necesito ir ya a la estantería de la
oscuridad.
Todo iba tan
lento, hasta que los veinte minutos de caminata que me separan de la secundaria
se consumieron, quedando frente a frente a la puerta de la biblioteca, la cual
aún cerrada sentía que me llamaba.
─Buenos días,
Stef. Parece que has madrugado para abrir la biblioteca. ─Ella es Stella, la
chica que cuida el reino de los libros, es muy joven y la hija del director,
trabaja aquí hace tres años, es una gran lectora a pesar de su pinta de fashionista, no habla mucho, solo
existe.
─Pasaba a saludar
y ver qué hay de nuevo.
─Sabes que vas a
encontrar lo mismo que ayer y antes de ayer.
─Espero hoy
sorprenderme.
─Está bien, abrimos
en una hora, pero debo limpiar las estanterías, si gustas pasar…
Era muy tarde,
ya había entrado. No podía ser tan ansiosa y acercarme inmediatamente a mi
destino, así que realicé mi paseo normal por cada rincón, esperando que Stella
no perciba más comportamientos inusuales en mí. Desde lejos pude ver el libro,
no estaba de la misma forma que el día anterior, ¡eureka!, Adriano estuvo aquí.
«Yo no esperaba
tener una respuesta, seguí el consejo de una vieja amiga al dejar el libro en
esta estantería, sin pensar que alguien podría tener interés en abrirlo.
Bienvenida a mi galaxia, no te ofrezco galletas ni leche, pero sí una buena
historia y aún mejor, un épico final fichado en el calendario. Ponte cómoda,
Osa Mayor, esta es la historia de la constelación perdida. Firma: Adriano»
Me quedé sin
palabras, estuvo aquí, pero no sé a qué hora, ni cómo lo hizo, simplemente me
atraía su galaxia de una forma indescriptible, la idea de conocer más de él
hacía que sonría. Sé que soy una adolescente común de quince años amante a los
príncipes de cuento, es irreal encontrar a uno que te invite a su mundo, solo a
unas páginas de distancia, se volvió mi pequeño secreto, algo completamente
mío, Adriano. Empecé este mes de octubre con las expectativas más bajas, ya es
el décimo día y siento un brillo diferente, ya no sé quién es el norte, si él o
yo.
«Yo no te
conozco, pero quiero hacerlo. Cinturones abrochados, cuenta regresiva y
despegue. Llévame a tu galaxia. Firma: Osa Mayor».
Pensé mucho en
las constelaciones perdidas durante el resto del día, son aquellas que con el
tiempo se ven difusas y simplemente dejan de contar, sus límites se pierden.
Traté de interpretar su mundo, quizás es un chico incomprendido, pero tengo que
ser sincera, en la secundaria todos somos personas a las que no logran
comprender; he tratado de que mis padres entiendan mi amor por la lectura y la
astronomía por tantos años pero ahora, siento que la brecha crece cada vez más.
Mi madre creó una empresa de venta de flores con mi tía, ahora compran y venden
a muchos locales importantes, visita empresarios y también proveedores,
dejándome con los revoltosos de los gemelos. Mis hermanos son un milagro de la
ciencia, mi madre se había hecho la ligadura de trompas después que nací, pero
mágicamente llegaron los dos frijolitos a la familia, Alessandro y Dante, hacen
mi vida un dolor de cabeza, pero sin ellos no tendría nada que hacer después de
clases.
En ese momento
sentí un codazo de Ethan. Él es mi mejor amigo desde los cinco años y se
preocupa mucho por mis calificaciones, quizás más que yo.
─Señorita Bozo,
su tarea. ─El maestro de Álgebra estaba justo frente a mí, no sé cuánto tiempo
lleva diciendo mi nombre, se ve muy molesto.
─Ehhhhh… justo
pensaba en eso, la dejé en la biblioteca, puedo traerle un certificado de la
bibliotecaria como prueba, está en la mesa… en la parte de lecturas. Si me
autoriza voy por ella en este momento. ─De seguro esto sería otro reporte más a
mi historial, simplemente no le agrado a él como no me agrada a mí.
─Tiene cinco
minutos para regresar.
No esperé un
momento más, vi a Ethan como pidiéndole ayuda y salí con un bolígrafo en mi
mano rumbo a mi lugar favorito, pero no por mi tarea incompleta
específicamente. Stella estaba en el mostrador, la saludé con la mano y corrí
al estante oscuro. El libro seguía ahí, todo fue como un impulso.
«Yo he amado
toda mi vida muchas cosas que los prejuicios repudian, cegándonos y haciendo
que viremos la cara; una de esas pasiones son las estrellas. Sé bien quién eres
Osa Mayor, nos hemos topado en este mismo lugar, en el mismo pasillo, visto a
los ojos, pero no observas; no te juzgo, todos lo hacen porque es la salida
fácil. Pero tuve una constelación en algún lugar del gran cosmos que comprendía
cada movimiento, pero se perdió. Yo aún tengo claro el recuerdo y busco
interminablemente su perfil en el inmenso cielo. Me han obligado a olvidar igual
como lo hicieron los demás, pensando que sería sencillo, me confinaron entre
las rejas de sus creencias. Me siento perdido, pero no será por mucho tiempo,
el día se acerca. Involucrarte en esto es innecesario, el final está fichado,
marcado y esperado. Solo te dejaré una lección pautada entre estas páginas de
un diario donde escondí mi pena, las respuestas que buscas están en las mismas
estrellas. Firma: Adriano».
No sabía si era
el enojo que me causó el maestro al interrumpir mis pensamientos, o lo evasivo
que era Adriano en su nuevo escrito, aún peor el hecho de que lo tuve en
frente, puede ser porque tiene ya un amor al que no olvida; simplemente la
rabia se iba apoderando de mi cuerpo adolescente que controla muy poco sus
emociones como para pensar cuerdamente, solo dejé que las palabras se apoderaran
de mí.
«Yo no sé
entonces por qué dejas un libro para que lo encuentre, si tan enamorado estás
de ella por qué no vas y la buscas, dejando de causar pena por los rincones. No
sabes quién soy, ni me conoces bien. Problemas tenemos todos, el tuyo no
significa que sea más o menos que el mío, quería ser tu amiga, conocerte más,
pero me queda claro que no quieres a nadie más que esa noviecita tuya perdida,
para qué me das esto entonces, busca alguien que le importe. Bueno, las
estrellas dicen mucho y callan otras tantas cosas, por mi lado prefieren no
decir más. La próxima vez que me veas mejor baja la mirada porque yo no puedo
andar esperando hasta que se te ocurra que es el momento indicado, es todo lo
que debo decir. Adriano, te deseo lo que quieras y espero que sí hagas algo
grande para que recuerden a tu noviecita que de seguro ya te olvidó, porque en
el mar hay más peces, déjate de ridiculeces y regresa al hoyo donde de seguro te
estás escondiendo en este mismo momento, que para dramas ya tengo bastante con
mi propia vida. Osa Mayor, cambio y fuera».
Cerré el libro y
lo puse en su lugar, Stella me hizo un certificado indicando que mi cuaderno
desapareció para que me permitan ingresar a clase, de todas formas al profesor
no le interesó en lo más mínimo la nota así que la guardé en mi maleta mientras
caminaba lejos de Ethan para que no me haga preguntas estúpidas por mi cambio
de humor. Solo quería recorrer los tontos kilómetros que me obligan por mi
peso, como si tuviera algo de malo mi cuerpo, llegar a mi casa, ignorar a los
gemelos y si fuera posible hibernar hasta la próxima temporada con mi grasa,
pero sobre todo no volver a saber más de Adriano y sus dramas.
Los días pasaron,
mi mal genio se modificó, mis hermanos tuvieron su primer diez del parcial, mi
padre pidió vacaciones unos días así que viajamos a acampar frente a un rio lo
que fue algo sumamente relajante para mí. Algebra sigue siendo un dolor de
cabeza, pero no tanto como Ethan y sus aires de conquista con una niña idiota
del salón que no le presta atención, le romperá el corazón. Terminé mi libro de
constelaciones y ahora leo una trilogía sobre ángeles que me aburre mucho pero
está de moda. Octubre sigue siendo un mes interminable.
Mentiría si digo
que la curiosidad por Adriano acabó tan brutalmente como mi explosión de mal
genio en su pequeño libro, después de ese viaje pensé mucho en el pobre chico
perdido que añoraba ayuda, de cuántas veces lo vi, hasta si se encontraba en
ese momento mirándome destrozar con mis palabras su libro. Pasé por la
biblioteca posteriormente pero no había rastro de notas. Deje un post-it en el mismo lugar pidiendo disculpas
y una respuesta, pero fue inútil. Por lo tanto empezó mi investigación.
─Stella, ¿tienes
tiempo para mí, un ratito?
─Dime, querida,
¿algún problema con tu ejemplar?
─No es eso,
quería saber si has visto a un chico rondando por la estantería de la oscuridad
últimamente, ya sabes, curioseando.
─Sabes que no me
percato de eso, he tenido muchas cosas que pensar y hacer estos días, no he
notado nada. No olvides firmar el registro de asistencia, has venido tan
seguido que no he contabilizado tus entradas y salidas.
─No te
preocupes, dame el registro y yo anoto los días que he venido, los recuerdo muy
bien.
─Pero date
prisa, sabes que no puedes manipular esos registros.
─No me demoro
nadita.
El registro es
un libro que esta fichado por días y que solo puede ver Stella para el
inventario de asistencia en una reunión que se realiza mensualmente;
rápidamente pasé mi mirada por los nombres en busca de Adriano, no mucha gente
se llama así. Revisé todo el mes de octubre que estaba vigente, pero no había
nadie, ese fue el momento en que empecé a creer que era un seudónimo, así que
solo tenía su letra como guía; rebusqué un par de veces antes de que Stella regrese,
pero ninguno de esos jeroglíficos era similar a la letra del libro. No me
quería dar por vencida así que revisé otros meses pero no había mucho cambio.
Respiré un segundo y devolví el registro a su lugar. ¿Quién es Adriano?
Ethan estaba más
que al tanto de todo el misterio ─que debería haber mantenido en secreto, pero
era imposible─, por si quedaba la duda preguntamos por ese nombre un par de
veces en otros cursos, pero todos nos veían extraño y no prestaban atención a
nuestra duda, solo nos quedaba ver la historia por otro ángulo.
─¿Qué más decía?
─preguntó Ethan.
─Que no quería
que lo obliguen a olvidar, algo de una fecha fichada pero nunca dijo cuándo y también
que está enamorado de alguien perdido, no lo sé, eran muchas cosas y estaba
molesta.
─Eso no me dice
mucho, recuerda más cosas, me estoy cansando de ir en círculos, han pasado ya
dos semanas desde que encontraste ese libro; no quiero que esto te siga
atormentando.
─Bueno, me
hablaba de las estrellas, que las respuestas están ahí, de una constelación.
─Pero yo veo
clara la respuesta, tú sabes de esas cosas raras, porque no buscas una
constelación con el nombre de Adriano.
─No seas tonto,
no hay una con ese nombre, pero no es una mala idea.
Ese día llegué
aún más rápido de lo que pensé a mi casa, las constelaciones tienen nombres
según a lo que se parecen, así que empecé la investigación con el significado
del nombre, lo cual no me llevó a muchas respuestas. Hay muchos papas y reyes
que han tenido ese nombre, así como un mar. Hasta que di con el emperador
Adriano, y las cosas quedaron un poco más claras para mí, si no conoces su
historia aquí va un pequeño resumen.
Adriano fue un
emperador muy justo, realizó grandes reformas y trabajó por cierta protección
legal a los esclavos, pero esa no es la parte interesante de este relato; sino
el amor prohibido de este emperador con Antínoo, un joven griego que fue su
mano derecha por varios años y murió accidentalmente ahogado en el río Nilo,
desde ese momento Adriano buscó la forma de que no lo olviden y él tampoco
hacerlo, creando así hasta una constelación en su honor. Unos años después se
determinó que era parte de Aquila ─que
es un águila─ y fue descartada, llegando a llamarse la constelación perdida. Encajando
gran parte de lo que el chico misterioso puso en su escrito, solo me quedaba
intuir la fecha. Antínoo murió el treinta de octubre, quisiera equivocarme pero
lo más probable es que ese sea el día, espero que haga solo una estatua, ¿cómo
rememorar a alguien?
Ahora buscamos a
un adolescente incomprendido que me conoce bastante bien para saber que sería
la única que entendería lo de Adriano, pero que al mismo tiempo traté mal.
Regresé a la biblioteca y dejé otro mensaje para él en el mismo lugar, escribí:
«Descubrí lo que me querías decir, hablemos un poco. Estaré a la última hora de
clase aquí. Te espero. Firma: Osa Mayor», pero nunca apareció, nadie había
siquiera tocado la nota, ahora si me encontraba dando vueltas en círculos,
quedan dos días para el treinta.
─¿No hay rastro
del enigma? ─dijo Ethan sacando papeles de mi mochila.
─Sigo
preguntándome qué hacer, no conozco a tanta gente para saber sus preferencias
sexuales y mucho menos sé de chismes sobre personas que perdieron parejas,
simplemente ignoro cómo encontrar la respuesta.
─¿Por qué
acumulas tanta basura en esta mochila?, esperas que mágicamente se limpie sola,
sin mí vivirías entre papeles.
─No he revisado
eso desde que entré al instituto este año, ¿qué tantas cosas puedo tener ahí dentro?
─Fundas vacías
de dulces, papeles, más papeles, algo más de basura…
─Detente ahí,
conozco esa letra. Dame eso último.
─Es un
certificado, de la tarea de algebra.
─Stella, es la
letra de Stella, Stella es Adriano.
─Perdiste la
cabeza, Stella no puede ser, ella no es estudiante y no tiene pinta de ser una
lesbiana loca.
─¿Quién más
tendría acceso al libro?, ¿quién conoce que me gustan las estrellas?, no tiene
necesidad de estar en el libro de asistencia y es obvio que la persona que
extraña no está en la secundaria. Tiene mucho sentido que sea Stella.
─Tenemos dos
días para saber de Stella.
La mañana
siguiente me acerqué donde la secretaria del director, casi nunca hablo con
ella pero es amiga de mi mamá, fui con una mentira piadosa como si mi madre le
mandara un recado que inventé al momento.
─¿Qué sabes de
Stella, Mari?
─¿Por qué tanta
duda, bebé?
─Es mi
bibliotecaria favorita, le quiero dar un regalo, ¿me ayudas?
─Pues, es
callada como ya sabes, terminó la secundaria con algunos problemas y su padre
la trajo a trabajar aquí para que disfrute de la lectura, es todo lo qué sé.
Quizás tú la conoces más que yo.
─¿Qué problemas
tuvo?
─No estoy
segura, querida, fue hace tanto. Creo que con una compañerita que perdió la
vida y se puso muy triste, pero la terapia la ayudó mucho, se mudó más cerca de
su padre y ahora trabaja, está bien. Es una linda chica.
─De eso tienes
razón, Mari. Es mejor que ya me vaya a clase antes que me reporten.
Solo quedaba un
día para saber lo que haría Stella, traté de ir a la biblioteca pero no tenía
cara para verla después de como ella confió en mí y le respondí tan cruelmente,
además es un niña muy linda, sonríe siempre y es amable. No creo que haga algo
tan malo solo por una chica del pasado, tener prejuicios es malo y creo que la
juzgo por algo que pasó hace años, ¿qué cosa tan mala puede hacer?
Llegó el treinta
de octubre, he bajado un kilo y medio con las caminatas de todos los días, así
que amarré mis zapatillas y bajé las escaleras, les di un beso a mi papá que
recién llegaba y a mi mamá que hacía el desayuno de los gemelos, los cuales
peleaban por la mermelada. Ethan estaba en la entrada listo para que empecemos
un nuevo día como cualquier otro. Pasamos por la biblioteca y Stella estaba ahí
con su semblante normal sellando papeles, todo marchaba bien.
Las clases
prosiguieron y saqué un diez en física, eso sí fue inesperado. A lo que llegó
la hora del almuerzo Ethan siguió a su conquista y yo regresé a la biblioteca,
ingresé y me fui a la estantería de los libros oscuros, había un post-it y el libro negro nuevamente,
estaba escrito un poema de Fernando Pessoa que dice:
«La lluvia,
afuera, enfría el alma de Adriano.
El joven yace
muerto.
En el lecho
profundo, sobre él todo desnudo,
La oscura luz
del eclipse de la muerte se vertía.
A los ojos de
Adriano, su dolor era miedo».
Abrí el libro y
las páginas estaban arrugadas, pero al final con la letra de Stella decía «Yo…
lo intenté, quise cambiar, quisieron que cambie… pero prefiero ser yo misma,
que lo que quieren de mí. Lo intenté todo, es la única salida. Firma: Stella»
Cerré el libro y
lo abracé un momento, ya no estaba en la entrada y la puerta de la biblioteca
estaba cerrada conmigo dentro, traté de abrirla y gritar un poco, pero en el
fondo solo escuchaba unos disparos saliendo del comedor de estudiantes. Ahora
ella ya no estaría destinada a la condena que los prejuicios la obligaron a
cumplir, encontró la libertad tras barrotes y una única ventana que le dejaba
ver las estrellas para encontrarse con su constelación perdida que desde lo
alto le profesaba el amor que no pudieron consumir escondidas en el mismo edén.