martes, 25 de diciembre de 2012

La magia de los relojes


Raúl Mendoza Cánepa


Diciembre 10 de 1975. Aquel muchacho esmirriado nos hizo una venia y se acomodó junto a  la vitrina en el muro para leer los resultados de los Juegos Florales de poesía. Tenía la mirada ansiosa y una mano prendida en el envoltorio crepitante de un caramelo apenas carcomido que luego se llevó a la boca. María lo conocía más que yo. Habían hablado antes de una manera casual en la cafetería de Derecho, donde él solía beber jugos densos y rojizos y recitar muy despacito los últimos versos de la vanguardia poética de Lima y luego en el local vetusto al final de Espaderos, donde solíamos contratar los servicios de un viejo digitador.

Aquella tarde, María hurgaba un sitio para leer sus notas sobre Yerovi, le urgía corregirlas, esbozar una introducción y correr hacia la calle para buscar una máquina de escribir. Diego Carranza, el joven poeta, la observaba con atención y la siguió observando cuando ella se sentó a escribir nerviosamente mientras cotejaba datos con un libro de tapa lustrosa, rosáceo, la más antigua versión de la poesía reunida de aquel viejo poeta que había descubierto maravillada con el profesor Treviño al pie del antiguo monumento a la libertad que se erguía magnífica en el centro de aquella plaza silenciosa en el exterior de la universidad.

La Plaza Francia había sido por años el centro de una prodigiosa actividad intelectual. Había reunido a poetas y trovadores y, especialmente, a inquietas parejas que, desde el amable canto de los pájaros y de las espesas frondas de sus árboles, solían aventurar sus planes de amor al infinito. María corrigió sus notas. Formuló algunas disquisiciones con su lápiz, tachoneó párrafos y ubicó los acentos y las comas faltantes. Diego persistía en mirarla como quien observa con minuciosidad un insecto en un frasco. Cuando la joven atravesó la plaza, Diego fue tras ella con sigilo. La siguió por la estrecha extensión de los jirones hasta el viejo local de Sigisfredo. La Remington del viejo golpeteaba el papel con fuerza, armónicamente, sin tregua.

- En una hora tengo listo su encargo, señorita– dijo.

Desde la galería, Carranza la siguió observando. María reía como un ángel. Tenía la piel de la porcelana, los ojos esmeraldinos y extraños. Las comisuras de los labios encendidos apuntaban como una U ligera hacia el firmamento.

Se acercó más para descubrir aquella voz que a la distancia trinaba con un dulzor que encantaba. María reparó en él.

- ¿Me está persiguiendo? –preguntó.

- No, solo veía que tiene el libro sobre Yerovi. Lo he buscado por semanas –dijo Diego, tratando de dominar los nervios.

- Está en la biblioteca.

Diego musitó algunas palabras y se alejó sigilosamente. La siguiente vez, el joven abordó a María en una de las bancas de la plaza. Conversaron sobre la literatura de la generación del 27 en España y particularmente sobre el cuento con el que ella acababa de ganar los juegos florales. Desde entonces la tornó en un objeto esencial de su existencia. Leyó y releyó su cuento tratando de descifrar el enigma de su victoria. La odiaba y la amaba a la vez. Ella admiraba la musicalidad traviesa de Lorca, por lo que en el tercer encuentro, Diego le alcanzó una edición antigua de aquellos versos magníficos del granadino que le recitó muy bajito, para que solo ella oyera la lírica descomunal. Aunque la voz de Diego ejercía sobre ella una gran fascinación, las fachas de aquel muchacho, las ropas raídas y moteadas, la escasa armonía de su rostro le provocaban una inconfesa repulsa. Fueron dos o tres las veces en que María rechazó las propuestas de amor de Carranza, aunque había aceptado su amistad con una ligera conmiseración. La tarde en la que él la besó a la fuerza fue la última vez que la vio. Nadie supo del destino de aquella muchacha. La Policía reportó el caso como una desaparición. La familia la lloró en cuerpo ausente, así fue velada, una fotografía y unos cirios azules.
Aquel sujeto delgado como una página llegó al restaurante al filo de las nueve. Decía ser un joven escritor y apellidarse Carranza. Se lamentaba de la desaparición, fuga o transmutación de su amada. Fueron diversos los términos con los que pretendió explicar el extraño destino de una joven estudiante de literatura, precisamente aquella cuya fotografía apareció hace varios días en el diario y cuyos ojos me era arduo olvidar. Soy solo un mozo, a la usanza de los viejos, formales, corbatita negra, botones. Me retiro a las diez, es una disciplina que adquirí con los años. Cerrar en punto es una regla como lo es invitar a los clientes más reacios a abandonar el local. En ocasiones recurro a mis artilugios, a una magia que no me es conveniente precisar. El sujeto me mira lánguido. Decía que había abandonado la idea de seguirla. Durante días bebió del trago amargo del desdén. Era todo. Mientras cortaba el limón para la salsa, decidí cortar el tramo de su pena.

Qué mejor que en las crisis confluyan diversas posibilidades, la de un rapto, la desmaterialización abrupta. Era lo propio. El hombre quería difuminarse. El plato humeaba y la mesa cinco debía ser deshabitada. No era hora de lamentaciones sino de dejarse arrobar por el sueño que presionaba ya sobre mis párpados.

- Señor, es hora de cerrar - le dije sin atisbo de piedad.

El sujeto dejó caer una lágrima sobre el sopón humeante.

- Todos hemos tocado nuestras propias fibras por alguna pena descomunal, algún adiós inoportuno o lo que fuera - Le dije. Tornemos al tiempo, quebremos la ley de los relojes:

Diciembre 10 de 1975. Parado tras la vitrina, Carranza aguardaba el resultado de aquellos Juegos Florales que habría de elevarlo a las cumbres de la literatura nacional. Don José se acercó con un pliego de papel en las manos. El tintineo de sus llaves nos advirtió que abriría aquella vitrina y nos revelaría, por fin, el tan esperado resultado de una lid que había convocado a cientos de estudiantes de las diversas facultades. El joven batalló por una mejor ubicación frente a esa muchedumbre agolpada en uno de los pasadizos de Letras. El viejo colocó el papel meticulosamente, lo sujetó entre cuatro tachuelas doradas en los vértices. Las letras eran pequeñas y en medio de aquel conjunto de líneas extrañas y explicaciones abstrusas sobre el proceso de selección, Carranza pudo leer:

“El Jurado concede el premio al mejor poeta de la Pontificia Universidad Católica del Perú al concursante Diego Carranza de La Colina”.

Al lado, los ojos de María de Armenteros parecían desolados, apenas animados por un brillo criminal…

Aquella tarde en la que ella lo besó a la fuerza fue la última vez que lo vio. Nadie supo del destino de aquel poeta. La Policía reportó el caso como una desaparición. La familia lo lloró en cuerpo ausente, así fue velado, una fotografía y unos cirios azules...

Aquella dama, delgada como una página llegó al restaurante al filo de las nueve. Decía ser una joven escritora y apellidarse Armenteros...

martes, 18 de diciembre de 2012

Homeland Security in Tomorrow’s World


G O 


-Vengo a entrevista. Está programada a las tres. 

El oficial armado se volvió hacia  la voz de niña que se dirigía a él. Con ademán adusto y el ceño fruncido, descorrió la ventanilla de la caseta blindada y tomó la identificación que le alargaba ella. Minuciosamente observó la fotografía y de reojo la cotejó con la apariencia de la interlocutora.

En el tiempo que llevaba en esa colocación había visto circular una amplia gama de personajes que él identificaba como profesionistas. La chica que se presentaba como tal no encajaba en ningún prototipo. En todo caso, podrían estar requiriendo edecanes para algún evento, pensó, reconociendo el bien planchado traje sastre de color marfil y la vaporosa blusa azul rey. Sin embargo, le pareció que esa razón tampoco encajaba. Sólo recordaba una recepción en la que se requirió de personal  extra de seguridad. Edecanes nunca.

-¿Podría quitarse los lentes obscuros, señorita…? ¿Bianca María de los Ángeles Ramírez? -inquirió el oficial, a través del micrófono, leyendo el nombre en la identificación.

-Sí -contestó la chica, retirando los lentes de sol de sus ojos y, de manera casi tímida o nerviosa, un mechón de cabello de su sien. El oficial cerró la ventanilla para tomar el teléfono inalámbrico y marcar cuatro números.

La puerta principal se abrió de improviso.

-Por favor, pase por aquí. -Esta vez era otro oficial que abría con cierta parsimonia la puerta de metal delante de ella-. En un momento vienen por usted. Para agilizar su entrada necesitamos que se registre primero. ¿Me permite su teléfono móvil? ¿Tiene otro dispositivo eléctrico? ¿Me permite ver su bolsa?

La muchacha abrió la bolsa, mientras el oficial registraba su contenido ayudándose de una lamparita de mano.

-Un celular Black-Berry, unos audífonos, unas llaves con control remoto- dictó a su compañero de la caseta, quien escribía en una especie de bitácora-. ¿No tiene nada más en las bolsas de su pantalón?

-No -respondió la chica en voz baja sin demostrar su incomodidad-. ¿Me puedo llevar ya mi celular?

-No. Lo va a tener que dejar en la caseta. No se preocupe, lo pondremos en este bolsa de plástico junto con sus llaves. ¿Qué tiene en esta caja?

-Un medicamento.

El oficial abrió el pequeño pastillero de metal. La tapa tenía una vistosa ilustración de conejos hecha en óleo y dentro de ella observó varias pasillas, como tic-tac de menta, partidas a la mitad y otras en cuartos. Cerró la tapa y se la extendió de nuevo a la muchacha.

-Es un procedimiento que nos solicitan, señorita. Le dejamos esta ficha para que reclame sus objetos a la salida. Aquí me pone su nombre, la persona a quien visita, su hora de entrada y su firma.

-¿Bianca? -interrumpió una mujer de edad mediana, apareciendo en la puerta de metal recién abierta.- Soy Lourdes Cabrera de Human Resources. ¿Me acompañas por favor?

-Sólo un requisito mas -solicitó el oficial –, necesito que se levante el dobladillo del pantalón.

-¿Para que?, -preguntó la chica.

-Armas blancas, mecanismos que puedan ser activados a larga distancia. Es una cuestión de seguridad. Tenemos instrucciones explícitas al respecto.

-¿Como Timothy McVeigh región cuatro o Unabomber con su manifiesto? -preguntó Bianca dejando salir una risita forzada y nerviosa. El oficial continuó su tarea de registro sin mediar palabra. La funcionaria se limitó a encogerse de hombros, dando media vuelta para avanzar hacia el edificio. La chica la siguió sin que mediara comentario alguno durante todo el trayecto.

***

Y durante todo el recorrido, seguía sonando en la mente de Bianca esa rola electrónica, ya sin necesidad de audífonos…

***
Ese mismo día, desde muy temprano la cuenta @BiancaPura había recibido varios tweets de @AnelyR. El primero, “#Emocionada. Cita de chamba. Ya dijiste #Yamevi”; y después, “#outfit formal. Fotos”. Media hora después, en la pantalla de inicio se podía leer: “#outfit #yuppie. Need to impress #gringos”. También, “Lista p paranoia post #9/11. No USI en #liguero”; y “#Don’tfuckup #ThisTime”.

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Playgirl, why are you sleeping in tomorrow’s world?
Hey, playgirl

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-Le ofrezco, señorita Ramírez, una disculpa muy sentida por la tardanza. Este lugar es un desorden y una decepción - se escuchó en un español sin acento. Bianca se volvió al hombre alto, encorvado que le estrechaba la mano. En la solapa de su saco color caqui se podía ver un gafete con el nombre de ´Gregory Méndez’. “¿Pocho, puertorriqueño?”, trató de adivinar Bianca.

Su color de piel amarillento, su inexpresivo rostro y su voz grave le recordaban a alguien. “¿Quién?”, se esforzaba Bianca.  “¡Claro!”, cayó en la cuenta. “Lurch”, pensó, “The Adams Family”. La relación la divirtió. “Se lo tengo que llegar a contar a Anely”.

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Playgirl, why are you dancing when you could be alone?
Hey, playgirl

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Bianca había tenido más de una hora de sobra para relajarse y tomar unas cuantas respiraciones, e incluso distraerse. El minúsculo recinto al que había sido conducida por Lourdes Cabrera era muy estrecho para ser una sala de juntas – incluso la puerta principal, que formaba parte de una de las paredes de la improvisada oficina, chocaba con una silla al abrirse –, pero era evidente que, por el número de sillas – quince en total - y los dos pizarrones – dispuestos en dos paredes distintas-, servía para tal propósito. Algo específico le había llamado la atención. Era un poster colocado en la única pared sin pizarrón y sin puerta, con una leyenda principal, “Fire Arms are Forbidden in Mexico”. En letras más pequeñas se informaba – ¿a los elementos del cuerpo diplomático?, ¿a los agentes? – que se requerían permisos especiales para que, en México, únicamente agentes u oficiales estadounidenses registraran cualquier arma de cualquier calibre. Finalmente, el poster estaba sellado por la agencia promotora. United States Department of Homeland Security.

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Hey, playgirl,
Hey, playgirl

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Dos años antes, en 2009, Bianca había aterrizado en Tucson, Arizona, sin ninguna documentación oficial, sólo la visa y el pasaporte turístico. La Cancillería Mexicana tenía la consigna burocrática de no expedir pasaportes especiales – mucho menos diplomáticos, por supuesto – a personal no acreditado en el Servicio Exterior Mexicano. “Gente de servicio social, de prácticas profesionales o pasantes, ni pensarlo”, había dicho ese subdirector de la Dirección General del Servicio Exterior y de Personal.

Bianca llegó a la garita de entrada, sabiendo que tendría que declarar el verdadero propósito de su estancia, de acuerdo con las nuevas disposiciones después del 9/11 – ya se lo habían advertido -. No. Esta vez no podría decir que iba de compras (algo que extrañaba a los agentes de Immigration and Customs Enforcement, el famoso ICE, cuando se trataba de mujeres latinoamericanas: “¿qué haces viajando tú sola?”).

-Estos weyes están buscando el premio por ‘descubrir irregularidades’ -le había dicho la encargada para el Sureste de Estados Unidos de la Dirección de Protección-. Y si tienes la mala suerte de que tengan dudas, son capaces de detenerte, mantenerte en resguardo o de plano seguirte unos días si ya te dejaron entrar, mientras ‘investigan’ si realmente eres quien dices que eres.

El turno para Bianca llegó en la garita de entrada. Seis meses habían pasado sin sentir el vértigo, las náuseas y la transpiración que la habían aquejado en aquellos “extraños y difíciles días”, y en ese momento, los síntomas volvían a aparecer. “La respiración como tu compañera. No lo olvides”- se dijo-. “Conciencia del aquí y el ahora. Eso. Vas bien”. El antídoto para lo que no quería que se apareciera. Y allí estaba de nuevo. Tres respiraciones rápidas completas. Exhalación profunda. Tres inhalaciones largas acompañadas de tres exhalaciones largas. Allí estaba de nuevo. El cuerpo no la había abandonada. Sus manos sudaban. Ya estaba enfrente de la agente de migración.

Se trataba de un personaje femenino, de origen chino posiblemente, supuso Bianca. La agente balbuceó algunas instrucciones. “Excuse me?” –preguntó Bianca que no entendía la instrucción de la mujer, en un inglés precario. Ésta le arrebató su documentación sin decir nada más.

La agente movió negativamente la cabeza ante la respuesta de Bianca sobre la razón de su estancia. Programa de Repatriación con la asesoría de la Border Patrol.  Llegaba a Tucson para ser trasladada por empleados del Consulado a Nogales. “Tu yong. Ofishiel Pasfot, plis”, entendió Bianca. Allí estaba de nuevo esa sensación de irrealidad. Vapor en el espacio.

Venia en misión especial, explicaba. No, no era funcionaria. Era personal de servicio social, como un “internship”. Requerimiento oficial de la pasantía y… La situación la estaba rebasando, pensaba Bianca. La agente de migración mantenía el ceño fruncido y no dejaba de mover la cabeza negativamente. Dos oficiales más llegaron y revisaron la maleta de Bianca, sacando en desorden toda su ropa, incluyendo la interior. Es posible llamar al Consulado en Tucson para cerciorar su información, continuaba. El sopor la sofocaba. Su ingreso había sido denegado momentáneamente. La oficial había empezado a teclear lo que parecía un reporte. Bianca se paró de puntas y levantó la cabeza hacia el techo. Así respiraría mejor. En un breve instante volteó hacia la pantalla de la computadora. En ese momento, la oficial se levantó de su silla de un tirón, llevó rápidamente su mano a la culata de la pistola en el lado derecho de su cinturón sentenciando, esta vez en un inglés muy claro y muy determinante, “Stay back, Miss”.

***

Northern lights catch you coming down
Sleep your way out of your hometown

***

-No se preocupe -contestó Bianca con una sonrisa amplia-, sólo necesitaba ir un momento al baño, pero uno de sus muchachos me enseñó dónde estaba”-. Bianca sintió como si alguien le jalara de las riendas, o mejor, de los cabellos. ‘¿Sus muchachos?’ Su última frase había estado completamente fuera de lugar.

-Bien –se limitó a responder secamente el hombre, sentándose en oposición a Bianca y repasando en silencio los papeles que tenía frente a él. Entre ellos, Bianca reconoció la forma que había llenado y su currículum vitae impreso. Lourdes Cabrera, quien había entrado junto con Méndez, se sentó a su lado. Esta vez lucía pálida y con la cara contracturada. Sus ojos se movían a toda velocidad hacia varios puntos de la habitación y había perdido la compostura inicial que había mostrado en un inicio. Bianca reconoció la emoción de Cabrera y comprendió que el comentario anterior de Méndez, ‘desorden y decepción’, había sido dirigido a ella.

-¿Está laborando actualmente, señorita Ramírez? -inquirió Méndez a Bianca, sin quitar los ojos de los papeles.

-No en este momento -respondió. Bianca, un poco intimidada por la manera escueta, pero amable, de su interlocutor. Realmente le remitía a esa esterilidad emocional de los agentes del ICE. El tono a utilizar durante la entrevista debería ser prudente y formal, para coincidir con las formas adustas y serias de Gregory Méndez. Menos afabilidad, más precisión. Su origen, claramente latino, no debía destacar en la conversación, consideró recordando a la china de la garita de entrada de Tucson. “Él también es un agente de esta corporación de Bush a la que pertenece el ICE. ¿Cómo se llama?”, volteó para mirar el poster que había llamado su atención mientras esperaba en la sala. “Irónico”, consideró al nuevo nombre de la agencia de George W. Bush. Homeland Security.

***

Foreign coin on a telephone box
A sorting code, an account number

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La entrevista transcurrió sin que se enunciaran las preguntas que Bianca esperaba: ¿Cuál fue la razón por la que dejó su último empleo?, ¿podemos contactarnos con su antiguo empleador?, ¿cuál ha sido el mayor reto de su vida laboral?, ¿cuál fue la situación más difícil a la que se ha enfrentado?, ¿cómo la resolvió?

En vez de eso, Méndez se concentraba en datos generales. “Casi de rutina”, consideró Bianca. Algo que bien podría haber sido incluido en un interrogatorio en una garita de entrada a los Estados Unidos.

Edad. Veintiséis años. Estado Civil. Soltera. Máximo grado de estudios. Licenciatura. Es decir, Bachelors. ¿Algún conocimiento en materia migratoria? Participación en el Programa de Repatriación al Interior en la frontera con Nogales, Sonora y Nogales, Arizona. Labor humanitaria. Coordinación con la Patrulla Fronteriza y el Consulado General de México en Nogales. ¿Fue funcionaria de la Secretaría? ¿De la Cancillería? Requisito de Titulación. Trabajo Social.

-¿Conoce usted la labor de esta División? -preguntó de improviso Gregory Méndez, como si ya hubiera agotado cualquier otro requisito para considerar el perfil académico y profesional.

Bianca se mostró sorprendida.

-La convocatoria no detalla las funciones del puesto –expresó- sólo indica que es una labor de investigación sobre el tráfico de menores y la pornografía infantil. Averigüe algunos datos que poseen Agencias de Naciones Unidas. Al parecer, las estadísticas consideran que…

-Señorita Ramírez -interrumpió Méndez, sin cambiar en ningún momento su actitud serena y fría, pero amable- me gustaría saber si ha llevado a cabo alguna vez labor de investigación.

En ese momento, Lourdes Cabrera, quien se había concentrado en hacer anotaciones en una libreta, levantó la cabeza por primera vez en la sesión.

-Así es -respondió Bianca, con ánimo de explotar al máximo su corta experiencia- durante mis estudios universitarios colaboré como asistente de investigación económica en la Facultad de Ciencias Sociales, en donde tuve oportunidad de realizar sistematización de datos del Banco Mundial, la CEPAL, el Fondo Monetario Internacional y otras agencias de…

-Bien -volvió a interrumpir Méndez, dejando por un momento los papeles que sostenía-, quisiera hablarle un poco más del puesto.

Como queriendo elegir las palabras adecuadas, Méndez apoyó los codos en el escritorio con las manos juntas y los dedos entrelazados. Por un momento, cerró los ojos. Después se dirigió a Bianca, todavía manteniendo ese aire serio pero cortés, pero esta vez su mirada se clavó, como algo parecido a un dejo de preocupación dentro de su impenetrable rostro, en los ojos de la chica.

***

A question mark on a calendar
An empty seat on the alpha line

***

El día anterior, Anely había elaborado todo un cuestionario de prueba para practicar preguntas y respuestas con Bianca. A esta última le incomodaba recibir ayuda de su hermana menor a quien, consideraba, ella debía de auxiliar más en sus retos profesionales y no al revés.  

Mientras redactaba las preguntas con rapidez –y mucha destreza, observó Bianca- Anely no dejaba de darle consejos a Bianca.

Traje claro mejor que traje obscuro. El color crema o beige trae suerte. ¿Ya te habló Mili? Camina derecha. No te sientas inferior. Demuestra confianza.

-¿Te sientes bien, verdad? ¿Ya no has tenido nada? -preguntó Anely.

-Todo bien -respondió Bianca con tranquilidad.

Anely continuó. Zapatos cerrados. Poco maquillaje. Rímel sí, delineador no.

-¿Y si nos concentramos en lo importante? -interrumpió Bianca.

-Esto es importante - replicó Anely -. En la Embajada de Estados Unidos te tratan como te ven. No hay que ahorrar esfuerzos en ese sentido con los gringos. ¿Cómo te vas a peinar?

Después de elegir guardarropa, se sentaron en la mesa del comedor para empezar lo que llamaron la ‘prueba piloto’. Anely tomaba el rigor y la actitud de un entrevistador y le hacía preguntas en inglés a Bianca. De vez en vez, la corregía. “Limítate a contestar lo que te preguntan, no les cuentes la historia de tu vida”.

-¿Exactamente de qué trata la vacante? -inquirió en algún momento Anely.

-Mmmmhh, no está claro –habría confesado Bianca, enseñándole la convocatoria-. Parece que es un trabajo de investigación. Conseguir datos. Análisis. Posiblemente hacer modelos estadísticos. Es con respecto a la explotación sexual infantil. Solicitan experiencia en instituciones públicas. Creo que se refieren al DIF. Algo de asuntos migratorios… alguna corresponsabilidad con Gobernación o con la Cancillería.

-Tienes experiencia en investigación social y económica y ya colaboraste en Cancillería. Cita las bases de datos que has utilizado.  Como no tienes más información concreta, espérate a que ellos te digan en qué consiste exactamente la plaza. Muéstrate interesada. Y recuerda, es importante que no digas que no puedes hacer algo. Todo lo que te pidan, lo puedes hacer. Tenlo presente todo el tiempo.

A las diez terminaron.

-Háblame si necesitas que pase por ti –ofreció Anely.

***

Playgirl, why are you dancing when you could be alone?
Hey, playgirl

***

-Esta División - inició Gregory Méndez– eeeh…, más bien, se trata de una Sección… sus siglas son CES. Child Exploitation Section… ¿Tiene conocimiento de ella, señorita Ramírez?

-No–, respondió Bianca, pensando que tal vez su falla había sido no haber indagado sobre la CES.

-Esta sección -continuó con tono grave Méndez- realiza trabajo transfronterizo a gran escala para ubicar productores y distribuidores o poseedores de películas o cualquier otro material que se relacione con la explotación de niños… Estamos hablando específicamente de ciudadanos americanos. En algunas ocasiones colaboramos con instituciones gubernamentales mexicanas. ¿Alguna pregunta hasta aquí?

-¿Las secretarías de estado mexicanas tienen conocimiento de esto?- preguntó Bianca, con falsa curiosidad y con mayor afán de no quedarse callada durante la entrevista.

-Por supuesto -respondió Méndez con naturalidad.

-¿Además corporaciones policiacas? ¿PGR, Seguridad Púbica, CISEN? ¿Migratorias? -insistió Bianca.

-Si se requiere, sí -respondió Méndez, imperturbable.

Bianca no mostro rasgos de sorpresa, aunque, pensaba, Méndez le estaba comunicando lo que ningún funcionario del gobierno mexicano decía en voz alta, aunque todos lo sabían. A la Embajada de Estados Unidos no le daba ningún ‘empacho’ sostener su injerencia en México, más allá de la postura oficial de este lado del charco sobre la soberanía nacional.

-¿Trabajan con los tres niveles de gobierno? -preguntó Bianca.

-Sería ideal, pero preferimos mantener nuestras operaciones en bajo perfil a nivel estatal y local. En ocasiones hemos encontrado, eeeeh, contubernio con los que perseguimos, señorita Ramírez, ¿ha oído hablar de la ‘Operación Mango’?

-No - dijo Bianca, tratando de sofocar un suspiro. Esta vez estaba consciente de que el nivel de especificidad de lo que Méndez le hablaba no estaba al alcance de cualquier persona.

-Se trató de un caso de explotación sexual infantil en un hotel de Acapulco - empezó Méndez, en tanto Bianca lo escuchaba con atención, sin percibir que su respiración se hacía cada vez más contenida. -El dueño del hotel era un sujeto americano, naturalizado mexicano. Mantenía comunicación con depredadores sexuales en todo el mundo. Pederastas. Paedophiles. Se ofrecía a menores de edad lugareños en una especie de turismo sexual. – Méndez hizo una pausa-“¿Sabe a qué me refiero?”- Bianca asintió sin despegar los ojos del oficial.

-Muy bien. La investigación inició en la red. Quiero decir, en la web. Se detectaron los traspasos. Cuentas bancarias de este sujeto con varias ‘AKA. ‘Also known as’. Alias. Seis en total. Un grupo de agentes confirmó la localización del hotel. Se liberaron a más de quinientos menores. Algunos ocultos en las instalaciones. Canadienses, mexicanos, americanos. Las extradiciones se pidieron de inmediato. - Méndez detuvo de nuevo su explicación, mirando los papeles a su alcance, apretando ligeramente los labios.

-Señorita Ramírez -continuó Méndez- estamos hablando de verdaderos depredadores sexuales.

Otra pausa más. La habitación era pequeña, pero Bianca tuvo la impresión que sus dimensiones se habían minimizado aún más. Méndez hizo una ligera y casi imperceptible mueca de desaprobación. Tomó el sobre manila junto a él y se colocó unos anteojos – con bastante graduación, se percató Bianca -. Fue en ese momento que cayó en la cuenta de que el cuerpo le temblaba.

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Playgirl, choking on cigarettes won't get you along
Hey, playgirl

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Todo había empezado como por azar. Letargos extraños. Ensoñación. La realidad se hacía más densa. No era tan importante dejar de respirar. Hasta que fue importante. En un primer momento estaba en el teléfono. Al siguiente, en el suelo. Y al otro en la enfermería. Y en el siguiente, una inyección la volvía en sí.

Y pasarían los días y los síntomas serían aún más inexplicables. El sonido se iría apagando. Ahora un zumbido. Y ahora nada.

Y después incómodos episodios. Tensión. Falta de apetito. Insomnio.

Paralizantes episodios. En el auto. En los elevadores. Caminando por la calle. Y otra vez un mareo. Y otra vez sonidos enrarecidos. El suelo ya no se sentía. Y vendría el pánico. Necesitaría vomitar. Y al mismo tiempo defecar. Allí mismo donde se encontraba. Y ya no caminaría más. Ya no respiraría más. El miedo de que todo se acabara en ese instante. Y de pronto, de la coronilla de la cabeza parecía salir una erupción. Sudor. El aire penetrando. La realidad de nuevo, tal y como la conocía.

Y por fin el diagnóstico. Mal acarreo de serotonina. Origen en la angina. ¿Cuál angina? ¿Las amígdalas? No. La que se localizaba en la parte posterior del cráneo. Estrés postraumático. No. Fobias. No. Trastorno generalizado. Probabilidad de que se volviera a dar. Ejercicios de respiración. Dosis pequeñas. En mitades. En cuartos. Unos conejitos en una caja, de la que no se separaría.

***

Playgirl, why are you sleeping in tomorrow’s world?
Hey, playgirl

***

-Señorita Ramírez -continuó Méndez después de otra pausa larga -, el siguiente documento viene de uno de nuestros agentes infiltrados. Eeeeeh… se hace pasar por pederasta en la web y detecta información. Este es su último e-mail. Lo recibimos esta mañana. Le pido de favor que lo lea con cuidado y me indique qué entiende de él.

Bianca tomó la hoja de papel, controlando el temblor de su mano, y comenzó a leer a toda velocidad.

-Su agente dice que ha entrado en la computadora… o sea, que la hackeó… es de un tal… Philis Morgan, also known as Bronx, Peter. Mmmmmhhh… No entiendo bien a qué se refiere con… 1,455,897,264 Tera Bytes… pero es lo que tiene de material pornográfico.

-Es el equivalente a miles de millones de videos, caseros o profesionales. Posiblemente hechos por encargo. Utilizan niños… Algunas veces bebés. -De nuevo, Méndez hizo una pausa. Puso su mano en la barbilla y se quitó los lentes, viendo otra vez los papeles sobre la mesa-. Señorita Ramírez, el post por el que está concursando incluye leer aproximadamente cien correos diarios de este tipo…

-No hay inconveniente –dijo automáticamente Bianca, tratando de reflejar seguridad.

-Hay algo más -siguió Méndez, incorporándose. Su rostro se ensombreció y miró a Bianca. Por primera vez en la entrevista, sus facciones lucían algo descompuestas-, señorita Ramírez, el encargado de esta área necesita estar enterado de todos los pormenores de este caso, y en algunas situaciones deberá actuar.

-¿Actuar? ¿Voy a necesitar un arma?

-No requerimos eso de usted. Verá… Cuando la Sección confirma la existencia de un niño en peligro, no esperamos más. Se efectúa la operación… Quisiera saber si usted estaría dispuesta, en cualquier momento, por supuesto, con la documentación necesaria… a subir una nave… avión, helicóptero. Necesitamos que alguien acompañe al menor, una vez rescatado…

Bianca guardó silencio. Las sienes le vibraban.

-No creo que haya problema -dijo en voz baja.

-Eeeehh, como le había mencionado, también estaría esta síntesis de información de los agentes... Y, algo más…. No sólo usted. En realidad, es toda la División… quiero decir, la Sección… Todos tenemos que hacerlo. La plaza requiere de que miremos, veamos… un promedio nueve películas, eeeehh… de este tipo… a veces más, por día….

Bianca no respondió. Méndez se reclinó en su asiento.

-Señorita Ramírez… ¿ha tenido en sus manos o ha visto alguna de estas… películas? ¿Cintas?

-No – espondió con voz apagada Bianca.

-Verá… -dijo Méndez, con la barbilla en la mano y arqueando visiblemente las cejas- para varios de nosotros es muy difícil observar este material. Yo mismo le digo que preferiría una misión en que mi vida corriera peligro a tener que verlas”.

Algo en el ambiente había cambiado. La expresión de Gregory Méndez. La mirada de Lourdes Cabrera. Bianca apretaba los labios. Si tragaba saliva, todo dejaría de existir. Todo se acabaría en ese instante.

-Una última pregunta -abordó Méndez-. El trabajo es difícil. No todos estamos bien en momentos. Señorita Ramírez, ¿cómo le haría usted para no verse afectada anímicamente?

Un largo silencio.

-Tomo clases de yoga. Ejercicios de respiración. Medito… -respondió por fin Bianca, a media voz.

-¿Cree que le bastará? –preguntó Méndez, con una mirada suave.

Bianca tomó aire. En su coronilla había tenido lugar la erupción volcánica de sudor. El mundo no se había acabado. La realidad había regresado, tal y como la conocía.

-¿Cuentan con ayuda psiquiátrica?