martes, 11 de diciembre de 2012

Así está bien


Anthony Velarde Arriola



“No, aún no digas nada. No importa si no sabes mi nombre ni yo el tuyo. No importa si desconocemos la forma de nuestros rostros. Así está bien. Sólo déjame sentir este calcinante deseo y permanecer en tus dulces labios. Ojalá este viaje nunca llegue a su destino”.

A tres cuadras de una plaza cualquiera, mientras el sol juega a ocultarse; él, aún no había advertido la presencia de ella quien se encuentra a siete personas de distancia, esperando el mismo bus de regreso a la ciudad, bus que demora en llegar. La fila donde se encuentran se iba llenando de personas cubriendo la distancia de tres cuadras. No era para menos, aquel día era el aniversario del pueblo, treinta y cinco años de creación política. Al llegar las movilidades el pueblo volvería a quedar desierto.

Un poste de alumbrado público distrae la presencia de estrellas. Un viento suave les recuerda que había llegado la noche.

Alguien en la fila, apoyado sobre un palo de maguey, divisó un transporte a unas cuadras del paradero. Con disimulo, cogió sus valijas, mujer e hijos y corrió a su encuentro; así aseguró los asientos para su familia. Cuando el resto de personas repararon en su presencia, rompieron todo orden y lo abordaron hasta donde pudieron. La llegada de nuevos buses redujo las cinco cuadras en un solo desorden. Él y ella reclaman en vano un poco de orden sin que ambos notaran la asistencia del otro. Tienen el destino trazado, el mismo que podría acompañarlos toda la vida.

Las personas en el paradero musitan angustias, proclaman desdichas: -Ojalá llegue otro bus, ya es demasiado tarde, Martita va mañana al colegio –decía una señora. Minutos después, la desdicha se transformó en gozo. Por uno de los extremos de la ciudad apareció un camión, y a gracia de todos llegó vacío. La gente, sin consultar, lo abordó. Él, hizo lo propio. Minutos después, mientras todos acomodan sus equipajes, apareció ella al pie del vehículo, cargando sobre sus hombros una bolsa celeste de tamaño regular. Él estiró un brazo para ayudarla a subir; ella, impulsada por una de sus piernas, quedó a pocos centímetros de él.

El primer acercamiento entre ambos fueron simples gemidos. Luego de algunas gibas en el camino, él inicia la conversación:

-Mira que hermoso está el cielo, cómo brillan las estrellas. Puedo divisar hasta las más pequeñas.

Ella tiene una mano sujeta a la viga de madera que cruza la plataforma del camión, del cual también se sostienen todos menos él. Él, tiene su equipaje en la mano izquierda y con la otra, la abraza para no tropezar en el viaje. Ella, con el brazo libre, también lo abraza. En la tolva del camión viajan cerca de setenta personas en un área para cuarenta. Ninguno dueño de su espacio. El viaje transcurre entre empujones, gritos y lamentos. Uno que otro tiene su cuerpo dibujando una contorsión.

-¡Mira! -vuelve a intervenir él- esa estrella se mueve.

-No es una estrella, es un satélite –corrige ella.

-O un ovni.

-Es superman -ambos ríen.

Mientras ellos gozan cada kilómetro recorrido, el resto farfulla el agobio del viaje. Una señora pisa a otra y no dejan de discutir. Un niño llora. Una mujer joven pide al borracho que babea sobre su hombro, retire su cabeza maloliente. Otros gritan al chofer y algunas rezan mientras dura el viaje. Cada segundo alguien se acomoda e incomoda a los demás. No hay más espacio que un hilo invisible que los tiene en un roce inevitable.

-¿Estas cansada?

-No -responde ella.

-¿Este viento frío refresca no es así? Me devuelve las ganas perdidas mientras esperábamos el bus.

-Sí, yo también había perdido el ánimo con tanta espera, pero este fresco viento me lo está devolviendo.

-¿Alguna vez estuviste tan cerca y bien de brazos con un extraño?

Una leve y dulce sonrisa se dibujaba en el rostro de ella.

-¡No!, tampoco lo estaría si habría más espacio.

-Pero es éste el espacio que nos corresponde. ¿Te imaginas estar en el lugar de aquella mujer, soportando el aliento del borracho? ¿Lo estarías abrazando igual? Quizás te estaría mostrando más que una estrella. –Rieron a carcajadas.

Ambos esconden una pequeña exaltación. Disfrutan de aquella circunstancia.

-No me hagas reír -dijo ella– ahora no tengo más apoyo que tú. Te has convertido, así como el viento, en mi consuelo a tanta espera.

-Hueles muy bien.

-¿Viste? Otra estrella fugaz, pide un deseo.

-¿Siempre hablas así de suave? Tan pausado, tan dulce. Parece que dibujaras las palabras antes de soltarlas.

-Debe ser el efecto de tu presencia. De tu calor.

Habían transcurrido mil doscientos segundos desde que el camión inicio su marcha. Habían visto tres estrellas fugaces desde que se abrazaron. Habían pasado treinta kilómetros de suspiros e insinuaciones cuando ella decidió acomodar el brazo sobre el listón, quizás por el frío, quizás porque quería abrazarlo mejor, pero en ese instante sus cuerpos olvidaron el cansancio, olvidaron la dirección del viaje y se echaron a volar, junto a las estrellas en el cielo.

“Mañana Martita no podrá ir temprano al colegio”.

Los treinta y cinco años de creación política de aquel pueblo los había juntado. Cuarenta y tres minutos después asomaba la ciudad de sus destinos y ninguno de los dos sabía nada del otro: ¿Quiénes eran? ¿Qué hacían? ¿De dónde son? La gente empezó a inquietarse a medida que el camión se adentraba en la ciudad. Los amantes despertaron de su idilio. Las personas, al bajar, los empujaban separándolos sin que ellos pudieran mirarse el uno al otro. Tampoco podían decirse nada por el clamor ocasionado. Apenas si ella alcanzó a gritar:

-¿Dime quién eres? ¡Quiero ver tu rostro! Quiero saber más de ti.

-No, no digas nada. Así está bien. Ojalá este viaje nunca hubiera llegado a su destino.

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