Julián Eduardo Cervantes Cadena
—Buenos días, detective Rivera —dijo el
oficial de policía.
—Qué tal, oficial, póngame al día, ¿qué es lo
que me trae por acá? —respondió el detective mientras ingresaba por
la puerta de la casa de dos pisos.
—La señora que trabaja en la casa, llegó a las
siete de la mañana y encontró los tres cadáveres, cada uno en su cama.
—¿Alguna entrada forzada?
—Nada detective.
—Vamos a ver los cadáveres.
El
detective Rivera siguió al oficial por las escaleras, al llegar al segundo piso
se encontró con un largo corredor que tenía dos puertas a cada lado y al final
un ventanal que daba al patio trasero de la casa. La primera puerta de la
izquierda era sin duda el cuarto de una pequeña niña, paredes color rosa,
organizados estantes llenos de juguetes, y una cama para niños en la cual yacía
el cuerpo inerte de una menor.
—¿Qué edad tenía la chiquilla? —preguntó
el detective.
—Ocho años, según lo que declaró la
empleada de la casa —dijo el oficial revisando sus apuntes.
—No hay una sola mancha de sangre.
—Ni señales de lucha.
—¿Cómo sabemos que no fue muerte natural?
—Muy difícil que tres personas mueran
naturalmente mientras dormían estando en la misma casa.
—¿No hubo ninguna fuga de gas?
—La estufa es eléctrica, al igual que el
calentador de agua.
—¿Ningún auto quedó encendido?
—No ninguno, además el parqueadero es al aire
libre.
Los dos
siguieron por el corredor, la primera puerta de la derecha era el baño, no
había nada raro en él, la segunda puerta de la izquierda era otro dormitorio.
Al igual que el cuarto anterior, todo estaba muy ordenado, un escritorio y una
pequeña repisa con libros se ubicaban junto a la impecablemente tendida cama de
plaza y media.
—¿Y el dueño de esta cama? –preguntó el
detective.
—Es el de la hija adolescente, está en camino.
—¿Dónde estaba?
—En Ciudad Capital, un viaje de vacaciones.
—Okey cuando llegue me avisan, quiero hacerle unas
preguntas.
La
segunda puerta a la derecha era el dormitorio principal, los cuerpos sin vida
de los dos padres reposaban plácidamente en la cama doble.
—Oficial, lléveme con la empleada de la casa, necesito
hacerle unas preguntas –dijo el detective.
La
señora que encontró los cadáveres, tenía unos sesenta años y estaba en el
comedor ubicado en la cocina de la casa, con los ojos llenos de lágrimas
mientras bebía una taza de café.
—Buenos días, señora, soy el detective Rivera –dijo
mientras le mostraba su identificación –quisiera hacerle unas preguntas, cosas
de rutina.
La señora
asintió, dándole la señal al detective para que prosiga con las preguntas. El
detective sacó de su bolsillo una pequeña libreta y una pluma.
—¿Cuál es su nombre y cómo conoce a los
difuntos? —preguntó el detective.
—Me… me… me llamo Dolores, trabajo en la casa,
ayudando con la limpieza —contestó la señora, sin haber salido del shock que le provocó ver los cadáveres.
—¿Hace cuánto tiempo trabaja aquí?
—Ocho años, me contrataron apenas nació la
pequeña María Emilia. —Dolores estalló en llanto y la voz se le entrecortaba—. Eran
como mi familia.
En ese
mismo instante entró a la casa la mayor de las hijas, que con mucha
tranquilidad, se acercó a Dolores y le dio un abrazo.
—Oficial, cuál es el nombre de la chica —preguntó
el detective al oído del oficial.
—Daniela —le respondió el oficial con la misma
sutileza.
Después
de esperar unos segundos, el detective se dio cuenta de que el forense ya
estaba en la escena y se dirigió a conversar con él sobre lo sucedido.
—¿Sabemos cuál es la causa de la muerte? —preguntó
el detective mientras el forense examinaba el cuerpo de la pequeña niña.
—No hay ninguna herida visible, pero tiene una
extraña coloración marmórea en la lengua —respondió el forense sin dejar de ver
el cadáver—. Esto suele pasar cuando hay una embolia gaseosa, pero eso es un
accidente común en los buzos.
—¿Qué me dice de los otros cuerpos?
—Todavía no los examino.
—Okey, manténgame informado.
El detective
Rivera volvió a la cocina, con el fin de terminar el interrogatorio con Dolores
y hacerle algunas preguntas a la mayor de las hijas.
—Dolores, cuénteme lo más detallado posible
¿Cómo fue que encontró los cadáveres?
—Al igual que todos los días, llegué a eso de
las siete y media de la mañana, abrí la puerta de la casa, me cambié en el baño
de visitas y me disponía a lavar los platos que suelen dejar todas las noches
en el fregadero, me pareció extraño ya que no había ninguno, así que subí las
escaleras para recoger la ropa sucia, todas las puertas estaban cerradas y
había mucho silencio, lo cual es raro, la única que duerme hasta tan tarde es
la niña Daniela, sus depresión hace su horario esté un poco corrido, ya sabe
por los somníferos; pero el señor Horacio normalmente ya está casi listo para
bajar a desayunar y la señora Lorena, ya
debía estar alistando a la pequeña María Emilia… —El relato de Dolores se interrumpió por las lágrimas.
—Aquí tiene –dijo el detective mientras le daba
un pañuelo para que se limpie los ojos.
—Abrí con mucho cuidado la puerta de la pequeña,
y vi que aún estaba dormida, me acerqué a despertarla pero no respiraba... Salí
corriendo al cuarto de la señora, pero vi que tampoco respondían… Después llamé
a emergencias y a la niña Daniela.
—¿La puerta de la casa estaba sin seguro? —preguntó
el detective.
—Tenía seguro pero yo tengo llaves para entrar.
—Okey, me gustaría que dé un recorrido por la casa y
miren si hay algo faltante, nosotros no conocemos la casa y no podemos descartar
aún el robo —le pidió el Detective a Dolores—. En cuanto a usted… Daniela, sé
que es un momento difícil, pero me gustaría hacerle unas preguntas.
—Claro, detective, en todo lo que le pueda
ayudar. —dijo Daniela en medio de sollozos.
—Me contaron que estaba en Ciudad Capital, ¿alguna
razón especial para estar allá? —preguntó el detective.
—Estaba de vacaciones.
—¿Viajaba sola?
—Sí, allá quedé de encontrarme con unas amigas
hoy.
—¿Cuándo viajó?
—Ayer.
—¿A qué hora llegó?
—El vuelo aterrizó a las ocho de la mañana
—Sus amigas, ¿son de Ciudad Capital?
—No, son de acá.
—¿Qué razón tenía para viajar usted antes y no
con ellas?
—No encontré vuelos para hoy, y me tocó comprar
para el día de ayer.
—¿Qué edad tiene?
—Dieciocho.
—¿Ya terminó el colegio?
—En unos meses es mi graduación.
—¿En qué universidad vas a estudiar?
—Mi papá me inscribió en la universidad local,
aunque yo quería estudiar en Ciudad Capital.
—¿Por alguna razón especial?
—Solo ser un poco más... independiente… creo que
ahora sí que lo seré –dijo Daniela con tono sarcástico.
—Una última pregunta, ¿su familia no tenía algún
enemigo o alguien que quisiera vengarse? –preguntó el detective para romper el
silencio incómodo que generó la última respuesta–. Es solo para ver posibles
causas para que exista un crimen.
—No que yo sepa, es más, nunca creí que esto
fuera un crimen.
En la
clínica forense la conversación con el médico le generó algunas dudas al
detective, aunque se confirmó que las tres personas fueron asesinadas, no se
sabía la causa. Los cadáveres tenían una
marca en el brazo de lo que podía ser una aguja y el reporte toxicológico daba
altas dosis de un potente pero no mortal somnífero.
La
primera hipótesis del detective Rivera era que alguien conocido por la familia,
los había drogado, y una vez dormidos los había ahogado con una almohada o
pañuelo. Hipótesis descartada rápidamente, ya que la asfixia no provocó el
deceso, sino un paro cardiaco.
Al
seguir los pasos de rutina, el detective decidió revisar la coartada de Daniela.
Los pagos de la tarjeta de crédito de ella la descartaban como sospechosa,
incluso había alquilado un auto en Ciudad Capital, doscientos kilómetros de
distancia la salvaban.
«¿Quién
sería el mayor beneficiado de las muertes?, no puedo descartar un asesino en
serie, pero tampoco puedo esperar que hayan nuevas víctimas para confirmarlo,
tal vez debo fijarme solo en las pruebas físicas, eso me debe llevar al asesino,
el padre no era más que un simple trabajador de un banco y la madre se dedicaba
a tiempo completo a su familia. Nadie tendría una razón aparente para realizar
la matanza. Hay algo en la hija que no me termina de cuadrar, pero la distancia
la tiene a salvo, Dolores, no creo perdería su trabajo y la verdad la vi muy
destrozada con lo sucedido.»
—¿Dolores? Habla con el detective Rivera.
—Buenas tardes, detective, en qué puedo ayudarlo —respondió Dolores con la voz en un hilo.
—Qué pena molestarla, nunca tuvimos la
oportunidad de conversar nuevamente, quiero que me despeje una duda, ¿de
casualidad vio si algún objeto de valor faltaba en la casa?
—No faltaba nada, mis jefes no eran personas muy
pretenciosas, no tenían joyas y menos grandes cantidades de dinero en la casa.
—Sí me di cuenta de eso, pero debía cerciorarme.
Una última pregunta.
—Claro dígame detective.
—Daniela quería estudiar en Ciudad Capital, pero
su papá la inscribió en la universidad local, no hubo alguna discusión por eso
en la casa.
—Ahora que lo menciona detective, sí, se formó
un gran alboroto en la casa y la niña Daniela estaba bravísima con el señor
Horacio.
—¿Por qué tenía tantas ganas de estudiar allá?
—Ella decía que era porque ya era grande y
necesitaba ser un poco más independiente, pero todos sabíamos que tenía un
novio en Ciudad Capital.
—¿Qué tanto conocían al novio? ¿Sabía su
nombre?
—La verdad señor, nadie lo conocía,
sabíamos que vivía en allá y que estudiaba medicina.
—¿Cómo sabían esto si no lo conocía?
—La pequeña María Emilia nos contó, ella
solía leer el diario de la niña Daniela.
—¿Ella sabía esto?
—Sí claro, Daniela lo sabía, no solo eso
sino que también la señora Clara también lo hacía.
—Bueno Dolores, muchas gracias por su ayuda.
Al
colgar el teléfono el Detective decidió revisar una vez más la coartada de
Daniela, mientras hacía esto, descubrió un nuevo cobro se registró en la
tarjeta de crédito, un recargo por exceso de kilómetros recorridos en el auto
alquilado. Al llamar a la empresa y mediante el sistema de GPS usado en sus
autos, descubrió que Daniela o la persona que conducía ese carro estuvo en la
casa durante la noche de los homicidios.
—Detective, ya encontré la causa de las muertes —le dijo
el forense a Rivera.
—Lo escucho.
—Los infartos fueron causados por una embolia
gaseosa.
—¿Qué significa eso?
—Que una burbuja de aire lo suficientemente
grande entró al torrente sanguíneo de las víctimas, llegando hasta el corazón y
taponando algunos vasos y causando el infarto.
—¿La burbuja pudo haber entrado por una
inyección de aire en el brazo
—Sí, probablemente.
—¿Y el somnífero que encontró en la sangre?
—Puede ser administrado vía oral, en forma
líquida, sin color, sin olor y sin sabor alguno.
—¿Es fácil de comprar?
—Acá no, pero en Ciudad Capital se puede
encontrar en cualquier farmacia, solo necesitas una prescripción de un médico,
se la dan a cualquier persona con problemas para dormir.