miércoles, 7 de junio de 2017

Cuartito de emergencia

Rosario Allpas


A finales de la década de los ochenta, el Hospital Santa Rosa se hallaba en una etapa de transición. Había empezado como un establecimiento de salud materno infantil, sin embargo, su cobertura de atención se había ampliado prestando cuidados a pacientes mujeres en las ramas de medicina y cirugía, tanto en consultorios externos como en hospitalización. Mientras que el servicio de emergencia brindaba atención a todas las personas sin diferenciación de sexo, edad o lugar de procedencia, siendo este bastante dinámico, debido quizás a que las calles que lo circundaban eran las principales del distrito y ostentaban un tráfico bastante fluido; o, tal vez porque la parada de ómnibus de servicio público, coches particulares y taxis tenían un libre estacionamiento al frente de la amplia puerta de emergencia denotando así su total accesibilidad. Esta puerta siempre abierta hacía evidente su incondicional recibimiento al público que necesitaba de una atención urgente.

La sala de espera era el primer ambiente que se veía al pasar por la puerta de emergencia, tenía mediana amplitud, las paredes de tonalidad clara invitaban a conservar un estado de ánimo equilibrado; sus pisos de mayólica blanca, generalmente pulcros, emitían un suave aroma a desinfectante. Al lado izquierdo se encontraba la farmacia del servicio, al costado de esta, una pequeña ventanilla indicaba que era el lugar donde se recaudaba el dinero por la atención del paciente. Hacia la derecha se encontraba una puerta de doble hoja que permanecía casi siempre cerrada, un vigilante era el encargado de custodiarla y a su vez de permitir la entrada del paciente y de algún familiar. Una vez dentro, al lado derecho se hallaba un primer consultorio, era el de obstetricia. El que le seguía era un cuarto sin puerta, poseía una cama y un velador. Llamaba la atención de todo el que pasaba, pues era el único ambiente al que le faltaba la puerta; parecía carente de vida, sin embargo, el personal del hospital aún recordaba historias nebulosas acontecidas en este lugar y el día en que el misterio fue desvelado. 

El ambiente era llamado de manera cariñosa y sutil: cuartito de emergencia. Este estaba ubicado de manera estratégica, pues al frente se hallaban las escaleras que daban acceso a los cinco pisos de hospitalización. Le seguía un espacio amplio, donde se estacionaban camillas y sillas de ruedas, que a su vez colindaba con las escalinatas que conducían hacia los consultorios externos. Al lado derecho se situaban los dos ascensores que llevaban a los pisos superiores.   

Este cuartito, cuando aún tenía puerta, era utilizado como lugar de descanso de los médicos y otras veces para realizar consultas. Realmente, no se sabe a ciencia cierta desde cuándo fue empleado para ambas cosas, que a decir de muchos no estaba acondicionado ni para las consultas, ni para dormitorio médico, pero aducían que los galenos muy pronto se apropiaron de este, a fin de darle el uso que mejor les convenía.

Al poco tiempo surgieron los rumores, decían primero que en este cuartito se proporcionaban consultas médicas extras; es decir, consultas que no se anotaban en el libro de emergencia; pero, algunos médicos se defendieron argumentando que solo iban a descansar en la única cama que había, dizque para descanso del paciente. Pero esta réplica resultó una pobre excusa, pues no podía ser posible, porque los médicos que aparecían en los roles de guardia no eran asiduos al cuartito. Entonces, las preguntas acerca del uso del cuartito de emergencia empezaron a pulular. 

Comenzaron a narrarse historias de todo tipo y calibre por toda la emergencia primero y luego por los pasillos que conducían a los consultorios externos; pronto también subieron por los servicios de hospitalización tanto por las escaleras como por los ascensores y por supuesto llegaron a oídos del director del hospital. 

¿Qué se hacía dentro del cuartito si no eran consultas de emergencia? ¿Qué uso le daban a este si no estaba un paciente en reposo transitorio, que era para lo cual estaba destinado? ¿Acaso se urdía algo fuera de la ley? ¿Por qué su puerta permanecía cerraba buena parte del día?

Corrían las respuestas, sobre todo, las mal intencionadas. Entonces para acallar el ruido de los chismes que ya se asemejaban al sonido de las abejas de un panal; por un breve tiempo, la habitación dejó de ser utilizada. Así, por voluntad propia, los asiduos asistentes le dieron algunas semanas de vacaciones al pequeño ambiente. Solo las malas lenguas, en forma diligente, llenaron el vacío del solitario aposento, pero estas se fueron perdiendo tal como llegaron, encontrando el silencio a su paso y solo perduraron algunas miradas furtivas que se perdían en él. 

Pero, como todo llega a su fin, la marea malhablada de los que no lo utilizaban pasó y, tan pronto como se acallaron los rumores, el cuartito volvió a revivir. Poco a poco retornaron los personajes a las antiguas andadas, otra vez la puerta de la habitación empezó a permanecer cerrada con más brío y de nuevo fue saturado el espacio externo de cotilleos. Pero, en esta ocasión fue más allá el comadreo. Los médicos que lo utilizaban fueron identificados, con nombres y apellidos. ¡Horror de los horrores! ¡Estaban allí fulano, mengano, zutano y perencejo! El doctor Juan Espinoza Gala, en su poema "Cuartito de emergencia", los había identificado con pelos y señales. Todo el personal sonreía de forma maliciosa al leer el escrito; pero el galeno, quizás por condescendencia con sus colegas, solo decía lo justo, sin revelar el secreto que guardaba tal aposento. 

Además, pronto serían las elecciones del Cuerpo Médico del hospital. Algunos desviaban la atención con preguntas como: «¿Se reunirán tal vez en el cuartito para hilar la nueva política de la directiva de los galenos?» No parecía ser, pero todo era posible. ¿Por qué, no?

En el pasadizo, en los consultorios, en las salas de hospitalización el chismorreo fue creciendo y hacían apuestas para dar con la respuesta acertada.

El director del hospital, a fin de acabar con las habladurías emitió un memorando que al día siguiente debía ser cumplido. Avendaño y Martínez fueron los encargados. Nadie más sabía qué era lo que había decidido la autoridad máxima; sin embargo, ellos al recibir la orden estaban llanos para acatarla. Muy temprano, ambos se dirigieron con sus mochilas cargadas de herramientas hacia el servicio de emergencia.

La mañana del cinco de octubre, día de la Medicina peruana, se deslizó fría, las nubes oscuras parecían molestas. Muchos mandiles blancos se habían congregado en el hospital para la gran celebración. Los que entraban por la puerta de urgencias pasaban por el cuartito mirando de soslayo con el rostro lleno de preguntas para luego seguir su camino; mientras que las miradas atónitas del personal de emergencia seguían los movimientos de los encargados que estaban realizando el mandato. 

La consigna se hizo realidad. En pocos minutos, los trabajadores sacaron la puerta de raíz. Luego, con esta, desmembrada y en hombros, cual procesión se la llevaron. Una lluvia finita se desató cual lagrimitas suaves siguiendo el cortejo de los que llevaban la puerta hacia la carpintería, para que allí se muriera en un oscuro rincón. El traslado fue lento para asombro y pesar de los consuetudinarios y para bienestar y alegría de los que chismorreaban con afán.

El cuartito, desde entonces, empezó a lucir solo, abandonado, herido, con las marcas de su puerta extraída. No más cuitas, no más consultas, no más descansos.

Pero... ¿Qué sería lo que habría acontecido dentro del cuartito de emergencia? ¿Qué pecado se habría cometido en este, para recibir tal castigo de parte del director del hospital? 

Mientras, las preguntas seguían flotando en el ahora sereno pasadizo de emergencia, un duelo a medias se hizo en el brindis por el Día de la Medicina en el salón del Cuerpo Médico. Al día siguiente las preguntas volvieron con más ímpetu a pulular en todos los rincones del hospital. La curiosidad nata del personal tenía que ser respondida de algún modo.

Los tristemente célebres galenos que alguna vez ocuparon el famoso cuartito, revoloteaban ahora por los diferentes ambientes del hospital añorando el aposento perdido mientras susurraban suspirando: «¡Ah, qué mala fortuna!».

La respuesta llegó demasiado pronto, a decir de muchos. Empezaron a colmar el servicio de emergencia unas jóvenes muy bien vestidas con tacones altos. Venían a cuentagotas pero permanecían al frente del cuartito sin atreverse a preguntar. Parecían visitadoras médicas, pero la carencia de maletines imprescindibles en ese tipo de personal hacía que uno se sorprendiera y se preguntara: ¿Quiénes eran y qué buscaban las señoritas que miraban con aire de sorpresa el cuartito de emergencia cuya puerta inexistente daba la apariencia de humildad y desamparo? Algunas se atrevían a preguntar por el galeno de turno, pero al ver que no era ninguno conocido, se marchaban. Otras preguntaban directamente por fulano, mengano, zutano y perencejo. Pero ellos no se atrevían a acudir a la cita a expensas de todas las miradas inquisitivas del personal. 

¿Cómo habían pasado desapercibidas antes? ¿Por dónde habían hecho su ingreso sin que el personal se diera cuenta?

¡Ah, si en ese tiempo hubiesen existido los celulares! Los galenos habrían advertido a las señoritas en cuestión, para que no viniesen a guardar duelo por la puerta desaparecida. Así, se habría protegido para siempre el secreto que atesoraba el cuartito de emergencia.  

El personal supo que las susodichas entraban por la puerta principal del hospital, no por la de emergencia. La puerta en cuestión estaba abierta desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche, las personas que pasaban dejaban atrás los consultorios externos y una vez dentro no se podía saber el destino que tomaban, se diluían por los linderos internos del hospital. Pero, esta vez, la presencia estática de las damas venidas a cuentagotas y su espera inútil al frente del cuartito logró dar rotundas respuestas que los galenos comprometidos no pudieron rebatir. Por fin el secreto del famoso cuartito fue desvelado y por supuesto, echado a correr de inmediato.

Los galenos implicados suspiraban ahora: «¡Ah, l'amour!», sin poder contener la tristeza que les ocasionaba el haber perdido la reserva y calidez que les ofrecía la pieza para sus encuentros amorosos, mientras que sus detractores sonreían maliciosamente con aire de vencedores.

Pasaron muchos meses para que el ambiente fuera habilitado. La puerta, por fin, se encontró con sus tornillos y fue así, reivindicada. El cuartito de emergencia se convirtió entonces, en el nuevo consultorio de ginecología. Sin duda iba a ser mudo testigo de otras lides. 


Actualmente, si visitan el Hospital Santa Rosa en el distrito de Pueblo Libre encontrarán el cuartito de emergencia convertido en el consultorio de medicina. Su espacio contiene una camilla, escritorio y una vitrina con todo lo necesario para la consulta médica.

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