Rosario Allpas
A
finales de la década de los ochenta, el Hospital Santa Rosa se hallaba en una etapa de transición. Había empezado como
un establecimiento de salud materno infantil, sin embargo, su cobertura de
atención se había ampliado prestando cuidados a pacientes mujeres en las ramas
de medicina y cirugía, tanto en consultorios externos como en hospitalización.
Mientras que el servicio de emergencia brindaba atención a todas las personas
sin diferenciación de sexo, edad o lugar de procedencia, siendo este bastante
dinámico, debido quizás a que las calles que lo circundaban eran las
principales del distrito y ostentaban un tráfico bastante fluido; o, tal vez
porque la parada de ómnibus de servicio público, coches particulares y taxis
tenían un libre estacionamiento al frente de la amplia puerta de emergencia
denotando así su total accesibilidad. Esta puerta siempre abierta hacía
evidente su incondicional recibimiento al público que necesitaba de una
atención urgente.
La
sala de espera era el primer ambiente que se veía al pasar por la puerta de
emergencia, tenía mediana amplitud, las paredes de tonalidad clara invitaban a
conservar un estado de ánimo equilibrado; sus pisos de mayólica blanca,
generalmente pulcros, emitían un suave aroma a desinfectante. Al lado izquierdo
se encontraba la farmacia del servicio, al costado de esta, una pequeña
ventanilla indicaba que era el lugar donde se recaudaba el dinero por la
atención del paciente. Hacia la derecha se encontraba una puerta de doble hoja
que permanecía casi siempre cerrada, un vigilante era el encargado de
custodiarla y a su vez de permitir la entrada del paciente y de algún familiar.
Una vez dentro, al lado derecho se hallaba un primer consultorio, era el de
obstetricia. El que le seguía era un cuarto sin puerta, poseía una cama y un
velador. Llamaba la atención de todo el que pasaba, pues era el único ambiente al
que le faltaba la puerta; parecía carente de vida, sin embargo, el personal del
hospital aún recordaba historias nebulosas acontecidas en este lugar y el día
en que el misterio fue desvelado.
El
ambiente era llamado de manera cariñosa y sutil: cuartito de emergencia. Este estaba ubicado de manera estratégica,
pues al frente se hallaban las escaleras que daban acceso a los cinco pisos de
hospitalización. Le seguía un espacio amplio, donde se estacionaban camillas y
sillas de ruedas, que a su vez colindaba con las escalinatas que conducían
hacia los consultorios externos. Al lado derecho se situaban los dos ascensores
que llevaban a los pisos superiores.
Este
cuartito, cuando aún tenía puerta, era utilizado como lugar de descanso de los
médicos y otras veces para realizar consultas. Realmente, no se sabe a ciencia
cierta desde cuándo fue empleado para ambas cosas, que a decir de muchos no
estaba acondicionado ni para las consultas, ni para dormitorio médico, pero
aducían que los galenos muy pronto se apropiaron de este, a fin de darle el uso
que mejor les convenía.
Al
poco tiempo surgieron los rumores, decían primero que en este cuartito se
proporcionaban consultas médicas extras; es decir, consultas que no se anotaban
en el libro de emergencia; pero, algunos médicos se defendieron argumentando
que solo iban a descansar en la única cama que había, dizque para descanso del
paciente. Pero esta réplica resultó una pobre excusa, pues no podía ser
posible, porque los médicos que aparecían en los roles de guardia no eran
asiduos al cuartito. Entonces, las preguntas acerca del uso del cuartito de emergencia empezaron a
pulular.
Comenzaron
a narrarse historias de todo tipo y calibre por toda la emergencia primero y
luego por los pasillos que conducían a los consultorios externos; pronto
también subieron por los servicios de hospitalización tanto por las escaleras
como por los ascensores y por supuesto llegaron a oídos del director del
hospital.
¿Qué
se hacía dentro del cuartito si no eran consultas de emergencia? ¿Qué uso le
daban a este si no estaba un paciente en reposo transitorio, que era para lo
cual estaba destinado? ¿Acaso se urdía algo fuera de la ley? ¿Por qué su puerta
permanecía cerraba buena parte del día?
Corrían
las respuestas, sobre todo, las mal intencionadas. Entonces para acallar el
ruido de los chismes que ya se asemejaban al sonido de las abejas de un panal;
por un breve tiempo, la habitación dejó de ser utilizada. Así, por voluntad
propia, los asiduos asistentes le dieron algunas semanas de vacaciones al
pequeño ambiente. Solo las malas lenguas, en forma diligente, llenaron el vacío
del solitario aposento, pero estas se fueron perdiendo tal como llegaron,
encontrando el silencio a su paso y solo perduraron algunas miradas furtivas
que se perdían en él.
Pero,
como todo llega a su fin, la marea malhablada de los que no lo utilizaban pasó
y, tan pronto como se acallaron los rumores, el cuartito volvió a revivir. Poco
a poco retornaron los personajes a las antiguas andadas, otra vez la puerta de la
habitación empezó a permanecer cerrada con más brío y de nuevo fue saturado el
espacio externo de cotilleos. Pero, en esta ocasión fue más allá el comadreo.
Los médicos que lo utilizaban fueron identificados, con nombres y apellidos.
¡Horror de los horrores! ¡Estaban allí fulano, mengano, zutano y perencejo! El
doctor Juan Espinoza Gala, en su poema "Cuartito de emergencia", los
había identificado con pelos y señales. Todo el personal sonreía de forma
maliciosa al leer el escrito; pero el galeno, quizás por condescendencia
con sus colegas, solo decía lo justo, sin revelar el secreto que guardaba tal
aposento.
Además,
pronto serían las elecciones del Cuerpo Médico del hospital. Algunos desviaban
la atención con preguntas como: «¿Se
reunirán tal vez en el cuartito para hilar la nueva política de la directiva de
los galenos?» No parecía ser,
pero todo era posible. ¿Por qué, no?
En
el pasadizo, en los consultorios, en las salas de hospitalización el chismorreo
fue creciendo y hacían apuestas para dar con la respuesta acertada.
El
director del hospital, a fin de acabar con las habladurías emitió un memorando
que al día siguiente debía ser cumplido. Avendaño y Martínez fueron los
encargados. Nadie más sabía qué era lo que había decidido la autoridad máxima;
sin embargo, ellos al recibir la orden estaban llanos para acatarla. Muy
temprano, ambos se dirigieron con sus mochilas cargadas de herramientas hacia
el servicio de emergencia.
La
mañana del cinco de octubre, día de la Medicina peruana, se deslizó fría, las
nubes oscuras parecían molestas. Muchos mandiles blancos se habían congregado
en el hospital para la gran celebración. Los que entraban por la puerta de
urgencias pasaban por el cuartito mirando de soslayo con el rostro lleno de
preguntas para luego seguir su camino; mientras que las miradas atónitas del
personal de emergencia seguían los movimientos de los encargados que estaban
realizando el mandato.
La
consigna se hizo realidad. En pocos minutos, los trabajadores sacaron la puerta
de raíz. Luego, con esta, desmembrada y en hombros, cual procesión se la
llevaron. Una lluvia finita se desató cual lagrimitas suaves siguiendo el
cortejo de los que llevaban la puerta hacia la carpintería, para que allí se
muriera en un oscuro rincón. El traslado fue lento para asombro y pesar de los
consuetudinarios y para bienestar y alegría de los que chismorreaban con afán.
El
cuartito, desde entonces, empezó a lucir solo, abandonado, herido, con las
marcas de su puerta extraída. No más cuitas, no más consultas, no más
descansos.
Pero...
¿Qué sería lo que habría acontecido dentro del cuartito de emergencia? ¿Qué pecado se habría cometido en este,
para recibir tal castigo de parte del director del hospital?
Mientras,
las preguntas seguían flotando en el ahora sereno pasadizo de emergencia, un
duelo a medias se hizo en el brindis por el Día de la Medicina en el salón del
Cuerpo Médico. Al día siguiente las preguntas volvieron con más ímpetu a
pulular en todos los rincones del hospital. La curiosidad nata del personal
tenía que ser respondida de algún modo.
Los
tristemente célebres galenos que alguna vez ocuparon el famoso cuartito,
revoloteaban ahora por los diferentes ambientes del hospital añorando el
aposento perdido mientras susurraban suspirando: «¡Ah, qué mala fortuna!».
La
respuesta llegó demasiado pronto, a decir de muchos. Empezaron a colmar el
servicio de emergencia unas jóvenes muy bien vestidas con tacones altos. Venían
a cuentagotas pero permanecían al frente del cuartito sin atreverse a preguntar.
Parecían visitadoras médicas, pero la carencia de maletines imprescindibles en
ese tipo de personal hacía que uno se sorprendiera y se preguntara: ¿Quiénes
eran y qué buscaban las señoritas que miraban con aire de sorpresa el cuartito de emergencia cuya puerta
inexistente daba la apariencia de humildad y desamparo? Algunas se atrevían a
preguntar por el galeno de turno, pero al ver que no era ninguno conocido, se
marchaban. Otras preguntaban directamente por fulano, mengano, zutano y
perencejo. Pero ellos no se atrevían a acudir a la cita a expensas de todas las
miradas inquisitivas del personal.
¿Cómo
habían pasado desapercibidas antes? ¿Por dónde habían hecho su ingreso sin que
el personal se diera cuenta?
¡Ah,
si en ese tiempo hubiesen existido los celulares! Los galenos habrían advertido
a las señoritas en cuestión, para que no viniesen a guardar duelo por la puerta
desaparecida. Así, se habría protegido para siempre el secreto que atesoraba el
cuartito de emergencia.
El
personal supo que las susodichas entraban por la puerta principal del hospital,
no por la de emergencia. La puerta en cuestión estaba abierta desde las ocho de
la mañana hasta las ocho de la noche, las personas que pasaban dejaban atrás
los consultorios externos y una vez dentro no se podía saber el destino que tomaban,
se diluían por los linderos internos del hospital. Pero, esta vez, la presencia
estática de las damas venidas a cuentagotas y su espera inútil al frente del
cuartito logró dar rotundas respuestas que los galenos comprometidos no
pudieron rebatir. Por fin el secreto del famoso cuartito fue desvelado y por
supuesto, echado a correr de inmediato.
Los
galenos implicados suspiraban ahora: «¡Ah,
l'amour!», sin poder contener la tristeza que les ocasionaba
el haber perdido la reserva y calidez que les ofrecía la pieza para sus
encuentros amorosos, mientras que sus detractores sonreían maliciosamente con
aire de vencedores.
Pasaron
muchos meses para que el ambiente fuera habilitado. La puerta, por fin, se
encontró con sus tornillos y fue así, reivindicada. El cuartito de emergencia se convirtió entonces, en el nuevo
consultorio de ginecología. Sin duda iba a ser mudo testigo de otras
lides.
Actualmente,
si visitan el Hospital Santa Rosa en el distrito de Pueblo Libre encontrarán el
cuartito de emergencia convertido en
el consultorio de medicina. Su espacio contiene una camilla, escritorio y una
vitrina con todo lo necesario para la consulta médica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario