viernes, 27 de septiembre de 2013

El jardín medicinal: Un misterio en el bosque

Mizards Seta



He corrido lentamente en la brisa primaveral y escuchado las historias de cada uno de los hijos de las tierras de diferentes nombres que forman a este redondo planeta. Historias de sus hijos grandes, pequeños y medianos. Muchos pensando qué habrá más allá, preguntándome, sobre lo que veo a lo largo y ancho de la tierra.     

Esta mañana me recuerda un hecho misterioso ocurrido en los bosques de la región donde se encuentra el Jardín Medicinal, escuchen con atención. 

Un golpeteo desesperado en los vidrios de la ventana de la cocina logró arrancar a Bonachón de sus dulces sueños. Con pereza y sin apuro se dirigió a la ventana y la empujó, abuelita María siempre la dejaba junta.

- ¿Qué ocurre Degiñ? -preguntó bostezando.

- ¡Tany te llama urgente!, ¡pasó algo horrible, horrible! -decía la torcaza mientras volaba a toda velocidad al bosque de los Búhos Sabios. 

Bonachón se desperezó completamente y corrió a toda la velocidad que sus patas cortas y su panza le hacían posible, ese bosque estaba lejos oculto en medio de la cordillera, no podía creer la capacidad de la torcaza, acababa de llegar y se devolvía sin descanso.

El gato corría pensando tener pocas opciones de llegar en menos de una semana, tiempo de ausencia de Tany desde su partida al parque nacional donde habitaban los Búhos Sabios, cuando un peuco lo elevó por los aires.

- Lo siento, esto es urgente y por tus medios no llegarás en un mes.

- Supongo que debo agradecer la ayuda -dijo Bonachón- ¿qué ocurrió?, Degiñ no me dio detalles.

- Cuando lleguemos, Tany te pondrá al tanto.

Aquella espesura era un lugar oscuro, incluso en medio de un día de primavera los rayos del sol no lograban  ingresar con libertad, la luz en su interior permanecía tenue, el aire era aromático y siempre húmedo, al menos para el gusto del gato se trataba de un ambiente demasiado frío. Bonachón no abrió los ojos hasta sentir tierra bajo sus patas, o su estomago se vaciaría completamente, a pesar de no haber desayunado.

- Gracias por venir tan pronto –escuchó la voz de Tany.

- De nada, no lo habría conseguido sin la ayuda de…

- Parabuteo… pero prefiero...Teo...capitán Teo.

- Totalmente de acuerdo –respondió Bonachón recibiendo la pesada pata de Tany sobre su cola– ¡auch!... ha pasado mucho tiempo desde la última vez, está más helado que de costumbre, ¿se murió alguien?  –dijo Bonachón acariciando su colita.

- Es cierto el comentario sobre los gatos –dijo Teo– tienen un ojo en este mundo y uno en el otro.

- Y este más que cualquier otro de los suyos, a pesar de no tomarse con la seriedad del caso su don –habló una gigantesca búho desde una rama.

- Sabia Machi –dijeron todos los presentes con reverencia. 

- Dejen de lado las  formalidades, basta con que nos llamen por nuestros nombres a todos. Bonachón, estás más gordo y más grande que la última vez que te vi. El viento cuenta el buen meico que eres ya.

- Gracias, aprendo todos los días algo nuevo con abuelita María -respondió con humildad el gato.

- Eso es bueno, debes aprovechar el tiempo, el paso de María por este mundo se acorta… ve con Tany, necesitamos de tus otras habilidades, la cuales no te gusta ocupar.

Bonachón respetaba a esa búho, como no, si era la guía espiritual de la región comprendida entre el río Mapocho y el río Cachapoal, pero la forma como decía las cosas y miraba todo le ponían los pelos de punta. 

Caminó siguiendo a Tany hasta uno de los alerces más viejos ubicado en el corazón del bosque donde tenían sus moradas los tres búhos sabios y sus familias.  Trepó hasta el centro del alto árbol guiado por su  olfato, el cual lo llevo al cadáver de una búho hembra, bien conservado por la baja temperatura reinante en el lugar, esta yacía en el piso del nido tendida pico abajo. Bonachón calculó el tiempo de muerte en algo de siete días en esas condiciones ambientales. Había un sentido propio de los gatos que a Bonachón no le gustaba usar, como decía Machi, este le permitía ver la vida cuando se iba, dejando un rastro cada día menos notorio mientras se apagaba y aun cuando los huesos se convertían en polvo se podía ver algunos rastros casi imperceptibles, pero solo para ojos agudos como los de él. Y era cierto veía más de una vida alejándose y con poco espacio de tiempo entre ellas.
Tany lo esperaba al pie del alerce para relatarle sus averiguaciones hasta entonces y no era mucho. Hacía una semana había sido llamada por Machi y con la ayuda de un cóndor de buena voluntad logró llegar al atardecer del mismo día, quien también la ayudó a llegar al nido permitiéndole observarlo de cerca. De acuerdo a lo informado por los peucos guardianes habían resguardado la zona desde que recibieron la noticia y todo estaba exactamente como cuando encontraron a la víctima Centella.

A Bonachón siempre le impresionaba la cantidad de guardianes existentes en aquel bosque, y como eran escasos en tantos lugares donde realmente eran necesarios, siempre miraban en menos a aquellos que se iban a servir lejos para proteger a los inocentes, tal como decía el juramento hecho por todos ellos ante la madre Tierra y el padre Sol y, sin embargo, aquí estaban: tenían un búho muerto, perteneciente al Consejo de Sabios, no tenían grandes luces de lo ocurrido y debieron llamar a Tany una guardiana de los necesitados, eso debió dolerles en lo más profundo de su orgullo.

- ¿Me estás escuchando? –preguntó Tany al ver a Bonachón con la vista perdida en el follaje.

- Sí, encontraron a Centella y no tocaron nada… y, o no tienen idea de lo sucedido o tienen algunas hipótesis muy disparatadas, por eso te llamaron, aún así no entiendo qué hago yo aquí, solo soy un meico.

- La primera hipótesis del capitán de los peucos es que fue una mala caída, la segunda hipótesis de uno de los sargentos es un ataque de un cazador furtivo humano durante el día, y la tercera hipótesis es de Machi cuya opinión es "algo huele muy, mal y no es el cadáver", por eso me mandó buscar.

- Y tu hipótesis ¿cuál es? -pregunto Bonachón.

- Murió de un golpe en la cabeza -respondió Tany- En la comisaria los guarda-parques informaron haber encontrado rastros de cazadores furtivos este mes en el parque nacional, los persiguieron por toda la zona, pero ya llevaban unos días sin encontrar pistas antes de mi viaje, tal vez ya se fueron. Este pudo ser su último ataque de la temporada y calcularon mal el golpe. Interrogué a los búhos sabios y sus familias con el permiso del consejero Taita, con el reparo del capitán de los guardianes del bosque, al observar el nido puedo decir que fue robado y eso no es obra de un cazador furtivo, a los humanos no les interesan plumas, ni semillas de adorno aunque sean difíciles de encontrar o herencia de rancias generaciones, el asesino vive en el viejo alerce, esa es mi hipótesis.

- Un búho de cualquier clase es más valioso vivo para un cazador furtivo, en eso no hay duda.

- Exacto, Bonachón, aunque los peucos quieran echar la culpa a los humanos y dejar esto sin resolver, este fue un asesinato y el culpable vive en el viejo alerce, por eso estás aquí, te necesito para encontrar al culpable, la ley es la ley y todos somos iguales ante ella, el asesino debe pagar por su crimen y tus ojos son muy agudos cuando quieres.

- En ese caso cuéntame ¿Cuáles son los actores de esta tragedia? –preguntó resignado el gato– cuéntame lo interesante de la naturaleza de sus espíritus.

- Son los Búhos del Consejo de Sabios: Taita es un tucúquere, vive junto a su familia en la rama más alta del alerce, es el presidente del Concilio.  Es reservado y de pocas palabras, amante hasta la exageración de las tradiciones. Su esposa es Machi, es la guía espiritual de la región, tiene grandes conocimientos curativos, sus ojos al igual que los tuyos son agudos, es a quien mejor conoces, ella te reconoció como único meico animal nacido en las ultimas cien generaciones, es de buen carácter, sensata, de una gran inteligencia, una mejor conversadora y conocedora de la naturaleza de los espíritus de los hijos de la tierra,  sus descendientes están desperdigados en los bosques de sur a norte y su ultima nidada aún no empolla. Centella,  la víctima, era una búho del tipo cocón, heredó el puesto en el Consejo hace un año tras la abdicación de su madre, pero aún no tenía acceso a todo el poder del cargo, era de carácter caprichoso, vanidosa y a muchos le era muy antipática, la mayoría de los habitantes del alerce piensan que fue una mala elección para el Consejo. Los rumores dicen que su hermano mayor era el mejor para el cargo en reemplazo de su madre, el padre de ambos comparte esta opinión. La víctima  se casó con un búho tipo nuco proveniente de las lagunas del valle, hasta ahora parece un esposo muy doliente, se casaron al poco tiempo de la muerte de la ex consejera sin respetar el tiempo de luto tradicional, su nido como es de esperarse en la unión de tipos diferentes sigue vacío.

- Obviamente una unión así hará que el poder de la familia en el Consejo se pierda y sea restaurado a alguna de las familias descendientes de otros consejeros que habitan en el viejo alerce -opinó Bonachón.

- De una pareja de búhos cocón que vive en el alerce descendientes de antiguos consejeros, de carácter alegre, sencillo, franco, amigos de los amigos, si tú me entiendes. Me relataron que  la señora era muy buena amiga de Centella, a pesar de que su hijo mayor estaba comprometido con la víctima y esta lo abandonó públicamente con un escándalo muy vergonzoso. Según me dijeron, la relación de amistad entre ellas continuó, sus otros hijos están desperdigados por los bosques de la región.

Otra de las habitantes del viejo alerce, también descendiente de viejos consejeros, es un búho tipo nuco, joven y hermosa, competían con Centella en vanidad, aún así se declaró amiga de la víctima. Está casada con otro nuco, un padre ejemplar dedicado completamente a su familia, el cual está o estaba en desacuerdo con dicha relación.

El consejero Matusalén es de tipo chuncho, el más anciano del Consejo, quedó viudo antes de que nosotros llegáramos a la región y no volvió a tomar esposa. No es muy amistoso y sí muy gruñón, decidió dejar a su hija mayor Visionaria en su reemplazo, la joven relevara a su padre la próxima primavera, pero no se ve muy entusiasmada con el hecho, también era muy amiga de Centella.

- Vaya fauna, ¿me acompañarías a entrevistar  a los posibles sospechosos?

- Sí, ¿a quienes veremos?

- A todos.

Al pie del más anciano alerce del bosque podían verse reunidos todos sus habitantes ante la atenta vigilancia de los peucos, quienes consideraban aquello una afrenta a los Búhos Sabios, pero Taita accedió a la petición de aquel gato rechoncho y todos estaban presentes sin excepción. 

Las declaraciones de los Búhos Sabios y sus familias fueron las siguientes: 

La joven Visionaria fue la primera en darse cuenta de lo sucedido, declaró haber visto a Centella tendida en el piso del nido pico abajo, le cogió la pata para sentir su pulso, pero estaba fría y rígida. Cubriendo su cabeza, llevaba su adorno de plumas ceremonial favorito y a su costado había una de esas piedras que lanzan con hondas los humanos.  Se observaba un gran desorden haciendo suponer la falta de cosas en el lugar, tal vez sus joyas. El esposo de la víctima, tras ser avisado, llegó gritando como desesperado “¡mi esposa!, ¡mi esposa!”, sin embargo, la joven Visionaria impidió cualquier acercamiento al cuerpo hasta la llegada de los guardianes.

Una de las testigos habló entre sollozos, dijo que se le heló la sangre al ver a Centella tirada en el piso.  En primera instancia la creyó desmayada, pero la joven Visionaria fue quien se dio cuenta de que estaba muerta y le pidió buscara a los  guardianes, así hizo. Centella era una joven tan llena de vida, tan hermosa, pero tan perdida, era difícil pensar que era parte de los Búhos Sabios, ella la quería tanto, dijo otra de las testigos.

El capitán de los guardianes dijo que en la escena del crimen pudo ver una piedra de onda de esas usadas por los humanos, y de acuerdo a declaración del esposo faltaban de algunas joyas valiosas como plumas y semillas pertenecientes a Centella.  Pensaron en primera instancia en un cazador furtivo y luego un robo, pero ¿quién se atrevería a robar a los Búhos Sabios?

- ¿Alguno de sus guardianes alteró la escena del crimen? –preguntó Bonachón. 

- Ninguno,  ¿a qué viene ese insulto? -preguntó airado el capitán de los guardianes.

- El adorno de plumas no estaba en la cabeza de Centella  como lo señaló la joven Visionaria, estaba a su lado cuando revisé el nido y la piedra "supuesta arma asesina" no estaba en el lugar -respondió con tranquilidad el gato.

- No fue ninguno de los míos, a lo mejor alguno de los otros que estuvieron en la escena del crimen, un perro ahí arriba puede hacer mil desastres –un gruñido poco agradable se sintió, pero la conversación quedó allí.

- No preguntaré donde estaban los cientos de guardianes de este bosque mientras se producía el crimen, ni como ninguno escuchó, ni vio nada -dijo con insidia Bonachón dejando callado al capitán y a todos los guardianes presentes.

El consejero Taita habló pausadamente como era su costumbre. Según su declaración, al escuchar los gritos llegó al lugar de los hechos y pidió a las damas se retiraran quedándose en una rama al costado del lugar en espera de la llegada de los guardianes, le era difícil ver a una consejera tan joven muerta, la verdad le dolía mucho haber perdido dos vidas jóvenes en tan corto periodo.

- ¿Hubo otra muerte? –pregunto Tany sorprendida- ¿por qué no me informaron? 

- Sí, un día antes de Centella, la joven Lluvia, pero solo era nuestra sirvienta, fue alcanzada por la piedra de una onda, su esposo fue capturado unos días antes por cazadores furtivos. Malditos humanos, su nidada completa se perdió, su cuerpo  estaba en su nido como es la tradición esperando al último huevo enfriarse para cerrar el hogar junto a sus hijos.

- ¿Dónde estaba el nido de la joven madre? –preguntó Bonachón.

- En las ramas bajas de este mismo alerce –respondió Taita– esa es la tradición para quienes atienden al Consejo.

Machi dijo que le pidieron dictaminar la hora de defunción. De acuerdo a su experiencia, la temperatura de la pata y la rigidez de las alas, había muerto hacía menos horas de las supuestas. Según le relataron los guardianes, el deceso se produjo poco después del anochecer, pero encontró algo inesperado.

- Algo que nadie esperaba –afirmó Bonachón.

- Cierto pequeño, nadie lo esperaba –respondió con cierta tristeza Machi.

El hermano de la víctima dijo sin tapujos que no hablaba con su hermana desde la muerte de su madre, sin embargo, esperaba se hiciera justicia y definitivamente ese aprovechador de chicas incautas y soñadoras pagará el precio de su perfidia, estaba convencido de que el esposo de su hermana era el culpable.

El esposo de la occisa declaró entre sollozos inconsolables: "jamás le habría hecho daño a mi amada esposa y ni siquiera estaba en las cercanías". Según contó, fue a ver una meica recomendada por su abuela en la cordillera quien los ayudaría a llenar el nido y acabar con las habladurías. Comentario sospechoso para todos los presentes.

El consejero Matusalén dijo sin ningún tapujo: "Centella  era una caprichosa, gustaba de jugar con los sentimientos de los búhos jóvenes y viejos, y disfrutaba de burlarse de las jóvenes y viejas búhas."  Él dudaba que tuviera una verdadera amiga en todo el bosque.

El ex prometido declaró con convicción a toda prueba estar a la espera de casarse con ella: "pobrecilla, no era feliz casada con aquel fuereño y cuando aceptara ese hecho acudiría en su busca y él la cuidaría por siempre".

Después de agradecer la buena disposición de cada uno de los testigos, Bonachón y Tany se retiraron a la orilla de un riachuelo para aprovechar los rayos del sol del medio día, ambos echaban de menos esa calidez. 

- No deja de ser impresionante,  son los grandes Búhos Sabios y tienen las mismas debilidades de a quienes guían y a quienes juzgan, o más agravadas –dijo pensativo Bonachón.

- Calla esa boca – dijo Tany– si un peuco te escucha te hará pasar un mal rato.  

- Está bien, dediquémonos a los hechos -respondió pensativo Bonachón. 

- Bueno, los hechos son: Centella murió hace una semana, un día antes  murió Lluvia, su esposo fue capturado por cazadores furtivos y la nidada de ambos murió a los pocos días -dijo Tany iniciando el recuento.

- Entiendo las tradiciones, pero deben y pueden ser cambiadas, pobres pequeños –dijo Bonachón disgustado, pensando en su propia historia, casi había muerto siendo un cachorro porque la tradición decía que los gatos negros eran de mala suerte– aún no entienden por qué no nacieron, pasarán generaciones antes que se resignen a que su vida les fue negada sin razón vagaran por este bosque haciéndolo más helado de lo que ya es, las tradiciones arcaicas de los Búhos Sabios lo mantienen así.

- Bonachón, concéntrate. 

- Te escucho.

- En todo el bosque no eran más de cuatro los búhos que apreciaban a Centella.

- Te equivocas, Centella había hecho daño de alguna manera a todos los búhos entrevistados, y no me extrañaría diera más de algún mal rato a guardianes y sirvientes. El único aprecio real lo recibía de su ex prometido, te aseguro, en las alas de esa caprichosa no era más que un cachorro pequeño, simpático y crédulo, es el único sincero al lamentar su muerte. 

- Entonces puede ser cualquiera de los demás.

- No lo creo, este es un cuento mal contado, faltan piezas -dijo Bonachón pensativo. 

- El robo de sus joyas –respondió Tany– el cambio de posición de su adorno de plumas ceremonial.

- La muerte de la joven sirvienta y su nidada, ¿cómo no consideraron importante informar? ¿solo por ser una sirvienta? –continuó Bonachón enfadado– la piedra de honda desaparecida, las dudas de Machi respecto del tiempo de muerte.

- ¿Y lo inesperado? –dijo Tany– ¿puedo saber qué vieron ustedes?

-  Lo obvio, Centella pronto pondría una nidada, aun muerta el rastro de vida floreciente era fuerte.

- Entonces tenemos a nuestro asesino, el doliente esposo, se supo engañado y terminó con la vida de la traidora –dijo Tany levantándose con decisión para ir en busca del criminal.

- No, la víctima y su esposo planearon obtener hijos a cualquier costo, su búsqueda de una meica inexistente no pasó de ser una explicación para la “mágica” aparición de una nidada imposible.

- No entiendo.

- Llama a Taita, Matusalén y Machi, yo tengo algo pendiente y vuelvo.

Cuando Bonachón volvió al anochecer no solo encontró a quienes había llamado, estaban todos los habitantes del viejo alerce, por alguna razón no le pareció extraño, pero sí le era una situación muy difícil.  

- Una de las cosas que he aprendido de abuelita María –dijo Bonachón mientras a orillas del riachuelo se veía levantar la luna– es la imposibilidad de un suceso sin testigos, muchas veces el testigo potencial no da importancia a lo visto, no relaciona lo observado con los hechos acontecidos o simplemente no quiere verse involucrado.

- Nosotros interrogamos a todos los habitantes del gran alerce –reclamó el capitán de los peucos.

- Pero no se entrevistó a ninguno de los otros habitantes del bosque –respondió Tany – sorprendiéndose de que no se realizara algo tan sencillo, obvio y protocolar para la acción policiaca.

- Un conejo, cuyo nombre conservaremos en secreto, vio a Centella alejarse de su nido al caer la noche, poco antes de la llegada de sus "amigas" de los miércoles, seguido de algunos gritos y poco después a los guardianes.  Una degu muy asustada me contó que Centella siempre llegaba después de sus amigas a la reunión de los miércoles, momentos aprovechados por ellas para hablar pestes de su anfitriona -relató el gato.

Las palabras de Bonachón fueron escuchadas y causaron oleadas de murmullos, acallados por Machi.

- Aún no escucho alguna mentira, guardemos la compostura así que escuchemos a Bonachón –dijo con voz fuerte Machi.

- Un chungungo muy despistado me contó de las noches de los miércoles, cuando  veía reunirse en la otra orilla del río a una cocón joven con un Tucúquere de gran tamaño. Le llamaba la atención no solo por las edades, sino también porque dos tipos de búhos diferentes no se relacionan de esa forma y, además, había visto a la misma búho encontrarse en otros días con un cocón y un nuco jóvenes como ella, incluso con un chuncho viejo y con una cocón joven, y un día la vio con tres búhos hembras con quienes sostenía una acalorada discusión. Parecía tener gustos variados y todas sus noches muy ocupadas, de acuerdo al testigo, pero los machos eran los únicos que llegaban con regalos, era algo interesante de ver mientras descansaba del trabajo diario.  Una lora tricahue amablemente me habló de dos cosas interesantes, su bandada fue atacada por cazadores furtivos en esa misma zona y quedaron muchas piedras de hondas desperdigadas.  Los guardianes del bosque no les prestaron ninguna ayuda, solo los guarda parques llegaron al lugar, ahuyentaron a los ladrones y socorrieron a su bandada, pero aun así debieron lamentar el robo de los más jóvenes y la muerte de algunos de los más viejos al intentar defender las nidadas.

- Eso es vergonzoso  -gruñó Tany– de qué sirven tantos guardianes para un alerce si olvidan sus obligaciones con el bosque.

- ¡Proteger a los Búhos Sabios es nuestro deber! –gritó el capitán de los peucos lanzándose sobre Tany.

- Nuestro deber es defender al indefenso velando por el cumplimiento de la ley en la región asignada –gruñó Tany devolviendo el ataque del peuco quien quedó con la cabeza clavada en la arenilla de la rivera.

- ¡Basta! –gritó Taita– Tany tiene razón, estos hechos son vergonzosos para todos nosotros.

- Y lo será mucho más –comento Machi con su serenidad característica– dejen de discutir y terminemos con esto luego, cuando el sol salga un juicio deberá llevarse a cabo.

- La lora tricahue conoció a cada uno de los Búhos Sabios cuando participó de la celebración del equinoccio de primavera y ella, como todos los  suyos, tiene excelente memoria. Centella tuvo una dura discusión con otro Búho Sabio en dos oportunidades y  durante  la segunda el macho la amenazó de muerte al conocer su estado, pronto tendría una nidada… y está dispuesta a testificar frente al Consejo.

- Antes de su testimonio, según tus averiguaciones ¿cuáles fueron los hechos de esta historia? –solicitó Matusalén.

- De acuerdo a las investigaciones –dijo Bonachón con una seriedad poco común en él– Centella gustaba de jugar con los sentimientos de los machos jóvenes y viejos. Como usted mismo aseguro, se burlaba en la cara de sus "amigas" contándole sus andanzas, sin embargo, tenía un problema, no podía retener el poder de la familia en el Consejo, necesitaba con desesperación una nidada antes del fin de otra primavera. La joven Lluvia fue testigo de cómo su señor traicionaba a su señora y amenazó a Centella con revelar sus andanzas si no dejaba a su señor haciendo  público en el Consejo esta relación, al menos eso creo. Centella contó a Taita –ante estas palabras los rumores inundaron el lugar– quien consideró que la lealtad de su sirvienta era mayor a su esposa, no tenía como obligarla a callar y aprovechó las circunstancias del ataque a la bandada de tricahues. Tomó una de las piedras, para su envergadura no fue difícil, y la llevó con él. Fue al nido de Lluvia a tratar de convencerla de callar  y ella posiblemente se negó, posiblemente trató de convencerlo de cortar aquella relación contándole de las otras relaciones de Centella, incluso pudo conocer el secreto de la pronta nidada, tal vez el padre fuera el ex prometido.  Taita descargó su rabia con la piedra sobre la cabeza de la desdichada cocón sin importarle que sus huevos morirían, al cabo era solo una sirvienta –las miradas se posaron sobre Taita quien permaneció en silencio.

- Fue a su reunión de los miércoles con Centella al otro lado del rio donde se encontraron para  saber si había “resuelto el problema”. Cuando se encontraron Taita le reclamó y pidió explicaciones, pero ella no daba cuentas y lo amenazó con dejarlo y contarle a Machi.  Esa fue la discusión relatada por la tricahue, entonces pensó en terminar con aquel desliz, quebrantado todas las tradiciones tan apreciadas y seguidas con pasión por décadas. 

Estaba al corriente de la llegada de las “amigas” de su amante a medianoche del miércoles para esa reunión tan particular casi masoquista. Creo que su plan fue hacer pensar a todos que la muerte de Centella se produjo antes de la hora en que usted desaparecía todos los miércoles tomó el cuerpo de la sirvienta muerta, cocón de la misma edad y estatura de Centella, cubrió su cabeza con el adorno de plumas recogió todas las joyas, pruebas que lo podían comprometer. Contó con que el miedo natural frente a tal espectáculo alejaría a las señoras del cuerpo, pero no tuvo suerte, la joven  Visionaria protegió el lugar del homicidio pensando en la investigación del hecho, parece ser una gran conocedora de los protocolos de investigación policiaca.

Al traer el cuerpo de  Centella olvidó el arma del homicidio en su lugar de encuentro. pero se encontró con que las señoras no había abandonado el lugar y debió ocultarse, al escuchar tanto escándalo aumentado con la llegada del doliente esposo, aprovecho el revuelo para hacer su aparición y solicitar la salida de todos del nido para dejar espacio para que los guardianes hicieran su investigación. Rápidamente devolvió el cuerpo de la sirvienta a su hogar con sus hijos muertos y colocó a Centella en la misma posición, pero olvidó el adorno de plumas dejándolo al lado de su cabeza y no sobre ella.

¿Me he equivocado en algo?

- No se ha equivocado en nada el meico, ni mi querida esposa en llamarlo, todo sucedió de la forma descrita con más o menos detalles. Machi no te mereces lo que te hice y no hay forma de disculparme, tú tenias sospechas y no confiabas en la diligencia de los guardianes de este bosque para buscar la verdad sin importar las consecuencias, por eso llamaste a Tany y a Bonachón, te felicito.

Aunque cueste creerlo no es absurdo en un viejo como yo, preparándose para su abdicación aplazada por los últimos cincuenta años por temor a envejecer, enamorarse de una joven hermosa, halagadora e insinuante. Sucede cada día, no deseaba dejar el poder y el amor que me declaraba me hacía sentir joven otra vez, capaz de ser el jefe del Consejo por cien años más, ella se convirtió en mi obsesión. Casi me volví loco al verla casada, pero saber que yo no era su único amante me superó, saberla lista para colocar una nidada hizo crecer demasiado mis celos, la  preferí muerta antes de escuchar ese invento de una meico de la cordillera logrando lo imposible.

- Lo insoportable para ti fue darte cuenta que eres igual a los demás, ver tan claramente que tu superioridad ética y moral eran inexistentes. Yo no llamé a Tany y a Bonachón porque no confiara en los guardianes, lo hice por mi terror a tener razón y ninguna prueba, o que solo fuera ilusiones producto de mi despecho.

- Ahora este consejo tiene, como bien dijo Tany -habló Matusalén con pesar- un deber y es defender al indefenso y vigilar el cumplimento de la ley en la región asignada a nuestro cuidado. Nosotros nos endiosamos olvidando nuestras responsabilidades y no vimos las necesidades de quienes juramos proteger. Por eso hoy la ley será aplicada con todo su rigor sin importar quién sea el culpable en cuanto el sol nazca tras la cordillera.



Tucúquere, ave nocturna, de plumaje rayado. Vive en Sudamérica, desde Tierra del Fuego hasta el centro de Perú, incluyendo el oeste de Bolivia, Argentina y en la mayor parte del territorio de Chile. Anida en laderas de quebradas o en nidos abandonados de Peuco (Parabuteo unicinctus). Su peso varía entre los 650 g hasta 1 kg.  Su característica principal son las plumas o "penachos" que tiene en la cabeza, los que asemejan orejas o cuernos.

Cocón: se distribuye de Santiago a Tierra del Fuego. Mide 38cm. Cabeza negra, cara con disco facial café bordeado de negro. Dorso negro parduzco con estrías transversales amarillento suave. Garganta blanquecina; collar acanelado en el cuello. Pecho similar al dorso, pero de tono más claro y aclarando más hacia el abdomen en donde la barras son de color blanco sucio. Primarias, flancos sub-alares y cola acaneladas. Patas con clazones ocres. Ojos pardos.

Nuco: rapaz nocturno con mayor actividad diurna. Habita en áreas abiertas, zonas herbáceas sin trabajar, marismas, cultivos, brezales y, sobre todo, en marjales costeros. Se caracteriza por tener mechones en la parte superior de la cabeza muy pequeños y normalmente ocultos, un anillo negro que enmarca cada ojo. Las alas están surcadas por una franja de color crema que parte del tronco del animal (por la cara dorsal), y tienen la punta negra. El vientre es blanco, con menos rayas oscuras que en otros búhos afines.
Habita en todos los continentes excepto en la Antártida y Australia.  Es migradora, desplazándose hacia áreas más templadas en invierno.
Chuncho: Búho de unos 20 cm, que en Chile vive desde Tarapacá hasta la Tierra del Fuego. Aunque su hábitat natural son los bosques y la cordillera hasta los dos mil metros, no desdeña las zonas pobladas en busca de roedores. 

lunes, 23 de septiembre de 2013

Trabajadores

Víctor Mondragón


Era la hora pico, siete de la noche, bajo la penumbra de un nublado atardecer en la ciudad de Lima, primeros años de la década de mil novecientos noventa, en un paradero lleno de  vendedores ambulantes,  entre motores, bocinazos y música chicha, un microbús se aleja a toda prisa mientras Javier corre para recoger unos céntimos por sus servicios.

-¡Choro (1), choro! –gritaba la gente aglomerada en aquella esquina, una anciana acusó   a Javier de  haberle  robado su monedero.

-No he sido yo señora, soy inocente, no he sido yo –repetía el acusado tras ser  reducido por varios transeúntes; instantes después fue  llevado a la comisaría del sector.

El imputado,  frente amplia, apacibles ojos negros, mestizo pequeño, pelo hirsuto y carácter voluntarioso, confiaba en que la verdad se abriría paso, luego de dos horas de detención fue llevado al despacho de un oficial de la policía.

-¡Nombre, ocupación!... –gritó el oficial mientras un subalterno hacía esfuerzos para escribir en una vieja máquina, viejísima.

-Mi nombre es Javier González Escudero, soy un trabajador honrado –dijo el detenido.

-Usted está coludido con otros ladrones que me sustrajeron el monedero –repetía la acusadora.

-Yo corrí para recoger diez céntimos por mis servicios, hace años que trabajo en esa esquina, soy datero –argumentó Javier.

-¡Diga en qué consiste su trabajo! –exclamó el oficial en tono autoritario.

En las horas pico doy información a las líneas de microbuses, canto tres números que significan cuantos minutos llevan adelante los tres últimos microbuses de la misma ruta, también si están  full o misias (2) de pasajeros o si hay policías adelante –dijo el trabajador informal.

A continuación  mostró un trozo de triplay con papeles  donde registraba anotaciones de la actividad vehicular de aquel día y añadió que solo quería trabajar honradamente. La autoridad no encontró pruebas en su contra, le pareció ingenioso el perfil  de un dinámico administrador de base de datos de transporte vehicular y tras otra hora de espera el detenido fue liberado.

Había sido un mal día para Javier, deambuló por las calles cabizbajo, con las manos en los bolsillos, pensaba que un perverso destino  le empujaba a convivir con la miseria, esa noche regresó a casa con solo ocho soles, un buen día era cuando conseguía más de veinte.

-Pronto me superaré y tendré mi negocio propio –pensaba Javier, hacía meses que estaba ahorrando para el mejor proyecto de su vida. De siete a ocho de la mañana y de seis a ocho de la noche trabajaba como datero y  en las horas restantes lavaba y cuidaba coches en los aparcamientos de San Isidro, distrito de gente pudiente.

-Gracias por acompañarme si me ven solo ya fui –dijo Gerardo Delgado Parco. 

Era la mañana siguiente,  Javier lo había acompañado a Tacora, lugar de  reventa de objetos de dudosa procedencia.

-Ahora si soy empresario, yo mismo soy –repetía Gerardo.

Los amigos de infancia detuvieron un taxi e introdujeron una extraña bombona conectada  a un sifón y una  máquina de fierro;  los pasajeros eran muy celosos en cuestiones metálicas y regatearon largo rato con el conductor. Tras descargar los extraños bienes en un corralón en el Rímac,  Javier se despidió  pues debía ir a trabajar.

-Debo llegar temprano, si no, me quitan la calle, hay otros desocupados que puede caer en cualquier momento –pensaba el afanoso trabajador.

Hacía semanas que un sujeto desconocido  quería usurpar la calle donde Javier venía trabajando por más de cinco años,  realmente en caso de llegar tarde, cualquier desempleado utilizaría la calle para ofrecer sus servicios, esa era la ley -el que se fue a Barranco perdió su banco.

Esa misma mañana, Cristina, mujer de  maneras tiernas, cutis diáfano, ojos negros,   cuarenta años muy bien escondidos, conviviente de Javier poseedora de un cuerpo bien equipado para la vida, se probaba una minifalda para mejor lucir  sus argumentos; solía levantarse  muy temprano y hacer la limpieza del hogar, en su casa había tal orden y modestia que inducían al respeto de cualquiera; desde las siete de la mañana ayudaba en la cocina popular del barrio, con eso obtenía el derecho de que su hijo  desayunara  y almorzara gratuitamente; era ya las diez de la mañana, cogió un microbús y se dirigió al mercado Central.

-¡Pasen y  vean, remate, calidad! –gritaban dos vendedores ambulantes en las inmediaciones del mercado Central mientras Cristina hacía las veces de compradora.

-Qué lindo me queda  –dijo Cristina mientras simulaba probarse una prenda.
 
 
Esa escena la repetía diversas veces para atraer a los indecisos y desinhibir a los posibles compradores; de sus años de juventud, le quedaba su perfil y su larga cabellera, lo que le faltaba en vestidos lujosos le sobraba en porte y decisión, sus vecinas le decían que trabajaba como gancho mientras ella respondía que era comisionista; cerca de la una de la tarde  enmendó su maquillaje y  enrumbó hacia el  centro de la ciudad para empalmar con otra labor.   

-Hola guapo, tenemos arroz con pato, cebiche y carapulca –repetía Cristina. La mujer seducía a los oficinistas de la zona invitándoles a entrar a cierto restaurante -para los vendedores todos los compradores son guapos-, una vez más sus bien formadas piernas eran su mejor atractivo; por sus servicios de jaladora le pagaban una propina aunque ella decía en el barrio que era impulsadora de ventas. Esa misma tarde la esforzada mujer llegó al barrio con numerosas bandejas -esas donde se vende comida ambulante-, sabía  que superados  los cuarenta años su cuerpo reflejaría  el paso del tiempo; desde antes planeaba vender comida en la vía pública, los años de experiencia en la cocina del barrio pronto darían sus frutos, tenía buena sazón para la comida criolla, el tiempo  pasaba y sabía que pronto sus piernas dejarían de ser argumentos válidos.

-La gente ya está en la cancha –gritaba un vecino mientras  golpeaba la puerta de Javier.

Por fin era domingo, día soleado, muy temprano Javier y sus amigos solían jugar fulbito usurpando una pista  de poco tránsito vehicular, sin que nadie reprimiera sus obscenidades; era todo un arte esquivar simultáneamente a los rivales y a los vehículos, hacer paredes o autopases con el borde de la vereda o con paredes de las casas y proferir palabras soeces más fuertes que los oponentes -la más suave era una mentada de madre-, para diferenciarse, uno de los  equipos jugaba con el torso desnudo dejando ver  las huellas de un pasado lleno de cicatrices y tatuajes. A las diez de la mañana, sudorosos y cansados, se sentaron al borde de la vereda, juntaron unas monedas y compraron algo para beber.

-Toma, trae dos chelas (3) bien Pol-ay Campos (4) –dijo Gerardo mientras extraía un bien doblado billete bajo su media de fútbol.

Había llegado el momento de compartir bacterias, virus y demás, quizás una forma singular de vacunación,  pero eso sí, un compartir con todas las consecuencias, uno a uno se fueron  sirviendo del mismo vaso.

-Tengo chamba (5), anímense, pongo la  merca (6) y  los triciclos –repetía Gerardo.

-¿A quién hay que matar, señor Pendavis? –preguntó un mozalbete,  nuevo vecino del barrio.

Hacía años que Gerardo invitaba las cervezas y aprovechaba para narrar sus proezas y seducir a tanto ayayero (7) que pululaba por allí, era el único del barrio al que llamaban señor, palabra devaluada y vendida al mejor postor. Años atrás el susodicho dijo ser empresario y mejor señor aun, por sus negocios informales le llamaban señor Pendavis (8), sujeto más dado a las actividades ilícitas que al sudor de su trabajo, en sus éxitos habían colaborado su astucia, su carencia de escrúpulos y su conchudez por eso le quedó aquel apodo para la posteridad, tenía el hábito de simular que era alguien para que sus vecinos no descubran que era nadie.

-La gaseosa la entrego  a veinticinco céntimos, la venden a cincuenta y la ganancia es japa-naja (9) –repetía  Gerardo.

En aquel solar, mejor dicho callejón,  la mayoría de esos futbolistas frustrados no tenía trabajo, unos   se ganaban el pan diario con empleos informales y los otros también; como el común de la gente pobre, solían mostrar un temblor evasivo en su voz, cierta mirada incierta y la cabeza inclinada, los abrumaba un entorno frustrante,  un mundo difícil que el azar les había asignado y, con el  que debían aprender a convivir, algunos de ellos, juzgando que era imposible conseguir trabajo fijo, determinaron sumergirse en la inacción, en la pura especulación buscando  lo mínimo para subsistir.

-He escuchado que el nuevo alcalde echará a todos los vendedores ambulantes –dijo Javier. El comentario despertó murmullos entre los deportistas, si bien no todos eran ambulantes, la mayoría de ellos subsistían a la sombra del comercio ambulatorio, eran algo así como hienas, fieras de segundo orden  que suelen ir detrás las fieras mayores para ganarse algo con las sobras.

-No seas negativo, basta ya de buscar chamba, el  trabajo  es como la materia, no se crea ni destruye solo se transforma –dijo Gerardo quien gustaba de denostar a quienes no pensaban como él, los peloteros  asintieron con gestos  zalameros a su líder,  maestro y guía.

-Bájame el ala-cran (10) –dijo un vecino a Javier que apoyaba un brazo sobre su hombro,  los peloteros estaban exceptuados del uso de desodorante, más por razones pecuniarias que por desaseo.

-Me voy, tengo que hacer –respondió Javier.

Lo siguió un indio corpulento al cual llamaban Konan, aficionado a dar palizas por encargo, lo acompañaba para hacer un cachuelo, el émulo de sicario cobraba diez soles por hacer cambiar de parecer a cualquiera, era la tarifa común  por romper una pierna o un brazo.

-No  es que sea un maricón sino que el físico no me ayuda, tú comprendes –dijo Javier. Tras  una  hora de viaje llegaron al distrito  de San Isidro, era ya casi el medio día.

-Ese es, el que está en la esquina con  polo rojo, ¡aplícale la ley! –dijo Javier, seguidamente su compinche rodeo a un joven que con trapo y balde en mano ofrecía sus servicios de lavandero de coches.

-Mira flaco,  solo hablo una vez, a la siguiente actúo así que largo de aquí este sitio tiene dueño –dijo Konan. 

La pugna por un lugar de la calle para trabajar era pan de cada día en la Lima de entonces y quien no tuviera como defenderse simplemente ya era, al usurpador le bastó ver la pinta de Konan para comprender que las palabras escuchadas eran suficientes. Tras el  ajuste de  cuentas, Javier se dirigió a una calle cercana al mercado Central, lugar  donde venden  ropa para mascotas; por cinco soles adquirió dos hermosos trajes para mono, uno era verde y otro rojo, luego entró al mercado y compró dos manos de plátano manzanito,  aquellos  pequeños con sabor a manzana;  para Javier el compararse con gente bien vestida y con automóvil lo hacía sentirse mal pero se le pasaba al regresar a su barrio y ver gente más jodida que él.

-¡Toc, toc! ¿Puedo pasar don Julio? –dijo Javier una vez de regreso en su barrio. El  vecino era un septuagenario que quería  dejar la capital para regresar a su pueblo en la sierra; de pronto un mono color marrón salió de la habitación contigua y corrió a recibir al visitante, Javier hizo unas señas con las manos,  entregó un plátano al primate, éste  lo acogió, lo reconoció, le sonrió.

-Monolito, mi gran amigo y socio –repetía Javier mientras entregaba otro plátano al animal. A don Julio le decían de niño Julito, luego Lito y de allí el  nombre del primate.

Estaba contento el visitante, extrajo de su bolsillo un paquete envuelto en papel periódico, era un fajo de billetes, los contó uno a uno en presencia de don Julio, era el fruto del trabajo de casi dos años y la culminación de un proyecto que rumiaba largo tiempo en su mente.

-Trato hecho –dijo el anciano con voz casi apagada, la humedad limeña le había provocado asma y artritis, le era doloroso moverse y hasta hablar; Javier abrazó al anciano y seguidamente acarició  al mono.

En aquel solar la vida comunitaria era obligada, casas antiguas y pequeñas, delimitadas  por separadores más que por  paredes, sin  derecho a la intimidad, queriendo o no  todos sabían de la vida y milagros de sus vecinos,  la escasez del líquido elemento  agitaba no pocas lenguas y puños.

-¡Agua, aguaaa, agua! –gritaba la vecina del número ocho, lo hacía frente a la puerta de la casa número diez.

-Agua, aguaaa, no tengo agua ni para lavarme la conciencia, aguaaa –repetía  dicha mujer.

-Vete a joder a otro lado, mi caño está cerrado –gritó una  morena desde una ventana contigua, sacó su cabeza, lanzó una mirada de perra brava y soltó un florido vocabulario.

-Me cogiste fría –respondió la sorprendida reclamante mientras cerraba su puerta,  bastión ante los insultos que le picaban como avispas, aquella vez prefirió  eludir a esa ponzoñosa lengua viperina.  Era las siete de la mañana de  un día lunes, ciertas  rutinas matinales se  repetían en aquel viejo solar. 
 
-Mañana me iré, me he conseguido un machete (11) más joven y con trabajo fijo –repetía la vecina del número doce a su desempleado  marido; en verdad allí todo se oía, un poco por novelería y otro por instinto, lo que se escuchaba importunaba a los vecinos hasta con sus secretos  más íntimos. Al fondo del solar se realizaba otra escena.

-¿Cómo has entrado aquí?  ¡Fuera carajo! –gritó Gerardo exasperado.

El seudo empresario tenía un corralón que fungía de factoría para sus ilícitas actividades, hacía más de diez años que imitaba champús y re acondicionadores para el cabello, reusaba envases desechados y con secretas y sofisticadas fórmulas emulaba los productos de marca, -soy empresario –solía repetir para designar a su ambivalente actividad.

-Es mi amigo señor Pendavis, necesita trabajar –contestó Panchito, adolescente y vecino del barrio.

-Mira mocoso, no confundas sal, ají, chicha y tomate con sal de aquí chuch… tu mare ¡largo  de aquí! –gritó Gerardo enfurecido, descontrolado.

-Hace un mes solo lavaba envases de champú, ahora tengo que lavar novecientas  botellas de gaseosa al día –argumentó el sufrido trabajador.

-Ya te he dicho que nadie  debe entrar aquí, la gente es envidiosa, si  nos ven triunfar, buscarán que imitarnos, nos robaran las fórmulas secretas -dijo Gerardo, hombre de actividad mental continua y apasionada pero  para cosas malas; el aprendiz de químico estaba experimentando con mezclas que serían la base de pastillas  analgésicas y desinflamantes, intuía que la fe y el poder de la mente eran poderosos, hacía tiempo que el  llamado efecto placebo había sido desentrañado por el dizque empresario, se  embargó de una maligna felicidad, siempre andaba en la búsqueda de rendijas y resquicios para convertirlos en oportunidades de negocio.

-Panchito te llama mi papá, Panchito te llama mi papá… -gritaban unos niños en  el patio del callejón.

Era las diez de mañana, cual  mensaje cifrado, era  el aviso para que Gerardo se pusiera a buen recaudo, tenía pactado con los infantes  que cada vez que alguno de sus  acreedores entrara al solar, los niños repetirían  dicha tonadilla que le indicaba que era hora de jugar a las escondidas.

-Te pillé pendejo (12), págame lo que me debes –dijo un sujeto alto y fornido. Hacía tiempo que se había dado cuenta del mensaje del estribillo, por eso había entrado corriendo y cogió de sorpresa al empresario chicha.

-¿Acaso crees que haciéndote el pobrecito me vas a mecer? –añadió.

-Vuelve a fin de mes hermano, he hecho fuertes inversiones, no te fallaré –repetía Gerardo a su proveedor de envases usados de champú. El presunto empresario pensaba que para triunfar debería retrasar los pagos lo más posible, por mientras  movería  el capital, es decir gustaba de trabajar con el dinero y sudor de otros. 

A media semana, ocho de la noche, un grupo de  vecinos  tocaba la puerta de Gerardo, aquella vez  el equipo nacional jugaría un encuentro de eliminatoria para el mundial de fútbol, cargaban bancos en las manos y dos bolsas grandes llenas de cancha serrana tostada, el partido solo lo transmitía un canal privado.

-¿Cuánto te cuesta la televisión por cable? –preguntó un vecino.

-No seas sapo, esa pregunta no se pregunta –contestó el sinuoso Pendavis, arrojó el humo de su cigarro al vecino y sonrió cuando éste se esfumó.

Los vecinos habían llegado temprano pues gustaban de disfrutar la antesala del fútbol, goles “n” veces vistos pero igualmente gozados como la primera vez. Para variar, el equipo nacional volvió a perder, jugó bonito pero los goles contrarios sepultaron la ilusión de los connacionales quienes  pasaron a  ejercitar el “what-if”: si hubiera jugado tal jugador, si no hubieran expulsado a tal otro, si no hubieran cobrado ese penal injusto. Con el tiempo los comentarios se fueron diluyendo  y otro tema de discusión los hizo volver a la realidad, todos estaban jodidos -léase sin trabajo formal-, vivían los días al precipicio de la incertidumbre, sin saber si comerían al día siguiente, el nuevo alcalde de Lima iba a limpiar las calles de vendedores ambulantes, espontáneamente dirigieron sus ataques verbales contra las autoridades y los políticos -no paraban de gran-putearlos-, intuían  que la inestabilidad y el desorden eran a la vez la desgracia y la oportunidad para  desempleados como ellos,  finalmente no les quedó más remedio que bromear y reírse de sus desgracias, en el fondo comprendían que jamás alcanzarían un trabajo formal, la vida se había encargado de   roer y quebrar sus voluntades, anonadados por el aburrimiento y la desocupación se sentían condenados al alejamiento  de las grandes pasiones que la vida si ofrece a otros.

Era ya tarde cuando Javier regresó a su casa, pequeña, aseada,  de austeros muebles y adornada con el decoro de la pobreza,  le esperaba Cristina con un suculento plato de arroz con mariscos, el consorte engulló rápidamente el plato de comida pero  su mente no dejaba de maliciar.

-¿Cómo hará para darme ricos platos cada día si solo le dejo cinco soles? –rondaba en su mente que  si las cuentas no cuadraban era que había algo detrás, pensaba en la posibilidad de que lo estuvieran atrasando (13).

-Sé lo que estás pensando en tu mente cochina –gritó Cristina, conocía a su marido y con solo mirarlo leía su mente.

-Estoy vendiendo comida entre los ambulantes y me está yendo bien, el niño  está creciendo y necesita zapatos, libros –argumentó la laboriosa mujer.

-No te preocupes, pronto tendré un trabajo fijo, tendré mi negocio propio y ya no pasaremos penurias –dijo Javier mientras acariciaba los negros cabellos de su mujer. Hacía  cinco años que Javier cuidaba coches y no todo era buenos recuerdos, estaba citado a un juicio pues robaron una radio de un coche y lo acusaron de estar coludido, otra vez unos desalmados le rompieron la cabeza al tratar de evitar el robo de un neumático  y ya había tenido varias peleas por defender su calle ante otros desempleados.

En la mañana siguiente Javier se despertó  temprano, esa vez se había dado un buen baño pues durante la noche había recolectado varios baldes con agua, saludó a Konan que regresaba cabizbajo a su casa. 

-Buenos días señor ¿cómo le va? –dijo Javier dirigiéndose a un   jubilado, vecino del barrio que en su niñez había sido su maestro de escuela.

-Voy a la empresa de electricidad, últimamente se ha duplicado mi factura y no sé por qué –repetía el anciano. Javier sintió   vergüenza ajena, mostró una ligera sonrisa  y se despidió de  su vecino.

-Yo no deberé ni robaré a nadie –dijo Javier pensando en su honradez, compromiso agobiante que le inculcaron en su infancia; luego de su labor diaria de datero, se dirigió a San Isidro   y encontró a un  sujeto sentado en la acera, el mismo  al  que había echado la semana anterior.

-Mira hermano, hagamos las paces, solo te pido me dejes trabajar los días que no vengas, no quiero robarte tu sitio –dijo el desempleado con voz suplicante. Esas palabras tocaron el corazón de Javier quien  no dudó en responder.

-Me das quinientos soles y es toda tuya –contestó Javier, su aplomo más parecía convenir con un agente inmobiliario que con un lavandero callejero, ese era el precio que  había pagado  años  atrás  y consideraba justo recuperar su inversión. Esa noche se presentó en casa de don Julio llevando dos manos de plátanos, los de siempre.

-¿Qué  pasa?, ¿no tiene hambre mi amigo? –dijo Javier.

Era inútil practicar instrucciones ese día, revisó unos papelitos de colores doblados, cada cual ordenado en un cajoncito diferente, para hombres, mujeres, niños, adultos, los acarició, eran su proyecto, su ilusión.

-A un animal no se le debe forzar, esperaré a que mejore –pensó mientras se despedía de don Julio. Los días pasaron y llegó el domingo, desde temprano los rostros lampiños de los vecinos volvieron a correr tras una pelota, sus cabellos lacios danzaban sobre sus frentes.

-¡Goool, ha sido gol! –gritaba Gerardo.

El equipo contrario reclamaba, especialmente el arquero, un lisiado de  polio que  quería  irse a las manos, cada pelotero buscaba  imponer su parecer a base de griterío y amenazas. Como Gerardo era el dueño de la pelota   y además pagaba las cervezas, a los contrincantes no  les quedó más  que aceptar a regañadientes salvo el lisiado quien se negaba a comercializar su parecer.   Luego del partido, aun jadeando, se sentaron en una acera, los de torso desnudo espantaron unas moscas impertinentes que los rondaban tras percibir sus sudores rancios, luego de los brindis de rigor intercambiaron comentarios.

-Primero fue el Fujishock (14), luego sacaron a los ambulantes del centro de la ciudad, la próxima semana echarán a  los del mercado Central –dijo un vecino en tono asustado. La cosa iba en serio, sobretodo en esos años de crisis donde la realidad fue más espantosa que las pesadillas, al parecer aquella vez no habría marcha atrás, los peloteros  murmuraban los pormenores de aquellos días ingratos, estaban condenados a ser  recurseros (15) en vez de trabajadores formales.

-Dios aprieta pero no ahorca, hay bastantes ambulantes en otros distritos, para subsistir tenemos que movernos rápido –dijo el señor Pendavis.

Por su parte, en casa de Javier su consorte  estaba mezclando  unas especies y se esforzaba en preparar las mejores comidas para honrar los méritos de su marido,  su especialidad eran los pescados y mariscos al estilo norteño.

-Me echaron de las inmediaciones del mercado, he vuelto al trabajo de impulsadora y comisionista –dijo Cristina a su marido.

La mujer había dejado a un lado sus sueños de vendedora ambulante y se afanaba tanto en la cocina como en la cama, minutos después   sirvió una suculenta fuente de sudado de pescado,  mariscos y  yuca sancochada. Cada pesada jornada  concedía a Javier un instante de luz,  pensaba que si bien era pobre, había  días que comía como un rey, seguía inquieto por saber cómo hacia su mujer para preparar tan ricos platos con tan poco dinero, desde  días anteriores  la veía bien arreglada  y  sintió la duda ardiente de la infidelidad pero, no quiso indagar  más,  prefirió acabarse la fuente entera.

En la mañana  siguiente Javier llevó a monolito a la facultad de veterinaria de una conocida universidad.

-¿Tiene cura mi mascota? –preguntó el interesado.

-Su mascota es  anciana, tiene resfrío y artritis, por su edad no creo que viva  mucho –respondió el galeno.

La respuesta cayó como un balde de agua helada sobre Javier, el primate era el mejor proyecto de su  vida, era su ilusión, la llave que le abriría la puerta de un trabajo fijo, con una mirada acogedora y una respiración entrecorta no dejaba de acariciar a su socio. En el trayecto a su casa pensó en lo injusto de la vida, ya no podía  dar marcha atrás, don Julio se marcharía a la sierra esa misma tarde y él perdería  el adelanto de dinero que le dio para comprar los derechos de posesión del pequeño trabajador. Al mencionado  animal le habían sacado el jugo trabajando, en las mañanas laboraba con  don Julio, por las tardes y fines de semana era alquilado a otra persona, durante muchos años trabajó diariamente más de ocho horas, sin festivos, ni derecho a descanso por enfermedad, otro esclavo más de la mezquindad humana.

-Si no nos paga nos vamos todos –dijo Konan  en la puerta del señor Pendavis.

Pómulos salientes, rostros descorazonados, aquella gente  subsistía a duras penas, solían llenar temprano sus triciclos con imitación de gaseosas de una reconocida marca, si el día era bueno, regresaban para repostar y salir nuevamente a vender.

-Tengan paciencia, la próxima semana les pagaré –repetía Gerardo con la terquedad de reincidir varias veces en sus ideas insanas;  astuto y abusivo –en partes iguales-, fiel exponente de una antigua especie convencida de que engatusando se alcanza el éxito. La venta  ambulatoria de gaseosas había bajado casi a la mitad, corría el rumor de que el dizque empresario pronto se mudaría al distrito de La Victoria y abandonaría  a sus trabajadores -tiene mucho de cierto que cuando se hunde el barco, las ratas son las primeras en escapar.

Aquel invierno fue frío y húmedo, Javier padeció  de desvelos e insomnio, noches que parecían no amanecer nunca, por cuidar a su socio, lo abrigaba  y dormía con él en su sofá, antes de acostarse,  rogaba a Dios por el mono, sabía que mientras tuviera salud  él tendría un trabajo estable.

-Con la plata baila el mono, vean su suerte, con la plata baila el mono –repetía Javier en la puerta de un  mercado  a la vez que emitía una mezquina melodía con su viejo órgano. Una niña se acercó, pagó un sol, Javier hizo unas señas a monolito y éste seleccionó un rollito de papel rosado; otros transeúntes y curiosos se acercaron para pedir también su suerte. 

-¡La policía, la policía! –gritaban los vendedores ambulantes mientras corrían buscando refugio.

Javier no era diestro en fugas improvisadas, cogió su órgano mientras monolito buscaba los brazos de su amo, el trabajador tropezó,  lastimó sus  rodillas, lo detuvieron y lo llevaron a la comisaría.

-¡Nombre y ocupación! –gritó un oficial.

-Javier González soy organillero –respondió el trabajador.

-¿Otra vez usted? ¿Ya no vende información? No me va a decir que le ha enseñado a hablar a su mono –dijo el oficial de la policía.

-No señor, me gano la vida honradamente, no hago daño a nadie –contestó Javier mientras monolito no dejaba de abrazarlo. El oficial era consciente de la falta de oportunidades de trabajo y solo atinó a llamarle la atención.

-Está prohibido el comercio ambulatorio, peor aún hacer trabajar a un animal, no quiero problemas con los defensores de los animales, trabaje pero lejos de mi jurisdicción –dijo el oficial.

Era temprano aún, Javier llevaba tan solo un mes de negocio y ya se veía obligado a cambiar de lugar de trabajo, el día estaba perdido, se dirigió a  su casa, en el camino compró plátanos manzanito para su socio pero éste ya no se entusiasmaba, parecía solo querer dormir en  brazos de su amo. Ese día el trabajador se dedicó a doblar los papelillos de la suerte, cogió uno de ellos y no encontró buenas noticias, cogió otro y no vario su provenir; reflexionó sobre el sentido de la vida, no dejaba de preguntarse:


-¿Qué he hecho mal? ¿En qué estoy fallando? – le desconcertaba  encontrar gente en peor situación que él pero que sonreía y hasta  tarareaba canciones, recordó una y otra vez lo que había sido su vida; siempre había vivido al día, ajustado y apremiado, empezó una carrera de derecho que no pudo concluir, se  esforzaba pero factores externos a su voluntad le cerraban  el paso, llegó a pensar que ese era su destino y que su perseverancia  de poco valdría.

Javier se mudó a otro mercado donde igualmente fue perseguido por las autoridades, la zozobra marcaba su  estilo de vida; monolito ya  no bailaba, la mayor parte del tiempo dormía en brazos de Javier, algunas veces él mismo tuvo que sacar los papelillos de la suerte pues su socio parecía  fatigado. Aquel mediodía estaba sentado en la banca de un parque, bajo un árbol de escasas hojas,  comiendo un pan con margarina y pensando en su situación -¿habrá alguien más pobre que yo?- se preguntaba, se incorporó y cuando se alejó vio como unos tímidos pájaros se disputaban las pequeños restos que había dejado caer al morder su pan. Ya de  noche  regresó cansado a su casa pensando que el tiempo que él avocaba en trabajar lo gastaba su mujer en amores furtivos, pero, estando aún lejos, sus fosas nasales percibieron un agradable olor a pescado.

-¡Guau! jalea mixta –exclamó al entrar a su hogar.

Su mujer le había preparado una espectacular, dorada y crocante jalea de pescados y mariscos, sin siquiera lavarse las manos Javier procedió a degustar la preciada comida, un crujiente sonido retumbaba en su mente cada vez que masticaba dichas frituras, matizaba su ingestión con la salsa criolla de ají limo, pese a estar ya comiendo seguía haciéndosele agua la boca,  el aromático ají  realzaba su plato.  De pronto arribó a su mente una curiosa deducción, si bien su mujer tenía buena sazón, era en los platos de pescado y mariscos donde encontraba la mayor diferencia entre los cinco soles que le daba y las comidas que recibía, fue embargado por su sospecha y la inoportuna lucidez de los celos le reveló que el tercero en discordia  sería un vendedor de pescados pero estaba tan agradable la comida que prefirió dejar el pleito para otra oportunidad, total se exponía a dejar de comer rico,  escogió  una mejor evolución de sus sospechas hacia una manifestación más alturada, el olvido.

-Estas tela amigo ¿sufres por amor? –dijo Javier a Konan.

Habían pasado seis meses,  rostro enjuto, bolsones violáceos en el contorno de sus ojos,  manos huesudas y el cansancio de su piel delataban su estado de salud, su voz se había vuelto desganada, triste como su rostro, era víctima de las drogas.

-Agua, aguaaa, aguaaa –gritaba algún vecino en aquel solar.

Una mañana de agostó Javier se despertó por la bulla de las típicas disputas vecinales de otros tantos amaneceres grises, esa noche la humedad fue de cien por ciento,  había dormido arropado con su socio, acarició tiernamente su cabeza  pero éste no respondió, agrandó sus ojos, permaneció unos instantes con expresión ausente y dejó caer lágrimas gruesas sobre el cuerpo del infortunado primate. Nadie es eterno y menos un simple y común mono, había llegado a una edad en que  tenía derecho a descansar; su sala no era grande, pensó, la agrandaba sus frustraciones, sus sueños fallidos, su inexorable destino;  levantó la mirada y divisó los trajes verde y rojo que con tanta ilusión había comprado, en una esquina como mudo testigo vio el inservible órgano y sobre su  mesa cientos de papelillos de la suerte aun sin doblar.

Aquel día Javier vagó por la ciudad, volvió a pensar  que el trabajo no basta y que se necesita la mano del azar; durante el día se abocó a espiar a su mujer a fin de pillarla in fraganti mas nada halló; regresó tarde a su casa, se sacó los zapatos, retorcidos, empolvados, lastimados como el, se acostó y fue acosado por el insomnio, su pesar contagió a su cama un frio agobiante, en la oscuridad escuchaba la reposada respiración de su mujer y pensaba en como  habían convivido juntos más de veinte años con una entrega  que se parecía bastante al amor, reprimió sus deseos de llorar, creyó descubrir la magnitud de un engaño preguntándose asimismo  como había podido soportarlo  tantos meses, se levantó,  deambuló por su salón a oscuras, tratando de descifrar el enigma de su frustración   se vio a sí mismo en su espejo, feo, gastado por la vida y se asustó al pensar que fueran los estragos de la infidelidad, luego especuló  que en su rostro estaba impreso su destino, quizás el mismo fuera el fin de una  búsqueda que no alcanzaba a comprender, se dirigió a la cocina y sobre la mesa vio un filudo cuchillo, sintió mucho  dolor, infinita lástima de sí mismo, en una esquina halló una botella de ron, claudicó ante la tentación de beber,  ansió  encontrar el mejor seguro contra los efectos negativos de una desilusión, se sirvió una y otra vez,   iba descubriendo que mientras más bebía, más pensaba en su consorte aunque mitigaba mejor el dolor de su sospecha. Posteriormente  dedujo que  lo acontecido había sido una confabulación urdida por el destino, sintió pavor de su mala suerte,  oscureció el ambiente con  peores pensamientos, quería pero no sabía cómo maldecir a un dios que  quizás ni conocía, trancó la puerta y se enfrentó a su destino, sus frustraciones lo habían arrinconado en un esquina, lugar donde  más duele vivir  que morir.

-¡Temblor, temblor! –gritaron unos vecinos.

Parte del techo de la casa de Javier se había ido abajo; el aprendiz de suicida tuvo a mal colgarse de una presunta viga que resultó ser un madero apolillado,  tuvo rabia consigo mismo porque se sintió inútil hasta para el suicidio, le inquietaban sus chismosos vecinos que por su desinformación solían confundir lo aparente con lo verdadero, sobre los restos de un techo de restos podridos por la intemperie, sintió una bajada de temperatura, aturdido por el deseo de llorar elevó  la vista al cielo y vio que la oscura noche daba paso a un nuevo día, el salón abigarrado que hacia al mismo tiempo de comedor y cocina se iluminó con el resplandor y encontró la respuesta que no halló al ver su rostro en el espejo,  la esperanza.

-¡Habla! –gritó un cobrador de microbús mientras el vehículo frenaba bruscamente. Era la mañana del día siguiente.

-Uno, ocho, diez, full –respondió  Javier.

-Eres liso y abusivo –gritó uno de los pasajeros mientras bajaba del microbús  y cogía del pescuezo al cobrador. Unos pasajeros  llenaron el ambiente de improperios y otros querían linchar al cobrador. Javier intervino tratando de separar a los espontáneos pugilistas pero fue confundido  recibiendo un puño en el mentón.

-¡Nombre, ocupación! –gritó un oficial mientras su subalterno hacía esfuerzos para escribir en una vieja máquina -más vieja que en la anterior oportunidad.

-Mi nombre es Javier González, soy un trabajador honrado –dijo el detenido, nuevamente incomodado por el problema inmerecido que le había tocado en suerte, imaginó que, su vida  era  una noria de donde no se podía  escapar;  tras las generales de ley, el exasperado oficial fijo su mirada sobre él.

-¿Otra vez usted? ¡No me dirá ahora que es referí de box! –dijo en tono sarcástico.

-Solo quise evitar una pelea, no tengo nada que ver en ese asunto –repetía el detenido.

-Dos, siete, doce, misio,  hay policías más adelante –gritó  Javier horas más tarde en un esquina. Bajo el susurro del aire tóxico de Lima recibió diez céntimos por su información, inasequible al desaliento encaró con entusiasmo los porvenires que le aguardaban,  levantó el rostro al cielo y dio gracias a Dios por la moneda recibida.

Una semana después espió  a su mujer y descubrió que ella recibía pescados como pago por ayudar  a una vendedora de pescado del mercado; su antiguo proyecto había quedado diluido en silencio antes de haber tenido la oportunidad de consumarse como debía,  los pocos soles que ganó con el mono le brindaron una tranquilidad efímera, se consolaba pensando que se aprende más en los fracasos que en los éxitos.

Una tarde tibia, tras almorzar sus acostumbrados panes con margarina huevo duro y plátanos, Javier hizo su siesta de costumbre, se reclinó en la banca de un parque, miró al cielo y   las nubes en movimiento lo invitaron a reflexionar.
-Vivir en la pobreza también da motivos para ser feliz –concluyó, el cobijo que no había encontrado en la esperanza lo halló en la resignación.

Con los años Javier encontró al señor Pendavis como imaginaba verlo: falso, ruin y gordo, supo que trasladó su taller a San Juan  de Lurigancho, estuvo un tiempo en la cárcel. También se re encontró con Konan, le pareció regenerado, no solo por su ropa blanca ni porque se había bañado, sino por su sonrisa sincera, había sido salvado por un grupo evangélico, abandonó el vicio y da gloria Dios mientras vende golosinas en los microbuses. La última vez que  vi a Javier alquilaba móviles para hacer llamadas in-situ en una esquina de la ciudad.
 
 
1. Choro: Adj. Perú, chorizo, ratero.
2. Misio: Adj Perú pobre, necesitado (provendría  de misionero).
3. Chela: Méjico, Perú, cerveza (provendría de chilled y helada).
4.Polay Campos: Líder del Movimiento revolucionario Túpac Amaru de Perú. Algunas jergas en Perú se asocian a palabras o nombres de pronunciación parecida, en este caso: Polay refiere al polo, sumamente helado.
5. Chamba: Latinoamérica, empleo, trabajo.
6. Merca: Perú, mercadería, comerciante.
7. Ayayaero: Adj. Perú adulador.
8. Pendavis: Perú. Forma  disimulada de decir pendejo, taimado, bellaco.
9. Japa-naja: Perú, mitad-mitad, deformación de half and half
10. Alacrán: Perú, forma disimulada de decir axila.
11. Machete: Perú, forma disimulada de decir macho, marido.
12. Pendejo: Adj. Perú, astuto, taimado
13. Atrasar: Perú, poner cuernos.
14. Fujishock: drásticas medidas económicas ejecutadas para detener el proceso inflacionario del Perú en el año 1990 siendo presidente Alberto Fujimori.
15.  Recursero: Adj. Perú, persona que busca recursos o acciones para resolver una necesidad.