jueves, 12 de septiembre de 2013

Te encontraré

Nelly Jácome Villalva


"La loca idea de una lluvia sin ti me hizo sentir ausencias que creí olvidadas, sarcasmos de vida me rodean sin saber hasta cuando permanecerán en mí en ti o en lo que queda de tu recuerdo…”  Anabel suspendió su pensamiento y dejó de escribir al escuchar el ladrido de Bob, se dirigió a abrir la puerta dejando entrar el aroma de las flores que mantenía colgadas a su alrededor, a la par los rayos de sol ingresaban a su habitación iluminando el retrato de sus padres colgado en la pared central junto a la mesita sobre la cual guardaba sus notas.

Anabel era una profesional joven con rasgos que no daban cuenta de su verdadera edad, llevaba el cabello recogido en una coleta, maquillaje discreto que resaltaba sus ojos marrones claros, siempre tenía una sonrisa amigable, todos en la oficina, coincidían que era una mujer muy divertida, continuamente tenía un chiste oportuno, un comentario jocoso que alegraba el momento, y distensionaba las aburridas horas de trabajo burocrático,  pero nada ocultaba un dejo de tristeza que reposaba en algún rincón de su memoria impidiéndole vivir en paz.

Todo comenzó cuando vivía en un barrio alejado del centro de la ciudad, casi en la periferia, hacia cuyo lugar habían migrado personas de otras provincias, principalmente de las zonas centro y sur del país. Junto a la casa que rentaban sus padres había tiendas de abastos, bazares, zapaterías y otros negocios pequeños que cubrían las necesidades del vecindario, su padre tenía una sastrería y su madre vendía empanadas los viernes en la tarde. En este barrio Anabel creció y cuando tenía casi ocho años, jugaba con sus amigas a las escondidas en medio del griterío de otros niños que saltaban la cuerda o se hacían bicicleta, Anabel inquieta y bromista como era, armaba todo un teatro cada vez que la descubrían y cuando le tocaba buscar a las demás salía con alguna broma provocando risas que identificaban el lugar del escondite, entonces Anabel tomaba ventaja de sus amigas y les ganaba fácilmente.  A cierta hora del juego cada una iba a buscar a su madre porque morían de hambre, Anabel entró a su casa gritando sin parar de reírse por las bromas jugadas y de un sorbo casi sin respirar tomó el vaso de jugo que su mamá le había preparado acompañado de un trozo de pastel de manzana, que era su favorito. Terminó de comer rápidamente y volvió a salir para continuar jugando con Patricia, quien era su mejor amiga, ella le propuso jugar con su nueva muñeca por lo que fue a su casa a sacar su juguete, pero como vio a su madre que estaba terminando de preparar unos ricos panecillos no salió enseguida.

Anabel se sentó en la puerta de una de las casas cercanas a la suya, en donde la señora Ana improvisaba su puesto de comidas los fines de semana, hasta que Patricia salga, vio pasar de prisa a algunos de sus vecinos, otros conversando de cosas que no lograba entender pero parecían ser graves. Hubo un momento en que Anabel estuvo totalmente sola, mas de pronto, sin saber de donde, apareció un hombre joven de cabello crespo y claro, ojos azules de mediana estatura, algo musculoso, era atractivo a la vista, no daba miedo y se acercó a Anabel.

Hola nena, ¿qué haces aquí solita? Me llamo Edgar ¿y tú? -Anabel no contestó, solo lo vio y desvió su mirada sin moverse de donde estaba, el desconocido insistió– ¿Qué haces sentada aquí, esperas a alguien?

-Sí, a mi amiga que fue a traer su muñeca -respondió con recelo.

-Y ¿hace cuánto la esperas?

-Hace algún rato -volvió a manifestar Anabel sin mirarlo.

-¿Quieres jugar hasta que venga tu amiguita, para que no estés tan aburrida?

-Eh, bueno.

Anabel se levantó y siguió a Edgar, quien la hizo entrar por una parte oscura del zaguán donde ella estaba sentada, él le tomó de la mano como guiando a la niña para que no se tropiece, lo que le dio confianza. Ya estando en un rincón del patio posterior de la casa, donde no había nadie porque no era fin de semana, por primera vez Anabel se dio cuenta que ese lugar era frío, no tenía focos ni plantas que le den color, parecía que alguna de esas habitaciones vacías solo tenían ratas, lo que daba mucho miedo. El susto se le incrementó cuando Edgar acarició su cabeza soltándole la coleta -así te ves más bonita, seguro que cuando seas grande te convertirás en una hermosa mujer. Anabel no entendía lo que estaba sintiendo, pero algo muy en el fondo le hacía rogar porque aparezca alguno de sus vecinos o que Patricia ya venga con su muñeca. Mientras esto pensaba, Edgar se había bajado la cremallera de su pantalón lo que la empezó a asustar pero aún así no le salían las palabras, no podía gritar, solo cerró sus ojos con la esperanza de que al abrirlos ya estaría a su lado su mamá; pero eso no pasó, cerró y abrió los ojos varias veces y solo vio que ese hombre seguía haciendo cosas raras en frente suyo.

Patricia, que ya había salido con su muñeca, buscó a su amiga por los alrededores, entró al zaguán iba a llamar a Anabel pero sintió que su grito se ahogaba al ver a un hombre bajándose el pantalón delante de la pequeña Anabel, eso la aterrorizó y salió dando gritos, llorando con desesperación; el padre de Anabel que casualmente estaba llegando a su casa, fue quien la escuchó e irrumpió en el lugar, al ver la escena con su hija se llenó de furia y a golpes sacó a la calle al desconocido; el escándalo motivó que toda la vecindad saliera con curiosidad, lo que Edgar aprovechó para escapar entre la multitud.  Anabel no comprendía la sucesión de hechos a su alrededor, ni porqué su mamá la llevó donde el médico de la cuadra siguiente.  Jamás se volvió a hablar sobre el tema en su casa.

-Nunca tuve suerte en el amor -decía Anabel cuando le preguntaban porqué estaba sola, -así que prefiero sola que mal acompañada –completaba su frase provocando risas. Había tenido relaciones sin mayor trascendencia, todas propiciadas por ella misma y que la dejaban más vacía que nunca. 

Una noche de viernes que salió a divertirse con sus amigos al bar que quedaba cerca de su oficina, le presentaron a un hombre bastante maduro para ella, de mediana estatura, cabello crespo y claro, ojos azules, sus gestos y su voz le parecían terriblemente conocidos, -Hola nena, me llamo Edgar ¿y tú?  Anabel sintió náuseas lo que la obligó a retirarse al baño a donde llegó en medio de un sudor incontenible, sus manos temblaban, su corazón parecía salirse por la boca, respiró profunda, lentamente y forzándose una sonrisa decidió retocar su maquillaje y retornar a la mesa. 

Coqueteó directamente con Edgar, ya casi no escuchó lo que sus amigos estaban conversando, solo lanzaba miradas furtivas hacia él, quien al darse cuenta simuló enviarle un beso, la conexión se había logrado; en tanto salían del lugar brevemente se pusieron de acuerdo para encontrarse unas horas después de que se despidan del grupo.  Edgar estaba entusiasmado por el hallazgo de la noche y pensaba a donde la llevaría para dar rienda suelta a sus fantasías, pues Anabel parecía desear lo mismo que él.

En el trayecto hacia el motel, se sentía un ambiente de nerviosismo y tensión, casi no cruzaron palabras, solo miradas insinuantes y leves roces de manos, pies. Una vez en la habitación, Anabel solicita a Edgar algo para beber, él se lo sirve -eres bellísima y muy sensual, capté todos los mensajes que me lanzaste esta noche –se lo dice sonriente mientras enciende la radio. Edgar menciona que le cautivan las mujeres jóvenes porque son más curiosas, se acerca y la empieza a besar, en tanto sus manos lentamente suben la falda de Anabel y acaricia sus nalgas empujándola hacia él, la ropa de Edgar estaba ya por el piso y Anabel jugueteaba sin dejarle fácil la tarea de desvestirla, lo que lo excitó mucho más, este juego le parecía un sueño fantástico. Ella lo empuja hacia la cama con un beso apasionado y explora incesante todo su cuerpo, Edgar perdido en medio de todas las caricias, siente como las manos de su amante toman fuertemente su miembro, lo que lo llena de placer, en segundos siente el contacto con algo frío y de a poco va notando una humedad tibia y creciente entre sus piernas que se extiende por toda su espalda y espantosamente se torna doloroso e insoportable. -¡¿Qué me has hecho?! –pregunta ya casi sin aliento, en tanto Anabel con sus manos llenas de sangre toma la almohada y la presiona sobre su rostro. 


Anabel decide tomar una ducha y salir del motel con tranquilidad, en el camino resuelve entrar a una cafetería y hasta que le sirvan su expreso apunta en su libreta: “Noches de errantes respirando vegetación y silencios, no puedo encontrar tu aroma me circunda el entorno del ayer...” al ver ingresar a un hombre de mediana edad con ojos claros, interrumpe su escritura, su pulso nuevamente se acelera, respira con dificultad, toma aire a profundidad, se acerca amigablemente y empieza a flirtear…

No hay comentarios:

Publicar un comentario