martes, 17 de septiembre de 2013

Los funerales de la princesa Fátima

Silvia Alatorre Orozco


Era una lluviosa mañana cuando el barco procedente de España atracó en el puerto de Veracruz, en él viajaba un buen número de emigrantes españoles que huían de la crisis económica que asolaba al país; en su mayoría era gente de bien en busca de trabajo para hacer fortuna: Tenían muy presente que este destierro voluntario era únicamente un paréntesis en el tiempo y que en un futuro no muy lejano regresarían a la Madre Patria.

Bajo el torrencial aguacero se ve a dos muchachitos adolescentes que presurosos ayudan a su padre a arrastrar un baúl , se trata de Cayetano Ballesteros y su hermano menor Severiano, sujetando con la otra mano sus boinas que el viento trata de lanzar a los lejos, presurosamente corren  bajo el diluvio.

- Aquí… aquí hay donde cubrirse, ayuden a su madre para que no resbale- les gritaba el padre.

Se refugian bajo un tejaban; de su roída ropa escurre agua y de sus destartalados zapatos a cada paso que dan brota el líquido a borbotones, emiten un olor a “perro mojado” y tiemblan de frío, la madre carga en sus brazos a la pequeña Fátima que cubre con un grueso chal, la niña enfermó desde que embarcaron, fue presa de la tosferina por lo que está muy debilitada; en ese improvisado resguardo esperan a que aminore la tormenta, aguardando para tomar el tren que los llevará a la  capital, sitio que tienen destinado para instalarse. 

Don Cayetano Ballesteros es un hombre emprendedor, acostumbrado al buen comer y al sosiego de la aldea en donde vivían; su mujer lo ama y es condescendiente con él, profesa un verdadero cariño por sus pequeños hijos a los que cuida con esmero. Para ellos no fue fácil dejar su país y aventurarse a buscar un nuevo porvenir en una nación desconocida, sin embargo las circunstancias los obligaron. 

Al llegar a la ciudad de México pasan unos días mal comiendo y mal durmiendo en la estación ferroviaria, no conocen a nadie que les brinde ayuda alguna. El padre acompañado de su hijo Severiano, recorre las calles en busca de una vivienda en donde acomodar a la familia, lo único que encuentra disponible de acuerdo a su reducido presupuesto es un mísero cuartucho, en ese pequeño y lúgubre lugar, lleno de ratas y cucarachas viven los primeros meses. 

En su peregrinar por encontrar trabajo, afortunadamente, se topan con algunos compatriotas llegados años antes que ellos,  que ya han logrado tener una mejor vida, gustosos les orientan y aconsejan.

Empiezan vendiendo pan de casa en casa y no tardaron mucho tiempo en lograr las suficientes ganancias para establecer su propio negocio; así también rentaron un espacio más amplio y salubre para habitar.

Los muchachos con gran entusiasmo trabajaron al lado de su padre, avispados en estos quehaceres prontamente entendieron muy bien el manejo del negocio.

A los tres años de su llegada a México la familia sufre un terrible infortunio, los padres son arrollados por un tranvía y mueren a causa de ese accidente. A pesar del gran dolor que los invade, los chicos no decaen pues saben trabajar y podrán sobrevivir sin ellos. Cayetano  realiza el rol de padre, protegiendo a sus hermanos menores y recordándoles constantemente las palabras de sus padres:

- Estamos de paso en este país, pronto regresaremos a nuestra patria. No se mezclen con los indios, somos españoles puros, ningún mestizo formara parte de los Ballesteros.

Fátima, era delicada y enfermiza pues nació a los siete meses de gestación, requirió de muchos cuidados  y protección para sobrevivir. Flacucha, ojerosa y pálida recibía sobradas consideraciones de parte de sus hermanos y maestros; en cuanto terminó la primaria se quedó en casa recibiendo clases privadas de piano y bordado. Los hermanos velaban por ella como lo hubieran hecho los mismos padres; la muchachita era solitaria, proclive a la tristeza y a la melancolía.

Los chicos se relacionaban únicamente con ibéricos radicados en México. Al tiempo indicado para elegir esposa, seleccionaron a hijas de españoles para conservar la estirpe. Cayetano contrajo matrimonio con Carmina, era una linda españolita rubia y de tez rosada, y Severiano casó con María Dolores, bastante déspota e hija de padres valencianos.

Estos trasmitieron a sus hijos el hablar castellanizado, la soberbia y el menosprecio por los mestizos y los indígenas.

El éxito económico de los hermanos Ballesteros fue viento en popa; en un principio establecieron una modesta tienda de abarrotes, y  a los dos años cada uno era propietario de una prestigiosa tienda de ultramarinos, importaban vinos, enlatados, aceite de oliva, bacalao seco, en fin una gran cantidad de finos productos europeos que llegan en barco al puerto de Veracruz.

Adquirieron un moderno y lujoso auto Buick modelo 1940 color negro para ir a recoger la mercancía; contrataron un chofer, era un indio oaxaqueño iletrado, chaparrito, de piel oscura, rechoncho y de poco hablar, se llamaba Timoteo, era diestro para manejar tanto en carretera como en la ciudad,  mantenía el coche en excelentes condiciones, lo lustraba tanto que brillaba como espejo.

Cuando Cayetano y su hermano formaron sus propias familias, Fátima vivía alternadamente unos meses en casa de uno y luego se mudaba a vivir con el otro.

Los hermanos Ballesteros permanecían vigilantes para que su hermana no se relacionara con ningún “indio pata rajada”; cosa que resultaba por demás innecesario ya que ella era retraída y tímida, no tenía amigas ni mucho menos trato con varón alguno.

Así pasaron los años, Fátima había cumplido treinta y cuatro y no tenía lugar ni vida propia, por lo que los hermanos decidieron rentar un pequeño departamento cerca de ellos para que ahí viviera independiente, y le consiguieron trabajo en una escuela como maestra de piano y repostería; pensaron que así ocuparía su tiempo  y echaría a un lado esa constante depresión que la agobiaba.

Era tan atormentada que  su compañía resultaba insufrible, por lo que únicamente la invitaban los sábados a reunirse con la familia. Timoteo pasaba por ella a la hora de la comida y le llevaba de regreso a su departamento al anochecer; no cruzaban palabra alguna ya que Fátima despreciaba al indio y él era de pocas palabras para comunicarse.

El fin de semana la muchacha no trabajaba, por  lo que pasaba ese tiempo encerrada en casa llorando y acariciando la idea de regresar a la tierra de sus padres; fantaseaba que alejada de tantos mexicanos vulgares y sin clase, en España  su vida sería diferente, aquella gente la sabría valorar y tratar como ella merecía: “una auténtica española”.

En la escuela no alternaba con los maestros, pero a la hora del café se acercaba a ellos para oír sus pláticas, esa era la única información que obtenía del vivir en el mundo exterior que para ella era desconocido. Sonrojada escuchaba como las maestras hablaban sobre su vida amorosa con sus maridos y de sus encuentros sexuales. Le intrigaba enormemente esa materia, no tenía ni idea como era el cuerpo del hombre ni que hacía en la cama con la mujer; algunas veces algunos relatos le causaban nauseas, se dirigía al baño a vomitar, pero también suponía que algo placentero y atractivo debían de encontrar esas mujeres en esas actividades sexuales pues lo platicaban con gran regocijo y reían complacidas. Desgraciadamente tener una experiencia de ese tipo estaba más que prohibido para ella,  no tenía trato con los varones. Quizá si regresaba a España encontraría ahí a algún caballero de su linaje para relacionarse, no importaba que fuera viudo pues ella ya era bastante vieja para pensar en conseguir un joven.

Uno de esos sábados en que fue a visitar a su familia, de regreso a casa cuando Timoteo se prestó a abrirle la puerta del departamento, por accidente le rozó los senos con sus burdas manos, sintió como una descarga eléctrica la invadió e instintivamente besó la mejilla del chofer, en seguida se metió a  casa  cerrando la puerta de golpe; se arrepintió de ese arrebato, pero  por la noche despertaba constantemente y aun sentía en sus labios la piel cálida del rostro lampiño del indio.

A él le sorprendió y avergonzó recibir un beso de aquella linda niña de pelo rubio y ojos azules a quien siempre cuidó y respetó. No se podía permitir pensamientos lascivos  por lo que en cuanto estos aparecían se distraía cantando alguna cancioncilla en náhuatl.

Transcurrieron varios sábados sin que se repitiera nuevamente ese suceso, sin embargo en la mente de Fátima brotaba la inquietud de saber lo que era ese disfrute del que tanto platicaban las maestras, pero desgraciadamente el único hombre que tenía a su alcance era Timoteo; por fin perdiendo la repugnancia que sentía por los indígenas, una de esas noches que el chofer la llevó de regresó a casa le ordenó  cambiar el foco fundido de la cocina,  en cuanto entraron cerró la puerta de golpe y prontamente lo sedujo.

Se sentía asqueada y rebajada al haberse permitido ese tipo de relación con alguien tan inferior a ella, pero deseaba ser nuevamente  poseída por ese hombre. No le despertaba amor pero si un intenso deseo carnal.

A los pocos meses de esos constantes encuentros sabatinos, en los que no se hablaba solo se intercambiaban gemidos, se dio cuenta de su embarazo; no había pensado en ese riesgo, además desconocía como haberlo evitado;  se le vino “el mundo encima”, no podría hacer pública su relación con el indio y mucho menos decir que esperaba un hijo de ese descastado. Debido a su delgadez le fue fácil ocultar su preñez; ya cercano el nacimiento del bebe, les dejó saber a sus hermanos que asistiría a un retiro espiritual de dos meses, y pidió permiso en la escuela para faltar a trabajar. Solo Timoteo permaneció a su lado, “fiel como un perro”, diariamente acudía a llevarle comida y saludarla, no entraba al departamento ya que ella nunca más le permitió cercanía alguna; sin embargo él fue quien la acompaño al Hospital Civil a dar a luz a un varoncito de piel oscura.

De regreso en su casa y ya con el indeseado bebé en brazos, lloró su desgracia y maldijo a la criatura. Decidió que su familia nunca llegaría a conocer a este bastardo, pero aún no sabía cómo deshacerse de él. Por lo pronto pidió a su vecina que le cuidara al recién nacido a cambio de un pago; Sixta era una buena mujer ya entrada en años, muy piadosa, compasiva y necesitada de dinero, accedió. Se encariño con el pequeño y lo atendía con gran afecto.

- ¿Qué come el niño?- le preguntó Sixta.

- ¡Por Dios! Que yo no sé nada de eso, dele lo que quiera- contestó- báñelo y haga todo lo que se les hace a estos niños.

Ya pasadas unas semanas, le hizo otra pregunta:

- ¿Y cómo se llama el crío?

- Llámelo como se le antoje- contestó fastidiada.

- ¿Ya es cristiano?

- No, ni tengo tiempo para llevarlo a la iglesia, usted bautícelo y póngale cualquier nombre- le contestó y se dio media vuelta.

El chiquito recibió el nombre de Sixto. Tenía cuatro añitos cuando doña Sixta murió, por lo  que Fátima le pidió a Timoteo que se mudara a un cuarto en la azotea del edificio que ella habitaba y se llevara a la criatura a vivir con él; ya le había tomado un poco de cariño lastimoso a su hijo, quería verlo de vez en cuando, pero le advirtió al indio que instruyera al niño para que no le llamara: mamá.

Así fue como Sixto dejó su encierro y en compañía de su padre conoció el sol, las plantas, los perros y los coches; cuando  cumplió seis añitos asistió a la escuela  primaria. 

A Fátima le dolía el maltrato que le daba a su hijo pero tenía muy presentes las palabras de sus padres:

- No se mezclen con los indios, somos españoles puros, ningún mestizo formara parte de los Ballesteros.

Para calmar su culpa alimentaba con pan duro a los perros hambrientos y trasijados que encontraba en las calles, le partía el corazón verlos tan solos y abandonados.

El chofer presentó el pequeño a sus patrones como su hijo, diciendo que su mujer lo había mandado de la sierra a la ciudad para que estudiara y no fuera “burro” igual que él. Don Cayetano y su mujer se encariñaron con el chamaco ya que era encantador y muy servicial.

Fátima se olvidó del cuidado del hijo, cuando lo veía le daba algunos centavos o un dulce y le acariciaba la cabeza, en su cumpleaños compraba un pastel cubierto de merengue y le regalaba un juguete; en agradecimiento, Sixto le besaba la mano y decía:

- Muchas gracias señorita Fátima… que Dios le dé más.

Ahora más que nunca deseaba regresar a España, tenía la certeza de que allá conocería personas de su altura y sería tratada como una gran dama. Le rezaba a la Virgen de la Soledad para que le ayudara a dejar México, y por las noches con toda devoción le prendía una veladora.

Su cuñada Lola cayó muy enferma del hígado, y quería irse a España pues allá contaba con  parientes que verían por sus hijos en caso de que muriera; su esposo, Severiano, había formado otra familia con una bailarina de flamenco y ya no confiaba en él.

Le pidió a Fátima acompañarla para que la cuidara y atendiera. La chica se puso loca de contento, quedó convencida de que gracias a sus plegarias el milagro había llegado. 

A Timoteo solo le dijo:

- Hay te encargo al chaval en lo que vengo.

Pero nunca más regresó.

Al llegar a España, vio como Lola fue recibida con gran júbilo por sus parientes, pero ella era una desconocida para esa familia por lo que no le pusieron atención, además al presentarla su cuñada les dijo:

- Esta es la criada que me traje de México.

Las ilusiones de Fátima se esfumaron. Fue presa de una tristeza mucho más intensa. Añoraba el país que había dejado; extrañaba la carita sonriente del niño indígena que por las mañanas la saludaba:

- Buenos días señorita Fátima, que tenga un buen día y Dios la bendiga.

Como quisiera contar nuevamente con la sombra protectora de Timoteo que nunca la abandonó. Ahora sí estaba completamente sola.

El indio envejeció y se regresó a la sierra de Oaxaca, ese era el lugar de sus raíces. Sixto lo sustituyó como chofer de la familia de Don Cayetano; el chico era tratado con gran respeto por todos ellos, se puede decir que lo consideraban parte de la familia ya que lo conocieron desde niño; cuando terminó sus estudios en la universidad, ellos mismos le ayudaron a poner un despacho y se convirtió en el contador de sus negocios.

Cuando Fátima desapareció, su padre le dijo que la señorita se había ido a España para casarse con un príncipe, por lo que Sixto la mencionaba como la “princesa Fátima”. 

Preguntaba a la familia Ballesteros por ella pero ya la tenían olvidada, únicamente recordaban el nombre de la aldea en la que vivía.

Sixto se preparó para ir a visitarla, agradecerle todo lo que había hecho por su padre y los regalos y caricias que le otorgó a él cuando era pequeño. Sabiendo que era una princesa le compró una bella túnica de seda color rubí y un fino collar de perlas. 

No le fue fácil hallarla, nadie la conocía,  pero el muchacho no descansó hasta localizarla; la encontró en una casucha casi abandonada, recostada en un maltrecho catre, cubierta con una vieja cobija, ya estaba canosa, desdentada y magra de carnes, pero Sixto la vio tan bella como la recordaba. Al igual que años antes ella besó el cálido rostro del indio, ahora su hijo la besaba, pero a diferencia de la repugnancia que a ella le produjo ese instintivo contacto, él lo hacía con verdadera reverencia; sin embargo el muchacho se estremeció al sentir en sus labios la frialdad de la cercanía de la muerte.

Sixto llegó en el momento preciso para cerrar  los viscosos ojos antes azules de su madre. La vistió elegantemente con la túnica color rubí, colocó en su cuello el collar de perlas, la coronó de flores y dispuso unos dignos funerales.
Ya de regreso a México pensaba en lo orgulloso que estaría su padre al saber que honró, en su lecho de muerte,  a aquella lindísima “Princesa Fátima” que tanto los amó sin importarle la diferencia de clases sociales.

3 comentarios:

  1. Impresionante el relato.Cuanto daño hacen los padres creyendo protegerlos. Se olvidan que el ser humano es igual uno que otro y que dios no hace acepción de personas. Deberían leerlo todos los que se consideran de pura raza, sean del país que sean.
    Un saludo

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  2. Preciosa narración. Realmente muy conmovedora. Me llevó a vivirla como que estuviera observándola muy de cerca, vivídamente. Felicitaciones a su autora que con sus palabras nos adentra en ella dejándonos muchas reflexiones sobre las vueltas de la vida.

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