viernes, 15 de marzo de 2013

La chica de la Camorra

Juan Carlos Camacho Leyton



Esa fría noche de invierno de principios del ochentaidós, Hu Go Xian tenía los ojos como ranuras que no se alteraban ni al escuchar la parodia que hacía Zavalaga al hablar en “chino”.  En un momento nos confesó, con seria  ironía que provocó la risa general, que había reconocido en ese hablar el acento cantonés. Estábamos en la salida de clases del posgrado, en la Mostra d’Oltramare, Nápoles, esperando el bus de regreso al hotel.   Hu, el chino, Burgos, el colombiano, y   Zavalaga, peruano como yo, formábamos el grupo de jóvenes economistas, estudiantes del posgrado en Italia.  Zavalaga era el más divertido de todos, con sus imitaciones y chistes ocurrentes que nos hacían olvidar, por un momento, las inclemencias del invierno napolitano que los lugareños combatían con shots de brandy Vecchia Romagna mezclado con café expresso en las numerosas cafeterías de Nápoles.  El   chino fue prontamente bautizado como Hugo por nosotros, miembros de la comunidad latinoamericana, que nos entendíamos con él en un inglés de batalla y no podíamos dejar de sorprendernos por el exotismo de su vestimenta: pantalón y casaca de dril beige y zapatillas de fieltro que misteriosamente nunca mojaba a pesar de lo lluvioso y húmedo del ambiente. Hugo lucía unos lentes redondos con marcos metálicos y era delgado, afable y ceremonioso.   Esa noche mientras caminábamos hacia el paradero del bus que nos llevaría a Agnano, la zona de nuestro hotel, todos nos quedamos literalmente helados al ver al grupete de  putas  y travestis, con portaligas, al costado de una vía de alto tránsito y que, en medio de una gélida temperatura, solo calentadas por sus medias de seda y el calor que irradiaba un cilindro encendido con periódicos y cartones que reposaba en el suelo.  Se exhibían, solas o en pequeños grupos, conversando o calladas pero, todas, con el infaltable cigarrillo sostenido en la boca pintada de rojo, esperando al conductor del coche que se detuviera al costado de la pista, a cuyo encuentro se acercaban presurosas como polillas a la luz de la vela.  De pronto observamos a un Alfa Romeo que se detuvo en seco y acometió un retroceso de cincuenta metros a cien kilómetros por hora  hasta frenar en seco al costado de una de las chicas, haciendo chirriar  los neumáticos que botaban humo de jebe quemado.  Rápidamente descendieron dos individuos que golpearon a una de las chicas en la cabeza, la levantaron en vilo y la introdujeron en el vehículo, partiendo aparatosamente segundos después. Nos miramos todos sin saber a qué atinar pues todo sucedió en instantes. Era la bienvenida que nos daba la cara obscura de la camorra napolitana.

Con Zavalaga nos unía el hecho de ser ambos arequipeños. Aunque él era del puerto de Mollendo y yo de la misma Arequipa,  nunca nos habíamos conocido antes. Ambos teníamos algunos conocidos comunes de la profesión. Pero eran más las cosas que nos distanciaban que las que nos unían; yo era un devoto de la historia y del arte italiano en general y en particular de la pintura,  la arquitectura y  los tesoros culturales que escondía Nápoles.  Él,  de arte sólo tenía un conocimiento muy rudimentario, pero le gustaba la música popular italiana de la época (Modugno, Di Capri, Celentano, Bongusto).   Por lo demás era un peruano típico: aprovechador, divertido, coprolálico y medio descuidado.  Zavalaga usaba unos lentes gruesos, como tacos de botella detrás de los cuales se agazapaban unos verduzcos ojillos vivaces,  usaba un bigote delgado y tenía un aire  prematuramente encorvado y una voz de timbre bajo y aterciopelado. Yo,  en esa época estaba en mi apogeo físico;  me había graduado de cinturón negro primer dan en Tae Kwon Do y me creía dispuesto a vencer a cualquiera en una pelea callejera. Él  Había estudiado italiano en Lima y tenía un conocimiento básico de ese idioma que yo no poseía. Por estas razones nos hicimos amigos y, ambos,  fuimos testigos de varios hechos curiosos sucedidos en ésas lejanas tierras del Vesubio.

Una tarde,  Zavalaga llegó a clases todo azorado y me contó que, por la mañana en el metro en la Piazza Garibaldi,  había sido testigo de un hecho perturbador. En uno de los pasajes del nivel subterráneo, por lo general bastante descuidados,  había visto a dos chiquillas, casi adolescentes,  que recibieron un pequeño envoltorio  de un muchacho que desapareció en el acto. Luego,  ellas,  con todo desparpajo,  extrajeron del paquete heroína en polvo que con una cucharita y un encendedor licuaron, luego con una jeringuilla y una liga y  empezaron a  inocularse  a la vista y paciencia de la poca gente que se movilizaba a esas horas de la mañana por el sitio, mirando a otro lado.  Me quedé pensando,  ya había notado en las esquinas un poco obscuras de la ciudad, en los parques, en las escaleras y demás espacios públicos, docenas de jeringuillas descartables usadas, además de condones.

Hugo era especialmente reservado, pero muy curioso e inquisitivo con lo que venía sucediendo  en el Perú. Era 1982 y acababa de estallar la guerra de las Malvinas, el Perú hacía noticia  porque fue el único país que,  abiertamente,  apoyó  a la Argentina  poniendo a su disposición  aviones y pilotos. Las noticias que venían del Perú también se referían a la eclosión de Sendero Luminoso, el letal movimiento que cometía crueles actos terroristas.  Esos temas, además de Pérez de Cuéllar, en ese entonces recién elegido secretario general de la ONU y el fútbol, era lo único que trascendía del Perú.

-¿Cómo es tu país? ¿Cuánto gana un economista que trabaja para el gobierno? ¿Cuáles son los principales sectores productivos? – eran las preguntas que me hacía.  Quería saberlo todo, pero él no hablaba nada de China. Cuando yo le inquiría algo de su país, me mostraba su sonrisa inescrutable y hacía brillar a sus ojillos detrás de los lentes redondos que usaba siempre. La gran reforma de la economía de China de Den Xiaoping se había iniciado apenas tres años  antes, y eran los últimos años en que los chinos, incluidos los profesionales que estudiaban en el extranjero,   guardarían  la más absoluta austeridad en la vestimenta,  la comida,  el transporte y, en general,  en su conducta; pero había acabado el aislamiento de China.  Por eso Hugo, secretamente,  sentía mucha curiosidad por los latinoamericanos, extravertidos, bullangueros como cigarras,  que reían ruidosamente y no paraban de hacer chistes de todo y de todos.  ¡Qué diferencia con el carácter tímido y retraído, pero profundamente  observador, de los chinos!  Hugo no salía fuera de Nápoles, pues se había propuesto ahorrar todo lo posible,  lo cual era la explicación de su austeridad. En tanto Zavalaga y yo aprovechábamos los fines de semana o cualquier feriado disponible para salir por los alrededores, así conocimos Ischia, Capri, Sorrento, Pompeya, Herculano y otros sitios cercanos.   Cuando ya tuve más confianza con mi italiano, empecé a aventurarme- ya solo-  a sitios más distantes, como Regio Calabria y  Sicilia.

En uno de esos viajes cortos al distrito de Caserta, conocí a Anna. Tendría unos veinte años, de talla menuda, de bellísimo rostro, grandes ojos verdes, cabello negro sedoso, talle bellamente proporcionado y una especial elegancia en el vestir. La encontré en el establecimiento de su padre, cuando entré a preguntar por la ubicación  de una dirección. Al escuchar mi acento extranjero, entre intrigada y divertida, me dio una precisa descripción de la ruta. Luego me preguntó:

-Di dove sei?-  De Perú, contesté. ¿Peruviano?, se sorprendió.

Tuvimos una breve conversación, hablamos de los músicos napolitanos famosos y de lo bonito que era Nápoles.

-Sí, es bonito, pero no sabes lo difícil y peligroso que es vivir aquí.

Cuando dijo eso,  su padre salió  y ella calló, disimulando, en un pequeño papel, me entregó escrito su número telefónico y desapareció.

Quedé intrigado  y, ya de regreso, no me podía sacar de la cabeza a Anna.  Aquella noche la llamé por teléfono,  me dijo que no podía hablar en ese momento, pero que me esperaría el jueves siguiente en el Museo del  Castel déllOvo, un hermoso castillo español del siglo diecisiete, circundado por el mar,   a las once de la mañana. Al día siguiente, le conté lo sucedido a Zavalaga, quien me dijo:

-Ten cuidado- pues estaba ocupado tramando un plan de seducción de una indonesia, compañera de clase.

El día de la cita llegué a la hora, ella ya se encontraba dentro de la majestuosa fortaleza que gozaba de  una espectacular vista al mar y en la cual se había acondicionado una exhibición de pinturas.  La vi de espaldas mirando los cuadros. Vestía con pantalones anchos y una casaca corta, zapatos verdes y en el cuello una chalina de seda hindú. En el armonioso conjunto destacaba su belleza. Conversamos brevemente en italiano sobre los cuadros de la exposición y luego salimos, le ofrecí un café pero no aceptó. De pronto agarró mi mano y casi llorando  me dijo:

-¡Tengo tanto  miedo! ¡ Lo controlan todo. Extorsionan a mi padre en la tienda y tiene que pagarles el pizzo1/ cada semana para que no nos hagan daño, ayer precisamente vino el guappo!2/

Al ver sus ojos húmedos que ensombrecían su rostro, no pude menos que decirle:

-Pero, ¿Quiénes? ¿Dime cómo te puedo ayudar?

-¡En nada! –Me contestó- ¡No puedes hacer nada! Así ha sido esta ciudad en más de 800 años. Es la Camorra. Son doscientos clanes que controlan todos los negocios turbios: el regojo de la basura y el control de vertederos e incineradores, la prostitución, la distribución de droga y la extorsión. A aquellos que hacen caso omiso a sus exigencias, simplemente los ejecutan, ponen una bomba en su casa o la incendian.

La miré desolado y compartí su desazón, al mismo tiempo sentí la irrefrenable palpitación del amor al despedirme con un beso en la mejilla. Había sido tocado por la pasión.  Al día siguiente la volví a llamar pero nadie contestó su teléfono.

Ese fin de semana se nos ocurrió pasear por los alrededores del mercado de peces, Pignasecca, una zona de callejas adoquinadas donde se apreciaba un espectáculo surrealista de peces vivos en plena calle dispuestos en tinas de plástico conectadas a mangueras de jebe por las que fluía agua fresca y donde uno apreciaba  pulpos, peces  y moluscos de diferentes especies, sorprendentemente vivos y coleando. Los gritos a voz pelada de los comerciantes ¡Toninoooo!...¡Peppinoooo!..¡Armandoooo!.. se mezclaban con los olores marinos  y de las delicias que ofrecían los pequeños restoranes cercanos  al lugar.  Se nos ocurrió detenernos en uno de ellos para almorzar. Era un sitio cálido con pequeñas mesas de madera cubiertas con manteles de tela a cuadrados blancos y rojos. El casero, muy amable,  nos ofreció la especialidad de la casa, un caldo de pulpo con hierbas que nos sirvió a los minutos en una fuente de centro. Era un verdadero manjar que degustamos con numerosas botellas de vino blanco de la Campania.  

Les conté sobre mi última conversación con Anna.  Rápidamente Zavalaga dijo:

-¡Pobre chica! Todo el sur de este país está conducido por la mafia, aquí en Nápoles se le llama Camorra pero en Regio Calabria es la Ndrangheta y en Sicilia es la Cosa Nostra. Es parte del carácter italiano, como el diseño de corbatas, zapatos y la arquitectura.

Hugo, a su vez, nos sorprendió con su réplica – No solo es italiano,  no te olvides que en China también tenemos nuestra propia mafia, “las triadas”. Aunque aún está circunscrita a Hong Kong y a Taiwán, en poco tiempo se expandirá a todo el mundo- Sentenció. Por primera vez se abría a una conversación franca, quizás motivado por el vino.

-Pero -inquirí, mientras degustaba el vino - ¿Cómo es que  llegan a tomar una ciudad, a controlar a la mayor parte de sus ciudadanos?

-Es fácil, intervino Zavalaga,  -Es la tendencia humana a vivir con el menor esfuerzo y a aprovechar, si es posible,  del trabajo ajeno. Aquí los comercios y restaurantes son muy prósperos e históricamente siempre  fue así; entonces,  a alguien se le ocurrió la brillante idea de extorsionarlos regularmente metiéndoles miedo. El negoció salió y de allí lo extendieron a la prostitución, al juego y la basura. El Estado se hizo el loco y empezaron a corromper a la policía y a los funcionarios de la ley. Así empezó todo.

-Pero, sigo sin entender ¿Cómo controlan a tanta gente? 

-Mira,  dijo Hugo, -La mente humana es muy fácil de controlar.  El recurso usado es el temor, como saben que ellos están organizados y los ciudadanos de a pié no, se valen del miedo para aterrorizar.

Zavalaga, acotó, - “El vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo”

–En mi opinión –les dije- la causa más importante es el abandono que el Estado hace de sus responsabilidades. Una de ella es la seguridad de los ciudadanos y el Estado tiene la fuerza para velar por el cumplimiento de la ley para eso cuenta con la policía.  Sin embargo, en algún momento y por alguna razón,  que no puedo aclarar en este momento,  esto deja de funcionar.  En algunas sociedades desarrolladas el crimen organizado es minoritario y no pone en jaque a la sociedad, pero en otros los países –o regiones, como en la Italia meridional que nos acoge- el Estado es fácilmente vulnerado por la corrupción y sus autoridades, jueces, policías y políticos, son comprados o amedrentados por los delincuentes. Es un walkover –concluí.

Hugo,  respondió tranquilamente, -Es cierto, además es muy difícil combatir contra la mafia, porque cuentan con una  organización cerrada, compartimentalizada, nadie conoce a los otros integrantes de la célula; es muy parecido a cómo funciona Sendero Luminoso en el Perú, es imposible saber si los funcionarios del Estado están comprometidos y nunca dejarán pruebas de ello.

-En cualquier caso –asentí- para que la mafia tenga éxito se requiere la confabulación o por lo menos la neutralidad de una parte importante del Estado y las clases dirigentes.

Aunque hablábamos en inglés y a veces en castellano, nuestro anfitrión y mesero algo intuyó del tema conversado y se puso  incómodo.  Por esta razón bajamos el tono y de pronto les hice la confesión que quería hacer pública desde hace rato.

-Estoy perdidamente enamorado de una ragazza 3/ napolitana y creo que ella también alberga algún sentimiento hacia mí –les dije para ver cómo reaccionaban; Zavalaga ya presentía algo, pero Hugo se sorprendió  -el problema  y de allí la relación con la conversación anterior, es que su familia está amenazada por la camorra. ¡No qué cosa hacer! -finalicé en tono dramático.

-Ahora entiendo porqué empezase a mejorar tan rápido  tu italiano –intervino Hugo – con sus ojos apaisados llenos de ironía. 

-La verdad es que estoy en un aprieto; en fin, se hace tarde y mañana tenemos clases. ¡Signore!, ¿Cuánto debemos?-sentencié.
Dejamos a Hugo  en el Hotel Palace ubicado en las cercanías de la piazza Garibaldi  y,  ya anocheciendo,  fuimos a tomar el metro en la estación central hacia Agnano. En el andén los dos fuimos rodeados por unos chicos que nos preguntaban:

 –¿Di dove sei? Y cuando les dijimos que éramos peruanos, dieron loas a Patrulla Barbadillo,  un conocido jugador peruano de fútbol que jugaba en el Napoli y que se ganó a la juventud local con su particular peinando áfrica look y su juego fino.  Ingresamos al vagón y la cabeza me empezó a dar vueltas:
“Los frescos de Pompei tomaban vida fastuosa sensual los oscos sunmitas etruscos y griegos que escogieron el golfo de napoli para gozar  tenían hermosas pozas con aguas termales frescos en las paredes que artistas con sus patios y fuentes enmarcados por columnas dóricas divinamente diseñadas que colores y diseños flora  fauna  faunos y flores pájaros  sensualidad luego vino el Vesubio tufos priroclásticos  segundos en los que se esparcieron los gases la lava sorprendiendo a todos hombres y animales durmiendo haciendo el amor perros gatos niños todos los seres imaginables no se salvó nadie de la hecatombe el fuomo viajó a la velocidad del sonido hacia el mar  Herculano también sucumbió sepultando avenidas calles empedradas casas segando vidas con la guadaña de la muerte saliendo del cono de la tierra boca del averno  no hubo tiempo de escapar explosiones empezaron a caer las cenizas las piedras cada vez más grandes los gases sulfurosos envenenaron a todos imposible respirar las toses ronquidos se hicieron más quedos hasta quedar solo el silencio el chisporroteo y luego la oscuridad el humo por días semanas  meses años tuvieron que pasar diez y siete siglos para que nos encontraran”
Anna, estaba harta del miedo que trataban de infundir a su familia.  Amaba a su padre y no consideraba justo que trataran de esquilmarles las ganancias que les daba el pequeño establecimiento donde vendían delicatesen típicas de Nápoles para clientes y turistas.

“Ir a un país lejano, comenzar nuevamente, puedo hacerlo. ¿Por qué no?  Pero,  ¿Que sería de mi padre? Ya es mayor y necesita quien lo vea. Mi madre murió hace años y mis hermanos no son tan dedicados. Ahora que discutía con mi papá traté de hacerle ver que hay que denunciar a los chantajistas. Pero es imposible, es tan difícil cambiar la mentalidad de la gente y hacerle comprender que hay que luchar por la libertad.”

Sus lazos filiales la ataban fuertemente a Caserta y a Nápoles. Nunca los rompería. Después de la discusión, sonó el teléfono. Anna no contestó. Necesitaba pensar.

Esa noche estaba contenta,  “He tomado una decisión.  He convencido a mis hermanos para que se encarguen de mi padre y del negocio familiar. Ahora debo conversar con mi padre. ¿Qué es ese ruido, parece una vespa que se acerca……”

Hacia las once de la noche del mes de marzo, cuando el clima estaba más loco que nunca (marzo, mese 4/  pazzo 5/) Anna se encontraba delante de la tienda de su padre. De pronto todo fue confusión, se escuchó el motor de una vespa acercarse raudamente por las calles empedradas de Caserta.  Salvatore se dio cuenta que el copiloto de la vespa le apuntaba con una pistola y empezaba a disparar, sin pensarlo tomó a la chica que tenía cerca de los cabellos y la usó como escudo humano. Anna trató de zafarse pero el joven, que acababa de salir de la cárcel por traficar con drogas,  la tenía fuertemente sujeta con una mano y con la otra empuñó su propia arma que dirigió a la vespa,  cuyos conductores, al verse repelidos huyeron no sin antes vaciar toda la cacerina.  Anna fue impactada en la nuca en medio del tiroteo mientras Salvatore huía ileso. Todas las mañanas, Giovanni, el padre de Anna, le lleva el desayuno al pie de su tumba.


Notas:
1/ Tributo, contribución
2/Capo, jefe
3/ Muchacha
4/ Mes
5/ Loco 

jueves, 14 de marzo de 2013

Paso nivel


Violeta Paputsakis


-¿Una entrada a otra dimensión?, me parece que últimamente estás exagerando con el alcohol Manuel -dice Javier entre risas-, es verdad que cuando nos juntamos hablamos cosas locas pero sabemos que son eso, pura charla y nada más. Manuel se encoge de hombros avergonzado, agacha la cabeza y cambia de tema.

-¿Querrán los chicos jugar un partidito ahora?, vamos a casa de Mario y vemos de organizar algo ¿te parece?

–Dale vamos, -contesta su amigo. Ambos se levantan del pasto y atraviesan la cancha de futbol del barrio, camino a uno de los edificios que rodean el lugar, Manuel avanza silencioso e inmerso en sus pensamientos.

El joven viste unos jeans gastados, una remera de Los Piojos y unas zapatillas de lona rojas, lleva el pelo corto y se diferencia de sus amigos porque le gustan los anillos y los collares, siempre de un estilo rústico. Desde chico fue soñador y parecía vivir en su propio mundo, añoraba una sociedad diferente, regido por otras reglas, donde los sentimientos fueran más importantes que el dinero y los logros económicos.

Luego de terminar la secundaria y signado por la aspiración familiar ingresó a diversas carreras universitarias, en cada una puso todo su empeño y entusiasmo, sin embargo al tiempo de cursarlas descubría que ése no era el lugar para él. Sabía que debía continuar sus estudios pero no quería entregarse a un destino por obligación, sin sentir que era lo que quería hacer de su vida. La tensión y el estrés de tres años de elecciones erróneas le despertaron angustia, nervios y melancolía, con ellos llegaron también percepciones más vívidas y profundas de su entorno. Podía, por ejemplo, sentir la tensión o el sosiego que anunciaban la llegada de una persona invadida de esas emociones, apreciar el olor de las flores con una acabada nitidez o experimentar la bondad y la maldad de quienes lo rodeaban. Todas estas nuevas sensaciones lo sorprendían pero por sobre todo lo asustaban, no se sentía preparado para vivirlas y trataba de bloquearlas una y otra vez. A lo largo de tres años había ido descubriendo que el mundo era algo diferente a lo que la mayoría podía intuir, que las cosas de la vida tenían otras explicaciones más allá de las racionalmente aceptadas, la lucha entre la razón y la percepción encontraron el sitio perfecto en su interior. A momentos parecía encontrarse mirando alrededor como cualquier otra persona, pero lo que en realidad hacía era ir descubriendo ese otro mundo que le hablaba de energías, sentimientos y fuerzas que no conocía. En esta batalla estaba cuando comenzaron esos extraños sucesos que sin saber cómo definir y buscando el apoyo de alguien nombró como portal.

–Qué tonto fui –pensaba mientras caminaba- cómo pude pensar que Javier iba a entender lo que estoy viviendo si ni yo puedo creerlo. Me estoy volviendo loco, tengo que olvidarme de todo eso. Esta última frase se repetía una y otra vez en su cabeza cuando le llegó una sensación de paz que lo inundó, buscó el origen de las emociones y vio, a unos metros de él, una adolescente sentada en uno de los bancos que rodeaban los edificios, la joven estaba inmersa en un libro de tapa roja con inscripciones doradas. Levantó la vista y fijó su mirada en él.

–¡Eh! Manuel, ¿dónde estás? Las palabras lo hicieron regresar de un lugar lejano y encontrarse caminando junto a su amigo. Sintió su pie derecho mojado y se dio cuenta que había pisado un enorme charco. –Te dije cuidado y no me escuchaste, ¿en dónde andas?, estás muy raro vos. Manuel se encogió de hombros, siguió caminando y repitió para sí, estoy muy raro últimamente, es verdad.

Una vez más se perdió en sus reflexiones tratando de descubrir cuándo había comenzado todo esto. Recordó una tarde de domingo en la feria, ésa había sido la primera vez que algo que sucedió cerca de las vías del tren le llamó la atención. Vio una anciana y un joven caminar hacia el puesto de artesanías que tenía montado junto a tantos otros en la denominada “Feria de la Balcarce”, un espacio al aire libre donde se vendían todo tipo de elementos hechos en forma manual. Los vio alejarse dejando atrás los locales, el de Manuel estaba ubicado en la esquina y era el último antes de cruzar la calle y encontrarse con los rieles de la estación fuera de uso desde décadas atrás. Recordó que al volver la vista esperando encontrarlos recorriendo los andenes descubrió que simplemente habían desaparecido, observó en ambas direcciones, creyendo que quizás, en un descuido, habían doblado, pero no había ni rastros de ellos. Más curioso que extrañado preguntó por la pareja a los puestos vecinos y sólo recibió negativas, miradas confusas y certezas de no haber visto a nadie con esas características.

Subiendo las últimas escaleras para llegar al departamento de Mario recordó a las jóvenes que creyó ver desvanecerse mientras caminaban en cercanía de las vías. En esa oportunidad había ido a investigar por el lugar, caminó por los rieles y el andén pero no las encontró, le pareció extraño porque por las características del sitio, era difícil que pudieran haber desaparecido en tan poco tiempo sin ser vistas. Esto último había sucedido el fin de semana anterior y como en la otra ocasión sólo él había visto a las mujeres, comenzó a buscar otras explicaciones a los sucesos y no pudo evitar relacionarlos con sus vivencias de los últimos tiempos.

Qué tonto fui, debí darme cuenta que Javier me creería loco ¿y si en verdad lo estoy? Estaba a dos días del fin de semana y de volver a su puesto en la feria, en ese momento decidió que cerraría esa delirante historia y que pediría que lo cambiaran de sitio para estar lejos de las vías y de ese tormento. Una vida normal, disfrutar y charlar con sus amigos, encontrar su carrera y su camino y sobre todo sentirse tranquilo, era lo único que necesitaba.

Llegó el sábado y se encontró en su puesto intentando no mirar a unas vías que parecían llamarlo. En eso estaba cuando sintió una sensación de paz interior, de tranquilidad, que calmó la ansiedad de los últimos días, miró a su alrededor y se encontró nuevamente con la joven de su barrio. Observaba unas pulseras en el puesto vecino, estaba vestida con una musculosa blanca, un pantalón babucha muy colorido y una yisca de la que sobresalía el libro que la había visto leer unos días atrás. Ella caminó hacia al puesto de Manuel y la sensación que él sentía se hizo más fuerte aún, quería hablarle, decírselo y preguntarle la razón, pero no se animaba a nada más que a mirarla. Luego la vio alejarse al local de enfrente, recorrer unos cuantos más y caminar dubitativa nuevamente hacia adelante.

Aunque algo dentro suyo le decía que no la mirase algo más fuerte hacía que lo hiciera. No puede ser uno de los viajantes -pensó Manuel- todo el mundo la ve, incluso le ofrecieron probarse una pulsera aquí al lado, seguro va a mirar la vieja estación. La joven se mostraba nerviosa y caminaba cuidadosamente, la vio acercarse a las vías, pararse y mirar a su alrededor, estirar los brazos y tocar el aire una y otra vez. De repente, cuando caminaba entre las vías y el andén, vio intermitencias de otra ciudad que no tenía nada que ver con el lugar alrededor, con la estación de ferrocarril y la tranquilidad allí reinante, la joven se asustó y dio unos pasos atrás al tiempo que las imágenes desaparecían. Manuel se paralizó pero al momento reaccionó y salió corriendo y gritando hacia el lugar.

–¡Eh!, ¡eh!, ¿qué hacés ahí?, ¿quién sos?

La joven se dio vuelta al escucharlo y le dijo –¡Uuuuu hasta que te decidiste a venir, ya me estaba yendo sin vos, me parece que sos un poco miedoso eh!

Manuel no entendía nada, desconcertado y mientras luchaba con las sensaciones que la joven le despertaba continuó –¿De qué hablas?, ¿estás loca o algo así?

–Parece que sos nuevo en esto. Mirá te lo explico rápido así me acompañas al otro lado. Existen personas en el mundo como vos y yo que tienen una percepción extrasensorial y pueden ver, oír y sentir cosas que la mayoría no, ¿te pasa algo así? Manuel no podía creer lo que estaba escuchando, asintió silencioso y ella continuó. –Bueno, es por eso, sentimos también la presencia de otros como nosotros, por eso te despierto esas sensaciones inexplicables, a mí también me pasa. Estas personas, tienen la posibilidad además de viajar a tiempos y espacios diferentes a los que viven, contactarse con las personas de esos lugares, encontrarse allí con otros como ellos e intercambiar experiencias para evolucionar y ayudar a las personas a su alrededor. En estas vías hay una de esas entradas, portales o como quieras llamarlo, yo lo vengo buscando desde hace meses y al fin logré encontrarlo.

–¿Y cómo sabés todo eso? –balbuceó perplejo Manuel.

–Mi papá también era como nosotros, él viajo mucho y me enseñó bastantes cosas, yo nunca viajé, era chica para hacerlo, hace tiempo él falleció y tuve que comenzar a investigar sola. Me dejó también este libro –dijo señalando el ejemplar rojo que sobresalía de su yisca- que tiene mucha información sobre lo que somos y las dimensiones que él había recorrido a lo largo de su vida.

– Demasiada información junta, ¿o sea que esto en serio es un portal a otra dimensión?, mientras la joven asentía Manuel continuaba preguntando con mirada inquisitiva, ¿y cómo es esto?, ¿es peligroso?

– Vení, poné el pie ahí, donde está esa piedra y vas a ver –le decía la joven mientras lo empujaba ansiosa. Manuel hizo lo que le pedía y vio intermitencias de una ciudad nueva y totalmente diferente, repleta de gente por todos lados, como si se tratase de un mercado o una zona comercial gigante. Asustado retrocedió.

–Es increíble –continuó la joven- a mí me pasó lo mismo, ¡ah! me olvidaba, soy Lulina, es un nombre wichi, si vamos a hacer esto juntos al menos tenemos que saber nuestros nombres ¿no?

–Soy Manuel y sí, es increíble. ¿Qué querés decir con hacer esto juntos?

La joven continuó sin escucharlo, -Sólo nosotros podemos ver la abertura, pero debemos hallar el sitio exacto para que la entrada se nos aparezca. Hace tiempo que sueño con esto, vení, vamos.

-No, no, no, yo no te dije en ningún momento que iba a ir, es una locura, no sabemos qué hay del otro lado y no quiero saberlo. Más bien preferiría que te olvidés de mí y no me sigas martirizando con tus historias.

-Pero Manuel, cómo no vas a querer conocer lo que hay del otro lado, te aseguro que no hay ningún peligro.

- Lulina no me vas a convencer, lo que yo quiero es dejar de sentir todas estas cosas y volver a mi vida normal, no hay nada que me interese ahí y estoy perdiendo a la gente que quiero con todas estas locuras. Mientras terminaba de decir esto Manuel se despedía de la joven y volvía a su puesto de artesanías. Ella cruzó la calle, se acercó a él y con tono angustiado le dijo –Te mentí Manuel, en realidad no puedo ir sola, puedo abrir el portar pero los viajes sólo pueden hacerse de a dos, cuando te encontré esa tarde en el barrio supe que al fin podría hacer lo que sueño hace tantos años, desde que mi papá se fue, por favor acompañame. Si querés te muestro su libro, lo tengo aquí, vas a ver que no hay ningún peligro, somos parte de algo que puede servirnos para ayudar a la gente a nuestro alrededor Manuel, no todos tienen esa posibilidad.

La batalla interna de las últimas semanas se hacía sentir en Manuel, advirtió el cansancio y el dolor en su cuerpo. El rostro de desconsuelo de Lulina lo hacía sentir culpable, al mismo tiempo quería dejar de lado todas esas vivencias y sabía que cruzar el portal no era la forma de hacerlo. Finalmente se decidió y sin encontrar otra salida pactó –Sólo te acompaño si me prometés que después de esta vez te vas a olvidar totalmente de mí y de que soy una de esas personas que decís.

-Absolutamente prometido, -soltó recuperando los ánimos la joven.

Llegaron de nuevo al lugar donde estaba la entrada que se abría ante ellos y cruzaron juntos, aunque Manuel continuaba dudoso. El nuevo mundo se presentó deslumbrante ante sus ojos, al estar del otro lado Lulina miró cuidadosamente alrededor y explicó a Manuel que debían recordar el lugar para encontrar el camino de regreso. Extasiados miraban un lugar totalmente diferente a lo que conocían. Las personas estaban vestidas de forma antigua, las mujeres llevaban mayormente camisas con volados y encajes y amplias faldas, los hombres usaban pantalones y chaquetas de colores oscuros. Sin embargo estaban bajo una construcción bastante moderna, una especie de bóveda gigante que parecía contener una ciudad entera. Se veían gajos de cristal esmerilado que partían de un centro lejano al lugar en el que se encontraban y que formaban ondas que subían y bajaban en torno al centro, formando un espacio similar al de una flor de loto apoyada con suavidad sobre el terreno. Las luces que llegaban del exterior se sumaban a pequeños paneles horizontales de luz blanca distribuidos por doquier. También se veían sectores a lo lejos en donde había fuentes de agua y grandes jardines, otros donde aparecían montes de arena y hasta una quebrada, más lejos aún se veían barrios que se encaramaban en los cerros.

Caminaban lentamente, observando todo a su alrededor, parecían encontrarse en un sector de comercios, se levantaban por todos lados pequeños espacios divididos apenas con unas placas de madera, en los que la gente tenía sus productos sobre mesas y los ofrecía a viva voz, los sorprendió escuchar su propia lengua. Al avanzar por los pasillos, siempre juntos, llamó su atención un vendedor de cuadros, eran maravillosos y finamente enmarcados, los tenía apilados por todo su estrecho local. De acuerdo al cliente, ofrecía algunos y se negaba a vender otros. Lulina y Manuel miraban las transacciones extrañados, sin animarse a hablar. En un momento que se quedó sin clientes, el vendedor los miró y los invitó a acercarse. Manuel caminó hasta él dubitativo, al mirarlo el hombre dijo:

-Tengo el cuadro perfecto para vos. Sacó de una de sus grandes pilas una pintura que mostraba un hombre soplando un mundo apoyado sobre la palma de su mano.

Al verlo el joven no pudo evitar decir:

– Ésta imagen me parece conocida.

–Claro que sí –le respondió él- la soñaste la semana pasada.

Manuel lo miró pasmado, recordando al instante su sueño. En ese momento llegaron nuevos clientes y los chicos continuaron su camino desconcertados. Escuchaban conversaciones en las que se hablaba de forma continua y totalmente habitual con términos como planos paralelos, vidas pasadas, premoniciones, vibración espiritual, energía y tantas más. Sin duda era una ciudad y quizás una dimensión donde se vivía la espiritualidad de forma totalmente diferente a la que ellos estaban acostumbrados. Luego de escuchar otras tantas conversaciones y observar las compras y ventas de los productos que se ofrecían llegaron a la conclusión que la moneda de cambio que utilizaban en ese lugar no era el papel moneda, el oro, la plata o las piedras preciosas, como ellos estaban acostumbrados, sino más bien el tiempo, hablaban y negociaban en horas minutos y segundos. Parecía tratarse de una especie de trueque en el que las personas intercambiaban sus productos por el tiempo que los otros podían ofrecerles, tanto para la confección de otros productos, arreglos en el hogar e incluso la enseñanza y la lectura. Para Manuel éste mundo se asemejaba mucho más a lo que siempre había imaginado como ideal, se sentía a gusto en un lugar extraño, esto le agradaba y le asustaba al mismo tiempo.

Lulina se veía inquieta, como buscando algo, constantemente analizaba los rostros que se cruzaban ante ellos y respondía a las consultas de Manuel con evasivas, suponiendo que se trataba del asombro y temor por todo lo que estaban viviendo, el joven intentaba tranquilizarla. Al dar la vuelta en uno de los corredores Manuel se quedó petrificado, permaneció parado en medio del corredor con la mirada fija en un anciano que estaba sentado tranquilamente en uno de los pequeños locales, tallaba muñecos de madera con una navaja y tenía distribuidos en la mesa frente a él los más variados modelos. Las lagrimas comenzaron a recorrer sus mejillas mientras Lulina miraba intermitentemente los rostros que se comenzaron a mirar como hablándose. Luego de unos segundos que parecieron eternos, Manuel pronunció ahogadamente las palabras: abuelo, se acercó tambaleante al lugar y se abrazaron con la intensidad de una larga ausencia.

-Cómo es posible esto abuelo –susurró el chico.

-Eso me preguntó yo, aunque siempre supe que en algún momento aparecerías Manuel. Esto es posible porque yo pertenezco a este lugar, mi cuerpo físico desapareció allá pero vino a continuar viviendo aquí. Hace mucho tiempo, algunos de nuestros antepasados viajaron a la dimensión impasible, como la llamamos aquí, las cosas estaban muy mal por allá y el objetivo era volver a sembrar la espiritualidad y el amor que se aleja de lo material, se logró un gran cambio pero queda mucho por hacer, por eso cada descendencia de esos primeros viajantes sigue cumpliendo la misión, vos sos uno de ellos. A eso se debe tu eterna búsqueda pequeño, algo dentro tuyo sabe que hay cosas que están más allá de tu vida diaria, sé que estuviste dudando, ya no hay razones para hacerlo, eso de lo que te escapas es lo que realmente sos y cuando lo aceptés serás capaz de cosas maravillosas.

Manuel escuchaba a su abuelo entre sollozos, no podía creer estar otra vez tocándolo, abrazándolo, había sufrido tanto con su ausencia. Sus palabras aclaraban las dudas, temores y angustias que lo acompañaban desde hace años, él era parte de esta dimensión en la que se sentía tan cómodo y tranquilo. En ese momento supo, que ese viaje era el comienzo de una nueva vida, un nuevo camino por recorrer, una travesía que ahora se presentaba claramente ante sus ojos.

Se quedó charlando con su abuelo largo tiempo mientras Lulina iba y venía recorriendo el lugar, luego de lo que parecieron muchas horas su abuelo les advirtió que ya era hora de volver, la gente comenzaba a retirarse de los puestos. En ese momento la joven le consultó por un hombre, Manuel advirtió que la joven buscaba a su padre, pero al parecer no pertenecía a esa dimensión, Lulina se entristeció por la respuesta e insistió en emprender el camino de regreso.

Sabían sin conversarlo que éste era sólo el inicio de un largo recorrido juntos, conociendo nuevos espacios paralelos y tratando de encontrar respuesta a preguntas de su mundo. Comenzaron entonces a buscar el camino de vuelta, iban y venían por pasillos que parecían sucederse una y otra vez. Finalmente al dar vuelta por una esquina que creían haber cruzado varias veces, encontraron el sitio exacto. Se tomaron de las manos y dieron el paso de vuelta a la dimensión impasible.

Era ya de madrugada, el lugar estaba completamente vacío, las luces de un auto que pasaba los encandiló e hizo retroceder. En medio de la noche, en la esquina frente a ellos, sólo podía verse un puesto de artesanías abandonado en medio de la calle, ante tanta desolación lo sintieron como el saludo de bienvenida a este mundo. Mientras tanto, en el interior de Manuel, las nuevas percepciones y sentimientos de los que tanto había querido huir comenzaban a crecer a pasos agigantados.