jueves, 25 de noviembre de 2010

El puesto de pescado

Tatiana Miró-Quesada



Cuidadosamente Fanny había escondido la liquidación por los tres años de trabajo de su marido.

A pesar de que él incesantemente le pedía el dinero para comprar ropa, muebles o artefactos, ella no se lo iba a entregar, no importaba que pelearan constantemente por el. Ella quería progresar, no quería quedarse en ese cuartito de madera con techo de calamina por donde se colaba la brisa del mar, en donde aparte de dormir los tres, tenían que cocinar y lavar. Eso no es lo que quería para su hijo. Ese dinero debía servir para poner un negocio, algo que los ayudara a salir adelante y no vivir con el temor constante  de que el jefe los corra y no tener dinero ni siquiera para darle de comer al niño.

Pablo se conformaba con tener para comer, pero Fanny quería más, quería poder darle a su hijo las oportunidades que ella no había tenido.


En una de sus idas al mercado, escuchó al Sr. Néstor, su casero del pescado, que quería vender su puesto, como quien esta escogiendo que pescado llevar, se acercó más, para  escuchar los detalles de la conversación.


- Solo lo vendo si me paga 1500, -dijo Néstor.
- No sea así Don Néstor, yo tengo 1200, pero son en efectivo, contadito pues.
- Por menos de 1500 no me muevo.
- Pieeénselo, es un precio justo.


Fanny sintió que se le paralizaba el corazón, no creía lo que escuchaba, ¿Sería posible que fuera la oportunidad para realizar su sueño?, ella tenía ahorrados 1700 soles,


¿Y si me aventuro a comprar el puesto?, por fin tendría mi negocio propio, Mi sueño hecho realidad –pensó.

- Caserito, ¿He escuchado que quiere vender su puesto? –preguntó Fanny tratando de esconder su emoción.
- Si casera, ya estoy cansado de venir todos los días, quiero dedicarme a otra cosa
- Yo se lo quiero comprar casero, yo tengo los 1500 que usted quiere.
- ¿En serio casera?, no me vaya a estar tomando el pelo.
- Nooo caseero, yo quiero poner mi negocio y tengo una platita ahorrada
- Y qué sabe usted de pescado?
- Bueno, no sé nada, pero usted me podría enseñar, ¿Verdad?
- Por supuesto casera, yo le enseño. ¿Está realmente decidida?
- Claro ¿Cuándo cerramos el trato? Consultó Fanny
- Mañana a las tres en su casa casera, por favor, anóteme la dirección en este papelito.


Fanny no lo podía creer, estaba a un paso de tener su propio negocio, pocas veces se había ilusionado tanto como ahora.


Cuando llegó a su casa, con el corazón acelerado por la emoción, fue corriendo al escondite para comprobar que aún tenía el dinero y que su marido no lo había encontrado y malgastado.

Que feliz estaba, lo volvió a guardar y se puso a hacer los quehaceres de la casa mientras esperaba que llegue su pareja. Apenas lo escuchó llegar, salió presurosa a recibirlo con una sonrisa para contarle la maravillosa noticia que tenía. Cuál sería su sorpresa cuando le dijo
- Pero mujer ¿Qué sabes de pescado? ¿Cómo vas a llevar el negocio?, ¿Cómo te vas a gastar la plata en eso? ¿Y si te va mal? Mejor compramos un televisor.
-  Como que un televisor, porqué me va a ir mal, -le increpó entre molesta y confundida-. Tú nunca quieres nada más, yo quiero mejorar, eres un ave de mal agüero.
-  Yo insisto en que deberíamos comprar el televisor –Dijo Pablo con desdén.


Fanny no lo podía creer, pero aunque le costara el matrimonio, ella estaba decidida a comprar ese negocio, ver a su hijo jugando en el cuarto la llenaba de valor para emprender esta nueva empresa, todo lo hacía por el, no importaba que pensara el conformista de su marido.

Sin decirle nada a Pablo, Fanny recibió a Don Néstor, firmaron un papel que decía que le estaba vendiendo el puesto, le entregó el dinero y acordaron en verse en el mercado al día siguiente para que él le enseñe todo acerca del negocio.

Desde muy temprano, Fanny estuvo esperando para encontrarse con Don Néstor, pero él no llegaba, que distinto se veía el puesto vacio, era un pequeño cuadrado con mostradores de cemento pulido y un lavadero, en los otros puestos ya se encontraban acomodando la mercadería y los clientes empezaban a llegar al mercado.


Ya no debe tardar en llegar –pensó Fanny-, seguro que no ha conseguido movilidad.


Las horas siguieron pasando y Don Néstor no llegaba, Fanny se dio cuenta de que ni siquiera sabía su dirección para ir a buscarlo.


Ya va a llegar – se repetía- debe haber tenido algún inconveniente.

Hacía mitad de la tarde, la cantidad de gente en el mercado empezó a disminuir, y algunos puestos empezaron a cerrar, en especial los de pescado. Por fin se convenció de que Don Néstor no vendría.


Regresó al día siguiente, pero fue la misma historia, todo el miedo reprimido durante esos dos días se apoderó de ella y rompió en llanto, las lágrimas se deslizaban entre sus manos con las que cubría su rostro, pero en eso se armo de valor y se dijo que no se iba a dejar vencer, aprendería de todas formas. Su anhelo de progresar era tan grande que nada la detendría, desde chica había tenido que valerse por sí misma, no sería la primera vez que tenía que luchar, solo estaba segura de algo, no se iba a rendir. Se limpió las lágrimas con la chompa y poniendo su mejor cara empezó a preguntar en los puestos vecinos donde podía comprar el pescado para abastecer su puesto, muchos la mandaban al desvío, hasta que uno se apiadó y le dijo donde compraban el pescado y a qué hora debía ir para encontrar los mejores precios y productos.


Al siguiente día, entró al terminal pesquero del Callao y vio los grandes camiones cargados de pescado, pero ¿Qué comprar?, las personas hablaban en términos que ella no conocía, estaba totalmente atolondrada con el barullo producido por la gente hablando al mismo tiempo. Ella solo tenía doscientos soles que tenían que alcanzar para comprar la mercadería y el hielo, además de sus pasajes desayuno y almuerzo. Decidió no gastar todo y comprar poco para empezar, de todas maneras, ella sola no podría cargar mucho hielo y pescado, ya más adelante se enteraría que el hielo  lo vendían en el mercado donde tenía su puesto y la diferencia de precio era muy poca.

Fanny estaba empapada hasta la mitad de la pantorrilla, no sabía que el piso del terminal iba a estar lleno de agua helada con sanguaza que caía de los camiones de donde bajaban el pescado. Sus bolsas estaban muy pesadas y resbaladizas, con mucho esfuerzo las llevó hasta el paradero para tomar la combi.


Ella sabía que se había demorado en escoger que comprar, pero estaba segura que había hecho una buena elección. Llegó un poco tarde al puesto y ya todos los demás estaban armados y con clientela, no importa –se dijo- me va a servir para ver como pongo el mío.


Colocó el hielo sobre el mostrador y acomodo los pescados poniendo los que eran iguales uno junto a otro, no tenía mucha mercadería, pero al menos había escogido los pescados más bonitos que había visto.


Llego la primera clienta, la felicidad embargaba a Fanny, pero rápidamente surgió un nuevo problema.


- Casera, pésame este, me lo evisceras, lo desescamas y me lo fileteas, regreso en un momento.
¿Y ahora? – Pensó Fanny-

Nada la iba a detener, había visto al casero hacerlo muchas veces, pensó en su hijo y puso manos a la obra. Como era de esperar, el pescado no quedó muy bien.


- Pero casera, que le ha hecho al pescado
- Disculpe dooña, pero es mi primer día, le hago un descuentito para que no se moleste.
  
Y así realizó su primera venta.


En los días posteriores fue agarrando cada vez más cancha, su trato amable y jovial atraía a los clientes. Todo iba viento en popa, pero a los veinte días de haber empezado se le acercaron los de la Junta de propietarios.


- ¿El Sr. Néstor? -Le preguntaron.
- Él ya no viene, me ha vendido el puesto.
- ¿Cómo que le ha vendido el puesto?, a nosotros no nos ha informado nada.
- Pero me ha firmado un papel y todo.
- Los puestos son de la junta, solo los socios pueden ser propietarios, él no ha informado que usted es la nueva socia.
- Pero yo he pagado –dijo Fanny angustiada.
- Lo que ha comprado son los mostradores y el lavadero, si el no viene a informar de la transferencia va a tener que desalojar el local. Tiene una semana.


Fanny sintió que le había caído una piedra sobre la cabeza, el corazón se le aceleró y pensaba ¿Dónde lo ubico? ¿Dónde ubico a este desgraciado? Con razón no da cara. El ha tenido el puesto por más de dos años, alguien debe saber en donde vive.  Empezó a preguntar  en los puestos vecinos hasta que uno le dijo más o menos por donde vivía.


Esa tarde, cerró el puesto, encargo a su hijo con una comadre y se fue  a buscarlo.


Una vez en la zona que le habían dicho pensó ¿Y ahora?, ¿Cómo lo encuentro?, comenzó a tocar en cada casa, preguntando por Don Néstor, el del puesto de pescado, algunas personas no tenían idea, hasta que una señora le dijo
- Don Néstor vive frente a la tienda celeste, a unas dos cuadras para allá.
- Muchas gracias señora –exclamo Fanny agradecida. 


Una vez que llegó a la casa que le había indicado la señora tocó la puerta y justo abrió él.


- Señor Néstor, se ha olvidado de avisar a la junta que me ha vendido el puesto.
- No tengo tiempo de ir –respondió con desaire
- Pero si no va me van a botar del puesto
- Eso te pasa por no averiguar, si te botan yo sigo siendo el socio -le dijo groseramente.
- No me puede hacer esto, Don Néstor
Y le tiró la puerta.


Fanny se sintió indignada por la frescura de aquel hombre que en todo momento supo lo que iba a pasar. Esto no se queda así –pensó- no voy a dejar que me arrebate lo que con tanto esfuerzo estoy construyendo, ahorita mismo me voy a la comisaría para que me digan que hacer.


Entro furibunda a la comisaría y a la primera mujer policía que vio, le dio los detalles de lo sucedido.


Ya en su casa le contó a Pablo
- La policía me dijo que las personas que hacían ese tipo de cosas, segurito que se lo ha hecho a alguien más.
-  Mañana averigua en el mercado, que se ha creído este desgraciado – respondió Pablo.

Al día siguiente preguntando en el mercado, se enteró que el tal Néstor debía plata a varias personas de cosas que había comprado en partes, así que en la tarde se fue a hablar con el, pero se hacía negar. Lo esperó hasta las 10 de la noche, pero no llegó. Al día siguiente después de trabajar hizo lo mismo, pero igual se hizo negar y por más que lo esperó no se apareció.

No me la va a hacer –pensó- me voy a quedar aquí hasta que aparezca. Llamó a su esposo y  le pidió que le traiga una manta y comida para pasar la noche ya que le iba a hacer la guardia hasta que apareciera.

Al día siguiente, temprano el Sr. Néstor salió de su casa y Fanny, que se encontraba escondida detrás de unos arbustos, salió a encararlo
- Don Néstor, como es posible que se haga negar. Usted quien cree que soy.
- Mire casera, yo le puedo devolver la mitad de lo que me dio y la otra mitad cuando me paguen una junta en la que estoy.
- Y usted cree que yo voy a confiar en usted, además usted ya me vendió el local, yo no quiero la plata, quiero que le informe a la junta que me ha vendido.
- Pero caserita por que se pone así, ese puesto no es para usted, ni siquiera sabe nada de pescado. Mejor regrese a su casa a cuidar a su hijo.

Totalmente indignada tomó aire y lo amenazó
-  Que se cree, encima me quiere ofender diciéndome que yo no puedo, he estado averiguando y usted tiene varias deudas por ahí que no ha pagado. Le advierto que si no va ahora mismo conmigo para hablar con los de la junta, nos vamos a unir todos a los que nos debe plata y vamos a venir con la policía y le vamos a dar muchos problemas. Si la policía no puede hacer nada vamos a regresar con palos. Usted decide.
- Creo que ha malinterpretado Doña Fanny, yo le decía esto pensando en usted, de ninguna manera quería perjudicarla.
- No me venga con palabrería y vamos ahora mismo o se va a arrepentir.
-  Yo me acerco hoy en la tarde
- De ninguna manera, si no viene conmigo ahora le voy a hacer un escándalo del que se van a enterar todos sus vecinos.
- Bueno casera, no se ponga así, vamos.
  
Esa mañana se arregló la transferencia del puesto. Fanny tuvo muchas más trabas y penurias, pero eso es ya otra historia.


Con su trabajo construyó su casa y educó a sus dos hijos, ahora ellos tendrán más oportunidades. No importa que tenga artrosis en el brazo derecho por trabajar con tanto hielo, ni las manos destrozadas por las escamas, que importa su cansancio si con su esfuerzo logró sus metas. Ahora ellos están en institutos y van a conseguir buenos trabajos.


El puesto  ya que no puede trabajarlo más, la artrosis no se lo permite, pero no importa cuál fue el costo, nunca le importó.

Gabriel

Mónica Rengifo

Una tarde triste y gris descubrí que tengo algo parecido a un ángel. Su nombre es Gabriel. Alto, de tez blanca, ojos marrones claros. Su cara es similar a la de un gato, yo le digo tigre por su increíble fuerza. Su cabello castaño se parece al color del cacao, es por eso que cada vez que salimos me provoca comer chocolates hasta empalagarme.
Brenda caminaba por el parque comiendo galletas. Sus ojos color caramelo estaban fijados en el horizonte y sus pensamientos en los problemas que tenía en su casa. Observarla daba una sensación, a primera vista, que estaba perdida. El viento comenzó a soplar más fuerte, y su largo cabello negro se movía en dirección de éste. Empezó a garuar, algo típico en Lima. El parque Castilla no tiene zonas techadas; sin embargo, Brenda siempre quiere sentir las gotas de llovizna sobre su cara. Buscó una banca para poder sentarse, y fue en ese pequeño camino que se chocó con Gabriel. Las galletas de Brenda cayeron al piso.
-         Discúlpame, no fue mi intención -dijo Gabriel mirando el empaque de galletas saladas.
-         No te preocupes, está bien.
-         ¿Segura? Te compro otras. Es que no creo que puedas comerte las que se han caído al piso y ahora solo te queda una -Brenda sonrío.
-         Lo que pasa es que…
-         Es que me acabas de conocer y crees que te puedo hacer daño o robar o algo. Te entiendo.
-         Claro, eso mismo -respondió Brenda muy extrañada.
-         Soy Gabriel -dijo sonriendo y estirando el brazo en ademán de saludo-, no tengo planeado hacerte algo, solo quiero comprarte otras galletas y ya.
-         Sé que está mal, pero hay algo en ti que me da confianza –ella corresponde el ademán- . Soy Brenda, un gustazo.
Cómo olvidar nuestra primera conversación. Fue muy rara, lo sé; pero tiene algo que me atrae y me impide decir no. Nos encaminamos hasta la tienda más cercana, y fue ahí que se inició una conversación sobre nuestra familia y lo que nos gustaba. Vaya sorpresa la mía al enterarme que  ambos necesitamos escuchar música en todo momento, nos apasiona el fútbol y  leemos a Stephen King.  Lo más pasmoso fue saber que se acababa de mudar a una cuadra de donde yo vivo. Demasiada coincidencia en un solo día. En ese instante me di cuenta que él era diferente al resto. Me dio una súbita y extraña sensación de querer comer chocolate al ver su cabello de nuevo, y, con muchísima vergüenza, le pregunté si es que en lugar de galletas me podría comprar uno. Sonriendo dijo que sin problemas lo iba a hacer. No sé si es porque es muy carismático o demasiado simpático, pero tiene algo que enamora. Eso es definitivo.
-         Gracias por el chocolate.
-         No te preocupes. Me imagino que te gustan mucho.
-         La verdad… sí. Me encantan, pero hace un ratito quería comer algo salado, no sé qué pasó.
-         Te endulcé el día, Brenda -dijo riéndose.
-         Puede ser, aunque no lo creo felino.
-         ¿Felino? -Gabriel la miró como si le hubiera dicho una palabra en una lengua extraña.
-         Sí, tienes cara de gato. Pero te diré tigre.
-         ¿Por qué tigre?
-         Por tus músculos. Se nota que eres fuerte.
-         Gracias -Gabriel se sonrojó-, pero estos -dijo señalando los músculos de los brazos- se los tienes que agradecer al gym.
-         Si tú lo dices -Brenda comenzó a reírse-. Desde ahora te llamaré así.
-         Bueno, es mejor a que me digas gato. Así me siento más fuerte.
-         No te emociones mucho, aún no he comprobado qué tan fuerte eres.
-         ¿Lo quieres comprobar?
-         ¿Qué harás? ¿Levantar una piedrita?
-         Muy graciosa. Pues no, haré esto -Gabriel cargó a Brenda como si fuera Cenicienta, dio tres vueltas sobre su sitio con ella entre sus brazos, y luego la bajó.
-         Okey, es un hecho. Eres fuerte, no te preocupes. No te molestaré -dijo Brenda tratando de quedarse parada sin tambalear.
-         Bueno mi estimada, con algo necesito defenderte.
-         ¿Defenderme? ¿De quién?
-         Bueno, con lo linda que eres, debe haber un par de idiotas que quieren hacerse la de vivos contigo. Yo lo evitaré -Gabriel le guiñó el ojo y, automáticamente, las mejillas de Brenda se pusieron de color rojo.
-         Qué lindo, gracias -Gabriel se acercó para abrazarla muy cálidamente.
Créanlo o no, así fueron todas nuestras conversaciones. Es tan bueno y amable, creo que yo siempre fui un poco mala con él. Me acompañó hasta mi casa, me dejó en la puerta, me dio un beso en la mejilla y se fue. Esa misma noche lo busqué en “facebook”, lastimosamente no tenía su apellido y no logré encontrarlo. Al siguiente día, saqué a pasear a mi perro al parque con la esperanza de verlo otra vez. Efectivamente, fue así. Mientras los días pasaban, nos íbamos conociendo mejor. Se parecía mucho a mí, no había cosa en la que tuviéramos alguna discrepancia. Todo era tan similar a un sueño, algunas veces sentí que fue demasiado bueno para ser cierto.
Una tarde de febrero, Gabriel y Brenda caminaban por el malecón. La vista hacia las playas, la tranquilidad entre las calles y el sonido de las olas son los responsables de que esas simples veredas se hayan convertido en un ambiente romántico. Se conocieron en agosto, y fue en septiembre que entablaron una relación sentimental. Eran una pareja perfecta. A los padres de Brenda les caía muy bien Gabriel, no tenían problema alguno con él. Después de todo, él era una buena persona. Iban hablando sobre todo lo ocurrido en los cinco meses que llevaban de enamorados. Él la alejaba de patanes, de malos amigos, la había ayudado con sus problemas. Dibujaban y pintaban las paredes de los cuartos, salían al cine o a fiestas con amigos. Todo tan semejante a un cuento de hadas, y Gabriel era mejor que un príncipe, era el ángel que la cuidaba.

Estaban cerca del centro comercial Larcomar cuando todo ocurrió. La brisa del mar y el aire que corría un poco fuerte les provocaban escalofríos. Unos hombres los quedaron analizando con el fin de saber donde guardaban sus cosas de valor. Eran las siete de la noche, y, sentados en unas bancas de madera color marrón oscuro, Gabriel le dio una moneda de cinco soles a Brenda para que comprara canchita dulce donde una señora que estaba a unos veinte metros de ellos. Ella fue caminando hasta la carretilla de la vendedora muy tranquilamente. La sonrisa de Brenda era notoria, debido a que todo el camino no dejo de hacer el gesto, ya que para ella ese día era el mejor. La mujer le dio de vuelto cuatro soles, y en un cono hecho de papel le sirvió la cancha. Antes de que pudiera voltear para regresar donde Gabriel, el sonido de un carro que frenó en seco la asustó. Giró la cabeza atemorizada hacia el lugar en donde se había originado aquel espantoso sonido. Luego de dos minutos, por su mejilla se derramó una lágrima. 
 

martes, 23 de noviembre de 2010

El deseo de Evangelina

Rocío Vallejos

Estaba sentada en el parque, ubicado frente a su casa, bajo un árbol, leyendo un libro y fumando.  La incomodidad que sintió en un principio, debido a que no era su costumbre leer fuera de casa, desapareció en cuanto la historia del libro comenzó a apoderarse de ella.  En ese momento era la Inglaterra del 1900 y  el desarrollo industrial, por el uso de máquinas a vapor había comenzado a cambiar el mundo.  ¿Por qué Inglaterra se preguntó? ¿Por qué no Francia ó Alemania? Se imaginó a los protagonistas franceses o alemanes y como no coincidían con la imagen que tenía de ellos en su cabeza los desechó.  Aceptó a Inglaterra sin ningún tipo de berrinche de allí en adelante.
Dos horas y media más tarde, al concluir su lectura miró a su alrededor y suspiró. 
-¡A mi no me ocurrirán ese tipo de cosas!, dijo en voz alta, sin percatarse que un poco hacia su derecha en otra banca, había un joven leyendo el periódico.
Creo que estas historias de amor sólo ocurren en libros.  En esta época sería imposible que una pareja se conozca de esa forma tan peculiar y con sólo verse sepan que son uno para el otro.  Me encantaría que algo así me pasara a mí.  El amor es lo que quisiera ahora en mi vida, pensaba.
Mientras Evangelina seguía embelesada pensando en las musarañas, recordando la hermosa historia de amor que había leído, Juan Carlos volteó a mirarla y sonrió. 
¡Debería leer a Kafka! pensó Juan Carlos.  ¡No creo que estaría en esa nube en la que está ahora!  ¿Qué demonios habrá leído para ponerse en ese estado de éxtasis? 
Sin darle más importancia al asunto, Juan Carlos, continúo leyendo su periódico muy interesado en una noticia en dónde figuraban las caras de algunos jugadores de fútbol y el titular del periódico decía que iban a botarlos de la selección por una indisciplina, lo que para Juan Carlos era una tragedia.  Juan Carlos era un aplicado estudiante de Literatura en una conocida universidad, pero tenía pasión por el fútbol.  El primer regalo que le hizo su padre fue una pelota, según comentó alguna vez su mamá en uno de los almuerzos anecdotarios que tenían los domingos.
Frente a ellos en el parque, no muy lejos, había un señor que cuando uno lo miraba, pensaba en un tango.  El sujeto tenía un peinado muy engominado, todo para atrás. Dándole a su cabeza un aire moderno, pero añejo por la forma en cómo vestía, como un “compadrito”.  Una que otra mosca revoloteaba sobre él, pero ninguna se paraba sobre su cabello, como presintiendo que no se despegarían.  Este hombre tenía un cuaderno de dibujo sobre las piernas y un carboncillo en las manos que ennegrecía sus dedos al trazar los rasgos de las personas que tenía al frente.   Su frenesí al dibujar era tal, que parecía que iba a romper el papel.  Pasaba el lápiz, luego el dedo, esfumando líneas, dándoles mágicamente tonos de luz a los personajes, sobre el cabello y los hombros, dibujado, el árbol bajo el que estaba la banca de Evangelina, con un detalle digno de Durero.
Evangelina, vio acercarse al pintor que esbozaba una gran sonrisa.
¿Qué venderá éste?, se preguntó Evangelina mientras trataba, inútilmente, de levantarse e irse antes que llegara el indeseado personaje.
-Mi queridísima amiga, le dijo a Evangelina, mi nombre es Joaquín Segovia, pintor, dibujante, poeta y casi literato, porque lo de la narración aún no me sale muy bien.  Vengo aquí a dejarles a usted y a su compañero de parque, un pequeño recuerdo de este momento en que los he visto, atrapados entre las fauces de la palabra escrita.  Bendito Gutenberg que inventó la imprenta, y con la misma sonrisa le alcanzó el dibujo que momentos antes había hecho de ella y de Juan Carlos.
Evangelina, miró el retrato y le pareció lo más bello que había visto.  Algo conocía de pintura y ese carboncillo era una maravilla, no sólo porque ella era la retratada junto a su desconocido compañero, sino porque el “esfumato” estaba deliciosamente realizado.
-Mira, le dijo Evangelina al lector del periódico, un retrato nuestro.
Juan Carlos, miró al pintor, a Evangelina y el dibujo que ella le mostraba y sin dar crédito a lo que veía, se vio igualito, como si se mirara frente a un espejo, pero en esta ocasión en un retrato en blanco y negro.  Pudo apreciar el brillo del cabello de la chica, el árbol, la banca y sobre todo ese rizo que sobre su cabeza caía, que odiaba desde que era adolescente.
-Muy bonito le dijo Juan Carlos, ¿Pero ahora como hacemos? ¿Lo partimos por la mitad?, preguntó sonriente al pintor.
-De ninguna manera caballero, le contestó casi ofendido Joaquín Segovia, si el retrato ha salido con los dos, con los dos debe quedarse.  ¡Hay veces en que las cosas salen porque el destino así lo quiere! ¿Usted hermosa dama, le preguntó a Evangelina, cómo se llama?
-Evangelina, señor Segovia.
-Usted caballero, ¿Me haría el honor de decirme su nombre? Le preguntó a Juan Carlos.
Juan Carlos, riéndose por dentro, por la exagerada forma de hablar del dibujante le contestó –Juan Carlos, distinguido señor.  Haciendo sorna.
-Señorita Evangelina, permítame presentarle aquí al señor Juan Carlos, amante de los deportes.
Evangelina, que ya no sabía cómo reaccionar, le tendió la mano a Juan Carlos diciéndole –Hola Juan Carlos, encantada de conocerte.  Mientras pensaba ¡Que chico más guapo, creo que ya me enamoré! y lo miró fijamente.
Juan Carlos le devolvió el saludo.  Pensó en lo hermosa que era aunque leyese historias de amor. Se le ocurrió que tendría que educarla y se sorprendió de ese pensamiento.
-Evangelina es un gusto conocerte, le dijo mirándola fijamente.  Me agradan los deportes, es cierto, pero tampoco tanto como para que se me pueda catalogar como amante de ellos.  Lo que ocurre es que siempre me interesa la selección de fútbol.  ¿A quién no?  A fin de cuentas representa a nuestro país.
-Bueno, le dijo Evangelina, yo no conozco mucho de fútbol.  Me interesan otro tipo de cosas.  Como las carreras de autos, como fórmula uno, que obviamente veo por televisión.
-Ya vieron ustedes, les dijo Joaquín Segovia, ahora se conocen y tienen en común los deportes y la lectura y dando una mirada de reojo al libro que tenía Evangelina añadió, ¿Tal vez a Don Juan Carlos le gusten las artes amatorias?  ¿Qué caballero, hecho como Dios manda, no languidece ante los hermosos ojos de una mujer, como los que tiene aquí nuestra bellísima Evangelina?
Juan Carlos no respondió a esa pregunta y Evangelina se sintió ridícula, sonrojándose como cuando era adolescente.
-¡Ah!, mejillas encarnadas, símbolo de pureza y bondad.  ¿No lo cree así Don Juan Carlos?
Juan Carlos mirando a Evangelina y viendo su rubor, sintió pena por ella.  Realmente es muy bonita pensó y repentinamente contestó:
-Por supuesto señor Segovia. Tal como usted lo indica, símbolo de pureza y bondad. 
-¡Ay jóvenes, si yo tuviera su edad!, decía Joaquín Segovia, levantando la cabeza y añorando el pasado.  Ustedes ya se conocen, saben que tienen algunos gustos afines, lo que venga sólo Dios lo sabe, así que el dibujo les pertenece a los dos.  La decisión de que harán con él depende exclusivamente de ustedes.
-¿Se le debe algo por el dibujo?, preguntó Evangelina, un tanto dudosa porque tenía algo de dinero en el bolsillo del pantalón, pero, sabía que no mucho.
-Absolutamente nada, dijo Joaquín Segovia, los dibujos son inspiración divina. ¡Sólo para cumplir sueños!  Igual podría haber pintado a la parejita del fondo, dijo, señalando a un par de tórtolos que estaban besándose varias bancas más allá.  Pero el carboncillo comenzó a pintarla a usted, bajo este hermoso palto, por lo que le recomiendo que mejor se pase a la banca de Don Juan Carlos, ya que parece que el árbol quiere regalarle uno de sus apetecibles frutos y no vaya a ser que sea el más jugoso.
Evangelina, que no tenía la menor idea que estaba bajo un palto, levantó la mirada y vio una hermosa y gran palta justo sobre ella y siguiendo las recomendaciones del señor Segovia, se sentó al lado de Juan Carlos, quien miraba la palta incrédulo.
-Gracias señor Segovia dijo Evangelina, tanto por el dibujo como por el aviso.  No vaya a ser que me hubiese caído eso encima, le dijo.
-Gracias las que la adornan apreciada señorita, no creo que los dioses hubiesen sido tan poco gratos con usted de permitir que tamaño fruto cayese sobre su hermosa cabeza, cuando podrían permitirnos a los pobres, en especial a este, desayunar con tan suculento prodigio de la naturaleza y sin pensarlo mucho se subió en la banca y ayudado de un felino salto, se quedó con la palta en las manos a la que todavía le faltaba algún tiempo para madurar.
Juan Carlos, quien no salía de su asombro al ver la gran palta sobre la cabeza de Evangelina, quedó sin habla al ver como saltó el señor Joaquín Segovia para apoderarse de ella.
¿Viste eso?, le preguntó Evangelina a Juan Carlos.
-Sí, le contestó Juan Carlos.  Bastante ágil resultó el pintor.
-Como un gran arquero, acotó Evangelina.
Joaquín Segovia, quien estaba frente a ellos con la palta sobre la mano y una gran sonrisa entre los labios le dio la mano a cada uno de ellos, despidiéndose.
-No se olviden que ustedes tienen que decidir quién se queda con el dibujo.  ¡Ya Dios se encargó de pagármelo! y dándose media vuelta continuó caminando hacia el fondo del parque, pensando en que había reunido a una hermosa pareja y que ya sólo de ellos dependía que floreciese el amor.  Bueno, pensó Joaquín Segovia, misión cumplida.    No es fácil encontrar a la persona adecuada, pero estoy seguro que ese retrato tiene que juntarlos.  Los ángeles podemos hacer encargos, pero no milagros y volteando la cabeza los vio irse y saludó a Retaniel, el ángel de Juan Carlos quien consiguió que finalmente ese muchacho saliera el domingo de su casa, aunque sea a leer el periódico.  Evangelina ha leído infinidad de libros sobre miradas de amor que le han producido suspiros.  Hoy le ha pasado lo mismo que a sus personajes y creo que aún no se ha dado cuenta.
Evangelina y Juan Carlos se miraron y comenzaron a reírse.
-¡El tipo parecía sacado de un libro de García Márquez!, le dijo Juan Manuel a Evangelina.
Evangelina, quería ponerse seria pero no podía.  No paraba de reírse.
-Mira, le dijo Evangelina a Juan Carlos, cuando pudo ponerse seria nuevamente, no soy una experta, pero este señor es muy buen dibujante y volteándose, puso el carboncillo sobre la banca, entre ellos dos.
Juan Carlos lo tomó y empezó a mirarlo con seriedad.
-Me gusta, le dijo.  ¿Te has dado cuenta que también dibujó la palta sobre tu cabeza?
-No, no vi eso le contestó Evangelina quién se acercó a Juan Carlos para ver el dibujo de la palta con detalle.
-¿Crees que nos pintó más por la palta para el desayuno, que por nosotros mismos?, preguntó mirando fijamente a Juan Carlos.
Juan Carlos hundiendo los hombros y haciendo un gesto con la boca le contestó
-Ni idea Evangelina.  Pero nos miró bien, el dibujo prueba eso.  Yo no me di cuenta de que estaba dibujándonos.  Es más, no me di cuenta ni de que estaba allí sentado frente a nosotros.
-Yo pensé que era un vendedor o algo así, cuando se acercó.  Pero su verbo florido, me impidió irme.  Y comenzó a reír nuevamente.
Juan Carlos quedó embelesado con la risa de Evangelina.  Era como la risa de una sirena de cuento de hadas. Y con mucha seriedad la miraba fijamente.
Evangelina, ajena a los pensamientos de Juan Carlos, pensando que él estaba riéndose con ella del señor Segovia, volteó a mirarlo y se encontró con su fija mirada llena de seriedad.  Que hermosos ojos tiene, pensó Evangelina y quedó mirándolo tan seriamente como él a ella.
-Te invito a tomar un café Evangelina.  ¿Qué te parece?  Tal vez allí podamos decidir quién se queda con la pintura.
-Te acepto un jugo.  Odio el café.  Tal vez podríamos turnarnos el dibujo, una semana tú y otra semana yo.
-Eso me parece complicado Evangelina, ¿dónde vives?
-Aquí, le señaló una casa.  Esa es mi casa.
-Que curioso dijo Juan Carlos, yo vivo en la esquina.  Jamás te había visto.  Tal vez un día sí y otro no, dijo sonriendo pícaramente a Evangelina, quien le devolvió la sonrisa en señal de complicidad.  Evangelina sentía su corazón latir con fuerza y tenía una extraña sensación en el estómago.  Juan Carlos sentía un vacío en el pecho, no sabía qué era, pero sabía que lo producía la cercanía de Evangelina.
Ellos iban conversando y caminando a lo largo del parque hacia el “Cafetín Amore”.
En la banca había quedado el libro de amor que estuvo leyendo Evangelina y el viento movía las hojas de éste a su antojo.