martes, 9 de noviembre de 2010

La Adivina

Gianfranco Mercanti

Cuando Narda llegó a Lima era apenas una jovencita poco agraciada. Sus padres la enviaron a estudiar enfermería en un instituto tecnológico y, a través de unos amigos, le consiguieron un cuarto en una pensión de mujeres en el centro de la ciudad. Era una casa antigua de quincha, de cuyas paredes húmedas y descascaradas se desprendía olor a moho.
La dueña del lugar, doña Matilda, era una viuda de unos sesenta años que a la muerte de su marido se las agenció convirtiendo la casa en pensión, y leyendo las cartas, para lo cual a ciertas horas se paraba en la puerta de la casa con su baraja española, buscando clientes. A Narda siempre le llamó la atención la seguridad como leía el futuro de las personas, le parecía un oficio más interesante que la enfermería.
-Doña Matilda enséñeme como leer el futuro -le decía Narda, cuando la encontraba sola, sentada en el viejo sofá de la sala fumando un cigarrillo barato, de esos que traían de contrabando.
-Hay hijita, es muy complicado, son años y años de estudio y dedicación -le contestaba Doña Matilda con su eterna voz gangosa, sin revelarle nada de su arte. ¿Cómo van  tus estudios?, le preguntaba, buscando cambiar el giro de la conversación, lo cual sabía hacer con maestría.
Un tarde,  Narda encontró a doña Matilda sola en el sofá  tomando ron, cosa que le pareció extraña, por lo que le preguntó si tomaba para celebrar o para olvidar.
-Por ambas cosas hijita. Hoy es mi cumpleaños y cómo verás ya nadie se acuerda. Una se envejece y va pasando al olvido… siéntate y brinda conmigo.
Fue entonces que por primera vez, doña Matilda le contó de su juventud, de su esposo, del hijo que perdió en un atentado terrorista. Finalmente, presa de los efectos del ron, y la insistencia de Narda, accedió por fin a contarle sobre su arte.
-No hijita, esto no se aprende en los libros, tienes que estudiar a las personas, y con el tiempo te bastará ver a alguien para conocerlo, por sus gestos, su ropa, sus anillos, todos los detalles te hablan, sino que nadie se detiene a escucharlos. ¿Las cartas? Es lo más sencillo, miras las cartas y dices lo primero que venga a tu mente, y después los clientes hacen cuanta tontería les recomiendo para cambiar su suerte -le reveló mientras reía a carcajadas.
Narda nunca olvidó esta revelación. Así, mientras trabajó como enfermera en el Hospital Dos de Mayo, se ejercitó en estudiar a los cientos de personas con las que trataba diariamente. Cinco años después, al ver que ya había aprendido lo suficiente, y que el negocio de la adivinación podía rendir más que lo que le pagaba el estado por trabajar todo el día, decidió renunciar para ser una adivina a tiempo completo.
Con sus beneficios sociales alquiló una casita en San Luis, y contrató publicidad en las páginas de avisos económicos de varios diarios locales. La fama no tardó en llegarle de la mano de personajes de la farándula limeña y políticos variopintos. Decían que por lo menos una vez al mes la recogía un lujoso automóvil para llevarla a palacio de gobierno, dónde permanecía largas horas.
Para mi buena suerte, cada día hay más ingenuos, y toda la gente sale satisfecha de mis consultas, porque les confirmo que hay traiciones, envidias, mujeres u hombres trigueños que son infieles, dinero en camino, viajes. Soy una artista, si doña Matilda me viera, estaría orgullosa de lo bien que aproveché su enseñanza, lo que a ella le faltaba era el marketing y las relaciones sociales que siempre dejan información que vale oro. Pobre vieja, terminó ahorcada con una media de nylon por una de sus inquilinas, y ella que se jactaba de conocer tanto a la gente. No la vio…
Narda no creía en adivinos, poderes o brujerías, pero a juzgar por su creciente clientela era considerada muy acertada en sus lecturas y trabajos. Cada vez que alguien le decía lo buena que era en su oficio, ella simplemente sonreía para sus adentros, y aprovechaba para ofrecerle un amuleto o seguro, por un precio exorbitante, que normalmente era pagado con gusto.
La incredulidad de Narda cambió, cuando una tarde un político –cuyo nombre mantendré en reserva- le pidió que eliminara a uno de sus adversarios, que buscaba inculparlo de ciertos desfalcos. Ella respondió que no hacía ese tipo de trabajos, que únicamente trabajaba con Dios y con los santos. Sin embargo, sus ojos parpadearon imperceptiblemente cuando el cliente le ofreció diez mil dólares contra resultados.
-Como le digo, yo no hago trabajos para el mal; sin embargo, tratándose de usted que es cliente antiguo y de la justicia de las razones que me dice, déjeme ver que se puede hacer -mientras extendía sus viejas cartas sobre un paño rojo en la mesa.
-Veo que su enemigo está protegido por el mismísimo diablo, mire esta carta, seguro hasta tiene pacto, eso hace difícil y muy riesgoso para mí lanzarle un hechizo de muerte, por el rebote ¿Me entiende? Yo podría hacerle el trabajo por diez mil, y contra resultado cinco mil más. El político aceptó de inmediato, y ella pasó a pedirle algunos cabellos de la víctima, y un adelanto para preparar la mesa. Quedaron en verse  cuando la luna estuviera en cuarto menguante, ahí mismo, a las doce de la noche.
El día acordado Narda lo esperaba en su casa con un muñeco de cera negra, que según dijo había bautizado con agua bendita de siete iglesias. Le colocó hábilmente los cabellos traídos por el cliente valiéndose de unas gotas de cera, y previo pago de lo acordado, empezó el ritual invocando con su maraca a un conjunto de fuerzas espirituales, a las que pedía la muerte inmediata de la víctima. Luego de cuarenta y cinco minutos ordenó al cliente pisar el muñeco con todo el odio que era capaz de sentir, tras lo cual lo despidió, no sin antes decirle que  enterraría los restos en el cementerio, antes que canten los gallos.
En realidad se fue a la cama y se quedó acariciando el grueso fajo de billetes durante largo rato, mientras reía y pensaba en las cosas que iba a comprar, hasta que finalmente logró conciliar el sueño. A la mañana siguiente, cuando estaba limpiando la habitación donde había realizado el ritual, y se aprestaba a botar los restos del muñeco que habían quedado en el piso, le llamó la atención un nombre que se mencionaba en la radio, era el nombre del enemigo del político, de su víctima.
¨… según trascendió, siendo aproximadamente la una de la madrugada, el congresista retornaba en su vehículo de una reunión familiar en localidad de Chaclacayo, cuando chocó aparatosamente contra un tráiler que se encontraba detenido y sin luces en medio de la pista, falleciendo instantáneamente…¨
No podía dar crédito a lo que escuchaba; no, no era una simple casualidad. Eran demasiadas coincidencias: La víctima, la hora y la forma de la muerte. Era claro que había muerto como consecuencia de su ritual, aunque la culpa ante los ojos de todos la cargaría el conductor del tráiler.
Empezó a sudar frío, su conciencia por primera vez le reclamaba algo, y ella buscaba aquietarla pensando que era imposible, que no tenía poderes, que el ritual lo había inventado, y por último, que ella no manejaba el tráiler, o el auto, pero ante la contundencia del resultado, sus pensamientos resultaban inútiles. Rápidamente buscó sus cartas y echó tres sobre la mesa. No había dudas ni ambigüedades, las cartas eran claras, el mago, la justicia y la muerte.
Mientras pensaba a dónde o a quién acudir para modificar su suerte, sonó el timbre. Entreabrió la puerta, y dos hombres  la empujaron violentamente, lanzándola al suelo. Ahí, la empezaron a patear y a insultar. Narda supo en lo más íntimo que la justicia le había llegado, tan pronto como había actuado su fulminante hechizo.
-¡Danos dinero o te matamos, bruja estafadora! -le gritaban mientras la arrastraban hacia las habitaciones, torciéndole el brazo cada vez con más fuerza. Ella no podía más, no tuvo opción, y les señaló el lugar secreto en el ropero donde guardaba sus cosas de valor: Pulseras, collares, sortijas, y un grueso fajo de billetes. Luego, agarrándola toscamente de los cabellos la arrastraron hacia el baño y sin piedad la ahogaron en el inodoro.
Aquella noche el político, luego de regresar del velatorio de su rival trágicamente fallecido, recibió de su guardaespaldas un sobre manila, abriéndolo rápidamente sacó un fajo de billetes y lo contó. Diez mil dólares. Completo -dijo mientras sonreía y prendía el televisor para ver las últimas noticias del día.

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