viernes, 12 de noviembre de 2010

El apellido de Don Ramón

Rocío Vallejos


La noche ya estaba sobre la ciudad, hacía dos horas que no podía dormir y no dejaba de dar vueltas en la cama.  Alguna vez alguien le dijo que lo mejor en esas ocasiones era levantarse y hacer otra cosa.  Leer, ver un poco de televisión, escuchar música o si podía, hacer ejercicio.  No es bueno que estés en la cama con el insomnio encima”.
Tenía ya los ojos abiertos y pensaba sobre qué es lo que podía hacer.  Le costaba tanto levantarse de la cama debido al dolor urente que tenía en las rodillas, que de ninguna manera haría ejercicios.  Lo más probable es que terminara en el suelo. Escuchar música le gustaría, pero el equipo estaba en el piso de abajo y de sólo pensar en que tenía que bajar escaleras perdió el interés.  Leer sería una solución pero de igual manera, sus lentes estaban en el piso de abajo, en su escritorio, otra vez las escaleras eran su gran impedimento.  Lo único que le quedaba era ver televisión, tenía el control remoto sobre la mesita de noche, al lado suyo.  Tomó el control remoto y prendió el televisor.  ¿Qué programas pasarán a estas horas?, se preguntó.  Comenzó el “zapping” de siempre, película violenta, fútbol alemán, película de terror, programa de concursos en chino, programa en árabe, fútbol italiano, telenovela brasilera, telenovela mexicana.  Apagó el televisor.  ¡Esto no sirve! Se dijo a sí mismo.
Comenzó a pensar en su realidad actual, pero los pensamientos se fueron mezclando con recuerdos.
¡Terrible llegar a ser viejo!, sentirse tan inútil.  Mi madre decía en cambio ¡Que triste que es la vejez!  Soy más viejo que mi madre hoy en día.  Es gracioso lo que te hace la vida, comprendo a mi madre ahora, como si yo fuera su padre.  Pensar que cuándo era yo era joven me parecía tan quejumbrosa.  Pobre mi madre.  Lo que sentía era soledad, como yo la siento ahora. 
He trabajado tanto en mi vida ¿pero para qué?  Tengo sólo cosas.  El trabajo no me ha dado más que eso.  Algunas las he disfrutado mucho, es cierto, pero otras, la mayoría, están hacinadas en las esquinas de esta casa tan grande.   Era el orgullo de mi Paquita tener un hermoso mobiliario, heredado o comprado en los pocos viajes que pudimos hacer y ahora, no sirven sino para acumular polvo.  Ojalá los que me siguen puedan disfrutar de tantos muebles, aunque sea como antigüedades.  Tal vez puedan conseguirles hasta un buen precio y gastar el dinero en algo que les de placer, como viajar, conocer nueva gente con la que puedan conversar, disfrutar de un buen vino en esos momentos pequeños pero mágicos que tiene la vida, cuando se tiene juventud.
-¿Está despierto Don Ramón?, preguntó una voz suave que venía desde la puerta de su habitación. ¿Quiere una pastilla para relajarlo?
-Sí Amalia, estoy despierto como tú y no quiero ninguna pastilla.  Estoy pensando y tratando de recordar.
Amalia, era la enfermera de noche que Don Ramón tenía.  Había sido impuesta hacía dos años por su hija Cecilia.  Ahora le resultaba indispensable.
-Converse conmigo Don Ramón. Cuénteme cuando era joven, le dijo Amalia, mientras encendía una lámpara, de luz muy tenue, lejana a la cama.
Don Ramón lo pensó y se dijo que sí, conversar era uno de los pocos placeres que le quedaban.
-¿Sabías Amalia que mi familia vino con los conquistadores?
-No me diga, ¿desde tan antiguo vienen?
-Sí, desde muy antiguo Amalia, le contestó sonriente Don Ramón.  Recuerda que los que vinieron con Pizarro eran personas poco cultivadas. La indecencia y la ignorancia se fueron perdiendo con los años, diría yo. Digamos que las generaciones se fueron cultivando, como las uvas y hubo muy buenas cosechas que crearon buenas reservas y finalmente, le dieron algún lustre al apellido.  Es una tontería porque el primero que usó nuestro apellido era un vulgar ladrón, que de buena gana nos dejaría sin un quinto si resucitara.
Claro, nunca fuimos perfectos, en cada generación debo reconocer que hubo uno que otro traspié que tuvimos que ocultar como algo muy secreto, y sólo para mantener este bendito apellido. Pero la sangre se mezcla Amalia, y para eso no hay remedio.  A veces se mezcla para obtener un bien y a veces lo que obtuvimos fue tan malo que costó fortunas pagarlo. Y sin darse cuenta, Don Ramón dejaba de hablar para perderse entre sus recuerdos.
Amalia, que lo escuchaba con atención, cuando notaba que se perdía, lo traía de vuelta con alguna pregunta o algún comentario.
-Cuénteme más, Don Ramón.
Don Ramón volvía y continuaba con sus anécdotas.
Repentinamente comenzó a reírse sólo.
-Ahora ¿De qué se ríe?, preguntó interesada Amalia.
Don Ramón, sonriendo le dijo, ¿Te conté alguna vez sobre mi bisabuela?
-No, nunca Don Ramón.
-Mi bisabuela, era una mujer muy creyente, y en su época habían nativos, indios, como les decían en ese entonces, a los que ella daba instrucción religiosa.  Cuentan en la familia, que se sentaba en el jardín de la vieja casa, con todos los indios jóvenes, arrodillados a su alrededor y comenzaban a rezar el Credo.   Cuando llegaban a la parte de “y descendió a los infiernos”, había uno al que mi bisabuela quería mucho, llamado cristianamente Matías, que de paporreta repetía “diez indios a los infiernos  y siempre mi bisabuela le tomaba un pedazo de cabello, se lo jalaba y le decía “contigo once, Matías”.
Don Ramón reía.
Algo, al escuchar esta historia hizo cambiar el rostro de Amalia, quien con el entrecejo hizo que dos arrugas brotaran de su frente.
-¿Alguna vez se enteró cuál era el apellido de Matías?
-Se que el apellido de Matías fue Orco, porque aunque no lo creas formó parte de la familia.
-¿Será posible?, preguntó Amalia.  ¿Se murió el señor Matías?
-Seguramente se murió en algún momento, pero no mientras fue parte de la familia.  Es más, mi madre siempre me dijo que todos lo respetaban y querían mucho.  Era un hombre de bien.  Indio o no, la grandeza de espíritu siempre resplandece.  Te aseguro que debió ser de buena familia.  Hay cosas que sólo son transmitidas por la sangre.
¡Amalia, de tanto hablar contigo, ya me dio sueño!  ¿Ves que conversar es mejor que una pastilla? ¿Te molesta si la conversación la dejamos para mañana?
-Por supuesto que no, Don Ramón, respondió un poco confundida Amalia.  Mañana conversaremos.  Pero lo vamos a hacer más temprano, de manera que pueda dormir toda la noche sin despertarse.
-Me gustaría conversar de tu familia mañana Amalia ¿Qué te parece?
-Huy, le dijo Amalia, sorprendida, vamos a tener que conversar muy largo.  Mi familia viene desde la época de los Incas, es más antigua que la suya Don Ramón.
Don Ramón la miró, mientras se acomodaba la ropa de dormir
-Las cosas no han cambiado mucho en tanto tiempo ¿Verdad Amalia?
-No señor, no mucho.
Finalmente, Don Ramón, comenzó a dormir.
Amalia, lo miraba con cariño, como si mirara a su abuelo
Las cosas no han cambiado mucho, pero han cambiado las personas, pensaba Amalia, mientras apagaba la lamparita que encendió y a oscuras y sin hacer ruido, salió de la habitación de Don Ramón y se dirigió a la suya, que estaba al lado.  Tomó nuevamente el libro, que había dejado al sentir el televisor de Don Ramón y continuó leyendo.
Llegó la mañana y con ella el cambio de turno. Amalia conversaba con Marlene, la enfermera de día y le entregó el cuaderno azul dónde estaba anotado, con mucho detalle todo lo acontecido durante la noche.  Se fue sin despedirse de Don Ramón porque aún dormía. Tenía dos horas más de descanso por delante.
Amalia ardía en deseos de llegar a su casa y hablar con su madre. Tenía que preguntarle ciertas cosas que sólo ella sabía. Quince minutos más tarde de lo acostumbrado, cansada y medio malhumorada llegó a casa, después de comprar el pan del desayuno.
-Mamacha llegué, dijo en voz alta.
-Te has demorado mucho Amalia, le contestó una voz ubicada a su derecha. Me has tenido muy preocupada.
Amalia, reconociendo la voz de su madre se acercó a ella y le dio el beso de todas las mañanas.
-Es el transporte mamacha, había “muchisisima” gente esperando en los paraderos.
-Vamos a desayunar que tengo que ir al mercado a comprar lo del almuerzo.
Amalia trozó el pan chuta de todas las mañanas y se sentó con su madre a tomar café con leche. Quería preguntarle, pero no sabía cómo empezar. 
-Mamacha ¿Cómo era el cuento ese del tío Iyapa Orco?
-¿El Iyapa Orco?
-Sí, ¿Te recuerdas lo que lo que la mamita Chasca nos contaba?
-Pero eso es un cuento viejo, viejo, viejo. No sé si mi lo “arrecuerde” bien.
-Vamos mamacha, hoy pensé en el tío. Cuéntame.
-Iyapa Orco, era hijo de Kusi Orco, tenían todas las tierras del sur, en el Cosco. Era un wilaqucha (1) y con “muchisisimas” llamas con verde, negro y amarillo.  Kusi era el más importante llamero de la zona.  Si alguien encontraba una llama con esos colores en la oreja, tenían que devolverla al dueño.  A veces las llamas se pierden buscando ichu “numas”.  Cuando uno devolvía una llama perdida, Kusi Orco, siempre le regalaba una oveja al que la traía de “guelta”.
-Si mamacha pero ¿Qué pasó con Iyapa Orco?
-Un día el Iyapa Orco si perdió.  Unos “deician” que se lo llevó el Cóndor.  Otros “deician” que el zorro del monte.   Pero “ultimadamente” todos supieron que se lo llevaron al trabajo de casa de un hombre “muy importantísimo” en la capital.  Kusi Orco quería que su hijo regresara puis.  Tenía harto monte y animales para dejarle cuando tuviera que morirse.  Viajó el mesmito a la capital con tawa trun ka (2) llamas para dárselas al señor.  Pero no se lo devolvieron.  Al Iyapa le cambiaron el nombre, “yera” un sirviente más de la casa.  Con el tiempo al Iyapa le gustó el trabajo y se quedó en la capital.  La mamita Chasca contaba que estaba wayna (3) de la hija del señor de la casa.  La hija también waynadel”.  Pero a la hija del patrón le tocó wañuy (4) de parto.  Entonces él se “jue”.  Deicen” que para “la España”. Al Iyapa Orco nunca más se le vio.  Kusi Orco le dejó todito lo que tenía a su hermana Ima, tu “bisagüela” como “deicen” por aquí.  ¿Por qué tanta “preguntadera” Amalia?
-Es que estuve pensando toda la noche en el tío, ya te conté.
-Amalia, mejor duermes porque tienes que trabajar más tarde.  Yo te aviso para el almuerzo.
Amalia, se fue a dormir pensando que Don Ramón y ella tenían un pariente en común.  ¡Emparentada con Don Ramón!,
Se durmió sabiendo que durante la madrugada, cuando Don Ramón no pudiera dormir y se pusiera a conversar, ella podría contarle lo de Iyapa Orco.  Podría tal vez averiguar qué pasó con él.
El atardecer llegó y Amalia se arreglaba para irse a su trabajo. Sentía una emoción grande al pensar qué le contaría a Don Ramón sobre su pariente. Se despidió de su madre y a toda prisa se fue a conseguir el transporte que la llevaría al trabajo.
Ya en la habitación, recibió los últimos reportes de Marlene quién estaba preocupada porque durante el día Don Ramón no quiso bajar a leer a su escritorio.
-Está recordando mucho Amalia, le dijo y sabes que en una persona mayor eso no es buena señal.
Amalia, despidiendo a Marlene, dándole suaves golpecitos sobre la espalda, mantenía la cabeza gacha y asintiendo constantemente.
 -¡Buenas noches Don Ramón!
-Buenas noches Amalia. Has llegado justo para pedirte que me alcances los lentes que los tengo en el escritorio.  Esta noche voy a leer un poco.
-Como no, Don Ramón.  Enseguida vuelvo.  Y bajando a toda prisa se fue hasta el escritorio y recogió los lentes y el periódico del día.
-Don Ramón, le dijo, le traje también el periódico de hoy. Ya Marlene me informó que no lo ha leído.
Don Ramón no contestó.  Estaba ligeramente inclinado hacia un lado de la cama con un brazo colgando.
Amalia, apagó un grito en su garganta.  Don Ramón estaba muerto.  Jamás sabría de Iyapa.  Acercándose a Don Ramón lo acomodó, tomó el teléfono y marcó un número.
-Aló, ¿señora Cecilia?, sí, es Amalia, la enfermera de noche de su papá…
 
                                                                                                                                                       

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(1)  Caballero.
(2)  Cuarenta.
(3)  Enamorado.
(4)  Murió.

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