Miguel Ángel Salabarría Cervera
Marcos
llegó a su trabajo minutos antes de las ocho de la mañana, registró su entrada
saludando a sus compañeros, se dirigió al escritorio que ocupaba, sentándose en
su silla ejecutiva quedó en silencio sintiendo el aire fresco del clima que
atenuaba el calor de esta ciudad del Sureste; sacó de su portafolio uno de los
dos periódicos del día poniéndose a leerlo, sin reparar en las bromas que le
hacían sus compañeros de trabajo, al escuchar el aviso de que ya eran veinte
minutos después de la hora de inicio de labores y que llegaba la jefa de la
oficina lo guardó en el cajón y extrajo los documentos con que iniciaría sus
actividades.
—¿Cómo
amaneció el mundo? —le chantó la jefa.
―Como
siempre —respondió al tiempo que sonreía con sarcasmo.
―Pasa
en unos minutos a mi oficina.
Algunos
compañeros se le acercaron para preguntarle si había hecho algo, otros le
decían que recibiría un regaño por estar leyendo el periódico en horas de
trabajo, él sonrió comentándoles que «no pasa
nada», no se preocupen ya saben cómo es Rosa
Margarita, la hace estresante.
Entre
estos comentarios transcurrieron los minutos, hasta que Marcos consideró que
era ya el tiempo prudente y les dijo a sus colegas de trabajo:
―Espero
buenas noticias… Seguro un ascenso… pero al tercer piso… ―Soltó una carcajada y
se encaminó al despacho de la jefa.
Tocó
la puerta de la oficina y escuchó como respuesta:
—Adelante. Toma
asiento, presta atención a lo que te diré —le indicó con solemnidad.
Lo
hizo, pero con expresión distraída escuchando la música ambiental de la
oficina, ―le sucedía cuando se trataba de las artes― pero las palabras de la
Jefa del Departamento Técnico lo hicieron volver a la realidad.
—Regresa
de tu viaje, porque tengo un trabajo especial para ti.
Le
comentó que habían llegado de las oficinas centrales de la Secretaría de
Educación al Departamento, varios cursos para diferentes niveles educativos,
que le encomendaba para su análisis, posteriormente emitiera un dictamen de la
viabilidad por cada uno para ser impartidos, le hizo entrega de varias carpetas
al tiempo que le decía que esperaba los resultados en un plazo máximo de una
semana, para hacer la programación correspondiente, finalmente le recalcó
expresándole de manera socarrona, que dedicara todo el tiempo laborable.
Al
salir, se le acercaron para preguntarle qué le había dicho, él mostró las
carpetas que llevaba y les respondió a los curiosos.
―Trabajo.
Se
sentó en su escritorio, poniéndose a leer cada una de las carpetas mientras hacía
anotaciones en hojas sueltas, así permaneció hasta que una amiga le preguntó si
iría en el receso a comer, Marcos le dijo que no, solo le pidió un refresco
para mitigar su sed, luego se ensimismó en su trabajo.
Así
transcurrió su horario de labores, hasta que de manera automática a la una de
la tarde consultó su reloj, guardó en su escritorio los fólderes, papeles y
demás utensilios que utilizó, cerró su portafolio, levantándose para firmar su
salida. Al llegar al sitio en que se encontraba la libreta de registro, la
secretaria le dijo:
—¿Terminaste
tu tarea?
―No
―respondió—, pero adelanté un poco la encomienda. Ahora me voy, cambio de chip
y de camisa. ―Se despidió de ella y presuroso se dirigió al estacionamiento,
sintiendo el sofocante calor, al entrar a su auto encendió el motor y el clima
para dirigirse a gran velocidad a otro sitio, ignorando a quienes lo saludaban.
Llegó
a la una con veinte minutos, checó su entrada en el reloj y escuchó la voz de
Isabel, la directora de la Preparatoria que le decía:
—Maestro,
llega rayando la hora, pero a tiempo.
Marcos
le contestó:
―Sí,
y listo para los dos módulos de clase de Geografía Económica. Con su permiso,
maestra.
―Pase,
sus alumnos le aguardan, pensaron que no vendría o llegaría con retraso.
Subió
corriendo al segundo piso, entró a un aula dando las buenas tardes que le
contestaron los alumnos mientras se acomodaban en sus respectivas sillas.
Un
joven de la última fila le preguntó:
—¿Va
a dar clase, maestro?
―No,
vengo a divertirme de ustedes —respondió al tiempo que se reía.
―Se
«pasa»
maestro ―le comentó una chica de la primera fila con lentes y aíres de
sabionda.
Abrió
en su totalidad los ventanales, aspiró la tenue brisa que mitigaba el calor, se
fue al centro del aula y preguntó a los alumnos:
―¿Sienten
calor?
Al
unísono le respondieron que sí, que los ventiladores eran insuficientes y no se
«sentía el viento».
No
les respondió, limitándose a sonreír moviendo negativamente la cabeza.
Fue
a su escritorio se sentó en una silla desnivelada e inició pasando lista y
simultáneamente revisaba unos cuestionarios pendientes, mientras con brevedad
platicaba con cada alumno sobre la vida de cada uno de los que entregaban su
tarea, marcó el tema de la cuarta unidad, así concluyó el primer módulo, se
despidió de sus alumnos; pasó al salón contiguo, saludó al entrar y los alumnos
le respondieron amigablemente, les pidió que se organizaran por equipos
mientras investigaban en un plazo de veinte minutos las partes de un tema que
entregó el maestro, pidiéndoles que si tenían una duda le preguntaran. Al
concluir el tiempo estipulado, un representante de cada equipo expuso lo
investigado a sus compañeros, quienes le preguntaban en caso de tener alguna duda.
El timbre puso fin a la clase y Marcos indicó el tema para la próxima sesión. Al despedirse de ellos les dijo:
«Lean el periódico, pero no el horóscopo, porque: “negros
nubarrones acechan su destino”». —Riendo abandonó el
aula sin prestar atención a las bromas que hacían los alumnos.
Faltaban
diez minutos para las tres de la tarde, registró su salida abordó su auto y se
dirigió a la escuela de Ciencias de la Comunicación situada a unas ocho
cuadras, llegó en poco tiempo, se dirigió al comedor tan rápido como la
intensidad del hambre que sentía, pidió una orden de hamburguesa, otro maestro
de la misma escuela lo invitó a sentarse en la mesa que ocupaba, mientras
comían platicaron de los últimos acontecimientos políticos y de la iniciativa
de la modificación de la Ley de Medios que hacía desaparecer las radios
comunitarias y alternativas, punto en que no estaban de acuerdo entre otros; al
percatarse que ya eran las tres con quince minutos y solo les quedaban cinco de
tolerancia, se dirigieron al tercer nivel del edificio que ocupaban sus
respectivas aulas.
Al
firmar Marcos su entrada a clase de Teoría de la Comunicación, el prefecto le
dio un oficio en que era citado por la maestra Martha directora de la
institución, a una junta de Consejo Técnico para el lunes a las seis de la
tarde de la próxima semana, pues él era
representante de los maestros, signó de enterado y se retiró, en ese
momento un par de alumnos le dijeron que el proyector estaba fallando e irían a
cambiarlo, él asintió mientras les decía:
—No
se demoren como siempre hacen, porque su equipo es el que expondrá el tema de
la Escuela de Frankfurt.
—No,
profe, vamos «volando»,
—le respondieron los jóvenes.
Entró
al salón, saludó a los estudiantes, contestándole los de adelante, arrimó su
silla hasta quedar frente a ellos, que lo miraban con atención, entre tanto él
extraía un libro de su portafolio, lo colocó sobre la paleta de la silla más
próxima, pero no lo abrió.
Una
joven sentada al final del aula levantó la mano y le dijo al maestro:
—¿Podrá
darnos un panorama general del tema, mientras traen el proyector para no perder
tiempo?
―Ja,
ja, ja. ―Rio el académico—, muy sutil tu propuesta, así proteges a tus
compañeros de equipo que ya tomaron mucho tiempo, pero me agrada tu osadía así
que lo haré, pero cuando regresen los retardados —por el tiempo que se demoran—
acotó, que fueron por el proyector suspendo mi participación, al final hacen
las preguntas que quieran.
—Ok
profe. ―Se escuchó casi unánime.
Marcos
inició su disertación desde las influencias que le dieron origen, los
fundadores, perfiles académicos, sus diversas etapas, así como también la
emigración a los Estados Unidos por la persecución nazi, quienes se quedaron en
Alemania y la suerte que corrieron, por último los que regresaron a su país de
origen, después de concluida la Segunda Guerra Mundial.
Al
terminar, llegaron los jóvenes que fueron por el proyector, dando como justificación
que la directora no había llegado y ella tenía la llave del archivero en donde
se guardan los proyectores.
El
maestro les dijo:
—Ese
cuento es viejo, ya se decía desde mis épocas, deben actualizarse ―al decir
esto, todos rieron de sus compañeros―. Para la próxima clase solo ustedes dos
expondrán los aportes de la primera etapa.
Tomó
el libro que nunca abrió, guardándolo en su portafolio, se despidió de los
estudiantes, saliendo de prisa, porque a las cinco de la tarde tenía clase en
la Facultad de Contaduría y solo faltaban doce minutos.
Llegó
antes de la hora de entrada, se estacionó y al descender se encontró con la
contadora Edna directora de la facultad, a la que saludó de mano, quien le
preguntó muy formal como era el ambiente que prevalecía en esta institución:
—¿Cómo
está maestro?
—Bien,
contadora ―respondiéndole de la misma manera.
―¿Tuvo
clase hoy a las siete de la mañana?
—No,
solo los lunes y miércoles a esa hora.
—Ah
bien, porque unos alumnos lo estaban buscando para una asesoría de
Microeconomía, pero no sabían que días viene temprano.
―Con
gusto los atenderé, estaré en el aula diecisiete, y luego en la nueve, dando
clase de Macroeconomía.
—Correcto,
maestro ―dijo al despedirse la directora con saludo de mano.
Checó
su entrada en el reloj digital y subió al tercer nivel, saludó al entrar para
luego pasar lista e iniciar el tema de ciclos económicos y políticas de
estabilización, con preguntas sobre la situación económica que se vive en el
país, para irlas ubicando dentro de cada una de las fases del tema, de esta
forma fueron construyendo las características de cada una de ellas, mientras
una chica registraba las respuestas en la pizarra. Finalizó pidiendo los datos
estadísticos de las características de cada etapa de los últimos diez años.
Como
eran grupos paralelos, empleó la misma dinámica que en el módulo anterior de
siete de la noche; al terminar bajó y checó su salida de forma digital, se
encontró con Luis, otro maestro de Economía con quien tenía buena amistad, que
le dijo:
―Se
terminó el día, ¿cómo te fue?
—Tranquilo,
ya estoy acostumbrado a este ritmo de trabajo. A estar cambiando de chip y
camiseta a cada rato, créeme que si lo dejará me enfermaría.
—Me
contabas que en todas tus actividades, los jefes son mujeres. ¿Cómo te sientes?
—Primero
te diré algo —le respondió Marcos―, las mujeres se quejan socialmente de que no
tienen oportunidades de sobresalir laboralmente, que son marginadas y… ya sabes
cómo son las «bellas».
Ambos
rieron.
—Pero
no me has dicho ¿cómo te sientes? ―le insistió Luis.
—Un
tipo especial y único, pues tengo cuatro trabajos en todos son damas las que
mandan y me las paso «toreándolas» para no tener problemas con ellas.
Soltó
una carcajada al concluir su respuesta.
―Entonces
tienes cuatro patronas —le dijo irónico Luis.
―No,
cinco. Ahora me voy para mi casa en donde me espera la última y a ella no puedo
darle «capotazos».
Riéndose
se despidieron rumbo para sus autos, sintiendo la brisa nocturna que atemperaba
el calor del clima tropical.