jueves, 29 de marzo de 2018

Diferente


Miguel Ángel Salabarría Cervera


Marcos llegó a su trabajo minutos antes de las ocho de la mañana, registró su entrada saludando a sus compañeros, se dirigió al escritorio que ocupaba, sentándose en su silla ejecutiva quedó en silencio sintiendo el aire fresco del clima que atenuaba el calor de esta ciudad del Sureste; sacó de su portafolio uno de los dos periódicos del día poniéndose a leerlo, sin reparar en las bromas que le hacían sus compañeros de trabajo, al escuchar el aviso de que ya eran veinte minutos después de la hora de inicio de labores y que llegaba la jefa de la oficina lo guardó en el cajón y extrajo los documentos con que iniciaría sus actividades.

—¿Cómo amaneció el mundo? —le chantó la jefa.

―Como siempre —respondió al tiempo que sonreía con sarcasmo.

―Pasa en unos minutos a mi oficina.

Algunos compañeros se le acercaron para preguntarle si había hecho algo, otros le decían que recibiría un regaño por estar leyendo el periódico en horas de trabajo, él sonrió comentándoles que «no pasa nada», no se preocupen ya saben cómo es Rosa Margarita, la hace estresante.

Entre estos comentarios transcurrieron los minutos, hasta que Marcos consideró que era ya el tiempo prudente y les dijo a sus colegas de trabajo:

―Espero buenas noticias… Seguro un ascenso… pero al tercer piso… ―Soltó una carcajada y se encaminó al despacho de la jefa.

Tocó la puerta de la oficina y escuchó como respuesta:

—Adelante. Toma asiento, presta atención a lo que te diré —le indicó con solemnidad.

Lo hizo, pero con expresión distraída escuchando la música ambiental de la oficina, ―le sucedía cuando se trataba de las artes― pero las palabras de la Jefa del Departamento Técnico lo hicieron volver a la realidad.

—Regresa de tu viaje, porque tengo un trabajo especial para ti.

Le comentó que habían llegado de las oficinas centrales de la Secretaría de Educación al Departamento, varios cursos para diferentes niveles educativos, que le encomendaba para su análisis, posteriormente emitiera un dictamen de la viabilidad por cada uno para ser impartidos, le hizo entrega de varias carpetas al tiempo que le decía que esperaba los resultados en un plazo máximo de una semana, para hacer la programación correspondiente, finalmente le recalcó expresándole de manera socarrona, que dedicara todo el tiempo laborable.

Al salir, se le acercaron para preguntarle qué le había dicho, él mostró las carpetas que llevaba y les respondió a los curiosos.

―Trabajo.

Se sentó en su escritorio, poniéndose a leer cada una de las carpetas mientras hacía anotaciones en hojas sueltas, así permaneció hasta que una amiga le preguntó si iría en el receso a comer, Marcos le dijo que no, solo le pidió un refresco para mitigar su sed, luego se ensimismó en su trabajo.

Así transcurrió su horario de labores, hasta que de manera automática a la una de la tarde consultó su reloj, guardó en su escritorio los fólderes, papeles y demás utensilios que utilizó, cerró su portafolio, levantándose para firmar su salida. Al llegar al sitio en que se encontraba la libreta de registro, la secretaria le dijo:

—¿Terminaste tu tarea?

―No ―respondió—, pero adelanté un poco la encomienda. Ahora me voy, cambio de chip y de camisa. ―Se despidió de ella y presuroso se dirigió al estacionamiento, sintiendo el sofocante calor, al entrar a su auto encendió el motor y el clima para dirigirse a gran velocidad a otro sitio, ignorando a quienes lo saludaban.

Llegó a la una con veinte minutos, checó su entrada en el reloj y escuchó la voz de Isabel, la directora de la Preparatoria que le decía:

—Maestro, llega rayando la hora, pero a tiempo.

Marcos le contestó:

―Sí, y listo para los dos módulos de clase de Geografía Económica. Con su permiso, maestra.

―Pase, sus alumnos le aguardan, pensaron que no vendría o llegaría con retraso.

Subió corriendo al segundo piso, entró a un aula dando las buenas tardes que le contestaron los alumnos mientras se acomodaban en sus respectivas sillas.

Un joven de la última fila le preguntó:

—¿Va a dar clase, maestro?

―No, vengo a divertirme de ustedes —respondió al tiempo que se reía.

―Se «pasa» maestro ―le comentó una chica de la primera fila con lentes y aíres de sabionda.

Abrió en su totalidad los ventanales, aspiró la tenue brisa que mitigaba el calor, se fue al centro del aula y preguntó a los alumnos:

―¿Sienten calor?

Al unísono le respondieron que sí, que los ventiladores eran insuficientes y no se «sentía el viento».

No les respondió, limitándose a sonreír moviendo negativamente la cabeza.

Fue a su escritorio se sentó en una silla desnivelada e inició pasando lista y simultáneamente revisaba unos cuestionarios pendientes, mientras con brevedad platicaba con cada alumno sobre la vida de cada uno de los que entregaban su tarea, marcó el tema de la cuarta unidad, así concluyó el primer módulo, se despidió de sus alumnos; pasó al salón contiguo, saludó al entrar y los alumnos le respondieron amigablemente, les pidió que se organizaran por equipos mientras investigaban en un plazo de veinte minutos las partes de un tema que entregó el maestro, pidiéndoles que si tenían una duda le preguntaran. Al concluir el tiempo estipulado, un representante de cada equipo expuso lo investigado a sus compañeros, quienes le preguntaban en caso de tener alguna duda. El timbre puso fin a la clase y Marcos indicó el tema para la próxima sesión. Al despedirse de ellos les dijo: 

«Lean el periódico, pero no el horóscopo, porque: “negros nubarrones acechan su destino”». —Riendo abandonó el aula sin prestar atención a las bromas que hacían los alumnos.

Faltaban diez minutos para las tres de la tarde, registró su salida abordó su auto y se dirigió a la escuela de Ciencias de la Comunicación situada a unas ocho cuadras, llegó en poco tiempo, se dirigió al comedor tan rápido como la intensidad del hambre que sentía, pidió una orden de hamburguesa, otro maestro de la misma escuela lo invitó a sentarse en la mesa que ocupaba, mientras comían platicaron de los últimos acontecimientos políticos y de la iniciativa de la modificación de la Ley de Medios que hacía desaparecer las radios comunitarias y alternativas, punto en que no estaban de acuerdo entre otros; al percatarse que ya eran las tres con quince minutos y solo les quedaban cinco de tolerancia, se dirigieron al tercer nivel del edificio que ocupaban sus respectivas aulas.

Al firmar Marcos su entrada a clase de Teoría de la Comunicación, el prefecto le dio un oficio en que era citado por la maestra Martha directora de la institución, a una junta de Consejo Técnico para el lunes a las seis de la tarde de la próxima semana, pues él era  representante de los maestros, signó de enterado y se retiró, en ese momento un par de alumnos le dijeron que el proyector estaba fallando e irían a cambiarlo, él asintió mientras les decía:

—No se demoren como siempre hacen, porque su equipo es el que expondrá el tema de la Escuela de Frankfurt.

—No, profe, vamos «volando», —le respondieron los jóvenes.

Entró al salón, saludó a los estudiantes, contestándole los de adelante, arrimó su silla hasta quedar frente a ellos, que lo miraban con atención, entre tanto él extraía un libro de su portafolio, lo colocó sobre la paleta de la silla más próxima, pero no lo abrió.

Una joven sentada al final del aula levantó la mano y le dijo al maestro:

—¿Podrá darnos un panorama general del tema, mientras traen el proyector para no perder tiempo?

―Ja, ja, ja. ―Rio el académico—, muy sutil tu propuesta, así proteges a tus compañeros de equipo que ya tomaron mucho tiempo, pero me agrada tu osadía así que lo haré, pero cuando regresen los retardados —por el tiempo que se demoran— acotó, que fueron por el proyector suspendo mi participación, al final hacen las preguntas que quieran.

—Ok profe. ―Se escuchó casi unánime.

Marcos inició su disertación desde las influencias que le dieron origen, los fundadores, perfiles académicos, sus diversas etapas, así como también la emigración a los Estados Unidos por la persecución nazi, quienes se quedaron en Alemania y la suerte que corrieron, por último los que regresaron a su país de origen, después de concluida la Segunda Guerra Mundial.  

Al terminar, llegaron los jóvenes que fueron por el proyector, dando como justificación que la directora no había llegado y ella tenía la llave del archivero en donde se guardan los proyectores.

El maestro les dijo:

—Ese cuento es viejo, ya se decía desde mis épocas, deben actualizarse ―al decir esto, todos rieron de sus compañeros―. Para la próxima clase solo ustedes dos expondrán los aportes de la primera etapa.

Tomó el libro que nunca abrió, guardándolo en su portafolio, se despidió de los estudiantes, saliendo de prisa, porque a las cinco de la tarde tenía clase en la Facultad de Contaduría y solo faltaban doce minutos.

Llegó antes de la hora de entrada, se estacionó y al descender se encontró con la contadora Edna directora de la facultad, a la que saludó de mano, quien le preguntó muy formal como era el ambiente que prevalecía en esta institución:

—¿Cómo está maestro?

—Bien, contadora ―respondiéndole de la misma manera.

―¿Tuvo clase hoy a las siete de la mañana?

—No, solo los lunes y miércoles a esa hora.

—Ah bien, porque unos alumnos lo estaban buscando para una asesoría de Microeconomía, pero no sabían que días viene temprano.

―Con gusto los atenderé, estaré en el aula diecisiete, y luego en la nueve, dando clase de Macroeconomía.

—Correcto, maestro ―dijo al despedirse la directora con saludo de mano.

Checó su entrada en el reloj digital y subió al tercer nivel, saludó al entrar para luego pasar lista e iniciar el tema de ciclos económicos y políticas de estabilización, con preguntas sobre la situación económica que se vive en el país, para irlas ubicando dentro de cada una de las fases del tema, de esta forma fueron construyendo las características de cada una de ellas, mientras una chica registraba las respuestas en la pizarra. Finalizó pidiendo los datos estadísticos de las características de cada etapa de los últimos diez años.

Como eran grupos paralelos, empleó la misma dinámica que en el módulo anterior de siete de la noche; al terminar bajó y checó su salida de forma digital, se encontró con Luis, otro maestro de Economía con quien tenía buena amistad, que le dijo:

―Se terminó el día, ¿cómo te fue?

—Tranquilo, ya estoy acostumbrado a este ritmo de trabajo. A estar cambiando de chip y camiseta a cada rato, créeme que si lo dejará me enfermaría.

—Me contabas que en todas tus actividades, los jefes son mujeres. ¿Cómo te sientes?

—Primero te diré algo —le respondió Marcos―, las mujeres se quejan socialmente de que no tienen oportunidades de sobresalir laboralmente, que son marginadas y… ya sabes cómo son las «bellas».

Ambos rieron.

—Pero no me has dicho ¿cómo te sientes? ―le insistió Luis.

—Un tipo especial y único, pues tengo cuatro trabajos en todos son damas las que mandan y me las paso «toreándolas» para no tener problemas con ellas.

Soltó una carcajada al concluir su respuesta.

―Entonces tienes cuatro patronas —le dijo irónico Luis.

―No, cinco. Ahora me voy para mi casa en donde me espera la última y a ella no puedo darle «capotazos».

Riéndose se despidieron rumbo para sus autos, sintiendo la brisa nocturna que atemperaba el calor del clima tropical.

lunes, 26 de marzo de 2018

El fantasma de Adela Márquez

Leticia Natalia Garcete Galeano 



La primera vez que vieron al fantasma de Adela Márquez fue en medio del sembradío de marihuana. Obviamente nadie pensó que fuese un ánima, es más, si Carlos y Hugo hubiesen sabido que era la difunta jamás tratarían de encontrarla. Según Hugo recuerda aquella noche, las bestias del campo dejaron de aullar, que hacía un frío espantoso y el viento silbaba mientras mecía las plantas en plena floración.

⸺De la tierra salía como un humo blanco ⸺dijo Hugo, mientras recordaba los hechos de hace veinte años atrás y quedó mirando un punto negro entre las vetas de la mesada de madera⸺. Parecía que la tierra exhalaba eso y olía a muerto. Primero pensamos con Carlos que era un luisón¹ y después ya le vimos a la desgraciada que nos miraba entre los hierbales.

Al decir eso último, Hugo Ramírez dejó la botella de cerveza sobre la mesada y pasó los dedos entre su cabellera canosa. El hombre, ya entrado en años, lucía una piel morena y brillante, que evidenciaba toda una vida de trabajo bajo el sol del campo. El bar en el que estábamos pertenecía a su abuelo paterno, uno de los tantos supuestos suicidas de hace veinte años atrás, cuya tragedia inició con el avistamiento del fantasma de Adela Márquez. El hedor de lavandina y veneno para cucarachas manaba del suelo de madera podrida, la cual no dejaba de chirriar a medida que las personas andaban sobre ella. El murmullo del televisor puesto a volumen bajo llegaba a mis oídos, así como la conversación sin sentido de dos borrachines que disputaban un duelo de barajas.

⸺Carlos fue el primero en morir ⸺añadió el hombre, sorbiendo algo de cerveza⸺, pero ¿sabes una cosa?, no nos arrepentimos de haber hecho lo que hicimos.

* * *

El padre Atilio estaba sentado en su sillón de cable y miraba el llano a través de la ventana. La habitación era pequeña y el aroma de la humedad se filtraba entre las paredes cuyos revoques caían a pedazos.

⸺Jamás olvidaré esa época ⸺dijo él.

Su rostro alargado, la piel cenicienta cuarteada por el viento del norte y las pecas naranjas, le daban un aire de eterno cansancio. Las manos le temblaban descontroladas, a pesar de que hacía un esfuerzo sobrehumano por mantenerlas quietas debajo de los muslos. De pronto se giró hacia mí y contemplé las telillas blancas que cubrían sus ojos pálidos. La luz de la siesta contorneaba su silueta calva y se me antojó que se trataba de una aparición.

⸺El pueblo entero se confabuló en esa barbarie ⸺añadió⸺, y decían que el ánima regresó para vengarse.

⸺¿Y qué fue lo que hicieron?

⸺Yo no sabía nada. Recién había llegado en aquel entonces al pueblo. Fue Dolores la que me contó del pecado mortal que cometió esa gente.

⸺¿Dolores Villa? ⸺pregunté y hojeé la agenda que traía en la mano⸺. Según el periódico, ella cuidaba a los niños Márquez ⸺dije al leer una página que rememoraba el vigésimo aniversario de la tragedia y contemplaba la fotografía de la anciana puesta en una esquina al lado de las columnas de texto.

⸺Así es, hijo.

⸺Entonces, sí es verdad eso que el pueblo entero ayudó para que don Silva mate a los Márquez.

⸺Sí, pero eso no es todo ⸺añadió y levantó un dedo índice arqueado⸺, la gente del pueblo me confesó que ellos mismos se encargaron de perseguir y matar a los Márquez que intentaban escapar.

⸺¿Y Adela Márquez también murió aquella noche?

El sacerdote se encogió de hombros.

⸺No creo que haya muerto esa vez, porque los muertos no caminan.

* * *

Por aquel entonces, Jacinto Santacruz andaba mal de sueños desde que vio a Adela Márquez mirándolo desde el jardín. De tanto en tanto el hombre se asomaba a la ventana del segundo piso, procurando no perderla de vista. El fantasma era exactamente como recordaba a Adela. De cuerpo pequeño y delgado, el pelo negro, apelmazado, que caía en cascadas sobre sus hombros desnudos. Sin embargo, ahora traía la piel azulada, surcada de prominentes venas negras que serpenteaban sobre su cutis acartonado. Los labios negros y agrietados le sonreían mostrándole unos dientes blanquísimos como la misma luna. Pero de todo aquel aspecto demencial, lo que a Jacinto Santacruz le helaba y le quitaba el sueño eran esos ojos negros, que lo observaban con un resplandor oscuro, como si fuese invocado del mismo infierno.

El hombre estaba amarillo y flaco, no dormía desde hacía una semana y solo la droga mezclada con caña barata lo mantenía de pie. Sus ojos enrojecidos e hinchados brillaban con el destello de la locura y cuando se asomaba y veía al ánima viéndolo, le gritaba:

⸺¡Vení, puta, que te voy a matar otra vez!

Óscar Santacruz andaba preocupado por su hermano. Sabía de los rumores del espectro de la niña, pero él solo creía en la furia de los vivos.  Y al ver que su hermano era nada más que piel y hueso, se le partió el corazón. Cuando Óscar entró en la habitación, lo abrumó el tufo del encierro mezclado con alcohol y luchó para hacerse paso entre los muebles volteados, las ropas arrojadas en el suelo y las botellas que rodaban chocando unas con otras.

⸺¡Ella viene por mí! ⸺gritó Jacinto mirándolo con cara de loco.

⸺Tranquilo ⸺dijo Óscar, conteniéndolo⸺, los fantasmas solo existen en las películas.

⸺Sí, en las películas ⸺añadió con una sonrisa atolondrada⸺, cierto, solo en las películas.

⸺Los Márquez están todos muertos y Adela también, ¿verdad, hermano?
Jacinto retrocedió unos pasos, sonrió como tonto y asintió.

* * *

⸺Adela siempre fue una niña un poco rara ⸺dijo la anciana Dolores, recordándola⸺. Cuando cumplió los cinco años empezó a adivinar el futuro.
La primera vez que lo vaticinó fue mientras jugaba en el salón recibidor. Estaba sentada sobre el felpudo blanco, con las piernecitas dobladas jugando con las muñecas. Esa tarde cayó una tormenta con vientos huracanados que desprendían las casas mal cimentadas y desgajaban los árboles desde la raíz. Pero ni los truenos, ni la ferocidad de los vientos la espantaban, ella seguía sumida en su mundito de juegos y de tanto en tanto ofrecía sus muñecas a la nada y miraba el vacío como si hablase con alguien que no podíamos ver. Reía de pronto y luego por instantes se molestaba, fruncía los labios y arrojaba las muñecas por todos lados como si quisiera golpear a alguien con ellas. Rafael, su hermano mayor, quien acababa de cumplir los diez años, se sentó frente a Adela y le acercó una de sus muñecas. Ella la rechazó con un manotazo.

 ⸺¿Por qué estás molesta con Barbie? ⸺preguntó Rafael.

⸺Ella no es Barbie ⸺se quejó la niña⸺, ella es abuela y él me dijo que ya no puedo jugar con abuela porque ya no se mueve, ¡yo quiero jugar con abuela!

⸺¿Y quién es él? ⸺preguntó el niño.

Ella no respondió. Rafael giró la vista hacia mí. De inmediato, por alguna corazonada telefoneé a don Manuel, el padre de Adela, y pregunté si todo estaba bien.

⸺No ⸺contestó el hombre del otro lado, con una voz temblorosa⸺, Dolores, quédate esta noche con los niños en casa, nosotros estamos ocupados con algo.

⸺Pero doña Minerva, ¿está bien? ⸺pregunté.

Del otro lado se oyó un largo y pesado suspiro.

⸺¿Cómo lo supiste?

Me quedé muda en ese instante. Miré a Adela quien seguía enojada, con los bracitos cruzados sobre el pecho y los cachetes rosados inflados del disgusto.

* * *

Hugo fue al refrigerador y sacó otra cerveza, la destapó con un abridor y la tapa cayó sobre la mesada de madera, tomó asiento en la butaca e hizo a un lado las dos botellas ya vacías, bebió un primer sorbo largo y después me lo ofreció.

⸺Esa noche el pueblo no durmió ⸺prosiguió Hugo con su relato⸺, vos tuviste la suerte de que aún no habías nacido cuando pasó. Todos sabíamos que don Silva era el enemigo de don Márquez y quería tener a toda costa sus tierras, sus laboratorios y su mano de obra. Y nosotros estábamos cansados de que nuestros hijos se perdieran a causa de la droga y que se mataran a sangre fría en las esquinas del pueblo y entonces tomamos una decisión esa vez. Le dijimos a los hombres de don Silva que debían esperar a atacar en nochebuena, pues en esa fecha todos los Márquez se reunían en la casona. A lo largo de dos semanas nos juntamos con el capataz de don Silva, y las empleadas nos ayudaron para entrar en los lugares secretos por donde podríamos ir sin ser detectados por los guardias. Y cuando llegó la noche, todos nos preparamos para el golpe. Pero Jacinto Santacruz se encargó de Adela Márquez. Según decía la gente, el hombre se enamoró de la niña. Nunca encontramos su cadáver, por eso no sabíamos si realmente llegó a matarla.

⸺Si Jacinto trabajaba para los Márquez, ¿por qué se alió con don Silva?

Hugo se encogió de hombros y tomó la botella medio llena que le ofrecía.

⸺Ya te dije, estaba enamorado de la niña y ahí se pudrió todo.

* * *

Jacinto y Oscar Santacruz trabajaban en los laboratorios para preparar los panes de marihuana que eran llevados hacia Ciudad del Este, en donde se pasaba al lado brasileño para después comercializarse en los Estados Unidos. A don Federico Márquez le agradaba los hermanos Santacruz, porque eran cumplidores y no abandonaban el puesto de trabajo hasta que la mercancía estaba completa para ser transportada. Pero una vez Adela Márquez, quien ya tenía trece años, apareció en el laboratorio en compañía de Rafael y Jacinto quedó embobado por la belleza de la niña. El muchacho solo pensaba en sus fantasías pecaminosas en las que Adela era la protagonista principal. Sin embargo, Jacinto se deprimió después de enterarse de que la muchacha se había comprometido en matrimonio con el hijo de un terrateniente poderoso de la zona. Así que, despechado por su amor no correspondido, se atiborró de tanta caña que nunca recordó la forma en que llegó a estar sentado en la mesa de don Silva. El don lo había atendido como un príncipe, hasta lo invitó a cenar en la misma mesa.

⸺¿Es cierto que trabajas para los Márquez? ⸺preguntó el hombre mientras observaba al muchacho, quien se atiborraba con una pata de pollo asado.

⸺Sí, don ⸺contestó él y bebió algo de refresco para hacer pasar la comida.
Estaban sentados en una amplia mesa en el comedor. Frente a Jacinto se hallaban exquisitos manjares de costillares de cerdo, pollo a las brasas y mandioca frita. Don Silva, un hombre eternamente regordete, que vestía su clásica camisa blanca desabotonada en el pecho, miraba al muchacho moreno y flaco cuyos ojos brillaban a medida que saboreaba esos platillos.

⸺¿Y te pagan bien?

Jacinto asintió con la cabeza.

⸺Yo te puedo pagar más. Te voy a volver mi capataz. Serás la cabeza de los laboratorios y vas a mandar sobre todos los demás. Solo te pido una cosa.

⸺¿Qué?

⸺Que me ayudes a matarlos.

Jacinto quedó con el pedazo de pollo a medio camino y mantuvo la mirada fija en la nada. Luego bajó la carne en el plato y miró al hombre.

bien. Pero a cambio quiero algo.

⸺Lo que quieras.

⸺Quiero a Adela Márquez para mí.

⸺Hecho.

* * *

Dicen que la noche de la masacre de los Márquez, el demonio se apoderó de Jacinto Santacruz. Las balas no parecían hacerle daño y manipulaba la ametralladora como todo un experto. Si no fuese por las empleadas, quienes nos contaron todo sobre la casona, la historia hubiese sido diferente, porque la mansión era como un laberinto de pasillos y escaleras en donde fácilmente te podías perder, pues era una casa gigante, como de tres plantas y altas columnas. Arriba en la fachada, tenía la inscripción en hierro de 1887.

Mientras todos los demás perseguíamos a los Márquez que intentaban escapar de nuestra furia, Jacinto fue directo a la habitación de la niña. De seguro ya se había colado antes para espiarla y quizás por eso conocía muy bien el camino. Nosotros solo escuchamos los gritos de la criatura. El pobre de Rafael se rompió el brazo queriendo zafarse de nuestro agarre para ir a salvarla. No tuve opción más que volarle los sesos. Nadie vio a Jacinto salir. Solo al día siguiente apareció en el bar, sucio, cansado, desvelado y pidió caña para desayunar. Nunca encontramos el cadáver de Adela Márquez, aunque cada vez que se lo preguntábamos, este decía que lo había arrojado a las aguas del Paraná.

* * *

El cura se acomodó en el sillón de cable e intentó tomar el vaso de agua que estaba sobre una mesita de madera a su lado. El temblor de las manos lo llevaron a tumbar el agua, por lo que agarré el vaso de aluminio, serví el agua y lo ayudé a que la bebiera. Agradeció con un gesto de la mano.

⸺Según el informe policial, tanto Jacinto Santacruz como los demás se suicidaron cortándose las venas, por lo que su muerte se produjo a raíz del desangramiento ⸺dije.

⸺Eso fue más sencillo de explicar ⸺contestó él⸺, porque lo que pasó esa noche, en el aniversario de la masacre de los Márquez, fue obra del mismo demonio.

⸺Y si no se suicidaron, ¿qué los mató entonces?, ¿el fantasma de Adela Márquez?

⸺Adela Márquez no es ningún fantasma. Es de carne y hueso.

⸺No entiendo, entonces, ¿sigue viva?

⸺Ya te dije, eso que ella hizo con toda esa gente y que dejara a los cuerpos así como los dejó, no pudo haberlo hecho si estaba viva.

⸺¿Y entonces?

El padre sonrió como si estuviese a punto de develar un misterio universal. Aguardé por esas palabras, pero no dijo nada más y quedó mirando el paisaje del llano.

* * *

Hugo seguía en silencio, apilonando las tapitas de las botellas unas sobre otras.

⸺¿Y qué pasó con Óscar Santacruz? ⸺pregunté.

⸺Se volvió loco. Él vio al fantasma de Adela Márquez justo cuando mataba a Jacinto. Bueno, eso es lo que dicen, pero nadie sabe a ciencia cierta.

⸺¿Y don Silva? El informe dice que su cuerpo fue encontrado en los sembradíos de marihuana completamente seco, desinflado, como si algo lo drenara con órganos y todo.

⸺¿Y qué quieres que te diga? Así se le encontró. Así murió.

⸺¿El fantasma lo mató?

⸺¿Y quién más podría haberlo hecho? Esas personas murieron desangradas por Adela, no se suicidaron como dice en el informe.

⸺Y a ustedes, ¿para qué los dejó vivir?

⸺¿Y para qué más va a ser? Para que recuerden lo que hicimos, para que nadie olvide su venganza. ¿Acaso piensas que ella no sabe que vos estás acá, averiguando todo esto? Claro que lo sabe y lo sabe muy bien. Pero es eso lo que ella quiere y por más que vos hayas sido un bebé cuando regresó, ella te eligió para que cuentes esta historia, tal y como pasó.

⸺Entonces, ¿está viva?

Hugo lanzó una carcajada nerviosa, su vozarrón espantó a los borrachines que seguían debatiéndose con las barajas.

⸺Ella no está viva, pero tampoco muerta. Si prestas atención esta noche, si te detienes a ver entre las copas de los árboles, la verás observándote desde la oscuridad, acechando eternamente a los vivos. Es el precio que pagó por vengarse. Nosotros podemos morir y convertirnos en polvo, pero ella está condenada a vagar por siempre con el recuerdo de lo que hizo y de lo que nosotros hicimos. Por eso no me arrepiento de nada.


(¹) Luisón: ser mitológico con forma de perro que se alimenta de cadáveres en noches de luna llena.

viernes, 23 de marzo de 2018

La verdadera historia de la muerte de la risa

Constanza Aimola



En Cachambo, un pueblo que pasaba desapercibido en la geografía del país, la cinta amarilla enmarcaba la escena de un crimen Era mediodía y arreciaba el calor.

El sol apuntaba directamente al cuerpo de Patricio Payaso, como era conocido un empleado del circo que estaba instalado en el lugar.

La tierra de Cachambo era en extremo árida. Sus habitantes y dirigentes no lograban que progresara ninguna plantación, ni siquiera crecían los cactus que sembraron en una jornada verde a la orilla de la carretera. Tenían que traer de otros lugares todo lo que consumían, era un pueblo que según los viejos que lo habitaban, estaba maldito y condenado a desaparecer.

El circo lo creó Guío hace veintidós años, era quien trabajaba como maestro de ceremonias. Este maravilloso personaje tenía ciento ocho años, pero parecía de algo más de sesenta. Había múltiples hipótesis acerca de este extraño suceso, inclusive que había hecho un pacto con el diablo. Guío fundó este circo, después de que el anterior con el que trabajó desde niño se quemara junto con sus integrantes. Fue encontrado entre las cenizas, abrazado a la caja fuerte, solo tenía algunos rasguños y manchas de carbón.

La carpa de este circo tenía rayas de colores de arriba abajo, ya descoloridas por el paso de los años. Se veía sucia y descuidada, sin embargo, en la noche la iluminaban y parecía que adquiría nueva vida. Se veía brillante y hermosa, llamando a que la visitaran. A las siete en punto se paraba en la puerta Guío; en el pueblo en el que estuvieran y sin necesidad de micrófono invitaba a los habitantes a entrar.

Patricio Payaso un hombre de sesenta interesantes años como él decía, extranjero, de alguna parte del mundo porque nadie sabía de dónde era a ciencia cierta. Gordo e inmenso, dentro de su acto medía la circunferencia de su abdomen y se pesaba, equiparando esto con las medidas y el peso de un grupo de diez personas promedio del público.

Era calvo de la frente hasta la mitad de su cabeza, desde donde le salían mechones crespos de pelo blanco, escaso pero largo. Tenía una prominente nariz, larga pero sobre todo ancha, sudorosa y llena de venas rojas y negras, con huecos dejados por el acné de la adolescencia. Todas estas características quedaban ocultas debajo del maquillaje y una nariz hecha con medio pimpón rojo. Recogía sus mechones de cabello y lo metía debajo de su chaqueta. El cambio era asombroso, tanto que nadie podría reconocerlo. Nunca se veía triste a este personaje, era alegre y bonachón, famoso por comer de todo y en exceso, amplio con sus bienes, el dinero y por supuesto sus bromas pesadas.

Ese fatídico día, la escena era en extremos triste. El tierrero que se formaba hacía poco claro el desolado panorama. El olor a excremento de los animales era hediondo, ese día nadie había querido hacer la labor de limpiar las jaulas, trabajo que se tenía que hacer muy temprano para que el sol no lo empeorara. A diferencia de otras escenas como esta, todos habían desaparecido esperando no tener que ver el cuerpo sin vida de Patricio.

Sentada contra una de las estacas que sostenían la carpa del circo estaba La Mosca, como era llamada Susana, una adolescente que vivía en el circo con su mamá desde que tenía cuatro años. Sonia, quien se embarazó contra cualquier pronóstico de la naturaleza, en una edad en la que las mujeres ya no pueden aspirar a ser madres. Susana padecía una rara malformación; tres piernas y brazos muy largos. Tenía una gran cantidad de pelusa negra por todo el cuerpo, ojos saltones y en exceso grandes con párpados cortos, además de un síndrome que le impedía hablar. A pesar de todo, su mamá nunca la escondió ni evitó que saliera a la calle y compartiera con los demás. La educó para que ignorara a las personas que la despreciaban y encontró para ella la alternativa de trabajar y vivir en el circo, en donde era aceptada y tratada con benevolencia. Patricio payaso la molestaba de vez en cuando, pasaba por su lado y le gruñía como si se estuviera enfrentado con una fiera. Susana le respondía dando alaridos en señal de disgusto.

Dentro de una de las casas rodantes de los empleados del circo, estaba Samara, una mujer negra, de talla grande, con vestigio de bigote y barba, pero con una hermosa voz. Antes de llegar a este circo había trabajado en líneas calientes, haciendo voces para la industria del doblaje y cuñas radiales. Aunque le habían tocado la puerta varias veces, para informarle de la muerte de Patricio, no quería salir, se negaba a ver su cuerpo sin vida, tirado en el arenal. Permaneció todo el día encerrada de rodillas orando por el descanso de su alma. No habían tenido una buena relación, pero estaba lejos de quererle desear la muerte.

Hace dos meses Patricio Payaso y Rodolfo se vieron envueltos en un trágico suceso que inició con una discusión. Mientras Rodolfo ensayaba su acto, Patricio llegó por detrás y lo asustó pegando un grito provocando que los leones reaccionaran agresivamente. Uno de ellos se abalanzó sobre él mordiéndole el brazo con el que se protegía el rostro. Por lo general Patricio hacía este tipo de bromas, que nunca terminaban en algo positivo. En esta ocasión Rodolfo tuvo que ir al hospital en donde fue internado, permaneciendo aún ahí por la gravedad de las heridas.

Mientras la policía estudiaba la escena del crimen, aparece en escena Imelda la malabarista. Se había ido la noche anterior a visitar a un hermano que se accidentó de gravedad cuando fue atacado por una multitud en una manifestación en contra del maltrato y el tráfico animal. Siempre ha sido un detractor de los circos y debido a que Imelda trabaja en uno, había tomado distancia de ella durante varios años. Había hecho varias manifestaciones frente al circo con pancartas, la última vez Patricio Payaso lo enfrentó y logró sacar a él y sus amigos de los alrededores del circo.

Al regresar se encuentra con el cuerpo de Patricio Payaso mientras lo suben embolsado a un carro de la Fiscalía. Lloraba enloquecida con el maquillaje de los ojos escurriendo por sus mejillas. El labial rojo se había corrido y el cabello estaba hecho una maraña, a medio recoger con un caucho de amarrar bolsas de verduras en el supermercado.

Había rumores acerca de que Imelda y Patricio Payaso habían tenido un amorío, nunca les comprobaron nada, pero atando cabos, tal vez fue por ella que le incendiaron la casa rodante a Isaac el mentalista. Un «psíquico» que estaba a cargo del acto de hipnotizar incautos y encantar serpientes, más bien era un charlatán de antaño, que tenía su casa rodante cerca a la carpa de Imelda, donde se había escabullido por lo que no salió lastimado.

Una noche, después de la función de las ocho, justo antes de la despedida en la que los actores hacían una venia al público, Isaac se le declaró a Imelda. Hizo aparecer un ramo de flores de entre un sombrero, mientras se arrodillaba a sus pies. Patricio Payaso se retiró del escenario no sin antes tirar su gorro, llamando la atención de los presentes.

Pasaron varias semanas y la muerte de Patricio seguía siendo un misterio. Había varios sospechosos según la policía, pero nadie decía nada. De vez en cuando los investigadores pasaban por el circo y se entrevistaban con la gente, permanecían inexpresivos, tomaban nota en una libreta con un diminuto lápiz que se metían a la boca mientras su interlocutor respondía, cuando terminaban lo encajaban en el espiral del cuaderno.

Una mañana mientras los actores del circo dormían, un personaje llegó al circo. Se paró en el círculo de arena en la mitad de las casas rodantes y las jaulas de los animales. Aún no sabían quién era.

Decía a grito herido: «A despertar que la cama al hombre mata, y si tiene moza peor la cosa y si tiene mujer se acaba de joder» terminó con una estruendosa risa y balanceó la cabeza hacia adelante y atrás.

Era un hombre de cincuenta y tantos años, con una prominente barriga que se salía del pantalón mientras jalaba los botones dejando la piel al aire. Tenía bigote estilo charro mexicano y el pelo blanco, crespo y largo por debajo de los hombros, aunque algo calvo en el frente.

Empezaron a salir con los ojos casi cerrados de sus casas rodantes, al principio no podían reconocerlo: era Zamudio, el hermano de Patricio, quien por ser el mayor le había enseñado la profesión de payaso.

Los reunió y les contó con la voz entrecortada que lo llamaron de medicina legal a darle el parte de la causa de la muerte de su hermano. Murió como sueñan los payasos, de un ataque de risa.





Ilustraciones por: Luisa Fernanda Vaca