jueves, 29 de marzo de 2018

Diferente


Miguel Ángel Salabarría Cervera


Marcos llegó a su trabajo minutos antes de las ocho de la mañana, registró su entrada saludando a sus compañeros, se dirigió al escritorio que ocupaba, sentándose en su silla ejecutiva quedó en silencio sintiendo el aire fresco del clima que atenuaba el calor de esta ciudad del Sureste; sacó de su portafolio uno de los dos periódicos del día poniéndose a leerlo, sin reparar en las bromas que le hacían sus compañeros de trabajo, al escuchar el aviso de que ya eran veinte minutos después de la hora de inicio de labores y que llegaba la jefa de la oficina lo guardó en el cajón y extrajo los documentos con que iniciaría sus actividades.

—¿Cómo amaneció el mundo? —le chantó la jefa.

―Como siempre —respondió al tiempo que sonreía con sarcasmo.

―Pasa en unos minutos a mi oficina.

Algunos compañeros se le acercaron para preguntarle si había hecho algo, otros le decían que recibiría un regaño por estar leyendo el periódico en horas de trabajo, él sonrió comentándoles que «no pasa nada», no se preocupen ya saben cómo es Rosa Margarita, la hace estresante.

Entre estos comentarios transcurrieron los minutos, hasta que Marcos consideró que era ya el tiempo prudente y les dijo a sus colegas de trabajo:

―Espero buenas noticias… Seguro un ascenso… pero al tercer piso… ―Soltó una carcajada y se encaminó al despacho de la jefa.

Tocó la puerta de la oficina y escuchó como respuesta:

—Adelante. Toma asiento, presta atención a lo que te diré —le indicó con solemnidad.

Lo hizo, pero con expresión distraída escuchando la música ambiental de la oficina, ―le sucedía cuando se trataba de las artes― pero las palabras de la Jefa del Departamento Técnico lo hicieron volver a la realidad.

—Regresa de tu viaje, porque tengo un trabajo especial para ti.

Le comentó que habían llegado de las oficinas centrales de la Secretaría de Educación al Departamento, varios cursos para diferentes niveles educativos, que le encomendaba para su análisis, posteriormente emitiera un dictamen de la viabilidad por cada uno para ser impartidos, le hizo entrega de varias carpetas al tiempo que le decía que esperaba los resultados en un plazo máximo de una semana, para hacer la programación correspondiente, finalmente le recalcó expresándole de manera socarrona, que dedicara todo el tiempo laborable.

Al salir, se le acercaron para preguntarle qué le había dicho, él mostró las carpetas que llevaba y les respondió a los curiosos.

―Trabajo.

Se sentó en su escritorio, poniéndose a leer cada una de las carpetas mientras hacía anotaciones en hojas sueltas, así permaneció hasta que una amiga le preguntó si iría en el receso a comer, Marcos le dijo que no, solo le pidió un refresco para mitigar su sed, luego se ensimismó en su trabajo.

Así transcurrió su horario de labores, hasta que de manera automática a la una de la tarde consultó su reloj, guardó en su escritorio los fólderes, papeles y demás utensilios que utilizó, cerró su portafolio, levantándose para firmar su salida. Al llegar al sitio en que se encontraba la libreta de registro, la secretaria le dijo:

—¿Terminaste tu tarea?

―No ―respondió—, pero adelanté un poco la encomienda. Ahora me voy, cambio de chip y de camisa. ―Se despidió de ella y presuroso se dirigió al estacionamiento, sintiendo el sofocante calor, al entrar a su auto encendió el motor y el clima para dirigirse a gran velocidad a otro sitio, ignorando a quienes lo saludaban.

Llegó a la una con veinte minutos, checó su entrada en el reloj y escuchó la voz de Isabel, la directora de la Preparatoria que le decía:

—Maestro, llega rayando la hora, pero a tiempo.

Marcos le contestó:

―Sí, y listo para los dos módulos de clase de Geografía Económica. Con su permiso, maestra.

―Pase, sus alumnos le aguardan, pensaron que no vendría o llegaría con retraso.

Subió corriendo al segundo piso, entró a un aula dando las buenas tardes que le contestaron los alumnos mientras se acomodaban en sus respectivas sillas.

Un joven de la última fila le preguntó:

—¿Va a dar clase, maestro?

―No, vengo a divertirme de ustedes —respondió al tiempo que se reía.

―Se «pasa» maestro ―le comentó una chica de la primera fila con lentes y aíres de sabionda.

Abrió en su totalidad los ventanales, aspiró la tenue brisa que mitigaba el calor, se fue al centro del aula y preguntó a los alumnos:

―¿Sienten calor?

Al unísono le respondieron que sí, que los ventiladores eran insuficientes y no se «sentía el viento».

No les respondió, limitándose a sonreír moviendo negativamente la cabeza.

Fue a su escritorio se sentó en una silla desnivelada e inició pasando lista y simultáneamente revisaba unos cuestionarios pendientes, mientras con brevedad platicaba con cada alumno sobre la vida de cada uno de los que entregaban su tarea, marcó el tema de la cuarta unidad, así concluyó el primer módulo, se despidió de sus alumnos; pasó al salón contiguo, saludó al entrar y los alumnos le respondieron amigablemente, les pidió que se organizaran por equipos mientras investigaban en un plazo de veinte minutos las partes de un tema que entregó el maestro, pidiéndoles que si tenían una duda le preguntaran. Al concluir el tiempo estipulado, un representante de cada equipo expuso lo investigado a sus compañeros, quienes le preguntaban en caso de tener alguna duda. El timbre puso fin a la clase y Marcos indicó el tema para la próxima sesión. Al despedirse de ellos les dijo: 

«Lean el periódico, pero no el horóscopo, porque: “negros nubarrones acechan su destino”». —Riendo abandonó el aula sin prestar atención a las bromas que hacían los alumnos.

Faltaban diez minutos para las tres de la tarde, registró su salida abordó su auto y se dirigió a la escuela de Ciencias de la Comunicación situada a unas ocho cuadras, llegó en poco tiempo, se dirigió al comedor tan rápido como la intensidad del hambre que sentía, pidió una orden de hamburguesa, otro maestro de la misma escuela lo invitó a sentarse en la mesa que ocupaba, mientras comían platicaron de los últimos acontecimientos políticos y de la iniciativa de la modificación de la Ley de Medios que hacía desaparecer las radios comunitarias y alternativas, punto en que no estaban de acuerdo entre otros; al percatarse que ya eran las tres con quince minutos y solo les quedaban cinco de tolerancia, se dirigieron al tercer nivel del edificio que ocupaban sus respectivas aulas.

Al firmar Marcos su entrada a clase de Teoría de la Comunicación, el prefecto le dio un oficio en que era citado por la maestra Martha directora de la institución, a una junta de Consejo Técnico para el lunes a las seis de la tarde de la próxima semana, pues él era  representante de los maestros, signó de enterado y se retiró, en ese momento un par de alumnos le dijeron que el proyector estaba fallando e irían a cambiarlo, él asintió mientras les decía:

—No se demoren como siempre hacen, porque su equipo es el que expondrá el tema de la Escuela de Frankfurt.

—No, profe, vamos «volando», —le respondieron los jóvenes.

Entró al salón, saludó a los estudiantes, contestándole los de adelante, arrimó su silla hasta quedar frente a ellos, que lo miraban con atención, entre tanto él extraía un libro de su portafolio, lo colocó sobre la paleta de la silla más próxima, pero no lo abrió.

Una joven sentada al final del aula levantó la mano y le dijo al maestro:

—¿Podrá darnos un panorama general del tema, mientras traen el proyector para no perder tiempo?

―Ja, ja, ja. ―Rio el académico—, muy sutil tu propuesta, así proteges a tus compañeros de equipo que ya tomaron mucho tiempo, pero me agrada tu osadía así que lo haré, pero cuando regresen los retardados —por el tiempo que se demoran— acotó, que fueron por el proyector suspendo mi participación, al final hacen las preguntas que quieran.

—Ok profe. ―Se escuchó casi unánime.

Marcos inició su disertación desde las influencias que le dieron origen, los fundadores, perfiles académicos, sus diversas etapas, así como también la emigración a los Estados Unidos por la persecución nazi, quienes se quedaron en Alemania y la suerte que corrieron, por último los que regresaron a su país de origen, después de concluida la Segunda Guerra Mundial.  

Al terminar, llegaron los jóvenes que fueron por el proyector, dando como justificación que la directora no había llegado y ella tenía la llave del archivero en donde se guardan los proyectores.

El maestro les dijo:

—Ese cuento es viejo, ya se decía desde mis épocas, deben actualizarse ―al decir esto, todos rieron de sus compañeros―. Para la próxima clase solo ustedes dos expondrán los aportes de la primera etapa.

Tomó el libro que nunca abrió, guardándolo en su portafolio, se despidió de los estudiantes, saliendo de prisa, porque a las cinco de la tarde tenía clase en la Facultad de Contaduría y solo faltaban doce minutos.

Llegó antes de la hora de entrada, se estacionó y al descender se encontró con la contadora Edna directora de la facultad, a la que saludó de mano, quien le preguntó muy formal como era el ambiente que prevalecía en esta institución:

—¿Cómo está maestro?

—Bien, contadora ―respondiéndole de la misma manera.

―¿Tuvo clase hoy a las siete de la mañana?

—No, solo los lunes y miércoles a esa hora.

—Ah bien, porque unos alumnos lo estaban buscando para una asesoría de Microeconomía, pero no sabían que días viene temprano.

―Con gusto los atenderé, estaré en el aula diecisiete, y luego en la nueve, dando clase de Macroeconomía.

—Correcto, maestro ―dijo al despedirse la directora con saludo de mano.

Checó su entrada en el reloj digital y subió al tercer nivel, saludó al entrar para luego pasar lista e iniciar el tema de ciclos económicos y políticas de estabilización, con preguntas sobre la situación económica que se vive en el país, para irlas ubicando dentro de cada una de las fases del tema, de esta forma fueron construyendo las características de cada una de ellas, mientras una chica registraba las respuestas en la pizarra. Finalizó pidiendo los datos estadísticos de las características de cada etapa de los últimos diez años.

Como eran grupos paralelos, empleó la misma dinámica que en el módulo anterior de siete de la noche; al terminar bajó y checó su salida de forma digital, se encontró con Luis, otro maestro de Economía con quien tenía buena amistad, que le dijo:

―Se terminó el día, ¿cómo te fue?

—Tranquilo, ya estoy acostumbrado a este ritmo de trabajo. A estar cambiando de chip y camiseta a cada rato, créeme que si lo dejará me enfermaría.

—Me contabas que en todas tus actividades, los jefes son mujeres. ¿Cómo te sientes?

—Primero te diré algo —le respondió Marcos―, las mujeres se quejan socialmente de que no tienen oportunidades de sobresalir laboralmente, que son marginadas y… ya sabes cómo son las «bellas».

Ambos rieron.

—Pero no me has dicho ¿cómo te sientes? ―le insistió Luis.

—Un tipo especial y único, pues tengo cuatro trabajos en todos son damas las que mandan y me las paso «toreándolas» para no tener problemas con ellas.

Soltó una carcajada al concluir su respuesta.

―Entonces tienes cuatro patronas —le dijo irónico Luis.

―No, cinco. Ahora me voy para mi casa en donde me espera la última y a ella no puedo darle «capotazos».

Riéndose se despidieron rumbo para sus autos, sintiendo la brisa nocturna que atemperaba el calor del clima tropical.

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