miércoles, 7 de marzo de 2018

La copa

Horacio Vargas Murga



Con gran júbilo alzó la copa que tanto tiempo había ansiado. Parecía increíble. Eran los ganadores del campeonato de fulbito escolar. Una sonrisa le iluminaba el rostro. La sudoración, que impregnaba todo su cuerpo, también llegaba a los labios, con ese sabor agridulce que por primera vez resultaba sabroso. Los aplausos y vivas se escuchaban en toda la tribuna. Un olor a anticuchos recién preparados se percibía a lo lejos. Era hora de comer y refrescarse luego de la victoria. Pensar que años atrás la situación era muy diferente y nadie hubiera pensado verlo triunfante como ahora.

«No me consideraron para la selección del aula. Lo mismo que en primero, segundo y tercero de primaria. Ahora que estamos en cuarto, pensaba que sería diferente. Nunca me dan la oportunidad. Es injusto. Encima, la profesora los apoya. Odio a mis compañeros de clase, odio este colegio».

Miguel observaba con cierto fastidio los partidos de fulbito del campeonato escolar. Todos los grados de primaria se presentaban para la contienda. Una mezcla de sentimientos encontrados lo invadía. En algunos momentos deseaba que su salón ganara y en otros que fuera derrotado. Nunca llegaron a ser campeones de la primaria.

Algunos compañeros de clase se burlaban de él, otros lo miraban con sorpresa, los más cercanos sentían pena, pero ninguno compartía sus argumentos ni su descontento.

Yo no sé cómo Miguel quiere que lo convoquen a la selección del salón, si no juega nada. Con lo gordo que está, con las justas puede moverse, encima es torpe con la pelota, todas las bolas se le pasan, se queda siempre en el mismo sitio, los pases le salen mal, siempre le quitan la pelota. Anda resentido con el mundo. Debe darse cuenta de que él no sirve para el deporte, lo suyo es el estudio.

Durante la secundaria creció y se esmeró para bajar de peso. Se sentía ágil y con bastante energía. Percibía que podía correr más tiempo en la cancha de fulbito, pero nadie le daba pase, a pesar de que él reclamaba. Cuando quería quitar la pelota le ganaban en velocidad, pero en algunas ocasiones frenaba los avances «tirándose de carretilla». En una oportunidad, un alumno se sorprendió al ver la longitud de sus dedos.

¡Hala, qué tales dedazos! Si yo tuviera esos dedos qué cosas no haría.

Cállate, mañoso.

¿Por qué no tapas? Con esos dedos podrías ser un arquero de la puta madre.

A mí no me gusta tapar, nunca he tapado.

Haz la prueba, cojudo, en cualquier otra posición estás hasta las huevas.              

Siempre te gustó ver los mundiales de fútbol en la televisión. En ese momento, el sabor de la Coca Cola heladita, se hacía más rica, humedeciendo con alivio la lengua y el paladar. El olor de la canchita te ponía en las nubes. La ovación de la hinchada retumbaba en tus oídos y un júbilo enorme agitaba tu pecho, soñando algún día con alzar la copa.

Sin estar muy convencido, empezó a probarse en el arco y notó que la talla y los dedos le proporcionaban ciertas ventajas, además tenía buenos reflejos. Cada vez se fue sintiendo mejor en el arco, con más seguridad y con la exclusividad de ser el único que podía coger el balón con una sola mano. Los alumnos del aula elogiaban cada vez más las excelentes tapadas y se fue convirtiendo en un referente en el pórtico.

Mi hijito querido, siempre sufriste por jugar y yo sufriendo contigo. Han pasado los años y Dios ha querido que llegue este momento. Estás en la gran final. Te he comprado guantes y rodilleras para que no te hagas daño y tapes como nunca. Espero que ganen, pero si no fuera así, yo siempre estaré orgullosa de ti y te seguiré queriendo muchísimo.

La ovación por cada equipo en la tribuna era desbordante. Las olas de personas se agitaban de arriba abajo. Los espectadores saboreaban deliciosos refrescos y degustaban panes calientes con chorizo mientras esperaban la gran final del campeonato. Muy pronto aparecieron en la cancha de fulbito los equipos de cuarto y quinto de secundaria. Miguel, como guardameta del cuarto de secundaria, se colocó en el pórtico con cierta firmeza y algo de ansiedad. El árbitro tocó el silbato y empezó el partido.

Ya sigue corta el balón que no patee vamos rápido desmárcate cuida la espalda como te fallas ese gol vamos regresen cuidado contragolpe bajen carajo no me dejen solo puta madre chocó en el palo cojudo como le metes falta cerca del área atentos tiro libre no me tapen colóquense bien hey cuidado pasó cerca llévatelo se fue la bola cabecea retrocede saca rápido márcalo no lo dejes solo.

El árbitro tocó el silbato dando por finalizado el partido. Habían terminado cero a cero y se irían a los penales. Los jugadores nerviosos se alistaron para la ejecución. Al llamado del árbitro acudían a patear la pelota con cierto temblor en las piernas y opresión en el pecho. Cada penal mantenía en angustia a toda la tribuna y sobre todo a los arqueros, que permanecían firmes y alertas, esperando el lanzamiento del balón.

Se ejecutaron cinco penales por cada equipo, los cuales fueron convertidos en gol, generando los gritos de ovación de la tribuna y la celebración jubilosa de los jugadores. Solo quedaba que patearan los arqueros.

Es tu turno, Miguel, rompe el arco le dijo el entrenador.

Así lo haré respondió con aplomo, pero algo nervioso.

Puso la pelota en el punto de penal y con mucha energía, colocó el balón en la esquina derecha fusilando al arquero. Un grito masivo se escuchó en la tribuna. Luego se trasladó al arco y miró a los ojos de su contrincante, quien mostraba una mirada de temor y ansiedad. Sonó el silbato y la pelota fue lanzada rápidamente. Miguel se estiró lo más que pudo, logrando tocar la pelota con los dedos, desviándolo fuera del arco. Inmediatamente todos los jugadores del equipo corrieron hacia él y lo felicitaron con gran algarabía. Luego lo cargaron en hombros. Se sentía muy feliz y emocionado, al igual que todo el equipo. El sudor se mezcló con las lágrimas que bebió con mucho agrado. Era el sueño cumplido. Pronto alzaría la copa que había ansiado toda su vida.

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