Leticia Natalia Garcete Galeano
La
primera vez que vieron al fantasma de Adela Márquez fue en medio del sembradío
de marihuana. Obviamente nadie pensó que fuese un ánima, es más, si Carlos y
Hugo hubiesen sabido que era la difunta jamás tratarían de encontrarla. Según
Hugo recuerda aquella noche, las bestias del campo dejaron de aullar, que hacía
un frío espantoso y el viento silbaba mientras mecía las plantas en plena
floración.
⸺De
la tierra salía como un humo blanco ⸺dijo Hugo, mientras recordaba los hechos de
hace veinte años atrás y quedó mirando un punto negro entre las vetas de la
mesada de madera⸺. Parecía que la tierra exhalaba eso y olía a muerto. Primero
pensamos con Carlos que era un luisón¹
y después ya le vimos a la desgraciada que nos miraba entre los hierbales.
Al
decir eso último, Hugo Ramírez dejó la botella de cerveza sobre la mesada y pasó
los dedos entre su cabellera canosa. El hombre, ya entrado en años, lucía una
piel morena y brillante, que evidenciaba toda una vida de trabajo bajo el sol
del campo. El bar en el que estábamos pertenecía a su abuelo paterno, uno de
los tantos supuestos suicidas de hace veinte años atrás, cuya tragedia inició
con el avistamiento del fantasma de Adela Márquez. El hedor de lavandina y
veneno para cucarachas manaba del suelo de madera podrida, la cual no dejaba de
chirriar a medida que las personas andaban sobre ella. El murmullo del
televisor puesto a volumen bajo llegaba a mis oídos, así como la conversación
sin sentido de dos borrachines que disputaban un duelo de barajas.
⸺Carlos
fue el primero en morir ⸺añadió el hombre, sorbiendo algo de cerveza⸺, pero ¿sabes
una cosa?, no nos arrepentimos de haber hecho lo que hicimos.
*
* *
El
padre Atilio estaba sentado en su sillón de cable y miraba el llano a través de
la ventana. La habitación era pequeña y el aroma de la humedad se filtraba
entre las paredes cuyos revoques caían a pedazos.
⸺Jamás
olvidaré esa época ⸺dijo él.
Su
rostro alargado, la piel cenicienta cuarteada por el viento del norte y las
pecas naranjas, le daban un aire de eterno cansancio. Las manos le temblaban
descontroladas, a pesar de que hacía un esfuerzo sobrehumano por mantenerlas
quietas debajo de los muslos. De pronto se giró hacia mí y contemplé las
telillas blancas que cubrían sus ojos pálidos. La luz de la siesta contorneaba
su silueta calva y se me antojó que se trataba de una aparición.
⸺El
pueblo entero se confabuló en esa barbarie ⸺añadió⸺, y decían que el ánima regresó
para vengarse.
⸺¿Y
qué fue lo que hicieron?
⸺Yo
no sabía nada. Recién había llegado en aquel entonces al pueblo. Fue Dolores la
que me contó del pecado mortal que cometió esa gente.
⸺¿Dolores
Villa? ⸺pregunté y hojeé la agenda que traía en la mano⸺. Según el periódico,
ella cuidaba a los niños Márquez ⸺dije al leer una página que rememoraba el vigésimo
aniversario de la tragedia y contemplaba la fotografía de la anciana puesta en
una esquina al lado de las columnas de texto.
⸺Así
es, hijo.
⸺Entonces,
sí es verdad eso que el pueblo entero ayudó para que don Silva mate a los
Márquez.
⸺Sí,
pero eso no es todo ⸺añadió y levantó un dedo índice arqueado⸺, la gente del
pueblo me confesó que ellos mismos se encargaron de perseguir y matar a los Márquez
que intentaban escapar.
⸺¿Y
Adela Márquez también murió aquella noche?
El
sacerdote se encogió de hombros.
⸺No creo que haya muerto esa vez, porque los muertos no caminan.
*
* *
Por
aquel entonces, Jacinto Santacruz andaba mal de sueños desde que vio a Adela
Márquez mirándolo desde el jardín. De tanto en tanto el hombre se asomaba a la
ventana del segundo piso, procurando no perderla de vista. El fantasma era
exactamente como recordaba a Adela. De cuerpo pequeño y delgado, el pelo negro,
apelmazado, que caía en cascadas sobre sus hombros desnudos. Sin embargo, ahora
traía la piel azulada, surcada de prominentes venas negras que serpenteaban sobre
su cutis acartonado. Los labios negros y agrietados le sonreían mostrándole
unos dientes blanquísimos como la misma luna. Pero de todo aquel aspecto
demencial, lo que a Jacinto Santacruz le helaba y le quitaba el sueño eran esos
ojos negros, que lo observaban con un resplandor oscuro, como si fuese invocado
del mismo infierno.
El
hombre estaba amarillo y flaco, no dormía desde hacía una semana y solo la
droga mezclada con caña barata lo mantenía de pie. Sus ojos enrojecidos e
hinchados brillaban con el destello de la locura y cuando se asomaba y veía al
ánima viéndolo, le gritaba:
⸺¡Vení,
puta, que te voy a matar otra vez!
Óscar
Santacruz andaba preocupado por su hermano. Sabía de los rumores del espectro
de la niña, pero él solo creía en la furia de los vivos. Y al ver que su hermano era nada más que piel
y hueso, se le partió el corazón. Cuando Óscar entró en la habitación, lo
abrumó el tufo del encierro mezclado con alcohol y luchó para hacerse paso
entre los muebles volteados, las ropas arrojadas en el suelo y las botellas que
rodaban chocando unas con otras.
⸺¡Ella
viene por mí! ⸺gritó Jacinto mirándolo con cara de loco.
⸺Tranquilo
⸺dijo Óscar, conteniéndolo⸺, los fantasmas solo existen en las películas.
⸺Sí,
en las películas ⸺añadió con una sonrisa atolondrada⸺, cierto, solo en las
películas.
⸺Los
Márquez están todos muertos y Adela también, ¿verdad, hermano?
Jacinto
retrocedió unos pasos, sonrió como tonto y asintió.
*
* *
⸺Adela
siempre fue una niña un poco rara ⸺dijo la anciana Dolores, recordándola⸺. Cuando
cumplió los cinco años empezó a adivinar el futuro.
La
primera vez que lo vaticinó fue mientras jugaba en el salón recibidor. Estaba
sentada sobre el felpudo blanco, con las piernecitas dobladas jugando con las
muñecas. Esa tarde cayó una tormenta con vientos huracanados que desprendían
las casas mal cimentadas y desgajaban los árboles desde la raíz. Pero ni los
truenos, ni la ferocidad de los vientos la espantaban, ella seguía sumida en su
mundito de juegos y de tanto en tanto ofrecía sus muñecas a la nada y miraba el
vacío como si hablase con alguien que no podíamos ver. Reía de pronto y luego
por instantes se molestaba, fruncía los labios y arrojaba las muñecas por todos
lados como si quisiera golpear a alguien con ellas. Rafael, su hermano mayor,
quien acababa de cumplir los diez años, se sentó frente a Adela y le acercó una
de sus muñecas. Ella la rechazó con un manotazo.
⸺¿Por qué estás molesta con Barbie? ⸺preguntó
Rafael.
⸺Ella
no es Barbie ⸺se quejó la niña⸺, ella es abuela y él me dijo que ya no puedo
jugar con abuela porque ya no se mueve, ¡yo quiero jugar con abuela!
⸺¿Y
quién es él? ⸺preguntó el niño.
Ella
no respondió. Rafael giró la vista hacia mí. De inmediato, por alguna
corazonada telefoneé a don Manuel, el padre de Adela, y pregunté si todo estaba
bien.
⸺No
⸺contestó el hombre del otro lado, con una voz temblorosa⸺, Dolores, quédate
esta noche con los niños en casa, nosotros estamos ocupados con algo.
⸺Pero
doña Minerva, ¿está bien? ⸺pregunté.
Del
otro lado se oyó un largo y pesado suspiro.
⸺¿Cómo
lo supiste?
Me
quedé muda en ese instante. Miré a Adela quien seguía enojada, con los bracitos
cruzados sobre el pecho y los cachetes rosados inflados del disgusto.
*
* *
Hugo
fue al refrigerador y sacó otra cerveza, la destapó con un abridor y la tapa
cayó sobre la mesada de madera, tomó asiento en la butaca e hizo a un lado las
dos botellas ya vacías, bebió un primer sorbo largo y después me lo ofreció.
⸺Esa
noche el pueblo no durmió ⸺prosiguió Hugo con su relato⸺, vos tuviste la suerte
de que aún no habías nacido cuando pasó. Todos sabíamos que don Silva era el
enemigo de don Márquez y quería tener a toda costa sus tierras, sus
laboratorios y su mano de obra. Y nosotros estábamos cansados de que nuestros
hijos se perdieran a causa de la droga y que se mataran a sangre fría en las
esquinas del pueblo y entonces tomamos una decisión esa vez. Le dijimos a los
hombres de don Silva que debían esperar a atacar en nochebuena, pues en esa
fecha todos los Márquez se reunían en la casona. A lo largo de dos semanas nos juntamos
con el capataz de don Silva, y las empleadas nos ayudaron para entrar en los
lugares secretos por donde podríamos ir sin ser detectados por los guardias. Y
cuando llegó la noche, todos nos preparamos para el golpe. Pero Jacinto
Santacruz se encargó de Adela Márquez. Según decía la gente, el hombre se
enamoró de la niña. Nunca encontramos su cadáver, por eso no sabíamos si
realmente llegó a matarla.
⸺Si
Jacinto trabajaba para los Márquez, ¿por qué se alió con don Silva?
Hugo
se encogió de hombros y tomó la botella medio llena que le ofrecía.
⸺Ya
te dije, estaba enamorado de la niña y ahí se pudrió todo.
*
* *
Jacinto
y Oscar Santacruz trabajaban en los laboratorios para preparar los panes de
marihuana que eran llevados hacia Ciudad del Este, en donde se pasaba al lado
brasileño para después comercializarse en los Estados Unidos. A don Federico
Márquez le agradaba los hermanos Santacruz, porque eran cumplidores y no
abandonaban el puesto de trabajo hasta que la mercancía estaba completa para
ser transportada. Pero una vez Adela Márquez, quien ya tenía trece años,
apareció en el laboratorio en compañía de Rafael y Jacinto quedó embobado por
la belleza de la niña. El muchacho solo pensaba en sus fantasías pecaminosas en
las que Adela era la protagonista principal. Sin embargo, Jacinto se deprimió
después de enterarse de que la muchacha se había comprometido en matrimonio con
el hijo de un terrateniente poderoso de la zona. Así que, despechado por su
amor no correspondido, se atiborró de tanta caña que nunca recordó la forma en
que llegó a estar sentado en la mesa de don Silva. El don lo había atendido
como un príncipe, hasta lo invitó a cenar en la misma mesa.
⸺¿Es
cierto que trabajas para los Márquez? ⸺preguntó el hombre mientras observaba al
muchacho, quien se atiborraba con una pata de pollo asado.
⸺Sí,
don ⸺contestó él y bebió algo de refresco para hacer pasar la comida.
Estaban
sentados en una amplia mesa en el comedor. Frente a Jacinto se hallaban
exquisitos manjares de costillares de cerdo, pollo a las brasas y mandioca
frita. Don Silva, un hombre eternamente regordete, que vestía su clásica camisa
blanca desabotonada en el pecho, miraba al muchacho moreno y flaco cuyos ojos
brillaban a medida que saboreaba esos platillos.
⸺¿Y
te pagan bien?
Jacinto
asintió con la cabeza.
⸺Yo
te puedo pagar más. Te voy a volver mi capataz. Serás la cabeza de los
laboratorios y vas a mandar sobre todos los demás. Solo te pido una cosa.
⸺¿Qué?
⸺Que
me ayudes a matarlos.
Jacinto
quedó con el pedazo de pollo a medio camino y mantuvo la mirada fija en la nada.
Luego bajó la carne en el plato y miró al hombre.
⸺Tá
bien. Pero a cambio quiero algo.
⸺Lo
que quieras.
⸺Quiero
a Adela Márquez para mí.
⸺Hecho.
*
* *
Dicen
que la noche de la masacre de los Márquez, el demonio se apoderó de Jacinto
Santacruz. Las balas no parecían hacerle daño y manipulaba la ametralladora
como todo un experto. Si no fuese por las empleadas, quienes nos contaron todo
sobre la casona, la historia hubiese sido diferente, porque la mansión era como
un laberinto de pasillos y escaleras en donde fácilmente te podías perder, pues
era una casa gigante, como de tres plantas y altas columnas. Arriba en la
fachada, tenía la inscripción en hierro de 1887.
Mientras
todos los demás perseguíamos a los Márquez que intentaban escapar de nuestra
furia, Jacinto fue directo a la habitación de la niña. De seguro ya se había
colado antes para espiarla y quizás por eso conocía muy bien el camino.
Nosotros solo escuchamos los gritos de la criatura. El pobre de Rafael se
rompió el brazo queriendo zafarse de nuestro agarre para ir a salvarla. No tuve
opción más que volarle los sesos. Nadie vio a Jacinto salir. Solo al día
siguiente apareció en el bar, sucio, cansado, desvelado y pidió caña para
desayunar. Nunca encontramos el cadáver de Adela Márquez, aunque cada vez que
se lo preguntábamos, este decía que lo había arrojado a las aguas del Paraná.
*
* *
El
cura se acomodó en el sillón de cable e intentó tomar el vaso de agua que
estaba sobre una mesita de madera a su lado. El temblor de las manos lo
llevaron a tumbar el agua, por lo que agarré el vaso de aluminio, serví el agua
y lo ayudé a que la bebiera. Agradeció con un gesto de la mano.
⸺Según
el informe policial, tanto Jacinto Santacruz como los demás se suicidaron
cortándose las venas, por lo que su muerte se produjo a raíz del desangramiento
⸺dije.
⸺Eso
fue más sencillo de explicar ⸺contestó él⸺, porque lo que pasó esa noche, en el
aniversario de la masacre de los Márquez, fue obra del mismo demonio.
⸺Y
si no se suicidaron, ¿qué los mató entonces?, ¿el fantasma de Adela Márquez?
⸺Adela
Márquez no es ningún fantasma. Es de carne y hueso.
⸺No
entiendo, entonces, ¿sigue viva?
⸺Ya
te dije, eso que ella hizo con toda esa gente y que dejara a los cuerpos así
como los dejó, no pudo haberlo hecho si estaba viva.
⸺¿Y
entonces?
El
padre sonrió como si estuviese a punto de develar un misterio universal.
Aguardé por esas palabras, pero no dijo nada más y quedó mirando el paisaje del
llano.
*
* *
Hugo
seguía en silencio, apilonando las tapitas de las botellas unas sobre otras.
⸺¿Y
qué pasó con Óscar Santacruz? ⸺pregunté.
⸺Se
volvió loco. Él vio al fantasma de Adela Márquez justo cuando mataba a Jacinto.
Bueno, eso es lo que dicen, pero nadie sabe a ciencia cierta.
⸺¿Y
don Silva? El informe dice que su cuerpo fue encontrado en los sembradíos de marihuana
completamente seco, desinflado, como si algo lo drenara con órganos y todo.
⸺¿Y
qué quieres que te diga? Así se le encontró. Así murió.
⸺¿El
fantasma lo mató?
⸺¿Y
quién más podría haberlo hecho? Esas personas murieron desangradas por Adela,
no se suicidaron como dice en el informe.
⸺Y
a ustedes, ¿para qué los dejó vivir?
⸺¿Y
para qué más va a ser? Para que recuerden lo que hicimos, para que nadie olvide
su venganza. ¿Acaso piensas que ella no sabe que vos estás acá, averiguando
todo esto? Claro que lo sabe y lo sabe muy bien. Pero es eso lo que ella quiere
y por más que vos hayas sido un bebé cuando regresó, ella te eligió para que
cuentes esta historia, tal y como pasó.
⸺Entonces,
¿está viva?
Hugo
lanzó una carcajada nerviosa, su vozarrón espantó a los borrachines que seguían
debatiéndose con las barajas.
⸺Ella
no está viva, pero tampoco muerta. Si prestas atención esta noche, si te
detienes a ver entre las copas de los árboles, la verás observándote desde la
oscuridad, acechando eternamente a los vivos. Es el precio que pagó por
vengarse. Nosotros podemos morir y convertirnos en polvo, pero ella está
condenada a vagar por siempre con el recuerdo de lo que hizo y de lo que
nosotros hicimos. Por eso no me arrepiento de nada.
(¹) Luisón: ser mitológico con forma de perro que se alimenta de cadáveres en noches de luna llena.
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