Maira Delgado
¡Nooo! Tres años no fueron suficientes para conocerlo.
Martha salió sola del consultorio, con manos temblorosas,
el rostro pálido; aquel sobre contenía la terrible respuesta que el corazón
temía. Rompió en llanto por esas calles repletas de gente, cada uno llevando su
propia cruz, sin importarle quién la observase. Se sentó en una desgastada
silla de hierro oxidado por la lluvia y el sol, dejando que su cuerpo se
desvaneciera hasta perder el aliento para sumirse en la más terrible pesadilla.
Nunca creí que todo diera un giro tan impresionante en
una noche. Conocerte, Martín, en mi adolescencia, con escasos catorce años
cambió mi historia para siempre. Eras el chico más dulce que había en el
colegio, y te fijaste en mí, la más delgadita y apocada de la clase, mi peso no
alcanzaba los cuarenta y cinco kilogramos haciéndome parecer menor que mis
compañeras ya en edad de desarrollo, con cuerpos más voluminosos y estatura que
aumentaba rápidamente; mas a pesar de ser tan guapo y asediado por todas, solo
tenías ojos para mí.
Esta relación a escondidas de mis padres tan
conservadores quienes pensaron siempre en que terminara la secundaria antes de
ilusionarme con cualquier persona que pudiera alterar mis planes para el
futuro, llenó de alegría mis tres últimos años en el colegio, tantas aventuras
compartidas, detalles tiernos y la celebración de cada aniversario con el
pretexto de salidas en grupo y acompañados por mi celestina Aurora quien vivió
conmigo cada momento, ocultando a veces en su casa tus regalos hasta que se me
ocurriera la excusa perfecta para traerlos a la mía sin despertar sospechas.
Ese día tan especial, la celebración de mis quince años,
estuviste ahí, logré que fueses mi edecán, y asististe a la serenata de la
noche anterior como un compañero más cuando en realidad fuiste quien organizó
todo, cada canción tenía un significado especial para ti y para mí; cuando
aprendiste a tocar guitarra hacías que soñara con ese momento; mis padres te
conocían y aceptaban como mi amigo... De pronto un admirador en silencio
(dirían ellos), mas no se imaginaban a su pequeña traicionando su confianza o
desobedeciendo la estricta orden de papá de no involucrarme sentimentalmente
hasta que él diera su permiso. Quería hacerles caso, pero tus dulces ojos me
cautivaron, esas cartas de amor escritas durante la clase de francés, firmadas
al final con un Je t’aime me ponían a soñar
noches enteras contigo y cada osito de peluche sobre mi cama, recordando las
caminatas en el colegio durante el descanso, en el patio de las flores donde el
aroma se mezclaba entre tanta variedad de plantas, me tomabas la
mano por segundos de manera inesperada para no levantar comentarios entre los
profesores y evitar que el rumor corriera y causara problemas en nuestro
idilio.
Recuerdo ese paseo al río, el tan anhelado día del
alumno, pudimos pasar la jornada entera juntos, nadando contigo por primera
vez, con muchos alrededor pero nos sentíamos solos entre esa multitud, tú y yo
hacíamos un mundo aparte en medio de decenas de personas; corriendo entre
árboles y trepando para alcanzar aquellos mangos tan provocativos, comimos
hasta saciarnos, nos recostamos luego sobre el pasto verde bajo esa sombra que
nos ocultó un buen rato del ardiente sol de la mañana y de los curiosos que
pasaban mirando a quienes veían haciendo de las suyas. La maestra Helena parecía
comprendernos, pues a pesar de sus cuidados, pasaba por alto algunos detalles
que nos delataban frente a ella, alguna vez oí decir que le recordábamos su
época de infancia, cuando amar tan temprano era un pecado mortal y el más
inocente sentimiento era digno de castigo por romper cualquier mandamiento, el
que quisieran aplicarle para terminar en una paliza o un posterior y largo
encierro; al parecer a ella también le tocó fingir muchos años cuando se
enamoró del maestro Luis, ahora su esposo, quien esperó pacientemente para
pedir su mano, pues las costumbres eran más severas en los tiempos de su
juventud.
Lo sé. Mis padres planearon mi futuro sin contar conmigo,
mis excelentes notas en el colegio, los hicieron soñar con verme convertida en
una gran abogada que prolongara el prestigio del abuelo, mi padre se había
esforzado para dirigir ese bufete pero deseaba que yo me hiciera cargo algún
día, así que debía saber que mis próximos años los pasaría enclaustrada entre
libros en la reconocida escuela de leyes de la Universidad de los Andes a
muchos kilómetros de casa y por el tiempo que ellos establecieran mientras
terminaba los estudios, postgrados, diplomados y demás títulos que habían
elegido para mí.
Tal vez esa noticia fue la que más te impresionó, desde
que oíste a papá esa noche, durante la cena de caridad para los niños del
hospital, tus ojitos no ocultaron la tristeza, parecías decepcionado del tiempo
juntos, como que todo quedaría en un recuerdo de la edad primaveral, también tú
harías tu carrera en otro lado y poco a poco nuestros caminos se alejarían
hasta hacernos olvidar el color de los amores prometidos y sucumbir en la
costumbre de echar al baúl de los recuerdos cualquier historia hermosa pero sin
trascendencia alguna en el porvenir asignado para cada uno de nosotros.
Ya llevábamos tres años juntos, yo a punto de cumplir los
diecisiete y tú un año mayor que yo, ambos en undécimo grado, ya tendrías que
pensar en el servicio militar si tus padres no lograban comprar tu libreta o no
aplicabas a la universidad, te observaba en silencio, parecías obsesionado con
la idea de escaparnos juntos o que algún suceso cambiara nuestro destino; al
principio no creí que fuera importante pero día a día la preocupación invadía
tu rostro y con tus besos y caricias ya más intensas me pedías a gritos que
nuestros cuerpos se dejaran llevar por las hormonas y diese rienda suelta a mis
deseos reprimidos de amarnos como locos antes de que el tiempo siguiera pasando
y nos separaran para siempre.
Esa noche en casa de Isabel luego de la fiesta, de bailar
muy cerca el uno del otro, por primera vez me dijiste que hiciéramos el amor;
pensé que era efecto del cóctel de frutas con algo de licor pues tú siempre
fuiste tan respetuoso, jamás en tus cabales insinuarías algo como eso. Era un
contraste entre la inocente relación casi infantil que sostuvimos todo este
tiempo y el despertar de un deseo loco de pasar aún más los límites y explorar
un mundo nuevo para ambos, creo que tus amigos te aconsejaron mal o tus
hormonas se enloquecieron al cumplir los dieciocho; igual lograste confundirme,
aunque te amaba, mis principios se anteponían a cualquier deseo, debía
guardarme virgen hasta el matrimonio y eso sí lo tenía claro, no sabía a dónde
ibamos a parar, por lo tanto no era sensato pensar en sexo contigo, pero me
gustaba el juego de la seducción al que me inducías en cada uno de tus besos,
ya no era ese inocente roce de labios que luego se escapaba hacia la mejilla o
la frente, ahora tus manos estrujaban mi espalda, acercando más tu cuerpo al
mío, de vez en cuando mis pechos te rozaban con sutileza excitándome por
segundos hasta que la cordura me hacía volver y con una dulce sonrisa separarte
haciendo cualquier chiste para enfriar el momento. Nunca supe si de verdad
resistiría a tus encantos o hasta cuándo pararían tus insinuaciones; empecé a
tener pesadillas en las madrugadas viéndote entrar en mi cuarto y meterte en mi
cama, al principio solo para abrazarme pero luego besabas mi cuello hasta que
me volteaba y los besos se hacían más intensos, poco a poco me quitabas la
pijama hasta desnudarme, en ese preciso momento entraba mi madre y nos
sorprendía, todo se volvía gritos y me despertaba sudando, por meses la
pesadilla se repetió; jamás te lo dije para no empeorar la situación ni hacerte
saber que también yo luchaba con mis deseos carnales como los llamaba papá.
Este último año juntos ha sido un tiempo de pasiones
encontradas, por un lado tú ardiendo de deseo y acosándome con tus besos
desbordantes, mis padres exigiéndome excelentes calificaciones y las pruebas de
estado debían ser las mejores de la clase, mis sueños persiguiéndome por las
noches, los maestros esperando sentirse orgullosos en unos años de su exalumna
y mis amigas hablando de su primera vez, todas ya lo habían hecho, algunas
tomaban píldoras anticonceptivas o practicaban el método del ritmo arriesgando
su futuro por vivir intensamente el momento como decían ellas.
La noche de la graduación llegó, todo era perfecto,
después de entregarles el deseado diploma de honor a mis padres y participar
los allí reunidos del brindis oyendo el discurso del rector y los más
destacados graduandos, sabía que mis padres me dejarían ir a la casa de Aurora
a celebrar hasta el amanecer, podría dormir allá, sus padres cuidarían la
fiesta y todos bailaríamos disfrutando, entre lágrimas y risas
recordamos los mejores y peores momentos juntos, prometimos reencontrarnos cada
año nuevo en ese mismo parque frente a la casa de nuestra amiga para compartir
experiencias vividas; en el fondo sabíamos que pasarían muchos años antes de
cumplir esa promesa y que tal vez a algunos no los volveríamos a ver.
Cerca de las tres de la mañana, me tomaste de la mano y
me llevaste afuera, fue tan natural que no opuse resistencia, ese auto rojo nos
esperaba y tú ibas a conducir, me emocioné al verte tan seguro; me dijiste que
daríamos una vuelta inolvidable, ya habías tomado algunas copas de vino y
aunque yo no lo probaba me fascinaba sentir su sabor en tus labios, me subí
encantada y encendiste el motor rápidamente, nos alejamos tanto, no recuerdo
cuánto tiempo pasó desde que salimos, las cervezas bebidas en el recorrido me
marearon un poco hasta que entraste en aquel motel, mis ojos se abrieron como
farolas y empecé a temblar de frío, realmente estaba asustada, mas tus palabras
fueron convincentes: <<No haremos nada que tú no quieras, solo deseo
besarte un rato con calidez y que recuerdes esta noche para siempre>>.
Todo fue tan rápido, era el miedo a lo desconocido o la
emoción de hacer algo indebido, ni siquiera tuve tiempo de reaccionar y
negarme, confiaba tanto en ti, jamás creí que mi dulce Martín convirtiera su
amor por mí en una obsesión desenfrenada por tenerme a su lado a toda costa.
Entramos en aquel cuarto, para mi sorpresa, no sé cómo lo hiciste, habías
decorado con velas y rosas, todo muy bien planeado, al principio sonreí y te
besé, estaba emocionada pero debía mantener el control, mi inocencia o
inexperiencia en el tema me hicieron creer que podía jugar con fuego sin
quemarme, pero nunca pensé que era tu fuego el que ardía y no saldría ilesa esa
noche.
Me besaste con ternura y me recostaste con cuidado en la
cama, todo era perfecto, un momento romántico con tu primer amor sería
inolvidable; hasta que los besos ardían más que las velas, ahí te detuve:
<<Esto es hermoso, pero no quiero ir más allá, por favor debemos irnos,
ya es tarde y empezarán a buscarnos>>. <<¿Irnos? Pero si apenas
llegamos, no te preocupes, nada malo pasará; ven tomemos una copa, compré este
vino para este día, solo una y luego te canto un par de canciones>>; me
convenciste y no sé qué tenía esa bebida, el final de la noche se volvió
confuso, no recuerdo más detalles aunque me esfuerce en hacerlo, me desperté a
las seis y estaba con ese vestido negro por encima de mi cintura, mi brassier se
había soltado y mis panties no estaban en su sitio, me levanté
asustada y ahí yacías tú desnudo, me sentí aterrorizada, al despertarte con
violencia una terrible jaqueca te invadió, no sé si fingías o en realidad la
sentías. Al escuchar tus palabras mi alma se estremeció, <<no sucedió
nada que no quisieses, no te preocupes>>; no hice otra cosa que llorar
hasta que me dejaste en el parque frente a la casa de Aurora, la vergüenza no
me dejaba entrar y mirarla a la cara, luego tu llamada a su celular hizo que ella
saliera a buscarme, mientras me abrazaba susurró: <<tranquila, todo
estará bien>>.
Me bañé casi por una hora, trataba de recordar lo
sucedido, pero mi mente estaba bloqueada, ¿cómo denunciarte? Si ni siquiera sé
qué sucedió, si yo fui contigo a ese lugar, si mis padres no sabían de nuestra
relación.
Un mes pasó y no he querido verte ni atender tus llamadas
o mensajes insistentes, ya solo espero irme de esta ciudad, empezar una nueva
vida, convertirme en la abogada que todos quieren y borrar este incidente que
marcó mi vida para siempre; pero debo ir al médico, algo no anda bien, mi ciclo
menstrual es irregular, así que un retraso no me preocupa, pero ese dolor
pélvico bien bajito sí me desconcierta, alguna infección debe de haber y será
necesario tratarla pronto. Esta tarde Aurora no pudo acompañarme, pero el
chequeo médico fue estremecedor; una enfermedad venérea había invadido mi
cuerpo, era necesario el tratamiento, además el ginecólogo pudo detectar un
embarazo de cuatro semanas, un pequeño saco gestacional crecía dentro de mí y
al salir de allí todo se oscureció, el cielo se tornó gris.