lunes, 31 de enero de 2011

La ciudad de los antifaces

Oscar Pastor

Se dice con frecuencia en el Balneario de Camol  que “todo tiene su tiempo”, parece que ahora es tiempo de preocupación, ahora que ha comenzado a funcionar muy cerca de allí un centro de diversión y espectáculos llamado la Ciudad de los Antifaces. Después de la construcción de los Antifaces -así lo llaman ahora-, el balneario quedo con muchas heridas abiertas y mucha gente desconocida, y negocios que no respetan la noche. Mario Maravís hasta donde sabe, es bisnieto, nieto e hijo nacido en Camol, como también lo es Natalia Cardoso, con quien se casó hace algunos meses.
Una gran avenida que termina justo donde comienza el bulevar de la playa divide en dos al balneario de Camol, las pequeñas calles incapaces de mantenerse rectas, desembocan en la gran avenida, y como en todos los casos donde se juntan dos caminos los negocios aparecen, y se convierten en puntos de reunión de personas ávidas de conocer las últimas noticias del balneario, con deseos de matar su tiempo libre, que es de lo que más disponen, por eso la movilidad pública o privada para ir de un lugar a otro es innecesaria; no está demás saber, que caminar por las calles es una forma de mantenerse informado de lo que pasa en la ciudad, es una forma de anunciar su presencia, de ser recordado y tomado en cuenta.
Después de la jornada laboral Mario Maravís y Marco Perleche caminaron por el boulevar  hasta el Tranquilon, allí los esperaba Esteban Gutarra, con quien se saludaron con un hola a secas, jalaron sillas de madera que colocaron pegadas a la pared para evitar la luz del sol que no tardaría en despedirse, se sentaron con su amigo en una mesa de madera llena de nombres hechas probablemente con una navaja y alrededor de una jarra de cerveza helada empezaron la rutina de siempre, hablar del pasado, hablar del futuro. Hacía unos minutos que la sirena del muelle anunció las seis de la tarde, Mario pidió silencio a sus amigos, ya no soportaba la espina que tenía atragantada en la garganta, una vez que llegó el silencio, llegó también su preocupación.
- Natalia está media rara, tengo un mal presentimiento.
- ¿Desde cuándo?  -preguntó Esteban.
- ¿Desde que empezó a funcionar Antifaces? -hizo lo mismo Marco.
- Me da miedo salir a la calle, miedo o vergüenza, no sé.
- A todos nos pasa lo mismo, el ambiente esta enrarecido en Camol, todos hablan de los Antifaces, bien o mal -Marco se acomodo en la silla para seguir-, ya no se sabe en quien creer, un día están de acuerdo y luego cambian de opinión, lo cierto es que ha llegado el tiempo de preocupación, el tiempo de decisiones.
- No se alarmen, están haciendo un tormenta en un vaso de agua -dijo Esteban, a la vez que se refrescaba con un vaso de cerveza-, las mujeres tienen sus cosas. ¿Por qué no le preguntas que pasa?
- Al toro por las astas, salgamos de la duda, vamos a buscarla a los Antifaces -dijo Marco con convicción.
- Vamos, así conocemos como es el ambiente del que tanto habla la gente –respondió Esteban.
- Pensemos con calma -Mario trató de terminar la conversación-. Es mejor tener un poco de paciencia para no arrepentirnos después.
La reunión estaba por terminar, cerveza en mano hablaron de los cambios de Camol, de los jóvenes que se hicieron Antifis entre otros temas. Mario Maravís no pudo ocultar su incomodidad, ahora debía pensar como disolver sus angustias, pensó en pedir ayuda, pero no era el momento, primero debía tranquilizarse.
Los siguientes días Mario Maravís evitó a sus amigos, hasta que una tarde decidió buscar la respuesta en la terminal de buses de Antifaces, se sentó en una pequeña mesa de la cafetería La Negra, abrió el periódico del día, llamó al mozo y le entregó su pedido: una taza de té aromático y un pastel de manzana; esperó unos minutos para prender un cigarro, sin cesar movía la cabeza de una lado para otro, de cuando en vez se levantaba y se  empinaba sobre la punta de sus pies tratando de encontrar a su esposa entre la gente que entraba y salía discretamente por la inmensa puerta de la terminal, de vez en cuando bebía un sorbo de té o se llevaba a la boca una pequeña porción de pastel de manzana; los recuerdos llegaban a borbotones, atropellaban su tranquilidad y lo envolvían en una nube de angustia, todos los recuerdos digeridos a la vez, sin ellos no sería nadie. Después de dos horas de búsqueda infructuosa se levantó discretamente y tal como vino se fue con la cabeza gacha.
Una de las tardes que dedicó a observar a los Antifis por la ventana de la cafetería La Negra, tomó un papel y dibujó la playa, el mar y tres siluetas, una de ellas era él, estaba de espaldas al mar, las otras dos eran sus amigos de siempre, con quienes había conversado sus tareas de espionaje sin éxito, los tres conocían de cerca el problema; problema que se estaba convirtiendo en el más grande dolor de cabeza de la población adulta de Camol. Los amigos estaban decididos a ayudar, así se lo habían hecho saber, tomó el teléfono y los llamó para fijar la fecha de su próxima aventura, después de discutir algunos detalles, acordaron buscar a Natalia en la Ciudad de los Antifaces.
La mañana del sábado siguiente, Mario Maravís se levantó más temprano que de costumbre, luego de pasar por la ducha, abrió los cajones del ropero, saco con cuidado una camisa, una pantalón, una chompa, ropa interior y artículos de aseo personal que guardó en un maletín azul, todo ello ante la atenta mirada de Natalia Cardoso, que aún no había dejado la cama.
- ¿A dónde vas?
- De viaje por dos días, es por trabajo  –respondió Mario en voz baja.
- No me dijiste nada, ¿Por qué?
- Se me olvidó, bueno, ahora te lo estoy diciendo.
El joven esposo se acercó para darle un beso en la mejilla que nunca llegó a su destino, Mario se volvió a encumbrar y evitó insistir en su propósito, abrió y cerró la puerta y salió hacia la calle camino a la terminal de buses, tomo el celular y llamó a sus tres amigos con quienes quedó verse muy temprano en la cafetería. Todos llegaron casi juntos, una vez reunidos empezó una corta conversación.
- ¿Todos salieron de su casa con el cuento del viaje? -preguntó Mario
- Si, dos días como quedamos -confirmó Esteban, mientras se arreglaba el gorro verde que traía puesto-, abordemos el ómnibus ahora que nadie puede vernos -continuó.
- Está claro que buscaremos hacer contacto con Natalia, ¡Si es que es una Antifis! -enfatizó Mario, con su peculiar voz suave-, en cuanto ingresemos, nos separamos. El punto de encuentro será el cajero del Banco, ahí nos reunimos para hablar.
- De acuerdo -asintió Marco- propongo que la hora de reunión sea a las seis y las doce, tenemos dos días de búsqueda. Tomemos el ómnibus que está por salir.
Cruzaron la gran puerta de vidrio, uno de ellos miraba para todos los lados, los otros dos lo hicieron con la vista puesta en el suelo, luego de unos minutos el ómnibus partió con destino a la Ciudad de los Antifaces, cada uno tomó un asiento al lado de la ventana, la carretera cortaba inmensas extensiones de arroz, al fondo árboles frutales, tal vez naranjas o duraznos, era difícil saberlo, en menos de diez minutos el ómnibus inició el recorrido por un tramo flanqueado por palmeras sembradas recientemente, el viento  jugaba con hojas y producía un ruido adormecedor, el viaje se hizo rápido, estaban ya en su destino.
Los tres amigos descendieron con cautela, su expresión de miedo y curiosidad les daba una áurea de niños asustados y curiosos; tres jóvenes anfitriones los abordaron con un saludo amable, tomaron los maletines de viaje y los entregaron sin demora a un fornido trabajador enfundado en un overol color turquesa, sin que lo notaran los anfitriones desmembraron el grupo, con voz suave les preguntaron si eran Antifis, después de escuchar la respuesta los invitaron a llenar un formulario de rutina, los acompañaron hasta una salita de color violeta y con fuerte aroma a lavanda, con una mesa redonda, una silla de fibra de vidrio de extraño diseño, ambas de color negro, sobre la mesa un vaso de agua helada, un lapicero, un dossier con fichas de inscripción, y un adorno en forma de antifaz con una inscripción ilegible.
La primera hoja del dossier contenía una carta de felicitación por llegar a la Ciudad de los Antifaces: “donde todos los sueños son posibles”, enunciado que aparecía a manera de membrete, en la parte final de la carta prometían absoluta reserva de su inscripción y de todos lo que hagan o dejen de hacer, la segunda hoja debía ser llenada con los datos personales, como: nombre, edad, sexo, estado civil, tipo de sangre, opciones sexuales, gustos, hobbies, entre otra información; luego abrieron un plano de la Ciudad de los Antifaces que tenía una breve descripción de cada uno de los lugares que se podía visitar, en una esquina del plano se podía leer una advertencia en letras blancas sobre fondo rojo: “Como todo lo que aquí está, aquí se queda, no puede llevar el plano”. Seguían otras hojas con  consejos para divertirse a cualquier hora del día. Una hoja llena de fotos llamó la atención de los visitantes, fue leída varias veces con mucho cuidado, explicaba la forma de pago de sus consumos y traía en un sobre adicional el modelo de la tarjeta de crédito de color negro, que los acreditará como Antifis y que de ninguna manera -así lo decía- no delataría el día ni la hora de la operación, antes de usarlas debían solicitar su activación en la puerta de ingreso. Luego venían una serie de recomendaciones y advertencias para comer, beber, jugar y usar la tarjeta negra con total libertad, todo estaba permitido, menos quitarse el antifaz, ni revelar su nombre, la infracción de estas dos únicas reglas prohibitivas serán severamente castigadas, según decía la cartilla. Finalmente un recuadro para la firma, con una sentencia que decía: “He leído todas condiciones que debo cumplir, las he comprendido y las acepto. Mi nombre Antifis es ………, que rubrico en señal de conformidad.
Mario Maravís firmó inmediatamente la carta compromiso, tomó el nombre de Equinos, Esteban Gutarra escogió Billar como nombre Antifis, luego de un momento de vacilación Marco Perleche se autodenominó Brutus. Luego de entregar el dossier de inscripción en un sobre cerrado y confirmar la propiedad de sus maletines, fueron invitados a pasar a un salón en el que cabía una sola persona, estaba débilmente iluminado y tenía una banca de madera, un guarda ropa también de madera muy pulida y el ya familiar aroma a lavanda, Equinos tomó asiento para revisar las fichas que había llenado, se percato de la música instrumental de fondo, luego se levantó y abrió el pequeño ropero, encontró un pantalón de su talla color negro, una camisa de seda muy ancha de color rosado, zapatos nuevos del mismo color que el pantalón y un gran antifaz, que empezó a colocarse inmediatamente; encontró en la parte media del ropero un sobre blanco, en su interior halló la tarjeta negra, con letras doradas su nombre Equinos que lo identificaba como Antifis, una pequeña nota le indicaba que por ser primera vez ya estaba activada y que se tenga mucho cuidado en no perderla. Los otros dos amigos encontraron lo mismo en el salón de ingreso, con algunas dudas se cambiaron de ropa, dejaron encima de la banca de madera todas sus pertenencias dentro de una bolsa, cuando estaban listos tocaron el timbre para anunciar el final del ritual.
Brutus, al igual que sus compañeros fue llevado por uno de los anfitriones hacia una sala que tenía muchas puertas, tal vez cinco o diez, debía escoger una para ingresar, abrió y traspasó la tercera puerta de la derecha, entró por un pasadizo oscuro con luces rojas tenues en el piso, luego de caminar por varios minutos, en las que había dado muchas vueltas, había subido y bajado otras tantas, en las que no pudo ver ni el color de la pared, llegó a una puerta blanca, un aviso en letras grandes le dio la bienvenida y le recordaba el compromiso de cumplir las dos únicas reglas para vivir una experiencia inolvidable …. que puede repetirse, decía el aviso.
Billar leyó con una sonrisa el aviso de bienvenida, abrió la puerta blanca y se detuvo por un momento y miró en silencio hacia todos lados, su mudez fue rota por una canción que provenía de una radiola del restaurante ubicado frente a él, la letra y la tonada le trajeron recuerdos de su infancia, al costado había una gran tienda de ropa con diseños poco convencionales, las jóvenes que atendían vestían diminutos trajes y un gran antifaz, estaban prohibidas de hablar con los Antifis, según decía un letrero, los clientes no podían preguntar ni regatear los precios, para eso habían letreros que identificaba el nombre de la prenda y su valor. Billar siguió caminando en medio de tiendas y restaurantes, cruzó una calle por la que transitaban carros logísticos, alegres vehículos pintados con todos los colores imaginables sin guardar un patrón definido, a su paso era saludado por los Antifis, quienes levantaban los brazos y gritaban lo primero que se les ocurría, observó que las bicicletas circulaban por ciclo vías y que tenían estacionamiento propio, uno las podía utilizar y luego dejarlas en cualquiera de las guarderías, así decía el letrero pintado en la puerta de ingreso a una de ellas.
Equinos empezó su visita algo desconfiado, se dirigió hacia un parque grande, que le impresionó al revisar el plano que le dieron antes de ingresar, caminó con pasos largos y no dejó de sorprenderse cada vez que oía graznar a los gansos, o escuchaba las conversaciones de parejas que no podían contener su alegría; reparó con sorpresa que toda la ciudad estaba techada y que la luz artificial profesionalmente manipulada permitía en tan solo unos minutos sentir la sensación de estar a medio día o como comprobó después a media noche, dejó el parque con la sensación de estar en un ambiente de tranquilidad, ingresó a otro más pequeño, en unos minutos la iluminación se perdió y dio paso a la noche, allí conoció a una joven Antifis de nombre Persia, tan pronto se saludaron se tomaron de la mano y comenzaron a caminar sin rumbo, Equinos le contó que era ingeniero y responsable de la construcción de una represa muy grande, le dijo que viajaba todos los días en helicóptero, ella le contestó que sus padres tenían un banco que estaba en quiebra, él le habló de su familia, de los cuatro hermanos que vivían en Europa, ella de sus perros extranjeros y de la comida que mandaba a comprar a Paris, Equinos trató de investigar si era de Camol, preguntaba sobre sus horarios de ingreso y salida, si lo hacía sola, si había encontrado a algún conocido, todas las preguntas realizadas sin interés y respondidas de la misma forma. Se despidió de Persia prometiendo volver, para seguir conversando y siguió su camino por la vereda verde, así se llamaba la que cruza los parques, en su trayecto se cruzó con varios Antifis y se saludaron como viejos amigos.
En un bar decorado al estilo cow boy, Brutus brindaba a vaso lleno con sus nuevos amigos hombres y rebautizados con nombres como sargento o capitán. En la pista de baile varias parejas se prodigaban acarameladas caricias, bailaban pegados y se susurraban al oído palabras irreproducibles, de vez en cuando un grito liberaba toda la emoción y luego seguían risas y abrazos. Nada de Natalia, nadie sabía nada. Una pareja de Antifis recién conocidos se tomaron de la mano y salieron del bar Búfalo Bill con destino a alguno de los restaurantes de comida para todos los gustos que estaban ubicados a tan solo unos metros, los recién conocidos caminaban y se detenían cada dos pasos para darse apasionados besos, hasta que al fin se sentaron cómodamente. Brutus terminó de comer y darle de comer a su pareja que no aceptó el cambio de su nombre Antifis; Manzana vestía pantalones anchos de seda color azul y camisa blanca con adornos multicolores, se tomó de la mano con Brutus y salieron hacia el parque grande, a pasear y  contarle sobre su gran jardín de flores que exportaba a América del Norte, y el dolor que le produjo ver morir a su mascota, un león que no pudo resistir una infección, Brutus le contó sobre los viajes que hizo en los cruceros por el mar Caribe, las expediciones a la selva para buscar el Paititi, la guerra del Golfo que lo dejó marcado para siempre y cuyos recuerdos lo despiertan casi a diario.
Todo estaba permitido en la Ciudad de los Antifaces, los que cumplían doce horas de permanencia continua podían hospedarse en el Hotel Regalo de Bodas, sus cuartos eran oscuros y pequeños, sus paredes de color morado con dos focos dicroicos rojos en el piso, uno de ellos ubicado debajo de la cama. Brutus y Manzana que habían llegado al Hotel se acariciaron sin detenerse, sin hablar, se comunicaron sólo con las manos y el intenso jadeo que llenaba todos los vacíos de la habitación, después de varios minutos de caricias intensas cayeron rendidos sobre la cama, Brutus con la vista fija en el techo y el cuerpo sudoroso aún, se animó a contarle el verdadero motivo de su llegada a los Antifaces, Manzana se sintió traicionado y entró en cólera, empezó a vestirse y lo amenazó con divulgar sus intenciones ante las autoridades de la ciudad, Brutus intentó por todos los medios de convencerlo para que desista de su amenaza, se arrodilló y con las manos juntas le imploró que no saliera del hotel, unos minutos más tarde ambos amantes se abrazaron y lloraron juntos, prometieron continuar sus encuentros en Camol, fijaron la fecha y el lugar de la cita: el domingo a medio día en el mercado para  planear su futuro como pareja, para sellar el compromiso, se marcaron con el borde de un cenicero metálico una cruz en el dedo índice, la herida sangró unos minutos, luego la lavaron con agua y la marca quedo a la vista. Brutus volvió a pronunciar en silencio la palabra medio día, luego seis y doce, no podía saber la hora, ni cuánto tiempo ya llevaba en la Ciudad de los Antifaces, otra palabra invadió su mente, cajero del banco. Se vistió rápidamente y le prometió a Manzana encontrarlo en el Búfalo Bill.
Billar se dirigió a la discoteca juvenil, identificada por sus colores fuertes y luces que no dejaban de cambiar de color, tenía un fuerte olor a humo de cigarro;  al ingresar fue recibido por Perla que estaba hacía un buen momento parada cerca de la puerta, lo lleno de besos apasionados y palabras que nadie podía escuchar. Finalizado el saludo personal, Billar continuó besando a todo Antifis que se le presentaba en frente, algunos besos cortos otros largos y correspondidos, luego en la pista de baile entre la bulla y las luces que prendían y apagaban siguiendo el ritmo de la música perdía la noción del tiempo, terminaba bailando solo o con algún ocasional acompañante, en más de una ocasión sintió que le acariciaban el poto y otras partes del cuerpo y como si ya tuviera costumbre no le dio importancia. Los tragos multicolores decorados con frutas se exhibían en una vitrina de vidrio sobre el mostrador, la muestra contenía diversos tamaños y precios, solo había que pedirlos y pagar con la tarjeta de crédito negra y sin demora las copas eran puestas en la barra, un letrero discreto advertía de la prohibición de conversar con los barman, solo se escoge, se paga y se consume cualquier trago. En uno de sus incontables viajes a la barra Brutus recordó que tenía una reunión pendiente en el cajero de banco. Movió la cabeza varias veces, se despidió de los Antifis que estaban cerca, volvió a abrazar y llenar de besos a Persia antes de salir en busca de sus amigos.
A ningún Antifis se le permitía caminar solo, era una regla no escrita que se cumplía siempre, a los tres amigos les era imposible saber la hora o cuánto tiempo había transcurrido desde su ingreso, en tan solo unos minutos pasaban del día a la noche, de una discoteca a un bar, de un parque a un restaurante, de un grupo de amigos a un grupo de amigas, de estar solos a muy acompañados, era imposible tener un programa de diversión, peor aún intentar cumplirlo. Después de dormir varias veces y levantarse a seguir caminando y parar obligatoriamente a tomar o comer, ya no podían saber nada, la locura era atemporal y no tenía en consideración la edad de los Antifis, todos venían por la diversión y todos la encontraban sin mayor esfuerzo.
Brutus y Billar visitaron el Hotel de los Recuerdos más de una vez, acompañados de Manzana y Persia, el camino y la rutina para llegar al nido de amor se les hizo familiar, en las casi cuarentaiocho horas que llevaban en Antifaces crearon y vivieron un mundo de fantasía que nunca imaginaron, una quimera, cada uno de los asiduos visitantes al Hotel se preguntó si Equinos, o Mario Maravís pasó por la misma experiencia. Los tres amigos nunca se pudieron encontrar mientras fueron Antifis, conocieron personajes que jamás olvidarán, contaron historias que en su vida habían contado, escucharon sueños inverosímiles pero sueños al fin, no tuvieron un momento de tranquilidad, aún mientras dormían seguían de fiesta, aun dormidos se divertían.
Habían pasado ya dos días de espías frustrados, dos días de diversión no planeada, así que el fin estaba cerca, a cada uno de los tres amigos le entregaron un sobre con un mensaje corto que decía: “prepárese para salir en unos minutos”; apurados trataron de reconstruir lo que habían pasado en los Antifaces, se despidieron de los Antifis que tenían cerca antes que aparezca un joven vestido de rojo bermellón y antifaz blanco, que los tomó del brazo y con una sonrisa interminable los condujo hacia a una de las puertas de salida, rehicieron solos el camino de regreso, los esperaba un cuarto de acondicionamiento, así decía el letrero en su ingreso, bien iluminado, camas amplias y paredes blancas, un baño bien surtido en jabones, cremas y champús, colonias y perfumes, luego de la ducha de rigor y el reposo obligado, se vistieron tratando de recordar o borrar todos los detalles de su visita, tocaron un timbre para anunciar su salida, cada uno salió por puertas distintas al gran salón, se miraron sin decir nada, recibieron su maletín de viaje y salieron hacia la terminal de buses de la Ciudad de los Antifaces, un joven bien parecido los despidió con una sonrisa; sin mediar palabra alguna entre ellos subieron en completo silencio al vehículo que los esperaba con el motor encendido, luego de unos minutos y sin darse cuenta que los campos seguían exactamente igual como hace dos días, llegaron a Camol, abandonaron la terminal cruzaron la calle y con la cabeza puesta en el pavimento llegaron hasta la cafetería La Negra, tres cafés cargados y sin azúcar los podía animar a contar sus aventuras, no sin antes recordar que pasaron una experiencia difícil de olvidar y tentadora para repetir, en la mente de uno de ellos rondo un refrán familiar: “vino por lana y salió trasquilado”. El silencio fue roto por Mario Maravís.
- Es imposible saber lo que pasa allí adentro. Estuve completamente borracho y me pasé hablando con muchos Antifis, no encontré nada. ¿Pueden decirme si alguno de ustedes habló conmigo? -preguntó.
- Yo he caminado buscándolos -interrumpió Esteban Gutarra-. Y no he hablado contigo.
- Yo también he salido a buscarlos, no he hablado con ninguno de ustedes, el problema es que no se puede encontrar a nadie -dijo Marco Perleche.
- Si Natalia es o no una Antifis ya no me importa, he pasado dos días caminando, conversando estupideces y no he encontrado nada. Muchas gracias muchachos, la vida sigue igual, -dijo Mario Maravís mientras se levantaba de la mesa- nos vemos más tarde.
-  Bueno, ahora a poner cara de viajeros y a regresar a la casa -Marco Perleche, terminó con una pregunta o confirmación- ¿Les parece?
Se despidieron levantando la mano y con una mirada esquiva cada uno tomo su propio rumbo, en silencio recordaron su nombre Antifis, también recordaron otros nombres como Persia, Perla, Manzana y capitán o sargento, que habían sido comentados sin ningún interés en la mesa del café La Negra, cada uno trato de ordenar su experiencia para contarla en otro momento, cada uno buscó y encontró un tema para la futura discusión.
Mario Maravís llegó a su casa, abrió la puerta con mucho cuidado tratando de no hacer ruido, ingresó directamente a la cocina, abrió el refrigerador y sacó una lata de cerveza que volvió a guardar sin intentar tomarla, luego lleno un vaso de agua y se la tomó más rápido que de costumbre, dejó su maletín en la sala que aún conservaba olor a tabaco, un cenicero con una colilla de cigarro ligeramente pintadas con lápiz labial cerca al televisor delataba el sitio preferido de Natalia. Con una mirada rápida comprobó que todo estaba en orden, luego se dirigió al dormitorio, los cinco o seis pasos hasta la puerta los usó para ensayar una explicación convincente de su viaje, Mario Maravís sintió como su corazón aceleraba su trabajo, estiró la mano y abrió despacio la puerta del cuarto matrimonial, grande fue su sorpresa cuando comprobó que estaba vacío y la cama perfectamente extendida. Sobre la mesa de noche Natalia había dejado una nota, Mario dio un salto felino y la tomó entre sus manos, una gota de sudor recorrió su frente antes de abrirla, su esposa  le decía que viajaba de emergencia a su pueblo natal, pues la salud su madre había empeorado, en otro párrafo le decía que había intentado inútilmente comunicarse con él pero fue en vano, su celular no respondía, también le decía que lo iba a seguir llamando hasta que reciba alguna respuesta. Estaba preocupada.
Mario Maravís recupero la tranquilidad, y de inmediato le llegó la angustia, debía pensar una excusa para justificar por qué no se pudo comunicar con su esposa durante dos días, llamó a Marco Perleche, que aún no había llegado a su casa, la noticia le cayó como un hielo en la cabeza, a él también le preguntarían lo mismo, además se dio cuenta que durante el supuesto viaje no utilizó la ropa que llevó en el maletín, debía explicar también como es que llegaba tan temprano, todo se empezó a complicar. Los amigos se pusieron de acuerdo para inventar una coartada, en tanto debían comunicarse con Esteban Gutarra para tener una misma versión. Lo llamaron y no contestó, tal vez su teléfono aún seguía apagado.
Natalia llamó por teléfono a su esposo para anunciarle que llegaba en unos minutos, Mario aún no tenía ninguna coartada, pensó que tal vez sería necesario contarle la verdad, así quedaría más tranquilo. Miró hacia el ropero y un ligero escalofrío recorrió su cuerpo, la puerta superior estaba entreabierta y algunas ropas colgaban , se acerco y comprobó que toda la ropa estaba allí, luego abrió uno de los cajones y tomo un bolsón negro, lo reviso y no encontró nada, luego hizo lo mismo con cada uno de los cajones, llegó a la misma conclusión, revisó algo nervioso los bolsillos de los pantalones, casacas y abrigos que estaban colgados en el ropero, tampoco encontró lo que buscaba, en realidad no sabía que buscaba.
Hizo una pausa, recorrió nuevamente el dormitorio con la mirada, después se subió sobre la cama para alcanzar unas cajas correctamente ordenadas, luego de unos minutos de apurada búsqueda su corazón no pudo continuar con su tranquilidad habitual, lo que tenía entre manos aceleró sus latidos, una tarjeta de crédito de la Ciudad de los Antifaces con el nombre de Perla. Se dejó caer en la cama, su cuerpo aspiraba y exhalaba con mayor rapidez que de costumbre, por primera vez dejo de recordar para pensar en el futuro. La confusión que reinaba en todo el cuerpo de Mario Maravís fue interrumpida por el sonido de un carro, Natalia ya estaba en casa.

martes, 25 de enero de 2011

El sicario

Gianfranco Mercanti

El ambiente estaba cargado, desde la puerta se veía a contraluz el humo de tabaco como una ligera neblina. Había tres personas sentadas esperando  en un antiguo sofá verde. Juan se sentó y tomó una revista para entretenerse hasta que lo atendieran. A diferencia de los presentes, todas personas mayores, él tenía veintitrés años, sobre su rostro le caía constantemente el pelo lacio, castaño, que con un movimiento de mano casi femenino ponía en su lugar.
La noche anterior en el hostal no había dormido bien: Sueños angustiosos lo agitaban constantemente, lo despertaban sobresaltado, sudando frío y con el corazón acelerado. Se veía en la selva, en la penumbra de una choza, paralizado, donde un viejo con sus labios viscosos le absorbía el cráneo, para vomitar gusanos que desaparecían en la tierra. Se soñaba en un edificio antiguo, muy alto, descendiendo escaleras que no terminaban, buscando una salida que no encontraba.
Pasaba rápidamente las páginas de la revista, miraba las fotos, pero no podía concentrarse en leer, en realidad los artículos le eran totalmente indiferentes. Su mente estaba centrada en la misión que le habían encomendado. No era la primera vez que mataría a una persona, pero en un país extraño, las cosas cambian, no podía permitirse dejar rastros, no sabía quienes protegían a ese hombre, no confiaba en nadie.
Recordaba con obsesión las palabras de su jefe, diciéndole: Recuerda que estás solo en esto, y que el éxito de tu misión es de vital importancia para la organización, no caben errores. Él lo sabía muy bien, y su lealtad era absoluta, no en vano ellos lo apoyaron desde adolescente, e incluso salvaron la vida de su madre al hacerse cargo de los gastos de una costosa operación. No podía fallarles.
Desde niño fue iniciado por sus padres en los rituales secretos de la santería cubana. Los riesgos cotidianos que vivió en Cali, y el haber salido bien librado de situaciones muy difíciles, incrementaron su fe en la religión. Por ello, antes de viajar pidió a sus mayores le recomienden a un  babalawo en Lima. Orula conocía cada ramificación de su destino, y saber sus designios antes de una misión importante, le daba seguridad.
Cuando le tocó su turno, entró con mucha reverencia. El babalawo era un moreno gordo y viejo, vestido de blanco, con un gran collar de cuentas verdes y amarillas que cruzaban su pecho. Como es la usanza estaba sentado en el piso, descalzo, sobre una esterilla. Juan se quitó los zapatos se acercó a él,  le dio la mano y le dijo: ¨Iboru, Iboya, Ibocheché¨ el babalawo lo miró, le dijo ¨Iború¨ y lo invitó con un gesto a sentarse al borde de la estera e inició el complejo ritual de adivinación, que Juan conocía perfectamente. Luego de lanzar el opelé, y meditar sobre los signos, el babalawo habló.
-La mala suerte te persigue desde donde vienes, estás osogbo por el designio de los muertos, el signo que te marca es Ojuani Okana: Vienes a tumbar pero saldrás tumbado –le dijo fríamente.
Juan escuchó sin inmutarse, sabía también por su religión que para los santos era posible cambiar el destino, limpiar lo malo, transformarlo, siempre que se hagan los rituales y se presenten las ofrendas apropiadas. Él ya había usado con éxito esos recursos en otras ocasiones, por ello preguntó qué podía hacer para cambiar las cosas. El babalawo le hizo soplar el opelé y lo lanzó en la estera, para que sus medallones marquen la respuesta.
-Baba otrupon meyi, lo que este signo nos dice es que no te puedes lavar las manos y al mismo tiempo coger la tierra, es todo -le dijo- y lo despidió secamente.
Juan salió consternado de la consulta, el brillo del sol lo deslumbró, y empezó a vagar sin rumbo por las calles del centro de Lima. Para él era claro que su misión estaba destinada al fracaso y peor que su propia muerte sería el resultado de la acción que tomara en contra de su objetivo. Sus pensamientos lo empezaron a atormentar, sus lealtades lo dejaban en un callejón sin salida.
Que le diré a mi jefe, si esta misión es tan importante, sé que si no cumplo, me liquidarán en Colombia en Perú o en cualquier sitio, los brazos de la organización son grandes, no se puede escapar de su justicia. Y los santos tampoco me dan una salida, Orula no se equivoca, nunca se ha equivocado, al menos conmigo, y es cierto el babalawo, ni mis mayores sabían a qué venía al Perú, saldré tumbado, no tengo escape.
Caminaba casi sin ver, la gente lo atropellaba a su paso, su mente lo mortificaba cada vez más, sentía vértigo. Siguió caminando y de pronto el suelo había desaparecido a sus pies, caía en un pozo negro, no tuvo el tiempo ni la voluntad para gritar. Su cráneo golpeó contra el fondo, y su cuerpo empezó el sinuoso recorrido de las alcantarillas de Lima.
¨…Los bomberos reportaron que, al promediar la una de la tarde, un joven cayó en un buzón sin tapa en la avenida Abancay. Pese a los denodados esfuerzos que viene efectuando la brigada especializada de Sedapal, hasta el momento no se ha podido ubicar el cuerpo…¨

martes, 18 de enero de 2011

El Maestro

Mónica Rengifo

Los rayos de sol ya no queman tanto, el crepúsculo ha llegado. No importa si oscurece, las estrellas guiaran mi camino. Mala suerte, el cielo está nublado. Sigue avanzando por el bosque y no encuentra una salida. Los animales no salen a cazar, ni siquiera puedo escuchar a los insectos, solo el agua que corre por el río. Qué extraño. Se escuchan pasos muy cerca de dónde Achikilla se encuentra. Alguien se acerca, ella está asustada. La muchacha voltea para buscar refugio, pero se paraliza ¿quién es él? Frente a Achikilla se encuentra parado un joven de unos dieciséis años, caucásico, cabello de color como la miel, ojos verdes. Él la queda observando, sonríe.
-¿Quién eres?- pregunta tartamudeando.
-Hola, mi nombre es Jeff -contesta sonriente- ¿cómo te llamas y qué haces en el bosque sola?
-Soy Achikilla. No eres de por acá, ¿verdad? -Achikilla ahora se encuentra más cómoda.
-No, vengo de Inglaterra.
-¿Y qué haces tan lejos de casa?
-Qué curiosa -Jeff se ríe– bueno, me gusta viajar. Amo la naturaleza, y un amigo me dijo que venir aquí sería estupendo. Por cierto, ¿qué significa Achikilla?
-Está en quechua, es luna resplandeciente.
-¿Naciste durante la noche?- pregunta muy interesado.
-Sí.
-Eres una muchacha muy bonita, el nombre te queda perfecto.
-Gracias- Achikilla se sonroja- El pueblo está lejos, ¿sabes regresarte?
-Creo que esa pregunta debería de hacértela yo a ti -Jeff se ríe.
-Yo soy de por aquí. Tú no.
-Lo sé, pero he indagado por todo el bosque. Casi me mata un jaguar -Jeff se ríe- sé como entrar y salir. La que debería estar preocupada eres tú.
-No creo. Bueno, me voy.
-Vas a seguir dando vueltas en lugar de regresar a tu casa, ¿no?
-Cómo… -pregunta extrañada.
-Porque te he estado observando desde que llegaste en la mañana. No me tomes de acosador. Estaba caminando cuando te escuché llorar en la tarde. No sé qué habrá pasado, pero lo mejor es que regreses con tu familia. Estas muy expuesta al peligro.
-No soy débil.
-No lo dudo. ¿Cuántos años tienes? ¿Catorce? Eres más vulnerable de lo que crees.
-Sé cuidarme.
-Eso dicen todos.
-Qué fastidioso eres.
-Tranquila. Si eres tan fuerte cómo dices, entonces si te fastidio, no tendrás problema en aniquilarme, ¿verdad? -Jeff comienza a reírse.
Achikilla se enfurece. Se pone en una posición de ataque, sus brazos se desplazan de arriba abajo, de derecha a izquierda como si estuviera golpeando algo. Simultáneamente, un poco del agua del río se levanta, se mueve al movimiento de sus manos. Parecen látigos gigantes hechos de líquido. Jeff la observa serenamente, comienza a jugar con sus manos haciendo como dibujos en el aire. Antes de que Achikilla pueda atacarlo, Jeff hace su último dibujo y, de pronto, una ventisca muy fuerte empuja a la muchacha. Toda el agua cae sobre las plantas. Jeff se acerca hacia donde yace la adolescente.
-Tú… también… –Achikilla estaba asombrada.
-Sí, también soy un maestro. Quedamos unos cuantos en Europa. Vine hasta aquí porque me mandaron para buscarte -Jeff le da su mano para ayudarla a pararse.
-¿Cómo sabías que yo…? –antes que Achikilla termine la pregunta, Jeff la interrumpe.
-Tú nombre, la luna le da fuerza a los maestros que controlan el agua. O eras maestra o familia de una.
-¿Jeff quiere decir aire?
-En realidad no, me pusieron un nombre común porque tenemos que pasar desapercibidos por los cazadores.
-¿Hay cazadores por aquí?
- Sí, quieren matarte. Es que tú eres una de las siete maestras agua que quedan. Y por ser la más joven, te buscan por ser más vulnerable.
-Malditos.
-Lo sé, ven conmigo.
-Pero, ¿mis papás?
-Un amigo ya fue a avisarles que te encuentras conmigo.
Se escuchan más pasos. Son demasiados, diez por lo menos.  Se acercan demasiado rápido, Jeff carga sobre su espalda a Achikilla y se van corriendo. No nos podemos exponer, necesito llevármela de aquí lo más pronto posible. Sin embargo, los asesinos logran alcanzarlos. Una flecha atraviesa la pierna de Jeff. Este se cae con la muchacha, la cabeza de Achikilla choca con el suelo y, desafortunadamente, se golpea contra una roca. Jeff intenta pararse, rompe la madera que atraviesa su piel. De pronto, aparece su amigo con tres maestros más. No fue una batalla tan difícil como se habían imaginado, puesto que los cazadores eran novatos.  Después de ganarles, Jeff carga a Achikilla en sus brazos. Un helicóptero blanco los ubica, aterriza cerca de donde los seis están, ellos suben.
Esa fue la última vez que lo vi. Hace tres días ocurrió todo. Me desperté en una cama ayer. Mis padres estaban a mi costado, al parecer ya no me encontraba en los bosques peruanos. Sigo sin entender qué pasó, pero en estos momentos me interesa saber dónde está mi amigo. He preguntado por Jeff a todos los maestros que hay en este refugio. Todos dicen que pronto volverá, pero ninguno sabe cuándo.

lunes, 10 de enero de 2011

Dulce Veneno

Mónica Rengifo

Dicen que la venganza es un dulce veneno. Esa grata sensación de saber que la persona que hizo algo dañino para ti, para algún familiar o amigo, está pagando por sus fechorías. El veneno depende de cómo lo tome uno; por ejemplo, puede ser ese sentimiento de arrepentimiento, puede ser esas ganas de querer hacerle más daño, etc. Existen individuos que no cobran venganza, porque saben que el mundo da vueltas y el karma hará de las suyas. Bueno, yo no creo mucho en eso. No voy a esperar a que pasen días, años o semanas para que ese maldito o maldita pague por lo que hizo. Obviamente, lo que tiene que haber realizado ha debido de ser muy fuerte. Es lógico que una persona que simplemente te engañó para sacar provecho en cosas banales quede como tonta, pierda amigos y termine sola sin que uno tenga que hacer algo.
Se preguntarán si soy hombre o mujer, adolescente o adulto.  Pertenezco al sexo femenino, tengo diecisiete años, ojos grandes de color gris, tez blanca, soy pelirroja, mi nombre no es de gran importancia. Qué es lo que hago por la vida es lo primero que los papás de mis amigos preguntan. La primera cara de la moneda me muestra como una pintora amable y sencilla. Sin embargo, este es el único lado que la gente conoce a excepción de mi amado Dragos. La segunda exhibe al verdadero monstruo que soy: una asesina. Las cifras de mi edad son el número de mis víctimas hasta el día de hoy. Todas en distintos lugares de esta molesta ciudad. Lo sé, lo sé. Sueno muy joven como para haber cometido homicidio, aunque en este mundo incoherente ya nada debería sorprender.  No soy del común denominador, nunca lo he sido, jamás lo seré. Tengo presente que cualquier persona que supiera lo que soy realmente me dirá que soy detestable, pero todas mis acciones tienen una razón.

Dragos, Dragos, Dragos. Ojos marrones como la miel, cabello castaño claro, tez blanca, alto, fuerte, un atleta, dieciocho años, mi enamorado de origen rumano. Estudiábamos en la misma escuela, lo conocí hace un año. Sus papás le pusieron así porque Dragos significa precioso. Y él sí qué es guapo. En realidad, era. Falleció hace tres meses por mi culpa. No es lo que están imaginando. Error total si pensaron que me dejó, me fue infiel, muy celoso, una pelea. Nada de eso es lo que realmente sucedió. Cómo les dije anteriormente, no soy normal. No lo digo por ser una asesina, sino por la forma en cómo llevo a cabo mis cometidos. Olvidé mencionar que mi tatarabuela era espiritista; sin embargo, ni mi abuela ni mi padre pudieron obtener ese don. En cambio, yo lo heredé. Mis progenitores no lo saben, he sido muy cautelosa y reservada con lo que hago desde que llegué al mundo. Me di cuenta a los tres años del gran poder que poseía, lo fui desarrollando paulatinamente a lo largo de este tiempo. Una vez hablé con mi tatarabuela, me felicitó, me dio consejos, ella también fue muy poderosa. Los del mundo espiritual hasta el día de hoy la siguen respetando.
Soy tan fuerte que logré convencer a mis amiguitos del otro mundo que hagan las cosas que me apetezcan. Tal vez todo les este quedando más claro. ¿Diecisiete asesinatos en la misma ciudad y no logran atrapar al culpable? Bueno, es que yo no mato con mis propias manos. Los del más allá hacen todo el trabajo sucio, es así como nunca hay pistas, huellas, nada. La policía debe de estar frustrada, se sienten inútiles por no encontrar al homicida. Ojalá eso les enseñe que su corrupción, su negligencia hostiga, su falta de ganas de querer ayudar a mejorar esta selva de cemento me enferma. Aburren, no deberían tener autoridad alguna, no hacen nada por nosotros.
Ahora les contaré sobres mis víctimas. Pero antes deben saber que mi ciudad es mitad selva mitad cemento. Posee bosques y paisajes hermosos. Cuando tenía cinco años, me escapaba de casa para quedarme horas jugando con los espíritus, me escondía entre los árboles y hablaba con animales. Sin embargo, comenzaron a construir más fábricas, edificios, hoteles. La contaminación estaba matando la naturaleza, eso me enfureció. Fue a los ocho años que ataqué por primera vez. Era una fábrica enorme que habían construido al costado de un lago. Fui a hablar con el dueño, con el alcalde, con los trabajadores de esa empresa; sin embargo, nadie me hizo caso. Todos los desechos así como el humo destruían el hábitat de los animales y de los espíritus. Iridian no es solo una ninfa que vive ahí, es mi amiga, se quejó conmigo de lo que estaba sucediendo. No aguanté más. Una noche, el dueño se quedó sólo en esa inmensa caja hecha de metal. Fue la oportunidad perfecta. Envié a tres fantasmas que también querían cobrar venganza, ellos deseaban desaparecerlo porque, en una época, él los tenía cómo esclavos. Tanto era el maltrato hacia ellos que, un día, los dejó en la calle sin comida ni abrigo. Nadie los ayudó. Estas almas eran de tres jóvenes de dieciséis años. Lo asustaron, lo atormentaron e hicieron que la fábrica estallara en llamas con el señor adentro. Los trabajadores limpiaron el desastre, algunos lo bautizaron como el lago maldito. Sin embargo, ahora es un lugar pulcro y existe armonía, aunque los normales piensen que está embrujado y cosas absurdas como esas.

Así fue como he ido desapareciendo a cada sin corazón que ha querido malograr el equilibrio que existe en esta ciudad. Otros espiritistas no saben que soy yo, puesto que los fantasmas no dicen nada, no les conviene delatarme. Yo puedo hacerlos sufrir, tengo la fuerza suficiente y no me falta bizarría. Todos los seres sobrenaturales lo saben perfectamente, ellos me respetan por lo que hago, por lo que soy y por ser descendiente de una de las espiritistas más poderosas de la historia.
Entonces ¿cómo terminó Dragos siendo asesinado por uno de mis compañeros del más allá? Les contare la historia. Esta ha sido la única vez que me arrepentí de querer hacer pagar a alguien sus fechorías. Él sabía de mi don, me aceptaba como era a pesar de que creía que lo que hago no es correcto. No obstante, no me criticaba. Todos los del mundo espiritual sabían que lo amaba. Lo respetaban y cuidaban por mí. Por otro lado, sus amigos siempre fueron unos idiotas superficiales. Hablo de sus compañeros del equipo de fútbol. Solo piensan en chicas, dinero, alcohol y sexo. Desalmados. Nunca entendí cómo es que Dragos podía andar con ellos, mas nunca le prohibí hacerlo.
Hace tres meses, el bosque que está por mi casa se incendió en la noche. El grupito de Dragos se ubicó ahí para tomar alcohol y fumar tabaco. Querían hacer una fogata y terminaron quemando cientos de árboles. Debido a su estado etílico, no tenían noción de lo que pasaba. Me asomé hacia mi ventana, eran las tres de la madrugada, Iridian corría hacia mi cuarto. Dijo que habría un incendio en el bosque. Me puse unas sandalias, bajé las escaleras hasta el primer piso, pasé por el costado del gran sillón de la sala, abrí la puerta marrón lentamente y salí de mi hogar.  Di tan solo diez pasos cuando vi humo salir de la maleza. Comencé a correr, el camino era largo hasta el origen del fuego. Las hojas de los árboles me cortaban mientras avanzaba, la tierra me ensució los pies por completo, mi pantalón verde ahora estaba completamente sucio, mi polo blanco también. Después de correr por media hora llegué al lugar. Pude observar a Dragos ahí, borracho. Sin embargo, estaba tan furiosa que no importó si sólo estaba acompañando al culpable de esa atrocidad. Por primera vez hice que un elemental me posesionara, no cualquiera, sino el gran espíritu de la tierra. No recuerdo lo que pasó esa noche, los fantasmas tampoco lo mencionan.
Desperté en mi cama con la misma ropa que usaba en la madrugada. Cogí el control del televisor que estaba al costado de mi almohada y prendí el aparato. Las noticias hablaban del incendio de esa noche. Cuatro personas muertas, una de ellas era Dragos. Una lágrima se deslizó por mi mejilla lentamente, todo se paralizó. No lo podía creer, no quería hacerlo. Mi mamá subió corriendo hasta mi alcoba, entró sin preguntar. Me abrazó muy fuerte, no sabía qué decirme, no había palabras para describir cómo me sentía ni tampoco para lograr que me sintiera mejor. Mi papá, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados, solo pudo pronunciar: “Tienes que ser fuerte”. Los boté de mi cuarto. Todos mis cuadros, mis dibujos los quería botar, romper. Pero sé que eso nunca arregla nada. Mi enamorado estaba muerto, lo que más duele es que fue por mi culpa.
Ese mismo día, en la noche, me escapé de nuevo al lugar del incidente. Había muchas almas, sentí la presencia de Dragos. Lo llamé, necesitaba hablar con él. Estaba medio confundido, al parecer no recordaba bien lo que pasó en la madrugada.
-Dragos, lo siento– Alex agachó la cabeza.
-¿De qué te estás disculpando? Es más, gracias por venir a buscarme. Me siento perdido. Escucha, no debí de tomar; pero te juro que no hice nada malo. Vamos a casa y te invito un helado en el camino, ¿te parece?- Dragos dio un paso hacia Alex, estaban a medio metro de distancia.
-Parece que aún no te das cuenta- ella levantó la mirada, empezó a llorar –tú ya no estás vivo- dijo tartamudeando –moriste en el incendio- Alex no aguantó más, intentó abrazarlo; pero fue en vano. Fue como tratar de agarrar el aire.
Esa fue la última vez que hablé con él. Cuando miré alrededor, había huido. Nunca supe qué sucedió, qué hice. Sé que me observa, me cuida; sin embargo, no le gusta darme la cara. Los fantasmas me cuentan qué es lo que hace, es por ellos que sé que viene a visitarme cuando duermo. Hace un par de días fue su última aparición, yo estaba sentada en el pórtico de mi casa. Eran las tres de la madrugada, él venía caminando desde el bosque. Un olor a rosas, mis flores favoritas, me hizo alzar la cabeza. Allí estaba él. Se paró en frente de mí, se agachó hasta quedar a mi altura, me quedó mirando a los ojos. Se me salieron las lágrimas. Cuando está a mi lado me vuelvo vulnerable, débil. Entré a mi casa una hora después, Dragos desapareció súbitamente.