martes, 25 de enero de 2011

El sicario

Gianfranco Mercanti

El ambiente estaba cargado, desde la puerta se veía a contraluz el humo de tabaco como una ligera neblina. Había tres personas sentadas esperando  en un antiguo sofá verde. Juan se sentó y tomó una revista para entretenerse hasta que lo atendieran. A diferencia de los presentes, todas personas mayores, él tenía veintitrés años, sobre su rostro le caía constantemente el pelo lacio, castaño, que con un movimiento de mano casi femenino ponía en su lugar.
La noche anterior en el hostal no había dormido bien: Sueños angustiosos lo agitaban constantemente, lo despertaban sobresaltado, sudando frío y con el corazón acelerado. Se veía en la selva, en la penumbra de una choza, paralizado, donde un viejo con sus labios viscosos le absorbía el cráneo, para vomitar gusanos que desaparecían en la tierra. Se soñaba en un edificio antiguo, muy alto, descendiendo escaleras que no terminaban, buscando una salida que no encontraba.
Pasaba rápidamente las páginas de la revista, miraba las fotos, pero no podía concentrarse en leer, en realidad los artículos le eran totalmente indiferentes. Su mente estaba centrada en la misión que le habían encomendado. No era la primera vez que mataría a una persona, pero en un país extraño, las cosas cambian, no podía permitirse dejar rastros, no sabía quienes protegían a ese hombre, no confiaba en nadie.
Recordaba con obsesión las palabras de su jefe, diciéndole: Recuerda que estás solo en esto, y que el éxito de tu misión es de vital importancia para la organización, no caben errores. Él lo sabía muy bien, y su lealtad era absoluta, no en vano ellos lo apoyaron desde adolescente, e incluso salvaron la vida de su madre al hacerse cargo de los gastos de una costosa operación. No podía fallarles.
Desde niño fue iniciado por sus padres en los rituales secretos de la santería cubana. Los riesgos cotidianos que vivió en Cali, y el haber salido bien librado de situaciones muy difíciles, incrementaron su fe en la religión. Por ello, antes de viajar pidió a sus mayores le recomienden a un  babalawo en Lima. Orula conocía cada ramificación de su destino, y saber sus designios antes de una misión importante, le daba seguridad.
Cuando le tocó su turno, entró con mucha reverencia. El babalawo era un moreno gordo y viejo, vestido de blanco, con un gran collar de cuentas verdes y amarillas que cruzaban su pecho. Como es la usanza estaba sentado en el piso, descalzo, sobre una esterilla. Juan se quitó los zapatos se acercó a él,  le dio la mano y le dijo: ¨Iboru, Iboya, Ibocheché¨ el babalawo lo miró, le dijo ¨Iború¨ y lo invitó con un gesto a sentarse al borde de la estera e inició el complejo ritual de adivinación, que Juan conocía perfectamente. Luego de lanzar el opelé, y meditar sobre los signos, el babalawo habló.
-La mala suerte te persigue desde donde vienes, estás osogbo por el designio de los muertos, el signo que te marca es Ojuani Okana: Vienes a tumbar pero saldrás tumbado –le dijo fríamente.
Juan escuchó sin inmutarse, sabía también por su religión que para los santos era posible cambiar el destino, limpiar lo malo, transformarlo, siempre que se hagan los rituales y se presenten las ofrendas apropiadas. Él ya había usado con éxito esos recursos en otras ocasiones, por ello preguntó qué podía hacer para cambiar las cosas. El babalawo le hizo soplar el opelé y lo lanzó en la estera, para que sus medallones marquen la respuesta.
-Baba otrupon meyi, lo que este signo nos dice es que no te puedes lavar las manos y al mismo tiempo coger la tierra, es todo -le dijo- y lo despidió secamente.
Juan salió consternado de la consulta, el brillo del sol lo deslumbró, y empezó a vagar sin rumbo por las calles del centro de Lima. Para él era claro que su misión estaba destinada al fracaso y peor que su propia muerte sería el resultado de la acción que tomara en contra de su objetivo. Sus pensamientos lo empezaron a atormentar, sus lealtades lo dejaban en un callejón sin salida.
Que le diré a mi jefe, si esta misión es tan importante, sé que si no cumplo, me liquidarán en Colombia en Perú o en cualquier sitio, los brazos de la organización son grandes, no se puede escapar de su justicia. Y los santos tampoco me dan una salida, Orula no se equivoca, nunca se ha equivocado, al menos conmigo, y es cierto el babalawo, ni mis mayores sabían a qué venía al Perú, saldré tumbado, no tengo escape.
Caminaba casi sin ver, la gente lo atropellaba a su paso, su mente lo mortificaba cada vez más, sentía vértigo. Siguió caminando y de pronto el suelo había desaparecido a sus pies, caía en un pozo negro, no tuvo el tiempo ni la voluntad para gritar. Su cráneo golpeó contra el fondo, y su cuerpo empezó el sinuoso recorrido de las alcantarillas de Lima.
¨…Los bomberos reportaron que, al promediar la una de la tarde, un joven cayó en un buzón sin tapa en la avenida Abancay. Pese a los denodados esfuerzos que viene efectuando la brigada especializada de Sedapal, hasta el momento no se ha podido ubicar el cuerpo…¨

2 comentarios:

  1. Fantástico. Me recuerda "La virgen de los sicarios" la novela de Fernando Vallejo, por como humaniza y nos acerca al lado emotivo de un asesino

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  2. hola, me gusta mucho la idea del personaje atormentado por el destino. lo disfruté mucho.
    Saludos
    Nita

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