martes, 28 de diciembre de 2010

El pequeño Julián

Tatiana Miró-Quesada


Hoy ha nacido mi hermanito, ese que mi mamá tanto ha estado buscando.

Mi papá está tan contento que ha llenado la casa de flores, ojalá mi mamá pueda ser tan feliz como antes.

Nuestra casa, ubicada en los Llanos Orientales, era una sencilla casa en el campo, sin pretensiones, pero con todas las comodidades. A pesar del intenso calor de los Llanos los amplios espacios y techos altos nos mantenían siempre frescos.

Alrededor de la casa, mi madre tenía plantadas gran variedad de flores que llenaban la casa con su aroma.

El amplio jardín estaba delimitado por la espesa vegetación de la zona. En medio, la piscina siempre cristalina no era muy profunda por lo que se entibiaba con el calor del sol. 

La hamaca del pórtico era otro de mis lugares favoritos, cómodamente tumbada podía ver los reflejos del sol en la piscina, mientras escuchaba el murmullo del viento entre las hojas y el canto de algunas aves de la zona.

Éramos muy felices y corríamos a nuestras anchas, cómo me gustaba andar pata al suelo y con muy poca ropa, teníamos  libertad para jugar, saltar, reír, imaginar.

Mamá, dedicada a la casa,  siempre sonreía y nos contemplaba jugar desde la cocina, papá trabajaba en la hacienda ganadera.

Que días aquellos,  nos encantaba jugar en la piscina a buscar la piedrita, la tirábamos con los ojos cerrados para no ver donde caía y luego los tres nos sumergíamos para buscarla.

Generalmente ganaba Ramón, mi hermano mayor pero Julián, a pesar de ser el menor, se esforzaba al máximo y se sumergía una y otra vez para buscarla, ya que por su corta edad no podía aguantar por mucho tiempo la respiración.

Era un cálido día de enero, en el azul cielo no se veía ninguna nube que pudiera malograr ese día perfecto.

Empezamos a jugar como siempre, corrimos a toda velocidad hacia la piscina y nos tiramos de bombita, yo ya tenía la piedra en la mano y me disponía a lanzarla cuando de reojo veo algo raro en el agua, era como una pita que se alejaba zigzagueante de nosotros, grité muy fuerte y salí corriendo del agua mientras miraba aquella cosa de colores.

Al escuchar los gritos, mamá vino corriendo, Ramón abrazaba a Julián que lloraba desconsoladamente, Ramón se apresuró en sacar a Julián del agua que cada vez lloraba menos.

Mamá tomó a Julián ¡Nooooooooooooo! -Gritó, corrió con Julián en brazos y nos dijo que subamos al auto, mamá estaba pálida y manejaba a toda velocidad rumbo al hospital, me daba cuenta de que algo muy malo sucedía pero no entendía bien que era. Mamá nos preguntaba

-¡¿La vieron?, ¿la vieron?, por favor díganme cómo era!

En ese momento entendí que el palo zigzagueante era por lo que preguntaba mamá.

-¡Era de colores y flaca!   -Grité.
- ¿Qué colores tenía?
- Rojo y negro y otro color más.

Mi hermanito respiraba con dificultad, era como si estuviera agitado, su pequeño pecho casi ni se levantaba, a pesar de que estaba como adormilado, su carita era de susto. Yo le acariciaba el cabello con mucho cariño.

-Por favor chicos, no dejen que su hermano se duerma, hagan que hable.

Mi hermanito nos miraba como queriendo responder pero las palabras no salían de su boquita.

Llegamos a la emergencia, mamá bajó corriendo con Julián en brazos y gritaba

-¡Ayúdenme, ayúdenme, lo ha mordido una serpiente!,  por favor ayuda. -Decía gritando con la voz entrecortada por el llanto.

Nunca podré olvidar la desesperación en el rostro de mi madre mientras pedía que atendieran a Julián. Su piel era de un tono grisáceo, como si la sangre no pasara por ella. Sus manos no paraban de temblar y se sentía la inseguridad en su voz.

Colocaron a mi hermano en una camilla, parecía un muñequito, indefenso, la palidez de su semblante contrastaba con el tono amoratado que tenía alrededor de los puntos con sangre en su cara y cuello.

Mamá nos dejó con las enfermeras mientras se iba siguiendo a mi hermano al cual lo llevaban a un cuarto con grandes ventanas hacia el pasillo.

Desde mi silla podía ver la consternada cara de mamá mientras los doctores entraban y salían de aquel cuarto y le ponían cosas a mi hermano.

No sé cuánto tiempo pasó, me pareció una eternidad, de pronto, el doctor puso su mano sobre el hombro de mamá y le habló. Después todos salieron del cuarto menos ella, tomó la mano de Julián entre las suyas y empezó a besarla mientras lloraba en silencio, las lágrimas no paraban de correr por sus mejillas.

Cuando llegó papá, entró a la sala donde estaba mi hermano, miró a mamá, quien movió la cabeza en señal de negación.

Papá abrazó a Julián con todas sus fuerzas y se puso a llorar y gritar ¿Por qué?, ¿por qué?

Ramón y yo nos abrazamos y también lloramos, aunque no entendíamos bien que tenía Julián.

Más tarde nos explicaron que mi hermanito había muerto. En ese momento no  entendí que eso significaba que ya no regresaría con nosotros a la casa, que ya no jugaríamos más, que ya no lo abrazaría. Mi hermanito, mi querido hermanito.

Como cambió la vida desde entonces, mamá pasa mucho tiempo sentada en la mesa de la cocina  con las manos tomadas una con otra y apoyando su mejilla en ellas, su rostro refleja mucha tristeza y a veces, cuando piensa que no la vemos,  llora en silencio.

Ella siempre está pálida y delgada, ya no sale de casa.

Donde estaba el jardín solo hay tierra circundada por un tupido enrejado que trata de evitar que algo entre,  hasta los árboles se han secado. La piscina que en otros tiempos era fuente de alegría, ahora es un hueco de cemento cuarteado  cubierto con una malla protectora que no hace más que recordarme que Julián no volverá.

Mamá se preocupa de limpiar y desinfectar todo al extremo, pero es evidente la falta de interés en hacer que la casa se vea hermosa, antes todo relucía y mi madre siempre estaba feliz, cuando miraba por la ventana nos veía jugar en el jardín, éramos libres de correr por todos lados y saltar a la piscina apenas teníamos calor.

Mamá no acepta que Julián se fue, ella lo quiere de nuevo en la casa. 
Primero nació Rosita, que ahora tiene tres años, luego Camila que tiene dos y Lucía que cumplió uno hace poco.

Ella igual sigue triste, ya no sonríe, mis hermanitas andan por ahí, siempre están juntas. Yo me encargo de cuidarlas.

Por las fuertes jaquecas de mamá, la luz y el ruido la molestan, así que tengo que procurar que mis hermanitas no hagan bulla para que pueda  estar tranquila y no llore tanto. Del único que acepta algo de consuelo es de Ramón, pero el ya esta grande y esta poco en casa.

Mi padre la quiere mucho y trata con todas sus fuerzas de hacerla feliz, pero a ella ya no le interesa nada, las cosas con las que se divertía ahora le son indiferentes. Lo único que quiere es a su bebe de vuelta.

Por eso mi papá ha llenado la casa de flores, por fin ha nacido otro varoncito, el cree que ahora mamá será feliz de nuevo, que el nuevo bebe llenará el vació que le dejó Julián.

Al menos hoy, después de cuatro años, la he visto sonreír, pero y si le pasa como a mí, yo igual no voy a volver a jugar en la piscina, no sin Julián.

Su Enfermedad

Mónica Rengifo

Ella es mi mejor amiga, se llama Luna. Ambas cursamos el segundo año de secundaria en el colegio Benjamín Franklin. No es una institución muy grande; no obstante, todos los alumnos siempre han sido muy buenos amigos.  Ella es bastante bonita, porque tiene una nariz pequeña y respingada; cabello negro largo ondulado; ojos marrones claros, tanto es así que parecen verdes; piel trigueña; unos labios carnosos; y es chiquita, no mide más de un metro y cuenta y cinco centímetros. Parece un duendecito. Es muy divertida, amable, sincera; sin embargo, siento que me está ocultando algo.
Hace unas semanas fui a buscar a Luna a su casa. Cuando llegué a la blanca puerta de madera, escuché unos gritos, al parecer sus padres estaban discutiendo en la sala, entonces decidí que lo mejor sería ir a buscarla más tarde. Estuve llamándola, mas nunca contestó el celular; no estaba conectada en el “messenger” ni  “facebook”. Probé marcando al teléfono fijo de su casa; sin embargo, para mi mala suerte, Luna había salido a pasear un rato. El miércoles; es decir, al día siguiente, mi amiga no fue al colegio. Se sintió su ausencia en el salón. Todos nos preguntábamos que había pasado con ella, pues siempre asiste a clases. Las paredes celestes del salón siempre causan una sensación de frío y tranquilidad. Sin mi compañera y sus risas, recorría mi piel esos sentimientos; pero más fuerte de lo normal; inclusive, se podía percibir soledad en el ambiente. El jueves por fin fue a clases; sin embargo, no parecía Luna: estaba muy callada. Le pregunté si se encontraba bien, simplemente me respondía con un: “no tengo nada, solo me duele la cabeza”. Se paso todos los recreos sentada sola en su carpeta. Desde ese día hasta hoy, lunes, me di cuenta que ella no estaba comiendo bien, dejó de hablar conmigo, se apartó del resto de la gente, no participaba en clase. Era un cambio radical, no me gusta para nada. En la salida se va sola caminando, muchos la hemos visto deambulando por esas calles hasta muy tarde. Recuerdo que una vez su madre me llamó en la madrugada para preguntarme si Luna se encontraba conmigo en mi casa. Es preocupante, pues ella esta indefensa de las peligrosas personas que se pueda encontrar en su “paseíto”. Sobre todo cuando anda por el parque. Ese lugar es famoso por la cantidad de asaltos y secuestros que se han realizado ahí durante la noche; sin embargo, ella camina por ahí con mucha serenidad, es como si no conociera el miedo. Me pregunto cómo es que no le ha pasado atrocidad alguna. Extraño a mi vieja amiga, tengo que descubrir qué es lo que le está sucediendo.
Cuando aludimos a Luna se piensa en una adolescente alegre y carismática, la cual toca la guitarra de una manera increíble; compone música, blues más que cualquier otro género; y disfruta de leer libros de Cortázar. Pero esta surta muchacha ha cambiado desde sus hábitos alimenticios hasta los programas de televisión que veía a diario. El boceto de la chica feliz, entusiasta que todos conocían ha ido transformándose paulatinamente al de una persona extremadamente reservada. Ni siquiera su almohada tiene idea alguna de lo que pasa por su mente en estos difíciles momentos. La puerta de su habitación esta siempre cerrada, ahora su risueña personalidad ha desaparecido casi por completo. No tiene hermanos o mascotas, eso la hace sentirse aun más sola. Sus parientes han comenzado a preocuparse, debido a que en la última reunión familiar, Luna estuvo todo el tiempo sentada en el sofá de la sala principal sin hablar, reír o comer. Poco a poco, esta empezando a parecerse a un robot. A comienzos de junio su mamá la encontró vomitando después del almuerzo, a lo que ella respondió que le había caído mal la comida. Han pasado cinco días desde que la señora Mendiola vio a su hija ingerir comida; por tanto, su preocupación ha aumentado y decidió llevarla a psicólogo.
Después de varios análisis, detectaron que Luna padecía de bulimia. La causa principal no era el querer ser una muchacha delgada, sino que en realidad el origen de su distorsión eran las constantes discusiones de sus padres. Los señores Mendiola no se habían percatado que poco a poco le fueron metiendo en la cabeza a su hija que ella era la culpable de sus disputas, cuando no era de esa manera. Luna no podía refutarles, ya que no la escuchaban.  Estaban tan interesados en sus peleas por el dinero que no se dieron cuenta del trastorno psicológico que su única hija había comenzado a desarrollar. La psicóloga habló con los padres, les dio varios consejos para ayudar a Luna antes de que su distorsión empeore, puesto que todo podría terminar en la muerte.
Luna es mi enamorada desde mayo. Fue en una fría y gris tarde de julio que me contó de lo que estaba sufriendo, desde entonces la estoy ayudando para que salga hacia adelante. Ella lleva un año y medio en tratamiento, mas yo la conozco hace tan solo ocho meces.  Hoy es un seis de diciembre, está durmiendo muy tranquilamente. He visto como ha ido mejorando, puedo ver en sus ojos esas ganas de querer superar todo este infierno, y lo está logrando. Tiene suerte de tener unos amigos tan buenos y unos padres que, a pesar de que cometieron un error crucial, siguen empujándola para que no vuelva a caer en el mismo hoyo. Nos conocimos en el colegio, yo era un alumno nuevo. Me sentaba a un par de carpetas de la Luna. Ella fue la primera chica en hablarme, su habilidad para hacer amigos es increíble, hasta ahora me sorprende que ella sufra de bulimia. Es hermosa, verla así tan serena sobre su cama es algo conmovedor. Me pregunto qué estará soñando.
Zaid tengo que contarte muchísimas cosas. Pero antes que nada, ¡feliz aniversario amor! Un año junto a ti, eres mucho para mí. Te quiero demasiado. Bueno, espero que me traigas mi recuerdito de España, no te olvides. Ojalá te estes divirtiendo muchísimo, ¡cuidado con hablar con muchas chicas ah! Sabes que es broma, confío en ti. Estoy esperando con ansias que las siguientes dos semanas pasen de una vez para verte de nuevo, gordito. Es una pena que tengas que estar en otro lugar justo para esta fecha, pero bueno. Hay algo muy importante que tienes que saber, es sobre mi enfermedad. Como ya te he contado, es crónica; sin embargo, se puede controlar. He aprendido a evitar entrar en depresión; por lo tanto, ya no tenemos que preocuparnos tanto por mi estado de ánimo. Tú me haces feliz, eso creo que también influye mucho. Gracias por estar a mi lado todo este tiempo, por lograr hacerme sonreír siempre, por aceptarme tal y como soy. Te deseo suerte allá, diviértete y relájate. Saludos a tus papis.
Un besito, Luna.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

A veces ser mujer

Rocío Vallejos

¡Plaf!, sonó la cachetada que recibió.  El hombre vestido de obscuro, como la noche, la tomó de los cabellos y sacándola del balcón en donde se encontraba la metió dentro de la sala. ¡Plaf!, le volvió a golpear en la cara.  La mujer, en un silencio sepulcral propio de una persona aterrorizada, lo miraba con los ojos muy abiertos.  El segundo golpe la había hecho trastabillar y caer sobre una mesita de vidrio que servía de anexo al bar de la casa, botellas y vasos destrozados estaban regados por el piso de la habitación.  La volvió a golpear. Esta vez no usó las manos sino los pies.  La pateaba en la cintura y las costillas con una rabia incontrolable.  La mujer hecha un ovillo en el suelo de la sala no se quejaba, no emitía sonido alguno.  Trataba en vano de cubrirse la cara con los brazos, marcados de moretones ya amarillentos de anteriores palizas, y ante el hecho de verla querer proteger su rostro, la ira del hombre se fortaleció y con una patada en la cara vio con complacencia como la sangre salía y los dientes y trozos de éstos saltaban desperdigados por todas partes.  Agachándose hacia ella, ya inconsciente tomándola nuevamente de los cabellos sonrió.  Empujó su cabeza hacia el suelo y dándose media vuelta salió de la casa dando un portazo.
El sol de la mañana cubría el suelo de la sala.  La mujer pudo ver la luz a través de una pequeña sección del ojo derecho, la única que podía abrir.  Tenía la cara completamente hinchada.  Sin emitir un sonido de dolor se levantó después de tres intentos fallidos.  A duras penas pudo dirigirse al baño y sin mirarse al espejo y con toda la ropa que llevaba puesta se metió a la ducha.  El agua fría parecía refrescar el rostro, quitándose poco a poco la ropa, ya empapada por el agua, veía como la sangre diluida se iba por el desagüe del piso. La cerró y con mucho cuidado se enjabonó.  Hizo un gesto de dolor cuando tocó su cara.  La volvió a abrir nuevamente y dejó que el agua entrara en la boca, se ayudaba con las manos porque el dolor no le permitía abrirla lo suficiente.  Hizo buchadas con el agua y botó los pedazos de dientes que aún tenía en la boca.  Salió, se secó con cuidado, recogió la ropa y la colocó en un depósito de plástico que usaba para ir almacenando la ropa para lavar.  Se vistió un calzón con mucha dificultad.  No se colocó sostén porque no podía abrocharlo ya que su respiración se entrecortaba cuando hacía el esfuerzo de poner los brazos hacia atrás.  Consiguió ponerse un vestido que subió desde los pies hacia arriba.  Era muy holgado para ella.  Pero no resistía nada sobre el cuerpo.
Limpió la casa, lavó la ropa, preparó el almuerzo y se sentó en una silla de la cocina a esperar a su esposo.
Sintió la puerta de la casa abrirse y se dirigió a la cocina.
El esposo entró a la casa y fue directamente allí, donde sabía que la encontraría.
-Querida, ¿pero qué te pasó?, ¿otra vez te caíste de las escaleras?
-Sí, respondió ella.  Sabes lo torpe que soy.
-Creo que tenemos que llevarte al médico.  No te ves nada bien.  No estás ni arreglada.
-Lo que pasa es que no puedo maquillarme por la hinchazón de la cara.
-Debes ir al dentista le dijo, estás como las viejitas.  Totalmente desdentada.
-Te preparé lo que te gusta, dijo la mujer, pollo con frutas, tipo chifa.
-¡Ah!, que rico. ¡Cocinas tan bien!  Y ¿Qué me harás para cenar?
-Eso será una sorpresa le dijo.  Pero estoy segura que te va a gustar.  Es otro de tus platos favoritos. ¿Cómo estuvo tu viaje?, preguntó.
-¿Para qué preguntas?, le contestó el esposo.  Tú sabes que siempre me va bien. ¡Pero qué agradable está el almuerzo!  ¿Te das cuenta que yo tenía razón? ¿Por qué crees que cocinas tan bien? Porque lo haces tú, sin ninguna ayuda.   ¡Nada de empleadas ni personas extrañas dentro de mi casa!   Tú sola puedes hacer todo muy bien.  ¡Tu tiempo dedicado a tu casa y a mí!  Como tiene que ser.  Nada de familia, ni mamita, papito o hermanitas, nada de amistades, nada de salidas. Y no me insinúes que necesito psiquiatra porque me vas a hacer perder los estribos. Además nadie va a creer tus mentiras.  ¿Te acuerdas a quién recomendaron tratamiento psiquiátrico los policías que vinieron hace un mes? dijo esbozando una sonrisa que más parecía mueca.
La mujer no volvió a mencionar palabra alguna.  El almuerzo transcurrió en completo silencio. Ella   tomó dos o tres cucharadas de sopa.  Terminado este, el hombre se puso el saco, tomó su maletín y salió de la casa sin despedirse, azotando la puerta.
Ella, cojeando un poco, recogió los platos y los llevó a la cocina.  Poco a poco fue despejando la mesa del comedor.  Cuando estuvo todo limpio, se retiró a su habitación a descansar un poco.  Puso el despertador para poder comenzar a hacer la comida a tiempo.
Había decidido hacer ensalada mixta de entrada.  Puré de papas y bife angosto.  Su esposo adoraba la carne.
A las ocho en punto de la noche sintió la llave en la cerradura.  Era el esposo que llegaba a cenar.
Se dirigió a la cocina.
Puso la ensalada sobre la mesa, la había aliñado con aceite de oliva.
-Tu ensalada esta exquisita, como siempre.
-Gracias, contestó la mujer.
Ella no probó bocado.  Le dolía masticar.
Levantó los platos, los dejó en la mesada de la cocina y sacó la fuente con puré.  Vio los ojos del esposo abrirse de gusto con un gesto de alegría.
Regresó a la cocina y trajo la fuente con dos bifes y la fuente con arroz humeante.
El esposo se abalanzó sobre el puré y se sirvió generosamente, puso arroz al costado del puré y sobre este el bife más grande.
Comió con paciencia, saboreando cada bocado.
-¿Tu no comes?, le preguntó a la mujer.
-Estoy un poco adolorida, por eso si quieres comer otro bife, por mí no te detengas.
El hombre ni bien escuchó a la mujer mencionar que podía disponer del otro pedazo de carne lo tomó con el tenedor y comenzó a agregar más puré al plato.
Terminada la cena, el hombre si dirigió a la sala de esparcimiento y prendió la televisión para escuchar las noticias del día.
La mujer levantaba los platos y los llevaba a la cocina.
Concluida su labor de cocinera y sabiendo que todo quedaba muy limpio subió a su habitación y logró ponerse los pijamas con mucho trabajo.  Tomó una pastilla para dormir, se acostó y en pocos minutos estaba totalmente dormida.
Abajo, en la sala de entretenimiento el esposo comenzó a sentir dolor de pecho.  No era la primera vez que le pasaba. La ira comenzó a encenderse en su interior. ¡Su esposa cocinaba tan mal!  Quiso llamarla para que le diera alguna medicina pero la voz no le salió.  El dolor se volvió insoportable.  Cayó sin decir palabra en el piso del salón.
El despertador sonó como siempre.  Cinco y media de la mañana.  Hora de levantarse para preparar el desayuno.  Como autómata salió de la cama y fue al baño; siempre sin mirarse en el espejo, se desplazó hacia la ducha, se bañó, vistió el mismo vestido holgado que uso el día anterior, regresó al cuarto y cayó en cuenta que el esposo no estaba en la habitación.  Comenzó a escrutar despacio todo el cuarto. Había un gran temor reflejado en el rostro.  Al no encontrarlo, los músculos tensados de su cara comenzaron a relajarse.
Bajó las escaleras dirigiéndose a la cocina.  Preparó el desayuno que a él le gustaba tanto.  Panqueques con miel de maple.
Se sentó y espero.  Escuchó el televisor.  Fue hacia el salón y lo vio tendido en el suelo.
-Al fin, dijo en voz alta, la Dioxina funcionó.
Fue hacia el teléfono y llamó a la clínica.  Pidió una ambulancia.
-Creo que a mi esposo le ha dado un ataque cardiaco.
-¿Sabe si tiene pulso?, preguntó la otra voz por el teléfono.
-No lo sé, dijo.  Su cardiólogo es el doctor Durand.  Si pudiera venir él con la ambulancia se lo agradecería.
-Si señora, no se preocupe.  En estos momentos enviamos una ambulancia con el doctor Durand.
Llegada la ambulancia el doctor Durand miró a la mujer y le preguntó ¿hace cuantos días? 
-Nueve, contestó ella.
-Dosis bajas dijo el doctor.  Ayer subió la dosis, ¿no es cierto?
-Sí, le dijo, después de caerme por las escaleras.
-Gracias a Dios, su esposo tenía antecedentes cardiacos, pero debió usar una dosis alta desde la primera vez, tal como se lo indiqué.  Hubiéramos evitado la caída de las escaleras. Bueno, ahora va a venir con nosotros, le dijo el doctor, necesita usted curaciones.  Su esposo murió ayer de un ataque cardiaco.
-Tenga doctor le dijo la mujer, alcanzándole una frasquito y una jeringa que sacó del bolsillo de su vestido.  Gracias por liberarme.
-Es inconcebible a lo que hemos tenido que llegar pero lo bueno de todo es que ya cerramos su historia clínica señora.  Ya no habrá más accidentes.  Voy a avisarle en este momento a su familia.  Creo que estarán muy contentos de verla después de tanto tiempo.
El rostro de la mujer ya no tenía expresión alguna y dócilmente se dejó llevar por el doctor hacia la ambulancia.

martes, 14 de diciembre de 2010

Un sueño

Mónica Rengifo

Angie cogió un lápiz y un papel del escritorio de su casi vacía habitación. Cerró la ventana, pues corría mucho viento. No era una tarde de otoño cualquiera, era la más fría que ella alguna vez haya vivido. El clima era perfecto para una película de romances, en la cual la mujer se sentaba en su terraza observando el firmamento y pensaba en su pareja. Sin embargo, Angie tenía problemas de mayor peso en los cuales pensar. Se amarró su largo cabello en una cola de caballo. Luego, se miró al espejo. Sus ojos verdes se veían tristes, su piel blanca se encontraba más pálida, y no era debido al frío de la estación. Intentó sonreír para sentirse mejor, pero sabía que en ese momento más importante era escribir que cualquier otra cosa. Se echó boca abajo sobre la cama, los cuadritos del edredón eran, ahora, tapados por su cuerpo. Acercó la almohada para poder colocar la cabeza sobre ella, estiró los brazos, puso el papel sobre la colcha y comenzó a transcribir todas las ideas que se hallaban en su mente.
Hola Aixa,
¿Cómo te encuentras?, ¿estás bien?, ¿necesitas ayuda?, ¿te falta algo?
 No sientas que estas en un interrogatorio, solo me preocupo por ti. Hace ya mucho tiempo que te fuiste de la casa; en realidad, que te botaron. Mamá se siente muy triste, aunque no lo creas. Papá se ha convertido en un sobre protector, no existe un minuto en el cual no me pregunte dónde me encuentro, con quién estoy, etc. Tú sabes que él siempre fue más liberal, pero ha cambiado mucho desde que te fuiste. Todos aquí  te extrañamos muchísimo, me gustaría que regreses.  Te contaré cómo está la situación: si bien mi padre no odia a su esposa, cada vez que discuten, papá enardecido le saca en cara que ella fue la que te echó de la casa. Acto seguido, mamá comienza a llorar y le dice que si no fuera por su falta de atención hacia sus hijas, tú no serías cómo eres. Son peleas muy repetitivas, al comienzo me dolían tanto que terminaba llorando. Después de la quinta disputa me di cuenta que era el mismo tema una y otra vez. Me harté de eso y quise rebelarme, pero no es buena idea. Por el contrario, me he convertido en el apoyo de ambos. A veces me siento como si fuera psicóloga. Es muy estresante, ¿sabes? Ya entiendo más o menos como son esos consejeros, esa era la razón por la que no te gusta la idea de escuchar problemas ajenos, ¿verdad?
Hermana, te extraño mucho. Extraño nuestras peleas, nuestras risas, cuando me ayudabas con los problemas del colegio, con los de mi tarea; inclusive, cuando me dabas consejos de amor. Me haces muchísima falta, toda la energía de la casa ya no es tan alta como antes. Cuando estabas, todo el tiempo había un ambiente muy relajado, con mucha alegría. No obstante, cuando discutías con mamá era terrible. Dentro de mí pensaba que iban a terminar matándose; mas esa no era justificación para que te bote.
Hoy cumples dieciocho años, Aixa preciosa. No te imaginas las ganas que tengo de ir hasta donde  tú estás para abrazarte muy fuerte. Una semana antes que te boten de la casa; es decir, hace cuatro meses, planeamos como haríamos tu fiesta. No sé si recordarás todas las tonterías que dijimos que íbamos a poner. Es más, hicimos una lista de los invitados y de lo que no debía de faltar. Fue uno de los tantos momentos divertidos. Otro también fue cuando nos paseamos por toda la ciudad en busca del vestido para mi quinceañero. Entramos a todas las tiendas, pero siempre encontrábamos un defecto en la ropa. Después de una hora, entramos a un centro comercial en el cual solo había cosas para los quinceañeros, y fue ahí donde encontramos el vestido perfecto. Si no fuera por la curiosidad que tuviste de ese local, yo no hubiese tenido el vestido más hermoso de la historia.
¿Podrás…
El timbre de la casa de Angie sonó antes que ella pudiera comenzar a escribir el siguiente párrafo. Sus papás estaban durmiendo así que era su obligación bajar hasta el primer piso para averiguar quién tocaba la puerta. A regañadientes se puso unas pantuflas de oso, pues la acababan de interrumpir. Después de que supiera quién tocaba la puerta, ella no podría poner cosas tan bonitas como las que ya había escrito. Al menos así lo sintió Angie. El timbre volvió a sonar.
-         Ya voy, un ratito -gritó Angie desde su cuarto.
Bajó cada peldaño sin muchas ganas. Se acercó hasta el rectángulo de madera blanca que evitaba que cualquier persona pueda entrar a su hogar. Giró la perilla y abrió la puerta. Le era imposible articular palabra alguna ante la sorpresa que se acababa de llevar. Pestañeó fuertemente y retrocedió un paso.
-         ¿Aixa?, ¿eres tú? –preguntó Angie pasmada- ¡¿Aixa?! , ¡responde!
La muchacha de cabello castaño y ojos verdes que se encontraba parada frente a Angie no se movía, solo sonreía tiernamente.
La señora Závala caminó hasta el cuarto de su hija, Angie, se acercó hasta su cama y le susurró en el oído: “Angie, despierta y cámbiate.  Vamos a ir a almorzar, no te demores”. Luego, la madre de Angie regresó a su habitación para hablar con su esposo. La pequeña abrió los ojos lentamente, cuando volvió en sí, se dio cuenta que todo había sido un sueño. Podría jurar que ella estaba ahí, que el timbre sonó. Fue tan real. Bueno, supongo que hoy será otro día más sin saber noticia de ella.

El Duende

Gianfranco Mercanti


Corrían los años cincuenta, y el General Odría se había hecho de la presidencia de la república en el Perú. Fue una época pródiga en grandes obras estatales: Colegios, hoteles y estadios que hasta la fecha perduran, y con las obras, la bonanza económica para ciertas personas. Era el caso de don Alfredo Rodríguez, quien por aquél entonces labró una cuantiosa fortuna, que compartía con ciertas autoridades, para que le adjudicaran la ejecución de los proyectos.
Además de una hermosa casona en San Isidro,  y varias tiendas en el exclusivo Jirón de la Unión, don Alfredo compró una linda casa de madera en el balneario de Ancón, al norte de Lima. La casa tendría ya veinte años de construida cuando la adquirió, sin embargo, su ubicación con frente al malecón, y con un parque en su parte posterior, hacían de ella una propiedad privilegiada. Sin embargo, había permanecido desocupada durante varios años. Se decía que poco tiempo después de construida, una niña, hija única de sus propietarios había sido raptada. Sus padres, abatidos por el dolor, nunca más volvieron a ocuparla, hasta que finalmente decidieron ponerla a la venta.
Para don Alfredo estos sucesos, aunque ciertos, eran cosa del pasado. Ya Ancón había dejado de ser una alejada e insegura caleta de pescadores, para convertirse en una ciudadela, donde toda la élite limeña se congregaba durante la temporada. Luego de la remodelación y decorado, la propiedad quedó más hermosa que en sus mejores momentos, y ahí pasaba los veranos, junto con su esposa Antonia y sus dos pequeñas niñas: Yolanda y Rosita.
En la habitación de las hijas, predominaba el color melón, con hermosas molduras blancas, que combinaban con el color de las camas. Sus ventanales ubicados justo encima de las camas, permitían ver el parque y disfrutar por las noches del suave olor de las madreselvas, que crecían frondosas en la pérgola central. Además, por la noche, se oía lejano, proveniente de algún punto de la playa, el sonido de una quena, cuyas melodías parecían cabalgar y juguetear entre los rumores de las olas del mar. 
Nadie de había percatado que ciertas noches, muy tarde, alguien merodeaba el parque, y luego, escondido entre las plantas que florecían bajo la ventana de la habitación de las niñas, pasaba largo rato escuchándolas, y recordando a aquella hermosa niña a la que embriagó con floripondios, y luego ya aletargada e incapaz de resistirse llevó a una cueva en el acantilado.
Aquella noche de domingo don Alfredo y su esposa habían ido a la casa de los Miróquesada a jugar naipes. Doña Juana, la criada, ya había bañado y acostado a las niñas y apagó la lámpara del velador dándoles las buenas noches. No se había percatado del intenso olor a floripondio que saturaba la atmósfera del cuarto.
-Juana cuéntanos un cuento –le pidió Yolanda a doña Juana. A las niñas les daba temor quedarse solas en la oscuridad, y se valían de cualquier pretexto para que la doméstica se quede un poco más. Juana se sentó al borde de la cama de Rosita, y mientras que pensaba que historia contarles, sintió que se adormecía cada vez más, hasta que los ojos se le cerraron. De pronto, sonó la ventana -que dejaban entreabierta- como golpeada por un objeto duro, inmediatamente sintió que algo pesado le había caído encima, y gritó por el susto y el dolor que le ocasionó el golpe. Al sentir que el misterioso bulto se movía, lo agarró a través de la sábana, sujetándolo firmemente de algo que parecía una piernecita, tibia y gruesa como la de un bebé, que con mucha fuerza trataba de liberarse de su captora. Juana sentía su respiración, y su olor que era como el de un caballo.
-¡Yola, prende la lámpara rápido!  ¡Apúrate, creo que es un palomilla! –gritaba Juana desesperada, pensando que había atrapado a algún ladronzuelo.
Con gran esfuerzo y valiéndose de las dos manos, pudo mantener sujeta a la criatura, cuya pierna por momentos se le resbalaba. Cuando por fin Yolanda prendió la lámpara, todas gritaron aterrorizadas con lo que vieron: Era un viejito que no medía más de ochenta centímetros, tenía la nariz prominente, los ojos hundidos y la barba crecida. Estaba vestido con unas ropas de una tela similar al yute, cosidas toscamente, y con una gorra, como un chullo con punta, que cubría su cabeza dejando salir por los costados sus orejas y su pelo blanco y enmarañado.
Afectada por el pánico, Juana soltó al viejo. Por un instante, que pareció una eternidad se miraron sin atinar a moverse, como si incluso un leve parpadeo, pudiera romper un equilibrio mágico entre la criatura y su captora. Yolanda gritó un vez más, y el viejo, con una agilidad felina saltó de la cama e impulsándose en el velador salió rápidamente por la ventana. Juana abrazó a las niñas y lloraron juntas.
Luego de calmarse, Juana recordó que en Chincha, durante su juventud,  había visto seres similares, enanos, viejos y escurridizos,  trepando  a los árboles de papaya, y le decían que eran duendes, seres de otra dimensión que en ciertas épocas del año irrumpen en nuestro mundo. Aquí, tienen la mala fama de raptar niñas y ser guardianes de cuantiosos tesoros.
 Al regresar de su reunión don Alfredo y su esposa escucharon la historia con curiosidad.
- ¡De que duendes habla doña Juana!,  de seguro ha sido un ratero que pensó que la casa había quedado sola –dijo don Alfredo, mientras se aprestaba para ir a la comisaría.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

La Junta

Tatiana Miró-Quesada


Aquella Navidad no iba a ser la mejor, para poder seguir trabajando en su puesto de pescado, Fanny debía hacerse socia del mercado y cancelar su deuda con la Junta de Propietarios. Ella recién empezaba y se estaba haciendo de una clientela, les había rogado a los señores de la Junta que le permitan pagar la mitad en diciembre y la otra en la quincena de enero, pero ellos no querían escuchar razones.

Su esposo desempleado, no ponía nada de su parte para conseguir un nuevo trabajo y al llegar a casa, después de cerrar el puesto, siempre la misma historia, no hacía más que abrir la puerta y sentía ese ambiente cargado, la pequeña habitación se encontraba desordenada, los trastes del desayuno y el almuerzo seguían en el fregadero y la cama aún no había sido tendida. Su esposo, sentado en una de las dos únicas sillas de la habitación, leía un periodicucho y escuchaba la radio.

-         ¡Hola Pablo! –saludo Fanny- ¿Conseguiste trabajo?
-         Todavía.
-         Pero Pablo, tienes que buscar.
-         Ya saldrá algo mujer, estoy que busco, pero nada.
-         Anda a las obras, aunque sea cargando lata.
-         No pues mujer, yo no estoy para cargar lata.
-         Al menos ayuda en la casa, yo trabajo todo el día y encima, tengo que venir a hacer los quehaceres, tremendo vago. Tengo que pagar las deudas del puesto, no puedo yo sola con todo.
-         ¿Y quién te dijo que te metieras en eso? Tu sola te gastaste mi dinero para comprarlo y ahora te quejas que por mi culpa no tienes para pagar deudas.
-         Tu igual hubieras gastado la plata en comprar estupideces como ese tonto televisor.
-         Pero no tendría deudas.
-         Tampoco plata para comer.

Pablo realmente era una persona de poco empuje, tan diferente a ella, Fanny sentía que no tenía  apoyo, siempre debía  hacer todo sola, pero no importaba, lo hacía por su hijo y solo ver su carita risueña cuando llegaba a casa, le daba fuerzas para continuar en su lucha.

Ya era veinte de diciembre y le habían dado hasta el veinticuatro en la tarde para pagar los trescientos soles de la inscripción. A pesar de que tenía a su familia a punta de camote y sopa de sobras de pescado para poder ahorrar, tan solo había podido juntar ciento ochenta soles. La deprimía pensar en lo que le daba de comer a diario a su hijo, pero dárselo en Navidad le parecía aún peor, no quería hacerlo, ese día deseaba algo mejor para cenar.

La clientela estaba ahorrando para la cena de Navidad o gastando su dinero en regalos, la venta estaba baja y todavía le faltaba mucho dinero por juntar. Trataba de hablar con el tesorero de la Junta, pero no le daba cara, no la quería ni escuchar.

Fanny se levantaba más temprano para abrir su puesto antes que los demás, pero desgraciadamente era nueva y no tenía muchos clientes.

Ese veinticuatro, el  mercado hervía de gente, los grises mesones del puesto de Fanny estaban muy bien armados, sobre una buena cama de hielo picado había acomodado los peces fresquitos que compró esa mañana en el terminal, todo lucía impecable y ella procuraba poner su mejor cara aunque estaba preocupadísima porque aún no había terminado de reunir el dinero que necesitaba para la Junta.

Conforme pasaban las horas el bullicio del mercado, abarrotado de gente haciendo sus compras navideñas, parecía un constante murmullo. Las personas pasaban con sus canastas llenas con las compras para la noche, mientras Fanny solo pensaba que no tenía el dinero para cubrir a la Junta y menos aún para llevar la cena a su casa. Que envidia sentía al ver pasar a las caseras con sus bolsas  colmadas de productos, que impotencia, ella ahí, tratando de dar lo mejor de sí y casi no vendía nada.

-         Caserita, llévate pescado fresquito.
-         No casera, en navidad no se come pescado.
-         Te lo dejo baratito nomás.
-         Hoy tengo que cocinar bastante y el pescado da mucho trabajo.
-         Yo te lo fileteo todito para que solo lo tengas que freír.
-         No casera gracias.

Y así la venta se mantuvo baja. Eran las cuatro de la tarde y Fanny solo había conseguido juntar doscientos sesenta soles, no le alcanzaba ni para cubrir la Junta. La desesperación empezó a hacer presa de ella, pero no había nada que hacer, el mercado rebosaba de gente, pero nadie compraba pescado. En los puestos adyacentes, ya estaban dejando relucientes los mesones para irse a sus casas. Fanny empezó a congelar el pescado.

Dios mío, pero ¿Por qué? Es navidad y voy a tener que darle a mi hijo lo mismo que todo el último mes, no tengo ni un regalito, pero mi hijito entiende, él ve que trabajo mucho, pero es un niñito, no debería tener que entender, ni siquiera puedo llevar este pescado, ¿cómo compraría de nuevo para vender mañana? Si todo el dinero que tengo se lo voy a tener que dar a la Junta. ¿Habrá mañana?, ya no tarda en venir Don Óscar a cobrarme. Dios mío, por favor, que me dé un poco más de plazo, lo voy a perder todo, tu sabes que soy buena, por favor Diosito.

-         Buenas tardes.
-         Eh! Buenas tardes Don Óscar.
-         Vengo a cobrarle su cuota de socio.
-         Don Óscar, mire yo he estado  trabajando muy duro este mes, he estado juntando todo lo que he podido, mi esposo está sin trabajo y rara vez se consigue un cachuelo, solo he estado usando lo mínimo para comer y todo lo demás lo he ahorrado para ustedes.
-         Ahórrese tanto palabreo y dígame, ¿tiene o no tiene el dinero?
-         Tengo doscientos cuarenta soles. –Dijo Fanny, tratando de quedarse con veinte soles para la cena navideña.
-         No alcanza, la cuota es de trescientos.
-         Por favor acépteme esta cantidad y le doy el resto la primera semana de enero, mire que ya casi no me falta nada.
-         Mire señora, sus problemas nos tienen sin cuidado, tiene o no tiene la plata.
-         Tengo los doscientos cuarenta que le dije y me estoy quedando con veinte para las fiestas.
-         Así que tiene más y no me lo va a dar, ¿Será que no desea tanto el puesto como quiere que pensemos?
-         No es así, pero quería comprarle un regalito a mi hijo y algo para la cena.
-         No señora, le dimos un plazo máximo, o paga o se va.
-         Pero por favor Don Oscar, es Navidad.

Don Óscar se quedó en silencio por un momento, algo en él pareció sentir un poco de piedad por la mujer que tenía en frente.

-         Bueno, deme los doscientos sesenta y tiene hasta fin de mes para pagarme los cuarenta restantes.
-         Pero Don Óscar, ¿y mi Navidad?
-         Solo porque es navidad le estoy perdonando que no tenga completo y apúrese antes que me arrepienta.

Fanny entregó todo el dinero que tenía con mucho pesar, ¿qué le iba a dar a su hijo esa noche?, pero al menos, no perdería el puesto.
Se sentía chocada, sin vida, no sabía si reclamarle a Dios o agradecerle.

-         ¿Por qué Señor? Hoy no debía ser así. No hoy.

Terminó de guardar todo como si tuviera un gran peso sobre los hombros, no quería llegar a su casa con las manos vacías, ¿cómo le iba a decir a su hijo que en Navidad igual se comía camote?

Cabizbaja empezó a caminar lentamente hacia la salida del mercado. El recorrido se hacía interminable, sobre todo por la cantidad de gente que aún seguía haciendo compras.

En eso, entre los pies de la gente vio algo que brillaba, se acercó a recogerlo, no lo podía creer, aquel pedazo de metal bicolor camuflado entre despojos de verduras eran cinco soles. No podía ser cierto. Lo tomó fuertemente y lo colocó rápidamente en su bolsillo.

-         Dios mío, no me has abandonado, gracias Señor, gracias –pronunció con los ojos cerrados llevándose las manos juntas hacia la boca, mientras gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.

Con mucha alegría compró medio kilo de pollo, medio kilo de arroz y un chupete para regalarle a su hijo.

martes, 7 de diciembre de 2010

Capítulo III desde Barcelona (adelanto de novela)

Ana Alemán Carmona


31 de julio (diario de Lucía)
El recuento de los daños y de las posibilidades, la que he sido en todo este tiempo y la que no he sido también. Me siento confundida, aturdida, difusa, no puedo adivinar quien soy. Me siento como otra vez como Alicia en un mundo bizarro lleno de criaturas  extrañas que me pretenden y de rostros conocidos que me ignoran. ¿Qué hacer cuándo la energía se te acaba de repente?, ¿cuándo ya no tienes el ímpetu ni la pasión con la que comenzaste?, debe haber alguna respuesta. Por ahora solo estoy divagando, tengo miedo, lo único cierto ahora es este terror que me invade cada mañana.

-Desde el desayuno que no veo a Lucía, ha estado encerrada en su cuarto, no entiendo a esta chica, te juro –Julieta no podía entender el comportamiento errático de su hija mayor, siempre vestida de negro, llorando ante cualquier problema, demasiado sensible, la sorprendía en la familia Brussler no había mucho espacio para el sentimentalismo.
-Debe de estar escribiendo no se preocupe por eso tía, además no vine a verla a ella sino a usted, quiero comprar el departamento de Luci pero ya sé que es con vos con quien debo hacer los negocios –Carlos estaba buscando donde vivir con Magnolia, ya tenían dos meses de casados y no soportaba estar un día más en la casa de los tía de ella.
-Y Matty que dice al respecto, hasta donde yo sé se compró el pleito de la loca de su prima, ¿querrá vivir donde mi Lucía estuvo con Ernesto? –su voz no ocultaba el sarcasmo y el placer de saber que quien había humillado a su hija ahora necesitada de ella.
-Tía la verdad es que Matty no sabe nada de esto, pero cero stress, vea no hay de otra.

Cinco meses atrás Marcela encontró a Ernesto besándose apasionadamente con Lucía en un restaurante de moda en donde estaba cenando con Matty y con Cali, no tuvo tiempo de reaccionar, Magnolia se dirigió a la mesa donde estaban los dos traidores y empujó a Lucía haciéndola caer de su asiento, los gritos fueron terribles, tuvieron que contenerla entre dos guardias de seguridad, Carlos miraba asombrado de la fuerza física de su novia, se lanzó sobre Ernesto quien en su ofuscación increpaba a Magnolia. En toda la confusión y caos, Marcela permanecía impasible mirando la escena. Nadie entendía la furia incontrolada de Matty y la pasividad de Marcela, era simple para ellas, Matty se sentía culpable, después de todo fue ella quien los presentó.
-¿En qué cabeza cabe que la mosca muerta de tu primita se iba a meter con Ernesto?, carajo Cali no entiendes lo graves que son las cosas verdad, para ti todo fresco, ¡pero es a mi Marcela a la que están haciendo cornuda y en público! –su mirada estaba fija en el espejo de la sala de su tía, siempre le había gustado ver su reflejo en este en particular, con el jardín al fondo, su ira estaba justificada, no soportaba ver sufrir a Marce, en el fondo no toleraba ver a Ernesto, todavía habían quedaban algunos fantasmas entre ellos.

15 de Marzo
Pareciera que ya a nadie le importa mi vida, me estoy cansando de todo esto Ernesto, no respondes mis cartas, en tu casa nadie me da razón de ti, ¿qué hice para que te fueras?, yo no soy como Marcela o Lucía, ambas buscan satisfacer sus deseos de poder y seguridad, contigo se sienten completas, siempre te lo dije no te quieren por quién eres sino por la imagen que se han hecho de ti. Yo, en cambio, si te conozco desde siempre, yo te he visto lloran y desesperarte como un niño, ¿ya no te acuerdas de esas noches en vela cuando tu padre murió?, ellas solo han visto el brillo del empaque, pero tu las prefieres. LO SIENTO, SI HICE ALGO MAL PERDÓNAME!!!!!!!!!!!!! No puedo seguir así en esta incertidumbre.

Amanda

Era una mañana de invierno particularmente gris y húmeda en Lima, Mandy no tenía ningún deseo de salir de la cama, estaba deprimida, sus enormes ojos cafés estaban rojos delatando el llanto de la noche anterior, en la mesa de noche estaba la última carta que le escribió a Ernesto abierta, el sello rojo de devolución era demasiado para ella, ni siquiera el servicio postal podía encontrar a Ernesto, ¿dónde buscar?, solo pensaba en eso. 

Ring ring.
-Aló, si mami, yo sé es tarde, aja, si no te preocupes, hoy no tengo nada en el trabajo, si claro, te llamó más tarde si, chau.

Se levantó con mucho pesar de la cama, se dio un duchazo rápido y se vistió sin poner ningún cuidado, se miraba al espejo y se sentía más fea que de costumbre, no hay nada más que pueda hacer, esto es lo que hay, por eso siempre me ignoraste verdad, no soy una Marcelita Remir, con sus ojos negros y rostro de gitana, siempre tan misteriosa la muy perra, tampoco una Lucía Brusller, rubia, flaca, alta, por fin tendrías a tu modelo, la pequeña dulce anoréxica adicta a los ansiolíticos, también eso te gusta verdad, con ella sabes que si se podría morir por ti, que en verdad el suicidio es una posibilidad. Pero yo, Amanda, solo Amanda, sin nada más que ofrecer. Tomó las llaves de su auto y salió rumbo al trabajo, al la oficina ya se habían acostumbrado su tristeza, seguía funcionando bien, tan eficiente como siempre, el trabajo era su forma de evadir a todos esos demonios que la acosaban.